29/09/2017, 23:38
(Última modificación: 29/09/2017, 23:40 por Aotsuki Ayame.)
—Sí, bueno, esa es exactamente la reacción que tuvo tu padre, sí. —Daruu se rio, pero Ayame se estremeció—. Cogerme por el jinbei, y también amenazarme con que si te hacía algo malo me iba a matar con sus propias manos.
—¿Te... te amenazó...? —preguntó ella, con un debilitado hilo de voz y la tez pálida como la luna.
—Muy majo. Ahora, por favor, ¿puedes soltarme, Ayame? —añadió.
Ella se sobresaltó y se apresuró a soltarle cuando se dio cuenta de que seguía agarrada a él casi con uñas y dientes. Sólo entonces Daruu le sujetó ambos lados del rostro y acarició su nariz con la suya. La cercanía del chico, el sentir su olor y su respiración en sus mejillas disparó las pulsaciones de Ayame, que ya tenía las mejillas a punto de ebullición. Y aquel sentimiento la atolondró momentáneamente.
—Escucha, Ayame. No pasará nada. Ya está, ya se lo he dicho. Ahora podemos vivir nuestra relación de un modo normal —dijo, y la soltó. Comenzó a caminar de nuevo en dirección a Nishinoya, agarrándola de la mano—. Bueno, por si acaso, que no nos vea muy cogidos cuando estemos con él. Igual sí que nos mata entonces.
—Espero... espero que tengas razón... —murmuró ella, aterrorizada. ¿Pero cómo iba a mirar ahora a su padre a la cara la próxima vez que lo viera?
Siguieron su camino hacia Nishinoya. Pronto abandonaron las calles de Sendoshi y se adentraron en los caminos que les llevarían hacia su complejo residencial. Dejaron atrás la seguridad de las luces de la ciudad, y cuando los engulló la oscuridad de la noche Ayame se pegó todo lo que pudo al cuerpo de Daruu, con las piernas repentinamente pesadas y temblorosas. Sin embargo, confió en él y se dejó guiar por los caminos bordeados por hierba y de repente se vieron rodeados por pequeñas lucecitas que parecían danzar en el aire a su alrededor.
—¡Luciérnagas! —exclamó una maravillada Ayame, que no cabía en sí de gozo.
Durante un instante se olvidó de su miedo, y así continuaron hasta Nishinoya, acompañados de aquella estampa. Y enfrente de la fuente de entrada al complejo, Daruu se giró una última vez hacia ella.
—Esto es muy bonito —dijo Daruu, cogiendo Ayame de detrás de los hombros—. Casi me da hasta pena separarme ahora de ti, y eso que mañana podría volver a verte si quisiera. Supongo que en algún momento tendremos que decir "hasta mañana", ¿eh?
Ella se quedó momentáneamente en silencio, atrapada por los vibrantes ojos de Daruu.
—S... sí, supongo que sí... —respondió muy azorada y se llevó una mano al pecho intentando contener el aleteo de las mariposas en su estómago. Se esforzó en apartar la mirada para salir del hechizo—. Entonces... hasta mañana... supongo...
Quiso apartarse, pero sus piernas no respondían y al final siguió el impulso de su corazón. Le dio un beso en los labios y después salió corriendo hacia las habitaciones femeninas.
—¿Te... te amenazó...? —preguntó ella, con un debilitado hilo de voz y la tez pálida como la luna.
—Muy majo. Ahora, por favor, ¿puedes soltarme, Ayame? —añadió.
Ella se sobresaltó y se apresuró a soltarle cuando se dio cuenta de que seguía agarrada a él casi con uñas y dientes. Sólo entonces Daruu le sujetó ambos lados del rostro y acarició su nariz con la suya. La cercanía del chico, el sentir su olor y su respiración en sus mejillas disparó las pulsaciones de Ayame, que ya tenía las mejillas a punto de ebullición. Y aquel sentimiento la atolondró momentáneamente.
—Escucha, Ayame. No pasará nada. Ya está, ya se lo he dicho. Ahora podemos vivir nuestra relación de un modo normal —dijo, y la soltó. Comenzó a caminar de nuevo en dirección a Nishinoya, agarrándola de la mano—. Bueno, por si acaso, que no nos vea muy cogidos cuando estemos con él. Igual sí que nos mata entonces.
—Espero... espero que tengas razón... —murmuró ella, aterrorizada. ¿Pero cómo iba a mirar ahora a su padre a la cara la próxima vez que lo viera?
Siguieron su camino hacia Nishinoya. Pronto abandonaron las calles de Sendoshi y se adentraron en los caminos que les llevarían hacia su complejo residencial. Dejaron atrás la seguridad de las luces de la ciudad, y cuando los engulló la oscuridad de la noche Ayame se pegó todo lo que pudo al cuerpo de Daruu, con las piernas repentinamente pesadas y temblorosas. Sin embargo, confió en él y se dejó guiar por los caminos bordeados por hierba y de repente se vieron rodeados por pequeñas lucecitas que parecían danzar en el aire a su alrededor.
—¡Luciérnagas! —exclamó una maravillada Ayame, que no cabía en sí de gozo.
Durante un instante se olvidó de su miedo, y así continuaron hasta Nishinoya, acompañados de aquella estampa. Y enfrente de la fuente de entrada al complejo, Daruu se giró una última vez hacia ella.
—Esto es muy bonito —dijo Daruu, cogiendo Ayame de detrás de los hombros—. Casi me da hasta pena separarme ahora de ti, y eso que mañana podría volver a verte si quisiera. Supongo que en algún momento tendremos que decir "hasta mañana", ¿eh?
Ella se quedó momentáneamente en silencio, atrapada por los vibrantes ojos de Daruu.
—S... sí, supongo que sí... —respondió muy azorada y se llevó una mano al pecho intentando contener el aleteo de las mariposas en su estómago. Se esforzó en apartar la mirada para salir del hechizo—. Entonces... hasta mañana... supongo...
Quiso apartarse, pero sus piernas no respondían y al final siguió el impulso de su corazón. Le dio un beso en los labios y después salió corriendo hacia las habitaciones femeninas.