— Poco a poco, Ren. Poco a poco.

— Nononononono — dijo alterada al ver que la había mal interpretado. — ¡Yo no fui quien se inventó la excusa, fue aquel anciano! Dijo que no era la primera vez que ocurría y que seguramente no sería la última, en estos dojos. Pero me advirtió que no lo volviera a hacer, y las otras veces cuando volví, pedí permiso

Suspiró tras dar sus explicaciones de nuevo, esta vez ya más aliviada.

— ¿Y tu Hana? Siempre hablamos de mí... Pero nunca me quieres hablar mucho sobre lo que quieres — se dejó caer suavemente, apoyando su cabeza en el hombro de ella, mientras ambas seguramente compartían mirada hacia el frente. — Todo lo que sé, es que te gustaría llegar a alcanzar una paz como la de Shiona...

Y que le gustaban los dulces, los osos de peluche, que tenía cierta tendencia a encapricharse de las cosas y robarlas; todo lo que le contaba sobre ella, se le grababa a fuego lento en su memoria.

— ¡Yo no fui quien se inventó la excusa, fue aquel anciano! Dijo que no era la primera vez que ocurría y que seguramente no sería la última, en estos dojos. Pero me advirtió que no lo volviera a hacer, y las otras veces cuando volví, pedí permiso

No podía ser más inocente, o mejor dicho, más ingenua.

— Pero si se entera la Arashikage de que entraste con su "permiso", ¿qué crees que pensará?

Suspiró ante la falta de lógica de su hermana. ¡Y ella pensaba que era demasiado ingenua! Pues anda que Ren iba apañada.

— ¿Y tu Hana? Siempre hablamos de mí... Pero nunca me quieres hablar mucho sobre lo que quieres Todo lo que sé, es que te gustaría llegar a alcanzar una paz como la de Shiona...

Recordó su primer encuentro, en el que una educada Hana se encontró con una educada Ren y hablaron educadamente. Que pronto todo eso había evolucionado a la familiaridad que tienen ahora.

— Lo cierto es que cuando te dije eso, también quería algo más. Algo que no te dije porque... bueno, eramos dos extrañas y tú eras de la lluvia y sabía que iba a parecer lo que no era. — se empezó a avergonzar ella sola hasta que paró, aclarandose la garganta — Quería una familia.

Se llevó las manos a un mechón de pelo cuando empezaba a no explicarse.

— Quiero decir, que no quería estar sola, no se me da bien. Puedo cocinar y puedo sobrevivir pero quería alguien en quien poder confiar, alguien con quien hablar de todo esto, de mis dudas, de mis miedos, de mis... — apartó la mirada — cosas. Pero eso ya lo he cumplido, ahora te tengo a ti.

Fue entonces cuando Hana sintió que su culo se hundía en la tierra. Con un leve sonido, se abrió una brecha alrededor de ella y la tierra se movió un pelín, en dirección a la ladera.

— Reeeen... — murmuró Hana con la boca entrecerrada para no enfadar a la madre naturaleza.

En cualquier momento, la tierra seguiría su camino y se caería ladera abajo, Hana se quedó muy quieta, por miedo a que si se movía se cayese. Estiró las manos con cuidado hacia Ren, esperando que esta entendiese lo que pasaba.

Las palabras de Hana no dejaban de ablandar el tonto corazón de la morena una tras otra. Ella tenía a Nanashi que era como su padre adoptivo y Oda que era una especie de tio-abuelo, pero había ciertas inquietudes que no quería compartia con ellos, no porque no confiara, si no que simplemente, no eran las personas indicadas; sin embargo, Hana si que lo era para ella.

Era esa parte que inconscientemente deseaba tener, las risas y experiencias que compartía con ella, se sentían de forma distinta; mucho más cercanas. Cuando esta pronunció que todo aquello que deseaba, lo había conseguido ahora que la tenía a ella; esbozó la sonrisa más dulce y cálida que jamas había hecho en su vida, desde lo más profundo de su corazón.

— Reeeen... — pero Ren no era consciente de lo que estaba sucediendo, simplemente se limitó a extender también los brazos junto a ella, pensando que quería otra caricia como las de aquella mañana; pero si el suelo cedía, caería junto a ella en un intento de evitar que se precipitara.

Ren extendió los brazos y Hana pensó que había entendido el problema que se les echaba encima, así que se agarró con fuerza a ella. Sin embargo, se movió al hacerlo y Ren no estaba haciendo ningún tipo de fuerza para sujetarla, así que se cayó... sin soltar a su hermana.

Hana se deslizó sobre el trozo de tierra en el que estaba sentada ladera abajo y, practicamente, se tiró a Ren encima mientras caía. Hubo un momento en el que su culo dejó de moverse ladera abajo, pero entonces el peso de Ren hizo que empezasen a rodar hacia abajo, dejando atrás el trozo de tierra que había empezado todo aquello.

Por azar, acabaron cayendo tumbadas una encima de la otra, Hana con el pelo lleno de ramitas y hojas y Ren, encima suya, sin saber qué acababa de pasar. Por suerte, aquella vez, habían salido más o menos ilesas. Por lo que Hana, después de tal experiencia, vio la cara de Ren y empezó a reirse ella sola.

Por suerte para ellas, ninguna de las dos acabó mal parada, salvo algunos cortes y alguna rama en el pelo además de suciedad en la ropa. Hana de repente se puso a reír, tal vez era por el hecho de que las fiambreras cayeron tras ellas a un par de metros o tal vez no; a lo mejor se había dado un mal golpe en la cabeza.

— ¿U-Uh? ¿Q-Que tiene tanta gracia? — dijo bufando con una suave sonrisa, pues empezaba a ser contagiosa.

— ¿U-Uh? ¿Q-Que tiene tanta gracia?

Hana movió una mano delante de su cara para restarle importancia. Pero no podía parar de reir, ahora sencillamente por el hecho de reirse.

— Nada, nada. Ay. — volvió a mirar a Ren y volvió a reirse.

No era que fuese especialmente graciosa, pero la expresión de Ren cuando está completamente perdida, que no sabe lo que está pasando, de repente le hacía mucha gracia. El vaiven de su cuerpo, a causa de la risa, hizo que se deslizasen un pequeño trecho de bajada que les quedaba.

Automaticamente al sentir el movimiento, Hana se aferró a su hermana, pasandole los brazos por detrás del cuello y apresandola con fuerza. Esperó unos segundos con los ojos cerrados hasta que sintió que nada se movía. Entonces volvió a reír por lo estúpido de la situación, tras soltar a Ren.

— Perdón, perdón, no sé qué me pasa. — dijo una vez había pasado a una pequeña risilla, que no llegaba a apagarse.

Al menos la joven parecía estar bien, por lo que suspiró más que aliviada al ver que por lo menos, no le ocurría nada grave.

— ¿Estas bien? ¿Puedes caminar? — se puso en pie sin soltar la mano de su hermana, para poder ayudarla a reincorporarse. — Será mejor que volvamos de todas formas; se nos ha echado la noche encima en un momento sin habernos dado cuenta.

Se acercó a por las fiambreras, acariciándose la cabeza algo nerviosa.

«¿Qué me pasa? Otra vez vuelven a flaquearme las fuerzas de la nada» con las rodillas flexionadas, recogió lentamente el estropicio; por suerte no quedaba comida dentro de los bentos así que nada se echó a perder.

— ¿Estas bien? ¿Puedes caminar? Será mejor que volvamos de todas formas; se nos ha echado la noche encima en un momento sin habernos dado cuenta.

— ¡Pero...! Pero... acabamos de salir prácticamente... ¿No quieres dar un paseo por el lago? O algo. — dijo dejando de reirse de una vez por todas.

Le puso ojitos de cordero a su hermana esperando que eso fuese suficiente para convencerla. Entonces recordó que Ren muchas veces rechazaba sutilmente sus proposiciones.

— No, bueno, da igual. Es decir, si no quieres, no pasa nada. Seguro que hay alguien en Nantonoya dispuesto a ofrecer un té a esta alma solitaria.

Tal vez no estaba dejandole opcion a rechazarla sin sentirse mal, pero es que ella no quería separarse de Ren.

— ¡Pero...! Pero... acabamos de salir prácticamente... ¿No quieres dar un paseo por el lago? O algo. — dijo dejando de reirse de una vez por todas.

— ¿E-El Lago?... — murmuró de espaldas a ella, sin que esta pudiera oírla.

Es el mismo sentimiento que tuvo en aquel lugar, en aquel momento que fue arrojada al agua fría; estaba completamente segura por las palpitaciones de su corazón. Se abstrajo un momento en sus pensamientos, hasta que procesó toda la información, incluida la negación de Hana.

— ¡No! ¡Vayamos al Lago! — le respondió entonces, soltando sin querer los bentos y cogiendo a ella de las manos, para ponerse a escasos centímetros de ella compartiendo su acaramelada mirada.

Ren volvió a entrar en trance y Hana lo dio todo por perdido, bajó la mirada aceptando que en el fondo, Ren se cansaba rápido de ella. Al menos más rápido que Hana. Sin embargo, cuando estaba dispuesta a dejarlo estar y marchar cada una a su habitación, Ren recortó la distancia que las separaba, soltando los bentos de nuevo y agarrandole las manos.

— ¡No! ¡Vayamos al Lago!

Estaba terriblemente cerca, con ambas manos cogidas por ella y chafadas entre sus pechos. Tal era su cercania, que Hana tenía que alzar la mirada para poder mirarla a los ojos. ¿Por qué no podía dar el estiron ella también? Podía ver los ojos azules como el agua del lago, podía ver sus labios rosados como los petalos de cerezo y podía verse a ella misma, poniendose de puntillas. Un simple gesto, un leve movimiento y volvería a sentir sus labios, volvería a sentir las mariposas en el estomago, la felicidad que eso le provocaba.

Pero no lo hizo. Tampoco abrió la boca. Solo asintió con sus mejillas tan rojas que casi brillaban en la oscuridad.

Tras volver a recoger el estropicio, Ren fue la que se ofreció como voluntaria a llevar las fiambreras, dejándose guiar por Hana, yendo detrás de ella en todo momento. Miraba dubitativa al suelo de vez en cuando, con un rubor más que notorio aunque no era apreciable por la oscuridad; más pronto que tarde, llegaron hasta el Lago Partido, sin que esta se diera cuenta, hasta que notó el cambio de la tierra a la madera bajo sus pies. Solo pudo pensar en que, pese a que no estuvieran muy lejos, la caminata había sido más corta de lo que esperaba.

Hana cogió la mano de su hermana con delicadeza y empezó a andar hacia el lago. Sin prisa pero sin pausa se abrió camino con cuidado de que no le rebotase ninguna rama a Ren entre los matorrales hasta llegar al camino. Una vez en el camino, apenas tardaron unos minutos en llegar al lago.

Hasta aquel momento nunca se había percatado de los pequeños farolillos que había en la baranda del puente y que iluminaban durante la noche. Estaban separados entre ellos por una distancia muy razonable por lo que la luz que ofrecían era algo tenue, la justa para poder ver donde pisas con claridad.

Sobre la superficie del lago, donde ya no llegaba la luz de los farolillos, se acumulaban pequeños puntos brillantes. Desde la distancia apenas podía distinguirse su forma, solo eran puntos. Hana entrecerró los ojos, intentando descubrir de donde salían esos puntos. ¿Era magia? ¿Ninjutsu de algún tipo? ¿Reflejos del agua?

— Ren, ¿qué es eso de allí? Hay luces flotantes. — señaló los puntos y se giró a su hermana.

Igual había de eso en Amegakure también, sobre todo si tenía que ver con el lago.

Se trataban de luciernagas, que habian comenzado a salir en la oscuridad para encontrarse entre ellas. Ren no pudo apartar la mirada de ellas, y poco a poco parecía haber más y más, hasta el punto en el que las luces de los faroles ya no hacian falta. Entre el brillo de aquellos insectos y un cielo nocturno despejado con una llena, el fuego de los candiles era más que innecesario.

Ren camino lentamente hasta Hana, quien estaba un poco apartada de ella mientras observaba el espéctaculo de luces, mientras que la morena se movía casi por impulsos. Aquellos labios ¿Volvería a sentir aquella mística sensación? Si la besaba ¿Volvería a sentir lo mismo? Era lo único que tenía en mente; eso y sus preciosos ojos de color ámbar, sus suaves labios de color rosa palido y su dorada cabellera. Cada poro de su cuerpo gritaba por a rúbia.

Una vez a su lado, subió las manos por los brazos de Hana lentamente, acariciando y apreciando centímetro de estos y de la piel desnuda que tocara hasta llegar a sus hombros.

Hana se giró a Ren cuando ésta se empezó a acercar, una vez a su lado, sintió sus manos sobre sus brazos y se estremeció. Clavó su mirada sobre los ojos zafiro de su hermana, sin reconocer lo que veía en ellos. La miraba como miraba ella las cosas de las que se encaprichaba pero con más dulzura.

— ¿R-Ren? — llamó confusa ante la actitud de la amejin.

Estaba muy cerca y sus manos repasaban lentamente los brazos de Hana hasta llegar a los hombros. Lo que veía en sus ojos la tenía completamente hipnotizada, necesitaba seguir mirandola hasta saber qué era y por qué no podía apartar la mirada de ella. Puso sus propias manos sobre los hombros de Ren, acercandola aún más. Abrió la boca para llamarla pero entre su cercanía y su contacto, no fue capaz de pronunciar palabra alguna, dejando la boca entreabierta sin dejar de mirarla.

Sus manos volvieron a subir pero esta vez se detuvieron en las mejillas de Hana, que sostuvo con toda la delicadeza del mundo. Ambas tenían los ojos entre abiertos, y brillaban con fuerza como la superficie del agua del lago. Más y más luciérnagas se arremolinaron sobre ellas, y la luz paso a tener un tono místico y mágico, fuera de este mundo.

Recortó la poca distancia que quedaba entre ellas, cerrando los ojos lentamente cuando los labios de ambas se rozaron. La beso lentamente, manteniendo una respiración lenta y profunda, no quería separarse por ella ni un solo instante, ni para coger aire. Sus manos bajaron lentamente para rodearla por encima de los hombros, abrazándola con una suave pero calidad intensidad.

En esencia, era aquella misma sensación pero mucho más intensa y fuerte. Era lo que quería desde un principio pero había estado demasiado ciega para verlo.