Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Viendo que a Koko no le salía nada, y habiéndoselo propuesto ya anteriormente, Yume salió un momento de la celda.
—Date prisa —pidió, nada más desaparecer entre la penumbra. Koko no oyó sus pasos, por lo que, lo más probable, era que simplemente estuviese aguardando al lado de los barrotes. Volvió a entrar poco después. Miró con expresión ceñuda el cuenco y asintió, conforme. Realizó el Kage Bunshin no Jutsu, y el clon fue el encargado de llevarse el balde—. Como te iba diciendo, tengo que irme.
Introdujo la mano en un bolsillo interior de su chaqueta de cuero, y sacó una píldora de color rojo.
—No puedo asegurarte nada. Bajo mis ojos me hacen caso, pero cuando no estoy… —Yume no terminó la frase, y su silencio fue más esclarecedor que cualquier cosa que hubiese podido decir—. Esta píldora es una fuerte droga. Si la tragas, te sumergirás en un sueño. Apenas sentirás nada… Apenas recordarás nada. —Yume le abrió la boca con una mano y le tiró la píldora sobre la lengua—. Espero que no tengas necesidad de tragarla, cariño. —Por primera vez, su voz se mostró frágil, débil. Luego, como si solo hubiesen sido imaginaciones suyas, la expresión pétrea y fiera que tanto la caracterizaban volvió a instaurarse en Yume.
Cerró la puerta tras de sí, con llave, y desapareció entre la penumbra, sin despedirse. Simplemente, la abandonó.
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La mujer entendió sin necesidad de palabras que la rubia prefería tener un pequeño momento de privacidad el cual aprovechó lo mejor posible. Aunque no quitaba que Yume tuviese que llevarse el balde de todos modos y no hubiese manera posible de que la rubia pudiera limpiarse de alguna manera. Pero bueno, suficientes lujos tenía a pesar de ser una prisionera.
Cuando ya se hacía la idea de que la mayor no regresaría, esta lo hizo y la obligó a meterse una píldora en la boca que casi se traga por error, por suerte no fue así.
Quiso responder, dejarle en claro a la contraria que había entendido pero estaba muy ocupada buscando algún lugar para la pastilla que le permitiese hablar sin riesgos a tragársela, así que simplemente asintió. No iba a correr riesgos.
Por un momento le pareció sentir en Yume verdadera preocupación, como si ella fuese en realidad una compañera o incluso una especie de figura materna cuidando de su hija enferma, aunque fue por un instante porque enseguida volvió con esa pétrea mirada que la intimidaba.
Justo después, se fue, de nuevo.
«¿Hasta cuándo estaré así? ¿Y cuánto tiempo pasó ya? »se preguntaba como si alguien fuese a responderle, pero ya se estaba haciendo a la idea de que nadie vendría a buscarla, ni Datsue, ni Akame ni absolutamente nadie y eso, es algo muy malo.
Koko tenía la piel de gallina. La temperatura no era exageradamente baja, pero la humedad aumentaba esa sensación de frío. Tenía hambre, mucha hambre, y le dolían las muñecas y el cuerpo tras pasarse toda una noche en aquella mala postura. Sin embargo, todo aquello quedó en un segundo plano cuando oyó nuevos pasos. Alguien bajando, acercándose. Tap, tap, tap. Cuatro, cinco, seis, siete…
… y la enorme figura surgió tras los barrotes. Koko la conocía muy bien, y, si tenía mala suerte, estaba a punto de conocerla todavía mejor. Pero la kunoichi, pese a estar en una situación de lo más precaria, había tenido sus golpes de fortuna. O, más bien, había tenido a Yume como ángel de la guarda. En dos ocasiones había acudido al rescate, y pese a que aquella vez no estaba de forma física, sí estaba de forma espiritual, porque cuando la manaza de aquel gorila se posó en la puerta, esta no se abrió.
—¿Qué cojones…? —murmuró Kuma, sacudiendo inútilmente la puerta.
Miró a su derecha, y se mantuvo con la mirada concentrada en algún punto lejano. Pasados unos segundos, se llevó la mano a la entrepierna, bajo los pantalones, y pareció sacarse algo. Luego se agachó junto a la cerradura, y Koko oyó un sonido metálico. Clic, clic… ¡clac!
La puerta se abrió, y con ella, la última esperanza de Koko.
Distinguió la sonrisa triunfante de Kuma. Su ojeada rápida al otro lado de la celda para comprobar que, esta vez sí, nadie le interrumpiría la cita. Sus pasos le acercaron hasta ella. Su mano, de nuevo a la boca de la kunoichi para impedirla gritar. Y, aunque lo hiciese, ¿qué conseguiría con ello? Su salvadora —a la vez que raptora— se encontraba fuera, rastreando a Datsue por lo que había podido oír el día anterior.
Ya no le quedaba nadie… Salvo, de nuevo, el espíritu de Yume. Un espíritu reencarnado en forma de píldora roja.
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Frío y hambre, eso era lo que tenía la kunoichi, y la ropa rota, principalmente el bañador que había sido atacado dos veces ya en zonas muy distintas. Pero bueno, era todo por un bien mayor aunque seguía con las costillas rotas y seguía siendo una molestia el respirar.
Aun así, tenía bastante ya que agradecer a Yume que —a pesar de ser aliada de los que la secuestraron— la estaba cuidando muy bien y si era verdad lo que decía sobre Uzushiogakure, mejor todavía.
De cualquier manera, ante ella nuevamente se hallaba Kuma, dispuesto a continuar lo que su compañera había interrumpido solo que por suerte para la pecosa, la puerta de la celda parecía estar de su parte y no permitiría el paso del hombretón. Hasta que le quitaron el seguro con una ganzúa. «Yay… »pensó con absoluto sarcasmo al ver como la puerta se abría y el grandote se le acercaba con una sonrisa triunfal.
Quiso hablar, quiso recordarle las palabras de Yume por si las dudas, tal vez lograba que recapacitara pero antes de que pudiera articular palabra, la manaza del contrario volvió a taparle la boca imposibilitándola a hablar. «Mierda »
Esta vez no tendría nada que la salvara, lo único que tenía en su poder era la píldora que tendría que dormirla con lo que no sentiría absolutamente nada pero… ¿en serio era la única opción entregarle su cuerpo de tal forma?
Obviamente, la opción no le agradaba a la rubia, pero no le quedaba de otra así que… tragó la píldora. Solo esperaba que hiciese efecto rápido antes de que Kuma sacase lo que estaba guardándose en el pantalón.
—No grites… —pidió el hombre, en un murmullo suave que no le pegaba nada.
Koko se tragó la píldora. ¡Pluf!
—… soy Datsue.
La enorme nube de humo blanca que había engullido a Kuma dejó paso a un joven chico de cabellos claros y mirada oscura. Tenía un cardenal alrededor de un ojo, y se le veían con unas ojeras mucho más profundas de lo normal. Vestía una capa de piel de oso que le quedaba enorme, un jersey de lana que le llegaba casi hasta las rodillas, y un pantalón tan ancho que había tenido que improvisar un cinturón con un hilo metálico.
—Siento no habértelo dicho —susurró rápidamente, soltando ya por fin la boca de Koko, al creer que ya no chillaría por la sorpresa—, pero tenía que mantener el papel delante del resto —murmuró, no muy convencido de que la excusa le fuese a valer. Entonces, se llevó de nuevo la mano a la entrepierna. La otra pareja de ganzúas las había roto al abrir la puerta, y aquellas que ahora sacaba, de un dobladillo oculto de su calzoncillo, eran las últimas. Quizá algunos pensasen que aquel no era el sitio adecuado para llevar semejante herramienta, pero Datsue no podía estar más en desacuerdo. Si alguna vez se veía secuestrado, los calzoncillos eran la única prenda que, con suerte, no era registrada a conciencia—. Ya habrá tiempo para explicaciones —dijo, mientras trabajaba en la esposa de su muñeca derecha con manos temblorosas—. Tenemos que salir de aquí cagando leches.
Pero Koko, salir, lo que se decía salir, no tenía pinta que lo pudiese hacer por su propio pie. Los efectos de la pastilla estaban actuando a gran velocidad. Sentía la cabeza embotada, como flotando, y de pronto todas sus preocupaciones parecían menores. El mundo a su alrededor se balanceaba, de un lado a otro, como si estuviese borracha, y no sabía por cuánto tiempo más podría aguantar consciente...
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Algo andaba mal, o más bien andaba bien, a saber, pero ese no era Kuma, por lo menos el hombre no hablaría tan bajo aunque sí se creía que la mandaría a callarse, si gritaba podía delatarle y obviamente no querría semejante cosa, ¿verdad?
Pero no, el hombretón se transformó justo cuando la píldora que Koko se había tragado comenzaba a hacer efecto así que realmente, no tenía manera de comprobar que fuese algo real y no estuviese alucinando.
—¿Datsue? —murmuró con mirada perdida.
Le estaban pesando los párpados, se sentía mareada y con unas ganas terribles de tirarse a dormir allí mismo así que las palabras del chico le entraron por un oído y salieron por el otro, pero si algo le quedó claro a la pecosa es que ya no tenía ni idea de cómo diferenciar la realidad de una ilusión y… le daba igual.
—Claro —respondió vagamente, como si simplemente se estuviese dejando llevar por la situación.
La cabeza de la fémina fue cayendo lentamente, no se mostraba capaz de sostener el peso de la misma como para seguir mirando al frente y enseguida se quedó mirando el suelo con los ojos entrecerrados, aunque a simple vista estaban cerrados. «Dios mío, ¿qué le metió a la píldora? »se cuestionaba mientras seguía consciente.
Datsue llegó hasta las entrañas de la cerradura, penetrando sus defensas como una uzureña haría con el corazón blindado de un kusareño. Una vez dentro, el resto fue coser y cantar. Solo tenía que tocar los puntos adecuados y la cerradura se abriría a su antojo. Clic, clic, ¡clac! Ya era suya. Haría lo que quisiese para él, como un kusareño enamorado.
—Solo una más —dijo Datsue, abandonando la primera cerradura para irse con la gemela. Sin confiarse, trabajó la cerradura con una concentración inaudita en él, mientras sentía como una gota de sudor resbalaba por su frente. ¡Clac!«¡Sí, joder, sí!»—. Hora de irnos, Koko.
Ko… ¿Koko?
Fue entonces cuando se dio cuenta. Koko, que pese a haberle abierto las cerraduras seguía esposada —aunque ahora las esposas se podían aflojar fácilmente para liberarse—, estaba en una especie de trance. Tenía los ojos semiabiertos, pero con la mirada perdida, moribunda.
—Koko —murmuró, dándole una pequeña bofetada para que espabilase. Nada. «Jodeeer… Joder, joder, joder, joder».
Aquello ya era demasiado para él. Había vuelto. Había vuelto por ella. Perfectamente podía haber regresado a la Villa, decir lo que había pasado y conducir a un escuadrón jōnin con su brújula de rastreo. Pero no, por una vez, se había disfrazado de héroe. Quizá porque temía más la ira de Akame que la de esos cabrones muertos de hambre, pero lo había hecho. Se había hecho pasar por Kuma. Se había metido en la boca del mismísimo lobo. Había dormido junto al enemigo. Había aplacado cada idea de escapar y no mirar atrás con una determinación… sí, quizá frágil, pero la suficiente como para no hacerlo. No sabía si lo hacía por ella, por él mismo, por su Hermano, o porque, sencillamente, ya estaba cansado de ser siempre él el que huía.
Pero había llegado a su límite. No entendía qué le estaba pasando a Koko, pero sabía que si tenía que cargar con ella no llegarían muy lejos. Podía quedarse y seguir con la farsa, ¿pero hasta cuando seguiría colando? La información que le había sonsacado a Kuma, pese a serle de lo más valiosa, era inútil en cualquier conversación larga que tuviese que tener con cualquiera de los tres. No, tenía que ser realista: quedarse era lo mismo que suicidarse.
Apretó los puños. Había llegado tan lejos…
Entonces se le paró el corazón. Una de las puertas de las habitaciones de arriba se había abierto.
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«¿Clac? Sí, clac, ¿qué significa ”clac”? »pensaba la kunoichi, cuya mente se estaba alejando más y más de la realidad, dejando atrás el cuerpo de lo que parecía ser una moribunda joven dentro de una celda de algún lugar desconocido para ella.
Pero algo le hablaba, algo la estaba llamando, ¿o alguien? Es una voz conocida, y el bofetón… definitivamente le dio de lleno, incluso la mejilla se le enrojeció casi al instante pero seguía sin sentir el dolor. ¿Qué estaba pasando?
—Yume-saaan… —murmuró antes de finalmente cerrar los ojos.
Pensó por un momento en preguntarle a la mujer por la píldora que le había dejado, pero ella no estaba allí, solo la podía escuchar Datsue, el chico por el que básicamente se había sacrificado. Pero… se supone que ese shinobi solo huye, se preocupa pura y exclusivamente por sí mismo, es imposible que esté ahora mismo a un lado de la rubia.
—Imposss… —una prolongación algo exagerada de la ese solo dejaba en claro que Koko estaba ida—. Ible… —prosiguió, antes de verse incapaz de mantener los ojos relativamente abiertos.
Ahora sí, definitivamente no iba a escuchar nada a su alrededor, tampoco a sentir si la bofetada le dio y ni se enteró. Así que… bueno, Yume definitivamente sabe cómo dormir a la gente, porque era eso, ¿verdad? Se estaba durmiendo y ya, ¿no?
Resulta ser que aquello era apenas el inicio de una gran aventura que cualquiera pensaría era imposible, pero allí estaba la Kageyama, montada en un dragón verde junto con otras personas más jamás había visto en su vida.
—¿Qué carajo? —murmuró mientras miraba a su alrededor.
Nubes y más nubes, lo único que alcanzaba a ver mientras la majestuosa criatura movía sus alas con gracia.
—¿Ya despertaste? —comentó una chica de cabellos negros, pero de pestañas blancas—. ¡Por un momento pensé en tirarte!
Aquella joven estaba literalmente detrás de Koko, ¿haciendo? Básicamente era lo único que la mantenía sobre la criatura, de lo contrario, seguramente ya se habría caído.
—¿Katsumi? —preguntó incrédula, tratando de moverse pero algo se lo impedía, las manos de la mencionada la mantenían inmóvil—. ¿Qué es todo esto?
Algo no cuadraba, y seguramente tenga que ver con el bicho en el que estaba sentada, pero por algún motivo casi que lo sentía natural…
—¿¡Es que ya ni te acuerdas!? ¡Vamos a cargarnos el puto árbol sagrado! —afirmó una Katsumi bastante molesta—. ¡Recuerda! ¡Salió ese mastodonte del árbol diciendo algo de un poder con el que se lo iba a cargar todo!
Pero no, a pesar de las explicaciones de su no tan querida hermana, la Kageyama no entendía nada, ni siquiera el por qué llegaba una armadura samurái y una katana de filo negro cuando ella se supone es una kunoichi. Y la katana que realmente lleva es más pequeña y de un color más normal.
Aunque lo más extraño de todo seguramente sea la indumentaria de la chica detrás suyo, que usualmente viste negro y rojo pero esta vez iba con una larga túnica blanca con detalles en rojo justo en los bordes de las mangas y de la gran capucha que tenía echada sobre la cabeza… Algo iba muy mal…
Ah pero mientras la Kageyama intentaba entender algo el dragón atravesó una nube y desde su nueva posición se podían ver perfectamente otros cuatro dragones, de escamas teñidas de colores diferentes pero sobre cada uno de ellos habían al menos dos personas montadas, todas siluetas que hubiese reconocido de no ser por los yelmos y sombreros extravagantes que estaban usando.
Tuvo un breve momento de pánico, en el que se quedó paralizado sin saber qué hacer. «Lo que mejor se te da: engañar», se obligó a reaccionar, formando los sellos del Henge no Jutsu. Echó un último vistazo a Koko para asegurarse que seguía con las muñecas esposadas y salió de la celda, justo a tiempo para ver a Katame en lo alto del pasillo semiabierto.
Se encontraba en un escenario bastante amplio y grande. Una cueva, oculta tras una cascada, que parecía haber servido bien a todo tipo de bandidos. Aparte de la celda de Koko, había varias más pegadas a ella, que aquel grupo usaba para almacenar las armas robadas. A continuación, llegaban unas escaleras de piedra lisa, que conducían a un pasillo abierto por el lateral con más puertas, usadas por ellos como habitaciones. En el amplio espacio vacío de la caverna, más armas. O, mejor dicho, pergaminos. Pergaminos con armas selladas, supuestamente, que se amontonaban formando montañas y montañas de ellos.
Según Kuma, aquel había sido el mayor atraco perpetrado de la historia. Una gesta inalcanzable para casi cualquier ladrón de Oonindo, y, a su vez, una maldición. Porque desde que habían robado las armas, aquel grupo se había ido desintegrando poco a poco, hasta quedar reducido a cuatro. «A tres, en realidad, solo que ellos todavía no lo saben».
—¡Kuma!
Datsue —Kuma—, se quedó en silencio. Así hacía siempre que no sabía qué decir. No quería arriesgarse a meter la pata, y por lo que había podido averiguar —cuando tras derrotar a Kuma en combate le había amenazado con cortarle los huevos si no respondía a sus preguntas—, Kuma no era de hablar mucho, cosa que le venía como anillo al dedo.
El shinobi de Shinogi-to —Kuma le había dicho que era su ciudad natal—, descendió por las escaleras con paso lento, apretando los dientes cada vez que apoyaba un pie y sus brazos se movían por la inercia. Tenía los hombros vendados, y pese a que Yume había hecho lo posible por curarle, todavía no estaba al cien por cien. De hecho, ni siquiera parecía poder moverlos. Al parecer, según le había contado Yume aquella mañana, el ataque de Koko no solo había devorado carne, sino que también había alcanzado el hueso. Algo que ella no podía regenerar.
—¿Qué haces?
Silencio. Un silencio que aprovechaba para pensar la mejor respuesta.
—Amontonar los pergaminos en mochilas, como ordenó Yume.
—¿Ordenar? —le increpó, con voz crispada—. ¿Desde cuándo es ella la que da órdenes aquí?
«¡Mierda!». Como no sabía qué responder, se quedó callado, mirándolo con la expresión más pétrea que fue capaz de componer.
—¿Sabes quién no da órdenes? —¿Era una pregunta retórica?—. Zaide. —Sí, gracias a los Dioses era una pregunta retórica—. ¡Nuestro famoso líder —empezó a gritar, desviando la mirada hacia las puertas de arriba—poniéndose hasta arriba de omoide mientras a nosotros nos dan por el culo por sus putas decisiones! ¿No te toca los cojones?
Silencio.
—Sí.
Katame frunció el ceño. Dio un paso hacia él, y bajó la voz.
—Cagonmimadre, Kuma. Entonces vota por mí —le espetó, a un palmo de sus narices—. El Código es claro: el actual líder no puede votar por sí mismo. Ahora que nos hemos quedado cuatro, solo necesito el tuyo para hacerme con el mando.
»¿Qué me dices?
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Koko por su parte seguía en otro universo donde montaba un dragón, siendo ayudada por Katsumi. Justo ella, de quien menos se esperaba ayuda pero… ¿quiénes eran los demás? Según su hermana, eran compañeros, aliados para llevar a cabo aquella misión tan importante.
Ahora, ¿cómo fue que alguien salió de un árbol?
No le contestaron, en su lugar siguieron el vuelo hasta que finalmente, aterrizaron en unos parajes que eran hermosos…
Montañas de cristal transparente a través del cual se podía ver haces de luces descompuesta lo que los teñía de los colores del arcoíris y limitaba parcialmente la visión. Koko estaba maravillada ante semejante estructura pero, ¿desde cuándo en Oonindo existe algo así? ¿Quién podría haber construido semejantes cosas con cristales? Lo peor es que eran lo suficientemente resistentes para soportar el peso de cinco inmensos dragones.
Pero nada de ello parecía sorprender a los otros nueve personajes que la acompañaban y…
—¿Nueve? —se replanteó la rubia al ver descender a todos y cada uno de ellos.
En específico, había uno cuyo sombrero de mimbre terminado en punta que le resultaba extrañamente familiar. No porque pudiera verle el rostro, estaba completamente cubierto pero sí logró ver una extensa cabellera dorada saliendo de debajo de un sombrero de mimbre terminado en punta.
Aquella cabellera y aquel mechón tan característico solo podía pertenecer a una sola persona.
—¿Noemi? —cuestionó incrédula.
Tal cual, era Sakamoto Noemi, su hermana melliza quien recordaba había perdido una pierna y un brazo pero ahora estaba al completo, pero vestida de una forma tan particular que no encajaba en lo más mínimo con ella. Es decir, ¡no va mostrando nada de carne!
Todos los demás lucían unos atuendos más extraños que el otro, uno de ellos iba con una armadura de cuerpo completo con detalles que parecían querer simular huesos. Otro llevaba una serie de trapos y abrigos que lo cubrían de pies a cabeza, los colores de las prendas eran muy llamativos por cierto.
Otro tenía un atuendo de lo más extraño, jamás en su vida vio algo así… zapatos terminados en una punta doblada hacia arriba, un pantalón sumamente holgado y una especie de chaleco diminuto que apenas si servía para algo. Era un hombre, obviamente, pero, ¿qué carajos con ese atuendo?
Otra mujer iba con un vestido bastante revelador, con unas telas transparentes amarradas a cada brazo y tenía… cabello celeste.
Todos y cada uno de ellos tenían alguna vestimenta de lo más extraña y llamativa, incluso Hideo, quien iba con un harpa, ¡una jodida harpa en medio de un supuesto campo de batalla!
—¿¡Qué carajo es todo esto!? —exclamó Koko, ya harta de tantas sorpresas incoherentes y excesivamente salidas de contexto—. ¿¡Qué pasa con todo este teatro!? —continuó, histérica por si no quedaba claro.
Cuando estuvo dispuesta a seguir gritando, ya los nueve personajes se habían congregado alrededor de la Kageyama y… Katsumi le dio con un golpe muy fuerte en la cabeza con un palo de madera muy desgastado.
No tenía nada de llamativo, pero con semejante golpe lo que uno se espera es quedar al menos atontado pero por algún extraño motivo ahora se sentía... mejor. «Oh mierda »pensó frenándose en seco para sobarse la nuca, dónde le habían pegado pero no sentía el más mínimo dolor ni entumecimiento.
¿Que qué le decía? ¿Y el qué cojones sabía? Kuma no estaba contento con Zaide, eso se lo había dejado muy clarito. El grupo estaba en su mejor momento, hacía cada vez más dinero y con pocos riesgos, pero la ambición de Zaide no tenía límites. Quería robar a su mejor cliente: el Dragón Rojo, una organización criminal del País del Agua que siempre habían cumplido con su parte del trato. Pagaban por adelanto, en grandes cantidades, y en sus trabajos no solía haber sorpresas ni imprevistos. Era el cliente perfecto.
Un cliente que se había puesto en guerra con otra mafia para hacerse con el control de las drogas en Kasumaki, la capital del país y una de las ciudades donde más droga se movía en toda Oonindo. Por eso habían solicitado un cargamento sin precedentes al Hierro. Un cargamento que jamás llegó a su destino. Cuando se hicieron con el bote, la banda de Zaide estalló en alegría. Aquello les proporcionaría su retiro dorado.
El problema, como siempre, vino después. Las armas estaban marcadas, y nadie se atrevía a comprárselas por temor a futuras represalias. Represalias que, muy pronto, alcanzaron al propio grupo. El Dragón Rojo les fue diezmando, arrinconando cada más. Por mucho que se alejasen, por muy lejos que se fuesen, Dragón Rojo siempre terminaba por encontrarles. Cada vez que se producía una reyerta, escapaban menos de los suyos. Y cada vez escapaban más por un golpe de suerte fortuito que por estar debidamente preparados. Finalmente, los cuatro que quedaban se habían refugiado en las tierras natales de Zaide, esperando hacerles perder el rastro.
En definitiva, sí, Kuma tenía razones de sobra para no querer a Zaide como actual líder. El problema era… que Katame no era su candidato, sino Yume. Así se lo había dicho.
—Yume…
—¡Yume es una zorra que vendió a su Villa porque Zaide le hizo mojarse las bragas! —le espetó sin pudor—. ¿Cómo vamos a confiar en alguien así? Hazme caso, Kuma. Yo soy la mejor opción.
Silencio.
—Piénsalo —le pidió, para luego escupir a un lado—. Y hablando de zorras…
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Nadie tomó importancia mayor al ataque de histeria de Koko y siguieron su camino hasta el árbol sagrado, mucho más grande e imponente de lo que ella lo recordaba pero allí estaba, curiosamente, se veía algo vidrioso pero muy distinto al resto de las montañas.
Ella ya no entendía nada y no se esforzaría mucho por comprenderlo. Estaba haciéndose la idea de que era presa de algún genjutsu pero tristemente, no recordaba ningún método para zafarse de ellos, menos cuando es uno tan fuerte como ese en que no siente absolutamente nada, ni siquiera dolor tras recibir semejante golpe que casi la hace caer de cara al piso.
Fue entonces que el malo de la película apareció…
El viejo.
El mismo que había liderado al clan Sakamoto.
El que había escogido a nueve y desechado al resto.
¡Ese viejo!
Pero en paños menores hechos con lo que parecía ser piel de algún lobo. La cabeza del animal era un sombrero perfecto, pero si se suponía que debía verse intimidante había fallado por mucho.
—Bueno… —murmuró la Kageyama, sintiéndose excesivamente incómoda ante semejante manifestación.
Pero las cosas no terminaron allí, claro que no.
Los nueve hermanos desenfundaron armas, eran espadas, martillos, hachas, arcos, lanzas e incluso un harpa —todavía no entendía qué papel interpretaba Hideo— y muchas otras cosas más. Y cuando el combate parecía a punto de iniciar…
Todos los Sakamoto comenzaron a arrojar dinero, monedas de oro que iban como shurikens directamente hacia el vejestorio que poco pudo hacer contra semejante ataque.
—¡Sigan! ¡Sigan! —insistía Yuna, quien llevaba un sombrero naranja con forma de cono.
Y no, Koko todavía no se lo creía, menos cuando el viejo gritó palabras incomprensibles y explotó dejando atrás infinidad de destellos como si se hubiese convertido en polvo estelar. Tras lo cual, claro, los valerosos guerreros comenzaron a festejar ante semejante victoria.
De no ser… porque detrás de todo eso salió una segunda silueta, esta vez parecía ser la de una enorme mujer que no parecía de muy buen humor…
28/12/2017, 06:10 (Última modificación: 28/12/2017, 06:16 por Uchiha Datsue.)
—… ¿dónde está la chica?
Datsue se contuvo de tragar saliva. Sin decir nada, realizó un movimiento de cabeza, indicando la celda que había tras él. Katame se acercó a los barrotes, y la contempló en un silencio incómodo. Primero, con las mandíbulas apretadas y los puños tensos. Luego, con una sonrisa perversa, como si de pronto se le hubiese ocurrido la venganza perfecta. Finalmente, Datsue creyó intuir un brillo de lujuria en su ojo sano.
—¿Ya te la follaste?
«Joder con la preguntita…» Datsue había tenido que soportar como Kuma, en pleno combate, le iba describiendo paso por paso cómo violaría a su amiga. No solo se lo había dicho con saña, para provocarle, sino que su Sharingan le indicaba que había verdad en sus palabras. Llegados a aquel punto, y si él realmente fuese Kuma, dudaba que Koko siguiese inmaculada.
—Sí.
Por un instante, Katame alzó una ceja, pero pronto su expresión se vio cambiada por las agudas carcajadas que le invadieron.
—¡Qué bandido! ¡Tú sí que aprovechas el tiempo! —De nuevo otras carcajadas—. Aparta…
Pasó a su lado y se introdujo en la celda.
—… yo también necesito descargarme.
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Ninguno pareció escucharla, estaban paralizados ante aquella aparición cuyos rasgos eran vagamente visibles debido a una conveniente luz que se ubicó justo detrás de ella.
Nadie reaccionó, solo la mujer cuyos cabellos parecían haber cobrado vida debido al viento que comenzó a soplar suavemente.
Un instante después, la que supuestamente es madre de Koko juntó las manos por delante de su cuerpo y una esfera naranja se formó, irradiaba tanto luz como calor y acto seguido, se expandió devorándolo absolutamente todo, incluyendo a los diez hermanos, al árbol sagrado, a las montañas de cristal y todo el mundo en el que la joven kunoichi se encontraba.
No había podido hacer nada, pero ya podía ver la luz perfectamente al otro lado del túnel y…
—¿Túnel?
No, no había muerto —tal vez—, pero si veía un jodido túnel con una lucecita al fondo. ¿Tendría que averiguar lo que era o no?
28/12/2017, 21:35 (Última modificación: 28/12/2017, 21:56 por Uchiha Datsue.)
Bhom. Bhom...Clac. El sonido metálico del cinturón de Katame al estrellarse contra el suelo.
Bhom, bhom. Bhom, bhom... Shhhrrrr. El sonido de la cremallera bajando.
¡Bhom, bhom! ¡Bhom, bhom! ¡Bhom, bhom¡Plaf! Una sonora bofetada, que Katame pudo dar con solo un movimiento de antebrazo gracias a que Koko estaba de rodillas en el suelo, sujetada todavía de las muñecas por las esposas.
—Vamos, despierta —pidió, con voz apremiante—. Así no tiene gracia.
¡BHOM, BHOM, BHOM! ¡BHOM, BHOM, BHOM! Creyó que Katame descubriría por el sonido frenético de su corazón, que martilleaba su oído como nunca antes lo había hecho. Katame tenía los brazos medio inutilizados. Estaba débil. No se lo esperaba. Tan solo tenía lanzarle un shuriken con sello explosivo a través de los barrotes. Esperar a que saliese en su búsqueda, y en el momento clave hacerlo detonar. Luego, rematarle y el trabajo estaría hecho.
«Pero Zaide lo oiría», pensó, demasiado tarde. Para su propia sorpresa, su mano ya había lanzado el shuriken con sello.
¡Pluf! El shuriken alcanzó un cinturón. «¿¡Qué cojones…!?» De pronto, Katame estaba a su izquierda, con la mirada extrañamente tranquila y una sonrisa en el rostro. Su mano… ¡Aquel cabrón podía hacer sellos a una mano!
—¡No…!
—¡Fūton: Kazenami no Jutsu!
Si hubiese reaccionado un segundo antes. Si hubiese visto aquellos sellos en la diestra con medio segundo de anticipación. Si hubiese tenido el sello del Carnero preparado de antemano solo por si acaso… Pero no, el mundo no funcionaba a base de síes, sino de hechos. Y el hecho fue que Datsue salió catapultado hacia atrás, como si le hubiesen dado un tremendo golpetazo con una maza gigantesca, de mala suerte que su nuca chocó contra la dura roca y la vista se le nubló.
Quiso levantarse. Quiso reaccionar, pero su cuerpo se negaba y el mundo a su alrededor se estaba apagando, diluyendo. Oyó una silueta borrosa acercarse. Una voz…
—Casi me la metes doblada, crío. —Su voz sonaba cada vez más distante, como un eco lejano—. Pero Kuma se emociona cuando lo hace. Ni tú hubieses reconocido a tu amiga de él habérselo hecho…
• • •
Quizá, si Koko hubiese logrado matar a Katame, ahora ella no se vería en aquella situación. Quizá, si no le hubiese herido, hubiese sido él quien fuese a buscar a Datsue montado en su buitre. Quizá, si no hubiese tomado la píldora roja, ahora que tenía las esposas sueltas hubiese podido defenderse. Pero no, la vida no estaba hecha de quizás, sino de crueldad. De brutalidad. De atrocidad. Si te despistabas un segundo, la vida te machacaba contra el fango y te lo hacía saber.
La píldora que Yume le había dado no fue su salvación, sino su perdición. No estaba inconsciente, pero tampoco tenía conciencia de lo que estaba pasando. Se encontraba en una especie de trance, con los ojos semiabiertos y la mirada perdida. Le veía, y no lo comprendía. Aunque una parte ínfima de su ser sí lo hacía. No sentía nada, y a su vez, algo en su interior se rompía. Y aquella voz…
… aquellos gemidos… Creyó que nunca podría quitárselos de la cabeza.
• • •
Le echaron un caldero de agua congelada a Koko en la cabeza.
Se despertó de golpe, aturdida y desorientada. Estaba empapada de pies a cabeza, y a la vez se sentía sucia, mal consigo misma, dolorida. Seguía en la misma posición que antes, pero notaba algo en las muñecas. Tenía las esposas flojas, mucho más sueltas. La sonrisa de Katame fue lo primero que vio. Su voz, lo primero que oyó.
Aquella voz…
—Tú y yo vamos a hacer un trato.
Katame se encontraba apoyando la espalda contra la pared contraria, a cinco metros de distancia. Había bastante más claridad que antes, tanto por la luz natural, como por la antorcha que había prendido, que colgaba en una pared.
—Y vas a poder salir si cumples tu parte.
No había rastro de Datsue. Ni de Kuma.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
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Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80