Al percibir la alarma de Stuffy, los dos ninjas se volvieron hacia el pequeño can.

—¿Pasa algo Stuffy? ¿Quieres que vayamos hacia esa dirección? —preguntó Eri.

Él ladró con aún más vehemencia si cabía, y entonces echó a correr desfiladero abajo, por el mismo camino que habían utilizado los dos genin para subir hasta el castillo de Tono.

— No hay tiempo, vamos, rápido —añadió Nabi, antes de seguir a su compañero.

De aquella manera, Nabi y Eri abandonaron sus puestos en el castillo que hacía las veces de museo armamentístico para seguir el olfato del animal. Stuffy no se paró a esperarlos en ningún momento, por lo que los dos genin se vieron obligados a correr con todas sus fuerzas para no perderle de vista.

Por suerte, la carrera no iba a durar demasiado tiempo.

Al llegar a la base del desfiladero se vieron envueltos de nuevo por el ambiente festivo de la ciudad. Demasiadas personas, demasiados olores diferentes...

Stuffy no tardó en perder el rastro que llevaba y paró en seco.

El perro tras la pregunta ladró todavía con más ganas, y sin esperarles, corrió calle abajo. Eri cruzó una mirada rápida con Nabi, quién apremió a la kunoichi que siguiesen al can lo más pronto posible, y ambos comenzaron a correr tras el rastro del perro de pelaje oscuro.

Tras dejar atrás a Tono, la única misión de Eri en aquel momento era seguir a Stuffy donde fuese, y aquel día parecía totalmente metido en sus quehaceres de perro ninja, porque la verdad es que si no hubiera apretado tanto —dejando atrás a Nabi en el proceso—, no hubiera podido seguirlo.

Aunque para su desgracia, el can pareció perder el rastro pues se paró tras un rato de colarse entre la multitud de gente que se arremolinaba por el festival que en Taikarune brillaba. No pudo evitar fruncir los labios y miró a Stuffy, seguramente perder un rastro así iba a ser frustrante.

—No pasa nada Stuffy, volveremos a conseguir el olor —confortó al can mientras acariciaba su cabeza, luego se giró a Nabi —. Ya que hemos salido corriendo así, podríamos visitar a Doro-san, si mal no recuerdo Tsuwamono-san dijo que vivía en el edificio que hace esquina con la tienda de regalos de una tal Kamerita-san, ¿qué te parece? —le preguntó, intentando alejarse un poco de la multitud para poder dialogar con su compañero de misión sin tener que chillar por encima del barullo general que allí había.

Stuffy sacó su lado más perruno, como aquella vez con Datsue, se subió al tren de la esencia perruna y se dejó llevar. Por suerte, esta vez solo era de forma rastreadora. Echó a correr sin esperar a nadie, Eri y yo le mantuvimos el ritmo como buenos shinobis uzuneses entrenados arduamente para todo tipo de situaciones hasta que se detuvo.

Levantó la cabeza buscando algo, volvió a pegar el hocico al suelo intentando retomar el olor pero no pareció conseguirlo. Entre el gentío, la fiesta y el olor a pescado frito de los puestos de comida, no me extrañaba que el pobre se hubiese perdido.

—No pasa nada Stuffy, volveremos a conseguir el olor. Ya que hemos salido corriendo así, podríamos visitar a Doro-san, si mal no recuerdo Tsuwamono-san dijo que vivía en el edificio que hace esquina con la tienda de regalos de una tal Kamerita-san, ¿qué te parece? —

— Parece... una idea. — confirmé con solemnidad — Pero yo no conozco este lugar. ¿Preguntamos a alguien?

Stuffy parecía emperrado en recuperar el olor porque iba de un lado a otro olfateando todo lo olfateable para intentar retomar el rastro.

Sin embargo, rodeados como estaban de una auténtica marabunta de gente y además en un lugar prácticamente desconocido para ambos, a los dos genin les era muy difícil ubicar el hogar de Doro. Lo único que sabían era que la casa del guardia se encontraba en el edificio que hacía esquina con la tienda de regalos de Kamerita; pero, ni siquiera Eri (que ya había estado en la ciudad con anterioridad) sabía dónde estaba.

Y, desde luego, no parecía encontrarse a primera vista, por lo que no les quedaba más remedio que...

Ante la idea, ambos shinobi comenzaron a buscar, sin embargo, al encontrarse entre tanto gentío que iban de un lugar a otro, con el único propósito de llegar a su destino; no lograban ubicarse, ni si quiera tenían un triste mapa de Taikarune y aunque ella pisó esas tierras tiempo atrás, nunca había visitado la tienda de Kamerita.

Arrastró a Nabi prácticamente fuera de toda aquella gente e intentó hablar con él.

—Creo que no nos queda más remedio que preguntar —le soltó una vez pudieron hablar en un tono normal —. Eso, o volver a por más indicaciones por parte de Tsuwamono-san.

Eran sus dos únicas opciones, así que no podía evitar sentirse fatigada ante la idea de que se habían metido en un callejón del que no sabía salir.

Buscó a alguna persona que no estuviese rodeada de gente, quizá alguien apartado al que molestar lo menos posible, aunque tampoco veía a alguien con esas características.

—¿Ves a alguien a quién preguntar? —preguntó a Nabi, sin dejar de buscar con la mirada.

En vista de que no iba a encontrar el rastro entre tanta gente, Stuffy se sentó al lado de Eri y yo, esperando que los humanos diéramos con la solución mientras se rascaba la oreja con la pata trasera, una habilidad que me parecía impresionante y tremendamente útil.

—¿Ves a alguien a quién preguntar? —

Esa pregunta, sin duda, había sido la más extraña y difícil de contestar que recordaba. Acababa de arrastrarme fuera de una muchedumbre y ahora me pregunta si veo a alguien a quien preguntarle. Debía manejar muy bien mis palabras para no soltar nada irónico ni ofensivo, y estaba, como he dicho anteriormente, muy difícil.

— Em, ¿sí?

Señalé con ambas manos a toda la gente que se atropellaba a sí misma en la calle principal, yendo como ovejas descarriadas.

Los dos genin habían conseguido apartarse un poco del grueso de la multitud, aunque poco se podía hacer para quedar completamente a solas, pues la gente llenaban todos los espacios posibles para seguir su transcurso.

Seguían mirando a su alrededor, buscando a una persona a la que preguntar, pero lo cierto es que se encontraban rodeados por decenas de ellas, de todas clases y edades. Desde delicadas abuelitas que cacareaban entre sí los últimos cotilleos de la ciudad, personas adultas de apariencia algo imponente, hasta niños que corrían de aquí para allá jugando al pilla-pilla.

¿A quién elegirían?

Haber preguntado a Nabi tampoco fue muy productivo, ya que ni él sabía a quién elegir, y eso que era el que más especializado estaba en rastrear. Suspiró profundamente, sabiendo que al final elegirían a quien mejor les pareciese y ya.

Había demasiada gente para su gusto, abuelas que cotilleaban en corros —como en Uzushiogakure—, personas con apariencia imponente que seguro les dedicaban alguna que otra mirada mala, y niños que corrían jugando de un lado a otro.

Volvió a suspirar y eligió:

—Vamos a hablar con el anciano de allí —informó la kunoichi, acercándose a una pareja de ancianos que hablaban animadamente —. Buenos días señores, por casualidad... ¿No sabrán ustedes dónde se encuentra la tienda de regalos de Kamerita-san?

Le señalé a Stuffy que no se separase de nosotros y que dejase de olfatear ya, que se iba a volver loco, todo eso con movimientos de cabeza y pequeños gestos manuales. Teníamos un idioma muy desarrollado para que no se pusiese a ladrar en público, no por nada eramos ninjas.

Los dos íbamos cerca de Eri cuando ésta se fue a preguntar a un par de viejos que andaban por ahí. Seguramente conociesen la tienda de regalos de Kamerita, aunque no entiendo muy bien que se vende en una tienda de regalos. Es decir, cualquier cosa puede ser un regalo, para Datsue una caca de perro podría ser un regalo. Intenté no reírme de mis propias ocurrencias, manteniéndome a una distancia prudencial pero no demasiada de Eri.

La kunoichi de Uzushiogakure suspiró, y entonces se dirigió junto a su compañero a una pareja de ancianos para preguntar por la tienda de regalos de Kamerita-san.

Eran dos hombres, ambos muy, muy viejos. Ambos arrugados como una pasa y ambos con pequeños ojillos cubiertos por la espesa niebla del tiempo. Habían perdido tiempo atrás el pelo, aunque uno de los dos lucía una debilitada barba de pelo fino y casi ralo. Charlaban animadamente entre sí, pero cuando los dos chicos se acercaron a ellos les dirigieron toda su atención. Y al viejo de la barba se le iluminó la cara.

—¡Oh, pero qué perrito tan bonito! —exclamaba, con voz trémula e inclinando su débil cuerpo tratando de alcanzar al animal.

El otro anciano, por otra parte, se había fijado en Eri.

—Oh, Mire-chan, tu abuela estaba muy preocupada por ti, ¿dónde has estado querida nietecita? —se acercó a la muchacha y la tomó por debajo del codo—. Vamos, vamos a casa. Ya es muy tarde para que una jovencita vaya sola por la calle. ¡Oh! ¿Ese es tu novio, Mire-chan? —añadió el abuelo de repente, señalando a Nabi con un dedo tembloroso y quebradizo como una ramita—. Es un buen mozo, el hijo de Kamerita-san, sí, sí.

Ambos ancianos rápidamente se dieron cuenta de la presencia de los shinobi, donde uno de ellos se inclinó para saludar a Stuffy y el otro...

El otro se había fijado en ella.

—Oh, Mire-chan, tu abuela estaba muy preocupada por ti, ¿dónde has estado querida nietecita? —Eri lo miró anonadada, ¿cómo que Mire-chan? ¿Y qué era eso de nietecita? El anciano la tomó por el codo y ella frunció ligeramente el ceño, ¡se estaba confundiendo de persona—. Vamos, vamos a casa. Ya es muy tarde para que una jovencita vaya sola por la calle. ¡Oh! ¿Ese es tu novio, Mire-chan?— prosiguió el señor, todavía incapaz de ver que aquella chica no era la tal Mire-chan—. Es un buen mozo, el hijo de Kamerita-san, sí, sí.

—No, no señor, se está usted equivocando —empezó ella, sin zafarse del todo del agarre que ejercía el anciano sobre su codo, aunque sentía que si se movía mucho terminaría por desmontarlo —. Somos ninjas de Uzushiogakure, ¿sabe? No somos de por aquí, me llamo Eri, no Mire-chan.

Se señaló a sí misma.

—Este chico de aquí es Nabi, no es el hijo de Kamerita-san, señor —prosiguió, hablando de forma lenta y pausada para que la entendiesen bien —. Venimos por un encargo y nos gustaría saber dónde está la tienda de regalos de Kamerita-san, ¿saben ustedes dónde podríamos encontrarla?

Ahí iba de nuevo.

Vamos, vamos a casa. Ya es muy tarde para que una jovencita vaya sola por la calle. ¡Oh! ¿Ese es tu novio, Mire-chan? Es un buen mozo, el hijo de Kamerita-san, sí, sí.

Stuffy se puso sobre sus dos patas traseras para acercar su cabeza a la mano acariciante del anciano. Por mi parte, solo sonreía divertido por la situación mientras Eri se discutía para demostrar su verdadera identidad, desmintiendo que tuviéramos una relación sentimental a la velocidad de la luz.

—Este chico de aquí es Nabi, no es el hijo de Kamerita-san, señor. Venimos por un encargo y nos gustaría saber dónde está la tienda de regalos de Kamerita-san, ¿saben ustedes dónde podríamos encontrarla?

Aunque no aporté nada a la conversación tampoco me alejé mucho de Eri, por si había que darle dos hostias a alguno de esos viejos seniles. Tampoco iba a dejar que se llevase a mi pelirroja solo porque chocheara.

—No, no señor, se está usted equivocando —protestó Eri, y el anciano la miró confuso, sin saber a qué se estaba refiriendo—. Somos ninjas de Uzushiogakure, ¿sabe? No somos de por aquí, me llamo Eri, no Mire-chan —explicó, señalándose a sí misma—. Este chico de aquí es Nabi, no es el hijo de Kamerita-san, señor —prosiguió, hablando de forma lenta y pausada para que la entendiesen bien—. Venimos por un encargo y nos gustaría saber dónde está la tienda de regalos de Kamerita-san, ¿saben ustedes dónde podríamos encontrarla?

—Oh... entonces tú no eres Mire-chan... —murmuró el viejo, alicaído.

—¡Claro que no, viejo chocho! —intervino el otro, mientras seguía acariciando a Stuffy con la ilusión de un niño—. ¡Si tu nieta murió hace cinco años!

—Oh... —El pobre hombre soltó el codo de la muchacha, dejándola libre.

Entonces el anciano de la barba levantó uno de sus débiles brazos y señaló cuesta arriba.

—La tienda de Kamerita-san está dos calles arriba, girando en el callejón a la izquierda y luego girando a la derecha.

—¡Pero qué dices, hombre! —exclamó el otro débilmente. Parecía haber olvidado su aflicción y ahora señalaba calle abajo—. ¿No recuerdas que se trasladó al puerto?

La chica vio la desilusión en los ojos del hombre cuando escuchó que ella no era su nieta, y le partió el corazón cuando descubrió que llevaba muerta cinco años. Frunció los labios y se dijo interiormente que aquello no tenía que afectarle, era una misión y tenía que cumplirla.

Hasta que por fin descubrían algo.

—La tienda de Kamerita-san está dos calles arriba, girando en el callejón a la izquierda y luego girando a la derecha.

—¡Grac-

—¡Pero qué dices, hombre! ¿No recuerdas que se trasladó al puerto?

«¿Pero en qué quedamos?»

Eri dedicó una mirada llena de duda a Nabi, incapaz de creerse lo que estaba oyendo. Aunque tampoco se fiaba del hombre que acababa de decir que estaba en el puerto, ya que hacía tan solo unos instantes la había confundido con su nieta muerta.

—Disculpad, señores, ¿entonces la tienda de Kamerita-san está en el puerto, o subiendo dos calles arriba? —preguntó, insistiendo. Tampoco quería equivocarse, aunque si no quedaba otra... Tendrían que ir a ambos sitios a ver cuál de las localizaciones era la verdadera.

Observé la escena como el espectador que era. Stuffy se dejaba hacer, Eri se debatía con los ancianos por sonsacarles algo de información fiable y yo miraba. Entonces los viejos empezaron a contradecirse y la pelirroja me miró, yo respondí encogiéndome de hombros y devolviendole la misma mirada dudosa que ella me había lanzado.

Había gente con un sexto sentido para entender a otra gente, yo eso no lo tenía, yo eso ni lo raspaba ligeramente a decir verdad. Mi fuerte era ser fuerte, sigiloso, guapo, humilde, listo y de vez en cuando gracioso. Pero entablar conversación con otra persona y sacar algo en claro, eso estaba a un nivel distinto para mí. Al nivel imposible.

Iba a abrir la boca para decir que era improbable que una tienda de regalos estuviese en el puerto, pero tenía todo el sentido del mundo, al fin y al cabo, es el primer y último sitio que pisan los turistas. Así que la volví a cerrar y dejé hacer a Eri. Que bien que hicimos al votarla líder del equipo.