Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
17/11/2018, 23:46 (Última modificación: 17/11/2018, 23:47 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
El pelirrojo soltó el hombro de Kazuma con una risilla en cuanto el joven genin asintió a su exigencia.
—¡Así me gusta! Si es que hablando se entiende la gente, ¿verdad?
Y así, en completo silencio, el espadachín fue cortando una a una todas las hojas de aquel precioso y único árbol. Triste y desnudo, desprovisto de sus lujosas hojas, el árbol del té ahora no era más que un tronco escuálido y falto de su gloriosa belleza... Para cuando terminó con su forzada tarea el genin sudaba copiosamente; sin embargo, dócilmente recogió las hojas en una bolsa de tela y después la arrojó a los pies de los dos malhechores.
—Eh, cuidado, chico, cuidado —le espetó el pelirrojo, aunque lejos de parecer disgustado seguía luciendo aquella zorruna sonrisa en su rostro. Confiado, se acercó a recoger la bolsa y comprobar su contenido...
Kazuma retrocedió un par de pasos, mientras aquel musculado malhechor recogía con disfrute el trabajo robado. Resultaría fácil encontrarle buen peso a la bolsa, lo que obviamente se traduciría en una buena ganancia. Era solo cuestión de tiempo para que el villano revisase su contenido: la primera impresión sería la de contener una gran cantidad de hojas, otorgándole gran satisfacción; pero al revisar un poco más se encontraría con que solo era una cubierta, y que todo el peso lo hacían una manzana y algunas ramas pequeñas.
En cuanto viera su engañifa descubierta, fuera por un rostro congestionado o por algún movimiento extraño, el peliblanco juntaría sus manos para formar un sello de la serpiente, detonando una etiqueta explosiva que yacía dentro de la bolsa entregada.
Aquello le debería bastar como distracción, siendo lo suficiente como para emprender una veloz retirada, llevándose consigo, ocultas en la parte interior de su túnica, la gran mayoría de las hojas doradas que había recolectado. Recordaba bien el camino, por lo que sus preocupaciones serian que no le dieran alcance y el no perder su preciado cargamento que tanto calor le provocaba.
PV:
90/90
– CK:
75/90
–-
15
–
2 AO reveladas
¤ Fuda: Kassei-ka ¤ Sello Adhesivo: Activación - Tipo: Ofensivo - Rango: D - Requisitos: Bukijutsu 10 - Gastos: 15 CK por sello - Daños: - - Efectos adicionales: Activa un sello adhesivo a distancia - Sellos: Serpiente - Velocidad: Rápida - Alcance y dimensiones:
Los sellos pueden activarse a una distancia máxima de 10 metros
(Bukijutsu 50) Los sellos pueden activarse a una distancia máxima de 30 metros
(Bukijutsu 100) Los sellos pueden activarse a una distancia máxima de 100 metros
El shinobi utiliza esta habilidad para activar un sello o etiqueta adhesiva a distancia, sin necesidad de utilizar un hilo para tirar de él, una fuente de fuego o que el enemigo trate de despegarlo. Tras realizar el sello necesario, la etiqueta desprende un intenso brillo blanquecino durante unos instantes antes de liberar su contenido. No es posible frenar la activación, a no ser que el adversario conozca una técnica que se lo permita y suficiente tiempo de reacción.
Primera acción oculta: prepara un sello explosivo en la bolsa.
Segunda acción oculta: guardar nueve partes de las hojas en la túnica y solo una décima en la parte de arriba de la bolsa.
23/11/2018, 12:02 (Última modificación: 23/11/2018, 12:02 por Moyashi Kenzou.)
Buena esa, me ha gustado xD
Lo que no se esperaban aquellos dos abusones del tres al cuarto es que Kazuma les hubiera preparado una sorpresa tan desagradable como la que sufrieron. El pelirrojo abrió la bolsa para comprobar lo que habían ganado. La bolsa pesaba bastante así que el shinobi debía de haberla llenado hasta arriba. Y no se equivocaban, las hojas doradas se amontonaban hasta casi desbordar la bolsa. Sin embargo, el peso no se debía sólo a eso. Desde luego, unas hojas no podían pesar tanto, y en cuanto metió la mano en la bolsa para rebuscar un poco dio con el engaño: una manzana y varias ramitas partidas.
—Eh, chico, ¿qu...?
No llegó siquiera a terminar la frase. La bolsa estalló con un súbito petardazo y el sicario soltó un alarido de sorpresa y dolor.
—Maldito... crío... —farfulló, de rodillas en el suelo, sujetándose la mano abrasada con su otra mano. Alzó la mirada de sus ojos lacrimosos, pero Kazuma ya se alejaba a todo correr, por lo que se giró bruscamente hacia su compañero—. ¡¿QUÉ HACES AHÍ PARADO, IDIOTA?! ¡¡CÓGELE, CÓGELE!!
Y el otro se lanzó tras el shinobi entre torpes y lentas zancadas. El garrote que llevaba era un lastre para él, pero no lo soltaba por nada del mundo. Para fortuna de Kazuma, era incluso algo más lento que él en carrera; pero, a juzgar por la corpulencia de su perseguidor y porque los pulmones comenzaban a arderle pese a que apenas llevaba unos pocos minutos corriendo, también tenía más aguante.
Era más lento, pero terminaría cogiéndole tarde o temprano.
La engañifa había funcionado y el aparente botín se esfumo en una pequeña pero dolorosa explosión. Kazuma se dio a la fuga mientras sus oídos le permitían sentir cierto grado de realización personal: siempre había querido saber que se sentía ser el protagonista de una historia y que los perseguidores malvados le gritasen “¡¿QUÉ HACES AHÍ PARADO, IDIOTA?! ¡¡CÓGELE, CÓGELE!!”. Resultaba algo clásico de los personajes picarescos en la literatura del bosque.
—Pero esta es la realidad —se dijo a sí mismo, sabiendo que no podría escaparse tan fácilmente.
Aquella no sería una historia con final feliz si no encontraba la manera de deshacerse de su perseguidor; puesto que, de atraparle, le daría una paliza que quedaría grabada en la ignominiosa historia de quienes fallaban su primera misión.
El sujeto no era ágil ni rápido, pero se le notaba bastante determinado. Solo era cuestión de tiempo para que le diera alcance. El joven decidió intentar engañarle, haciéndole creer que se había quedado sin energías: dio una rápida carrera para perderlo por unos instantes, dirigiéndose hacia un claro cercano. Allí, realizo tres sellos y utilizo su chakra para crear un simple clon suyo que se quedaría quieto en un costado, como tratando de ocultarse torpemente en las raíces de un árbol.
Kazuma buscaría alejarse de allí en dirección a la aldea, moviéndose con cuidado para que ningún ruido alertase al matón de su truco. Si tenía suerte, aquel subterfugio le distraería lo suficiente como para ponerse a salvo.
Gracias :-)
Tecnica utilizada como distraccion: ¤ Bunshin no Jutsu
Kazuma podía sentir y escuchar los pasos de su perseguidor detrás de él, pasos lentos pero tan pesados que hacían retumbar el suelo a su alrededor como un rinoceronte a la carga. Y, como la bestia que simulaba ser, Kazuma era plenamente consciente de que el hombretón no se detendría hasta alcanzarle. Y con el barrote por delante si era necesario.
Buscando burlarle, el muchacho hizo uso de la picaresca y creó una réplica ilusoria que simulaba estar escondiéndose entre las raíces de un árbol cercano. El sicario, que para fortuna de Kazuma no era ni ninja ni precisamente avispado como para conocer los entresijos de las técnicas shinobi ni mucho menos las diferencias entre clones y reales, se abalanzó sobre el muchacho para golpearlo. Por supuesto, la réplica se desvaneció ante el primer impacto con una boluta de humo, dejando al hombretón solo y terriblemente confundido. Y el verdadero Kazuma ya se encontraría lejos de allí, a salvo de sus manazas.
La cuestión ahora era... ¿sabría regresar de nuevo a la aldea sin perderse?
Parecía que ya no le estaban siguiendo con aquel caminar pesado y amenazante, con lo que se permitió disfrutar de un pequeño respiro, de una sutil sensación de seguridad.
—Pero aun necesitó andarme con cuidado —se recordó, permaneciendo acunado y oculto en lo alto de un árbol.
Aquellos sujetos podrían estarle buscando durante un buen rato, y puede que en su segundo encuentro fuesen más precavidos, más crueles. El otro problema era que con la agitación de la huida había perdido su orientación respecto a la aldea, por lo que necesitaba enterarse de hacia donde debía ir.
Con serenidad, subió hasta la copa del árbol que le amparaba. Allí se quedó unos minutos contemplando la trayectoria del sol, el cómo se abalanzaba hacia el horizonte con la promesa del crepúsculo y marcando un curso de este a oeste. Solo era cuestión de paciencia, y de tomarse unos minutos para que con aquello lograse hallar la dirección del norte, de donde se encontraba su aldea.
En cuanto lograse aquello, no dudaría en ponerse en marcha.
Mis disculpas por la tardanza, fue una semana densa.
En pos de orientarse, Kazuma se subió a lo alto de un árbol y oteó el cielo, buscando el rastro del sol. No tardó en encontrarlo en el horizonte, apenas un mediocírculo que ya estaba sumergiéndose en aquel interminable océano de árboles. En aquella dirección estaba el oeste; así que no le costaría demasiado encontrar el norte...
¿Verdad?
Lo cierto era que el joven shinobi llevaba tantas horas en aquel lugar y había gastado tantas horas buscando la caprichosa planta del té que la oscuridad no tardó en alcanzarle. Los sonidos del bosque, antes reconfortantes y relajantes, ahora se habían convertido en inquietantes crujidos entre la maleza y la sensación de que varios pares de ojos le observaban entre la vegetación y se clavaban en su nuca eran cada vez mayores. Y pronto lo que parecía estar en línea recta le confundía hasta el punto de hacerle virar la dirección una y otra vez. De un momento a otro, el pie del genin se enredó y terminó por dar con el suelo. Podría haber sido una raíz algo más levantada, quizás una rama demasiado larga que se habría interpuesto entre sus piernas; pero lo que encontraría Kazuma si se detenía a investigar qué era lo que le había hecho caer de aquella manera no era nada más y nada menos que...
Una bandana shinobi. Con la tela algo deteriorada y polvorienta y el metal sucio y empañado, pero con el símbolo de Kusagakure bien tallado en ella.
9/12/2018, 03:54 (Última modificación: 9/12/2018, 03:56 por Hanamura Kazuma. Editado 1 vez en total.)
Una complicación fue solventada y otra más se manifestaba en la forma de un sol huidizo y de trayectoria imposible de rastrear. Kazuma suspiro, mientras la luz moría y la oscuridad comenzaba su reinado, mientras el viento se hacía mucho más frio.
—Y así el mundo se equilibra por mano de la justicia —reflexiono para sí mismo—. El bosque ha resuelto unos de mis problemas, y es natural que en su lugar me otorgue otro.
En un principio se lo tomo con una calma tan sólida como habitual, pero la naturaleza nocturna del bosque no tardo en mellar lo férreo en su voluntad. Los sonidos eran inquietantes, y la oscuridad lo envolvía todo como una red de la que no se podía escapar y en donde era permanentemente observado. Los instintos imperaron sobre la razón, y aquello lo condujo a tratar de marchar a ciegas a través de la noche.
—Esto no es tan grave —se dijo, sabiendo que era verdad; y, aun así, sintiendo que su situación le hacía sentirse inquieto.
De pronto, algo atrapo su pie y le derribo. Se revisó, sintiendo que se había hecho sangre en una rodilla, pero sin poder ver claramente. Lo que sí pudo ver fue el obstáculo causante: una bandana, una bandana ninja, desgastada y abandonada, aparentemente, hacía mucho tiempo.
—... perturbador…
Su fatigado ser divergía en dos senderos: una parte le llevaba hacia el pánico y el temor, el de un chiquillo que jamás había pasado una noche en el bosque y que no quería pensar en que había pasado con el anterior dueño de aquella bandana. Por otra, trataba de guiarse por la razón, por el aplomo y determinación por las que le habían alabado.
Ante la indecisión, su cuerpo se quedó estático y se sentó sobre sus talones, buscando en la postura y en la respiración algo de paz y determinación.
Kazuma se acurrucó, haciéndose un ovillo sobre sí mismo. Buscaba relajarse, y lo cierto fue que no le costó demasiado hacerlo. Sólo tuvo que gastar algunos minutos en hallar la paz dentro de aquella oscuridad que le rodeaba, acostumbrarse a los sonidos que le rodeaban y encontrarles alguna posible explicación: algún animalillo inquieto (seguramente un roedor o similar), aquel aullido no era más que un búho desde su percha, las sombras terroríficas no eran más que caprichos de la escasa luz.
¿Pero qué haría entonces? ¿Seguiría caminando en aquella penumbra? ¿Se arriesgaría a perderse de nuevo en la oscuridad de la noche? ¿Y qué iba a hacer con la bandana sin dueño que acababa de encontrar?
Como solía suceder, el tiempo le trajo paz, al menos la suficiente como para pensar con la racionalidad que se esperaba de un ninja. No sabía dónde estaba, ni tenia modo alguno de determinar un camino o dirección. Se dio cuenta de que caminar a ciegas solo le llevaría a cansarse y, eventualmente, caer presa del pánico nuevamente.
—El sol volverá a levantarse —sentencio serenamente—, y aunque sea una noche difícil puedo aguantar hasta entonces.
Aquella era su resolución, la única decisión a la cual sentía que podía aferrarse.
No estaba seguro de que debía de hacer para pasar una noche en el bosque, pues ni siquiera tenía con que encender una fogata. Lo único que tenía era el conocimiento de que dormir alejado del suelo era lo más seguro, pese a que también estaba el riesgo de caer de un árbol. Solo tenía que buscar un tronco grueso, cuyas ramas no estuviesen tan lejos del suelo. Al encontrarlo solo tendría que trepar el mismo y montar una de sus ramas gruesas, recostando su espalda contra el tronco. Por supuesto, no pretendía descuidarse ante la tentativa del sueño, pues, aunque la noche fuese larga, su curiosidad y aquella misteriosa bandana abandonada le acompañarían en sus preguntas y quimeras.
—¿Y cuál es tu historia? —le pregunto al metal mientras lo tanteaba, como si en el limbo del sueño este fuese a contestarle.
Más calmado, Kazuma llegó a la conclusión de que echar a andar bajo aquellas circunstancias, en plena noche y sin una fuente de luz, sólo le conduciría a perderse de nuevo. Por eso, y aprovechando para descansar, el muchacho subió a uno de los árboles y se recostó contra el tronco después de sentarse sobre una de las ramas más gruesas para examinar con más cuidado la bandana que aún llevaba entre sus manos. Obviamente, no recibió más que el más gélido silencio a su pregunta.
La noche prosiguió su avance de forma lenta pero inexorable. Fue un rato largo, aburrido, sin nada más a su alrededor que puntuales crujidos entre las hojas y el aullido de algún animal inquieto. Y ni siquiera pudo deleitarse con la vista del cielo nocturno plagado de estrellas, pues las copas de los árboles prácticamente lo cubrían en su totalidad. Pero nada perturbó la calma del shinobi, y pudo aguantar toda la velada sin rendirse al hipnótico hechizo de Morfeo.
Y así, al cabo de varias largas horas, el sol comenzó a asomar por el este, dando pinceladas de naranja y dorado al bosque y desterrando la monocroma oscuridad.
El día llego, y puede que fuese por los rayos del sol que se colaban entre las hojas, pero ahora sentía mucho más frio que en la noche. Desde hacía un buen rato, la serenata de misterios nocturno había sido reemplazada por la idílica canción de los pajarillos, tan amena y apreciada.
—Qué noche tan pésima —se quejó.
A diferencia de otras ocasiones, aquel cantar mañanero le parecía molesto y estridente. Además, le dolía la espalda terriblemente, tenía sed, hambre y sus ojos estaban resecos y cansados. Se estiro un poco y sus articulaciones crujieron, dándole cierta sensación de ancianidad prematura.
Se acercó lo suficiente a la copa del árbol como para diferenciar claramente en qué dirección se estaba elevando el sol. Con aquello no le costaría mucho el hallar el camino hacia su aldea.
Antes de caminar, se aseguraría de tener a buen resguardo las hojas de té y la bandana que se había encontrado. No sabía que, hacia allí, pero creyó que lo mejor sería entregarla a las autoridades de la aldea. Después de ordenar sus pensamientos, solo le quedaría comenzar a andar en dirección a la villa.
Kazuma se preparó para el nuevo día. El sol comenzaba a asomar por el este, por lo que lo primero que hizo fue encaramarse al árbol y orientarse. Después, cargado con las hojas del té y la bandana huérfana, el shinobi sólo tuvo que empezar a caminar.
Y aún así fue un viaje largo. Tortuosamente largo. Fatigado, con la boca pastosa por la sed y un hambre que le retorcía las entrañas, Kazuma se perdió en más de una ocasión. Aunque conociera en qué dirección quedaba el norte, el muchacho no conocía los bosques del País de los Bosques como conocía las calles de su aldea, y los árboles podían constituir un auténtico laberinto cuando se lo proponían. Y así se tiró varias largas horas, caminando en círculos, con unas piernas tan cansadas que le temblaban y se le agarrotaban a cada paso que daba.
Y hacia el mediodía, cuando parecía que todo estaba perdido, cuando parecía que su cuerpo no iba a dar más de sí y que caería al suelo desfallecido, el suelo se abría allá donde le alcanzaba la vista, y un puente lo cruzaba hasta alcanzar una serie de edificios de madera y bambú que se alzaban en el horizonte. Unos edificios que Kazuma conocía muy bien.
El bosque se mostraba como un duro bromista, puesto que los arboles le confundían el camino y le desorientaban como si quisiesen burlarse de él. Pensaba que de ser el bosque un ser racional, estaría presenciado un pobre espectáculo por parte de aquel niño débil y cansado.
Pero como es natural, toda broma que se precie de serlo tiene termino: después de horas de caminata, sus pies le llevaron a encontrarse justo frente al puente que daba paso hacia su villa.
—Puede que sea cosa del momento, pero jamás me había alegrado tanto el regresar a casa.
Por supuesto, su misión no terminaba hasta que entregase las hojas de té. Aun necesitaba cruzar el puente, la entrada y dirigirse hacia el edificio del kage; pero aun así se permitió sentir su determinación revigorizada. Pues, así, si nada se lo impedía cruzaría y seguiría caminando hasta llegar al despacho en donde había iniciado su pequeña y problemática aventura.
15/12/2018, 15:00 (Última modificación: 15/12/2018, 15:01 por Moyashi Kenzou.)
La visión de su aldea pareció renovar el espíritu de Kazuma, al saberse de nuevo en su hogar. Sin embargo, aquella misión había sido muy larga para su maltrecho cuerpo, y no se había detenido ni una sola vez a beber o comer desde el comienzo del día anterior, en el que apenas le había dado unos bocados a un par de manzanas. Así, terriblemente sediento, hambriento y más cansado de lo que se había sentido en toda su corta vida; Kazuma cruzó el puente (los guardias de la entrada le dirigieron un quedo saludo) y caminó arrastrando los pies a través de las calles de Kusagakure en dirección al Edificio del Kage. Por el camino, muchas personas se giraban para mirarlo, no era común ver a un genin prácticamente recién graduado llegar prácticamente hecho polvo de una misión de rango bajo.
Y no fue una excepción cuando llegó a su destino y atravesó las puertas de bambú: el anciano que se encontraba tras el mostrador no tardó ni un instante en reparar en el deplorable estado del muchacho y se levantó de golpe en toda su longitud: casi dos metros de altura y unos músculos que nada tienen que ver con la imagen de edad y sus largos cabellos y albos que se confunden con una barba igual de larga.
—Pero chico, ¿qué te ha pasado? ¿Estás bien? —le preguntó, apresurándose a acudir a su encuentro para ofrecerle un brazo en el que apoyarse.
Desde luego, si la imagen del anciano alto y musculado no era extraña; más extravagante era la imagen de ver a un abuelo tendiéndole una ayuda a un joven shinobi lozano.