El frío del invierno le había sorprendido aquella mañana en la cual había decidido marchar a tomar otra misión por su falta de estas en el último mes. La última que había realizado, si mal no recordaba, era la que había hecho con los Uchihas que ahora se conocían por toda su villa como Los hermanos del Desierto. Suspiró y pronto se vino abajo al ver como el cielo, encapotado por blancas nubes, amenazaba con seguramente unos cuantos copos de nieve que terminarían por no cuajar del todo, privando a todos los habitantes de Uzushiogakure de disfrutar una nevada de las que hacía mucho no veía.

Pero allí estaba ella, caminando con las manos metidas en los bolsillos y una bufanda atada a su cuello, de color negro, tapándole la cara y la nariz para resguardarse del frío. Había optado por ponerse su jersey y unas vendas en sus rodillas, pues no sentía del todo bien salir con su indumentaria normal a la calle con esas temperaturas, sobre todo en el día más frío de invierno que había tenido en todo el año.

Tras un par de calles y unos minutos contemplando el cielo, por fin llegó al edificio del Uzukage. Tomó aire y se encaminó hacia el gran portón.

—Bien, espero que haya algo para mí... —comentó en voz alta, dispuesta a pasar el puente.

Hacía un frio de la puta santa hostia, pero para decirlo todo junto sin dejar espacio siquiera, a lo FRIODELAPUTASANTAHOSTIIIIIIIIIIAAAAAAAAAAAA. Parecía que el invierno se había esperado a que fuera a hacer misiones para lanzarnos encima todo su poder destructivo. Por suerte para Uzushiogakure, ya tenía preparadas la indumentaria para la ocasión, sobre todo por si me cruzaba con Datsue. Se iba a enterar de lo que era una oración bien estructurada.

Así pues, iba yo con unos pantalones largos y una sudadera negra con el símbolo de la villa a la espalda en carmesí, obviamente, y dos colmillos dorados en pequeñito delante a la altura del corazón. PERO OJO, porque había más. En el mismo dorado unas letras atravesaban la parte delantera de la sudadera: “¿Para qué quieres una catapulta si tienes a un perro?

Solo la entenderían los que la entendiesen. Datsuegay, Koko, la mama de Koko, la prima de Koko, la tía de Koko, el hermano de Koko, todos sus sirvientes y probablemente toda su familia, además de Plum, Eri… Es pensar en Eri y ya me parece olerla. Entonces levanté la mirada y vi a una pelirroja atravesar el puente que daba al Edificio de la Uzukage.

— ¡EEEEEEEEEEEERIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!

Arranqué a correr detrás de Stuffy, que el cabrón como era bizco olía más rápido que yo, hasta llegar a donde estaba Eri.

— ¡Eri! ¿¡Qué tal!? ¿Vienes a por una misión? Yo también. ¡¿Cogemos una juntos?! Sería mi primera vez. Pero no me importa hacerlo contigo, ¡así será más especial! ¿Qué me dices? ¿Eh? ¿Eh?

A lo mejor apabullándola con mi dialéctica mejorada la distraía del incidente de mierda que aquel endemoniado jinchuriki me había tirado a la cara.

Unos pasos apresurados detrás de ella hicieron que la joven se voltease con cara extrañada, y cuando notó como un par de patas se apoyaban en sus piernas supo de quién se trataba todo aquel jaleo. Nabi y Stuffy entraban a escena. Lejos de alegrarse por verlos, frunció el ceño y se cruzó de brazos, intentando no caer en aquel can que le miraba con su brillante ojo abierto, esperando por cariño.

—Buenos días, Inuzuka-san —respondió ella, escueta —, y sí, vengo por una misión, pero dudaría mucho de querer hacerla contigo después de lo que pasó —repuso la pelirroja, negando con la cabeza —. ¡Parecíais críos, por Shiona-sama! —exclamó, dejando caer ambos brazos a los lados de su cuerpo, cerrando sus puños.

Luego relajó su cuerpo y lanzó un sonoro y largo suspiro, acuclillándose para acariciar el oscuro pelaje del perro.

—Sé que aquello no fue por mí, pero yo también pringué —mencionó, haciendo especial énfasis en la última palabra —. Así que merecería una disculpa, o algo… Eso y no verme involucrada entre vosotros dos mientras estéis en una guerra constante de tiraros heces a la cara.

—Buenos días, Inuzuka-san

Dios me dio un par de segundos de ventaja para poder oir como mi corazón se partía en dos en una sonora onomatopeya que solo escuché yo.

, y sí, vengo por una misión, pero dudaría mucho de querer hacerla contigo después de lo que pasó. ¡Parecíais críos, por Shiona-sama!

Ahí ya pude sentir como lo que quedaba de él, dividido y maltrecho, se convertía en polvo y se lo llevaba el gélido viento en el que también viajaban las duras palabras que me acababa de dedicar la pelirroja. ¿Por qué tanto dolor? Caí de rodillas al suelo, apoyándome con las manos en el suelo del puente y mirando hacia el mismo.

— Pero… ¿por qué? Si yo solo soy una victima en el complot entre Datsue y Stuffy, que seguro que lo planearon con tal de involucrarme a mi, que no tenía nada que ver en su guerra. ¿Por qué me dices…?

Entonces vi como Eri se acuclillaba para dar amor al perro traidor ese y exploté en mi mismo.

— ¿¡Y por qué no te enfadas con él!? ¡Si todo es culpa suya! Yo no entiendo nada, que injusticia. ¡Pues me enfado yo también! ¡Que me llene de mierda ajena en una guerra ajena! ¡Y encima me cayó a mí la bronca! ¡Es que yo alucino! Que injusto todo.

Me senté de espaldas a Eri y Stuffy con los brazos cruzados, dispuesto a helarme ahí hasta que el mundo volviese a ser justo mágicamente o me entrase hambre, lo que fuera que pasase antes.

Lo peor no fue cuando no le dedicó unas palabras de disculpa, sino que se había enfadado él. ¿Por qué siempre le pasaba aquello? ¡Por una vez que se enfadaba ella! Dejó de acariciar a Stuffy, catalogado como el traidor y la mente malévola detrás de todo el problema y miró a Nabi con una mirada cargada de tristeza.

Pero él no lo vería, pues se había quedado de espaldas tras el número de drama que se acababa de marcar.

—Es tú perro, y por consecuencia sus acciones recaen sobre ti, al igual que las tuyas recaen sobre él —dijo en un tono neutro —. Lo único que quería aquel día era pasar una buena noche con mis compañeros de academia y terminé con una batalla campal de tirarse mierda, ¿cómo podemos hablar de confianza, lealtad y respeto si entre nosotros nos comportamos así?

Se levantó y volvió a meter las manos en los bolsillos, desviando la cabeza hacia otro lado con aire pensativo, sin dejar de tener aquel gesto de tristeza ya no solo en su mirada, sino surcándole toda la cara.

—Si quieres venir, podemos tomar la misión juntos —declaró, al cabo de unos minutos de silencio —. Yo no seré una persona en la que no puedes confiar, pero al menos me merezco una disculpa —murmuró, bajando la mirada —. Si no es por tu parte, al menos por la parte de Stuffy…

Pidió.

—Es tú perro, y por consecuencia sus acciones recaen sobre ti, al igual que las tuyas recaen sobre él

— Por esa regla de tres si tu hermano me ofende puedo echarte toda la culpa a ti, ¿no? No, porque es una persona diferente de ti. Pues lo mismo con Stuffy, todos lo veis como una tercera pierna mía y es ofensivo para ambos. Es decir, míralo. ¿Cómo puedes decirle que no es nada más que un insignificante perrucho sin personalidad que se tiene que dedicar a obedecer a un humano?

Al oir, “Es decir, míralo” se sentó poniendo cara de perro ingenuo y dándole la patita a Eri, tal y como habíamos ensayado. Y es que esa era la verdad, yo no “domaba” a mi perro, yo no “amaestraba” a mi perro. Sencillamente, nos poníamos de acuerdo en hacer un acto, una combinación de movimientos que nos llevase a una victoria grandiosa. ¿Acaso era un shuriken? Un arma que afilar y que tirar sin más. No, era un ser vivo con sus pensamientos y sus motivaciones. Un amigo al que yo ayudaría y que me ayudaría en consecuencia.

Stuffy sabía perfectamente qué consecuencias tenían sus actos, obviamente en situaciones de riesgo, mi opinión era incuestionable como la de un capitán y un soldado. Pero esto no era el campo de batalla, y aun así, un soldado no es una pierna más de su capitán. Era hora de que el can brillase por cuenta propia, no como el perro de Nabi.

— Por supuesto que siento que te vieras envuelta en toda esa… movida. Pero de ahí a echarme la culpa de una pelea entre Stuffy y Datsue, hay un trecho muy grande. Claramente, estoy de parte de Stuffy, igual que cualquier otro involucrado puede estar de parte de Datsue y ser inocente de culpa. Si quieres una disculpa de él, ¿no crees que no deberías pedírmelo a mi?

Hice un gesto con la cabeza señalando a Stuffy para aclarar la última oración de mi discurso.

Podía permitir que dijese que Stuffy y él eran dos entes no unidos, sino relacionados, vale, pero eso no contestaba a lo que acababa de decirle. Se cruzó de brazos y meditó por un momento sus próximas palabras, mirando hacia arriba como si el cielo de pronto fuese a dibujar su respuesta, pero no, aquello no ocurrió, todo recaía sobre ella.

—Bueno, pues no haré misiones con Stuffy hasta que él no se disculpe —terminó por decir, mirando de reojo al can que le había ofrecido su pata antes y no la había aceptado, por orgullo.

La verdad es que sí que había estado muy cabreada tanto con Nabi, como con Stuffy y con Datsue, el cuál no había vuelto a ver desde aquel incidente, pero eso no quitaba de que fuesen sus amigos, y aunque le dolía distanciarse de ellos, no podía ir a su casa a rogar por un perdón, o un, podríamos volver a quedar algún día. Había visto a Plum, incluso a Sora, pero la primera parecía negarse a hablar con ellos y Sora simplemente se pasaba los días encerrado entre libros.

Suspiró, aquello no era fácil.

—Bueno, pues no haré misiones con Stuffy hasta que él no se disculpe —

En otra situación me hubiera llevado las manos a la cabeza y hubiera gritado de pura locura, ¡si acababa de decirle que se las pidiese a él! Esta gente está loca. O me ignora, seguramente sea lo segundo. Bueno, notando que estaba en una encrucijada usé todos mis poderes para dirigirme a Stuffy.

— Stuffy, dice Eri que te disculpes por haber empezado una guerra de heces con Datsue.

El can me miró mientras le hablaba, viendo que estaba serio, algo raro en mi, y me gruñó un par de cosas mientras ladeaba la cabeza.

— Lo sé, pero empezaste algo de mal gusto para las personas normales. Ya deberías saber que no todos son como yo.

Un ladrido y otro par de gruñidos.

— Ya sé que Datsue es el mal. Y no digo que cagarte en él esté mal, sino que evites hacerlo cuando haya amigos nuestros delante. Y que te disculpes.

El animalito bajó las orejas y se acercó a Eri gimoteando perrilmente para ponerse a dos patas apoyandose en ella y aullando al cielo con tono lastimero. Seguramente no pararía hasta que la pelirroja aceptase sus disculpas.

Eri escuchó atentamente el monólogo que estaba teniendo Nabi con su perro, sin saber qué decía este último pues no entendía el idioma perruno —y juraba que Nabi se inventaba la mitad de cosas que decía Stuffy—, hasta que, al final, el can se acercó a ella con las orejas caídas, soltando quejidos y aullidos lastimeros.

Acababan de darla en todo el corazón.

—Bueno, vale, ¡no estoy enfadada contigo! —exclamó, acariciándole suavemente la cabeza e ignorando el rencor que había acumulado esas últimas semanas —. Pero hacerse caca encima de la gente que no es tu enemigo es malo, Stuffy —le explicó con el dedo índice arriba —. Entiendo que estés enfadado con él, pero eso no significa que puedas hacer eso, la próxima vez solo ládrale o muérdele la pierna —aconsejó ella con una sonrisa —. Creo que con un poco de entrenamiento podrías hasta quitarle el dinero del bolsillo...

Luego se levantó y miró a Nabi, aunque no quiso sonreírle de inmediato. Miró hacia otro lado y añadió:

—¿Quieres... hacer la misión conjunta o no? —preguntó con la boca pequeña, en un murmullo extraño.

— Entiendo que estés enfadado con él, pero eso no significa que puedas hacer eso, la próxima vez solo ládrale o muérdele la pierna —

No entendía como podía considerar mejor morderle una pierna que tirarle una caca al hombro, pero Stuffy estaba tan contento con la idea. Eri seguramente se refería a un mordisquito en plan advertencia, seguro que el can se imaginaba llevandose la pierna de Datsue con él hasta el patio de casa y comiéndosela. Preferí no añadir más leña a ese fuego y pasar página. Y Eri me lo puso fácil.

—¿Quieres... hacer la misión conjunta o no? —

— Sí, claro, para eso estamos aquí. Aunque es mi primera misión y ni conozco al kage. ¿Deberíamos ir a verle?

Era una idea que me rondaba la cabeza, teniendo en cuenta que no tenía ni idea de quien era ese tal Hanabi que se suponía que era nuestro kage. Diría que prefería a Shiona, pero sin conocerle tampoco era ese el plan. Aunque Shiona era mucha Shiona. Era casi emblematica de la villa. Pensabas en Uzushiogakure y pensabas en Uzumaki Shiona, y ahora tenemos a Hanabi, de quien no sé ni el apellido.

Aunque igual el desinformado era yo.

— Sí, claro, para eso estamos aquí. Aunque es mi primera misión y ni conozco al kage. ¿Deberíamos ir a verle?

La joven pelirroja miró al chico con una mirada entre curiosa y confusa, ¿no había visto a Hanabi-sama desde que había llegado? ¿No debería haberlo notificado para reportar su vuelta y así volver a ser un shinobi en servicio? La verdad es que no lo sabía. Ella al menos sí que le había visto, y escuchó a su hermano hablar de él varias veces, así que para ella ya era algo habitual.

—Su nombre completo es Sarutobi Hanabi-sama —informó ella, comenzando a andar hacia el edificio —. Lidera bien Uzushiogakure, la verdad es que después de... Bueno, del anterior, con Hanabi-sama ha vuelto la paz —explicó —. Lo mejor será que notifiques que volviste a la aldea hace poco y pedir una misión en recepción, no creo que molestar al kage por algo como una misión rango D sea algo bueno...

Se encogió de hombros y entró en el edificio.

—Su nombre completo es Sarutobi Hanabi-sama. Lidera bien Uzushiogakure, la verdad es que después de... Bueno, del anterior, con Hanabi-sama ha vuelto la paz. Lo mejor será que notifiques que volviste a la aldea hace poco y pedir una misión en recepción, no creo que molestar al kage por algo como una misión rango D sea algo bueno...

Algo de razón tenía la pelirroja. Ir hasta el despacho del kage para decirle: "Hey, el genin anonimo numero 155 ha vuelto de su viaje familiar" cuando acababamos de perder como tres kages pues no tiene mucho sentido. Con Shiona aún, porque ya llevaba sus cientos de años en la villa e igual podría conocerme. Pero Hanabi tendrá otras cosas en la cabeza que sus genins viajeros.

— Pues vamos a recepción va.

Eri entró delante y ambos nos dirigimos hasta la secretaría. Allí esperaba otra pelirroja como Eri, exactamente del mismo pelirrojo. ¿Casualidad? Tal vez. ¿Quien sabe? Yo, desde luego, no. La mujer estaba atentamente leyendo un papel que parecía de cosas de administración serias, vamos, lo típico que yo no entendía. ¿Cómo podía ser que hubiese gente que solo se dedicara a esas cosas? Si era una tontería.

— Buenas, yo soy Inuzuka Nabi y ella es Uzumaki Eri. Venimos a por mi primera misión.

La encargada levantó la mirada y sonrió ampliamente antes de contestarnos y ofrecerme un pergamino que acababa de sacar de un cajón.

— Yo soy Uzumaki Kiyomi. Aquí tenéis, suerte.

Algo me decía que le hubiera gustado darnos más conversación pero estaba demasiado ocupada para ello. Aunque hasta su voz se parecía a la de Eri. La miré, despues de haber cogido el pergamino, y volví a mirar a Eri, entonces a Kiyomi y finalmente caminé hacia el exterior mientras abría el pergamino mirando a Eri. ¿Era su madre?

Ambos pasaron a recepción, encontrándose con la mujer Uzumaki encargada de estar allí aquel día. Eri había visto a Uzumaki Kiyomi una o dos veces, cuando había venido con anterioridad al edificio del Uzukage, pero nunca había hablado en persona con ella.

— Buenas, yo soy Inuzuka Nabi y ella es Uzumaki Eri. Venimos a por mi primera misión.

Eri saludó a la recepcionista inclinando la cabeza ligeramente. La Uzumaki, por su parte, sonrió antes de tenderles un pergamino que acababa de sacar de uno de los cajones de la recepción.

—Gracias, Kiyomi-san —agradeció la pequeña pelirroja, luego se retiró hacia un lado para ver el interior del pergamino que Nabi había tomado. Aunque éste parecía estar teniendo un debate interior entre las dos Uzumaki que tenía en frente.

Tomó el pergamino de sus manos y leyó en voz alta su interior, lo revisó un par de veces y se lo guardó en el portaobjetos.

—Siento informarte de que está casada —murmuró, de forma casual —. Por mucho que la mires no tienes probabilidades con ella, supéralo —alegó, sonriente y dirigiéndose hacia la salida, dispuesta a llegar al lugar que indicaba la misión para comenzar a ayudar al señor Aikito con su negocio.

—Siento informarte de que está casada . Por mucho que la mires no tienes probabilidades con ella, supéralo —

Oir la voz de Eri solo me confirmó lo que ya sabía. Eran familia, o incluso la misma persona. ¿Los Uzumaki también compartían el timbre de la voz? Nunca me había preguntado eso, ni eso ni casi nada aparte del color de su pelo genital. ¿Sería pelirrojo también? Sabía que tarde o temprano tendría que averiguarlo, aunque de momento no tenía prisa.

— ¿La conoces? Porque tenéis básicamente la misma voz. ¿No será tu yo del futuro? Que con esa cosa del Fuinjutsu se pueden hacer cosas muy raras, eh.

Dicho eso y una vez fuera, me paré a leer el pergamino, que con la tontería de estar mirando a la secretaría ni me había enterado.

— ¿Sabes donde es o preguntamos? Tengo una idea general de donde podría ser que estuviera, pero no me sé el nombre de todas las calles. Todavía.

— ¿La conoces? Porque tenéis básicamente la misma voz. ¿No será tu yo del futuro? Que con esa cosa del Fuinjutsu se pueden hacer cosas muy raras, eh.

La kunoichi frunció el ceño, ¿Kiyomi, su madre? Si su madre —la verdadera— no tenía sangre Uzumaki, ni si quiera tenía clan. Suspiró y negó con la cabeza, aquel chico ni si quiera conocía a sus padres.

—Mi padre era el Uzumaki, mi madre era especializada en el elemento rayo, así que en resumidas cuentas, Kiyomi-san no es mi madre, aunque nos parezcamos —explicó rápidamente —. Vives rodeado de personas del clan Uzumaki, ¿y ya por eso piensas que todos somos familia? —preguntó poniendo las manos a ambos lados de su cadera, mirándole fijamente.

Volvió a negar con la cabeza.

—Y no, no sé dónde es, así que o bien preguntamos o nos vamos fijando en las placas de las calles —sugirió ella —. Porque no parece que nadie vaya a salir hoy de casa... —si hubiera sido ella, se habría quedado bajo las mantas con una taza de chocolate caliente al lado, pero era su deber el salir y ocuparse de las tareas de la aldea.