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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
A Shinjaka le tembló la diestra para contenerse. Quería darle un manotazo a aquel sello que, sin nada que lo interrumpiese, terminó por invocar a otra réplica del propio Akame. El aprendiz rechistó, visiblemente molesto y tomó asiento en una de las butacas cercanas mientras se sobaba el entrecejo.

—Como quieras. ¿A qué dirección lo enviarás primero? —indagó, mientras oía con atención cada una de las explicaciones que intentaba darle él a su clon.

Y es que la primera dirección no se encontraba tan lejos de la cabaña. Habría tenido que caminar unos diez minutos, quizás, para encontrarla. Aparentaba ser una casa de dos pisos, envuelta por un hermoso jardín, una fuente, y un camino de piedras que seguía por detrás de un portón de púas, cerrado con varias cadenas y candados. De todas formas, el clon tenía clara visión de los primeros ventanales y por lo que se podía ver, no había nadie habitándola ni tampoco indicios de que la hubieran usado recientemente. Así que, en vista de que el tiempo apremiaba, o bien tomaba la decisión de echar un vistazo dentro, o por el contrario, elegía continuar hasta la segunda locación.

A otros quince minutos a pie, y según los indicios que marcaba el mapa, Akame se encontró con la entrada a una especie de templo tradicional abandonado, re acomodado para su habitabilidad. No parecía haber señales de a qué religión pudo haber pertenecido, pero sí que encontró al Torii que generalmente da la bienvenida a este tipo de lugares. Aunque, si echaba un vistazo, estaría de acuerdo en que no sería una bienvenida calurosa ni mucho menos, dado que se encontró con un panorama ligeramente tupido.

El templo era pequeño, compuesto por una fachada de tres losas curvas de ladrillos que se superponían encima de la otra. Sendos postes de madera sostenían las bases de la estructura, y la misma estaba rodeada de forma rectangular por un camino de peldaños de caoba que daban acceso hasta las únicas dos entradas hasta el interior, ubicadas cada una a los laterales. La primera escalera estaba custodiada por un guardia, y en cada pasillo transversal, cuatro guaruras transitaban los pasillos en un ciclo interminable, deteniéndose pocas veces a charlar entre ellos, o a calar un cigarrillo.

Detrás de las puertas corredizas de tela rígida se reflejaba una intensa luz proveniente del interior.

Entre tanto, para cuando el segundo clon de Akame estuviera analizando la segunda locación, el que había dejado en el motel del cadáver, comprobó que los dos uniformados dejaron la casa sin verse alarmados. Uno de ellos sostenía una botella de ron tradicional de año, y le recriminaba al otro sobre ella.

. . .

Etsu volvió a beber de su copa.

—Puede creer lo que guste. De una u otra forma, el que sale perdiendo es usted; le haya o no delatado yo con los guardias. Así que le pido que se deje de evasivas y elocuentes discursos, y dígame de una vez, ¿qué problema cree usted que puede resolverme?

Datsue había usado su único comodín, y por ahora estaba dando resultado. El funcionario Etsu parecía dispuesto a conversar, a sabiendas de que el tiempo estaba de su lado, y no del impostor. Era una oportunidad de doble filo que el Uchiha tendría que usar adecuadamente si quería salir airoso de la mierda en la que estaba metido, hasta el cuello.
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El Kage Bunshin salió a la caza de aquellas direcciones en mitad de la noche de Tanzaku Gai. Caminó lo suyo y, aunque la visita al primer lugar no resultó tan fructífera como había esperado, lo que vio en la segunda localización le invitó a pensar que quizás aquel sí era el sitio que andaban buscando. Tras echar una visual al terreno y contar bien el número de guardias que había fuera del templo reconstruído —cinco en total—, el Clon de Sombras se dirigió hacia la tercera y última dirección.

El plan era echar un vistazo y luego esfumarse para dejar que la valiosa información recolectada pasara a la cabeza de su creador.

Mientras, el Kage Bunshin que se había quedado junto a la cabaña del difunto mercenario advirtió que los dos tipos uniformados dejaban la residencia con el fruto de su registro; una botella de licor. Pensando que tal vez podrían llevarle a algún sitio interesante, el Kage Bunshin abandonó su escondite y volvió a la calzada.

Una vez allí pondría empeño en seguir discretamente a los dos hombres, siempre guardando una distancia prudencial de al menos veinte metros y cobijándose en las sombras de los callejones y portales aledaños de tanto en tanto.
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¿Qué podía hacer? ¿Farolear? ¿All in?

Estaba ante el ayudante del alcalde de la ciudad. El mismo que, presumiblemente, había ayudado a Kojuro Shinzo a esconderse del Hierro durante todo aquel tiempo. Una ardua tarea. Cansada como pocas. ¿Qué le debían a aquel hombre, para hacerle semejante favor? ¿Se sentirían todavía en deuda? ¿O estarían viendo que el precio a pagar era demasiado caro?

Después de todo, aquel hombre debía dinero a nada más y nada menos que a Los Herreros. Una ciudad que suministraba el armamento a las tres Grandes Villas, y que por tanto, era amiga de todas ellas. Enfrentarse a alguien con tan buenas amistades no solía salir rentable.

El hombre al que han estado protegiendo, señor Etsu, es un problema —Datsue hizo all in. O está a punto de serlo. Debe dinero a alguien que es amigo de las tres grandes villas. Pronto, esta ciudad estará plagada de uzujines, amejines y kusajines para encontrarle. Tantos ninjas haciendo preguntas incómodas no es bueno para los negocios, usted debe saberlo bien. Y si se descubriese que su alcalde ha estado protegiendo a un moroso… —torció la cabeza y chasqueó la lengua—. Ah, no creo que el pueblo lo viese con buenos ojos. Ese mismo pueblo que paga religiosamente los impuestos por temor a las consecuencias… y ve como su propio alcalde ampara a alguien que no los paga.

Dio una palmada, y se inclinó hacia él, levantando un dedo.

Pero, yo puedo solucionarle todos esos problemas, señor Etsu. De forma discreta y silenciosa, antes de que todo estalle. ¿Qué me dice?

Datsue tragó saliva, mientras esperaba, como un acusado a pena de muerte, la condena final.
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Para la suerte de todos, aquel par de tipos acabaron en un bar de mala muerte predispuestos a beberse aquella botella con el gusto recién adquirido de un ladrón. Se habían convertido en un rastro muerto e inútil que quizás, ya no valía la pena seguir. ¿O sí?

La otra réplica, finalmente, decidió visitar la tercera locación. Era una casona antigua muy similar a la que visitó primero, aunque ligeramente más pequeña y acogedora. Parecía ocupada, tanto que tras un primer vistazo, pudo divisar a al menos diez uniformados paseándose por el jardín, y otros saliendo y entrando del interior de la fachada. Entonces, a final de todo, vio salir a un hombre. Alto, fornido y vestido con un grueso chaleco negro, pantalones militares y botas de entrenamiento. Era calvo, tenía una enorme cicatriz que le atravesaba el cuello, y portaba dos sendas katanas en el posterior de su espalda.

. . .

Etsu rió, por primera vez en la velada. Cabeceó de tanto en tanto mientras Sakyu cantaba villancicos y trataba de seducirle con aquel dialecto del diablo que tan bien sabía usar el condenado. Pero, él también era diestro en ese aspecto y no era de los que dejaba amedrantase fácilmente.

—Los ninjas no nos suponen inconveniente alguno. Entenderá que un shinobi que se escuda tras su bandana necesita y debe respetar ciertos preceptos. Líneas que no deben ni pueden cruzar. Oh, pero habrá algunos descarriados, desde luego, que renieguen de su banda y traten de aprovecharse del anonimato. Pero esas ratas son las primeras que terminan volviendo a escurrirse por las alcantarillas. ¿no será usted una de esas ratas? porque créame que estaría enormemente decepcionado, Sakyu-san.

Él también había tirado su all in, y con descaro.

—Pero, hipotéticamente hablando, en el supuesto de que puede que usted tenga algo de razón respecto a Shinzo, ¿qué es lo que haría, en el dado caso de?
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Al ver a los uniformados entrar en el bar, el Kage Bunshin se ocultó al amparo de las sombras de la callejuela y meditó su curso de acción. Sí, podía esfumarse y transmitir aquella información; también podía esperar sin remedio a que los pobres diablos terminaran sus bebidas y salieran. Borrachos y confiados, serían una presa extremadamente fácil.

La cuestión era... ¿Debía hacerlo? «Probablemente, si es que se han parado a beber, ahora mismo no estén de servicio. Y de seguro que no planean presentarse en ningún lugar comprometedor con una moña como un piano», reflexionó el Kage Bunshin.

Sin embargo, acabó concluyendo que probablemente esperar a que los tipos se marcharan, seguirlos y tratar de coger a alguno cuando se separasen —si es que lo hacían— sería lo mejor. Entre el alcohol, la oscuridad y su Saimingan, no sería difícil interrogar a un uniformado solitario.

Mientras tanto, el otro clon escudriñaba con los ojos entornados la última localización. Si la segunda estaba vigilada, aquella parecía colmada de guardias hasta las trancas. «¿Entonces es aquí donde se esconde el objetivo esta noche?» La gran seguridad que rodeaba el edificio así parecía sugerirlo, pero el Kage Bunshin tampoco quería hacer deducciones precipitadas. Con su Sharingan fijó la vista en el tipo de las katanas para intentar medir su nivel de chakra y deducir si era un shinobi o no.

Luego, desapareció con un "puf".
El verdadero Akame alzó la vista súbitamente cuando aquella jugosa información le llegó a la mente. Se inclinó sobre la mesa donde tenían desplegados los documentos y señaló con el dedo índice a la primera dirección.

Parece ser que esta dirección está desierta —dijo, y luego apuntó a las otras dos—. La segunda está vigilada, pero la tercera... Hay todo un batallón de uniformados ahí.

«Dos direcciones resaltadas en rojo, dos ubicaciones vigiladas... No puede ser coincidencia», pensó Akame.

Quizá el objetivo se guarece esta noche en una de las dos ubicaciones que están guardadas. Quizá no. Dado que se trata de un tipo discreto, me extrañaría que utilizara como escondite un lugar tan repleto de soldados... Es como deletrear que ahí dentro hay algo que se quiere proteger.
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Datsue supo que las negociaciones se habían iniciado cuando Etsu empezó a hablar de hipotéticos, supuestos y a interesarse por lo que haría una vez alcanzado su objetivo. Previamente, había insinuado que el Uchiha pudiese ser una rata.

Si las ratas me ponen enfermo —había dicho como respuesta, con cara de asco—, imagínese como estaría de ser una.

Se inclinó hacia él.

¿Qué haría? Le digo lo que no haría, señor Etsu —rebatió en su lugar—. No iría en contra de los intereses de quien me ayudó a llegar hasta él. Eso desde luego. En esta vida, si algo he aprendido, es que para recibir antes tienes que dar. Así funciona el mundo —resumió—. Pero mi idea sería hacerlo de forma discreta. Cuantos menos terceros se enterasen, mejor. Llegar hasta él, persuadirle para cobrar la deuda, y aquí no ha pasado nada. Adiós y a otra cosa. O quizá…

Frunció el ceño, y se inclinó más hacia él, bajando la voz.

O quizá, en el caso de, llegase hasta mis oídos que quien me ayudó le conviene más que ataje el problema de... raíz —dejó caer, adentrándose en terrenos pantanosos.
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Por primera vez en toda la noche, el sharingan de Datsue captó algo. Un deje de interés, que creció a rajatabla en cuanto el impostor dejó sus cartas sobre la mesa. Él tanteó la maravilla de la negociación y plantó cara al extranjero mientras se debatía en si era necesario dar el siguiente paso, o por el contrario, zanjar aquella peligrosa conversación de un sólo tajo. Porque, lo cierto es que aún no podía confiar en aquel hombre. Uno que, al encargarse de ese problema, no ganaba absolutamente nada. Que él supiera.

—Hay una raíz que quizás deba ser arrancada, nos interesa hacer que no germine más. Mala hierba que susurra a un buen hombre y le convence de no pagar sus deudas, haciéndole creer que nadie podrá llegar hasta él de no pasar encima suyo. El centinela, le llaman. ¿Ha oído hablar de él? —comenzó a jugar con un par de fichas en sus manos, aunque se le veía tembloroso—. sería un alivio para todos que esa ficha sea removida del tablero. Sería mucho más sencillo para todos, incluso para Shinzo, que lamentablemente se ha convertido en la marioneta de éste mercenario —y ahí, Datsue tendría que entender la información privilegiada que se le había compartido. Una información que, desde luego, esclarecía un poco el panorama y daba más sentido a todo aquello. Porque: ¿cómo un hombre tan querido por una comunidad, que no por ello significaba que fuese un buen tipo, se inmiscuía en tan turbios negocios? ¿es que quizás, El Estandarte del Hierro era tan sólo uno de los tantos enemigos que se había ganado Kojuro, tras los consejos de alguien superior?

De repente, el funcionario rió.

—No, sabe qué. Mejor déjelo. No creo que pueda usted ser capaz de lograrlo, y si así fuera, ¿por qué lo haría? ¿qué gana usted arriesgando el pellejo? y... ¿quién le ha contratado, si se puede saber?

. . .

Oh, sí. Lo era. Era fuerte. Akame pudo comprobarlo con su sharingan, que no se trataba de un tipo ordinario.

Luego, un puf y su mente se llenó de dudas. O de temor. O de ambas.

Aunque renuente, dejó atrás las dubitativas y explicó a Shinjaka la información que logró recolectar del reconocimiento del terreno. El aprendiz cabeceó mientras iba señalándole las zonas más pobladas, y asintió en cuanto compartió la extrañeza que le generaba el que aquel hombre se encontrase en alguno de aquellos dos sectores.

Quizás resulte extraño para nosotros, aunque no para ellos. Lo he dicho antes, Tanzaku se ha convertido en un bastión infranqueable durante meses, y puede que haya funcionarios colaborando para que ese tipo de muestra de protección que viste no resulte ser un problema para nadie. Pero bueno, nada es seguro hasta que sepamos lo que tu hermano haya podido averiguar. Que por cierto, se está tomando su buen tiem...

La puerta de la cabaña se abrió en súbito, con una Meiharu agitada.

—Es Datsue. Le han descubierto...
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¿Qué si había oído hablar del Centinela? Datsue asintió ante la pregunta. Era uno de sus objetivos. Según Shinjaka, para llegar hasta Shinzo antes tendrían que pasar por encima de aquel hombre. O, dicho de otro modo, era quien mejor podía conocer la localización de Shinzo.

No obstante, y a raíz de las palabras de Etsu, Datsue empezó a sospechar que el Centinela ejercía de algo más que de guardia personal. No era un simple mercenario, un títere al que manejaban como querían. No, él era el titiritero.

Datsue se llevó una mano al mentón, pensativo. No había entrado en Tanzaku Gai con intención de salir con las manos manchadas de sangre. Pero Etsu lo demandaba con indirectas muy directas.

Luego, para su sorpresa, el ayudante del alcalde rio. Como si se lo hubiese pensado mejor, creyó fuera de las posibilidades de Datsue encargarse del asunto, y quiso saber quién le había contratado y por qué arriesgaría su pellejo.

Suspiró.

Quizá tenga razón —le concedió—. Quizá yo solo no pueda lograrlo… —dejó que el silencio reforzase sus palabras por unos instantes. Entonces, levantó un dedo—. Pero, ¿qué le hace pensar que vengo solo? —sonrió—. El Centinela caerá, Etsu, si me ayuda a dar con él. A ponerle cara y cuerpo a su distorsionada figura. Necesito una dirección, lo que sea, y a cambio le arrancaré su problema de raíz. Favor por favor, esa es mi razón. Además, para encontrar a Shinzo antes tengo que encontrarle a él.

Se acarició los dedos, distraído. Todavía quedaba una pregunta que responder.

¿Quién me ha contratado? Me temo que eso no se lo puedo decir. Yo me guardo muy bien mis secretos, señor Etsu. Puede esperar la misma discreción de mí si otro me pregunta sobre lo que hoy hemos estado hablando aquí.
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«Por las tetas de Amaterasu...»

Si Akame había maldecido una vez, para sus adentros, al ver el poderoso chakra de aquel tipo de katanas duales y cicatriz llamativa, tuvo que volver a hacerlo cuando la bella Meiharu irrumpió sin previo aviso en el zulo que les servía de piso franco. Sus palabras no podían traer peores consecuencias.

«¡Me cago en...!»

El Uchiha se llevó una mano al mentón, tratando de disimular el nerviosismo que, de repente, le invadía. «Vale, tranquilo... Tranquilo. Datsue-kun no se dejaría matar así como así, tiene más de un truco bajo la manga y es astuto como una serpiente. Hay que pensar con claridad, determinar el siguiente paso lógico», se dijo Akame. Luego respiró hondo un par de veces y notó cómo su mente iba entrando en un frío estado de cálculo y razonamiento.

¿Quiénes lo saben y dónde están? ¿Él sigue en el Molino?
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¿Quiénes lo saben y dónde están? ¿Él sigue en el Molino?

La mujer se adentró a la cabaña y cerró la puerta tras sí, luego se sentó, más nerviosa aún.

—Debe estarlo, sí. A mitad de la partida uno de los funcionarios que trabaja para el alcalde pidió tomar un descanso mientras Datsue renovaba su sello. El resto parece haberlo tomado como tal y salieron sin ningún reparo, pero he esperado afuera por más de quince minutos y... no nos pedían entrar. No supe qué hacer más que venir, y avisaros. Lo siento, de verdad.

—¡Joder! —exclamó, irritado—. ¿y tú escuchaste algo? ¿hablaron sobre Shinzo, o en dónde podría estar esta noche?

—Algo cuchichearon, pero nada concreto. Hablaron de negocios, de que la ciudad parecía estar protegiéndole hace un buen tiempo, pero nada más. A Datsue-kun se le veía tranquilo y confiado, pero estoy casi segura de que han visto a través de su papel. El señor Etsu sí, al menos.

—Quien iba a pensar que un hombre buenamente inmiscuido en el manejo de Tanzaku se iba a encontrar en un putero, derrochando dinero, entre malhechores —miró a Akame con reticencia y luego, al mapa—. Datsue hubiera querido que tú continuaras con el trabajo, Akame. No podemos darnos el lujo de ir a buscarle, ¿lo entiendes, verdad?

De pronto la marca perdió, de alguna forma, parte de su valor. Por suerte, no era Akame el que la había recibido.

. . .

—No. Lo siento, pero no me convence. Sencillamente no hay garantías.

Datsue vio en cámara lenta el cómo los labios del funcionario se movían, parsimoniosamente. Tan aparatado que incluso le fue sencillo desvelar sus intenciones. En cualquier momento, iba a salir desportricado por esa puerta y una vez que llamase a los guardias, no habría vuelta atrás.

Pero si el engaño de su lengua viperina no había sido suficiente para convencerle, quizás tendría que arriesgarse a usar métodos más... directos, aunque con el riesgo que conllevaba afrontarse con un hombre de apabullante voluntad en tales menesteres.

Yuramazo Etsu le vio apenas en un desliz, pero directamente a los ojos.

*La volunta de Etsu es de 50 puntos. Según la brecha de éste atributo respecto a tu inteligencia, puedes manejarte en caso de que quieras usar la única arma que te queda para no ser irremediablemente descubierto. Que funcione o no dependerá de algunos factores que me guardo, de momento.
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Joder —masculló el Uchiha ante las palabras de la doble agente. Aun así, entendió que ella no podría haber hecho nada por remediarlo y comprendió que gracias a su aviso tenían un pequeño margen para actuar; así que le dedicó una leve inclinación de cabeza y unas palabras de agradecimiento—. Gracias por avisarnos, Meiharu-san.

Sin embargo, y antes de que el Uchiha pudiera sugerir un plan para hacer frente a la contingencia, Shinjaka se apresuró a intervenir. Quiso saber más, y ante la respuesta de Meiharu —que no esclarecía demasiado—, el aprendiz de herrero se aventuró a sugerir algo que a Akame le sentó como una patada en los mismísimos pendientes reales.

El Uchiha bajó la mirada un momento, reflexivo. Luego se cruzó de brazos y clavó sus ojos negros de forma intermitente entre los de Shinjaka y los de la mujer. Torció los labios en una sonrisa amarga.

Entiendan algo, señores —pese a que la mujer no se había sumado a la atrevida petición del gallardo aprendiz, Akame prefirió advertirla a ella también para futuras ocasiones—. Si estoy aquí es única y exclusivamente por ese muchacho que ahora Shinjaka-san amablemente sugiere abandonar a su suerte... Yo no tengo Marca alguna que saldar, y es sólo la deuda que tengo con Datsue-kun la que me ata a este lugar.

»Así que, sin mi compañero, a mí se me da un ardite lo que le pase o le deje de pasar al buen señor Shinzo. ¿Estamos?
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Uchiha Datsue lo vio, tan claro y nítido como un pescador cuando nota la caña súbitamente suelta: había perdido a su presa. Una presa peligrosa, pues, si se levantaba y salía por aquella habitación, se convertía automáticamente en depredador.

Datsue ni se lo pensó. En cuánto se le presentó la oportunidad, en forma de mirada directa a sus ojos, introdujo a Etsu en su Genjutsu. En su Saimingan.

Dentro de la ilusión, nada había cambiado. La sala permanecía igual, e incluso Datsue seguía teniendo la apariencia del hombre en el que se había hengeado. Se levantó, con visible parsimonia, mientras negaba con la cabeza.

Y yo que quería hacerlo por las buenas…

¡Plaf! El sonido de un tremendo bofetón. El que le acababa de dar Datsue a Etsu dentro de la ilusión. El Uchiha manipuló hábilmente el chakra para que la víctima sintiese el mismo dolor que el que le provocaría un gorila de dos metros al pegarle de semejante forma, y no un crío escuálido como él.

Adelante —le pidió, mientras desenvainaba una espada de la palma de su mano, como si la hubiese tenido allí sellada—, grita. Pide socorro, a ver qué pasa. A ver cuántas garantías tienes de que alguien venga a ayudarte. Porque mis garantías, ¡las mías! —rugió de pronto—, es de que nadie vendrá.

«Vamos... Dime que eres de los que se acojonan rápido».
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Shinjaka lo sabía desde un principio. Sabía que Akame se iba a convertir en un problema en el momento que Datsue se convirtiera en una carta quemada. Intercaló su mirada entre el Uchiha renegado y Meiharu, quien intentaba esconder el gesto detrás de su frondosa melena. Akame la daba miedo.

El silencio se hizo de la habitación durante unos segundos.

—¿y qué propones, entonces? ¿ir a por él? ¿meter el pescuezo en lo que puede ser, probablemente, un nido de guardias? ¿así piensan los ninja?

Aquello último lo dijo con desdén, arrepintiéndose luego. Era una tecla que quizás hubiera sido mejor no tocar, teniendo en cuenta que vendría a ser lo mismo que ir a por Shinzo. Aquellas locaciones no dejaban de ser un nido minado, también.

. . .

¡Plaf! la mano del extranjero, de pronto, le atizó la cara como un yunque de hierro. Etsu cayó al suelo absurdamente adolorido y trató replicar aquel golpe en cuanto dejó de sentirse empanado por la hostia.

Pero habría sigo mejor para él no cometer el mismo error dos veces, el de verle a los ojos; pues ahora comprobaba de primera mano de lo que aquel desconocido era capaz. De invocar un arma de la nada, una que ahora le amenazaba con sesgar su vida de un sólo tajo. Y de amenzarle a diestra y siniestra, a pesar de su cargo en la ciudad y de la capacidad de su llamado. Uno que no pudo concretar. Una voz que sencillamente no pudo llegar a alzar.

—Con que sí eras una rata, después de todo —llegó a decir, apenas—. ¿qué mierda quieres?
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Ya sabes la respuesta —cortó por lo sano, mientras acariciaba con la punta de la katana el cuello de Etsu. Una delgada línea roja empezó a resbalar desde ese punto, acompañado del habitual dolor que uno sentía ante ese pequeño corte. Por el momento, no quería torturarle mediante el dolor, sino el miedo. El miedo a morir—. ¿Una rata? Puede ser… —respondió, ambiguo.

Lo cierto es que tendría que pensar, y muy bien, su próximo paso una vez conseguida o no la información. El Genjutsu no duraría eternamente, y en cuánto lo finalizase, el hombre quedaría libre. Libre de llamar a sus guardias y pedir auxilio. Debía noquearle de algún modo, o darle razones de peso para que mantuviese la boca cerrada.

Fuese como fuese, era un problema que debía solucionar más tarde.

Quiero que me digas qué aspecto tiene el Centinela. Quiero que me digas dónde encontrarlo. Quiero que me sueltes alguna información valiosa sobre Shinzo, y... ¡ah! —Datsue apretó un poquito más la katana sobre su cuello—, de paso me cuentas ese negocio que Toeru tenía tantas ganas de proponerte.
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La respuesta del aprendiz de herrero fue incluso más arrogante que su petición inicial de abandonar a Datsue ante los lobos que, sin duda, estarían encantados de devorarle las entrañas. Akame entrecerró los ojos, con la vista fija en el galante muchacho. Pese a lo que cualquier observador hubiera podido pensar, el Uchiha no estaba furioso con Shinjaka por haber intentado usarle —como había hecho con Datsue— para sus propios intereses. Al revés.

Akame respetaba aquello. En Oonindo hacía falta coraje y astucia para estar dispuesto a pasar por encima de todo y de todos en tal de lograr tus propósitos. A esas alturas, parecía claro que Shinjaka disponía de ambos.

Así pues, el uzujin se limitó a cruzarse de brazos y bajar la mirada con gesto, nuevamente, pensativo. Sí, el Molino Rojo podía ser una fortaleza inexpugnable que habrían de asaltar con extremo cuidado. Sin embargo, ahora tenían con ellos a Meiharu; la mujer quizás fuese el mapa que necesitaban para orientarse.

Meiharu-san —se dirigió Akame con tono calmo, ignorando las palabras de Shinjaka—. Estoy seguro de que tú conoces bien el Molino Rojo. Debe existir alguna entrada, además de la principal, ¿cierto? Una puerta trasera, una ventana discreta... ¿Cómo de bien conoces el interior de ese lugar?
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