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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Lo que pensaba él sobre su ancestro ya lo había dejado en claro. No se sentía empático para con la historia del pirata, por reveladora que pudiera ser. Quizás, más adelante; cuando ahondara en el asunto y tuviera la voluntad suficiente como para decidir averiguar más sobre su condición genética, seguro que lo tendría en cuenta.

Pero esa noche, estaba más preocupado por zanjar el acuerdo con Satomu antes de que otra emboscada les tomara por sorpresa.

Y como si la tensión provocada por el posible acecho de más enemigos, Akame comenzó a conectar los puntos e inquirió finalmente en una plausible teoría. Mucha razón tenía en decir que, desde el principio de aquel viaje, hasta esa misma reunión en los aposentos de Kotetsu, los tres se habían abierto a todos y todo lo que le rodeaba como una flor veraniega. Mostrando no sólo la personalidad de cada uno, el cómo reaccionan a un buen puñado de situaciones, y de cuáles son sus habilidades.

No era muy difícil ver que Kaido era un escualo. O que Akame había hecho uso de aquella misteriosa arma con movimientos inesperados sin necesidad de ser empuñada. Todo tenía sentido. ¿O no?

—Buen punto. ¿Y si al final de todo, nos las han jugado parda? —comulgó, secundando las palabras de su compañero—. ¿pero por qué nosotros? ¿por qué no invitar a gente más... experimentada?

Dejo aquello en el aire. Seguro Kotetsu-san tenía algo inteligente para decir.
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Escucho con suma atención las dudas y conclusiones de sus compañeros, llevados por un arranque retrospectivo que abarcaba los acontecimientos que les habían llevado hasta allí.

La parada en El Sauce Cambiante, la emboscada en el camino... Diría que hemos revelado mucha información nuestra en este viaje. No sólo a nosotros mismos, sino a cualquiera que estuviese dispuesto a ver y escuchar —se detuvo, ignorante de si sus colegas ninjas le seguían—. Quiero decir, hemos estado constantemente rodeados por personajes a sueldo del escultor. Nos han visto conversar, combatir, comer, dormir... ¿Y si toda esa información hubiese ido a parar a manos de Satomu? ¿No sería, así, mucho más fácil inventar una historia acorde a nuestro trasfondo y luego hacerla ver como un regalo de su tío abuelo o quién sé yo?

No puedo decir que entiendo del todo la forma en que haces conexiones, Akame-san, pero si bien no es una teoría imposible, es muy improbable —reconoció y sentencio, mostrando que poco le molestaba aquello que no sabía.

Kōtetsu no sufría de una insuficiencia intelectual tan marcada como para no tomar en cuenta lo dicho por el Uchiha, pero aquel misterio le proporcionaba una sensación de aventura irresistible. El era de los que prefería esperar a que las cosas se fueran revelando a su debido momento, sin pensar demasiado sobre los asuntos más allá de su entera comprensión o interés.

Buen punto. ¿Y si al final de todo, nos las han jugado parda? —comulgó, secundando las palabras de su compañero—. ¿pero por qué nosotros? ¿por qué no invitar a gente más... experimentada?

Es una buena pregunta, Kaido-san —concedió, mientras consumía una dulce galleta—. No se la respuesta, y creo que ninguno podrá llegar a ella esta noche. Puede que sea porque no somos capaces de pensar como un artista excéntrico, ególatra y ladino.

»Puede que lo estemos pensando demasiado y sus intenciones sean honesta y sencillas, o puede que no alcancemos a entrever la intriga y profundidad de sus planes.

»Les pregunto: En estas circunstancias, y ante esta incertidumbre, ¿Qué haría un verdadero ninja?
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Akame respondió a las palabras de Koutetsu con un gesto escéptico. ¿Acaso el espadachín sabía algo que él ignoraba, y por eso se mostraba tan inclinado a descartar rápidamente aquella teoría? Sea como fuere, el muchacho de melena blanca no parecía interesado en absoluto en aquellas maquinaciones. «Entonces, ¿para qué demonios nos has mandado llamar en mitad de la noche?». Akame se dió cuenta en ese momento de que, a veces, su propio compañero de Uzu podía llegar a ser tan —o más— misterioso que el propio Nishijima.

Al final, sólo quedó una pregunta. La respuesta no era sencilla —al menos para Akame—, porque él se debatía entre su malsana curiosidad y lo que de verdad debía hacer un shinobi. Al final se decantó por un punto medio.

Esperar. He llegado demasiado lejos como para echarme atrás ahora, aunque eso no significa que me fíe de este tipo tan excéntrico —respondió, con firmeza, el Uchiha—. No pienso bajar la guardia, pero si el escultor realmente tiene documentos sobre mis ancestros... Debo recuperarlos a cualquier precio.

Bebió otro sorbo de té y dejó la taza sobre la mesa con tanta firmeza como había intentado imprimir a sus palabras.
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

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Esperar. He llegado demasiado lejos como para echarme atrás ahora, aunque eso no significa que me fíe de este tipo tan excéntrico —dijo akame, y mientras contaba aquello; Kaido hacía muecas de ligero desacuerdo con el rostro, frunciendo los labios y ladeando la cabeza de lado a lado, como muestra de inconformidad—. No pienso bajar la guardia, pero si el escultor realmente tiene documentos sobre mis ancestros... Debo recuperarlos a cualquier precio.

—Eso que ha dicho Akame, ¡O! podemos hurgar un poco en los aposentos del viejo, tomar los documentos que aún falten y pirarnos de aquí antes de los enemigos de Satomu nos vengan a buscar. Así lo hace un ninja, a su modo.
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Hacer o no hacer, he ahí el dilema —canto el joven de piel morena.

La proposición de Akame le sonaba como lo más lógico, pero también algo un tanto serio y aburrido para alguien de su edad. Se le hizo obvio que de verdad le interesaban aquellos documentos, a diferencia de él. Por otra parte, Kaido proponía algo mucho más emocionante, pero también muy falto de premeditación; le gustaban las situaciones interesantes, pero no comprometer su pellejo por una simple jugarreta.

Creo que bien podríamos curiosear un poco entre sus cosas, mientras nos mantenemos atentos y la espera...

Por un instante la luna se oculto detrás de unas nubes pasajeras, dejando a los jóvenes con muy poca iluminación.

En fin, creo que me parece más sensata la postura de Akame-san —confeso, con una tenue sonrisa—. No lo tomes a mal, Kaido-san; tu idea es mucho menos aburrida, y más interesante, pero creo que de los tres eres tu el que menos libertades tiene como para proponer algo que requiere de tantas “agallas" e individualidad.

Y de un momento a otro, mientras un amarillento rayo de luz de luna les bañaba, el de ojos grises dejo escapar su opinión con una serenidad e indolencia casi ofensivas.
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La idea de Kaido, a primera vista, no le pareció descabellada del todo al Uchiha. Realmente parecía claro que Nishijima Satomu se estaba guardando más de lo que les contaba, y la paciencia de todos los ninjas empezaba a agotarse; si es que no lo había hecho ya. Sin embargo, Akame pronto recordó cómo el escultor tenía bajo sueldo a numerosos guardas por toda la casa, algunos de los cuales incluso habían sido capaces de camuflarse y ocultarse de ellos.

Casi por acto reflejo, Akame activó su Sharingan. Bajo aquella mirada carmesí ningún disfraz serviría y, por precaución, el muchacho escudriñó los alrededores del lugar en busca de cualquier hombre de Satomu que pudiera estar escuchándoles.

Luego, volvería la vista hacia sus compañeros.

¿Sabéis qué? Creo que estoy de acuerdo con Kaido-san —dijo finalmente el Uchiha—. Este artista lleva demasiado tiempo jugando con nosotros, ocultándonos información sobre cuándo, cómo, por qué. Empiezo a cansarme.

»Claro que, si vamos a tomar lo que queramos con nuestras propias manos, me surgen algunas dudas. ¿Qué pasará si nos descubre? La treintena de soldados que nos escoltaron hasta aquí parece ser sólo una fracción de toda la potencia militar que Nishijima tiene a sueldo. ¿Y este sitio? —Akame alzó la mirada a su alrededor, por encima de los jardines hasta los gruesos muros que blindaban la mansión—. Parece una maldita fortaleza. Pongamos que conseguimos entrar en los aposentos privados del tipo y encontrar la información que buscamos... ¿Cómo salimos de aquí?
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Orgullo. Fue lo que sintió al escuchar que Akame, tras su poco convincente discurso; profesó estar de acuerdo con su también poco elaborado plan. Aquello le obligó a inflar el pecho y a vestir su rostro de la sonrisa más galante de todo oonindo, donde sus filosos dientes brillaron cual escena caricaturesca. Se levantó de su asiento en un santiamén, cruzó los brazos como lo haría un superhéroe, y miró a sus dos compañeros con la decisión del más experimentado líder militar. O así lo sentía él, envalentonado por la victoria sobre Kotetsu.

Kaido no pudo hacer más que observar al peliblanco con su tan característica prepotencia, mientras Akame compartía, coma aparte; alguna que otra precaución a tener en cuenta si decidían embarcarse en un plan tan peligroso como el propuesto.

Con sus ojos tintados de rojo sangre, y más alerta que nunca. Le preocupaba el no poder salir de la fortaleza de Satomu sin llamar la atención.

—Propondría a Yarou-dono para que nos eche una mano, pero él sería el primero en meternos cuatro coscorrones a cada uno para mandarnos a dormir. Es un tipo muy fuerte, pero es muy probable que esté en desacuerdo con ésta pequeña travesura.
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La opinión de la mayoría era clara, y optaba por ejercer el derecho a indagar en el asunto en el que estaban involucrados y sobre el cual sabían muy poco.

Entonces creo que está decidido —dijo, aceptando lo propuesto—. ¿Nos embarcaremos en una pequeña investigación nocturna?

Sin embargo, el llegar a estar de acuerdo era el menor de los obstáculos a los cuales debían de enfrentarse. Primeramente, aquella mansión era enorme y aquello que buscaban, si es que realmente existía, debía está bien escondido y custodiado. Lo otro era que con aquel tipo tan extraño debían de andarse con cuidado, lo último que necesitaban eran que les acusaran de robo y que pusieran una recompensa sobre sus cuellos. Eran problemas considerables, muy presentes en una region donde la mitad de las personas eran empleados de Satomu, y la otra mitad, oculta, parecía querer matarlo a él y a cualquiera que estuviese involucrado, aunque solo fuese un invitado.

Entonces… ¿Lo hacemos ahora? ¿Por dónde comenzamos a buscar?
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Alto, alto, alto muchachos —les detuvo Akame, enfatizando la expresión con un severo gesto de su mano derecha—. Yo mismo acabo de decir que me parece una idea aceptable. Pero también he recalcado que antes de meterme en la boca del lobo me gustaría saber al menos cuántos dientes tiene.

El Uchiha era consciente de que ambos gennin habían tomado sólo la parte de sus palabras que les interesaba e ignorado deliberadamente la otra. Si ellos querían jugárselo todo a una carta y arriesgarse a pasar el resto de sus días en una oscura celda —o algún sitio todavía peor—, eran libres de hacerlo. «Pero Uchiha Akame no cometerá tal imprudencia». Por eso mismo, el muchacho de Uzu se esforzó en matizar que ahora eran sus dos compañeros ninja los que debían convencerle de que tenían un plan; de lo contrario, su opinión estaba más que sujeta a cambios.

Así que, pues, ¿cómo pensáis hacerlo? ¿Tenéis un plan "B" por si la cosa se tuerce? —miró a Kaido—. ¿Será tu maestro lo suficientemente poderoso como para sacarnos de una suerte de fortaleza en las montañas, perseguidos por decenas de soldados?

Bebió otro sorbo de su té.
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El gyojin volteó los ojos, poniéndolos blancos. Aquella reincidencia en el tema le parecía inútil visto lo metidos que estaban en el asunto. Aquello era un riesgo, sí, pero ninguno estaba en posición de ser precavidos al tomarlo. Con o sin Yarou, Akame tendría que meterse en las fauces del lobo sin saber cuántos dientes le quedan aún.

—Ya te dije. Es un tipo con mucha experiencia, fuerte; pero dudo que quiera colaborar aún y cuando sienta lo mismo respecto a Satomu. Yo que sé, evidentemente si nos vemos metidos en problemas seguro que nos echa un cable y hasta nos saca de aquí de un plis plas, pero no antes —dijo, mientras ente tediosos suspiros se volvía a sentar, como si supiera que aquel debate no llevaría a ningún lado—. de todas formas, siempre podemos jugar la carta de la inocencia. Que si nos pillan hurgando donde no debemos, nos excusamos en nuestra falta de cabeza y de decoro. Y si no nos pillan, que sería lo ideal; ¿quién se habría de enterar que hemos tomado nada?

Intercaló la mirada entre sus dos interlocutores, y continuó:

—Le seguimos el juego al viejo, dejamos que nos pinte, y calabaza, calabaza...
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Observo, escucho y, finalmente, decidió exponer la conclusión a la que había llegado.

Entonces, teniendo en cuenta todo lo dicho, creo que lo mejor es ser pacientes y esperar, pero sin perder de vista nuestro objetivo —propuso con serenidad, buscando un punto intermedio entre todas las ideas—. Lo mejor es que de día cooperemos con los propósitos del escultor y nos ganemos su “confianza”, y que de noche exploremos y busquemos aquello que pueda estar escondiendo de nosotros y que sea de nuestro interés.

El joven se levanto a caminar un poco, y dejo que ambos muchacho paladearan juntos aquella proposición bajo la luz de luna. Se detuvo un segundo y percibió el silencio de una respuesta que no estaba lista para ser dicha.

De todas formas no necesitan responder ahora —señalo, casi dejando escapar un bostezo—. Piénsenlo y mañana me dirán si están de acuerdo o no, o si tiene una propuesta mejor.

El mañana se sentía lejos, pero solo era cuestión de horas para que el sol saliera y tuvieran que reunirse con Satomu. El sueño se hacía cada vez más pesado, dificultando la fluidez de los pensamientos. Algo normal, teniendo en cuenta que era una hora pasada la media noche y que ya habían consumido todos los bocadillos y bebidas dulces que podían darles energía.

Me retiro —dijo mientras bostezaba con gran amplitud—. Que pasen buenas noches, Akame-san y Kaido-san.

***

A Kōtetsu le costó un esfuerzo considerable el levantarse, pese a que ya era una hora pasado el amanecer. Se dio un largo baño con agua caliente, atendió sus heridas y luego salió de los elegantes aposentos que le habían asignado, para dirigirse a uno de los varios comedores. En aquel lugar le recibió un desayuno tan abundante como variado: Servidas en tazas y bandejas de plata y porcelana, había frutas, cereales, panecillos, quesos, carnes y frituras. Además, le acercaron numerosas jarras de fino cristal, llenas con leche, jugo y vino.

Comió hasta quedar satisfecho y procedió a buscar a un empleado para que le guiase hasta el sitio en donde Nishijima quería verles.

Era la hora pautada, y se encontraba a la espera del escultor y de sus otros compañeros, rodeados de docenas de columnas bellamente esculpidas, en una pequeña y bien iluminada galería interna, frente a una enorme puerta de roca blanca reforzada con hierro negro, similar a las que debían de utilizarse en las bóvedas de los bancos.

Este sitio es un tanto diferente al resto de la mansión, parece más… privado”, se dijo a sí mismo, mientras observaba su moreno reflejo en el suelo de mármol color caliza real.

Aquel día comenzaba prometiendo mucho, solo le restaba esperar a sus nuevos socios de maquinaciones nocturnas… y al extravagante artista.
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Akame asintió ante la propuesta de su compañero de Aldea, que buscaba hallar un término medio entre su prudencia y el arrojo de Kaido. «No me extraña en absoluto. Todo en Kotetsu-san parece medido a la perfección para buscar el equilibrio en el centro, hasta sus medidas palabras».

Poco después el anfitrión de aquella reunión subversiva anunció que se iba a dormir, y el Uchiha correspondió con una reverencia. Tras Kotetsu, Akame se puso en pie y se fue a su habitación.

Aquella noche apenas dormiría mientras las imágenes de la emboscada en el camino le asaltaban continuamente. Los gritos, la sangre, el rostro deformado por el dolor del joven Tamaro y las caras que no conocía de su mujer y su hija, a las que probablemente nunca volvería a ver.




Pues... Aquí estamos.

Akame había aparecido en la galería poco después de su compañero de Aldea, tras un desayuno copioso —siempre tenía más apetito cuando dormía poco—. Vestía con unos pantalones pesqueros de tonalidad arenosa, sandalias ninja y camiseta azul oscuro con el símbolo del clan Uchiha en la espalda, de cuello alto y manga larga ocultando el mecanismo de kunai que llevaba ajustado en la muñeca derecha. Los surcos oscuros bajo sus ojos —producto de la noche de insomnio— se fundían con su nariz torcida y la oreja mutilada para darle el aspecto de un perro apaleado. «No sé si se pudiera encontrar un modelo peor que yo en todo Oonindo», pensó el muchacho, no falto de razón.

Mientras admiraba la arquitectura de la galería, Akame se paseó por el lugar buscando cualquier detalle que le llamase la atención. Claro está, aparte del gran portón sellado que les cortaba el paso, más propio de mazmorras o cámaras acorazadas que del estudio de un artista. Pero, como en aquella aventura ya se había acostumbrado a semejantes rarezas, el Uchiha no le dio mayor importancia.

Al final acabó plantándose junto a Kotetsu, brazos cruzados y espada al cinturón, esperando la llegada de Satomu.
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De todas formas no necesitan responder ahora —señalo, casi dejando escapar un bostezo—. Piénsenlo y mañana me dirán si están de acuerdo o no, o si tiene una propuesta mejor.

Después de aquella frase, el escualo estuvo a punto de levantarse y romperle la cara a hostias de panadero. Porque, estaba hastiado. Hastiado de esperar, de tomarse todo con calma. De no tomar riesgos. Todo era esperar, esperar y esperar. ¿Y si no había un mañana? ¿Y si los enemigos de Satomu atacaban en plena noche?

Kaido fue el primero en levantarse, incluso antes de que Kotetsu pudiera despedirse. Salió cagando perjuras de la habitación, y casi podían jurar que se fue con la vena llena de ira marcándole la frente. No sería una noche tranquila para él, sin duda alguna.

***

El gyojin hizo acto de presencia en la galería, pasando burdamente de los detalles artísticos de la habitación y de sus obras. Se plantó en un lugar adecuado, y sin mediar mucha palabra; aguardó, en espera de que Satomu se dignase a aparecer con su lienzo erguido y con el pincel en ristre. O con el cincel, en caso de que fuera a esculpir piedra. Fuera cual fuera su arte de mierda, Kaido quería que lo hiciera ya.

Yarou-dono estaba cerca, aunque fuera de la habitación. Vigilante, siempre atento a su alrededor. Y a su pupilo.
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Kōtetsu se permitió a si mismo caminar un poco por el interior de la galería, admirando la majestuosa construcción de aquel pasaje, mientras esperaba a quienes debían de hacer presencia pronto. El primero en hacerle compañía fue el Uchiha, cuyo aspecto desaliñado gritaba que no había podido dormir tan bien como debía. El peliblanco emitió una leve y silenciosa reverencia a modo de saludo. Al poco tiempo llego el joven azulado, cuyo mal humor no parecía haber mermado mucho luego de una noche de sueño. También fue recibido con una inclinación tan educada como discreta.

Los tres se quedaron allí de pie, en harto silencio, hasta que hubo transcurrido un cuarto de hora y, en la lejanía del extremo opuesto de la galería, se pudieron escuchar unos pasos lentos y sonoros, propios de un caminar altanero y estrambótico, acompañados por la inconfundible voz suave y burlona de su hospedador.

Buenos días, “mis queridos modelos” —Su hablar estaba cargado de un tono posesivo que resultaba un tanto incomodo, al igual que sus extravagante prendas anarajandas—. ¿Cómo se encuentran? ¿Listos para un día de trabajo duro?

En realidad estoy un poco ansioso y a la expectativa —admitió el Hakagurē, mientras se frotaba la nuca, creyendo que estaba siendo tanto sincero como un poco maleducado—. Y usted, ¿Cómo amaneció, Escultor-san?

!¿Cómo amanecí?¡ —Repitió con entusiasmo, luego de escuchar las posibles respuestas a su
anterior pregunta—. Amanecí con ganas de vivir para mi arte como no lo he hecho en mucho tiempo… Aunque un poco apenado por el hecho de que me vean en estas fachas, pero es lo que suelo vestir cuando voy a trabajar.

…Esta bien, supongo…

Entonces, ¿Qué esperamos?

Esto… No sé, creo que ¿esperamos a que abra esa enorme puerta? —respondió, con una confusión notable.

El artista les miro horrorizado, por el simple hecho de que creyesen que él se arriesgaría a lastimar sus magnificentes manos abriendo esa enorme mole de roca y hierro. De pronto, recordó que ellos no conocían las costumbres de aquel palacio, pues de hacerlo jamás hubiesen sugerido semejante barbarie.

Ya… Es que estoy acostumbrado a que la gente a mi alrededor sepa que debe hacer —suspiro, mirando al techo—. Mira, allá, detrás de ese enorme tiesto ha de haber una vieja llave. Con ella podrás abrir la puerta.

Se acercó y reviso el florero con cuidado hasta que dio con una gruesa llave metálica del largo de una daga, dorada y con aires de ser muy antigua. La alzo en el aire para que todos la viesen y espero la aprobación del escultor, luego de lo cual se acercó hasta aquel portón de roca maciza y la introdujo en la gran cerradura, para luego girarla con bastante fuerza, utilizando las dos manos.

Se escucho el accionar de algunos pestillos y piezas mecánicas que parecían clamar por una buena aceitada y un bien merecido cambio.

Vamos, aun falta abrirla. Ya sabes, tienes que empujarla un poco, hacia adentro —aseguro el artista.

El espadachín apoyo su hombro contra una de las puertas, pero esta se negaba a abrirse ante alguien con una fuerza tan diminuta. Siguió intentando, hasta el punto en que tuvo que usar chakra en sus pies para no resbalarse en el suelo pulido. Sin embargo, aquellas piezas de piedra reforzada con hierro no cedían. Se necesitaría la colaboración de los tres jovencitos para hacerlas girar sobre las bisagras y abrirlas de par en par; y aun así, trabajando juntos y coordinados, aquel esfuerzo les dejaría faltos de aliento durante un rato.

¡Bien! Fue un poco tardado, pero hoy me permito el tener paciencia —exclamo sonriente, mientras pasaba de los muchachos para adentrarse en la oscura cueva que ahora yacía frente a él.

Aun estando recuperando aire en la parte de afuera, escucharon la voz de Satomu hablándoles desde las sombras.

Bienvenidos sean a la forja de maravillas, el lugar donde ocurre la magia del arte y donde las ideas toman forma física: Mi magnifico taller.

Un complicado sistema de poleas se puso en marcha, removiendo todas las persianas que mantenían aquella estancia a oscuras. Así fue revelado un salón inesperadamente grande, iluminado por una serie de tragaluces que circundaban un gran techo abovedado. Su interior era un espacio extraño, similar a un bosque de arboles petrificados o al jardín de aquellas criaturas mitológicas que convertían a los seres vivos en piedra por diversión: Estaba repleto de estatuas, esculturas en múltiples estados de terminación; algunas estaban bellamente terminadas, mientras que otras apenas estaban escapando de los bloques de roca que las confinaban. Algunas estaban en bonitos pedestales, otras sostenidas por curiosos andamios y el resto yacía a ras del suelo o apoyadas en la pared.

Adelante, pasen y díganme si no es glorioso… ¡Pero no se quiten el calzado!, puede que haya algunos trozos de afiladas piedras en el suelo.

El peliblanco ya había notado aquel detalle, lo que realmente le había frenado en su entrada era el hecho de que todas aquellas esculturas parecían estar perturbadoramente vivas, pese a sus expresiones pétreas. Y en sí, no era aquello lo que le inquietaba, sino la forma en que estaban dispuestas: Todas estaban orientadas de tal forma que quedasen observando hacia la entrada, en espera de quien pudiese llegar e interrumpir su oscuro sueño. Con miradas lóbregas y escrutadoras. Con sus ojos tan llenos de vitalidad como de frialdad.
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Nishijima Satomu hizo una entrada digna del personaje que se había construído él mismo. Akame no esperaba nada menos bizarro y teatral que lo que el artista les presentó, pero aún así le quedó un regusto amargo en la boca. Aquel tipo tenía algo que no terminaba de encajar, algo que hacía que le entrasen ganas de golpearle en la cara varias veces hasta borrarle aquella expresión altanera y orgullosa.

Del mismo modo, ordenó a Kotetsu —como si fuese su criado— a buscar la llave de la enorme entrada a la galería. El chico obedeció, diligente, pero incluso aunque logró desbloquear la cerradura, no fue capaz de abrir el inmenso portón. Akame se acercó a echarle una mano, y lo mismo hizo Kaido. Entre los tres gennin pudieron finalmente abrir la entrada.

«Parece que esta sanguijuela disfruta mandándonos recados y tratándonos como si fuéramos sus empleados. En cuanto agarre los documentos que necesito...»

Los pensamientos del Uchiha se vieron interrumpidos cuando la luz entró en aquella gigantesca galería e iluminó las decenas de figuras de piedra que allí reposaban. Durante unos momentos no pudo hacer nada más que callar, admirando el trabajo que debía haberle costado a Nishijima amasar tal cantidad de esculturas.

Impresionante... —murmuró Akame.

Sin embargo, aquello hizo saltar las alarmas del joven gennin. Esperó a que el escultor no le estuviese prestando atención y entonces activó su Sharingan para registrar el lugar. ¿El motivo? Simple. Aquellas esculturas parecían estar tan vivas como los clones de arcilla que les habían atacado durante el camino.

«Debo buscar cualquier indicio de chakra en estas figuras... O en el propio artista», se dijo a sí mismo Akame mientras, disimuladamente, echaba un ojo al escultor para evaluar su nivel de chakra.
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