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Era mediodía y dos figuras, un hombre y una mujer, caminaban a paso apresurado por las concurridas calles de Amegakure. Ambos presentaban un aspecto lamentable, como si no hubieran dormido ni comido en condiciones en los últimos días, con profundas ojeras marcando sus párpados y suciedad acumulada en sus ropajes desgastados y su piel y cabellos. Ella llevaba sobre el hombro un bulto, cubierto por una túnica más larga que él, y que el hombre no dejaba de mirar de reojo. Llamaban la atención, claro que lo hacían. Tanto su aspecto como los pies atados con hilos y las manos esposadas, ambos colgantes, que asomaban con cada balanceo de aquel fardo mal disimulado llamarían la atención de cualquiera. Los civiles cuchicheaban, y algún shinobi curioso llegó a acercarse para curiosear. Pero no hizo falta más que una mirada de Aotsuki Zetsuo para quitarle las ganas de preguntar y continuar su camino.
Dada la urgencia de la situación, no se andaron con rodeos. Desde la Pastelería de Kiroe se dirigieron prestos, directos y en completo silencio al rascacielos más alto de toda la aldea. Y tal era la prisa que llevaban que él ni siquiera se fijó en que aquel día la lluvia había decidido darles un descanso. Los múltiples demonios y gárgolas que vigilaban las paredes exteriores del Edificio de la Arashikage los recibieron desde las alturas y sus malignos ojos de piedra fueron mudos testigos de la llegada de otro monstruo a sus instalaciones. Fue Zetsuo quien abrió la puerta principal y le cedió el paso a Kiroe. Ambos atravesaron el amplio vestíbulo y se dirigieron al mostrador.
—¡Tenemos que hablar con la Arashikage, es una máxima urgencia! —exclamó Zetsuo, dando una sonora palmada en la madera del mostrador.
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Kiroe, con cuidado, pasó por el umbral de la puerta con toda la delicadeza que le faltó a Aotsuki Zetsuo. El hombre clavó las palmas de las manos sobre el mostrador de la entrada, y exigió una audiencia con Amekoro Yui con apremio. Ella dio un salto del susto. Luego, desvió la mirada hacia el exterior.
Desde allí podía ver la calle adyacente. No llovía. Algunos lo consideraban un mal presagio. Kiroe nunca había dado credibilidad a esas cosas, pero de pronto un detalle olvidado en el fondo de su memoria le volvió como una saeta que acertaba en la nuca.
El día que había tenido que matar a su propio marido tampoco llovía.
Kiroe dio unos pasos atrás y se llevó la mano a la boca con nerviosismo fingido. Luego, disimuladamente, manchó con un poco de sangre un macetero de la recepción.
Por si... por si acaso.
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A aquel día le faltaba algo.
No todos se darían cuenta, claro, y no todos lo echarían en falta. Era una de esas cosas, más bien, que solo unos pocos podían verdaderamente entender. Para un viejo marinero, por ejemplo, sería como embarcarse y no oler la sal del mar. No escuchar el oleaje haciendo crujir el casco del barco. No sentir el característico bamboleo bajo sus pies, como si siguiese en tierra firme.
Un uzujin o un kusajin, por ejemplo, no entendería nada de esto. Podían saber que allí llovía siempre, como a un aldeano del interior le podían explicar que en la costa había algo llamado mar. Oh, sí, podía llegar a imaginárselo. Podía incluso tener una imagen bastante aproximada mediante fotos o la televisión. Pero no sabría a qué olía; ni a qué sabía; ni qué se sentía al dejarte llevar por las olas del mar. Pues para él, no era más que una biografía de un desconocido en una revista.
Para los amejines, en cambio, la lluvia era su amante. Era parte de sus almas, y formaba parte de sus seres desde el día en que habían nacido. Y cuando tu amor te falta, algo dentro de ti se retuerce.
Pese a que la mayoría coincidía en que era un signo de mal augurio, no todos reaccionaban igual. Algunos se deprimían, pasándose horas bajo la ducha en busca de un burdo substitutivo. Otros sufrían de ansiedad, o se sentían cansados y débiles, como si llevasen días sin beber y no pudiesen saciar su sed.
En el caso de Hozuki Kiiroka, se ponía arisca.
—Ya lo creo que es urgente —le espetó—. Yui-sama os está esperando en su despacho.
Cuando subiesen, verían algo curioso. Las puertas del despacho estaban abiertas, Shanise se encontraba de pie, junto al escritorio, y Yui de espaldas mirando por el ventanal —por primera vez en mucho tiempo, abierto—. Era como si…
… como si ya supiesen, de alguna forma, que habían llegado.
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—Ya lo creo que es urgente —le espetó Hōzuki Kiiroka, la recepcionista cuyo humor era tan volátil como las mareas del océano—. Yui-sama os está esperando en su despacho.
Zetsuo se quedó momentáneamente paralizado, con la boca entreabierta y los ojos abiertos de par en par en una mueca de sorpresa. Se sobrepuso rápidamente, sin embargo, y tras un escueto "bien", se dirigió con Kiroe al ascensor. El largo trayecto hasta la última planta fue protagonizado por un tenso silencio, sólo roto por el constante rumor del motor de aquel armatoste de metal que desafiaba las leyes de la gravedad. No hacían falta palabras: Amekoro Yui ya había notado su ausencia.
Un débil tintineo anunció su llegada. Los dos adultos salieron del ascensor y enfilaron con paso firme el pasillo, dejando de lado los numerosos ventanales que daban vistas al resto de la aldea. Zetsuo ni siquiera se detuvo al ver que los portones de madera del final del corredor estaban abiertos de par en par, como las fauces de un dragón que los esperaba, hambriento. Simplemente, entró en el despacho junto a Kiroe y se adelantó hasta quedar frente al escritorio de ébano, en el centro de la sala.
—Yui-sama, necesitamos hablar con usted —habló, apremiante y sumamente serio.
La Arashikage se encontraba de espaldas a ellos, observando la aldea desde los enormes ventanales que nunca nadie había visto abiertos, hasta ahora. El frío del invierno entraba en el despacho a bocanadas, pero Zetsuo no llegó a tiritar en ningún momento. Se mantuvo firme, como el muro de acero que siempre era.
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21/12/2018, 10:50
(Última modificación: 21/12/2018, 10:50 por Amedama Daruu.)
Kiroka les contestó que Yui ya les estaba esperando. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Kiroe, quien cargó el bulto y lo acercó al ascensor, un poco atrasada de Zetsuo. Las puertas se cerraron, y el elevador comenzó a subir. Un ascenso que se les hizo más largo que nunca.
«Por supuesto. ¿Qué pretendíamos, acaso? ¿Que Yui no sospechase absolutamente nada? Nos teletransportamos desde la habitación de Daruu. Aquí nadie ha notificado a ningún guardia de la puerta que salíamos. A estas alturas, si no nos consideran exiliados tendremos suerte.»
La parte lógica y legal de Kiroe salió a la palestra para recordarle lo mala kunoichi que había sido, al final, dejándose vencer por el cariño a Ayame y volviendo con el grupo para recuperarla. Ella habría sido más útil allí, con lo que se le daba bien. La planificación medida y la lengua de plata. Para calmar a Amekoro Yui. Para intentar frenarla de cometer alguna estupidez.
Algo le decía que iba a tener que representar el papel de caco bueno durante toda aquella función, sí.
Zetsuo y Kiroe caminaron a lo largo del pasillo que llevaba al despacho de la Arashikage. Las puertas estaban abiertas de par en par. Y desde allí pudieron ver las figuras de las dos mujeres que llevaban todo el peso del gobierno de la Lluvia. De espaldas, con el ventanal abierto, Yui observaba la aldea. «Y desea, en lo más hondo, arrojarnos por el balcón», pensó Kiroe, con una sonrisa nerviosa. «Va, va, va. Tranquilízate, Kiroe-chan. Haz lo que mejor sabes hacer. Yui es una buena líder, y tú llevas años a su servicio. No hay nada que temer.»
Zetsuo se abalanzó sobre el despacho como un águila que no sabe que ella puee ser la presa. Kiroe lo hizo mucho más tímidamente, y depositó a Ayame en el suelo con delicadeza al lado suya. Entonces, clavó la rodilla en el suelo, cediendo la autoridad a quien realmente la tenía. Y dijo:
—Venimos a dar una explicación por nuestra ausencia, y a disculparnos por nuestra temeridad. —Le dio un codazo a Zetsuo en la pierna.
Kiroe evitaba cualquier tipo de contacto visual con Shanise. Era mejor no hacerlo. Era mejor ser sincera y directa, reconociendo tu lugar, pero sin parecer que vienes a arrastrarte.
»También traemos a Ayame, aunque ha pasado algo terrible...
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21/12/2018, 12:58
(Última modificación: 21/12/2018, 15:30 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
—Yui-sama, necesitamos hablar con usted
Yui seguía de espaldas.
—¿Lo necesitamos?
La zurda de Yui se desplazó con sutileza hacia uno de sus Wakizashi, acariciando la empuñadura como haría con el amor de toda su vida. Yui miró a Shanise. Shanise miró a Yui. Y la katana se mantuvo envainada.
Se dio la vuelta con lentitud, hallando a Zetsuo de pie y Kiroe con una rodilla hincada al suelo. A su lado, un bulto envuelto en una túnica que debía ser…
—También traemos a Ayame, aunque ha pasado algo terrible...
—¿Algo terrible? —Quiso sonar sarcástica, pero su voz era un vendaval tratando de acariciar unas botellas de plástico vacías sin tirarlas—. ¿Cómo que Ayame fue poseída por el Gobi, dices? —Sus ojos eran una ventana que a duras penas contenía la tormenta del otro lado—. ¿Cómo que cinco de mis ninjas desaparecieron sin dar explicaciones, dices? —Su zurda, apretando cada vez con más fuerza la empuñadura de su katana—. ¿¡A eso te refieres con algo terrible, Kiroe!? —¿O es que se había perdido algo más en toda aquella puta semana?
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Kiroe había entrado detrás de él, y después de depositar con delicadeza su carga en el suelo, se arrodilló.
—Venimos a dar una explicación por nuestra ausencia, y a disculparnos por nuestra temeridad —habló la mujer, y Zetsuo le dirigió una mirada de alarma por el rabillo del ojo.
«¡Maldita pastelera!» Gruñó para sí, apretando sendos puños. Desde luego, si existía la remota e ínfima posibilidad de que Yui no se hubiera enterado de su ausencia, Kiroe se acababa de asegurar de que ahora sí lo supiera.
Sin embargo, pronto comprobarían que no tenían nada que temer por aquello...
—¿Lo necesitamos? —repitió Yui, remarcando la última palabra.
No se había vuelto hacia elloa, pero un escalofrío recorrió la espalda de Zetsuo cuando la vio echar la mano zurda hacia sus wakizashi. Yui intercambió una mirada con Shanise, Shanise le devolvió la mirada, y el arma se mantuvo a salvo en su guarda.
Se giró hacia ellos con la lentitud de un tiburón que acecha a su presa. Era cuestión de tiempo que escondiera la aleta bajo el agua, y sería en ese momento cuando...
—También traemos a Ayame, aunque ha pasado algo terrible... —añadió Kiroe.
—¿Algo terrible? —repitió la Arashikage, llena de un violento sarcasmo que los sacudió con la fiereza de un huracán—. ¿Cómo que Ayame fue poseída por el Gobi, dices? —les clavó sus ojos eléctricos, y fue como si les hubiese atravesado con sus dos espadas—. ¿Cómo que cinco de mis ninjas desaparecieron sin dar explicaciones, dices? —La mano de Yui apretaba cada vez con mayor fuerza la empuñadura de la wakizashi que pendía de aquel lado en su cadera—. ¿¡A eso te refieres con algo terrible, Kiroe!?
«Me cago en mi vida... Lo sabe todo. ¿Pero cómo...?»
Y aunque se estaba dirigiendo a la pastelera, una gota de sudor frío recorrió la sien de Aotsuki Zetsuo. El hombre que luchaba por mantenerse firme como un muro de acero se estaba viendo a sí mismo desmoronarse ante la fuerza de la Arashikage. En aquellos instantes, comprendió, ellos no eran más que dos hormigas que trataban de refugiarse de las pesadas gotas de lluvia que amenazaban con ahogarlos. Y fue en aquellos instantes cuando Aotsuki Zetsuo, el hombre que hacía años no conocía la palabra miedo, sintió auténtico pánico.
Ni siquiera el Gobi había tenido aquel poder sobre él.
Caminaban sobre una fina lámina de hielo, sobre un océano de lava que la derretía bajo sus pies. Un paso en falso, una palabra mal dicha, y entonces...
Lentamente, como quien no quiere perder el contacto visual con una bestia que está mostrando las fauces abiertas hacia ellos, Zetsuo flexionó la rodilla y se inclinó como Kiroe. Igual de lento extendió el brazo hacia el bulto que aún yacía en el suelo, y de un solo movimiento retiró la túnica que lo cubría, y dejó al descubierto a una muchacha que a todas luces tenía todos los rasgos de Ayame; si no fuera por aquellos cabellos blancos que se oscurecían ligeramente en sus puntas hasta un castaño claro, la sombra roja que adornaba sus párpados inferiores y las ropas, faltas de cualquier color azul que Ayame siempre había gustado vestir.
—"Poseída" no es la palabra que yo utilizaría, Arashikage-sama —habló Zetsuo, inclinando la cabeza—. Por favor, déjenos explicarnos.
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«¿Cómo es posible? ¿Nos ha leído la mente? No, ni siquiera ella es capaz de eso. Especialmente, no ella. No tiene pinta de especializarse en ese tipo de técnicas. Podría habernos espiado, ¿pero cuándo? Acabamos de volver... No, esto ha tenido que venir de otro sitio. ¿Cómo se ha enterado?»
Kiroe no salía de su asombro. Intentaba mantener una expresión solemne y preocupada, pero sinceramente lo que tenía ahora era la boca abierta de par en par, como una de esas dichosas plantas que comen insectos.
Y aún así, agachó la cabeza. Con ése último grito enfurecido, Amekoro Yui hizo presente que era una mujer a la que no le gustaba que le tocasen las narices. Agachó la cabeza, porque no podría haber hecho otra cosa. Tragó saliva, y, nerviosa, casi arrastró la lengua por el paladar y los dientes para decir:
—L-lo siento, Yui-sama. F-fue un error t-terrible. Q-quisimos a-actuar antes de que fuera tarde y s-salimos a buscarla. Q-queríamos volver pronto, p-pero encontramos s-su rastro, y luego su ropa y... y sentimos que si volvíamos Ayame p-podría morir... Lo siento.
—"Poseída" no es la palabra que yo utilizaría, Arashikage-sama —habló Zetsuo, inclinando la cabeza—. Por favor, déjenos explicarnos.
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21/12/2018, 22:12
(Última modificación: 22/12/2018, 00:20 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
El rostro de Shanise se iluminó y al mismo tiempo tiñó de preocupación al ver a Ayame descubierta. Se agachó junto a ella, apartando uno de esos mechones blancos que ahora cubría su rostro.
—Ayame-chan… —Su mirada recorrió con alivio su cuerpo, viendo que estaba bien. Algo cambiada y esposada, pero bien. Fue todo lo que necesitó para volver a mostrar un rostro pétreo y de absoluta seriedad. Se levantó—. Así que es cierto. ¿Le han revertido el sello? —preguntó, a todos y a nadie en concreto.
Con aquella simple pregunta, Shanise logró desviar parte de la ira que invadía a Yui en aquel momento. Una ira que no se había visto aplacada por las bien escogidas palabras de Kiroe. Ni por la rodilla hincada de Zetsuo. Sus ojos se posaron como un rayo en Ayame, se quedaron allí un instante, y luego de nuevo en Zetsuo y Kiroe.
Realizó un esfuerzo sobrehumano para controlar al bijū de la tormenta que llevaba dentro.
—Hablad.
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Shanise fue la primera en reaccionar ante el descubrimiento. Su rostro se había iluminado súbitamente al reconocer a Ayame, pero no tardó en teñirse del color de la preocupación al verla de verdad: Sus nuevos rasgos, aquellas ropas que no eran sus ropas habituales, sus manos esposadas tras la espalda, sus tobillos atados con hilo de alambre... La mujer se agachó junto a ella para apartar uno de aquellos mechones blanquecinos, que se desparramaba sobre su rostro, y el Gobi gruñó suavemente y frunció el ceño en una mueca de malestar... pero afortunadamente no llegó a despertar.
—Ayame-chan… —murmuró la mano derecha de la Arashikage, aliviada al ver a la muchacha en buen estado pese a su condición. Zetsuo recordó entonces que, irónicamente y pese al terror que sentía hacia su superiora, Ayame y aquella mujer guardaban una relación bastante estrecha. Sin embargo, una vez comprobado lo que deseaba comprobar, el gesto de Shanise volvía a ser de acero y se levantó—. Así que es cierto. ¿Le han revertido el sello?
—Hablad —exigió Yui.
Y, aún sin levantarse, fue Zetsuo quien tomó el mando de la palabra.
—Es cierto, Yui-sama —admitió, con profunda amargura—. Por lo que sabemos, Ayame había ido a Tanzaku Gai y a la vuelta se encontró con una mujer en el Valle del Fin. Kuroyuki es su nombre. Al parecer la reconoció de inmediato como la Jinchūriki de Amegakure, ella intentó huir, pero terminó siendo abatida... y revertieron el sello —Zetsuo apretó las mandíbulas, preso de rabia—. Ahora es el Gobi el que controla su cuerpo, y Ayame está sellada dentro de su propio cuerpo como lo había estado el Bijū.
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Cuando Yui estaba a punto de explotar, allí estuvo Shanise para clavar la diferencia, como quien pone el último resorte de resistencia en un muro de contención. Kiroe suspiró aliviada, pero también se vio gratamente sorprendida al saber la buena relación que parecían tener Shanise y Ayame. ¿Quizás forjada en aquella dichosa misión a la que se la llevaron tiempo atrás?
"Hablad", dijo Yui, y Zetsuo habló. Contó lo básico, por supuesto. No entró en detalles. Pero Kiroe tenía una mosca detrás de la oreja.
Tenía la sensación de que los detalles ya los conocían ellas.
Y así, no pudo evitar preguntar al respecto. Tragó saliva antes de osar volver a hablar.
—Disculpad un momento, pero habláis como si ya supiérais todo esto —dijo—. ¿Cómo es posible?
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Zetsuo habló, y ellas escucharon. Una historia repetida. Una historia que hubiesen deseado no fuese cierta, pero a la que, definitivamente, ya no podían dar la espalda.
—Disculpad un momento, pero habláis como si ya supiérais todo esto —dijo—. ¿Cómo es posible?
Ah, esa sí era una buena pregunta. De hecho...
—Eso mismo me pregunto yo. ¿¡Cómo coño es posible!? —estalló—. ¡Eh, ¿cómo coño es posible?!
No sé cómo describiros lo que sucedió a continuación para hacerle justicia. ¿Alguna vez han visto a un bijū tomando posesión de su jinchūriki? ¿Han estado en el Examen Chūnin y han visto como el Gobi emergía del cuerpo de Ayame? ¿Toda esa energía, brotando de su piel? Podemos decir que esto fue algo parecido. Capa tras capa, cola tras cola, el bijū de la tormenta que vivía en el interior de Yui luchaba por salir. Se veía en cada gesto, en cada mirada. En su mano cada vez más tensa sobre el wakizashi. En sus pasos, que daban vueltas tras el escritorio como un león enjaulado. En el mismo aire, eléctrico.
Era la misma tormenta que había asesinado al descendiente de Sumizu y a todos sus familiares y amigos. Sin que le temblase el pulso, solo para demostrar que nadie podía jugar con ella ni con la Lluvia.
La misma tormenta que había puesto punto y final, en aquel mismo despacho, a Aiko la Inmortal.
—¡Por los putos uzujines! —respondió por ellos, y su voz retumbó como un trueno.
»¡Me tuve que enterar por los putos uzujines! ¡E incluso también por los kusajines! —añadió, como si lo primero no fuese ya suficiente ultraje—. ¡Y cuándo voy a buscaros para enviar un equipo de rastreo, resulta que habíais desaparecido! ¡Y ahora parece que ya lo sabíais todo! ¡Y yo aquí sin enterarme de una puta mierda!
Dio un golpetazo con la base del puño a la pared, que pareció encogerse de puro terror.
—¿Desde cuándo coño lo sabíais, eh? ¿No considerasteis que merecía la pena contármelo? —Sus ojos centellearon como relámpagos.
»¿¡Qué pasa, Kiroe!? ¿¡Qué porque te hayas retirado piensas que ya no me debes lealtad!?
»¿¡Qué ocurre, Zetsuo!? ¿¡Qué por todo tu currículum piensas que ya puedes hacer lo que te dé la gana!?
El trueno, el relámpago… Cualquier amejin sabía lo último que quedaba por salir de aquella tormenta.
Era un día curioso, aquel día, ¿no les parece? Había muchos significados posibles que darle. Era, quizá, ¿un simple mal presagio? ¿Simple casualidad? ¿O era algo más? Acaso, lo que en realidad estaba sucediendo, era que el cielo…
… ¿se estaba guardando las lágrimas?
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—Disculpad un momento, pero habláis como si ya supiérais todo esto. ¿Cómo es posible? —preguntó Kiroe, poniendo en voz alta las cuestiones que también hacían eco en la mente del médico.
Enseguida se darían cuenta de que desearían no haber conocido la respuesta.
—Eso mismo me pregunto yo. ¿¡Cómo coño es posible!? —estalló Yui, que caminaba en círculos detrás detrás del escritorio como una leona enjaulada—. ¡Eh, ¿cómo coño es posible?!
La ira de Yui llenaba todo el despacho. Era como electricidad estática recorriendo peligrosamente la piel de todos los allí presentes, como una serpiente escalando sus cuerpos, con sus colmillos venenosos acercándose peligrosamente a sus yugulares. No era el poder de su chakra, simplemente era su mera presencia. La Arashikage se hacía notar con cada pequeño movimiento, con cada palabra formulada, y no había manera de ignorarla. No había manera de no caer a sus pies sin suplicar clemencia.
Zetsuo tragó saliva, pero, a excepción de las gotas de sudor frío que resbalaban por su sien, su rostro se mantenía tan férreo como al principio de la conversación.
—¡Por los putos uzujines! ¡Me tuve que enterar por los putos uzujines! ¡E incluso también por los kusajines! —Se respondió la misma Yui, después de una tensa pausa.
Y la noticia cayó sobre el médico como un puñetazo en la mandíbula.
«¿Los Uzujines y los Kusajines? ¿Pero cómo cojones...?» Se repitió, intercambiando una mirada interrogante con Kiroe. ¿Cómo era posible que las noticias hubiesen corrido tan rápido? ¿Acaso... ¿Acaso el Gobi se había cruzado con shinobi de ambas aldeas entre el momento del ataque y cuando ellos la habían acorralado?
—¡Y cuándo voy a buscaros para enviar un equipo de rastreo, resulta que habíais desaparecido! —continuaba Yui—. ¡Y ahora parece que ya lo sabíais todo! ¡Y yo aquí sin enterarme de una puta mierda!
¡BLAM!
La Arashikage había estampado el puño contra la pared, que pareció gritar de dolor ante el impacto.
—¿Desde cuándo coño lo sabíais, eh? ¿No considerasteis que merecía la pena contármelo? —bramó, con ojos centelleantes como relámpagos—. ¿¡Qué pasa, Kiroe!? ¿¡Qué porque te hayas retirado piensas que ya no me debes lealtad!? ¿¡Qué ocurre, Zetsuo!? ¿¡Qué por todo tu currículum piensas que ya puedes hacer lo que te dé la gana!?
El hombre agachó la cabeza como un niño ante la ira de sus padres. Él no estaba acostumbrado a algo así. Normalmente era él el que inspiraba temor en los demás con su autoridad. Pero la presencia de aquella mujer era demasiado poderosa, incluso para él. Y pronto entendió por qué Ayame sentía tanto terror hacia ella.
—Lo siento, Arashikage-sama. Tiene usted razón —habló, con voz ronca, elevando sus iris aguamarina hacia la mandataria—. No tenemos ninguna excusa que pueda redimirnos. Lo único que sabíamos cuando partimos en busca de Ayame era que había desaparecido desde hacía cosa de una semana. Ni siquiera podíamos imaginar lo que de verdad había ocurrido. Pero encontramos su rastro, encontramos su túnica, rasgada y abrasada; encontramos sus ropas tiradas en el bosque... Creímos que si dábamos la vuelta perderíamos un tiempo muy valioso para rescatarla.
»Nos dejamos llevar por nuestra impaciencia y no actuamos como los Jōnin que somos.
«Porque actué como el padre preocupado por la seguridad de su hija.» Completó su mente, un mensaje que nunca habría de llegar a oídos de la Arashikage.
No. No podía arrepentirse de lo que había hecho, porque lo volvería a hacer. Una y otra vez si era necesario. De lo único que se arrepentía era de que Kiroe hubiera decidido no dar el mensaje de alarma cuando quiso volver a la aldea. Pero era algo de lo que tampoco pensaba hacerla responsable. Y era bien consciente de su posición inferior para no contravenir los designios de su Arashikage, ya había demasiados ejemplos de lo que les ocurría a aquellos que osaban contradecir su palabra.
Y él no pensaba convertirse en otro más.
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Fuera no llovía, pero dentro del despacho estaba cayendo la peor tormenta bajo la que Kiroe había estado en toda su vida. La voz de Yui era como un trueno, y sus movimientos un relámpago atrapado en el cuerpo de una mujer. Ante ellos cayó toda la ira de la Tormenta, aunque el que se llevó la descarga, por fortuna, fue el muro del despacho. Zetsuo se dio prisa y se excusó de forma rápida.
—Fuimos unos completos irresponsables, lo aceptamos. Lo siento mucho, Arashikage-sama. No volverá a suceder. —¿No?—. A mitad de camino, pensé en volver e informar. Debería haberlo hecho, pero sentí que Zetsuo y los demás podrían estar en peligro sin mi ayuda, de modo que al final dudé y caí en el error. La culpa...
»La culpa es mía, Yui-sama. Debí haberle informado de la situación y, en todo caso, haber vuelto con ellos con refuerzos. Disculpe a Zetsuo.
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El pecho de Yui subía y bajaba como un mar embravecido que poco a poco se iba serenando, a medida que Zetsuo y Kiroe daban sus explicaciones. Seguía enfadada. Oh, sí, se le notaba. Pero su expresión corporal ya no era la de una leona a punto de saltar sobre su presa.
Sin embargo, había algo que le chirriaba. Cierta explicación que le hacía daño en los oídos.
—Perderíais un tiempo muy valioso para rescatarla si dabais la vuelta —repitió para sí. Aquellas habían sido las palabras empleadas por Zetsuo—. Explicadme algo —continuó, y la extraña calma que de pronto le invadió fue más terrorífica que todos los gritos y golpetazos que antes hubiese podido dar—, ¿no fueron con vosotros Kōri y Daruu? ¿O debo sus desapariciones a otra cosa?
»Tu hijo me explicó algo —continuó, mirando a Kiroe. Oh, sí, lo había hecho. Cuando entre los dos habían gestado la operación llamada Matarratas—. La técnica de teletransporte que heredó de ti. Solo necesita dejar una marca de sangre, y puede teletransportarse a ese sitio cuando le dé la gana. —Como, por ejemplo, el puerto de Uzushiogakure no Sato, tal y como le había informado—. Así fue cómo volvió a Amegakure cuando le quitaron los ojos, ¿no?
Verán, voy a explicarles algo que ocurrió entre bambalinas. Yui, colérica, pensaba sobre los motivos que habían provocado que cuatro de sus mejores ninjas desapareciesen sin dar explicaciones. Llegó, inevitablemente —sugerido seguramente por Shanise—, a una explicación muy parecida a la que ahora se le presentaba ante sus ojos.
Pero entonces, recordó la técnica de Daruu, y pensó: ¿por qué coño no la utilizan para volver e informarme? ¿Había algo más que se estaba perdiendo, quizá? Así que entre gritos y enfados, tuvo la brillante idea de hacer buscar aquella condenada marca de sangre para moverla de sitio. ¿A dónde? Al interior de un jodido calabozo. Para que, si regresaban haciendo uso de ella, se encontrasen con la sorpresita.
Empezaba a pensar que había hecho mal en hacer caso a la sosa de Shanise para no dar la orden búsqueda. Hubiese sido divertido.
—¿No teníais ni cinco minutos para usarla y volver? ¿En serio?
—Quizá sería conveniente escuchar toda la historia de principio a fin —Shanise echando una cuerda a dos náufragos caídos al mar.
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