Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—¡Muchas gracias por su compra, jovencita, vuelva otro día!
—¡Gracias a usted!
El sonido de unos cascabeles colgados justo en el sitio exacto para que sonasen cada vez que se abriera o cerrase la puerta resonó por toda la tienda, anunciando que la compradora se marchaba, satisfecha, con un libro de portada verde y extraños dibujos extendidos tanto por la misma como por la contraportada. Eri dudó por un momento si debía o no guardarlo en su pequeña bandolera que había optado por vestir en aquel corto viaje hasta Yamiria, sin embargo; no podía evitar sentir la necesidad de comenzar a leer aquel manuscrito en alguna parte.
Llevaba unos días queriendo viajar a Yamiria, sobre todo tras intercambiar unas palabras con su hermana sobre el libro que todavía no había podido conseguir y que quería hincarle el diente desde hacía tiempo, así que, tras darse un respiro de su entreno diario y por las constantes olas de calor que azotaban su villa, decidió partir en un corto viaje hasta dar con el libro que tanto ansiaba Hotaru por conseguir.
Claro que ella pecaba de curiosa, así que no podía evitar sentir cierta atracción por saber lo que contenían las hojas de aquel libro, por lo que, tras una corta caminata y consultar la hora un par de veces —se encontraba en la mitad de la tarde—, encontró un banco de madera bajo la sombra de un árbol que se alzaba frente a un edificio al más puro estilo tradicional. No dudó en tomar asiento y abrir el libro, ajena a lo que ocurría a su alrededor.
La verdad es que ya tendría tiempo de explorar Yamiria más tarde, ahora solo quería curiosear un poco.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
Daruu salió a empujones de una de las avenidas más concurridas. Era la primera vez que visitaba la capital del País de la Espiral, y ciertamente no estaba acostumbrado a todo ese trajín. ¿Cuándo era la última vez que había estado entre tanta gente? En Shinogi-To, la gente iba más a su bola, y no gritaba tanto. ¿O quizás es que el sonido de la lluvia amortiguaba el de la gente? O quizás la propia lluvia, que hacía que los compradores fueran de una tienda a otra y no se parasen en medio de la calle para charlar. Oh, como odiaba esa maldita costumbre. Allá en casa, en el Distrito Comercial de Amegakure, nunca había nadie parado en medio de la calle.
Medio mareado, pasaba por una calle más verde. Ah, eso sí que era lo suyo. Un poco de verde y nada de gente. Sólo había una chica leyendo un libro en un banco de madera.
Y una piedra en el camino que no vio. El colmo de un Hyūga.
PLACA.
BONK.
Daruu cayó de bruces al suelo justo enfrente de la muchacha.
Estaba ella tan concentrada en su lectura que no se percató de que en aquella calle la verdad es que no pasaba mucha gente, es más; la tienda a la que había acudido parecía estar en el barrio más tranquilo de casi toda Yamiria.
Por eso no se esperó que un chico, moreno y de aproximadamente su estatura, de repente y sin previo aviso acabase con la cabeza besando al suelo.
Primeramente se sobresaltó, claro que tras haberse inmerso en la lectura no se esperaba salir de ella tras el sonido de alguien comiéndose el suelo, y luego hizo lo que esperaba que todo el mundo hiciese en aquellos momentos. Y no, no era reírse del desconocido hasta que te revolcases en el suelo de la risa.
—¿Estás bien? —preguntó apresurándose a tenderle una mano al herido, la verdad es que normalmente en esos casos aunque era típico preguntar eso, también era verdad que nadie se cae por gusto, así que obviamente, el chico no estaría bien.
Claro que tampoco sabía qué decir en aquel caso, y no quería ser brusca o incluso irrespetuosa.
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La muchacha pelirroja que leía el libro se levantó apresuradamente, preocupada por el extraño. Le tendió la mano, y Daruu no respondió hasta pasados unos largos diez segundos, cuando, sin levantar la cabeza del suelo, apoyó las dos manos en el suelo e hizo fuerzas para reincorporar un poco el torso. Levantó la cara.
Sangraba por la nariz y por la boca, y mantenía una estúpida y demacrada sonrisa que le dedicó a la amable chica que le ayudaba.
—Zíii. —Al intentar tomar su mano, perdió un punto de apoyo y volvió a caer al suelo boca abajo.
El chico estaba todavía con la cabeza pegada al suelo, y Eri, comenzando a preocuparse seriamente por aquella persona, se impacientaba por momentos. ¿Acaso habría perdido la consciencia? De ser así tendría que llevarlo seguramente a algún médico cercano... No iba a dejarlo allí ante su suerte, ¿y si le robaban o le secuestraban? Quedaría grabado en su cabeza para siempre.
Sin embargo, el desconocido levantó la cara. Y Eri intentó por todos los medios no formar una mueca de desagrado. ¡El pobre chico estaba sangrando por todos sitios! Y lo peor es que sonreía como un niño pequeño. ¿Acaso le gustaba el dolor o algo?
—Zíii.
Pero volvió a caer al suelo, y esta vez no se movía.
—¡Eh! ¡EH! —llamó la kunoichi, celerosa para moverle ligeramente por si acaso recuperaba la consciencia —. ¿Está bien? ¿Puede oírme? — Preguntaba una y otra vez. Aquel golpe parecía en un principio no ser nada, pero aquel chico podría a lo mejor ser más delicado que los demás.
Así que, si no contestaba; lo que primero haría sería girarle un poco, lo necesario para que se quedase de lado y ver el estado de sus heridas. Si seguía sin responder, intentaría incorporarse con el muchacho sujeto y lo intentaría llevar a algún sitio donde pudieran revisarle.
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Al final, Eri tuvo que recurrir a girar al muchacho para verle mejor. Definitivamente se había hecho mucho daño, pero no tenía la nariz rota. La sangre era del golpe, tanto en la nariz como en las encías. Mantenía la misma cara de estúpido que le había mostrado hacía unos segundos.
Daruu, con la vista nublada, vio un borrón rojo que le zarandeaba. Luego se definió y resultó ser la muchacha del banco. Y ahora que se fijaba, llevaba una bandana de Uzushio. El rostro del amejin cambió: no fue uno de odio, sino más bien... ¿de miedo? ¿De precaución?
Al moverle hacia un lado por fin pudo ver que el chico no estaba del todo inconsciente, si bien parecía no escucharla u obviar sus palabras, aquello era un claro signo de que estaba dentro de lo que cabía bien. No quiso cantar victoria aún así pues un mal golpe en la cabeza podía ser horrible en muchos casos.
—¿Me escucha?
Aunque tras aquello pareció cambiar su semblante a uno más... ¿De preocupación? Seguramente comenzaba a darse cuenta de la gravedad de su situación, y eso estaba bien, significaba que no había perdido del todo la cabeza. Aunque lo de retirarse de ella...
—¡No se mueva! Se podría hacer más daño —exclamó, visiblemente alarmada. Luego sacó un paño de su mochila —. Tome, no se tapone nada, solo límpiese, ¿vale? ¿Si me has escuchado, asiente muuuuuy despacio, ¿vale?
Oh por Shiona-sama, que estúpida sonaba.
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La chica rebuscó algo en su mochila. Daruu se creyó atacado: retrocedió arrastrando el trasero por el suelo y sacó el kunai oculto en su manga derecha.
—¡No he hecho nada! —advirtió—. ¡Sé como os las gastáis, uzureños! ¡Te lo advierto, retrocede, o me veré obligado a defenderme!
Pero el chico no asintió, es más; se removió y alejó de ella arrastrándose por el suelo, sacando en el acto un kunai que llevaba bajo su manga. Solo entonces reparó en la cinta que llevaba atada en su frente, con diversas líneas rectas dibujadas en ella.
Parpadeó varias veces y paró en el acto antes de sacar el pañuelo.
—Sé que no ha hecho nada, Shinobi-san —se apresuró a decir, con voz calmada —. Se ha caído y solo quería ayudarle, por favor, no se mueva mucho, ha recibido un golpe muy fuerte...
La kunoichi retrocedió unos pasos, levantando ambas manos en señal de paz.
—Tengo pañuelos en mi mochila, por si necesita algo con lo que limpiarse.
Le ofreció mirándole directamente a los ojos, ojos de un color poco común para ella, para ser exactos. No le importaba que fuera de otra villa, o que incluso tuviese algo de reparo con la gente de Uzushiogakure, solo quería en aquel momento que se tratase el golpe.
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Daruu entrecerró los ojos y se separó un poco más de la kunoichi. Finalmente, terminó por levantarse y se acercó a ella con pasos cuidadosos.
—Bueno, está bien —concedió—. Cogeré un par de pañuelos si eres tan amable de... ofrecérmelos —tosió—. Disculpame, he tenido un par de malas experiencias con genin de Uzushiogakure...
El chico pareció ceder, levantándose y acercándose a Eri lentamente, como si temiese que en cualquier momento saltase a su cuello y acabase con su vida. Para suerte de la muchacha, accedió a tomar unos pañuelos para limpiarse la sangre que le surcaba todo el rostro.
Hasta preguntó por su nombre.
—Soy Uzumaki Eri, pero puedes llamarme solo Eri —se presentó ella, rebuscando los pañuelos en su bandolera —. ¿Y su nombre, Shinobi-san?
Una vez encontró sus pañuelos, le tendió la pequeña caja al amejin.
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Daruu quedó un segundo en estado de shock. Tan pronto estaba hablando sobre las malas experiencias con los ninjas de Uzushiogakure como se estaba topando con el nombre de la única persona de dicha aldea que no había actuado como una loca —o una loca peligrosa, en el caso de algunos Uchiha—. Aquella muchacha era tocaya de otra que había conocido tiempo atrás.
Finalmente, terminó por tomar el pañuelo que Eri le tendía.
—Muchas gracias, Eri-san —dijo—. Me llamo Amedama Daruu. Mucho... mucho gusto.
Se limpió la sangre a conciencia, y se presionó la nariz para cortar la hemorragia.
—Es... curioso —añadió—. Hace bastante tiempo, conocí a otra Eri. Era tan amable como tú. Pero pareces todo lo contrario a ella. Ella tenía el pelo azul.
El chico tomó el pañuelo de Eri, y ella dibujó una suave sonrisa en su rostro.
—De nada Daruu-san, el placer es mío.
Vio pacientemente como el Amedama se limpiaba toda la sangre que había salido de tanto sus encías como de su nariz tras el golpe. No parecía que le hubiera pasado factura, así que suspiró, aliviada. Se presionó la nariz y luego le comentó que también había conocido a otra Eri. Sí, ella conocía a Furukawa Eri, aquella chica que luchó por sus ideales y que por ellos acabó peor de lo que nadie podría haber imaginado para aquella chiquilla.
—Sí, Furukawa Eri-san fue muy amable conmigo también aunque solo hablamos un par de veces —coincidió ella, ladeando la cabeza —. Fue una lástima cuando... Bueno, tras el problema que abordó Uzushiogakure, ella falleció...
Bajó la mirada, apenada. Si Daruu conocía a Eri, también tenía que saber que ya no volvería a verla.
—¿Le ha ocurrido algo malo con otra gente de Uzushiogakure, Daruu-san? —preguntó, curiosa, tras recordar cómo había hablado de la gente de su villa.
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El amejin recibió la noticia como un mazazo. Bajó la mirada al suelo, lentamente, y tardó varios segundos en contestar a Eri. A esta Eri.
—Vaya, no lo sabía... Así que Eri-san murió... —se repitió a sí mismo, como si eso lo fuera a hacer más fácil. En realidad, Furukawa Eri no había sido nada para él. Simplemente, una conocida de Uzushiogakure que había intentado activamente hacer las paces con él tras un malentendido mortal. Furukawa Eri sólo había sido buena persona, un ser humano decente.
Pero era un ser humano decente que conocía, y resultaba muy extraño pensar que había muerto. A pesar de que en el mundo en el que vivían, esas cosas pasaban. Continuamente.
Consecuencias de sólo saber vivir en tiempos de paz.
—No tengo ganas de hablar de los otros ninjas de Uzushiogakure, la verdad —dijo, y se acercó al banco donde había estado sentada la muchacha. Tomó asiento—. Me has dejado un poco en shock. No es que la conociese mucho, pero vaya. Pobre chica...
»Qué... qué paso exactamente en Uzushiogakure? He oído rumores, pero... —preguntó Daruu, mirándola a los ojos.
Repitió lo que ella dijo, y parecía que algo dentro de él lo lamentaba. No era mentira que aquella Eri había sido una buena chica que por razones demasiado grandes había acabado en tan solo un recuerdo, y la verdad es que se merecía que la recordasen de una buena manera, como era ella, una kunoichi digna de recordar.
Escuchó también como evitaba el tema sobre otros ninjas de Uzushiogakure, a lo que ella solo se encogió de hombros. En algún momento hablaría, solo tenía que saber cuándo volver a preguntar. Al verle acercarse al banco y sentarse ella hizo lo mismo, dejando a un lado su bandolera y apoyando sus palmas de las manos justo detrás de ella, reclinándose hacia atrás ligeramente.
—¿Qué... qué paso exactamente en Uzushiogakure?
—Oh.
No podía mentir, sabía que en Uzushiogakure había ocurrido algo porque aquello fue noticia que voló por países, así que era normal que Daruu lo supiese. Cogió aire y cerró los ojos, expulsándolo en el proceso. Luego se incorporó y miró sus manos, sin saber por dónde empezar.
—Shiona-sama, la antigua Uzukage antes de todo el revuelo; murió tras un infortunio que solo algunos saben —comenzó, inquieta —. Era normal que quisiesen nombrar a otro Uzukage, y ese puesto se disputó entre tres personas, una de ellas la hija de la mismísima Shiona-sama, y por un tiempo Gouna-sama estuvo a la cabeza de Uzushiogakure.
»¿Sabes algo más de la historia? Es para saber por donde continuar.
Preguntó, levantando la mirada para encarar la del chico, con una cara totalmente neutra, sin ningún tipo de emoción.
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