Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
«No es bueno… ¿teorizar?» Datsue alzó una ceja, extrañado ante la respuesta de Akame. Era cierto, los Hermanos del Desierto se caracterizaban por teorizar mucho. A veces demasiado y no siempre bien. Todavía recordaba cómo habían puesto en tela de juicio a la hija de Shiona, exculpando a Zoku, en el viaje en barco al Valle de los Dojos.
Luego, la cosa resultó cómo resultó.
Pero aquello, pensaba Datsue, era distinto. No se trataba de una paranoia propia de un joven con mente conspiranoica y demasiado tiempo libre, sino de una hipótesis bien cimentada. Akame había utilizado todas y cada una de las herramientas que le habían dado en la Academia y las había retorcido, exprimido al límite, para llegar a la conclusión que había llegado. ¿Por qué, entonces…?
Sacudió la cabeza. Tenían que centrarse en su objetivo actual.
• • •
Veinte minutos más tarde, dos sombras saltaban de tejado en tejado bajo la mística luz de la luna llena. Había una tranquilidad extraña aquella noche. La Villa estaba inusualmente callada. No se oía la siempre eterna brisa susurrando entre las ramas de los árboles. Ni el ladrido de un perro lejano. Ni el canto de los grillos.
Nada.
Las dos figuras recortadas eran las únicas que rompían aquella inusual tranquilidad. Sus siluetas avanzaron por el puente que daba al edificio del Uzukage, y la luz que allí se desprendía bañó sus cuerpos y dio forma a sus rostros. Eran los Hermanos del Desierto.
Subieron al último piso saltando las escaleras de tres en tres. Tenían prisa, y el deber de informar era acuciante. Datsue llamó a la puerta tocando dos veces con los nudillos. Pasó.
—Hanabi-sama. —Una pequeña reverencia, que aprovechó para recuperar el aliento—. Venimos a informar.
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El rubio levantó la mirada de su escritorio. Estaba ojeando los últimos informes de lo acontecido aquella tarde. Al verlos les señaló que se sentasen.
— Sentaos, por favor.
Una vez lo hubiesen hecho, apartaría las hojas a un lado y prestaría toda la atención a sus shinobis, mientras daba un sorbo de una taza de té que tenía al otro lado de donde había dejado los papeles.
Akame se limitó a tomar asiento ante la orden de su Uzukage. Sus ojos negros como el carbón se quedaron clavados en la figura de Sarutobi Hanabi, que a aquellas horas de la madrugada ya parecía tan cansado y harto de todo como los propios Hermanos. «Dios, debo oler a perros muertos. Daría lo que fuera por una ducha de agua caliente... Pero esto es prioritario. Esto es jodidamente prioritario. Por Susanoo, ese amejin podría teletransportarse aquí con todo un escuadrón de los mejores ninjas de la Lluvia y ni nos enteraríamos...»
Estaba cansado, extenuado y además Datsue era el que había ido apuntando las evidencias, de modo que simplemente le dejó hablar a él.
Tras sentarse, el Uchiha extrajo del bolsillo un papelito con todos los detalles que había ido apuntando y empezó a leer. Lo describió todo, cada muesca, rayadura o colilla que habían encontrado en el muelle. Hanabi les había encargado la difícil tarea de buscar un sello de fuuinjutsu, y sabía, como experto en la materia que era, que podía estar en cualquier sitio. Muchos de los sellos eran invisibles, y los que no lo eran, no tomaban siempre la misma forma.
Por eso, no quiso pasar nada por alto.
—…una lata de cerveza; una cuerda tirada; un dibujo de un velero grabado en una de las tablas del muelle; un corazoncito pintarrajeado con las letras “C + E” en su interior… —se detuvo un instante, como si dudase de decir lo que viniese a continuación. Carraspeó y lo dijo de carrerilla—. Un escrito en negro que pone: Ken es un capullo; y, finalmente, un kanji de caramelo.
Suspiró, dejando la hoja sobre la mesa por si el Uzukage quería guardarla.
—He de añadir una última cosa, Hanabi-sama… —dijo, ahora mirándole a los ojos—. Creo poseer de un método bastante eficiente para encontrar a Daruu… —dejó caer, como quien no quería la cosa—. Si usted quisiese… tener una amable charla para sonsacarle información, creo poder dar con él. También dispongo de una técnica para hacerle olvidar que dicha charla tuvo lugar.
Datsue sugería, y, por encima de todo, informaba. Eso era lo que tenía que haber hecho días atrás. Lo que tenía que haber hecho desde el principio.
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Hanabi se pasó una mano por la cara mientras su recién ascendido se dedicaba a enumerar minuciosamente toda la basura que habían encontrado por el suelo del lugar. Y después, le dejó la hoja sobre la mesa, como si de un proyecto de contaminación de la academia se tratara.
Estaba cansado, tan cansado, que antes de que pudiese contestar se le adelantó Datsue con más sugerencias de las suyas.
— Datsue, con todo el amor que puedo profesarte como shinobi mio que eres, hazme el favor de ir al grano, por favor. Es muy tarde y yo creo que los tres necesitamos una ducha fresquita y unas diez-doce horas de sueño. Así que, dime qué tienes pensado, sin rodeos, sin adornos, sin florituras. Cualquier idea es bien recibida.
Se explicó con el tono más suave que era capaz de sacar de su cuerpo cansado y de su mente embotellada con dos cientos temas que necesitaban solución urgente. Si Datsue era capaz de apaciguarle uno de esos asuntos, solo pedía que fuese rápido.
A medida que Datsue iba enumerando la porquería que habían encontrado durante su inspección de la zona, Akame agachaba la vista más y más. «Nada, por supuesto. Allí no había nada, ni un rastro, ni una pista... Nada, ¡maldita sea!» Apretó los puños, que descansaban en su regazo.
Luego Datsue abordó cierta sugerencia que podría serles de utilidad para echarle el guante a Daruu y sacarle la información que querían. El jōnin pensaba que, si encontraban al amejin, capturarle e interrogarle no iban a ser tareas complicadas. Al fin y al cabo, ambos Hermanos del Desierto poseían de buenas técnicas para ayudarse en la tarea. El problema venía, precisamente, de la dificultad de dar con su objetivo.
Así pues, el Uchiha se mantuvo en silencio y simplemente esperó a que Datsue abordase el tema frente a Hanabi.
Datsue suspiró por segunda vez. Sí, daba fe de que los tres necesitaban una buena ducha. El Uchiha dudaba que se la fuese a dar, no obstante. Más bien, se tiraría en la cama con la ropa puesta y no despertaría hasta dos días después. «Sí, claro, porque Shukaku tiene tan buen corazón, es tan gentil, que te dará un día de tregua». No le quedaba otra que ir al hospital a que le chutasen a analgésicos, como habían estado haciendo desde el incidente en el Valle del Fin.
—Al grano entonces, Hanabi-sama. —Pero a aquellas alturas, Hanabi debía conocer demasiado bien a Datsue como para no saber que se iba a alargar… de nuevo—. Poseo una habilidad que me permite rastrear a cualquier individuo a kilómetros a la redonda. Se trata de un fuuinjutsu, que mediante el contacto con la piel, deja en ella un sello invisible al ojo, que solo se ilumina en el momento en que yo lo estoy rastreando. Dejé un sello de rastreo en Aiko —empezaba a desviarse de su idea original, pero aquello también era importante—, y según lo que me informó Keisuke, ella está en el lago de la Villa. También tengo otro sello de rastreo en…
»Aotsuki Ayame —aguardó un segundo, dejando que aquella información calasen tanto en su Uzukage como su Hermano—. Calculo que ambos sellos perderán su efecto antes de terminar el año. Le propongo dos cosas, Hanabi-sama. Primero, envíeme a localizar la posición de la Aldea Oculta de la Lluvia. Ellos son los únicos que por el momento no han desvelado su ubicación —argumentó. Eran tiempos difíciles. Y en tiempos difíciles más valía estar preparado para lo peor—. Ni siquiera tendría que acercarme. Me bastaría con dar una vuelta alrededor del país, y apuntar en un mapa la dirección a la que apunta la brújula en cada sitio en el que me encuentre. Mediante triangulación, obtendríamos un punto bastante preciso de la aldea. —Muy pocos riesgos, buenos beneficios. El Uchiha no veía lagunas a su plan.
»Y segundo, envíe a los Hermanos del Desierto a por Daruu. Como ya dije, tengo un sello de rastreo en Ayame, su novia. Su enamorada. Con todo lo que ha pasado, apuesto a que la acompañará en más de una ocasión cuando ella salga del país. Yo lo haría, vaya —dijo, sincero—. Encontrando a Ayame, hay grandes posibilidades de encontrarle a él. Podría ponerle entonces un sello de rastreo sin que se diese cuenta, buscarle cuando estuviese fuera del país y solo, y entonces interrogarle. Mi Hermano es un hacha en eso —aseguró—, y tanto él como yo conocemos el Sennō Sōsa no Jutsu. Tras sonsacarle cómo funciona su jutsu y descubrir si estamos en peligro, elminaríamos de su memoria nuestro encuentro, y volveríamos a la Villa como si no hubiese pasado nada.
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Escuchó atentamente todas y cada una de las palabras de Datsue, al principio con algo de tensión, pues el Intrépido podía tener algunas ideas que fácilmente podían desembocar en la primera gran guerra shinobi de esta época. Pero conforme avanzó en su discurso, tan largo como de costumbre, Hanabi fue relajando la expresión.
Finalmente, cuando Datsue acabó, el Uzukage se reclinó en su silla.
— Eres bueno, Datsue. Eres muy bueno. Sobretodo guardándote ases en la manga como si jugásemos con cinco o seis barajas. — hizo una breve pausa antes de seguir, sabiendo que estaba dandole alas al mayor peligro que tenía en la villa. — No tengo objeciones con la primera idea, contra más información tengamos, mejor. Además es seguro y asequible. Ya discutiremos los detalles cuando vayais a partir.
»Respecto a la segunda, no. ¿Quieres que mande a mis dos jinchurikis a buscar a un tercer jinchuriki y a un talentoso escapista? ¿Y esperar a que después el chico salga solo de su país para asaltarle? Eso podrían ser meses deambulando por el País de la Tormenta, contando que en Ame dejen salir a Aotsuki Ayame así como así después de lo sucedido. Todo el riesgo que no hay en la primera idea me lo has acumulado en la segunda.
Fue un no categórico, una negativa sin turno de replica ni segundas partes. Se levantó y se dirigió a la puerta para acompañar a sus shinobis.
— Podéis pasaros por el hospital, si queréis, ahí os darán lo que pidáis como siempre. Descansad y en un par de días venid y aclaramos todos los detalles de vuestra misión.
»Muy buen trabajo hoy, muchachos. Habéis marcado la diferencia entre estar recogiendo cadáveres toda la noche y estar en la playa buscando mensajes de amor y odio. Seguid así.
Intentó animarles, pero el cansancio y la tensión hicieron que pareciese un anciano animando a sus nietos en un partido de fútbol, más que un superior dando la enhorabuena por un trabajo bien hecho.
Abrid otro tema para la misión cuando acabéis aquí.
—Eres bueno, Datsue. Eres muy bueno. —Datsue no pudo evitar henchir el pecho como un pavo real, orgulloso ante los halagos de su Uzukage—. Sobretodo guardándote ases en la manga como si jugásemos con cinco o seis barajas. —El pecho se le desinfló ligeramente. Eso iba con… ¿cierto reproche?
El Uzukage aplaudió su primera idea, mas, como se temía, no la segunda. Grandes beneficios, pero a costa de grandes riesgos también. El Uchiha no le quedó más remedio que asentir, obediente pero decepcionado, ante la tajante orden de su Kage. No habría rastreo. No habría interrogatorio.
Datsue se levantó y acompañó a su Kage hasta la puerta. Agradeció las palabras de ánimo, y, fue precisamente por eso, que le costó todavía más hacer lo que estaba a punto de hacer. Porque no, aquella conversación todavía no había terminado.
Le faltaba un último detalle. Un pequeño e insignificante detalle.
Carraspeó.
—Esto, Hanabi-sama… Una última cosa —«Directo y al grano. Directo y al grano»—. Uno de nuestros ninjas… se emocionó un poco cuando vino a defenderme de los kusajines. Digamos que… me llamó Hermano del Desierto frente a un kusareño —confesó, mas se guardó el nombre del que le había delatado para sí. No quería poner una mancha en el expediente de un joven que acababa de empezar en su andadura shinobi—. No sé si lo escucharía con todo el caos que se formó. Pero… cabe dicha posibilidad.
Más malas noticias. Después de tantas, no sabía cómo Hanabi se iba a tomar aquella última. Pero era su deber informarle. Y, de paso, a su Hermano.
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—Esto, Hanabi-sama… Una última cosa. Uno de nuestros ninjas… se emocionó un poco cuando vino a defenderme de los kusajines. Digamos que… me llamó Hermano del Desierto frente a un kusareño —
El hombre encajó el último golpe de Datsue como un cadaver con mil puñaladas al que le dan la mil y una, sin inmutarse. Estaba más que curado de espanto.
— Bien. No hay solución a nuestro alcance, esperemos que no se enterase o que pensase que nuestro ninja se la estaba jugando, pero necesito el nombre de nuestro ninja, Datsue, para llamarle la atención por su error y asegurarme de que no lo repita.
Intentó sonar lo más bondadoso posible en aras de evitar más malentendidos. De repente, todos estaban siempre imaginándose lo peor, uno tenía que andar con pies de plomo.
Datsue pensó en muchas cosas. Pensó en decir que no le había visto bien la cara. Que no le había reconocido. Que no sabía su nombre. Pensó incluso en negarse —una idea que desechó tan rápido como un kusareño en su primera vez—. Pero, ¿acaso no era él un nuevo Datsue? ¿Acaso no acababa de asegurar, una hora atrás, que era su ninja? ¿Tan pronto empezaría a fallarle?
—Sasaki Reiji, señor. He de añadir que no dudó ni un instante en venir a defenderme, que luchó con valentía y arrojo y que no dudó en ir a pararle los pies a un numeroso grupo de kusajines cuando pensábamos que iban al hospital a atacar. —Y aún así, pese a todos esos halagos, se sentía mal por “traicionar” a su compañero. A un camarada. ¿Así se habría sentido Keisuke al no hacer nada para evitar que clavasen una katana en Aiko? ¿Así Kaido cuando fue a por él bajo órdenes de su Arashikage?
«Ni lo compares», se dijo, con rabia. «Ni lo puto compares».
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Akame observó cómo se desarrollaban los sucesos conforme Datsue y Hanabi intercambiaban intenciones. Él ya sabía de la técnica de rastreo desarrollada por el menor, y del localizador que había colocado en Ayame —una importante ventaja táctica—, pero dudaba que su Uzukage fuese a dejarles asaltar a un amejin así como así. Sin embargo, Hanabi sí que se mostró proclive a enviarles en misión de reconocimiento para rastrear la ubicación de Amegakure no Sato; la Villa de aquellos esquivos que todavía no habían revelado su paradero.
«Esta información puede llegar a ser vital para Uzushio. Aunque no va a estar exento de riesgos, tenemos que conseguir completar esta misión exitosamente... Puede que el futuro del Remolino dependa de ello.»
Así pues, el jōnin se puso en pie cuando su mandatario se despidió de ellos. Formal, le dedicó una cansada inclinación de cabeza y luego procedió a salir del despacho.
Una vez fuera, se dirigiría a Datsue.
—Joder, vaya día. Creo que me duele todo el cuerpo a estas alturas —se quejó Akame, palpándose con cuidado las vendas que le cubrían la herida en el costado—. Voy a ir directamente a casa, me muero por tirarme en la cama y caer en coma ocho años.
Bien sabía que no iba a ser así, pero de ilusiones también se vive en Oonindo.
Tras imitar la reverencia de Akame —aunque algunas malas lenguas dirían que, más bien, mejorarla—, el Uchiha acompañó a su Hermano escaleras abajo. Estaba tan cansado que hasta le costaba abrir la boca para responderle.
—Yo creo que si me apuñalasen ahora mismo, ni lo notaría —comentó, más que de acuerdo con él. Luego alzó una ceja ante su segundo comentario—. ¿No vas a ir al hospital? —Difícil veía que cayese en coma por ocho años si no era con la ayuda del maravilloso analgésico que les proporcionaban en el hospital, donde Datsue siempre dormía a raíz del incidente en el Valle del Fin.
Akame, sin embargo, y al contrario que Datsue, no estaba obligado a ir. Hanabi tan solo le había dado la opción.
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El jōnin se cruzó de brazos y bajó la mirada, reflexivo. Sí, aquella droga que Datsue tomaba y que él podía pedir también era mano de santo para conciliar el sueño. Diluía las pesadillas de Shukaku e incluso las hacía soportables la mayoría de las veces, pero...
—No me gusta esa mierda —masculló—. No quiero estar dependiendo de esa basura para poder dormir el resto de mi vida. Nos vamos a volver unos yonkis, coño.
Mientras caminaban, cruzando el puente de madera que separaba el Edificio del Uzukage del resto de las calles, Akame bufaba, invadido de repente por una gran frustración. Con todo el lío de aquel día, casi se había olvidado ya del analgésico, del castigo que Hanabi había impuesto a Datsue —o medida de prevención, dependiendo de cómo se viera— y de las pesadillas. Volver a la realidad le había sentado como una patada en el estómago.
—Compadre, lo que digo es... ¿Vamos a seguir así eternamente? ¿No tienes ganas de volver a casa? —cuestionó, tal vez exagerando—. Tenemos que coger el toro por los cuernos, o mejor dicho, el bijuu. Tenemos que aprender a controlar al Una Cola, antes de que a alguno de los dos nos ocurra lo que hemos visto hoy. Estoy harto de tener que mirar a mi espalda constantemente, de desconfiar de cada sombra en la que se puedan estar escondiendo esos ojos amarillos...
De repente, el Uchiha pateó una piedrecita que había en su camino, que salió volando y terminó cayendo a las turbulentas aguas bajo el puente, hundiéndose sin remedio.
¿Yonkis? ¿Adictos a los analgésicos? En aquel momento, Uchiha Datsue creyó que exageraba. Que era demasiado precavido. Que se preocupaba por todo. El tiempo, sin embargo…
… pondría a cada cosa en su sitio.
—Joder, pues claro que no quiero seguir así eternamente. Pero, ¿cómo mierdas piensas controlarlo? —preguntó, escéptico. Él mismo se había pasado noches enteras pensando y pensando una manera de perfeccionar sus sellados. Pero no era capaz. Si ni los más expertos Uzumakis lo eran, ¿cómo iba a ser él?—. Shukaku no solo es fuerte, sino condenadamente inteligente. Ya viste cómo rompió el sellado mortal que nos puso Zoku. Lo hizo sin pestañear. Sin esfuerzo. ¿Cómo mierdas controlamos a un monstruo así?
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