Uchiha Datsue caminaba por el Bosque de la Hoja con las manos en los bolsillos y los hombros caídos, cabizbajo. No habían pasado ni dos días completos desde que Hanabi le hubiese quitado su placa dorada, y ya sentía como el mundo se desmoronaba a su alrededor. Había perdido la confianza de su Kage; había perdido su placa y lo que ello representaba; había perdido dos amigos; y, por encima de todo ello, estaba perdiendo a Aiko.

Se quitó el pitillo de la boca y exhaló una gran bocanada de humo. Su Hermano le había pegado aquella mala costumbre de fumar, aunque él, al contrario que Akame, solo fumaba excepcionalmente y no de manera habitual. «Akame…»

Antes de salir de la Villa, le había dejado una nota bajo la puerta. Una simple frase: Valle del Fin. Sabía que reconocería su letra, y que no hacían falta más palabras. Acudiría al encuentro.

Por suerte, Datsue le llevaba, por lo menos, medio día de ventaja. No había modo alguno en que le alcanzase antes de llegar hasta allí. Por eso, cuando sus pasos le llevaron inconscientemente hasta un lugar que conocía muy bien, supo que debía hacer un alto.

Miró al cielo, y una suave brisa azotó sus cabellos. ¿Le estaría contemplando desde lo alto Shiona?

Dio una última calada al cigarrillo y lo pisoteó en el suelo. Luego, saltó por las pequeñas plataformas que sobresalían de la superficie del lago. Pequeñas, circulares y carmesíes. Nunca se había fijado, ni pensado en ello, pero aquellas plataformas no formaban una línea recta que te conducía a la isla artificial del centro, sino que iban en espiral. De hecho, ahora que lo pensaba…

Sonrió. Si ahora mismo compartiese la vista de Shiona, allá en el cielo, se daría cuenta que las plataformas formaban el símbolo de Uzushiogakure no Sato. En el centro de la espiral, en su corazón, no estaba otra que la estatua de la antigua Uzukage. Un escalofrío recorrió la espina dorsal del Uchiha cuando sintió su mirada clavada en la de él.

Había pasado tanto tiempo, y aún así…

—No me mires así, Shiona-sama —murmuró, esbozando una sonrisa triste—. Tú sabías cómo era. Me atravesaste el alma con esos ojos tuyos desde el primer día. —Sintió que se le quebraba la voz—. Y aun así me acogiste entre tus brazos… ¿Por qué?

Silencio. El sonido de una lágrima al desplomarse en el suelo.

Aquella, la visita obligada para cualquier uzunés, era una de las que más tiempo había demorado, quizás porque no sabía muy bien cómo se sentiría al visitar el lugar que se había construído en honor a la que, según muchos, había sido la mejor Uzukage de todos los tiempos, Uzumaki Shiona, quizás por rabia de lo inesperado de la triste noticia, o simplemente, no había tenido el valor suficiente de presentarse allí antes.

El camino se le hizo largo porque en su cabeza se iban pasando todas las cosas que le habían pasado desde la muerte de Shiona, caminaba a paso lento y se limitó a disfrutar de aquel viaje, algo que no siempre hacía cuando viajaba por culpa de las prisas.

Finalmente llegó allí, el inmenso lago situado en los antiguos restos de Konohagakure, y que, según contaban, la misma Shiona había llenado al luchar contra un poderoso shinobi.

Riko cruzó las plataformas necesarias para cruzar hasta la isla central, en la que se erigía el monumento a la Uzukage y allí pudo ver como no era el único que había acudido allí a presentar sus respetos o, simplemente, a hablar.

— Quizás porque tu forma de ser tiene algo de... encanto. — Sabía que quizás aquella pregunta no buscaba respuesta, pero aún así lo dijo. — ¡Cuánto tiempo sin vernos Datsue! ¿Qué ha sido de tu vida? — Por lo que tenía entendido, había sido ascendido a Jōnin recientemente, junto con Akame.

El sonido de una voz muy conocida a sus espaldas le sobresaltó. Su corazón le dio tal brinco que creyó que le daba un infarto allí mismo.

—Joder, ¡no me des esos sustos! —exclamó irritado. Se restregó un ojo con el antebrazo, mientras enfocaba la mirada en aquel bastardo. Se aclaró la garganta—. Pues sí, hace mucho tiempo que no nos vemos, sí —respondió, ya más tranquilo.

Y el cabrón no había cambiado ni un pelo. Quizá, ganado unos centímetros. Pero seguía siendo —aunque le doliese reconocerlo— el mismo guaperas de siempre. Datsue, por otro lado, había envejecido mal. El Ichibi y sus recientes problemas no hacían sino acentuar todavía más sus ya permanentes ojeras. También había crecido un par de centímetros, y se había realizado un tatuaje nuevo —el del barco en la muñeca—.

No obstante, ya no llevaba su habitual chaleco. Hanabi no se lo había quitado al pedirle la placa, pero no hacía falta ser muy listos para saber que ya no tenía derecho a portarlo. Guardado en el armario de su casa, Datsue llevaba ahora una simple camiseta de tiras, negra y con el dibujo de un zorro. Bajo la cintura, un pantalón azul claro que le llegaba hasta las pantorrillas.

—¿Mi vida? —resopló—. Mi vida desde que no nos vemos daba para uno docena de números más del Corazón Uzureño, como poco. ¿Y la tuya?

El peliblanco rió, no pretendía asustarle, pero parecía estar tan enfrascado en sus pensamientos que no se había percatado de que se le acercaba.

Cuando el Uchiha le encaró se percató de que había llorado, sobretodo por el restregón que se pegó en el ojo, También se dio cuenta de que sus ojeras se habían acentuado más de lo habitual, quizás su vida actual no le permitía descansar todo lo necesario, al fin y al cabo, ser Jōnin no podía ser una vida tranquila, y rápidamente se percató de que no portaba su chaleco ni su placa, y algo empezó a olerle a chamusquina.

—¿Mi vida? Mi vida desde que no nos vemos daba para uno docena de números más del Corazón Uzureño, como poco. ¿Y la tuya?

No sabía cómo tomarse aquella respuesta, el Corazón Uzureño no era una revista que se prodigaba en las cosas buenas de la gente.

— Pues la verdad, bastante tranquila, unos viajes por aquí, entrenamientos por allá... lo normal. — Respondió quitándole importancia. — ¿No has estado durmiendo bien últimamente o qué?

—La verdad es que no —respondió, más franco y sincero de lo habitual. De hecho, para ir con la verdad absoluta por delante, no había dormido bien desde el día en que Zoku le había sellado el Ichibi. No obstante, Shukaku había estado especialmente activo en sus últimas pesadillas, tratando de emponzoñar su mente. De liarle. De confundirle—. Verás, no sé si sabes que me ascendieron a Jōnin…

Como el cabrón no había ido a llevarle ningún regalo, como era la tradición hacer —bien es cierto que entre los compañeros de promoción—, igual ni le había dado tiempo a enterarse.

—Bien, pues me degradaron anteayer. Vuelvo a ser Genin —soltó sin tapujos.

Sí, sabía que Uchiha Datsue había sido ascendido directamente de Genin a Jōnin ,sabía que se había convertido en uno de los más jóvenes en conseguirlo, si no el que más, y también sabía que lo había con seguido junto a Akame, lo que no sabía era lo que vino a continuación.

Riko encajó la noticia con sorpresa, no sabía qué decir, veía en la cara del Uchiha que aquello le había afectado, o al menos eso parecía, y por primera vez desde que le conocía, sintió algo de lástima por él, no sabía qué había llevado al Uzukage a tomar tal decisión, al menos, no de primeras pero...

— ¡No jodas! Lo siento Datsue, pero bueno, quizás no era el momento y simplemente se retrase un poco más el que vuelvas a ascender... — El Senju sabía de primera mano de la habilidad de aquel chico, y sabía que era cuestión de tiempo que volviera a conseguir un ascenso. — ¿Fuiste tú el que la lió el otro día en el edificio del Uzukage? Ya sabes, lo del agua por la ventana y todo eso. — Según había ido hablando recordó lo que le habían contado, una gran cantidad de agua cayendo desde el mismísimo despacho de Hanabi que había arrasado con todo, y justo había pasado hace un par de días, nadie hablaba de otra cosa.

¿Qué no era el momento? ¿Qué solo era un retraso para volverle a ascender? «¡Eso no tiene puto sentido!», pensó, cabreado. Sabía que Riko solo lo hacía por quitarle hierro al asunto y consolarle, pero estaba consiguiendo justo el efecto contrario.

Y no se quedaba ahí la cosa:

—¿Fuiste tú el que la lió el otro día en el edificio del Uzukage? Ya sabes, lo del agua…

Riko no pudo terminar la frase. Y no pudo terminarla porque Datsue se había abalanzado contra él y le había tapado la boca con una mano.

—¡Shhh! —miró al rostro pétreo de Shiona, como temeroso de oír una reprimenda de parte suya—. No lo digas delante de… —murmuró, liberándole del agarre al fin. Le pasó un brazo por los hombros y le arrastró consigo, alejándose de la estatua al mismo tiempo que le echaba un último vistazo de reojo—. Vamos, vamos, no me mires así, Riko. No estoy loco. Simplemente… Hablémoslo un poco más lejos, ¿eh?

El Uchiha fue a sentarse al borde del islote artificial, quitándose las sandalias y dejando que sus pies se hundiesen en el lago.

—Fui yo, fui yo —reconoció al fin—. O, bueno, no estrictamente yo. Pero tengo parte de culpa —resopló—. No sabría ni por dónde empezar a contarte, Riko.

Pero no fue capaz de terminar su frase, no antes de que Datsue se abalanzara sobre él tapándole la boca con su mano, a lo que respondió levantando una ceja en señal de pregunta.

«¿Delante de... la estatua de Shiona?» El Uchiha trató de de justificarse, soltando su agarre y pasándole el brazo por encima de los hombros. — E-Está bien. «Si no estás loco, no estás muy lejos.» Pensó, resignado.

Los dos genin se acercaron a la orilla del islote, e hicieron lo mismo, se quitaron sus sandalias para poner los pies en remojo, sintiendo ese fresquito que les ayudaría a regular la temperatura corporal.

Riko sonrió al ver como Datsue trataba de explicarse.

— ¿Qué tal desde el principio? — Hacía mucho que no hablaban, contar lo que le había llevado a ser el causante de una cascada cayendo por la ventana del despacho del Uzukage era una buena primera historia a compartir. — Soy todo oídos. — Exclamó con una gran sonrisa.

—Todo empezó en el torneo de los Dojos —comenzó Datsue—. Yo estaba con… —sintió un pinchazo en el pecho, y desvió la mirada al lago. Por un momento, pareció quedarse ensimismado—. Bueno, lo único que necesitas saber, Riko, es que Ayame me hizo una putada muy gorda. ¿La conoces? La finalista del torneo, de Amegakure.

Si no la conocía en persona, al menos debía conocerla de vista.

—Total, que me hizo una perrada de las gordas. Y yo, como supongo creerás justo y perfectamente razonable, traté de devolvérsela. —Creía que iba a sentirse mejor desahogándose con Riko, narrándole todas sus desventuras y penurias. Por eso había cedido tan fácilmente a contarle la historia. Pero, lo cierto era que…

… al recordar lo vivido, todavía se sentía peor. ¡Había perdido su rango por niñerías!

—¿Conoces el Tensha Fūin? —Si no lo conocía, Datsue se lo explicaría en un plis plas—. Pues le sellé una técnica a Ayame. Un Henge no Jutsu, haciendo que se transformase en una Yui… —dudó—. Digamos mejor en una caricatura de Yui, en cuanto viese a la Arashikage. Solo para hacerle pasar un poquito de vergüenza. Total, que averiguaron que había sido yo, y la Arashikage mandó un mensaje a Hanabi-sama, con un jodido tsunami sellado en el pergamino. De ahí lo del otro día.

Riko escuchó con cautela todas las palabras de su compañero, que, según dijo, todo empezó con Ayame en los dojos y una putada que ésta le había hecho a él.

— Sí la conozco, sí, fue la que me eliminó a mi, de hecho. — Contó, aportando algo de información y corroborando que la conocía.

Y entonces vino lo gordo, la chicha de toda aquella historia, cómo Datsue, en pos de la venganza, selló un Henge a Ayame que se activaría en cuanto viera a su Kage, cómo ésta se había tomado mal aquella ''broma'' y había mandado una carta al Uzukage con un tsunami sellado en el pergamino, lo que había provocado todo el revuelo de hacía unos días en la Villa.

Y Riko miró a Datsue, y se llevó la mano a la frente, a modo de visera, y miró hacia abajo, aguantándose la risa, por respeto a su compañero, recién degradado por aquello.

— Bueno, digamos que no fue de tus mejores ideas involucrar a la Arashikage... — Empezó el peliblanco. — Pero aún así, no sé si que ella sellara un tsunami en un pergamino enviado a nuestro Kage... Bueno, da igual, lo importante es: ¿hay algún modo de arreglarlo? Quiero decir, tiene que haber algo que puedas hacer para que te devuelvan tu rango, ¿no?

—Limpiar retretes y culos de viejos hasta morirme. Eso es lo que puedo hacer —replicó, pesimista—. Me olvidé decir también que sellé una bola de fuego en el novio de Ayame, un chico de ojos blancos llamado Daruu. Buen tío, la verdad es que me arrepiento de eso. —De la venganza con el Henge no Jutsu también, pero solo porque le habían cazado. No por remordimientos hacia la kunoichi—. Verás, hice que la bola de fuego, sellada en su pecho, saliese disparada en cuanto él la besase. Una pequeña porción de lo que ella me hizo a mí —aseguró—. La cosa es, Riko, que también supieron que fui el responsable de eso. Así que… Bueno, me cuesta creer que recupere la confianza de Hanabi algún día.

Habían sido demasiadas estupideces. Demasiadas cagadas. También estaba el hecho, por otra parte, de que le había colocado un Sello de Rastreo a Ayame. Pero esa parte mejor se la ahorraba. Riko, entre todas sus virtudes, no era un chico conocido por mantener el pico cerrado, precisamente.

Hay famas que nunca se pierden.

—Pero en fin —suspiró—. El examen Chūnin se acerca. Supongo que si lo hago bien al menos podré ascender a un rango intermedio.

El tono pesimista de Datsue era algo que no era propio de él, se le veía bastante afectado por todo aquello y, no contento con eso, parecía que no acababa la cosa ahí, implicando también al novio de Ayame, un tal Daruu, al que le había sellado una bola de fuego en el pecho, que saliera al darla un beso.

— ¡Jooooooooooooooooder! No se que te haría Ayame, pero debió de ser muy gordo, desde luego. — Exclamó. — Y para ganarte la confianza de Hanabi... no sé, te voy a ser sincero, y creo que eres de los mejores shinobis que ha dado la Villa últimamente... — Y rápidamente recordó al Datsue que había conocido hacía tiempo y trató de enmendar el halago. — ... aunque te voy a superar pronto, así que ve con cuidado. — Rió. — Creo que solo tienes que demostrárselo a Hanabi, y el examen es muy buena oportunidad, simplemente da lo mejor de ti, y déjale ver que el Datsue de las venganzas y las bromas es cosa del pasado.

No sabía si con esas palabras ayudaría al Uchiha, pero al menos lo estaba intentando.

— No es lo mismo, pero yo descubrí hace poco que soy demasiado... impulsivo, destrocé una gran parte del bosque en una de mis últimas misiones, y casi me cargo la misión. — Contó de manera anecdótica y tratando de cambiar de tema.

¿Qué si había sido gordo lo que le había hecho Ayame? ¡Bien podía estar convencido de ello!

—Es la putada más grande que se podría hacer a cualquiera. Sé que sabes que a veces soy un poco exagerado. Pero en serio, Riko, no te fíes de Ayame. En cuanto te despistes… —No terminó la frase, y su silencio fue más esclarecedor que cualquier cosa que hubiese podido decir.

Riko, por su parte, trató de halagarle, no sin después asegurar que le superaría pronto. El Uchiha rio con él, como compatriotas que eran. Le hacía falta despejarse de todos los problemas que le habían estado atosigado hasta entonces. Porque, por muy difícil que fuese de creer, Riko tan solo sabía la menor parte. La importante —Aiko y su rescate—, era lo que realmente le preocupaba.

Después de todo, perder el rango era un problema sin solución. No valía la pena —ni servía de nada— obsesionarse con ello.

Asintió a Riko cuando le dijo que debía demostrar a Hanabi que el viejo Datsue de las venganzas y las bromas era cosa del pasado. Sin comentar. Sin decir nada. Se había propuesto no mentirle, al menos no verbalmente.

Porque no, el Uchiha vengativo no formaba parte del pasado. Vivía en el presente, más fuerte que nunca.

—¿Cómo dices? —preguntó entonces, cuando el Senju aseguró destrozar medio bosque en una de sus últimas misiones. Esa parecía una historia digna de oír—. Joder, yo aquí contándote mi vida con pelos y señales y tú ni entrando en detalles. Cuenta, cuenta. ¿Qué pasó? Desde el principio —pidió.

Riko ladeó la cabeza un instante, no sabía que la kunoichi pudiera ser capaz de hacer algo tan gordo para que su compatriota tuviera tantas ganas de vengarse de ella, no obstante, él nunca había tenido problemas con ella y aquello no cambiaba que le cayera bien.

— ¿Quién lo diría? — Sería lo único que comentaría al respecto.

Momentos después el peliblanco se sintió algo orgulloso, había sido capaz de cambiar el ánimo de su compañero, aunque fuera por apenas unos segundos, había dejado de ser el Datsue abatido y sonrió al ver como éste asentía al escuchar su idea de recuperar la confianza de Hanabi, aunque seguro que y había pensado lo mismo.

— Pues como lo oyes, estaba haciendo una escolta con... — Riko entonces se quedó parado un segundo y carraspeó. — Bueno, y nos atacaron unos bandidos, total que me encargué de una, pero el otro... bueno. — Se echó a un lado el tirante de su camiseta, dejando ver una cicatriz que le abarcaba todo el hombro. — Perdí un poco el control y usé Suishōha, no se si conoces la técnica y... me llevé por delante árboles, tierra... incluso el carro que estaba protegiendo...

—¡La hostia! —exclamó Datsue. No existía expresión en Oonindo que lo definiese mejor—. Suishōha, ¿dices? —frunció el ceño. Puede que se la hubiesen hecho o visto hacer alguna vez, pero así, por el nombre, no le sonaba—. ¿Me haces una demostración de la técnica, por favor? —pidió.

Ya que estaba, podía copiársela y aprovecharla algún día.

—Porfa, porfa —pidió, juntando las manos e implorándole—. Me animaría ver algo chulo después de estos días de mierda.

No le había pasado desapercibido que se había quedado a medio camino de mencionar el nombre del ninja con el que había hecho la misión. Su curiosidad haría preguntárselo tarde o temprano. Pero antes, prefería ver semejante técnica, capaz de destrozar parte de un bosque.