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Di un salto final para asegurarme que, incluso habiendo hecho uso del sunshin, no me llevaba sorpresas desagradables. Jamás lo había visto con m,is propios ojos pero las leyendas y las historias estaban allí para escucharlas y leerlas. El Kirin disponía de un poder de destrucción sin igual y el simple roce podría convertir en cenizas a cualquiera que lo enfrentase, a cualquier que se pusiera en medio de su camino. Con un petardeo final que inundó la zona de una luz cegadora y un sonido aplastante dio final al espectáculo audiovisual que era aquella técnica.
«Hos tia puta... ¿sigo vivo?»
Era dificil discernir si seguía en el mundo de los mortales o había sucumbido al abrazo del Yomi. Muchas emociones que nunca antes había vivido. Uno podía sentir las palpitaciones del riego sanguíneo, ¿o era pura adrenalina? La realidad es que me sentía como aturdido y confundido. Fue entonbces cuando me percate que mi culo estaba besando el suelo. Sacudí la cabeza y me froté los ojos con las manos.
— ¿Z-Zaide..? — salió un hilillo de voz de entre mis dientes. Volví a sacudir la cabeza — Será mejor que me vaya. Si el objetivo de ese Kirin era zaide se habrá quedado refrito
Las palmas de mis manos se posaron sobre la húmeda hierba cuando el bosque ya había recobrado su colorido habitual con aquel tenue azul y la oscuridad acechando en sus alrededores. traté de recuperar la verticalidad y durante el proceso la orientación pero ya no sabía donde tenía los pies ni la cabeza, como para saber donde estaba el norte. Miré a mi espalda, buscando reconocer algo.
«Joder»
Juraría que veníamos de allí, así que tenía que ir en dirección contraria para salir de allí de una santa vez. No había ni rastro de los zaides así que se suponía que no había peligro alguno. Se suponía. Pero si algo había aprendido es que en aquel bosque nada era lo que parecía y los peligros acechaban a cada paso. Traté de moverme con sigilo entre los árboles que quedaban en pie en la dirección en la que creía que tenía que ir
— Relájate, todo saldrá bien — me susurré a mi mismo.
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Seguía vivo.
No su clon, que acababa de recibir el impacto de un millón de voltios en cada poro de su piel. Pero él sí. El auténtico. Lo había sabido desde el principio, desde que había visto un rayo perdiéndose en la bóveda formada por las ramas de los árboles. Solo existía una razón por la que él hubiese lanzado un rayo al cielo. Y, por tanto, solo existía una razón por la que su Sombra lo hubiese hecho.
Por eso había enviado un clon en su lugar después de abrir el pergamino. Y había esperado, paciente, a ver a su contraparte. Chidori en mano, se había precipitado entre los árboles, rabioso, esperando que la última información recogida por su Kage Bunshin le brindase la pista que necesitaba.
Al final, su Chidori había atravesado el tronco de un árbol. Menuda ironía. Su Sombra tampoco podía ser matada. Se desvaneció ella misma, cuando quiso, cómo quiso, dejándole con aquel sabor amargo. Dejándole insatisfecho. Dejándole inconcluso.
Tu vida no tiene sentido.
Golpeó con el puño el tronco de un árbol. Una segunda vez. Una tercera. Cuando, minutos más tarde, bajó al cráter, tenía los nudillos despellejados y los ojos enrojecidos. No por el Sharingan. ¿Qué coño iba a hacer? ¿Qué coño estaba haciendo? Sin amigos. Sin su hermana. Sin la mujer de su vida. Sin familia. Luchando una guerra que le quedaba grande. Dándoselas de revolucionario, pero tan manchado de sangre que ya formaba parte de su piel. De su aroma corporal.
— ¿Habrá escapado? —se preguntó, por Yota. Tenía la voz quebrada y eso le molestó. Carraspeó.
Un Shunshin debía dejar restos en una zona de tanta hierba y arboleda como aquella. No quería pensar. No quería preguntarse cosas. Así que decidió ocupar la mente tratando de rastrear al kusajin. Se agachó, al borde del cráter, junto a la hierba, y trató de encontrar y seguir su rastro.
AO revelada: Enviar un Kage Bunshin al cráter mientras el Zaide real sigue escondido entre las ramas.
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Sí. Aunque pudiera parecer fruto de una ilusión, Sasagani Yota seguía vivo. Algo magullado, herido y profundamente aturdido por la batalla en la que acababa de participar de forma forzada, pero vivo. Las primeras palabras de el de Kusagakure fueron para llamar a Uchiha Zaide, pero no recibió respuesta alguna. Por esa razón, y haciendo caso a su sentido común, decidió levantarse y echar a andar. ¿Pero hacia dónde? En aquel misterioso bosque, todo parecía igual: estaba rodeado de aquellos árboles de troncos oscuros e incluso la hierba luminiscente bajo sus pies formaban una alfombra homogénea sin apenas indicaciones visuales que pudiera seguir. El norte no parecía existir en aquel lugar feérico.
Así, Yota echó a andar en lo que él juraría que era la dirección opuesta por la que habían venido.
. . .
Sí. Aunque pudiera parecer fruto de una ilusión con el Sharingan, Uchiha Zaide seguía vivo. Lleno de rabia por no haber podido acabar con su Sombra con sus propias manos, insatisfecho e incompleto a partes iguales, pero seguía vivo. Sus pensamientos derivaron hacia Sasagani Yota. ¿Habría sobrevivido? El criminal ocupó su mente con aquel pensamiento para no pensar en otra cosa. Y se puso a rastrearle.
Tirada por rastreo:
00-- (-2)
Percepción de Uchiha Zaide: 80 (+3)
Tirada final: -2 + 3 = +1
Le costó más tiempo de lo que le hubiese gustado admitir. Uchiha Zaide se quedó acuclillado junto al cráter varios largos minutos, inspeccionando con sus afilados ojos los restos de hierba y la tierra removida en busca de una pista. Aproximadamente diez minutos después, lo encontró. Unas huellas. Apenas marcadas. Zaide tendría que mantener la concentración en ellas para seguirlas.
...
Sasagani Yota no llegó al lugar que esperaba. Al menos no debía serlo, si lo que esperaba era deshacer el camino andado. El bosque se había abierto a su alrededor, revelando un hermoso claro inundado de aquella luz azulada luminiscente de la hierba. El claro estaba inundado por lo que parecía ser un lago de aguas turbias y, en el centro de este, una pequeña isla a la que se podía acceder por un sendero de pequeñas islitas, que apenas medían más que su pie, que zigzagueaban sobre el el agua hasta llegar a esta. Sobre la isla central, notablemente más grande, parecía haber una especie de altar funerario... con dos espadas gemelas clavadas en cruz sobre este.
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Caminé con la cautela de quien no quiere ser descubierto, pero también con los sentidos puestos en lo que iba descubriendo a mi paso. Creía que por allí no había pasado pero aquel bosque maldito podía llegar a traicionarme. No dudé, volver hacía atrás no era opción, por el momento. Entonces el bosque fue como si se abriese de golpe, como si hubiese llegado a una gran esplanada. Una gran esplanada de agua.
— Joder... — me lamenté, fruto de la desesperación.
Si aquel era el camino solo había un modo de descubrirlo pero solo le faltaban neones colgados del cielo que dijesen 'peligro de muerte inminente'. Y más en aquel bosque endemoniado. Suspiré un par de veces mientras me fijaba en el caminito que dibujaban los piedras. Seguí con la mirada su camino hasta la islita en el centro del lago. Un par de espadas gemelas aguardaban a alguien temerario o quizás a alguien valiente. No tenía claro ser yo ese alguien pero... ¿acaso tenía opción? Mi trasero cayó al suelo y mis manos taparon mis ojos mientras resbalaban hasta mi nariz y mi boca, al tiempo que resoplaba.
— Está bien, está bien, lo haré. Todo irá bien, ¿verdad? — me dije, autoconvenciendome.
No obstante, antes me tomaría unos minutos para retomar fuerzas y aliento.
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Le costó más tiempo del que jamás reconocería a nadie. Quizá fue porque la última frase de su sombra todavía sonaba como un eco insistente en su cabeza, o porque todavía no se fiaba del todo de que hubiesen ganado y miraba a cada rato por los alrededores. O quizá, simplemente, que un ojo veía peor que dos. Fuese como fuese, tardó un lustro en encontrar el rastro del kusajin.
—Aquí estás, me cago en mi madre.
Parecía que Yota había tomado un rumbo fijo —esperaba que más por buena orientación que por haber tirado una moneda al aire—. Bufó al pensarlo. Seguro que era lo segundo. Fuese como fuese, trató de no perder el rastro y empezó a seguir las huellas.
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Lleno de cautela (nadie podría culparle, después de todo lo que había vivido dentro de aquel bosque que parecía estar sacado de un cuento de hadas), Sasagani Yota estudió el terreno que tenía frente a él y el paisaje que se dibujaba a su alrededor. Sin embargo, no se atrevió a aventurarse inmediatamente. En su lugar, se dejó caer al suelo, retomando el aliento perdido.
Mientras tanto, Uchiha Zaide había avistado un rastro de huellas, y se dispuso a seguirlo.
Tirada por rastreo:
0+00 (-2)
Percepción de Uchiha Zaide: 80 (+3)
Tirada final: +1 + 3 = +4
Pese a estar poco marcadas en la hierba, seguir el rastro desde luego fue mucho más fácil que detectarlo en primer lugar. El Uchiha, a la zaga del Kusajin, no tardó mucho tiempo en llegar al sitio donde se encontraba su rehén y, frente a sus ojos, se dibujó el mismo escenario: un lago ubicado en un amplio claro, con una isleta en su centro y dos espadas gemelas clavadas en cruz sobre lo que parecía ser un altar funerario.
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Una vez encontrado el rastro, seguirlo fue mucho más sencillo. Su único ojo sano no le falló en eso, y logró dar con el kusajin al poco rato. Su rehén… libre y sin esposas. «¿Por qué cojones le quitaría las cadenas?» Se acordó de que había estado al borde de la muerte hacía tan solo unos instantes. «Ah… Ya. Por eso».
—¡Y yo que pensaba que estábamos forjando una sincera y mutua amistad! —exclamó a su espalda, en parte para asustarle—. Y a la primera que las cosas se tuercen un poco vas y me dejas tirado.
Su ojo sano recorrió el claro. Primero en busca de algo que no encontró. Luego encontrando algo que no buscaba.
—Qué extraño. Pensé que ya estarías con tu araña tocapelotas. —Frunció el ceño, en parte curioso, en parte escéptico—. ¿Y esas espadas?
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La autentica cuestión era saber si por ese caminito iba a salirme un gebijū o activaria una trampa mortal que, teniendo en cuenta que estábamos en el bosque endemoniado de Ōnindo peus era altamente probable. No deja de escudriñarlo con la vista, esperando que se me apareciese la virgen, intentando ver algo qaue me diese algún tipo de indicación.
—¡Y yo que pensaba que estábamos forjando una sincera y mutua amistad!
Desde luego,. ese no era el tipo de pista que estaba esperando.
. Y a la primera que las cosas se tuercen un poco vas y me dejas tirado.
— Oh... no seas melodramatico. No caí en la táctica del Kage Bunshin y te di por muerto — giré el rostro y le guiñé el ojo.
Instantes después de volví la vista a las espadas.
—Qué extraño. Pensé que ya estarías con tu araña tocapelotas.
— Se llama Kumopansa
«Pero antes de invocarla voy a tener que recuperar un poco de chakra»
—. ¿Y esas espadas?
— Sí, estaba pensando cómo diantres llegar hasta ellas sin activar dos cientas trampas. Ese caminito no creo que sea de fiar, ¿alguna idea? ¿Viento Blanco podria ser bastante útil, no te parece? — dije mientras recuperaba la verticalidad sin perder aquel par de espadas de vista.
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Zaide negó con la cabeza ante la propuesta del chico.
—Solo puedo invocarle una vez al día —dijo, evaluando la distancia que había entre ellos y las espadas. Después de todo lo que habían vivido, Zaide no tenía fuerzas para romperse la cabeza mucho más. Todavía se preguntaba quién narices había creado esas sombras, y con qué motivo. ¿Qué ahora había más trampas? Era posible, pero no veía ninguna a la vista—. Tendremos que resolver quién se acerca de los dos a la vieja usanza.
Miró a Yota muy seriamente. Extendió una palma, boca arriba, y luego la golpeó con la base del otro puño.
—¡Piedra, papel, tijera! —exclamó, y esperó a que el chico hiciese lo propio—. ¡Un, dos… tres…! ¡Fuera!
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La verdad es que la decepción abrazó el ambiente por instantes. No había la opción del halcón de Zaide. Tampoco de Kumokichi. Ni siquiera de Kumopansa hasta que no hubiese recuperado un poco de chakra. Fue el propio Uchiha quién tomón la iniciativa y propuso arreglar aquello con un juego de niños y azar. Todos en algún momento de nuestras vidas habíamos jugado a aquello alguna que otra vez en nuestras vidas.
—¡Piedra, papel, tijera!
Puse mi diestra en la espalda para que no pudiese ver la figura que iba a formar y entonces...
. ¡Un, dos… tres…! ¡Fuera!
Ambos puños impactaron el uno con el otro como si fuese un simple saludo entre camaradas. Resoplé hastiado y bajé los brazos para posteriormente encogerme de hombros.
— Está bien, supongo que es un empate técnico. Iré yo
Mi mano diestra se paseó por mi nuca y la vista quedó fijada en las piedras que señalaban el camino a seguir. Poco a poco mis pies empezarían a seguirlo.
«Y de paso me aseguro que no te las quedas tú»
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14/05/2022, 15:27
(Última modificación: 14/05/2022, 15:28 por Uchiha Datsue.)
Se sintió extraño, entrechocando puños con Yota. Hacía tan solo unos días —aunque parecía que hubiese pasado ya una eternidad—, estaba amenazándole con cortarle un dedo, torturándole en ilusiones y hasta a punto de rebanarle el pescuezo cuando Kintsugi no accedió al pago por el rescate.
«Lucho porque te des cuenta de que tu vida no tiene sentido»
Las palabras volvieron a resonar en su mente, mofándose de él. Dolían. Dolían demasiado porque eran demasiado certeras. Incluso el maldito Yota se envalentonaba y le dejaba atrás. Zaide chasqueó la lengua. En aquellos momentos, pagaría una barbaridad por un gramo de omoide. Joder, con solo un chute bastaría para recordar tiempos mejores. Para volver a sentirse como antaño. Para volver a serlo.
— Qué hago con mi puta vida —farfulló, en voz baja, siguiendo al kusajin.
A ese punto había llegado: a seguir a su propio rehén. Si el Kirin le hubiese alcanzado, habría tenido al menos un digno final. Pero, joder, la Sombra no dejaba de ser su propio reflejo. Y él era tan patético que ni eso podía hacer. Lo había intentado ya en el pasado. Había intentado poner fin a su vida. Y ni eso había sido capaz de hacer.
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Acudir o no a la isla central era una decisión de máxima importancia y urgencia. Ninguno de los dos shinobi sabían con total certeza si podía haber más trampas esperándolos entre las aguas o las rocas o el altar funerario. Y, por esa misma razón, se pusieron manos a la obra. La indecisión se saldó de la forma más aleatoria e incluso infantil posible. Concretamente, con un juego de piedra, papel y tijeras. Sasagani Yota fue el elegido para aventurarse en aquel paraje, pero Uchiha Zaide le siguió de cerca.
Poco a poco, el Kusajin y el exiliado se adentraron en las aguas del lago, utilizando las rocas como camino improvisado. Saltando entre estas, llegaron a la isla central en cuestión de segundos. Para su alivio, nada saltó sobre ellos para devorarlos, ni pareció activarse ninguna trampa. Todo estaba calmo. Tan calmo, que estaba sumido en un silencio sepulcral que ni siquiera las aves se atrevían a romper. Ahora ambos se encontraban a salvo en tierra, y podían acercarse a investigar con mayor detenimiento el altar funerario. A juzgar por la capa de musgo que lo cubría y la roca erosionada, aquel altar debía llevar allí mucho tiempo. Y, al mismo tiempo, podía considerarse que se encontraba en mejores condiciones de las que tendría cualquier otra tumba normal y corriente a la intemperie. Sendas varillas de incienso, que de alguna manera se encontraban encendidas y humeantes, parecían guardar a dos espadas clavadas en cruz sobre la cubierta. Unas katanas igual de antiguas, con la empuñadura de color carmesí y reluciente metal, con un curioso añadido que las diferenciaba de cualquier otra katana que se precie: dos pequeños filos extra, y que surgían de forma perpendicular y en direcciones opuestas, uno hacia la mitad de la hoja principal y el otro casi en su extremo final. Aparte de esto, si cualquiera de los dos shinobi prestaba la suficiente atención, verían unas inscripciones talladas en la misma piedra:
"Aquí descansan los restos mortales del tercer vástago de la Primera Tormenta, quien rechazó convertirse en la nueva Tormenta para ser en su lugar el Guardián de los dos Colmillos, heredados por sus dos allegados y que les llevó a su perdición. Suya es la tarea de protegerlos y guardarlos, hasta la llegada de un nuevo maestro digno.
Sólo aquel que ame a la Tormenta, pero no anhele gobernarla, podrá empuñar los Colmillos."
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Las dos katanas le despertaron curiosidad, pero el mensaje en la piedra le tocó otro tipo de fibras. Disgusto, avaricia, repudia. La Tormenta se lo había arrebatado todo cuando tan solo era un crío. No, no la amaba, precisamente. Aunque tampoco tenía ansias de gobernarla. No obstante, agenciarse las katanas del hijo de la Primera Tormenta era tentador.
—Así que todo a lo que nos hemos enfrentado… ¿era para proteger estas katanas?
Debían valer una millonada. Por su valor histórico, pero seguramente también por su valor intrínseco.
—Dime, Yota —Se giró hacia él y le hizo la pregunta obvia—. ¿Cuánto amas a la Tormenta?
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Con cada pisada en una nueva piedra de aquel camino se me iban produciendo como microinfartitos, esperando lo peor. Pero para nuestra sorpresa nada pasó. No se activó ningún mecanismo letal, ningún nuevo enemigo se interpuso en nuestro camino y terminamos por llegar al islote del pedestal donde descansaban aquel par de espadas. Zaide tenía bastante interés también y me siguió desde un primer momento, claro signo de que perdimos el tiempo cuando el jueguecito de piedra, papel o tijera.
—Así que todo a lo que nos hemos enfrentado… ¿era para proteger estas katanas?
El calvo barbudo llamó mi atención. Lo vi leyendo la inscripción que había junto a las armas que dormían en aquel bosque maldito. De ser cierto lo que se preguntaba el Uchiha y lo que rezaba aquella inscripción todo cobraba, al fin, un mínimo sentido. Habíamos encontrado el secreto y a su vez el tesoro del Bosque de Azur. Habíamos superado los peligros de aquella trampa mortal y ahora estábamos frente a la gran recompensa. Pero ahora eran las dudas las que nos asaltaban.
—Dime, Yota
«¿A qué se refiere con la tormenta?»
—. ¿Cuánto amas a la Tormenta?
Me encogí de hombros, no terminaba por entender eso de la Tormenta.
— Supongo que sí. si en algo estoy especializado es en el raiton. Aún no sé hacer el Kirin pero... un día lo controlaré y creo que ese día es más cercano de lo que pudiera parecer
Me acerqué un poco más, poniendo la mano zurda sobre la roca y la mano derecha acariciaba el filo de uno de esos dos colmillos.
— Otra cosa no, pero preciosas son, ¿no crees?
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Mientras estaban inmersos en su propio debate sobre el significado del mensaje de la lápida, Yota apoyó su mano en la roca del altar funerario. Y, justo en el momento en el que acarició el filo de una de las espadas gemelas, lo sintió: fue como un calambre, un latido. Fue sólo un instante, que duró apenas un suspiro, pero el Kusajin sintió una especie de magnetismo hacia aquellas espadas gemelas.
¿Le estaban llamando?
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