El Cañón del Secuestrado, el mayor cañón de las Montañas de la Tierra y, probablemente, de toda Oonindo, estaba más tranquilo de lo habitual. Una calma artificial y espeluznante, antinatural, como el silencio de un hombre siendo estrangulado. El río, que serpenteaba en el fondo como una víbora acercándose a su presa, era lo único que teñía aquel silencio con el suave discurrir del agua. El caudal del río estaba a rebosar, como era común por aquella época invernal, pese a que no había llovido en días.

Era extraño, pero desde hacía un rato tampoco se veían aves, ni roedores, ni ningún otro tipo de animal que no fueran insectos, y hasta el viento se había olvidado de soplar. A cada lado, escarpadas paredes verticales que parecían elevarse hasta rozar el mismísimo cielo, cuyo sol reinaba en solitario en el firmamento.

Pese a ello, hacía frío. Tanto frío que a Datsue, arrebujado en su capa de viaje y un gorro de lana, le castañeaban los dientes.

—¿Sabías que fue aquí donde discutí con tu hermana? —recordó, de pronto—. De hecho —prosiguió, señalando un pequeño charco en el camino—. Ella estaba ahí, y yo allá. —Koko pudo ver como el dedo de Datsue trazaba un arco hasta apuntar una pequeña roca que había pegada al río.

»Bueno, ¿qué? ¿Todavía sigues enfadada? —preguntó, al no oír respuesta por parte suya.

Venían de hacer una pequeña misión en Notsuba. Un ricachón les había pedido recuperar unas fotografías de cierta mujer. Recuperar, aunque robar lo hubiese definido también a la perfección. Resultaba que el ricachón no era ricachón por méritos propios, ni siquiera por nacimiento. Lo era por casamiento. La cuestión era, viendo el problema en el que se había metido, que no había sido por amor, precisamente. El hombre había tenido una pequeña aventura, un error que no se iba a volver a repetir, según sus palabras, con cierta chica. Cierta chica que se había hecho un par de fotografías junto a él en actitud… indecente, y que ahora las usaba para chantajearle.

La misión, pese a los quebraderos de cabeza que había causado a ambos ninjas, había sido todo un éxito. El problema había venido luego, cuando la lengua del Uchiha, como siempre, la cagaba. En aquel caso, por hacer un inocente comentario: lo mucho que le recordaba aquel marido a su Hermano, Akame. Y claro, teniendo en cuenta la infidelidad del hombre… ya la había liado.

La misión que se habían visto obligados a completar había sido un verdadero quebradero de cabeza para la Kageyama, principalmente porque aquel infiel ser también se había dado los lujos para mirarla a ella misma de formas bastante cuestionables, sin mencionar los recurrentes intentos por ligar a pesar de que ella le amenazase de diversas maneras.

La tentación de fallar a propósito la misión estuvo presente en todo momento, robar aquellas fotos y dejar a aquel despreciable ser humano siempre estuvo latente en la kunoichi que a final de cuentas, optó por morderse el labio y seguir adelante. Por ello se podía apreciar ciertas marcas en el labio inferior de la chica, se había tenido que aguantar por horas las ganas de darle una bendita paliza al cliente y poco le faltó para lastimarse al punto de sangrar. «Maldito infeliz »pensaba mientras andaba dando pisotones algo más fuertes de los habituales.

Mientras caminaba acompañada por su compañero, llegaron a uno de muchos parajes que el país de la Tierra tenía para ofrecer, aunque no era uno particularmente bonito, al contrario, era depresivo y no se veía ni un solo ser vivo por allí. Ah pero aquel chico siempre tenía algo para acotar incluso en la peor de las situaciones.

Aun así, la fémina estaba demasiado molesta con el cliente como para tomarle verdadera atención al Uchiha por lo que —cuando este se apresuró en sacar conclusiones— ella le dio a entender lo contrario con un ademán.

—No no no —afirmó repetidas veces mientras movía la mano de un lado a otro—. Bueno sí, no contigo pero es que ese tío —afirmó poco después.

Pero no podía mentir, re-meditó un momento más las palabras del chico y finalmente dio con una respuesta contundente.

—No sí, me sigue jodiendo, especialmente porque últimamente casi ni lo veo —confesó finalmente, marchando a un par de metros de distancia del contrario—. Y seguramente tú sepas algo al respecto y no lo dirás…


Aquel último añadido fue acompañado por una mirada fulminante de parte de la heterocroma, dedicada pura y exclusivamente para el shinobi que la acompañaba.

Koko aseguró que no estaba enfadada. No, al menos, con él. Su mal humor provenía de otro hombre, quizá uno con más caradura que el propio Uchiha. Pero se trataba del cliente, y el cliente siempre tenía la razón. Incluso cuando no la tenía, que solía ser casi siempre. Pero eran ninjas, y los ninjas debían capear la ignorancia de sus clientes como buenamente pudiesen. A veces, incluso, como le había pasado a Koko en aquella ocasión, sus faltas de respeto.

Suspiró. Aquello último, en su experiencia, solía ser sufrido más por kunoichis que por shinobis.

—No sí, me sigue jodiendo, especialmente porque últimamente casi ni lo veo —continuó la kunoichi, que tras llevar un buen rato sin hablar ahora parecía querer desahogarse—. Y seguramente tú sepas algo al respecto y no lo dirás…

—¿¡Qué!? —exclamó, y su voz reverberó entre las paredes del cañón formando un profundo eco, mientras se oía el chapoteo del agua al pisar el charco. Se detuvo, enseñando las palmas de las manos, como en señal de tregua—. Yo no… Qué dices, tía. Yo no sé nada. Andará liado con su investigación sobre los uróboros y eso, ya le conoces —dijo, excusándole. Esperaba que no insistiese más en el tema, o seguramente la volvería a cagar.

Claro que sabría algo, de lo contrario, ¿por qué tocar un tema semejante? ¿Por qué tirar al diablo todo el esfuerzo de Hideo por mantener una buena relación entre los héroes de Uzushiogakure y las integrantes del clan? Sí, las, que hasta el día de la fecha Datsue solo se había llevado mal con mujeres Sakamoto y no con hombres aunque puede que se deba pura y exclusivamente a que solo ha llegado a conocer a un hombre de tantos.

Dejando el asunto del clan a un lado, había algo en aquellos dos Uchihas que molestaba de sobremanera a la Kageyama. No que fuesen llamados héroes, que se los reconozca en cada rincón de la aldea ni nada semejante, el problema iba por otra parte.

—Claro, te creo —le respondió mostrando los dientes.

Era normal ver a la pecosa con una sornisilla en el rostro, pero esta característica rara vez salía a la luz cuando se encontraba a solas con aquel shinobi.

—Tanto secreto entre ustedes… —comenzó a murmurar mientras seguía avanzando, dejando de prestar atención en el chico—. Qué tanto tienen que esconder.

Claramente hacía alusión a una conversación que había tenido tanto con Datsue como con Akame, aunque le dolía mucho más que el segundo mencionado haya preferido guardar silencio ya que —se supone— hay confianza mutua, de lo contrario no serían pareja, ¿verdad? Ah pero los asuntos del clan son más importantes que la confianza de aquella que había estado allí para consolarle en los peores momentos…

—Claro, te creo.

Un te creo que sonó más falso que un billete de un ryō. Incluso la sonrisa que dibujó en su rostro indicaba de todo menos alegría. De haber tenido el sharingan activo, Datsue estaba convencido que captaría un aura maligna alrededor de ella. Incluso creyó captar como el suelo temblaba bajo sus pies, acobardado por la furia de la kunoichi en cada zancada.

Datsue arrancó a caminar, siguiéndola.

—Tanto secreto entre ustedes… Qué tanto tienen que esconder.

—Que… ¿Qué dices, Koko? ¿Qué secretos? No escondemos nada… —Datsue no sabía a qué demonios se estaba refiriendo, pero aún sin saberlo, apostó a que estaba mintiendo. Incluso el más honesto de los hombres tenía sus secretos…

Todavía tenía la cara de mentirle, todavía tenía la capacidad de ir y decirle que no escondían nada cuando previamente ella ya había preguntado un par de cosillas que prefirieron no responderle. Uno la mandó con el otro y ese otro simplemente le advirtió algo que realmente, le pareció más una ofensa que cualquier otra cosa.

—Sí claro —respondió sin dejar de caminar—. No esconden nada, por eso me contaron las ventajas que les trae ese jodido cambio de color en los ojos —prosiguió, sin siquiera molestarse en desviar la mirada del camino.

No tenía idea de por qué, pero aquellos dos eran excesivamente recelosos de aquellos ojos y por algún motivo, la pecosa comenzaba a sacar sus propias conclusiones al respecto. «¿Cómo serían si pelearan sin ese cambio? »La respuesta la desconocía y probablemente no lograría que ninguno de los dos Uchiha que conocía accediese a un entrenamiento sin activar el Sharingan.

Nada más responder Koko, Datsue abrió la boca, cayendo en la cuenta finalmente de a lo que se refería. El sharingan. Uno de los dōjutsus más codiciados de toda Oonindo, y el secreto más valioso del clan. La kunoichi se lo había preguntado haría cosa de dos meses, y por lo que veía, todavía no había saciado su curiosidad.

—Pero tía, ¿qué quieres? ¿Que revelemos uno de los secretos más valiosos de nuestro clan al primero que pregunte? —inquirió, y pese a lo abrupto de sus palabras, imprimió un tono de voz amable en ellas—. De hacerlo así dejaría de ser secreto, y perderíamos el factor sorpresa. Pasa con todos los clanes. Tampoco tú andas contando cosas sobre tus habilidades, imagino. —Bien era cierto que, siendo ellos pareja, se presuponía cierta confianza para esas cosas. Una concesión que el Uchiha se lo guardó para sí. Criticar a su Hermano estaba feo, y más si era con su actual novia.

»Lo único que debes saber —Datsue se jugaba un riñón a que Akame le había dicho la misma tontería que él estaba a punto de decirle ahora—: es que si te cruzas con un Uchiha con el tres aspas, y te encuentras sola… huye.

«¿Un riñón? ¡Me apuesto los dos!», pensó, sin poder evitar imaginarse a su Hermano recitando aquellas mismas palabras, pero con un tono de orgullo y convencimiento mucho mayor. Sonrió, divertido. Le gustaba picar a Koko de vez en cuando. Lo malo era que, había aprendido por las malas, debía cuidarse de su lariat. Realmente, Datsue no estaba ni de acuerdo ni en desacuerdo con aquella afirmación sobre Uchihas. El tres aspas tan solo indicaba que tu rival era un ninja experimentado, y no un genin primerizo. Un dato de lo más valioso, pero él que poseía los tres tomoe, no se sentía, ni de lejos, invencible.

Sus ojos pasaron de la espalda de ella al suelo, al captar movimiento. Una sombra. Alzó la mirada, y distinguió una enorme ave en lo alto. Por la forma de las alas y la cabeza, parecía un buitre. Un buitre anormalmente grande, que volaba en círculos.

«Qué cojones… Es impresión mía o… ¿vuela alrededor nuestra?». Tragó saliva. Aquello era un mal presagio.

Ahí iban las excusas, las mismas que Akame era capaz de darle y seguía sin ser un justificativo a ojos de la pecosa. Al menos si el previamente mencionado lo hacía, en el caso de Datsue estaba bien ya que ni siquiera se podrían llegar a considerar amigos por la cantidad de veces que se peleaban. Pero va…

Lo siguiente fue algo que irritó excesivamente a la rubia. «¿Es que lo tienen ensayado? »se planteó mientras presionaba los dientes hasta el punto en que rechinaron.

¿En serio aquello era una advertencia? ¿en serio se creían aquellos dos tan fuertes? Ella misma le había dado un buen lariatt a pesar de que él tenía las famosas tres aspas en sus ojos. Y podría hacerlo de nuevo…

Es más, lo hizo, utilizó el sunshin no jutsu para acercarse al Uchiha a gran velocidad pero esta vez no le daría con alguna extremidad que pudiera mandarlo a volar por algún golpe. No, al contrario, su idea era ubicarse justo delante de él a escaza distancia, lo que significó que le dio un golpe sí, pero con el busto.

—No voy a escaparme porque ustedes dos lo hayan dicho —sentenció, severa y sin despegar los dientes mientras pronunciaba las palabras.

A diferencia del shinobi, no había prestado atención al buitre por encima de ellos. No había prestado atención a nada realmente más que a Datsue.

El problema de jugar con fuego es que te puedes quemar. O, al menos, llevarte un susto. Fue lo que le pasó a Uchiha Datsue, especialista en sacar de quicio a la gente. La pequeña pulla dio justo donde más dolía, y la Sakamoto se revolvió, como haría una serpiente al sentirse atacada.

En un parpadeo redujo la distancia que los separaba, chocando en parte contra él.

—¡K-koko! —chilló, tropezando hacia atrás y cayendo de culo por la sorpresa—. Pero, mujer… ¡Tranquilízate! —exclamó, tratando de calmarla, enseñando las palmas de la mano en señal de tregua—. Por supuesto que eres libre de no huir. Yo… solo te lo decía por tu bien… —No, no estaba arreglando aquello en absoluto. Más bien, estaba metiendo la pata hasta el fondo—. ¡No hay porque ponerse agresivos!

No lo estaba arreglando, lo estaba empeorando y podía deducirlo por la expresión en el rostro de la kunoichi y en los puños apretados de ella.

—Mejor calla —le indicó casi gruñendo.

Luego de ello, se dio media vuelta y continuó la marcha. Ya él se arreglaría para ponerse de pie y reincorporarse.

La orden fue acatada con celeridad, sin protestas ni quejas. Quizá, hasta con demasiada diligencia para lo que solía ser Datsue. Pero la kunoichi, harta de él, continuó su camino sin prestarle atención. Pronto, no solo le resultó extraño que todavía mantuviese la boca cerrada —cosa muy poco usual en él—, sino que ni tan siquiera oía sus pasos tras ella. Y cuando finalmente echó la vista atrás…

… lo comprendió.

Datsue había desaparecido. No había ni rastro de él, como si la tierra lo hubiese engullido por completo. O eso creyó en un primer momento. Justo después, se percató de algo. Donde había dejado tirado al Uchiha, ahora había un pequeño saco de tela gris, que envolvía algo esférico. Como una sandía, un melón o… una cabeza.

El saco se inclinaba de un lado a otro con fuertes sacudidas, como si, fuese lo que fuese que escondía dentro, estuviese tratando de salir.

Era extraño, usualmente en situaciones como esa Datsue soltaba al menos un último comentario, desafortunado por lo general pero aquello nunca llegó. Se hizo el más absoluto silencio y no podía ser nada bueno realmente.

Koko dudó un instante en si girarse o no, tal vez el chico estuviese planeando su venganza por el empujón o algo así pero al final cuando la rubia se volteó, lo vio.

Un saco gris moviéndose y absolutamente nada más, siquiera el chico que debería de estar siguiéndola.

—¿Datsue? —preguntó algo preocupada en lo que se acercaba al saco.

Miró en ambas direcciones por si encontraba a alguien a la lejanía pero no fue el caso, en el cielo tampoco vio a nadie así que sin más opciones, se acuclilló frente al saco y con pulso tembloroso, tragó saliva y finalmente se dispuso a abrirlo de golpe, aunque apuntando la parte superior lejos de su cara, lo último que quería era llevarse una sorpresa.

Nada vio por los alrededores. Tampoco en el cielo, salvo el dichoso buitre que no paraba de volar en círculos sobre ella, a decenas de metros de altura. Resignada, y con el pulso tembloroso, se aproximó al misterioso saco. Lo tomó por arriba y tiró de él, como al destapar un molde de flan. Y en su interior…

… la cabeza de Datsue.

No, no estaba decapitado, pese a que aquella fue la primera impresión que le dio. Su cuello estaba unido a la tierra, como si hubiese enterrado su torso al completo. Tenía los labios sellados con cinta adhesiva, y los ojos parecían estar a punto de salírsele de las órbitas, mirándola con intensidad. Unos ojos teñidos de sangre y con tres tomoe alrededor de las pupilas.

«¡Abajo! ¡ABAJO!»

Oyó su voz tan clara como si le hubiese gritado a pleno pulmón. Como si, pese a aquella cinta adhesiva, pudiese hablar. Justo entonces, vio como una enorme mano peluda se abría paso entre la tierra, como un cadáver que vuelve de entre los muertos. Una mano que iba directa a su tobillo, envolviéndola con la firmeza de un cepo para luego tirar de ella hacia abajo.

Datsue estaba allí, enloquecido como si estuviese dispuesto a matar a alguien y con el sharingan activado. Lo primero que Koko pensó fue que la estaba culpando a ella de tal gracia pero no conocía manera alguna de enterrar a alguien tan jodidamente rápido.

—Qué mierda… —dijo algo más aliviada antes de quitarle la cinta de la boca de un tirón.

Aunque sería muy tarde para cualquier tipo de advertencia ya que algo tomó a la kunoichi por el tobillo con bastante fuerza. Acto seguido, fue ella la que fue enterrada aunque entre forcejeos hizo lo posible por extender una mano tan alto como le fuese posible, con la sola esperanza de que lograse así zafarse de quedar igual que el Uchiha.

Si lo lograba sería un verdadero milagro y podría usar alguna técnica eléctrica o incluso sacar alguna espada para intentar excavar. Aunque probablemente el ejecutor de dicha técnica no lo permitiría tan fácilmente.

Koko estaba demasiado confusa y turbada como para hacer caso al grito de advertencia que el Uchiha le había hecho a través del saimingan, y trató de quitarle la cinta adhesiva. Un fuerte tirón bastó, arrancando un gemido de su compañero, quién trató, esta vez, de advertirla a viva voz.

Pero fue demasiado tarde. Cuando los dos se quisieron dar cuenta, la misma mano que había sepultado al Uchiha apresó a la kunoichi también, engulléndola bajo tierra de un súbito tirón. Ella, rápida de mente, quiso levantar una mano. Un movimiento inteligente… pero demasiado lento. Su punto fuerte, desde luego, no era la agilidad.

—¡Mierda! —rugió Datsue, al ver como sus esperanzas quedaban sepultadas igual que él—. ¡Mierda, mierda, mierda, mierda! —siguió gritando, mientras movía la cabeza de un lado a otro, intentando inútilmente salir de allí. Pero la dura tierra que le envolvía no cedía ni un milímetro a sus forcejeos—. Jodeeeer… Joder, joder, joder.

Datsue todavía no se creía lo que estaba sucediendo. Lo sentía como irreal, como ficticio. Hacía tan solo un momento estaban discutiendo sobre banalidades, y al instante después se encontraba enterrado bajo tierra. Cómo habían llegado hasta allí, era algo que el Uchiha todavía trataba de comprender.

Koko, cuya cabeza estaba frente a la suya, fue la primera en verlo: un hombre emergiendo desde la tierra, tras la cabeza de Datsue, quien no podía verlo desde su posición. Un hombre alto, tanto o más que su hermano Hideo, de brazos gruesos como troncos, barriga incipiente, y cabeza afeitada. Le dio una patada en la sien a Datsue.

—Cállate —escupió, con voz ronca. Le envolvía una capa de piel de oso, y tenía las cejas pobladas y gruesas, unidas por un leve entrecejo. Se agachó un momento y volvió a colocar el saco sobre la cabeza de Datsue, quien gimió por lo bajo. Un segundo golpe, esta vez con una de las manotazas del desconocido, le hizo entender que mejor obedecía—. Tu amigo —dijo, mirando a Koko con unos ojos oscuros y profundos—, no calla.

Se metió dos dedos en la boca, y emitió un fuerte silbido.