Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Dentro de la clínica, en la sección de los pocos cuartos para pacientes, el alguacil estaba vendado por la cintura, con la camisa media abierta, sentado de mala gana. Si bien su esposa trataba de obligarle a reposar, el gran caballero del mostacho se negaba a mostrarse débil. Estaba deseoso por volver a trabajar en su puesto, pero había decir que temía por recibir un golpe de los brazos de su mujer, de los cuales sabía eran mucho más potentes que los suyos propios. Ella era la única que podía sentar a ese pesado hombre.
—¡Oh Datsue-kun!— saludó. —Mejor, mejor. El señor Hayashi dijo que la herida no penetró en ningún órgano vital. Me gustaría poder acompañarte en el festejo de esta noche, pero dudo que me dejen— Miró nervioso a su mujer.
—Tú te quedas aquí.
El doctor Hayashi se encontraba ahora revisando a otros tantos pacientes en la sala, pues quiera que no, muchos resultaron bastante maltrechos luego del gran incidente del arrancón inicial de la carrera. Sin Asobu para obrar milagros, ahora estaba sobresaturado.
—Bueno, bueno, lo importante es que te pongas bien. No te preocupes —dijo, amable—. Y respecto a la fiesta de la noche… La verdad, no sé si me podré quedar —dijo con pesar—. Hace una semana que estamos aquí, siete días de retraso. Como no volvamos ya van a pensar en mi Villa que nos hemos exiliado y mandar un escuadrón de captura. Riko y yo deberíamos marcharnos en seguida y no correr más riesgos.
»¿Podemos agilizar la entrega del premio?
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—Lamento mucho escuchar eso— Tomó el sombrero de su mesa y se lo llevó al pecho. —Habíamos preparado un gran festín para ti— Quiso ponerse en pie, pero la mirada de su mujer le detuvo. —Está bien. Debemos ir a quitar los papelitos y pedirle a Utage la copia de las llaves para hacer oficial la entrega... Aunque dudo que quiera despegarse de aquella banca hasta que Homura despierte.
En el corredor, el nervioso muchacho seguía expectante. Aún cuando la cirugía había terminado, el señor Hayashi fue certero en no dar autorización para que nadie viese a la pelirroja hasta que estuviese consciente. Eso incluía a su hermano, pese a ser un familiar directo.
El Uchiha asintió, complacido por la rápida cooperación del alguacil. Sin ponerle problemas, ni trabas de ningún tipo. Solo necesitaba una cosa: a Utage. Al hermano de Homura. Y, viendo cómo se estaba comportando, iba a ser jodidamente difícil sacarle de allí. No, al menos, hasta que se despertase su hermana. Pero para cuando llegase ese momento todo se iba a descontrolar.
No podía permitirlo.
—Muchas gracias, Arashi-san. Voy a hablarle con Utage, pues.
Decidido, caminó hasta el chico.
—Venga, venga, Utage. No te preocupes. He visto heridas mucho peores sanadas. Se pondrá bien —dijo, tratando de animarle—. Venga, vamos a salir a tomar un poco el aire. Te vendrá bien.
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—¿¡CREES QUE TODO PUEDES ARREGLARLO CON PALABRAS BONITAS!?— Utage estalló como nunca antes datsue lo había visto en esa semana.
Finalmente, se había agotado su paciencia.
—No puedo. NO PUEDO. ¡¡¡NO PUEDO!!!— Desde un inicio, el carácter del chico siempre fue mucho menor al de su hermana, por lo que aquella situación le consumía en extremo. —¿¡Qué demonios pasó!?— se levantó y tomó de las ropas a Datsue. —Ella se arriesgó, por, por, por esa mierda que mataron a papá. ¿¡No se suponía que tú y Rōga iban a encargarse de eso!? ¡Él ni siquiera a vuelto! Bandō estaba cómo loco, no me has dicho nada de lo que ocurrió con Báihū Zhāo. ¡NADIE ME DICE NADA! Mi hermana estaba herida no sólo de la pierna, sino de la cabeza también. ¡¡YA ME HARTÉ DE QUE ME DEJEN A UN LADO DE TODO ESTE ASUNTO!! No tuve ni el valor de estar allí para cuidarla, tampoco pude detenerla...— Le soltó y cayó de rodillas.
»¿Cómo demonios pretendes que esté tranquilo si no se nada de lo que ha ocurrido? Tú, el alguacil, su esposa. ¡TODOS ACTÚAN CÓMO SI NADA! ¿¡QUIEREN SACARME DE QUICIO!?
Pegó un puñetazo al piso.
—Dae a perdido la cordura, Bandō ha sido arrestado y no sé que va a pasar con él, Rōga ha desaparecido, Nee-san está inconsciente...
No era una cosa, eran demasiadas las que le tenían estresado. Y ninguna parecía tener solución.
—¿¡CÓMO PUEDEN PRETENDER FESTEJAR CUANDO HA PASADO LO QUE HA PASADO!?— Alzó la vista, totalmente descolocado.
Aquello no se lo hubiese esperado ni en mil vidas. Ni con el Sharingan lo hubiese visto venir. Aquel mojigato, aquel pobre diablo que no ganaba la atención ni de su propia hermana, dándole lecciones. Gritándole. Tratando de ponerle en su… sitio.
El Uchiha ya había soportado suficiente.
—Mira, Utage. Vale que no me hayas agradecido una mierda todo lo que llevo haciendo desinteresadamente por el pueblo. Vale que estés nervioso por tu hermana. Pero, ¿esto? ¿Qué pagues tus frustraciones conmigo? Esto ya no —le espetó—. Claro que no te he contado nada, como tú no me contaste ni mierdas. Y no, no se suponía que yo iba a encargarme de proteger a Homura. ¿Quién narices lo dijo? ¿Qué soy yo aquí, el tonto extranjero del que todos pueden abusar, eh?
¡Qué ganas de darle dos buenos sopapos, joder!
—He salvado al pueblo de los putos bandidos que os querían cobrar el agua. He pillado a un infiltrado que teníais aquí, que casi mata al doctor Hayashi y que acabó con la vida de tu padre. ¡Hasta me encargué del amigo de Asobu para que no causase destrozos en el pueblo! ¿Y qué recibo a cambio? ¡Nada! ¡Ni las gracias! No, peor, ¡hasta me echas en cara cosas!
»¿Y sabes qué más? ¡Yo salvé a tu hermana en el jodido desierto! ¡Cuando vino el amigo de Asobu y la raptó, yo la salvé! ¡Yo recoloqué el hombro de Bando para que pudiese cabalgar mejor y traerla lo más rápido posible! ¿¡Y así me lo pagas!?
»¡He perdido una jodida semana por ayudaros! ¡En mi Villa estarán planteándose en estos momentos si no seré un jodido traidor! ¡ASÍ QUE DEJA DE LLORIQUEAR, DAME LA PUTA LLAVE PARA COBRAR EL PREMIO, Y POR UNA VEZ EN TU PUTA VIDA TOMA ALGO DE RESPONSABILIDAD Y HAZ ALGO PRODUCTIVO! ¡Joder!
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Algo hizo click en Utage, algo, que no se había planteado hasta esos momentos.
—Si a nadie le importa por lo que estoy pasando, ¿por qué van a importarme los problemas de los demás?— Dejó de llorar, simplemente, estaba serio. —¿Por qué tus problemas valen más que los míos?
—¿¡Qué está pasando!?— El alguacil llegó corriendo, pues ante la gritería su esposa lo había dejado libre.
Menudo cretino. Todos en el jodido pueblo eran putos cretinos. Bueno, ahí igual estaba exagerando las cosas fruto de la frustración. No, en realidad, los que eran una panda de cretinos era la familia de Utage, Homura y Bando. Eran tal para cual. Siempre llorando por sus putos problemas. Siempre diciendo: si nadie me quiere ni comprende, ¿por qué voy a esforzarme? Necesitaban todos un jodido psicólogo, pero ya.
El alguacil no tardó en venir corriendo a ver qué sucedía.
—Aquí, Utage. Que quiere cagarse en la tradición del pueblo y no entregarme el premio que me corresponde. Quizá es que quiere dárselo a su hermana por el plan que tenía ella de que Bando lo ganase y repartir el botín.
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—Utage por el amor del tigre, entiendo que estés aburrido de todo este problema pero la tradi-
¡SLASH!
***
En el trayecto de regreso al pueblo, el real notaría que otras huellas se dirigían de regreso. Eran las pisadas de alguien que estuvo dando vuelta en círculos, erráticas, perdidas. Sin embargo, estas en algún momento encontraron el camino correcto.
***
Sintieron que de pronto algo del nivel superior se estremeció y cayó. Gritos afuera, con temor.
—¿¡Qué mierdas pasa ahora!?
Utage no dijo nada, no le importaba nada ya.
Afuera, algunos edificios perdieron parte de los tejados, rebanados. Nadie había visto un poder destructivo como ese antes, salvo Datsue. Si salía afuera, notaría a un tuerto con un ave al hombro, pero lejos de su habitual sonrisa, estaba molesto -que no furioso-. De hecho, tenía el cachete inflado como niño en rabieta, un niño con el poder de partir varios edificios de un tajo. Estaba parado de brazos cruzados a media calle, esperando.
Datsue oyó un gran estruendo. Edificios derrumbándose. Gritos. ¿Quién podría ser? ¿Quién demonios volvía a querer joder aquel pueblo maldito? El Uchiha lo pensó, lo pensó, y lo pensó. Y llegó a un par de conclusiones. Posibles sospechosos. Tan solo uno que tuviese un poder destructivo tan grande.
Ahora bien, ¿qué hacer? ¿Se comportaba como un niñato, adoptaba la actitud de Utage, y hacía como si ya nada le importase?
Lo cierto es que era tentador. Más después de ver cómo se lo pagaban. Una y otra vez. Homura. Su hermano. El propio Bando. Había aguantado una semana haciendo de escudo a todos esos ingratos. Y uno tenía que saber cuando decir: basta. Ya estaba bien de tanto abusar.
Datsue se quedó al lado de Utage. Pegadito. Imitándole.
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Shusuke esperó a que le dieran respuesta, pero nadie se atrevió a darle una razón. Incluso llegó a sentirse mal, pues no quería dañar a las personas. Simplemente quería dar un buen susto para obligarlos a que el Uchiha saliese de su escondite.
—Dijiste que si destrozaba algunas cosas iba a salir a dar la cara, pero no veo que tu plan esté funcionando, Kukulkán— Vio de reojo a su ave.
—Bueno, esto no me lo esperaba...— El ave revoloteó un poco antes de posarse de nuevo. —Supongo que podemos preguntar, ¿no?— Si las aves pudieran sudar, estaría con la cara llena de agua.
El alguacil salió corriendo de la clínica, el Doctor Hayashi apagó las luces, la gente huyó del hotel, la mujer del alguacil corrió a los establos para verificar el estado de los animales.
Mano Cortada fue nuevamente, el que salió a enfrentar al invasor. Shunsuke no tenía una cara especialmente agresiva, pero la presencia y el caos que era capaz de generar intimidaba lo suficiente a los lugareños.
—¿¡No dijiste que no buscabas lastimarnos!?— Le gritó, estando a una distancia que él creía segura, sin saber del verdadero alcance que tenía el tuerto.
—Y no quiero hacerlo. Sólo quiero hablar con el shinobi de los ojos rojos— Bufó.
Mano Cortada no contestó, pues no quería comprometer a Datsue. Sin embargo, si no pudo enfrentarse a los bandidos de las aguas, mucho menos a él. ¿Qué debía hacer ahora?
Aprovechando la distracción del médico, Utage se levantó de su lugar y corrió hasta la sala donde estaba su hermana. Había mentido en decir que no le importaba nadie, porque aún le importaba la última familia que le quedaba.
El clon que estaba ahí, no sabía que motivos tenía Shunsuke para buscarlo específicamente a él. El real, quizás lo sospecharía, quizás no. En realidad, todo aquello fue causado por una tontería tan nimia, que era triste pensar en ello.
***
El intrépido encontraría otras huellas, esta vez reconocibles. Galante, quién había echado a correr durante la refriega contra Kid, parecía ir de regreso a Shirotora. ¿Estaba volviendo a su dueño por voluntad propia? O quizás alguien lo había guiado... Debía saber, que si algún caballo era capaz de aventajar y sacar larga carrera en poco tiempo, era aquel duro mestizo.
Datsue tomó por el hombro a Utage, le agarró con firmeza, y de ahí no se movió.
—Dame la puta llave, Utage. No pienso volver a ayudar al pueblo por nada.
¿Quería ver a su hermana? Pues antes que cumpliese con el jodido trato.
• • •
El Uchiha rio. Soltó una carcajada que se oyó por todo el desierto. Oh, claro que Kid había dado con Galante. Y por supuesto que se dirigía al pueblo. Todo lo que podía salirle mal en aquella semana, le había salido mal. ¿Por qué pensar que justamente ahora su suerte cambiaría?
Y seguro que cuando llegase al pueblo, Shunsuke estaría también allí, dando problemas. Y, ¿por qué no? ¡Quizá hasta Kid liberaría a Bando, viendo lo bien que se llevaban! ¡Y despertarían a Homura! ¡Y todos se pondrían en su jodida contra!
«Vamos, vamos. Te pasas. Nadie puede tener tan mala suerte, ¿verdad?
¿Ver… dad?»
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—Ah, claro. Al final va a resultar que Bandō tenía razón...— espetó con voz seca. —No las tengo yo aquí, ¿para qué demonios iba a estar cargándolas? Están en la oficina del hotel, ve por ellas si quieres.
Removió el hombro con su poca fuerza de civil a ver si lograba safarse de su agarre.
Afuera, Arashi y Mano Cortada estaban intentando plantarle cara a Shunsuke, y por plantarle cara entiéndase que estaban temblando como gelatinas sobre la tapadera de una licuadora en funcionamiento.
—Si a la cuenta de tres no me dicen donde está, voy a buscarlo por cada casa, callejón o basurero de este sitio.
—¡Él no está aquí! No nos involucres.
—Él se fue del pueblo hace mucho, hace un par de horas. Cobró el premio de la carrera y se largó de aquí.
Shunsuke parpadeó por unos instantes. Normalmente iba a creerse cualquier cosa, pero sabía que aquello era imposible. Entrecerró el ojo de forma peligrosa. El tuerto sabía que eso no era posible, pues lo encontró en el desierto y le entregó incluso la yegua de la pelirroja. Estaba muy confundido, algo no andaba bien.
—¿Y si el del desierto era un clon?— Le susurró el ave en el oído.
Shunsuke dejó de estar molesto, víctima de la duda. Su aura amenazante había desaparecido, por ahora.
—¿Y que hay del otro mocoso?
—¡Eso deberíamos preguntártelo nosotros a ti!— Le acusó con el dedo.
—Maldito desgraciado, que Datsue nos contó que tuvo que detenerte a ti de saquear el templo y salvar a Bandō y a Rōga.
Shunsuke estaba ahora perplejo. Siempre había sido de luces cortas, un tipo fácil de engañar. Pero ahora desenredando los hilos.
—¡Shunsuke! Sé lo que estás pensando, pero Tenma-sama tiene órdenes de- PUFF. La guacamaya desapareció.
Antes, sólo estaba molesto. Ahora estaba iracundo. No sabía porqué, pero lo estaba.
Datsue terminó por coger del cuello de la camisa a Utage cuando este intentó librarse de su agarre.
—No sigas provocándome, Utage. No sigas o al final voy a cabrearme de verdad.
Le había dicho dónde estaban las llaves, pero de paso le había soltado una perlita. Una indirecta muy directa sobre cierto comentario que Bando había hecho sobre su persona. Y la verdad, empezaba a estar hasta los mismísimos huevos de aguantar tanta tontería. Bando había hecho de todo, había desenvainado una katana y le había amenazado dentro de un jodido hotel. Y había salido impune. Si él lo hacía, ¿por qué no Datsue? Pero al final…
… desechó la idea. Él quería cobrar el botín, y vengarse de tonterías como aquella no valían la pena. Le soltó.
Encendió el Sharingan y se encontró a Arashi entrando de nuevo a prisas.
—No se preocupe, alguacil. Parece que otra vez me toca salir ahí afuera y resolver las cosas. Si lo hago, es por gente como usted y su esposa, y no este ingrato de aquí —dijo, señalando a Utage—. Vaya hasta el establo, por favor. En cuanto solucione este problemita llegaré con la llave que tan amablemente Utage me ha indicado donde cogerla y haremos la entrega del premio. No puedo permitirme quedarme más tiempo aquí, como comprenderá. A cada día que pasa surgen mil problemas más, pero mi sitio es en la Villa, lo siento. Si quiere, puede mandarme una petición de misión para que le enviemos a alguien a poner un poquito de orden, porque esto es una locura.
Y eso que aquel clon todavía no sabía del renegado de Ame que estaba viajando en aquella dirección. Sino lo hubiese llamado señora locura.
Salió al exterior, comprobó que en efecto, era Shunsuke, y caminó varios pasos hacia él.
—A ver, ¿y a ti qué cojones te pasa ahora? ¿Y dónde está Roga?
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Utage sintió el verdadero terror, pero luego se dejó caer al suelo, para arrastrarse hasta el cuarto dónde estaba su hermana.
Arashi, tenía cara de pánico, tanto que no importaba que el corte en su abdomen se hubiese abierto de nuevo.
—¡Nononono!— Quiso detenerle, pero no pudo evitar que el Uchiha saliera. Su plan de por din deshacerse de su hermanastro estaba por irse al caño.
Ya afuera, vería a un Shunsuke con una furia en su mirada. Nada quedaba de su apacible rostro. Tenía los brazos tensos, cruzados. Escuchó la pregunta, y entonces parpadeó con la mayor cara de incredulidad de su vida. No podía creerlo, pero aparentemente la teoría de la araruana era cierta y se había topado ya sea con un clon o con el original en el desierto. ¿Cuál de los dos tenía enfrente? No le importaba demasiado, más quería saber que estaba pasando en realidad. Obviamente, iba a responder con toda la claridad del mundo.
—Te entregué al chico malherido, junto a la yegua de la pelirroja, para que lo cuidases. Pero veo que tu yo con el que me encontré, tenía otros asuntos que tratar para no regresar aquí a atender a tu amigo— Se mantenía firme en su sitio. —Además, me mentiste, para que no pudiese regresar aquí al pueblo. Kukulkán tuvo que guiarme aquí encontrando el rastro desde la altura...— El azul metálico de su mirar estaba recio.
Mano Cortada escuchó todo, pero no daba crédito a nada de lo que decía.
—Espera. ¿Mandaste uno de tus clones ninja al desierto para algo?— Parpadeó.
No pasaría mucho tiempo para que el Uchiha explicase, cuando un relincho muy familiar se haría presente.
Arashi se exaltó, creyendo que el rubio estaba libre. No, pero fue el susto al ver que el caballo que estaba llegando corriendo tenía otro jinete, uno contra el cuál no podría lidiar.
Shunsuke giró el cuello con alerta, observando al recién llegado pero sin dejar que el Uchiha saliese de su reducido rango de visión. Era uno de los dos de los que debían exterminar en caso de problemas para asaltar el templo, pero ahora que el arma estaba sepultada, no era su enemigo.
Un gran salto para bajarse del caballo, haciendo entrada dramático.
—No puede ser posible... ¿¡Por qué has vuelto ahora!?— La quijada le quedó colgando.
—No, después de tanto tiempo—. Arashi cayó de rodillas. —¿¡Que ha pasado para que estés aquí!?—.
Mantenía el chakra ardiendo desde que huyó en primer lugar. Su bandana tachada era lo único que permanecía sobre su parte superior. El ardor parecía no importarle demasiado. Observó a todos los presentes, echándole un ojo principalmente al clon y al tuerto.
—¿Quién le ha hecho esto al pueblo?— Dijo exigente, imponiendo todo el terror posible a su aspecto.