Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
«¿Cómo? ¿Conoce la historia?» Oír de la voz de su propio Hermano que Aiko se lo había buscado fue peor que recibir una bofetada. O una puñalada en el pecho. Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no partirle la boca en aquel instante.
—¿Quién te lo dijo? —masculló, visiblemente irritado. Aunque Akame se equivocaba en una cosa. Sí, Datsue pensaba que Aiko había sido traicionada. Que no se merecía ni por asomo semejante castigo. Pero, aunque lo hubiese merecido, le daba igual. Lo único que le importaba era que, en aquel instante, mientras ellos estaban de cháchara, ella se estaba ahogando. Muriendo…
… una y otra vez. Le hervía la sangre solo de pensarlo.
—No vas a rescatar a nadie.
Datsue se quedó mudo. Le miró, entornando los ojos, como si lo estuviese viendo verdaderamente por primera vez. ¿Aquello había sido…?
—¿Eso ha sido una orden?
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El escarpado paisaje fue testigo de cómo la discusión escaló rápidamente en cuestión de momentos. Ante la réplica de Datsue, Akame guardó silencio. Trataba de analizar la situación con frialdad, a sabiendas de que aquello último quizás había escocido en demasía a su Hermano. El jōnin realizó una respiración pausada, tranquila. Prolongó su mutis un poco más y luego habló.
—Compadre, vuelve a la Tierra. Todo eso de tu aventura amorosa con ella está... Eh, está bien, sí, es interesante y todo eso —torpemente, Akame trataba de compensar la balanza—. Pero seamos realistas. Hay, literalmente, cero vías con las que puedas ayudar a esa chica. Menos todavía después de haber cabreado a Hanabi-sama.
"El retrocés", se podría llamar lo que estaba haciendo Akame en ese momento.
—¿No lo entiendes? Sea cual sea el castigo que le han impuesto a esa muchacha, está fuera de tus límites. De los límites de cualquier persona de Uzushiogakure no Sato.
«Por todos los dioses, Datsue-kun, entra en razón...»
El jōnin levantó los brazos con gesto conciliador. Realmente deseaba hacerle entender a su Hermano que no había absolutamente nada que él pudiera hacer, que el mundo ninja era así; pero no encontraba como. Nunca se le habían dado bien esas cosas.
—Dejémonos de historias, ¿eh? Volvamos a la Aldea, mañana podríamos ir a la playa y luego almorzar en el chiringuito ese que tanto te gusta, ¿sí?
¿Cero vías de rescatar a Aiko? No, no las había. El Uchiha tenía un par en mente. Solo necesitaba echarle cojones.
—Dejémonos de historias, ¿eh? Volvamos a la Aldea, mañana podríamos ir a la playa y luego almorzar en el chiringuito ese que tanto te gusta, ¿sí?
Datsue no daba crédito a lo que oía. Parpadeó dos veces y retrocedió un paso.
—¿Me lo estás diciendo en serio? –preguntó, atónito—. ¿Sabes dónde está Aiko en estos momentos? Ahogándose en el fondo de un puto lago —le reveló—. La Arashikage le clavó una jodida katana en el pecho y mandó sepultarla allí. Pero sabes que es inmortal, ¿verdad? Yo lo vi con mis propios ojos. El mundo lo vio en el torneo. Así que ahora, Akame, ahora… se está muriendo de la peor forma posible. Y su cuerpo se regenera. Y se vuelve a ahogar. Y se vuelve a regenerar. Y se vuelve a ahogar. Así una, y otra, y otra, y otra, ¡¡¡y otra puta vez!!! —chillaba colérico. Le temblaba la voz y tenía los ojos húmedos—. ¿¡Y tú pretendes que mientras, qué, que me vaya a la playa!? ¿¡Eso hubieses hecho tú de estar Koko en su lugar!? —chilló, dejándose llevar. Quizá demasiado.
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Akame aguantó, estoico, el chaparrón que le cayó encima como réplica. Parecía un guerrero solitario en mitad de un páramo de guerra, a punto de ser alcanzado de lleno por una lluvia de flechas enemigas. El cielo se oscurecía, la respiración se le agitaba y sus ojos se movían, ávidos por encontrar cobertura. Una zanja, una pila de cuerpos, un carro destrozado. Cualquier cosa que pudiera servirle de parapeto para resguardarse de todas aquellas afiladas y letales puntas de acero que caían en picado, buscándole a él.
Y lo encontró. Fue justo cuando Datsue terminó de gritar. Ahí estaba, un resquicio minúsculo, apenas un agujero, en el que podría esconderse. Aunque, ¿era eso lo que deseaba hacer?
Agitó la cabeza. Debía reflexionar con claridad; si se dejaba llevar por sus emociones, todo saldría mal. «Al menos uno de los dos debe seguir pensando como un maldito ninja», se dijo Akame. De modo que, cuando aquel solitario soldado escuchó un centenar de flechas clavarse en el suelo, a su alrededor, osó levantar la cabeza y otear al enemigo. Cargó su propia ballesta... Y disparó.
—¿Qué hice yo cuando violaron y asesinaron a Koko, Datsue-kun?
La voz le salió átona, gris, impersonal. Era el producto de demasiadas emociones contenidas y filtradas, un hilo que parecía ser capaz —por momentos— de sostener más carga de la que cualquier persona juiciosa le adjudicaría.
¡Pam! Akame devolviendo los flechazos con un único y seco mazazo, directo al pecho. Datsue se quedó sin aire. Sin argumentos. Por eso la razón no acudió a sus labios, sino el corazón.
—Obedecer —Datsue recordaba perfectamente aquel día. Las ansias de Akame por conseguir más poder. La petición al Uzukage de poder rastrear a los responsables. La negativa de éste. Su sobria y callada aceptación—. Pero ya era demasiado tarde —le recordó, pese a que sabía que no era muy buena excusa—. ¿Sabes qué hice yo? —se señaló el pecho con el pulgar—. Fracasar. Fallé a Koko —le señaló con un dedo tembloroso—. Fallarte a ti, Hermano. —Tuvo que tensar todos y cada uno de los músculos de su cuerpo para impedir que las lágrimas que se formaban en sus ojos se derramasen—. Fallé a tantos que ya perdí la cuenta. Aquel día, yo también obedecí. ¿Te lo dije? Su hermana me pidió que me quedase atrás. Si hubiese desobedecido, si le hubiese echado huevos y la hubiese seguido… Quizá… —Quizá la novia de su Hermano siguiese viva—. Quizá… —Quizá él estuviese muerto—. No puedo volver a fallar a alguien que me importa, Akame. No puedo…
»Y en el fondo sabes que tengo razón —le soltó—. Porque tú también estuviste en mi lugar —le recordó—. ¿Acaso te has olvidado? No fue la Villa, ni la lógica, ni la intuición lo que hizo convencerte de desobedecer las órdenes de tu Uzukage. —Sí, estaba hablando de Zoku—. Sabes muy bien el motivo por el que lo hiciste.
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Estocada, finta, paso atrás y vuelta a la posición de guardia. Avance diagonal, arma en ristre, tajo a la muñeca hábil del contrario.
El duelo dialéctico de los Hermanos del Desierto seguía su curso, y ninguno de los dos parecía saber muy bien cómo sobrellevarlo. Habían discutido infinidad de veces —hasta llegar a las manos, incluso— y habían terminado en el hospital por su imprudencia. Pero también habían vivido más aventuras juntos de las que podían contar, habían aprendido a confiar el uno en el otro y a arriesgar la vida por el compadre si hacía falta. Disentir de una forma tan visceral era algo a lo que no estaban acostumbrados, y se notaba.
Akame encajó la respuesta de su Hermano con los labios apretados y las manos, cruzadas, en la espalda. Parecía una estatua.
—Estarías muerto si te hubieses quedado —sentenció el Uchiha—. Hiciste lo correcto. Sobreviviste.
Parecía que hubiese tenido que sacar aquellas palabras de lo más profundo de su ser con un sacacorchos. Ni siquiera miraba a Datsue, sino que sus ojos negros estaban perdidos en algún punto del suelo entre ambos. Su rostro, carente de expresión excepto por un ligero tembleque en el labio superior.
—Suicidándote no vas a solucionar nada —agregó, luego, seco como un trozo de cuero—. No hay forma alguna de que pued...
Pero entonces Datsue le interrumpió, sacando —por segunda vez— un doloroso recuerdo para lanzárselo a la cara a su Hermano. Akame calló de repente. Se le estaba agotando la paciencia.
—¿Desde cuando cuestionas tanto mis decisiones? —replicó, ácido, incapaz de contenerse—. La muerte me es muy familiar, Uchiha Datsue. ¿Sabes cuántos veteranos quedan de mi promoción? —levantó unos pocos dedos de una mano—. He visto morir a demasiados amigos... No me des malditas lecciones.
—Estarías muerto si te hubieses quedado —sentenció el Uchiha—. Hiciste lo correcto. Sobreviviste.
Datsue chasqueó la lengua y miró a otro lado. ¿Akame lo pensaba de verdad? ¿O se estaba obligando a soltar aquellas palabras de consuelo? Mientras una parte de su ser, tan encerrada en un recoveco oculto de su alma que ni él mismo tenía la propia llave, ¿le culpaba?
Apretó los puños. Hubiese tenido razón en hacerlo. Él sí se culpaba.
El lazo que unía a ambos Hermanos del Desierto se siguió tensando. Tanto que cualquiera diría que estaba a punto de romperse. El Uchiha dio un paso atrás en el duelo dialéctico, y le dio la espalda a su Hermano. Cabizbajo, con los hombros hundidos y la mirada perdida. Sí, sabía que Akame había perdido a demasiados. Haskoz, Koko… La mitad de su promoción estaban muertos.
Pasaron unos largos segundos, y cuando habló, su voz se había convertido en un simple murmullo, muy lejos de la rabia e ira que momentos antes le habían invadido. Estaba como deshinchado.
—Tienes razón —Datsue seguía hablando de espaldas a él—. Yo nunca sería capaz de rescatar a Aiko y sobrevivir para contarlo. Es algo demasiado ambicioso, complejo y difícil para mí… —dejó que el silencio acogiesen a sus palabras—. Pero los Hermanos del Desierto —giró la cabeza y le miró—. Los Hermanos del Desierto sí podrían.
»Tengo un plan. —Aquello era media mentira—. Y te necesito en él. —Como contraparte, nunca había dicho una verdad tan grande.
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El silencio reinó por un momento. Parecía que ambos bandos se hubiesen dado una tregua; dejar que llegaran refuerzos, provisiones. Vendar a los heridos y recuperar el aliento. Tal vez dormir un poco... Únicamente la calma antes de que se reanudase la tempestad.
El jōnin parpadeó varias veces, incapaz de creer lo que sus oídos acababan de escuchar. Pese a que Datsue le daba la espalda, Akame creyó poder adivinar la imagen que lucía en su rostro, tan confiado y seguro de sí mismo como siempre. Él era una de esas personas que, de proponérselo, podía convencer a una multitud de que el cielo estaba abajo y la tierra arriba.
«Por todos los dioses...»
Soltó un suspiro de resignación, y la tensión que momentos antes había amenazado con apretar tanto que su cuerpo se rompiera por varios sitios aflojó por momentos. Akame se cruzó de brazos, volvió a suspirar y habló con tono cansado.
—¿Qué plan?
Lo preguntó con el tono de voz de una madre que está deseando que su hijo le pida un capricho para poder decirle que no.
El Uchiha no pudo impedir que una media sonrisa se dibujase en su rostro. Había picado el anzuelo. Ahora solo tenía que tirar de él con la suficiente maestría para que no se soltase. Eso, y con el cuidado de que no le mordiese en el proceso. Porque Akame era como una serpiente marina, escurridiza y letal. Un solo paso en falso…
… y estaría perdido.
—Watasashi Aiko se encuentra en el fondo de un lago —empezó, dando media vuelta para encararle—. Un lago que rodea a la propia Villa. —Así se lo había explicado Keisuke—. Un lago enorme, y, por tanto, buscar su cuerpo sería como tratar de encontrar una aguja en un pajar. Un imposible. —Pero para los Hermanos del Desierto no había nada imposible—. Salvo que tengas una brújula que apunte en su dirección —Akame conocía de sobras su técnica de rastreo—. Y yo la tengo, Akame-kun.
»Así que… —Ahora era cuando empezaban los problemas—. Amparado por la oscuridad de una noche sin luna, llegaré hasta el lago, me guiaré por la brújula y bucearé hasta encontrarla. Me la llevaré de vuelta a la tierra. Sin que nadie se entere. Sin que nadie lo vea. Sin consecuencias para nadie ni la propia Villa.
Por supuesto, era consciente de que, ni mucho menos, iba a ser tan fácil de como lo pintaba.
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16/06/2018, 02:09 (Última modificación: 16/06/2018, 02:09 por Uchiha Akame.)
Una bandera blanca. Un mensajero solitario en el horizonte del campo de batalla. Demasiado simple, demasiado obvio. No tardaría en morir bajo una lluvia de proyectiles antes de poder cumplir su cometido.
Akame aguardó pacientemente a que su compadre terminara de explicarle aquel plan para rescatar a Aiko de donde, según parecía, estaba presa. El fondo de un lago que delimitaba las fronteras de la Villa Oculta de la Lluvia. Escuchó con atención, pero cuando Datsue terminó, una sonrisa torcida se formó en el rostro de Akame. Luego volvió a suspirar, esta vez con amargura.
Datsue ni siquiera se había esforzado.
—Sin que nadie se entere, sin que nadie lo vea —repitió—. Y antes de que te des cuenta tendrás a media docena de ninjas de Ame dándote patadas en el culo.
Avanzó un paso, decidido.
—Sin consecuencias para nadie ni la propia Villa —repitió—. Y la Arashikage pedirá tu cabeza, como poco, si no es que lo toma como una acción de guerra por parte de toda Uzushio en lugar de los desvaríos de uno de sus ninjas.
Se plantó a un par de pasos de la espalda de su compañero.
—Escúchate. Eres demasiado inteligente como para creerte ni por un segundo que algo de lo que dices tiene sentido.
Entonces Akame se cruzó de brazos, como si quisiera dejar claro que no iba a moverse de su posición, tanto literal como metafóricamente.
—Entiendo tu dolor, compadre. Pero en vez de perder el tiempo en ese estúpido plan sin pies ni cabeza, podrías canalizar tu frustración de forma más productiva. Por ejemplo, entrenando para el Examen de Ascenso a Chuunin que está al caer.
Sus improvisados y mal medidos movimientos hicieron que la presa se escapase. Que se revolviese y le envolviese un brazo, estrujándolo, con la boca lista para morder. El cazador se había convertido en cazado. En aquella ocasión, no había logrado convencerle.
—Puede ser… —tuvo que reconocer. Akame era demasiado inteligente como para insultarle negándoselo todo. Él mismo sabía que había demasiados cabos sueltos. Demasiadas problemáticas. Para empezar, todavía no había encontrado un modo para respirar bajo el agua. No tenía el dinero suficiente como para comprarse un respirador. El truco enseñado por Riko parecía insuficiente… y tratar de adherirlo al plan era una locura. Simplemente, impensable. Riko jamás aceptaría semejante cosa—Puede ser… —dijo, todavía más cabizbajo.
Pero su llama apagada se reavivó. Akame había echado gasolina en ella, en el momento en que le dijo que se centrase en el Chūnin. Se revolvió.
—¡Olvida el Chūnin! Voy a suspenderlo. ¿Sabes por qué? Porque como Mogura aparezca por la Villa para acompañar a los Genins, voy a enseñarle yo modales… —Y las consecuencias serían terribles.
»Sí, puede que tengas razón. Pero por eso mismo dije que te necesitaba, Hermano —dijo, tratando de darle la vuelta a la tortilla—. Yo soy el de las ideas locas. El que improvisa. Tú eres el de los planes concienzudos, milimétricos y estudiados a un detalle que ralla lo enfermizo. Pongámonos en un hipotético caso —le pidió—. En el hipotético caso de que me ayudases. ¿Cómo lo harías tú?
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Akame esbozó una media sonrisa cuando su compadre pareció quedarse sin palabras. Ya podía intuir la victoria, pero no quiso hacerse ilusiones. Datsue era como un astuto jugador de shōgi; sabía que la mejor forma de ganar era hacer creer al contrario que va bien encaminado.
«Y ahí está», se confirmó a sí mismo el jōnin.
Su Hermano volvía a la carga para incidir en su idea de un plan para liberar a Aiko del fondo del Gran Lago de Amegakure. «Una empresa suicida, se mire por donde se mire». Akame suspiró.
—No me estás escuchando, Datsue —respondió mientras se masajeaba la sien derecha con una mano—. ¿En qué idioma quieres que te lo diga? Toda esta idea tuya no tiene el más mínimo sentido, lo único que vas a conseguir es que te maten, ¡coño!
Se acercó a su compañero de aventuras y le zarandeó por los hombros para voltearlo. Luego buscó su mirada.
—No sé qué fantasmas estás persiguiendo, pero te aseguro que no los vas a alcanzar —susurró el Uchiha—. Solo... Déjalo ir.
Claro que le estaba escuchando. Alto y claro. Su Hermano le había ayudado en mil y una aventuras. Se había jugado el cuello por él. Le había cubierto las espaldas para saldar su deuda con el Hierro.
Pero aquella aventura la tendría que correr solo. Akame estaba fuera.
Asimiló aquella verdad con estoicidad. Con su Hermano, se creía capaz de lo imposible. Sus actos daban fe de ello. Juntos formaban una enorme torre compuesta de cables a tracción y contracción, en perfecto equilibrio. En cuanto quitabas uno de los dos tipos…
—Te oigo, Akame, te oigo —retrocedió un paso, alejándose de él—. Afrontémoslo, ni tú ni yo nos vamos a hacer cambiar de parecer —Akame tenía su razón, él la suya—. Sabes lo que voy a hacer, así que…
El Sharingan iluminó su mirada.
»… ¿qué harás tú? —Todavía recordaba, como si fuese ayer, su examen Chūnin. Las pocas dudas que había tenido su Hermano ante la pregunta de la traición de su compadre. El encogimientos de hombros de éste cuando él le había trasladado sus sospechas—. ¿Vas a delatarme?
O algo peor…
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Uchiha Akame entornó los ojos, examinando a su compañero con una mezcla de sorpresa y prudencia. Nunca había visto a Datsue tan serio; sí que le había visto enfadado, furioso, triste, decepcionado. Pero nunca tan serio. Era una seriedad sorda, dura como los barrotes de una celda, insondable como las profundidades del mar.
«No hagas esto, Datsue-kun... No lo hagas.»
Cuando el menor de los Hermanos del Desierto habló, Akame tuvo que contener un temblor que le subió por la espalda. No era miedo ni nerviosismo, sino un vértigo atroz, de ese que uno siente cuando se asoma por el borde de un acantilado cuyo fondo la vista no alcanzar ni a intuir. Sus ojos, clavados en los de Datsue, se dieron cuenta de repente que el Sharingan estaba activo en los del ahora genin. Una declaración de intenciones.
«No hagas esto...»
El jōnin se cuadró en el sitio.
—Uchiha Datsue, vuelve inmediatamente a Uzushiogakure no Sato. Estás bajo arresto domiciliario hasta nuevo aviso —anunció, apretando los puños—. Es una orden.
Hacía justo un año, ni más ni menos, los dos se encontraban en un barco directo al torneo de los Dojos. Poniendo a parir y riéndose de los ilusos que creían estar por encima de las reglas. Por encima de la ley. Por encima de sus superiores. En especial, mofándose de los amejines, con los que Akame había tenido más de una experiencia particular.
Los Hermanos del Desierto no eran como ninguno de ellos, claro. Ellos habían despertado de aquella utopía hacía mucho tiempo. La jerarquía ninja estaba para algo. Gustase o no, las órdenes había que cumplirlas sin pestañear. Y punto.
No pudo evitar sonreírse. Definitivamente era una agria ironía. Porque aunque Datsue seguía creyendo en aquellos conceptos, con el tiempo, había ido cambiando. Había dejado que algunas ideas tontas se le metiesen en la cabeza. Se había creído, iluso de él, que entre ellos era distinto. Que el lazo que les unía estaba más allá de cualquier mandamiento ninja.
Lo había creído cuando juntos, habían traicionado y asesinado a Zoku. Lo había seguido creyendo en las muchas y variadas muestras de profesionalidad de Akame. Lo había seguido manteniendo, tras mirar a otro lado, cuando sospechó que su Hermano no había dudado en poner que le asesinaría si así se lo ordenaban en el examen Chūnin.
Pero ya no podía mirar hacia otro lado. Abrió los ojos, y miró directo a los de Akame. Quizá, viéndole realmente en mucho tiempo.
Se sorprendió de lo tranquilo que se encontraba. Ni furioso, ni colérico, ni asustado… Ni siquiera herido en orgullo. Simplemente estaba triste. Decepcionado. Porque, cuando más le había necesitado, su Hermano le había fallado. Algo dentro de él se rompió.
—A sus órdenes, Uchiha-san.
Otra ironía. ¿No había empezado todo aquello por algo así? ¿Por Keisuke no dirigirse a su superior formalmente, entre otras cosas? La historia volvía a empezar, como un bucle macabro. Pero él jugaba con ventaja. Él podía aprender del pasado, y no cometer los errores de Keisuke y Aiko.
Extendió las manos con las palmas hacia arriba. Manso, se ofreció a ser esposado.
—Adelante, jōnin-san.
Sí, había aprendido de los errores de Keisuke. Y por eso, los corrigió.
En la mano derecha de Datsue apareció un kunai.
Uchiha Datsue apuñaló en el pecho a su antiguo Hermano.
—¿Lo sientes, Hermano? —le susurró al oído, mientras le abrazaba con la mano libre para que su cuerpo no se derrumbase—. ¿Lo sientes? —La voz se le quebró al final—. Es lo que tú me has hecho. Romperme el corazón.
Uchiha Datsue extrajo el kunai, que como si hubiese sido el tapón de un bidón, dejó escapar un reguero interminable de sangre.
Uchiha Datsue hizo lo que Keisuke debió hacer tiempo atrás con Mogura.
Uchiha Datsue mató a Akame. 1 AO
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