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14/01/2018, 19:46
(Última modificación: 14/01/2018, 20:13 por Amedama Daruu.)
Los kunais cruzados era el nombre del sitio. Era un tugurio pequeño, oscuro, tranquilo, pero la clase de lugar a la que jamás iría un maleante.
Porque, al fin y al cabo, era bar favorito de los shinobis de Amegakure.
No tenía más que una sala, con barra y unas cuantas mesas. La luz entraba tenue por los cristales translucidos de unos días que siempre eran nublados, y sólo la luz de unas lámparas de tubo detrás de la barra la iluminaban de noche. El sitio olía a una mezcla embriagadora de alcohol y madera de pino. Era el lugar perfecto al que solías ir cuando volvías de misión o no te apetecía entrenar, cuando tenías un día de mierda y no querías hacer nada más que beberte una buena birra.
Allí, en una mesa, estaba Amedama Daruu.
Amedama Daruu no era un muchacho aficionado a la bebida, a pesar de que mucha gente, a su edad, ya comenzaba a remojar el gaznate1. Sin embargo, encontraba el olor y la tranquilidad del lugar como un pequeño oasis en medio de los tumultos del Distrito Comercial. Allí se podía estar en silencio, y cuando no había silencio, uno se enteraba de las cosas más interesantes. Al fin y al cabo, ninjas iban y venían, ¿y qué podía dejar un ninja allí si no son anécdotas sobre misiones por las que cualquier revista de cotilleos pagaría un buen saco de ryōs?
Y, bueno... A veces, hasta a él le apetecía una copa.
La puerta de la taberna se abrió de un empellón, y Daruu levantó la cabeza de su jarra de hidromiel pluvial —una de las pocas bebidas alcohólicas tolerables por el chico, dulce y exclusiva del País de la Tormenta—, para alegrarse gratamente al recibir la visita de una cara conocida.
(1): En realidad, los habían de dos tipos: estaban los que empezaban, y los que perfectamente podían terminar cualquier día de aquellos. Terminar en una zanja a altas horas de la madrugada.
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Y, cómo no, Umikiba Kaido atravesó el umbral de aquél lúgubre y acogedor tugurio como si Los kunai cruzados le perteneciese. Pero no. Aquella taberna no era suya, sino también el lugar de muchos otros como él. De unos tantos contrariados que bien habían tenido un pésimo día y que, sin ánimos de llevar las malas energías consigo a sus hogares, preferían descargarse con la jarra de cerveza. Otros, más parranderos, tan sólo eran asiduos por el más interesante cotilleo que se cuajaba dentro, una vez que el juicio de sus visitantes se viera afectado y entorpecido por los efectos del alcohol.
El qué le había llevado hasta allí, no obstante, permanecía siendo un misterio incluso para él mismo. Quizás, no quería volver sólo a encerrarse entre las paredes metálicas de su piso, en donde sólo le aguardaba la soledad y los impiadosos recuerdos de su última misión. Aquella que le perseguía como si él fuese una foca, y no el tiburón.
Pero escapar de su realidad iba a ser más difícil de lo que pensaba. Porque, apenas se vio cubierto por el techo del bar; se encontró de lleno con la cara de Amedama Daruu.
No había vuelto a hablar con él desde entonces. Ni con Mogura. Y mucho menos con Ayame.
Se le quedó viendo con nostalgia, apenas perceptible, y se armó de valor para abalanzarse hasta la mesa que ocupaba él y saludarle. Era lo menos que podía hacer, después de aquello. Después de haber asesinado juntos por el bienestar de una compañera.
Y como si se tratase del encuentro más casual del mundo, soltó:
—¿Qué hay? —de nuevo, aquella sonrisa. Pero no tan cándida y apabullante como las anteriores. Era una más acomedida, más sensata. Una que no buscaba amedrentar, no al menos en esa ocasión.
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Y era nada más y nada menos que su buen amigo Umikiba Kaido.
—¡Kaido, amigo! —saludó con una sonrisa—. Ven, compañero. Siéntate aquí al lado y te invito a una de estas. ¡Kirishima-san, otra hidromiel pluvial para acá, por favor!
Sí... amigo. ¿De qué otra manera podría llamarlo? Hacía no el suficiente tiempo, habían formado parte de un mismo escuadrón, que viajó a una base secreta enemiga para salvar a Ayame del secuestro de unos psicópatas supremacistas del clan Hōzuki. Habían viajado juntos, luchado juntos, matado juntos... y habían estado a punto de morir juntos.
Cualquier persona que ayudase a sus seres queridos ya era un amigo. Pero por todo eso que había ocurrido, él podía considerarlo ahora, definitivamente, un gran amigo.
—¿Cómo estás? ¿Qué haces por aquí, aparte de echar un trago?
Kirishima, el dueño Los kunais cruzados, depositó la jarra de hidromiel pluvial delante de Kaido.
—¿A tu cuenta, no?
—Sí, sí. —Daruu le dejó dos monedas en la mano, y Kirishima volvió a sus tareas de barra—. Hacía tiempo que no nos veíamos. Desde... aquello.
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—¡Kaido, amigo! —le saludó el pelopincho—. Ven, compañero. Siéntate aquí al lado y te invito a una de estas. ¡Kirishima-san, otra hidromiel pluvial para acá, por favor! —en silencio, el escualo aceptó la invitación de su compañero y tomó asiento en la silla contigua, respondiendo a la efusividad de su interlocutor con la mejor de las disposiciones. Y, tampoco iba a negarse a un trago gratis—. ¿Cómo estás? ¿Qué haces por aquí, aparte de echar un trago?
—Yo bien, tío, yo bien —dijo, poco convencido—. ¿y tú?
Poco después se acercó el dueño de aquel local, bien conocido como Kirishima. Le preocupaba que aquel trago fuera debidamente cargado a la cuenta de quien suponía ser un cliente tan asiduo como para poder beber y comer a crédito. Kaido pasó la mirada desde la jarra de hidromiel pluvial hasta Daruu, y de Daruu hasta la jarra. Le impresionó que su buen amigo el Hyuuga fuera de pegar bastante el pico.
... hacía tiempo que no nos veíamos. Desde... aquello.
Kaido torció la vista, y buscó que no hubiese ojos y oídos indeseados mientras le daba una probada a la hidromiel. Luego, respondió.
—Sí, la verdad es que después de volver, necesitaba tomarme un jodido descanso. No estuve mucho por la aldea desde entonces—volvió a darle un trago a la jarra y ésta vez, sintió la imperiosa necesidad de eructar. No demasiado fuerte, pero un eructo al fin—. Y tú qué, ¿sabes algo de los demás? ¿Del bueno de Mogura? ¿Y.. qué fue de Ayame?
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Kaido miró alrededor, posiblemente para asegurarse que no hubiera nadie alrededor. Daruu consideró que lo que estaba haciendo era una bobada, y deseó que no dijese nada en voz alta que se pudiera considerar información clasificada. «Venir a Los kunais cruzados y esperar que nadie escuche tu conversación es como hacer un viaje turístico por los barrios más pobres de Shinogi-To y pretender que no te roben la cartera».
—Sí, la verdad es que después de volver, necesitaba tomarme un jodido descanso. No estuve mucho por la aldea desde entonces —Kaido cogió la jarra de hidromiel y le dio un trago. Daruu hizo lo mismo, aprovechando la pausa. El pez dejó escapar un grosero eructo. Cualquiera que lo conociese debía estar acostumbrado a esa clase de demostraciones—. Y tú qué, ¿sabes algo de los demás? ¿Del bueno de Mogura? ¿Y.. qué fue de Ayame?
Daruu volvió a beber de su jarra.
—Hace tiempo que no sé nada de Mogura —dijo—. Estará ocupado con cosas de chūnin. —Pegó una buena carcajada—. Ayame está bien. Ahora no la veo casi nada, se pasa mañana, tarde y noche entrenando con su padre. Parece que todo está como debe estar.
Detrás, unos hombres mantenían una animada conversación sobre los últimos rumores del País. Y hubo uno en concreto que sin duda llamaría la atención de los genin.
—¿Te has enterado? ¡En Yukio! Dicen que una vez a la semana algo baja de las montañas y se dedica a robar todo tipo de comida.
—Venga ya, te lo estás inventando.
—¡No, en serio! Dicen que parece un gorila, pero todo blanco y ¡mucho más grande!
«¿Qué...?»
—Creo que el alcalde debería pedir una misión a Amegakure para que investigase.
Daruu miró a Kaido fijamente.
De entre todas las cosas que podía pensar en ese momento, una le cruzaba la mente. Una grande, gorda y peluda a quien le gustaba mucho la pizza. ¿Hibagon? ¿En Yukio? Pero eso era imposible... A no ser... A no ser...
—Kaido-kun. ¿Qué crees que pasaría —comenzó, hablando en clave—. si alguien decidiera, yo qué sé, por cualquier cosa, verás... decidiera viajar y asentarse en otro lugar que no es suyo, y no fuera bien recibido, y a lo mejor la mejor idea que tuviese fuera empezar a dar pam pam en el coco a los demás?
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—Hace tiempo que no sé nada de Mogura. Estará ocupado con cosas de chūnin —cuando Daruu rió, Kaido no pudo sino secundar su carcajada. Aún así, a pesar de haber convivido con el médico durante una misión tan peligrosa como lo resultó ser el rescate de la guardiana, seguía sin poder concebir el hecho de que Mogura hubiese sido ascendido a chūnin tan de la noche a la mañana. Eso le instó a preguntarse unas cuantas veces el por qué de tan repentino ascenso, y de lo que tendría que haber hecho el tipo para ganárselo. Algún día tendría que preguntárselo—. Ayame está bien. Ahora no la veo casi nada, se pasa mañana, tarde y noche entrenando con su padre. Parece que todo está como debe estar.
«No todo, mi buen Daruu. No todo» —se dijo introspectivamente, como recordatorio de sus propios vestigios sin resolver. Sólo él tenía en su poder la moneda de cambio con la que podría o bien salvar la reputación y el renombre de todo un clan, o bien secundar el inminente final que les acecha constantemente de continuar por el camino de los extintos Kajitsu.
Y no.
Eso no lo iba a permitir.
Su martirio personal, sin embargo, le duró poco. Pronto tuvo que desviar totalmente su atención a la conversación de un par de extraños que charlaban plácidamente, cerca de los dos genin. El escualo paró la oreja, en un principio sólo por cotillear; pero pronto lo que parecía ser una charla casual se convirtió en todo un relato que no tardaría en traer templados recuerdos a su cabeza.
—¡No, en serio! Dicen que parece un gorila, pero todo blanco y ¡mucho más grande!
Un escalofrío le invadió el cuerpo. Y, forzadamente, hizo contacto visual con la única persona que podría encontrarle sentido a aquella frase, junto a él mismo. E, inmediatamente, supieron que habían pensado en lo mismo.
Su mente se transportó a lo más alto de la montaña, su piel sintió de pronto el gélido clima de aquella cima mortal. Se vio muy cerca del místico carámbano compuesto de chakra natural, y al lado de...
«¡¿Hibagon?!»
—Kaido-kun. ¿Qué crees que pasaría. . .
—Pues, pueden pasar muchas cosas. Y ninguna es buena. Ya sabes, con lo difícil que es aprender a apreciar los pam pam en el coco, o los caminos rápidos...
Chasqueó la lengua, y no tuvo más remedio que puntualizar lo obvio.
»Quizás, si ve un par de rostros conocidos...
Daruu tendría la última palabra.
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—Pues, pueden pasar muchas cosas. Y ninguna es buena. Ya sabes, con lo difícil que es aprender a apreciar los pam pam en el coco, o los caminos rápidos...
Daruu asintió con gravedad. Kaido había detectado la indirecta inmediatamente.
—No estoy seguro de que se pueda llegar a apreciar debidamente un buen camino rápido —sonrió tristemente—. Del mismo modo, estoy seguro que un viajero no disfrutaría de unas cuantas horcas y antorchas.
Kaido chasqueó la lengua. Daruu bebió de su hidromiel, que ya estaba casi agotándose.
»Quizás, si ve un par de rostros conocidos...
Daruu tendío una mirada a los ojos de Kaido durante unos largos segundos. Después, dijo:
—Por cierto, Kaido-kun —comentó, distraídamente—. Hablando de viajes, y ya que me ha parecido oír algo sobre Yukio por aquí atrás... Voy a visitar a unos familiares en Yukio. ¿Te apetece venir? Haremos unas buenas pizzas. —Por supuesto, no tenía ningún familiar en Yukio.
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Aquellos largos segundos de silencio introspectivo obligaron al escualo a retorcerse en su asiento, sintiéndose más y más ansioso respecto a lo que podía ocurrírsele a Daruu. Éste, desde luego, no defraudó.
—Por cierto, Kaido-kun —comentó Daruu, manteniendo su monólogo—. Hablando de viajes, y ya que me ha parecido oír algo sobre Yukio por aquí atrás... Voy a visitar a unos familiares en Yukio. ¿Te apetece venir? Haremos unas buenas pizzas.
—¿A quién no le apetece una buena pizza? —y aunque intentó mantener la calma, no pudo evitar mostrarse ligeramente ansioso. Tanto así, que se bebió el resto de su hidromiel de un sólo sorbo, empastando la jarra sobre la mesa una vez terminada—. ésta vez con anchoa, por favor.
Dijo, antes de levantarse de un tirón.
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—¿A quién no le apetece una buena pizza? —dijo Kaido, visiblemente nervioso ahora. Se terminó el brebaje de un sorbo y chocó la jarra contra la mesa. Afortunadamente, Daruu ya había empezado cuando Kaido entró a Los kunai cruzados, de modo que no tuvo que hacer ninguna locura como tal, y se limitó a beber el último sorbo de hidromiel pluvial—. ésta vez con anchoa, por favor.
—¡No caerá esa breva amigo! —rio Daruu—. Pídetela tú con anchoa si quieres, pero yo me pido otra aparte.
Los dos genin se levantaron como un rayo. Daruu cogió su capa impermeable y se la echó por encima. Tras despedirse del dueño con un leve ademán con la cabeza, salió por la puerta junto a su amigo pez.
—Bien. En Yukio debe de hacer un frío del carajo por estas fechas, y a Hibagon le gustan las montañas —dijo, abandonando totalmente el tono de camaradería falsa que habían mostrado dentro del local—, de modo que sería bueno que cogiéramos la ropa de invierno más abrigada que encontrásemos, y suministros para el viaje. Agua, comida...
»Yukio está a más de un día y medio de camino. Puedo acortar un poco el viaje con mis pájaros de caramelo, pero aún así... Tendremos que parar a descansar antes. Quizás en la Ciudad Fantasma, si no eres supersticioso. Seguro que hay algún techo estable donde resguardarse de la tormenta.
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Kaido también se levantó como un rayo, pero éste no se despidió de nadie. Abandonó aquel local más rápido que una centella y una vez fuera se cubriría con su capa de lluvia.
Entonces, se decantó por escuchar a Daruu tan atentamente como su animosidad se lo permitía. Asentía paulatinamente según lo que fuera diciendo el pelopincho, sin ánimos de llevarle la contraria. Realmente, no tenía por qué. Lo más sensato era planificar tal y como él lo sugería: recabar los suficientes suministros para el viaje y abrigarse bien para no pillar un resfriado. O Hibagon intentaría sacarles los microbios a punta de...
bueno, ya ustedes saben.
—Ropa de invierno, suministros. Entendido —dijo, convencido—. ¿cuándo quieres partir, hoy mismo?
Ni se molestó en hablar de supersticiones. Si tenían que parar en la ciudad fantasma, no iba a preocuparse por ello. No esa vez, al menos.
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Daruu asintió con la cabeza enérgicamente.
— Será lo mejor —coincidió— . Así estaremos allí lo antes posible. No sé, tengo el extraño presentimiento de que en verdad es Hibagon...
» Como sea. Te veo en la puerta de entrada dentro de una hora. Les diremos a los guardias que me vas a acompañar a Yukio a por unos ingredientes para la pastelería de mi madre. Hemos hecho el viaje muchas veces, así que nos dejarán salir sin problemas.
* * *
Kaido y Daruu volaban a lomos de dos pájaros de caramelo de color azul cielo, rumbo al norte. Daruu se había aprovisionado con un anorak de color crema, unos gruesos guantes de invierno y unas botas bien aisladas, y llevaba una gran mochila con bocadillos, comida en lata y un par de botellas grandes de agua.
— Hay una cosa que no lograría entender si de verdad se trata de Hibagon —comentaba a Kaido— . ¿Por qué vendría él a Yukio?
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(Última modificación: 28/01/2018, 02:59 por Umikiba Kaido.)
—Será lo mejor —coincidió Daruu ante la sugerencia del escualo. Mientras más pronto se encontrase en Yukio más pronto podrían también sacarse la duda de encima—. así estaremos allí lo antes posible. No sé, tengo el extraño presentimiento de que en verdad es Hibagon...
Y es que ¿quién más podía ser? ¿podría haber otros como él? ¿Una Hibagona, tal vez?
No. Tenía que ser él.
»Como sea. Te veo en la puerta de entrada dentro de una hora. Les diremos a los guardias que me vas a acompañar a Yukio a por unos ingredientes para la pastelería de mi madre. Hemos hecho el viaje muchas veces, así que nos dejarán salir sin problemas.
—Nos vemos allá —concluyó, antes de tomar rumbo hacia sus aposentos.
. . .
Como si se tratase de un Deja Vu, ambos shinobi se encontraban sobre uno de los famosos pájaros de caramelo del Hyuga. Surcando los cielos como cóndores, dirigiéndose hacia el norte de Arashi. Kaido contemplaba el horizonte con cierta admiración, no pudiendo evitar perderse, por momentos, en la caída que le separaba cientos de metros del ras del suelo.
Él, a diferencia de las prendas variopintas de su compañero, se había ataviado con un abrigo grueso de invierno negro que le cubría desde la barbilla hasta la cintura. Los mismos pantalones de siempre, aunque en sus pies calzó botas enteras en vez de las comunes abiertas que solía llevar siempre. De provisiones, más allá del agua tan necesaria para él como Hozuki, empacó también unas cuantas latas de comida empaquetada y algunos refrigerios salados. Poco más, y poco menos.
Daruu le sacó de su ensimismamiento con una pregunta casual.
—Hay una cosa que no lograría entender si de verdad se trata de Hibagon —comentaba a Kaido—. ¿Por qué vendría él a Yukio?
Kaido sabía la respuesta.
—Se habrá cansado de esperar —espetó, como si aquella daga fuera referida a ellos dos—. ¿no recuerdas? "Un día venir vosotros, otro día ir yo".
Carraspeó la garganta y continuó. Aquello era un planteamiento un poco egoísta, pero realmente creía que Hibagon podía haber encallado en Yukio en su cruzada por encontrarles. O, quizás, su hogar en el Valle de los Dojos había sido descubierto. Y le habían expulsado, o algo así. Quién sabe.
»Pues ha venido él, me parece.
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Daruu tragó saliva. «Lo cierto es que sí que nos había dicho que iba a venir a visitarnos. Dios mío, ese loco...» Resopló, y acercó un poco el pájaro al de Kaido, teniendo mucho cuidado de que las alas de las aves no chocaran entre sí.
—El Valle de los Dojos está al sur de Yachi, en las Tierras de la Llovizna —observó—, y Yukio al norte del País de la Tormenta. Un rodeo muy largo para venir a visitarnos a Amegakure, ¿no crees?
Como si estuviera repasando mentalmente un mapa, Daruu hizo una línea con las manos en linea recta desde el Valle de los Dojos hasta Yukio.
—¿Cruzó, tal vez, por el País de la Tierra? ¿Por las montañas? Madre mía.
»Claro que, mejor que no hubiera venido a Amegakure. ¿Te imaginas a Hibagon plantado allí en la puerta del puente, con una mochila gigante, asegurando que venía a visitar al Señor Pelopincho y al Señor Azul?
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Allá arriba, en lo más alto, trató de hacerse una imagen mental acerca del trayecto que Daruu recorría con su voz. Sí, era un tramo demasiado extenso y difícil para cualquier humano. Pero no, quizás, para Hibagon. Una bestia transmutada por las características místicas de un carámbano, rodeado de una energía desconocida para ellos. La energía natural.
»Claro que, mejor que no hubiera venido a Amegakure. ¿Te imaginas a Hibagon plantado allí en la puerta del puente, con una mochila gigante, asegurando que venía a visitar al Señor Pelopincho y al Señor Azul?
—Habría sido un panorama complicado para nosotros, aunque admito que me hubiera hecho mucha gracia verle ahí, todo empapado y maloliente. Amenazando a todo dios con su frase típica. Pero sí, nos íbamos a ganar una buena si pensasen que le revelamos la locación de nuestra aldea a un monstruo peludo y hambriento como él. Joder, y si tan sólo supieran que se le puede amansar con una buena pizza caliente —y la palabra caliente le hizo tener mucho más frío. Torció los brazos y trató de abrazarse a sí mismo cuanto le alcanzaran las extremidades, dado que el frío viento condensado de las alturas le calaba directamente en el cuerpo—. De todas formas, que esté en Yukio ya es lo suficientemente malo. ¿Qué haremos una vez que le encontremos?
Miró a su pájaro, y luego a su creador.
»No es algo que podamos meter en un ático, joder. Y no conocemos a nadie de Yukio. O bueno, no yo, al menos.
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—Habría sido un panorama complicado para nosotros, aunque admito que me hubiera hecho mucha gracia verle ahí, todo empapado y maloliente. Amenazando a todo dios con su frase típica. Pero sí, nos íbamos a ganar una buena si pensasen que le revelamos la locación de nuestra aldea a un monstruo peludo y hambriento como él. Joder, y si tan sólo supieran que se le puede amansar con una buena pizza caliente.
—Ya, claro, pero no has pensado en que probablemente ese bicho es capaz de reventar a un par de chūnin o tres antes de que le detengan. Yo creo que no sólo nos íbamos a meter en una buena sino que él mismo se iba a meter en una buena. Lo matarían, Kaido. Y... no sé por qué, pero no me agrada esa idea. Al final me cayó... ¿bien? —La propia idea era una novedad que no se había parado a considerar. ¿Hibagon era, simplemente, un monstruo del que habían conseguido librarse con astucia y buenas palabras o... un amigo?
—De todas formas, que esté en Yukio ya es lo suficientemente malo. ¿Qué haremos una vez que le encontremos? No es algo que podamos meter en un ático, joder. Y no conocemos a nadie de Yukio. O bueno, no yo, al menos.
Daruu se encogió de hombros.
—¿Hablar... con él? ¿Explicarle su error en sus... acciones? —No, claro. Un monstruo tan grande necesitaba comer. Si estaba robando comida, ¿de dónde la iba a sacar si no?—. Claro, necesita comida. Pues o le convencemos de volver al Valle de los Dojos o... bueno, de algún sitio tenía que sacarla el tipo en su anterior hogar, ¿no? No habían carteles de búsqueda y captura de Monstruo Gigante Nevado por todo el valle ni nada.
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