Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El anciano asintió otra vez cuando Datsue y Eri le dieron sus nombres. Cada movimiento de aquel hombre parecía desganado, casi doloroso, como si el simple hecho de inclinar la cabeza le supusiera un grandísimo esfuerzo. Sus ojos violetas volvieron a la taza humeante que tenía entre las manos. Se quedó observándola durante largo rato —o al menos eso le pareció a los gennin—, y luego finalmente habló.
—¿Qué quieren los ninjas de un anciano? —preguntó con un hilo de voz—. Los ninjas tendrán que preguntar correctamente.
Desde tan cerca, los muchachos podrían distinguir más claramente sus tatuajes. Al principio parecían simplemente líneas, de gruesa tinta negra, que recorrían ambos brazos del viejo formando espirales. Sin embargo, al fijarse un poco más, los tres podrían intuir el dibujo que formaban todas aquellas líneas; eran serpientes.
Por alguna razón, algo en aquellos tatuajes no cuadraba. Parecía que cada vez que los chicos miraban, la cola y la cabeza de las serpientes se encontraban en un sitio distinto. Siempre unidas, como si los reptiles estuvieran devorándose a sí mismos, pero con una geometría que se antojaba imposible para las leyes más básicas del mundo físico.
«Qué demonios...»
Si alguno se quedaba mirando aquellas formas concéntricas demasiado tiempo, empezaría a notar un penetrante dolor en las sienes, como si su cabeza estuviera tratando de resolver un problema matemático imposible.
Había algo extraño con aquel hombre, algo que se le escapaba a la joven pelirroja pero que no lograba identificar por mucho que mirase a aquel anciano con aspecto demacrado y apariencia desganada. Se tomaba su tiempo y miraba la taza humeante que tenía entre las manos, como si fuese más importante que los tres chicos allí presentes.
—¿Qué quieren los ninjas de un anciano? Los ninjas tendrán que preguntar correctamente.
Nada más hablar la joven desvió la mirada hacia el cuerpo del viejo hombre, fijándose en los tatuajes que decoraban su piel. Cuando los había mirado la primera vez no sabía decir con exactitud qué eran aquellas figuras, borrosas posiblemente por los años, pero ahora se encontraban lo más nítidas posibles, recorriendo el cuerpo del hombre como si de auténticas y vivas serpientes.
Eri tuvo que parpadear dos veces para comprobar que sí, no estaba loca: se estaban moviendo.
¿O no?
—Esto... —murmuró la joven, y se encontró con la garganta más seca de lo normal —. ¿Usted no sabrá, por casualidad, qué ocurre en la casa del Señor Takeda?
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30/11/2017, 18:07 (Última modificación: 30/11/2017, 18:12 por Uchiha Datsue.)
«¿Preguntar correctamente?». Datsue frunció el entrecejo, mientras sus ojos se deslizaban por la infinidad de líneas negras que cruzaban la piel del anciano. Tardó en darse cuenta, como al contemplar un cuadro y descubrir un dibujo oculto dentro del propio lienzo, de que formaban serpientes. Serpientes que se devoraban a sí mismas.
Pero había algo más. Una pieza que no encajaba en el puzle. Cuanto más se fijaba, más confuso se encontraba. Creyó dar con la respuesta en un par de ocasiones, pero tan en seguida como venía, se esfumaba. Era tan frustrante como ese nombre que tienes en la punta de la lengua, pero que jamás acude al rescate. O ese sueño que acabas de tener, que segundos antes vivías con emoción, pero que ahora, por mucho que tratases de recordarlo, no lo lograbas.
Chasqueó la lengua, desviando la mirada mientras se masajeaba los ojos. Tanto pensar le había dado dolor de cabeza. Entretanto, Eri había preguntado si sabría qué ocurría en la casa del Señor Takeda. A Datsue le parecía tan buena pregunta como otra cualquiera para empezar el interrogatorio, y aguardó a que el anciano respondiese.
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30/11/2017, 23:55 (Última modificación: 30/11/2017, 23:55 por Uchiha Akame.)
Akame estuvo a punto de preguntar algo, pero al ver cómo Eri se le había adelantado, optó por guardar silencio. El Uchiha dudaba mucho que aquel anciano tuviera una respuesta para aquella simple pregunta, que sin embargo era lo que intentaban resolver. El centro de la misión, la piedra angular del cometido de ellos tres en Ichiban. Si aquel tipo tan siniestro y lamentable al mismo tiempo tenía la información que estaban buscando, su misión podría acabar allí mismo. «Al fin y al cabo, el señor Takeda sólo quiere que averigüemos lo que ocurre... Nadie ha dicho nada de ponerle solución», pensó el gennin.
Sin embargo, no iba a ser tan fácil. Nada en el mundo ninja lo era. Ante la pregunta de Eri el anciano alzó la mirada, que destelló con un brillo violáceo a la tenue luz de la chimenea, y luego movió la cabeza hacia un lado. Fue un movimiento corto, apenas perceptible, casi perezoso. Como si hubiese tenido que reunir toda su fuerza de voluntad para hacerlo. Parecía una negación.
—Un anciano sabe de la familia... Niños jóvenes, no merecen sufrir —respondió, con un hilo de voz. Su mirada se enturbió y dió otro sorbo a la taza.
Akame se quedó esperando a que dijese algo más, cosa que no sucedió. El Uchiha suspiró, se notaba pesado y con la cabeza embotada. No le gustaba estar allí dentro. Viendo que la conversación no iba a llegar más lejos por aquel camino, decidió cambiar de tercio.
—¿Quién construyó el edificio en ruinas?
La cabeza del anciano se movió ligeramente hacia arriba, como accionada por un resorte. Sus ojos se mantuvieron bajos, fijos en la taza de la que no bebió un sorbo... Sino un trago.
—Los maestros... Lo construyeron. Un anciano no debe decir... No debe decir sus nombres... Ellos... —el viejo empezó a temblar, ligeramente al principio, con más violencia después—. ¡Un anciano... Un anciano no sabía! ¡Fue hace... Hace mucho tiempo! ¡Hace una eternidad! —alzó la vista y clavó sus ojos en los de Eri—. ¿¡O tal vez no tanto!? ¿¡Tal vez fue justo ayer!? —su voz se había transformado, y ahora ganaba potencia en ella un tono aterrado y sumamente nervioso.
—Un anciano sabe de la familia... Niños jóvenes, no merecen sufrir— «¿No merecen sufrir? ¿Por qué? ¿Qué es lo que sabe que nosotros no sabemos?»
Eri se revolvió en el sitio, sin saber muy bien cómo reaccionar ante el comportamiento y las palabras de aquel extraño anciano que la confundía más que responder a sus preguntas. Estaba nerviosa, aquella misión estaba siendo más difícil de lo que podía haber imaginado. Se mordió el labio inferior y miró a sus compañeros, Akame, por su parte; decidió intervenir.
—¿Quién construyó el edificio en ruinas?
«¿Edificio en ruinas? ¿No se referirá a estos?»
Eri lo miró, confundida por el cambio de tema que había hecho el chico, y un ápice de curiosidad afloró en su interior, mirando al anciano atentamente, esperando alguna reacción por su parte. Y así fue, tembló, y la miró, haciendo que volviese a estremecerse ante aquella mirada y sus palabras, llenas de violencia y a la vez un nerviosismo extraño.
—¿Qué fue... qué fue lo que pasó, señor? —se atrevió a preguntar, temerosa.
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Datsue tuvo que morderse la lengua por segunda vez cuando Akame se le adelantó al preguntar. «¿Las ruinas? ¿Qué interés tiene eso ahora?», se preguntó, mirando intrigado a su compañero. Él quería averiguar más sobre la mansión, sobre sus dueños originales y el motivo por el que la habían vendido. Ese era el objetivo de su misión. ¿Qué se estaba perdiendo?
«Hmm… ¿Crees que guarda relación con las ruinas, Akame?» En un pueblo tan pequeño como aquel, cualquier cosa podría tener relación. Quizá no iba mal encaminado…
Al menos, la pregunta pareció inquietar al anciano, que pasó de dar pequeños sorbitos a sendos tragos a la taza de té. Aseguró que la habían construido los maestros, y que no debía decir sus nombres. Luego, empezó a desvariar… otra vez.
—Tranquilícese, señor. Está en buenas manos —dijo, posando una mano sobre el hombro del anciano. Pese a que al final no había sido necesario utilizar la táctica del ninja bueno, ninja malo, Datsue creyó conveniente tratar de calmarlo, pues se estaba alterando un poco.
Luego, retomó su posición original, mientras Eri le preguntaba qué había pasado con las ruinas. Ambos compañeros suyos parecían interesados con aquel edificio, así que optó por no cambiar de tema todavía.
—¿Por qué quemaron el edificio? ¿Quiénes fueron? —añadió, a la pregunta de Eri.
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3/12/2017, 13:03 (Última modificación: 3/12/2017, 13:05 por Uchiha Akame.)
«Bingo».
¿Por qué nadie construiría un edificio tan grande y notable en Ichiban, un pueblecito que no debía tener ni doscientos habitantes? El mismo pueblo en el que había una mansión enorme y, tiempo ha, lujosa. Akame era un ninja joven y relativamente inexperto, pero ya había aprendido que las coincidencias, en ese mundo, no existían. «Quien fuera que construyese aquel edificio que ahora estaba en ruinas, quemado hasta casi los cimientos, debía tener los suficientes recursos como para poseer una vivienda de semejantes características». Y así pareció confirmarlo la reacción del anciano.
Akame observó, estoico, cómo el viejo perdía poco a poco la calma e iba cayendo en un pozo de fantasmas y temblores incontrolados. La pregunta de Eri ni siquiera pareció arrancar ninguna reacción por parte del tipo, que seguía temblando y balbuceando ininteligiblemente. Datsue le puso una mano en su hombro y, al contacto físico, el anciano paró de temblar. Alzó la vista y clavó sus ojos violetas en los del gennin.
—Un anciano sabe, un anciano estuvo... Allí —dijo finalmente, con el labio inferior temblándole frenéticamente—. En... En el templo. El templo de la Estrella Negra... Y... Y los niños... Los niños...
En ese momento aquel hombre viejo y cansado rompió a llorar. No era un llanto escandaloso ni desconsolado, sino un murmullo quedo, apagado, sin vida.
—Los niños... —repitió—. Siempre quería más... Siempre más... Y los niños...
Akame escuchaba con atención y los ojos clavados en el anciano. Parecía que por fin estaban llegando a algo, pero las palabras inconexas del tipo se sentían más como migas de pan en un sendero invisible que como información concreta. El Uchiha se adelantó, tomando la posición contraria a la de su compañero Datsue junto al anciano, y le agarró con fuerza de uno de los brazos.
—Céntrate, anciano —le exigió con voz neutra pero autoritaria.
El tipo se sobresaltó al sentir el agarre de Akame y detuvo su gemido. Quiso alcanzar la taza de madera con ambas manos, como si fuese demasiado pesada para levantarla solamente con la que ya la estaba agarrando, pero el Uchiha no se lo permitió. Mantuvo su presa sobre el brazo del anciano.
—Cuéntanos qué ha pasado y luego podrás beber —dijo Akame.
La respuesta fue un gemido ahogado.
—Un anciano recuerda... Fue hace mucho tiempo, sí, ¿o quizás no? ¿Tal vez fue ayer? —sus ojos violetas tenían ahora un cariz vidrioso, fijos en la taza de madera—. Y será mañana. Será mañana...
Akame apretó ligeramente la presa que hacía sobre el brazo del viejo, arrancándole un ligero lamento de dolor.
—El templo... Quemado. Quemado, y las llamas subiendo altas, altas, altas... —balbuceó, con aire ausente.
El Uchiha soltó por fin al anciano, y de repente fue éste quien agarró del brazo a Datsue, tratando de arrastrarle hacia él. Clavó sus ojos violetas en los del joven Uchiha.
—El tiempo es un círculo plano —aseguró con vehemencia. Entonces sus ojos se tiñeron de miedo y, miró a los otros dos gennin—. ¿Cuántas veces hemos tenido esta conversación, ninjas?
Definitivamente, aquel anciano comenzaba a hacer que Eri quisiese salir corriendo de allí, probablemente de Ichiban, y refugiarse entre las cuatro paredes de su villa. Volvió a removerse en el sitio, inquieta, y la verdad es que... ¡No entendía ni una sola palabra de lo que estaban hablando! Ahora hablaban sobre el edificio en ruinas, ¿es que, acaso, mantenía alguna relación la mansión del señor Takeda con aquel lugar? Era algo que ella ni había intuido, hasta ahora.
Y seguía sin saber muy bien si podía hacer la relación.
—Un anciano sabe, un anciano estuvo... Allí. En... En el templo. El templo de la Estrella Negra... Y... Y los niños... Los niños...
«¿Qué templo? ¿Qué niños? ¿De qué está hablando este señor?» La joven pelirroja no sabía cómo reaccionar ante los gimoteos del hombre hasta que finalmente rompió en llanto, apagado; pero ella no logró sentir lástima por aquel hombre, le dolía verle llorar, pero también sabía que algo guardaba en su interior y que entre palabrería sin sentido no lo estaba diciendo.
—Céntrate, anciano.
Aquella voz fue la de Akame, y Eri lo miró, con un rostro indescifrable. Aquella orden era lo que podía desatar al anciano, o bien hacerlo callar. Tragó grueso y volvió a mirarle, pero el anciano aún parecía reacio a contestar con verdaderas respuestas. Tampoco era muy fan de lo que estaba haciendo Akame, sin duda; pero... A veces...
Volvió a morder su labio inferior, justo cuando tomó el brazo de Datsue. Ella tomó su otro brazo, por instinto, por miedo, por si acaso el anciando decidía hacerle daño, cuando añadió:
—El tiempo es un círculo plano. ¿Cuántas veces hemos tenido esta conversación, ninjas?
—Una —mencionó la joven, con voz queda —. ¿Existe una relación entre el templo que yace en ruinas y la mansión del señor Takeda, anciano? —preguntó aún sujetando fuertemente a Datsue de la muñeca, sin dejarlo ir ni de mirar al hombre a los ojos.
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El anciano se refirió al edificio en ruinas como el templo de la Estrella Negra, mencionando que —intuyó Datsue— los llamados maestros siempre pedían más y más niños. De pronto, lo que había empezado como una simple broma de algún vecino envidioso se estaba convirtiendo en un misterio tan espeluznante como intrincado. En vez de aclararse a medida que iban recibiendo datos, más dudas surgían en su lugar. ¿Para qué querrían los niños? ¿Adoctrinamiento? ¿Algún tipo de tenebroso ritual?
Akame, impaciente por las respuestas, apresó uno de los brazos del anciano, haciendo que se sobresaltase, y consiguiendo arrancarle unas cuantas palabras más. Aseguró que algo sucedería mañana, y entre balbuceos que apenas les aclaraba nada, fue éste quién agarró esta vez del brazo a Datsue. Casi al instante, Eri le tomó por la otra muñeca, quedando así inmovilizado por ambos. «Me cago en… ¡Calmaos, maldita sea!»
—El tiempo es un círculo plano —Datsue arrugó la nariz, comprendiendo que tanta carie no era por una higiene bucal demasiado buena—. ¿Cuántas veces hemos tenido esta conversación, ninjas?
Eri respondió por él, mas el Uchiha se estaba fijando ya en otra cosa: las serpientes tatuadas en el brazo del anciano, que se devoraban a sí mismas. «El tiempo es un círculo plano… ¿Qué cojones?» Todavía no sabía el qué, pera aquello era importante y estaba relacionado.
—¿Qué sucederá mañana? —soltó, tras la pregunta de Eri—. ¿Qué le hacían a los niños? ¡Dínoslo, anciano! Tú lo sabes, ¿verdad? Trabajabas para ellos —aventuró—. Trabajabas para los maestros.
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4/12/2017, 18:28 (Última modificación: 4/12/2017, 19:36 por Uchiha Akame.)
La respiración del anciano se aceleraba dentro de su viejo pecho, que silbaba como un fuelle roto. El ambiente parecía haberse enrarecido y los muchachos pudieron notar un regusto a... «Aluminio y, ¿cenizas?» Akame, que mantenía su atención centrada en el hombre, observó impávido cómo su rostro se iba desencajando en varias muecas que le hacían parecer tétrico a la luz de la chimenea. Casi parecía que fuera hubiese anochecido, como si un presagio tenebroso y oscuro se estuviera cerniendo sobre los tres ninjas.
Cuando Eri respondió —"una", dijo—, el anciano rompió a reír. Como su llanto antes, no era una risa plena, estruendosa, liberadora. Sino un murmullo perruno y quedo, como el del viento al colarse entre las grietas de un edificio en ruinas. Ni siquiera las preguntas de Datsue —ni su farol en forma de acusación— consiguieron sacar al tipo de su trance. Su mirada fija en el techo.
—Sé lo que ocurre ahora... —murmuró, y sus ojos violetas brillaron con un destello oscuro—. Os he visto en mis sueños.
«¿Pero qué demonios...?» Akame se adelantó un paso, dispuesto a calzarle a aquel viejo una bofetada en pleno rostro. Llegados a aquel punto, estaba claro que sabía más de lo que les estaba contando. Sin embargo, apenas el Uchiha avanzó un paso, el anciano se giró bruscamente y le miró directamente a los ojos.
—Harás esto otra vez... Y otra... Y otra...
De repente, el anciano agachó la cabeza y soltó el brazo de Datsue con un gesto de miedo. Su mirada nerviosa recorrió a los tres ninjas y, viendo a Akame tan cerca de él, se encogió como un recién nacido. Escondió la cabeza entre los brazos y empezó a llorar quedamente otra vez.
—Ahórrate el teatro, anciano —replicó Akame, férreo—. Danos las respuestas que hemos venido a buscar y nos marcharemos.
Pero aquel hombre no se movió, ni tampoco cesó su llanto lastimero.
—Un anciano no sabe... Un anciano no sabe... —repetía en susurros.
6/12/2017, 13:50 (Última modificación: 6/12/2017, 13:51 por Uzumaki Eri.)
Ella ya no entendía nada, aquel anciano estaba dándole dolor de cabeza y lo peor es que no avanzaban ni a paso de hormiga. Estar allí era una pérdida de tiempo, o peor; un quebradero de cabeza porque se veía a leguas que aquel anciano sabía más de lo que aparentaba saber. Frustrada por las palabras sin sentido del hombre, bufó cuando rió ante su respuesta y alegó que los había visto en sueños.
Akame se adelantó y pareció que el hombre ya sabía lo que iba a hacer, ¿o no lo sabía? Eri se llevó una mano a la cabeza, ¿cómo que hará eso una y otra vez? ¿A qué jugaba aquel hombre?
—Ahórrate el teatro, anciano. Danos las respuestas que hemos venido a buscar y nos marcharemos.
El hombre lloraba, como si fuese un bebé al que le habían quitado su juguete favorito, pero aquello a Eri no le daba ninguna lástima.
—Un anciano no sabe... Un anciano no sabe...
—Un anciano sabe lo que le interesa —alegó la pelirroja, acercándose —. ¡Si no quiere decirnos nada, dínoslo! Pero no nos tenga aquí esperando por respuestas vacías, ¡somos ninjas, no videntes! —exclamó, sin acercarse a él como había hecho Akame —. Solo queremos saber qué narices pasa con la mansión del Señor Takeda, ¡y ya! ¡No planeamos vencer a monstruos ni a samuráis venidos del más allá, ni a plantarle cara a tus maestros!
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Todos estaban perdiendo la paciencia: Akame, el ninja más calmado que Datsue había conocido; e incluso la propia Eri, que empezó a chillarle. Datsue estaba igual que ellos, aunque hasta el momento lo disimulaba mejor. Visto desde fuera, quizá la escena incluso resultase grotesca. Tres críos abofeteando y gritando a un anciano por respuestas que no era capaz de dar. ¿Hubiesen hecho lo mismo con el alguacil? Lo dudaba mucho. Pero aquél era un hombre viejo e indefenso, que en vez de devolver las bofetadas ponía la otra mejilla.
«Menos mal que nadie nos observa», pensó, aliviado.
Esperó a que el anciano respondiese a Eri, pero si volvía a soltar frases sin sentido…
—¡Basta! —exclamó, agarrando al viejo por el cuello de la camisa y tirando de él para que le mirase a los ojos. Unos ojos impregnados en sangre, y con tres tomoe alrededor de las pupilas—. Es hora de que me cuentes la verdad.
Sin pensárselo más, introdujo al anciano en una ilusión. Ahora se encontraban solos, fuera de casa, en la calle, donde se podía ver el gran edificio en ruinas… solo que ya no estaba en ruinas, sino quemándose. Grandes lenguas de fuego devoraban sus cimientos, reduciéndola a cenizas y levantando grandes columnas de humo, que se perdía en un cielo oscuro. Se oían gritos. Chillidos de niños pequeños. Datsue se estaba arriesgando con aquella recreación, pero llegados a aquel punto, no creía que yendo a lo seguro fuese a conseguir nada.
—Mírame, anciano —los ojos de Datsue se clavaron en los suyos—. Un anciano sabe mi nombre. Un anciano sabe quién soy. Yo soy… —se inclinó hacia él y susurró en su oído—, el Elegido. Yo puedo romper el círculo —añadió, con voz profunda, mientras tomaba el antebrazo del viejo. Se lo mostró. Las serpientes tatuadas que se devoraban a sí mismas estaban… decapitadas. El círculo se había roto—. Pero antes un anciano debe contar la verdad. Toda.
»Solo así… Solo así impediremos que se lleven a más niños.
«Vale… Cómo esta fantasmada salga mal ni una palabra a Eri o Akame. Me da que hasta en Kusagakure se oirían sus carcajadas…»
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Los uzujin no parecían dispuestos a ceder ante las súplicas del anciano. Haciendo gala de toda su dureza, los tres gennin se convirtieron en el ninja malo al perder la paciencia. Primero fue Akame, luego Eri y finalmente Datsue. El anciano capeaba las exigencias y los maltratos con gemidos quedos y sin abandonar su posición fetal sobre la silla.
Sin embargo, fue Datsue quien decidió subir un nivel más en las técnicas de interrogatorio. Capturó la mirada del viejo con su Sharingan de tres aspas y al momento aquel molino negro que tenía en los ojos empezó a girar, arrastrando al desgraciado hombre hacia un mundo ilusorio en el que estaría a completa merced del Uchiha.
Akame ni siquiera tuvo que preguntar para saber lo que estaba ocurriendo. En el mundo real, el anciano se había quedado paralizado, con la boca entrabierta goteando una baba espesa. Su compañero de Villa también permanecía inmóvil, con unas gotas de sudor recorriendo su frente.
«Esperemos que funcione...»
—
Dentro de la ilusión, el anciano gimió de puro terror al ver de nuevo aquella imagen. Aquel escenario que parecía conocer bien. Cayó de rodillas, sometido, y se aferró la cabeza con ambas manos. El mundo se combaba a su alrededor y adoptaba las formas caprichosas que Datsue le decía.
Demasiado para un hombre mayor.
De repente, el Uchiha pudo sentir algo. Un chakra externo. No pudo verlo, pero sí notar que era incómodo y nauseabundo; como meter la cabeza en una cloaca. Aquel chakra oscuro y pringoso permeó en su Genjutsu, deshaciéndolo como si fuese un chorro de ácido en una bañera.
Con un grito desgarrador que le puso los pelos de punta al Uchiha, el anciano salió catapultado fuera del Saimingan, y Datsue fue detrás.
—¡AaaAaAaAAAa...
—
—... AAAAH!
Akame y Eri pudieron ver como el tipo daba un brinco, perdiendo el equilibrio sobre su silla y cayendo de espaldas, golpeándose la cabeza contra el suelo.
—¡Mierda! —exclamó el Uchiha, sorprendido.
Por fortuna para los shinobi, parecía que el anciano todavía estaba consciente.
—¡NO! —suplicó, cruzando ambos brazos frente a su rostro—. ¡Un anciano no sabía qué iba a ocurrir! ¡Fueron ellos! ¡Ellos! ¡Ellos se llevaban a los niños, los llevaban al templo! ¡Un anciano no sabía, un anciano sólo...! —hablaba deprisa, atropelladamente, como si quisiera librarse de algún secreto que pudiera explotarle dentro de la cabeza si se lo guardaba un segundo más—. La casa... La casa... ¡La casa Yogo-sama! ¡La antigua finca!
De repente calló. Sus ojos se abrieron de par en par y se llevó ambas manos a la cabeza.
—No... No... No... Yogo-sama, por favor... Por favor... No me castigue... No me castigue...
La chica se asustó cuando Datsue chilló, y se alejó un poco del escenario en el que estaba para dar paso al Uchiha del moño. No sabía exactamente que estaba haciendo, pero si funcionaba, por ella perfecto. Se estaba impacientando y necesitaba saber las cosas ya. Odiaba dejar las cosas a medias, le parecía una pérdida de tiempo, pero con el anciano aquel parecía que podía hacer una excepción.
Sin embargo, el anciano soltó un chillido y pegó un brinco, cayendo de espaldas.
—¡Ah! —exclamó la joven mientras se asustaba, sin saber muy bien qué acababa de ocurrir.
El anciano parecía estar consciente aún, y Eri imaginaba que Datsue había hecho algo relacionado con genjutsu pues ya no le quedaban más opciones, sin embargo parecía haber influido en el anciano, al menos un poco.
—¡NO! ¡Un anciano no sabía qué iba a ocurrir! ¡Fueron ellos! ¡Ellos! ¡Ellos se llevaban a los niños, los llevaban al templo! ¡Un anciano no sabía, un anciano sólo...!
El anciano hablaba, explotando y soltando palabras sin parar. Eri intentaba seguirle pero le costaba un poco... «Niños... ¿Al templo? ¿Harían algo con esos niños? ¿Los... Sacrificarían?» pensaba horrorizada entre el medio discurso atropellado del anciano.
—La casa... La casa... ¡La casa Yogo-sama! ¡La antigua finca!
«¿Será... La mansión del señor Takeda?»
—¡La mansión! ¡La mansión del señor Takeda! ¿Es la finca de Yogo-sama? ¿Anciano? ¿Qué le hicieron a esa finca? —exclamaba la joven más por la euforia de tener una pista que por querer saber más.
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Un nuevo chakra estaba surgiendo en el interior del anciano, desplazando al suyo propio y provocando que perdiese el control de su genjutsu. Jamás le había pasado cosa igual, ni había sentido un chakra tan nauseabundo. Era asqueroso, como bañarte en centenares de huevos podridos, o en las heces descompuestas de una cloaca.
De pronto, se vio expulsado. El Uchiha retrocedió de la impresión, tropezando y cayendo de culo. Todavía no se lo creía: de verdad le había interrumpido la ilusión. «No es Uchiha… ni usó el Kai. ¿Qué cojones es esto?»
El anciano siguió gritando, fuera de sí. Se repetía con el tema de los niños, más, a cuentagotas, soltó una nueva información: la finca era de Yogo-sama. El Uchiha se imaginó que se refería a la mansión del señor Takeda. No fue el único en creerlo: Eri se apresuró en preguntarlo. Viendo cómo se encontraba el anciano, tenía sus dudas de que fuese a responder. O, al menos, no claramente.
—Chicos —dijo, tras un rato. Había estado callado, pensando en lo sucedido, y solo era capaz de llegar a una conclusión. Se levantó—. Creo que esas marcas en el brazo son de un sello maldito. Cuando lo introduje en el genjutsu, sentí un chakra externo que me expulsó —dijo, mirando a Akame. ¿Qué otra explicación había? Tenía que ser un juinjutsu—. Sé cómo suprimirlos, aunque no sé si eso nos ayudaría con el interrogatorio. —No creía que fuese a recuperar la cordura simplemente por quitarle el sello—. Y… No sé si el viejo lo lograría. El proceso es extremadamente doloroso, según leí.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80