Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Y esa, amigos, fue la pregunta más sencilla de responder, entre todas.
—Sólo apuesto por mí, pero creo que tú ganarás este combate — ¿razones para pensarlo? ninguna puntual, salvo por una en particular: Zaide iba a luchar por algo más fuerte de lo que podía sentir Ryu, el hombre más ortodoxo de Dragón Rojo: el.. ¿amor?
En efecto, sobre las frágiles maderas de aquella barca y meneándose con el vaivén de las mareas, que auguraban el resultado de aquel duelo con una brisa helada, Akame se mecía sobre sus propias piernas. Sentado, sus ojos escudriñaban el horizonte con gesto ausente. ¿Qué era lo que le pasaba por la cabeza en aquellos momentos? Sólo él lo sabía, y no parecía muy dispuesto a compartirlo.
Iba vestido con su yukata índigo, pantalones azules y botas ninja altas, ceñidas en las pantorrillas. Llevaba su fiel espada a la espalda y su equipamiento en el cinto y el muslo derecho, sendos portaobjetos que contenían sus pocas posesiones. Sobre la cabeza, el kasa de paja que se había traído de Tanzaku Gai; único recuerdo material de su estancia allí.
A saber si por la conversación con Otohime y Money, o porque se temía un desenlace fatal para el combate que estaba por disputarse, pero Akame parecía taciturno y estaba muy callado. Así había sido desde que montaran en el bote y abandonasen Ryugu-jo, rumbo a la Llanura de Halita...
Ante la respuesta de Kaido, Zaide sonrió, le rodeó los hombros con un brazo como si fuese su colega de toda la vida y dijo:
—Antes te dije que me recordabas a Shaneji. —Hubo una pausa—. Pero tú aprendes de tus errores.
• • •
El viaje fue de lo más taciturno. Ryū encabezaba la marcha, y él, ya callado de por sí, se había sumido en un sepulcro silencio del que apenas se le podía arrancar un gruñido ante cualquier pregunta. Zaide, a la cola del grupo, y pese a que le gustaba hablar hasta debajo del agua, apenas hizo un par de comentarios en todo el trayecto. Su momento de relajación lo había pasado con Kaido, y ahora volvía a sumirse en un semblante serio y concentrado. Otohime, influenciada por el ambiente, no tuvo ganas de sacar ningún tema de conversación.
Atravesaron valles, pasos entre montañas y auténticas nubes de niebla, donde las temperaturas bajaban bastante pese a ser verano. Quizá por eso, o porque de algún modo quería pasar más desapercibido, Ryū se había puesto un abrigo de oso por encima. Otohime les había asegurado a los jóvenes que lo había cazado con sus propias manos, sin ninjutsu de por medio.
A media tarde, pararon a descansar junto a un riachuelo en medio del bosque. Encendieron un fuego, y Otohime sacó de un pergamino varias sardinas y chuletones que cocinaron con las brasas.
No paso nada remarcable, salvo, quizá, el hecho de que Uchiha Zaide se acercó al río a repasarse el afeitado de su cabeza. Con su jodida hacha. Sin crema ni tonterías. Luego, fue agarrando mechones sueltos de su barba y cortándolos con el filo de su Nage Ono. El resultado fue una barba mucho más recortada, de la que no era tan fácil agarrar y tirar de ella. Muy desigual, eso sí. Siendo francos, en el rostro de cualquier otro era una chapuza. Pero Zaide era de esos tipos a los que todo parecía quedarles bien y hasta creaban tendencia.
Cuando la noche se acercaba, abandonaron los caminos para meterse de lleno en un bosque situado en el nacimiento de una montaña. Ascendieron por ella entre los arbustos y la maleza, hasta llegar a una cabaña perdida y abandonada. Los cristales de los ventanales estaban rotos, la puerta reventada, y el musgo y la maleza se había adueñado de ella.
El interior no era mucho mejor: una mesa rota y reducida a tablones carcomidos; una cocina de leña oxidada y llena de telarañas; y un colchón tirado en una esquina que olía fatal. Ryū se acercó hasta el colchón, lo apartó hacia un lado y quitó varios tablones sueltos revelando unas escaleras que bajaban al subterráneo.
—Otohime —dijo con su voz gutural—. Mechero.
Poco a poco, a medida que fue encendiendo los candiles anclados a las paredes, se fue adivinando una segunda estancia mucho más cuidada. Había camas bien hechas —ocho en total—, e incluso un pequeño cuarto con ropa y armas colgando de armarios.
• • •
La noche acababa de cerrarse cuando Otohime salió, con el estómago lleno por la cena, a fumarse un pitillo al aire libre. Se apoyó contra una pared de la cabaña y saboreó el cigarro con una honda calada.
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Poco tiempo pasaría antes de que la especialista en técnicas de sellado advirtiese que no se encontraba sola. Akame había salido también, con un espeto de pescado a medio comer y un cigarrillo sobre la oreja izquierda —apagado, eso sí—, con la cabeza descubierta y cara de cansado. La caminata le había resultado agotadora no por el trayecto en sí, sino porque el ambiente estaba tan tenso que podía cortarse con un cuchillo. La surrealista expedición era como una bomba de relojería a punto de explotar a ojos del Uchiha, que más de una vez acabó pensando si no se estaba metiendo, de hecho, en la boca del lobo. Pero, ¿había tenido otra opción? Claramente no.
El Uchiha se apoyó en la pared contraria a la que estaba Otohime mientras daba un par de mordiscos a su espeto, mirándola con curiosidad poco disimulada.
—¿Así que de ahí tu sobrenombre? —soltó al rato, sin anestesia. Parecía que acabara de caer en algo muy ocurrente; luego se encogió de hombros y agregó—. No está mal.
Otohime, algo más relajada una vez fuera de ese ambiente opresor cada vez que aquellos dos titanes se cruzaban una mirada, tomó otra calada antes de responder.
—¿Hmm? —¿Su sobrenombre?—. ¿A qué te refieres? —preguntó, curiosa.
Akame no era lo que se decía un chico interesante. No a primera vista, claro. Pero cuanto más lo conocías, más te dabas cuenta del ingenio y la inteligencia que derrochaba. Era como si los dioses le hubiesen bendecido con el don de la mente a cambio de una apariencia y presencia tan cautivadora como una piedra machacada por la mitad.
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—Otohime —dijo el exjōnin, encogiéndose nuevamente de hombros—. No me di cuenta hasta que Money sacó ese libro más viejo que la humedad. No soy un experto en teología, pero, ¿no era Otohime la hija de Ryujin, el Dios Dragón de los mares?
So pena de que su memoria le estuviera jugando una mala pasada, Akame recordaba haberlo leído en algunos tratados de teología antigua, mientras buscaba información sobre el conocido panteón divino formado por Susano'o, Tsukiyomi y Amaterasu; en un momento de su vida en el que tenía suficientes pocas preocupaciones como para poder alimentar el fervor supremacista que corría por sus venas. Ahora todo aquello parecía lejano, una cruel broma de los dioses.
El joven dio otro bocado a su espeto, rematándolo y arrojando el palillo de madera al suelo. Luego se colocó el cigarrillo en los labios, aún sin prenderlo.
—"Princesa del Sonido". Supongo que te pega. Aunque yo te llamaría más bien... "Fuuinhime" —agregó, y su mirada se afiló de repente—. ¿Cómo lo supiste?
Ah, sí. Hacía tantos años que había optado por aquel nombre, que ya hasta se había olvidado que no era ese con el que su madre la llamaba. Igual que Money, la Anciana, e incluso el propio Ryū, había optado por desprenderse de su ser pasado para poder ser la Ryūtō que era ahora. Como decía la leyenda, era una mujer hermosa…
… salvo cuando se transformaba en un dragón.
—"Princesa del Sonido". Supongo que te pega. Aunque yo te llamaría más bien... "Fuuinhime" —agregó, y su mirada se afiló de repente—. ¿Cómo lo supiste?
Otohime supo a qué se refería sin necesidad de preguntar.
—Desde que estoy aquí he visto tantos Sellos Malditos camuflados en bonitos tatuajes que me es imposible no verlo. Del mismo modo que me es imposible no apreciar que esa pluma que llevas no te pertenece a ti, sino a tu amor. —¿Un tío que a la vista era tan soso como Akame? No le pegaba nada. Era inviable que fuese suya. El resto, fue atar cabos—. ¿Me equivoco?
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El Uchiha arrugó el ceño, pero descartó aquella pregunta rápidamente. Akame podía ser un tipo extremadamente torpe con las relaciones sociales y pobre en su forma de presentarse a los demás, pero sí que tenía una gran habilidad introspectiva. A menudo reflexionaba sobre sí mismo y sobre su entorno, sobre sus decisiones, sobre... Sobre todo. Incluso cuando era conocido como el Profesional y muchos pensaban que jamás dedicaba un sólo pensamiento a sus actos pasados, se equivocaban. Por eso, en ese momento Akame sabía perfectamente que no estaba preparado para abrir esa herida; todavía no.
—¿Y tendrías formas de saber qué hace? O hacía —se corrigió—. ¿Tenía relación con mis recuerdos?
Aquella última era casi una pregunta retórica, pero el joven Uchiha realmente necesitaba oírlo. Necesitaba no poder seguir negándose a la verdad que amenazaba con volverle loco: que su antigua maestra había sido quien le manipulaba desde el principio.
Otohime acercó el cigarro a los labios y tomó una larga calada que expulsó en forma de humo hacia el techo.
—Es complicado —tuvo que reconocer. ¿Cómo se lo explicaba a un ignorante en fuuinjutsu?—. Lo que tú me pides es que lea un idioma que no conozco. No sé la clave, no sé el cifrado. Puedo ponerle una cadena y bloquearlo, pero entender su naturaleza por completo es algo que lleva tiempo y estudio. Y, además, depende qué tan buena fuese la persona que te lo puso.
Otra calada. Esta vez más corta.
—De todas formas, por mi experiencia y lo que nos has contado, tengo más que claro que jugó con tu mente. Cuando despiertas y la luz atraviesa la ventana de tu habitación, no hace falta asomarte para saber que el sol ha vuelto a salir. —Otohime no tenía pruebas para demostrarle lo que hacía el sello, no podía asomarse a la ventana, pero la luz que salía de ella era bien clara—¿No te vinieron recuerdos nuevos cuando te apliqué el Método de Sellado del Mal?
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Akame sacudió la cabeza, resignado al ver cómo sus vanas esperanzas se convertían en poco más que la ceniza que caía del tabaco de Otohime. Y a pesar de eso, o precisamente por eso, al final se veía sólo con la ineludible certeza que había estado intentando guardar en algún baúl olvidado de su cabeza. Que todo el mal que le había sucedido, fue tan sólo culpa suya. Apretó los puños.
—Entiendo —mintió, mientras chasqueaba los dedos y una canica ígnea encendía su propio cigarrillo para luego esfumarse entre el humo gris de la primera calada. Luego contestó a la pregunta de la especialista en Fuuinjutsu—. Por desgracia, así es. Gracias por la información, de todos modos.
Akame le pegó dos buenos calentones al pitillo, suficientes para amenazar con desatar un ataque de tos incluso en un fumador avezado como él, con la garganta destrozada por el alcohol que se había comprometido a no volver a probar. Cuando habló, su voz sonaba más áspera que de costumbre.
—Tenía que asegurarme, joder —acabó escupiendo—. Tenía que asegurarme. Me hubiera jugado la mano derecha a que esto era cosa de esos cabrones del Remolino, una de sus putas tretas, pero no... Claro que no. Tenía que ser ella.
Con gesto claramente molesto, el Uchiha le pegó otra calada muy honda al tabaco y echó el humo por la nariz. Probablemente sin el efecto del cigarro, ya habría perdido los estribos. De repente alzó la vista y la clavó en Otohime; parecía contrariado.
—¿Qué haces tú aquí, Otohime? —disparó a quemarropa—. No tienes madera de criminal. No eres cruel, no eres violenta, no sabes pelear. Sólo tuviste mala suerte, ¿eh? —inquirió el exjōnin, con una sonrisa torcida—. ¿Te lo inventaste tú? Lo del Bautizo y todo eso, digo.
—La mala suerte es relativa. ¿Hubiese sido más feliz, de haber continuado con mi antigua vida? Hace tiempo que dejé de preguntármelo. Las cosas son como son, y yo prefiero aceptarlas y seguir para adelante.
Terminó de darle una última calada y tiró el cigarro al suelo, aplastándolo con la suela de su sandalia. El Bautizo… aquel era un tema delicado.
—La Anciana puso la idea, yo le di forma. Ya viste lo que pasa cuando uno de los nuestros muere —Lo había visto en Shaneji—. Lo que no sabes, es que revivimos sus últimas emociones, lo que pensó antes de morir. La Anciana quería que estuviésemos siempre conectados, y de hecho, quería llevarlo más allá. Comunicación telepática entre los Ryūtō, y un sello maldito que se pudiese activar a placer que nos daría unos poderes… Bueno, tan interesantes como complejos. Para su desgracia mis conocimientos no llegan a tanto. Fui enseñada toda la vida a cómo erradicar el mal, no a crearlo.
»Esperemos que Zaide sobreviva a su derrota. Él sí tuvo maestros que se enfocaron en lo oscuro.
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No replantearse las cosas. Aquella era una asignatura pendiente de Akame, quien se había pasado meses puesto hasta las cejas y durmiendo sobre sus calzones cagados por no poder reconciliarse con el pasado reciente. Pero sea como fuere, allí estaban: en mitad de nada, fumando y hablando. Como si fueran amigos de toda la vida y no dos delincuentes buscados.
—¿La Anciana? Esta sí que es buena —Akame dejó escapar un bufido cargado de socarronería—. Creo que empiezo a entender cómo funcionan las cosas aquí.
«"Que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda"», se dijo el Uchiha. «Libertad, libertad, libertad... ¡De mis cojones! A esa vieja se le llena la boca con esta palabra, pero luego nos intenta poner un collar y grilletes, justo como las Aldeas. Hijos de puta.» Porque claro, Akame había sido lo suficientemente docto como para evadir el lavado de coco del Bautizo, pero, ¿cuántos de sus compañeros habrían corrido una suerte muy distinta? ¿La propia Otohime?
—¿Comunicación telepática? Vaya, eso sí que me suena del todo imposible —apostilló Akame, con una risa burlona, recorando cómo su antiguo Hermano había logrado una proeza similar mientras era apenas un estudiante intermedio de las artes de sellado—. ¿Crees que algún día tendremos la dicha de presenciar semejante maravilla?
»En cuanto a mí, no gracias. Ya he tenido mi ración de Juuinjutsu para toda la vida.
De mala gana, el exjōnin apuró su cigarrillo.
—¿Y qué artes oscuras son esas? —quiso saber—. Aunque, aquí hay algo que se me escapa. Todos conocéis muy bien a Zaide, pero yo jamás había oído hablar de él. ¿De dónde ha salido ese tipejo?
«Por su entrenamiento está claro que se ha criado en una Villa Oculta. Antes habló de "volver a las montañas"... ¿Es de la Tierra, entonces? La Aldea más cercana es Amegakure, pero eso no significa nada. De lo que estoy seguro es de que no proviene del Remolino, porque entonces Hanabi le habría fichado de inmediato cuando sucedió lo del Cañón del Secuestrado...»
Otohime no pudo evitar reírse cuando Akame aseguró haber tenido suficiente con los juuinjutsus.
—¿Lo has tenido, hmm? —preguntó, inconsciente de que había burlado su Bautizo—. Oh, si supieras lo que la Anciana quería conseguir… quizá cambiases de idea. Respecto a la comunicación telepática… Bueno, ya es algo que sabemos hacer, ¿no? El Gentoshin no Jutsu es algo del estilo. Solo hay que encontrar la forma de doparlo. Pero… la verdad que no se me da bien esa rama.
No, nada que nada bien. Y respecto a los beneficios que buscaba la Anciana en el Sello Maldito todavía menos. ¿Contrarrestarlos? Por supuesto. ¿Crearlos? Era una cosa muy distinta. Akame, por su parte, cambió totalmente el rumbo de la conversación, queriendo indagar sobre su primo lejano de clan.
—Zaide, sí… Claro que lo conocemos bien. Trabajaba para nosotros antes de hacer lo que hizo. Era un bandido con su propio grupo, totalmente ajeno al nuestro. Tan cumplidor que Ryū quiso ofrecerle un puesto en nuestra mesa, sin ganarse su Derecho de Sangre. Bueno, creo que todo eso ya te lo han contado.
»¿De dónde viene? Del País de la Tierra, según sé. Estuvo mucho por Shinogi-to. Antes siempre se pavoneaba que cuando no era más que un criajo atentó contra la vida del Señor Feudal de la Tormenta. Sin éxito —se encogió de hombros—. No sé si es cierto o no. Lo que sí te puedo decir es que se hundió en la mierda él solito.
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16/10/2019, 20:06 (Última modificación: 16/10/2019, 20:06 por Uchiha Akame.)
—¿Shinogi-to? —repitió Akame, pensativo. No, no era suficiente. Él quería saber de más atrás, de mucho más atrás—. Bueno, está claro que lo de ser un revolucionario suicida le viene desde chiquitito. Al menos él si parece lo suficientemente cabrón como para habitar en este submundo de cloaca en el que estamos.
Akame le dio una última calada al pitillo y lo tiró al suelo. Observó el fino hilo de humo gris que se alzaba desde aquel puntito anaranjado en el suelo, embelesado mientras en su cabeza trataba de ordenar las ideas y sacarles el máximo jugo posible. Eso sí se le daba bien.
—Así que rechazó la oferta del Gran Dragón —musitó—. La verdad es que esperaba encontrar algo interesante de él, sin duda parece un tío curtido en mil batallas, pero en lo último en que pensaba era en que se crea algún tipo de "bandido piadoso" que roba a los ricos para dárselo a los pobres —el Uchiha sabía bien que esos sólo existían en los cuentos—. Qué irónico... ¿Sabías que los suyos secuestraron y asesinaron a una persona que yo conocía, hace años? Sekiryu les dio caza poco después de eso. Supongo que es lo que llaman karma... Pero es extraño; no encuentro consuelo en ello.
Con un gesto calmado, el Uchiha se irguió en su estatura, alzando la mirada para llevarla al exterior de la cabaña, allí donde las sombras de la noche lo cubrían todo.
—¿Sabes a qué me refiero? Esa sensación... Es como tener una bestia en tus entrañas, quieres dejarla salir para que se dé un festín con tus enemigos, pero al mismo tiempo puedes tener la certeza de que permitir que se desate es algo que amenaza con arrebatarte la poca humanidad que te quede. Así que, tras esa pugna de lobos, sólo queda vacío... Un vacío que no se llena con nada —aseguró, sombrío. Pese a su juventud, de pérdidas él sabía un rato—. ¿Pero qué otra opción tenemos, eh? Tan sólo dejar de hacernos esa pregunta, "las cosas son como son", aceptarlas y seguir adelante —relató, parafraseando a la propia Otohime—. Y sin embargo a veces tengo la sensación de que no importa cuánto nos digamos a nosotros mismos que tenemos que ser mejores que los que nos han causado mal, porque cuando me sorprendo absorto, perdido en mis pensamientos... Me encuentro ansiando esa destrucción.
En su monólogo, el Uchiha se había perdido tanto como un loco delirante en sus vanas ilusiones. Recordaba un local de Tanzaku Gai en llamas. La sangre de un viejo enemigo manchando sus sábanas. El olor a gas en el aire...
Akame parpadeó un par de veces, desorientado, cuando volvió a la realidad. Como si pareciese reparar en ese preciso momento en que Otohime todavía se encontraba a su lado, el Uchiha soltó una risa desenfadada mientras se rascaba la nuca, tratando de quitarle tensión al momento.
—Bah, no me hagas caso. Lo leí en una obra de teatro —y como si se dispusiera a representarla, con movimientos ensayados pero carentes de esa pizca de arte que tenían los verdaderos actores, el Uchiha fingió blandir una espada en ristre y se dirigió a la mujer—. "Voto a tal, que aquel que ose mancillar estos santos y píos muros, habrá de vérselas conmigo y mi fiel uchigatana. Por mi fe que daré matarile a cuanto enemigo nos declare la guerra o estropee nuestra paz. Mas no más parla fácil, compañeros; contemplen vuesas mercedes a partir de ahora de lo que soy capaz en mi razón. Trato de sujetar cada noche a mi descontrolada bestia... Pero si ha de salir, ¡pardiez!, que dirigida sea hacia una víctima merecida."
Dio un salto, fingiendo apuñalar al aire con la punta de su espada, y luego recuperó la compostura. Carraspeó: se había dejado llevar por el momento.
—No me sorprende, no. Que su labia no te confunda, Akame —dijo cuando el Uchiha le contó sobre el secuestro—. El odio que Zaide tiene hacia las Villas le llevó a cometer muchas atrocidades. No es el santito que se dibujó en la Gran Reunión.
Aunque supuso que alguien tan inteligente como él ya lo sabía. Lo que sí le pilló por sorpresa fue la confesión posterior. ¿Una bestia en sus entrañas? ¿Una pugna de lobos? Pero, ¿de qué cojones hablaba aquel loco? ¿Acaso no era más que un Shaneji con la diferencia de que lograba reprimirse? Y, pensándolo mejor, ¿por qué se sorprendía? Había matado a su compañero a la primera oportunidad. Pues claro que era un tío sangriento, por muy tranquilo y opuesto que fuese a Shaneji por fuera.
El Uchiha tuvo que ver su mirada, porque de pronto soltó una risotada y se excusó en una obra de teatro. Ya, claro. Pero, ni corto ni perezoso, se propuso hacerle una demostración. A Otohime casi se le cae la mandíbula al suelo.
—¿Q-qué…?
—¿No te suena?
Tuvo que llevarse una mano a la boca para disimular su risa. Joder, ¡aquel tío no dejaba de sorprenderla!
—Para nada —Pero, ¿qué tipo de obras veía aquel chico? Fue entonces cuando se dio cuenta. A pesar de la fuerza con la que había entrado, Akame… no era más que un chico. ¿Qué tendría, quince, dieciséis años? Un maldito adolescente al que la vida, probablemente, le había tratado con la dureza y crueldad de un adulto—. ¡Un día tienes que llevarme a una de esas obras! —exclamó risueña. Luego dudó—. Oye… Sabías que tarde o temprano te lo iba a preguntar —se señaló su propio rostro—. ¿Qué te pasó?
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