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Cuando empezó el jaleo matutino, Akame ya llevaba media hora despierto. Había dormido rematadamente mal, con un ojo siempre medio abierto y la conciencia intranquila. Todo lo sucedido durante aquel viaje era sospechoso a más no poder, y su mente, inquieta, no podía contenerse. Constantemente revisaba cada una de las escenas que había vivido desde que saliera de Uzushiogakure rumbo a aquella aldea perdida entre los bosques; buscaba una pista, un detalle, una incongruencia con la historia que la regente de aquel local les había contado. Algo que le permitiese empezar a tirar del hilo.
Pero no lo encontró, de momento.
El Uchiha se vistió con unos pantalones largos de color negro, sandalias ninja, una camiseta sin mangas del mismo color y sobre ésta una chaqueta azul oscura con el símbolo del clan Uchiha en la espalda. Se recogió el pelo, negro y liso, en una coleta —ya casi le sobrepasaba la nuca— y se colocó, sin tapujos, el resto de su equipamiento ninja. Portaobjetos atado al cinturón, bandana en la frente y su preciada espada colgando de la vaina en su espalda.
Cuando, después de desayunar, se reunió con el resto de los invitados en la puerta del local, la incongruencia que tanto había estado buscando la noche anterior apareció ante sus narices en forma de mastodonte forrado de acero. Aquel tipo, que decía ser el alguacil del pueblo, le inspiraba tan poca confianza como una prostituta virgen. Un rápido vistazo a las caras de los demás ninjas le invitó a pensar que ellos se lo habían tomado de la misma manera.
Aquella sospecha no hizo sino aumentar —de forma colosal— cuando, siguiendo al tal Yosehara, salieron al exterior. «¿Pero qué demonios...?». Un hombre de apariencia veterana que acompañaba al gennin de Amegakure no tardó en verbalizar todos y cada uno de sus pensamientos.
«Esto no me gusta nada. ¿Para qué tantos hombres? ¿De verdad el tal Satomu es tan influyente como para poner a toda la guardia del pueblo a su servicio? No, es imposible que haya tantos soldados destinados a una aldea tan pequeña... Este escultor debe ser inmensamente rico si puede contratar a una cuadrilla completa de mercenarios...»
En teoría, al amanecer deberían de partir al encuentro con el dichoso artista, sencillo o al menos eso se suponía que sería.
Noemi como de costumbre se había tomado todo su tiempo del mundo antes de levantarse de su cama, para peinarse, luego darse un baño y una vez más peinarse. Tenían que agradecer que no se tomase las molestias de llevar a cabo todo su bendito ritual de belleza o partirían al atardecer.
Así que una vez peinada, vestida y con todas sus katanas atadas al cuerpo, la rubia bajó las escaleras no muy dispuesta a desayunar, después de todo era bastante estricta respecto a las comidas y demás o de lo contrario podría llegar a afectar a su supuestamente perfecta silueta. La que dicho sea de paso seguramente habría llamado la atención del artista en primer lugar.
Pero grande sería la sorpresa cuando la kunoichi tras alcanzar las puertas principales del establecimiento, allí no solo estaban los shinobis que había conocido la noche anterior, también había infinidad de personas que a juzgar por sus apariencias, traían de todo menos buenas noticias para aquellos cuatro y claro, ella al haber llegado tarde no tenía mucha idea de lo que ocurría así que se las arregló para acercarse al único que conocía. Akame.
—¿Se puede saber qué está pasando? —Preguntó por lo bajo la Sakamoto que se había ubicado justo detrás del Uchiha.
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—Permítame dudar por un momento de sus intenciones, alguacil. ¿Pero podría explicarnos el por qué de la presencia de tantos guardias, tan bien armados; además? —Yarou le miró fijamente a la cara, con la astucia de un experimentado guerrero—. ¿Es el trayecto hasta la localidad del señor Satomu tan peligroso, acaso... o existe alguna otra razón de peso?
Si bien la tención era ya lo suficientemente densa como para cortarla con un kunai, el acompañante del joven azulado decidió que bien valía la pena hacer que fuese asfixiante si con eso conseguía dejar en claro la intención de aquellos hombres que tenían como deber escoltarlos. Aquel sujeto se planto frente al alguacil Yosehara y le sostuvo la mirada con una seguridad que solo es característica en los guerreros más experimentados.
—Preocupados, ¿no? —Jokei esbozo una sonrisa, pues consideraba a los ninjas y a los artistas como personas arrogantes que de vez en cuando necesitaban un susto o dos.
Uno de los subordinados le acerco su caballo, al cual monto ágilmente a pesar de lo enorme del animal.
—Todo esto es producto de los caprichos de Nishijima Satomu, quien teme por la seguridad de sus “invitados”.
—¿Pero somos ninjas, que tanto peligro puede haber para nosotros? —pregunto con inocencia el ojos grises.
—¿Por qué no adivinas, niño? —contesto burlón—. En general el camino es bastante seguro, pero hace unos años tuvo un visitante indeseado al cual le hicieron un intento de secuestro. El sujeto tenía suficiente hombres para frustrar el atentado, pero no eran tantos como para evitar el combate —Retorció el gesto, como si recordara algo amargo—. Trajeron su lucha al pueblo y aquello termino en un incendio, pese a que solo estaban participando dos ninjas.
»Esta fuerza, además de provocarles “miedo” a ustedes, tiene como objetivo disuadir de iniciar una lucha a cualquier grupo de criminales… Se de lo que son capaces los de su clase, ¡y no quiero a ningún ninja utilizando sus capacidades bélicas en mi pueblo!
"Por todos los cielos, pareciera que hoy en dia los ninjas son la raiz de todos los males.
El hombre se puso al frente de la comitiva y espero que el grupo decidiera si les acompañaban a pie o en las literas. Sin duda habia sido grosero en exceso, pero demostraba ser el tipo de personas que eran simples y arrogantes, de las que no serian capaces de ocultar sus intenciones.
—Ahora, si no les molesta dejar la chachara para el camino, debemos ponernos en marcha.
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Yarou-dono aguardó paciente y neutral por la respuesta del alguacil, quien risueño y juguetón, indagó si los reunidos se encontraban preocupados por la alta presencia militar a su alrededor. El mentor del joven Kaido continuó en silencio, con su ceja alzada y con la cara más lineal del mundo; a la espera de una explicación que le convenciera de que aquel gran número de guardias no suponían un peligro para él, o para el hijo del océano.
Al escuchar su respuesta, el escualo frunció el ceño y por un momento pensó en arremeter directamente con el hijo de puta que le había insultado, a él, y a sus colegas de otra aldea. Pero Yarou le detuvo incluso antes de que éste pudiera mover un ápice de su cuerpo.
El viejo sonrió, replicando la arrogancia del alguacil.
—Me temo que su estrategia para infundir miedo a éstos muchachos, o a nosotros; no es la más adecuada ni mucho menos, alguacil. Por el contrario, su excesiva muestra de poder y su discurso disidente hacia nuestra profesión no sólo nos obliga a considerarlo a usted y a los suyos una amenaza, sino que en caso de vernos en la necesidad de usar esas capacidades bélicas de las que habla, lo haremos. Espero no le quepa duda de ello.
Kaido le miró con la boca abierta, asombrado por sus palabras. Para él, que había crecido bajo el cuidado de Yarou-dono; era extraño verle actuar tan profesionalmente. También era extraño verle dialogando de esa manera, siendo que tampoco se había mostrado como un hombre de muchas palabras.
De cualquier forma, le había sorprendido. Y para bien. Aunque quizás su defensa no había cuajado de igual forma para sus otros colegas, por lo que el escualo buscó la mirada de los "suyos", esperando aprobación. Pues visto lo visto, en caso de que algo sucediera, lo más sensato era que se apoyaran y ayudaran entre ellos.
Puesto que hasta los momentos, el ser un shinobi no estaba bien visto por los habitantes de tan aledaño pueblo.
—Ahora, si no les molesta tener un poco de respeto hacia nosotros; podemos ponernos en marcha —remedó, aunque siempre grácil y políticamente correcto en sus formas de expresión.
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Sus dudas no tardarían en ser resueltas por el propio Yosehara que, henchido de orgullo por comandar una tropa tan numerosa, les explicó bien a gusto cómo todos esos soldados estaban destinados nada más y nada menos que a intimidarles y protegerles al mismo tiempo. Akame enarcó una ceja, escéptico, mientras paseaba sus ojos azabaches por la plétora de armaduras, lanzas, espadas y otras armas que portaban aquellos hombres.
Demasiados para cuatro gennin insignificantes como ellos.
Por fortuna o por desgracia, contaban con la presencia del misterioso amigo de Kaido. Parecía mayor, pero en su rostro podían intuirse que todos esos años habían sido invertidos en un provechoso entrenamiento militar. El viejo no tenía pinta de panadero, precisamente. Incluso pese a que era de Amegakure, la presencia de aquel tipo tuvo un inmediato efecto calmante en el joven Uchiha. Se sentía más seguro acompañado de un colega de profesión con apariencia de poseer unas habilidades muy superiores a las de ellos.
La conversación siguió por unos derroteros que bien pudieron acabar en trifulca. Akame se limitó a observar fijamente al llamado alguacil —ahora el Uchiha realmente dudaba de que lo fuese—, como si quisiera apoyar, en silencio, las palabras del veterano shinobi.
«Qué carajo… »Fue el único pensamiento que pasó por la cabeza de la rubia al ser brutalmente ignorada por su propio compañero de villa, acción que le sacó una mueca de claro desagrado que no se molestó en lo más mínimo en ocultar, es más, agradecería si el chico llegaba a divisarla.
De cualquier manera la kunoichi manteniendo ese semblante desaprobatorio, se ubicó a cierta distancia del Uchiha para poder así presenciar todo lo que tenía delante sin tanto problema. «Al menos con lo que habla el de amegakure puedo enterarme de algo. »Se dijo a sí misma tratando de tranquilizarse, mientras se cruzaba de brazos.
Siendo sincera, de no ser por ese otro shinobi no se habría enterado de nada, ahora sabía que estaba ante un supuesto oficial que no hacía más que darles órdenes de mala manera, para probablemente llevarlos a todos con el dichoso artista aunque este todavía no aparecía y… Curiosamente ninguno de los genins había dicho nada en todo ese rato.
«Mira que ignorarme a mí »Seguía quejándose en su cabeza la Sakamoto sin emitir el más mínimo sonido.
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Kōtetsu estuvo a punto de protestar en contra de los fuertes prejuicios que emanaban de aquel oficial, pero un pensamiento, frio como el agua de rio, calmo su ser:
“Si aquel incendio hubiese ocurrido en mi hermoso pueblo, ¿no me comportaría de tal manera tan recelosa y tosca con los extraños?”
La respuesta resultaba tan evidente que le hacía sentirse avergonzado: Un ninja era un ser humano con capacidades extraordinarias, y lo único que lo separaba de convertirse en un demonio, como en las legendas ancestrales, era la responsabilidad con que esgrimía tal poder. Solo bastaba con que fuese un poco irreflexivo para que sus actos desencadenaran un gran desastre y sembraran la semilla del miedo entre los no bendecidos con sus dones, suceso que luego solo les permitiría cosechar el fruto de la intolerancia.
—Yo…
El acompañante del joven de Amegakure se manifestó con una excelente esgrima verbal que defendía su posición como ninja, y puede que su orgullo también. El Hakagurē sintió que protegió su postura correctamente, pero sentía cierta incomodidad al pensar que caerían en el juego de intimidar y responder, más aun porque estaban tratando con civiles… Con gente que era un tanto huraña, pero que solo velaba por la seguridad y paz de su pueblo.
—¡Ustedes, forasteros…! —Yosehara, giro su montura y encaro al grupo de ninjas, sin mostrar, puede que por inocente ignorancia, ni un ápice de miedo.
Antes de siquiera poder pensar en que estaba haciendo, el de cabellos níveos se adelanto para decir lo que sabía que no podía callar.
—Se que fue la incompetencia de unos ninjas la que causo aquella tragedia —aseguro, traicionando un tanto la dignidad de los ninjas, pero siendo fiel a la rectitud de los guerreros—, pero no estamos aquí para que nos juzguen como si fuéramos ellos, ni para tener que amenazar o ser intimidados… Solo seamos tolerantes y continuemos, ¿vale?
El silencio se hizo presente, y por un momento el joven espadachín se ruborizo creyendo que había hecho el ridículo. Era una fortuna que su expresión se mantuviera calmada y firme, pues de lo contrario sus palabras habrían perdido mucha fuerza.
—Solo… —De pronto el oficial giro su rostro para no tener que ver al de ojos grises, como si se avergonzara de que un niño tuviese que decirle que se comportara—. Si llega a pasar algo y tienen que defenderse, no se preocupen por nosotros, pero eviten cualquier cosa que pueda dañar al pueblo.
Jokei dio media vuelta a su montura y se encamino a paso lento hacia la punta de la formación. Por su parte, Kōtetsu se limito a caminar en silencio hacia su litera, sintiendo aun la vergüenza de tener que hablar con todo aquel montón de gente observándole.
Entre que todos decidieran montar en las literas y comenzaran a andar no debió de pasar mucho tiempo, pues una hora más tarde ya se encontraban a una distancia considerable del pueblo, que parecía una hermosa pintura rural desde la lejania. La formación se mantenía ligeramente abierta, de manera que los invitados pudiesen bajar de sus vehículos y caminar cuando así les apeteciera. El piel morena se quedo tendido en la suya, dándoles vueltas al asunto aquel de hacía rato, pensando en que el problema no era que alguno estuviese equivocado, sino que ambos debatientes tenían una lógica que les hacia merecedores de tener la razón. Se quedo largo rato con una pierna colgando, mientras Naomi caminaba a su lado intercambiando alguna que otra frase o palabra que no llegaban a cuajar en una conversación.
Mientras, parecía que el clima cálido y la brisa fresca, que soplaba a través de los picos rodeados de bosques, habían relajado la dura actitud de los soldados que les servían de escolta y de los hombres que les cargaban. La formación también se relajo, tanto que el vehículo de Noemi y Akame quedaron lo suficientemente cerca el uno del otro para que pudieran conversar.
Viendo aquello, uno de los oficiales a caballo se acerco para también charlar un poco.
—Lamento lo del alguacil, puede parecer un hombre malo, pero solo se preocupa por los habitantes del pueblo —Se notaba que era un chico amable y muy conversador, de aquellos que no tenía mucho reparo para responder a lo que se le preguntara—. Mi nombre es Tamaro… Así que, ¿ustedes son ninjas? Increíble, incluso lucen como personas normales… ¿o es una especie de camuflaje? Es que jamas habia visto a un Shinobi, menos a una Kunoichi.
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El escualo se escudó detrás de su mentor y dejó que él hablara por sí mismo, por su pellejo; y por el honor de la aldea de Amegakure. Ningún mísero guardián iba a insultarle de semejante forma sin esperar recibir al menos la reprimenda merecida por las despectivas palabras salidas desde el más supedito rencor que probablemente sentía el alguacil tras el incidente anterior que tuvo con los de su clase.
El líder de aquella jauría de guardias, no obstante, pareció resguardarse detrás de su propio odio y calló. Calló, al menos, hasta que el genin de cabello blanco expresara con carencias lo que él creía conveniente. Un discurso más flexible y comprensivo, más inocente y descuidado. Y al que el alguacil terminó respondiendo, como si le fuese más sencillo replicar a un joven genin y no así a las palabras que anteriormente le había regalado el veterano de Amegakure.
Yarou-dono, viéndose ignorado; dio vuelta en su rectitud y dejó que la tumultosa introducción terminase de una buena vez. Se dirigió recto e impolutamente sereno hasta las cercanías de la litera disponible para ellos, y se acomodó como buenamente pudo.
Kaido, sin más que decir o hacer; hizo lo mismo.
Entonces, el lobo alfa tomó rumbo hacia la primera línea de defensa y comenzó a cabalgar, guiando a su rebaño hasta tierras abiertas. Donde transcurrió alrededor de una hora para que los viajeros pudieran observar a la lejanía, los reflejos sutiles e insuficientes del lejano pueblo donde se suponía estaba resguardado el famoso escultor.
Con la mirada fija sobre el horizonte, Kaido aguardó expectante y curiosamente en silencio —lo que no era propio de él, pero viéndose relegado quizás por ser el único miembro de una aldea distinta, y no así los otros tres invitados; que vestían orgullosamente la insignia del remolino— a que se diera voz y aviso de su llegada. Entre tanto, arrojó un par de miradas a la lejanía hacia las tiendas de sus interlocutores, percatándose de la aproximación de uno de los guardias.
Incapaz de saber de qué estaban hablando, el escualo volteó receloso y cerró sus ojos. Meditó, como nunca lo había hecho, afin de controlar sus impulsos. Debía estar sereno, porque a pesar de todo; aquella situación aún le seguía dando una muy mala espina.
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Por suerte o por desgracia, Kotetsu intervino a tiempo. Sus palabras, cargadas de cortesía y la inocencia que sólo podía emanar de un joven chiquillo como él, lograron apaciguar los ánimos. Y aunque el alguacil no parecía conforme del todo con cómo habían terminado la disputa —y el veterano shinobi que acompañaba a Kaido, menos aún—, no se dijo una palabra más sobre el asunto. Los invitados subieron a sus literas y la comitiva se puso en marcha.
Akame no tardó mucho en bajarse de la suya y seguir el camino a pie, caminando junto a los hombres que debían portearle manteniendo una distancia prudencial. Iba sumido en sus pensamientos, que rondaban sobre las no pocas dudas que todo aquel asunto le había suscitado desde el principio. También estaba atento a todo cuanto ocurría a su alrededor, incluso mientras reflexionaba. No temía a los bandidos u otros posibles peligros del camino, sino al casi medio centenar de soldados que les escoltaban. «Demasiados hombres, y demasiadas armas... Incluso para ese shinobi de Amegakure. Si las cosas se tuercen, espero que sea tan experimentado como su imagen sugiere». Akame odiaba estar en una situación que no podía controlar. Y aquella era, directamente, una merienda de negros.
Sea como fuere, el camino prosigió con tranquilidad hasta que el Uchiha advirtió cómo los porteadores de Noemi se acercaban ligeramente. Buscó con la mirada a su compañera de Aldea —que de seguro lucía tan bella como siempre—, y no pudo evitar pensar que toda aquella pompa y ceremonia le caían a la Sakamoto como anillo al dedo.
—Noemi-san —saludó desde tierra firme—. ¿Qué tal por ahí arriba?
Cuál fue su sorpresa cuando, acercándose con cierta cautela, uno de los soldados que iba a caballo trató de entablar conversación con ellos. Akame, sorprendido al principio y escéptico después, escuchó con atención sus palabras antes de responder.
—Akame —se presentó y, puesto que el soldado no había mencionado su apellido, él no creyó necesario hacerlo—. No te dejes engañar por las apariencias, Tamaro-kun... Bajo esta sencilla piel humana se esconde una forma monstruosa. Yo mismo tengo, en realidad, dos cabezas que discuten constantemente entre sí. Y creo que aquí mi compañera dispone de más de una... Ejem, lengua.
El Uchiha culminó aquella broma con una carcajada sonora y sincera. Un poco de humor nunca venía mal, aunque él no era persona dada a los chistes, aquel soldado se lo había puesto tan en bandeja que no pudo resistirse a tomarle el pelo.
Tras ser completamente ignorada por los suyos, la rubia ya no tenía muchos ánimos de intentar siquiera caer bien a nadie, se mantuvo con el ceño levemente fruncido hasta que subió a la litera que le habían indicado, un transporte digno para alguien de su posición, según la opinión de la rubia.
De cualquier manera, tomó asiento y cruzó una pierna por encima de la otra para luego tomar el cepillo de su portaobjetos y comenzó a cepillar su perfecta cabellera como si pretendiese dejarla en mejores condiciones, si es que eso era posible.
Estaba demasiado concentrada en su cabello como para prestar atención a nadie, por tanto se sobresaltó un poco cuando la voz de Akame la interrumpió de improviso.
—Mierda, hombre… —Susurró ya reacomodándose sobre el asiento una vez más.
Le resultaba un tanto incómodo el hablar con él con esas diferencias de alturas pero tampoco pensaba invitarle a subir tan abiertamente a la suya después de que la hubiese ignorado vilmente momentos atrás. Así que… Tendría que aguantarse, o dejar que ese soldado que se les había acercado se ocupase de la charla aunque claro, no le gustaba para nada que la llamasen monstruo y el Uchiha en un intento por ser gracioso volvió a golpearle en la cara.
—Una lengua que nunca disfrutarás. —Sentenció ceñuda con la mirada fija en el de Uzushio. Tras ello, regresó la mirada al soldado aunque su expresión si bien ya no era hostil, se mostraba bastante más serena. —Sakamoto Noemi.
Hubiese hecho alguna mención en relación a lo del alguacil pero se había perdido la mitad del asunto por lo que no podía opinar demasiado, es decir, cuando ella llegó ya estaban el alguacil y el compañero del shinobi de Ame teniendo esa charla.
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El joven de a caballo contorsiono el rostro en una expresión de preocupación cuando el Uchiha comenzó a hacer referencia a una forma monstruosa. Por suerte, la posterior carcajada le confirmo que aquello se trataba de una simple e inocente tomadura de pelo, por lo que solo pudo reír nerviosamente, tratando de parecer más impresionado que asustado.
— Ya veo… Es un gusto el conocerles. —dijo en cuanto escucho aquellos nombres.
Tamaro les observo con curiosidad, pensando en las cientos de preguntas que deseaba hacerles a aquellos seres que venían de un lugar muy lejano, donde las cosas eran muy diferentes. Sin embargo, sus conocimientos eran demasiado limitados como para hacer preguntas que pudiesen considerarse importantes, por lo que solo tenía cuestionamientos que resultaban simples y comunes para quien estuviera relacionado con los ninjas.
— Esto… ¿Es cierto que hay varias aldeas donde solo viven ninjas? —pregunto con cierto temor, como si fuera algo muy secreto—. ¿Qué diferencia hay entre ellas? Y con tanta gente extraordinaria, ¿Cómo mantienen la paz? Las peleas de bar deben de ser terribles.
***
Por su parte, Kōtetsu comenzaba a sentirse mortalmente aburrido. El paisaje era muy hermoso, pero era el mismo que tanto había visto de camino al recóndito Kōtai. Naomi se encontraba escribiendo en un pequeño cuaderno, quizás era un diario de viajes en donde registraba todo lo que iba sucediendo. Las ganas de ponerse a conversar eran grandes, en especial porque sentía cierta curiosidad por aquella gente de Amegakure. Pero acercárseles no parecía algo fácil, en especial con aquel señor que había hablado antes y que le provocaba un poco de miedo.
“ Bueno, da igual, ¿Qué es lo peor que me podrían decir?” se animo a sí mismo con aquella frase.
De un brinco, se bajo de su litera y se acercó lentamente hasta la del chico azulado. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, le llamo con insistencia, con un rostro sereno y sin ninguna clase de vergüenza.
— Oye, Kaido-san, ¿estás despierto? —pregunto al ver tanta quietud de su parte—. Esta marcha es terriblemente aburrida, ¿quieres hablar un poco para pasar el rato?
Lo cierto es que más que charlar, buscaba la ocasión de acercarse al azulado joven para preguntarle algunas cosas y saciar su curiosidad.
Nivel: 28
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Kaido se mantuvo con los ojos cerrados, aún y cuando no había podido conciliar el sueño. Su rostro, sereno y meditabundo por momentos, se afligía a cada tanto por los constantes ronquidos de su mentor, quien sí que había logrado sumergirse en el tierno abrazo de morfeo.
No obstante, el llamado de un desconocido a la distancia le obligó a voltear hacia dirección contraria. Se trataba de uno de los genin del Remolino, el de cabello blanquecino.
—Oye, Kaido-san, ¿estás despierto? —pregunto al ver tanta quietud de su parte—. Esta marcha es terriblemente aburrida, ¿quieres hablar un poco para pasar el rato?
Despierto estaba, de eso no había duda. Le miró con cierta extrañeza envolviéndole sus facciones y con el ceño levemente fruncido. Se preguntó introspectivamente el por qué aquel extranjero querría hablar con él teniendo a sus compañeros de aldea a unas cuantas zancadas, y pensó en reaccionar con sus formas más asiduas; aquellas que le separaban años luz de tener buenos amigos, cercanos y dispuestos a dar la vida por él.
No obstante, dedujo que de aquello no sacaría nada. Y el aburrimiento comenzaba a azotarle sin compasión, por lo que prefirió asentir a la invitación con un ligero cabeceo, y bajó de la litera por su lado. Le dio la vuelta a la caravana e instó al peliblanco a que hiciera lo propio, afín de que su conversación no fuese a despertar a su mentor.
Cuando estuvieran lo suficientemente alejados, tomó la primera palabra.
—¿Kotetsu, verdad? —inquirió, dubitativo por el nombre—. oye, dime algo. Esa mujer que te acompaña, ¿quién es?; ¿familia tuya, acaso?
Buscó con mirada lasciva a su alrededor, aunque no logró encontrarla a su objetivo. Luego devolvió su atención al peliblanco y puso mueca desconforme. Esperaba que la respuesta fuera negativa, de lo contrario, alguien se arrepentiría luego de lo que estaba a punto de decir.
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30/04/2017, 11:54
(Última modificación: 1/05/2017, 00:19 por Uchiha Akame.)
El soldado se tomó su réplica mejor de lo que Akame esperaba; a juzgar por la expresión de su rostro, estaba entre el miedo y la sorpresa. Divertido, el Uchiha simplemente respondió a las duras palabras de Noemi con una leve inclinación de cabeza, que bien podía significar una disculpa. En realidad, Akame estaba un tanto intrigado ante el repentino cambio de humor de la kunoichi —nunca había sido muy bueno para las relaciones sociales— y no sabía, de hecho, que la causa era él mismo. O, mejor dicho, el plantón que le había dado un rato antes.
Sea como fuere, el llamado Tamaro no se achantó en su curiosidad, y siguió lanzando preguntas que a oídos del joven gennin sonaban estúpidas. Luego reparó en que era lógico que un hombre como aquel, con todo su contexto de soldado de un pueblo pequeño en Hi no Kuni, no tuviera ni la más remota idea de cómo funcionaba el mundo ninja. «¿Así que es de este modo como nos ven fuera?». Si Akame siempre se había sentido alejado de la cultura popular de Oonindo, aquello contribuyó a aumentar esa percepción.
—En efecto, Tamaro-kun. Nosotros provenimos de la más poderosa de las tres, la Villa Oculta entre los Remolinos —asintió, en un ligero arrebato patrio—. ¿Qué diferencia hay entre Amegakure y Uzushiogakure? ¿Qué diferencia hay entre una hormiga y un león?
Divertido con aquel juego, Akame decidió responder a una pregunta con otra pregunta. Dejó en el aire la cuestión del orden público y las trifulcas; prefería no entrar en detalles que aquel soldado probablemente no comprendería. Filosofía, orden, disciplina... ¿Cómo iba a entender tal cosa un simple mercenario?
Al parecer aquellos dos estaban demasiado entretenidos, lo suficiente para comenzar una charla de todo menos interesante para la rubia quien se había apoyado una vez más contra el respaldo de su asiento mientras era llevaba a saber dónde. «Hombres… »Pensó guardando silencio y cerrando los ojos como si estuviese dispuesta a dormir el resto del viaje.
¿Qué más podía hacer? Infinidad de cosas, pero seguir cepillando su cabello sería la mejor opción según ella por lo que no tardó en hacerlo con suma paciencia y dedicándole toda su atención.
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— Un león y una hormiga, eh —la pregunta le resultaba fascinante, compleja y simple a su manera—. Bueno, en Kōtai no tenemos leones, pero una vez vi uno que trajo un circo ambulante: Era un ser feroz, majestuoso y orgulloso. En cambio, desde mi niñez en estos bosques, he visto muchas hormigas y puedo decir que son laboriosas, disciplinadas y humildes.
Sin duda el joven desconocía las suficientes cosas como para ser considerado un ignorante. Era incapaz de conversar y responder desde algun punto de vista filosófico, algo incomprensible para él, pero desde la pureza en su forma de ver el mundo, era capaz de expresarse con una simpleza que abrumaba cualquier lógica extravagante y compleja.
— Pero esos son animales de lo más comunes, no entiendo que tienen que ver con los ninjas.
Por un momento se supo sumamente maleducado, pues sintió como si hubiese dejado a la rubia fuera de la conversación. Se acomodo en su montura y se giro hacia ella para dirigirle la palabra.
— Por cierto, señorita…, he sabido que los pueblos pequeños y las grandes naciones suelen tener disputas violentas entre sí por todas clase de motivos, ¿sucede lo mismo con las aldeas ninjas? Me cuesta imaginarme a damas tan agraciadas y elegantes como usted marchando para combatir.
***
— De hecho, se pronuncia Kōtetsu, con acento en la “o”, pues la vocal es larga —le aclaro al chico azulado—. ¿Naomi? No, no… Ella es algo así como alguien que se asegura de que no me meta en problemas. Creo que podría describirla como una combinación de doncella y guarda espaldas.
Dejo que aquella pregunta, que tan extraña se le hacía, pasara de largo y prosiguió con la conversación.
— Ahora es mi turno de preguntar: Dime, ¿Por qué eres azul? —pregunto, con absoluta inocencia y curiosidad—. ¿Es algún efecto adverso? O, ¿Eres parte de alguna etnia perdida?
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