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8/05/2017, 05:44
(Última modificación: 8/05/2017, 06:23 por Hanamura Kazuma.
Razón: Poner la fecha
)
Flama, Verano del año 217
Un largo viaje hacia un lugar de oscuros y fríos misterios. Un lugar plagado de misticismo y legendas crueles que evocan la pérdida de la esperanza y el congelamiento del corazón. Un lugar cuya lejanía casi era una oración para mantener alejado a cualquier extranjero de sangre tórrida, condena de muerte blanca en aquellas tierras. Que aquel sitio resultara el destino de recreo de gente adineradamente blanda era un chiste cuando menos morboso. Y sin embargo, allí se encontraba Kōtetsu, en un localidad hostil cuyas ventiscas le contaban, en temibles murmullos, que estaba en el lugar y momento equivocados.
Su excursión comenzó con una inquietante invitación realizada a su maestro. Un par de boletos para el nido de cristal, un lujoso hotel inaugurado recientemente en las miserables tierras de las llanuras del hielo. Asegurando que aquel destino no tenía nada de valor para él, desecho la invitación con un desdén digno de quienes, en terrible discreción, ya conocían la historia de Hakushi, el pueblecito en donde residía la famosa estructura.
El Hakagurē se mostro curioso sobre aquel destino al que su mentor se negaba a ir, deseaba saber que había mas allá del mar, en las extrañas islas del país del agua. Hablo con determinación e inocencia, y alego que sería un desperdicio el desaprovechar una invitación a una ubicación que había comenzado a ser famosa tan recientemente. El rostro del anciano se empobreció mientras le explicaba los contras y los oscuros rumores que rondaban en torno a la cristalina fama de aquel pueblo. Kōtetsu defendió su posición, alegando que se trataban de meros trucos propagandísticos para evocar el miedo y la emoción en el corazón de los ignorantes.
Asimilando que el trágico destino de su joven protegido era aprender sobre las maldades del mundo de la forma más difícil, decidió permitir su partida, a la espera de que un poco de oscuridad pudiese disipar la arrogante ignorancia que marcaba el camino por el cual transitaba.
Varios días después, luego de haber sobrevivido a un viaje en barco y a una siniestra tormenta que les mordió en la última de sus escalas, por fin llego al pequeño puerto de la isla.
Naomi le acompañaba, como era, y seguiría siendo, costumbre en cada viaje en que su maestro lo considerara necesario por lo ominoso de las posibilidades. La región les recibió con un gélido abrazo que les llego hasta el corazón y les estremeció el espíritu. Pese a que estaban en pleno verano, el frio era lo suficientemente cruel como para despreciar lo grueso y abrigado de sus vestimentas. El puerto era un lugar pequeño y congelado, donde en rara ocasión los lugareños se atrevían a intercambiar palabras con los visitantes. Allí debían esperar el arribo de un gran trineo que se suponía recorría la ruta hasta llegar al pueblo en donde estaba el hotel. Pero solo salía de día, para evitar los horrores que asediaban al viajero desprevenido durante la noche, y recién estaba amaneciendo cuando llegaron. El alba ofrecía un espectáculo de una belleza fantasmal: La salada humedad del mar convertida en una mortaja de cristal que envolvía los cobertizos, y que la dorada claridad mañanera apuñalaba, creando una danza de luminiscencias espectrales. Algo que los futuros huéspedes podrían disfrutar, a la vez que los inquietaba, mientras esperaban la llegada del vehículo prometido.
— ¿Qué le parece este lugar mi señor? —pregunto la Miyazaki, un poco sorprendida e incómoda por el ambiente.
El joven permitió que el entorno le envolviera en un ataúd de sensaciones: El blanco lechoso que todo lo aplastaba y el sonido de la nieve siendo rastrillada por el viento. El penetrante olor a grasa de ballena recién troceada y la sensación gélida que se escurría entre los gruesos pliegues de su ropa. Y no podía olvidar el salado sabor de la saliva que se congelaba en su paladar si mantenía la boca abierta por más tiempo del necesario, incluso si era solo para sonreír.
— Es un lugar sorprendentemente hermoso, de una manera brutal y horriblemente incomoda.
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—No me lo vas a creer.— Dijo el Hyuuga atónito, en sus manos yacían el boleto de lotería que había comprado solo por casualidad.
—¿Qué pasa?¿Te estafaron?—Comenté sin mucho interés en sus palabras, seguro sería algún tipo de broma o algo por el estilo.
—Es el boleto ganador!.— Exclamó con una sonrisa de oreja a oreja. En ese momento me volteé a verle, sí estaba alegre y yo tenía el presentimiento adecuado.
—¿Y qué es el premio?.— Pregunté ahora curioso, unos ryos extras nos vendrían de lujo a ambos.
Después de revisar minuciosamente el papel aclaró —Hhhmm... Al parecer es una estadía gratis en un hotel que inauguraron hace poco en el país del agua, en las llanuras heladas, para dos personas.—
”Las llanuras heladas… ¿Serán como la tierras nevadas al norte del país?” Hice una rápida asociación. —Felicidades ya tienes a donde llevar a Chiho y gratis.— Dije sin más y continué en mis asuntos.
Unos días más tarde…
—Achuss Achus Achusss.— Tres estornudos seguidos alertaron a todos estaban por los alrededores del ojiblanco,. —Me viene a dar un resfriado justo en este momento.— Dijo con cierto tono tristón, y su aspecto no decía lo contrario, su cara de susto, nariz roja y mocosa y unas ojeras no muy pronunciadas decían mucho.
—Te quedarás en el hotel mientras yo paseo jaja.— Dije en forma de broma.
—Atención a todos a bordo, ya llegamos al puerto—
Fui el primero en bajar, me seguía Hazegawa con un caminar más lento y pausado por su estado actual, incluso me preguntaba sí tendría fiebre, sabía lo que pensaba en ese momento y lo que él realmente quería.
—El nombre de este lugar hace gala a lo que realmente es.— Comenté mientras veía la nieve y sentía las ráfagas de aire frío. Vine más que preparado para ese tipo de ambiente y una gruesa capa de color negro me arropaba desde el cuello hasta los pies, tenía un gorro de nieve gris y peludo que cubría mis orejas, una bufanda gruesa y no tan larga de color grís también, pero a rayas de diferentes tonos.
Miré hacia los alrededores, del barco no había bajado mucha gente y unos escasos habían quedado por los alrededores, lo demás se esfumaron sin rechistar, como sí una ventisca se fuese a formar en cualquier momento.
—¿Dónde está el hotel?.— No quería quedarme mucho tiempo en el puerto, podríamos llegar antes al hotel y darle un poco de sopa al enfermo.
—Nos vendrán a buscar en un trineo.— Dijo con voz fañosa mientras se limpiaba la nariz con un pañuelo blanco, que pasaría a otro color sí seguía con ese ritmo…
—Vale, toca esperar entonces.—
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Los dos Senju se encontraban sentados en la mesa de la cocina, como todas las mañanas, Riko se tomaba sus amadas tostadas con un vaso de cacao, mientras su tía Akiko repasaba el correo del día, un montón de cartas que, casi todos los días, tenían que recoger del buzón para que éste no explotara.
— No es normal todo este correo, ¿no? — Preguntó el joven, divertido viendo como la mujer pasaba una a una todas las cartas.
Akiko soltó un suspiro.
— Encima no hay mas que mier... — De repente se quedó parada, como si hubiera entrado en shock. — ¡Vaya! Esto sí que es interesante, una carta del País del Agua. — Anunció, mientras abría el sobre, en el cual, podría observar, dos boletos. — Mira Riko, nos han invitado un lujoso hotel que ha abierto hace poco, aunque las Llanuras de Hielo... No es lo más acogedor...
El peliblanco casi escupe el cacao que tenía en la boca, pero se tranquilizó, y, una vez lo bebió, habló.
— ¡PERO TÍA, TENEMOS QUE IR, ES DE MALA EDUCACIÓN RECHAZAR UNA INVIACIÓN ASÍ! — Más que el Senju, habló su efusividad, lo que, a pesar de algunas reticencias, terminó por convencer a su tía.
...
El viaje en barco había sido bastante movidito, una tormenta había azotado los mares que separaban Uzushio de su destino, lo cual propició que el Senju no saliera apenas de su camarote, más concretamente, del baño del mismo, pues se pasó casi todo el viaje abrazado al váter, con fuertes mareos.
— Bueno Riko, no te preocupes, ya hemos llegado. — Sonrió la mujer.
Aquello, lejos de tranquilizar al joven, no hizo más que minarle aún más la moral, aquel paisaje era desolador, todo nevado y un frío increíble, que hacían que no pudiera parar de tiritar, pero, dado que había sido él el que insistió en acudir allí, no dejaría que se viera que estaba arrepentido.
— Sí, esto es... bonito. — Se forzó a decir.
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La larga y helada espera culmino cuando, desde el otro lado del alba, aquella parte del cielo que aun yacía a oscuras, apareció el vehículo por el cual un grupo de unas veinte personas estaban esperándo mientras se congelaban.
—No es lo que esperaba —dijo el peliblanco, al verlo acercarse—, es mejor.
El trineo era una estructura enorme, de unos diez metros de largo y dos de ancho. Se deslizaba con insospechada velocidad a través de la escarcha, dejando surcos profundos en la no tan profunda nieve que había cerca del puerto. El mismo era movido por lo que parecía ser una disciplinada jauría de feroces lobos de las nieves, fuertes y salvajes, como debían de ser para sobrevivir en aquellas tierras. El vehículo lucia impresionante moviéndose sobre la blanca llanura mientras dejaba tras de sí una nube compuesta de partículas heladas.
—¡Alto! —grito el cochero, oscilando y chasqueando un grueso látigo.
Los animales de tiro se detuvieron en el acto, quedando cerca del impresionado grupo de pasajeros que yacían visiblemente emocionados. Después de todo, estaban allí para ver cosas exóticas como aquella.
—Una enorme carreta sin ruedas que se desliza por sobre la escarcha, y que en lugar de caballos utiliza lobos feroces para halar de ella… Cielos, es el primer día y ya me han impresionado.
—Ciertamente mi señor, parece algo como sacado de un cuento sobre hadas invernales —reconoció Naomi, quien también yacía deslumbrada.
El conductor bajo de un brinco y grito con voz áspera:
—¡Preparen sus cosas, en una hora partimos!
Y así, todo el mundo se puso en marcha: El cochero se dedico a alimentar a sus criaturas y a quitar, a punta de mazazos, los cúmulos de hielo que se había formado en la estructura del trineo. Por otro lado, una escuadra de silenciosos porteadores se dedico a llevar hasta el interior todas las posesiones de quienes estaban esperando, maleta tras maleta de cachivaches y harapos que consideraban innecesarios e inútiles en aquella región. De hecho, la gran mayoría de visitantes se mantenían vestidos con capaz finas y trajes de moda que poco o nada tenían de efectivos contra los vientos glaciares. En cambio, los atavíos de los nativos lucían desastrosos e incómodos a ojos turistas, pero lo cierto es que, pese a lo feo, funcionaban extraordinariamente bien.
—¡Todos a bordo! —exclamo el cochero, cuando vio que todos los preparativos estaban listos—. ¡Próxima parada, Hakushi!
La gente comenzó a abordar torpe y lentamente en el vehículo. El Hakagurē pudo apreciar que el techo era de cuero sin curtir, tosco, pero efectivo como cobertura. Cuando todos estuvieron a bordo, bajaron la cortina de piel de la parte trasera y comenzaron a andar, primero lento y luego cada vez mas rápido a medida que se adentraban en las frías llanuras. Dentro era considerablemente más cálido que en el exterior, pero aun así nadie se atrevería a quitarse sus bufandas por temor a que se les congelasen los cuellos.
El espadachín paseo su mirada por el interior y solo encontró rostros cubierto y cuerpo temblorosos, iluminados por una tremula llama proviniente de una pequeña lampara de aceite. Solo le quedaba esperar a que el viaje concluyera, pero mientras tanto se sabría afortunado al poder remover un poco las pieles que formaban las paredes, para echar un vistazo hacia afuera, cosa que cualquiera otro podría imitar si así le apetecía, para disfrutar de un inusual espectáculo helado.
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Seguíamos en el puerto esperando el dichoso trineo, que por más que agudizase mi vista y buscara por todo el perímetro, no encontraba absolutamente nada más que nieves a los alrededores, ni siquiera un diminuto rastro, sombra o parecido a algún vehículo moviéndose.
”¿A qué hora nos vienen a buscar?” Me preguntaba, como sí realmente supiera la respuesta de ello.
Hazegawa se había quedado sentado en uno de los bancos cercanos, recostándose y cerrando los ojos, realmente debía sentirse pésimo para tener aquella actitud tan deplorable, incluso me atrevía a pensar que pudiera quedarse dormido en cualquier momento.
Aunque caminé por los alrededores y visualicé, sin prestar mucha atención a la gente restante, no había nada interesante, este viaje sería como unas vacaciones y debía descansar y relajarme. Haría lo que todo niño, no shinobi, de mi edad haría: un muñeco de nieve.
Como todo un infante, empecé a empujar la primera bola de nieve, que en unos pocos minutos y con gran esfuerzo estaba agarrando ya un buen tamaño.
— ¡Alto!—
Aquel gritó, y el ruido previo, de una manada arrastrando algo en medio de la nieve, me hizo voltear y ver el tan esperado trineo; realmente era una forma muy diferente a lo que me esperaba, el avance seguía llegando a los lugares más olvidados, como me parecía esa isla.
—Haze!— Corrí en busca de mi hermano para notificarle. —¿Ya viste el trineo? Tiene un aspecto…— Dudé ante de terminar la oración, buscaba la palabra apropiada.
—Me quiero morir, déjame— Me cortó de una, su voz sonaba apagada y sin ánimos. —Despiértame cuando nos vayamos. — Dijo sin más y cerró los ojos en señal de: “peligro, no molestar”.
Los minutos pasaron volando, el muñeco terminó a medias, con solamente tres bolas en línea, iba quedando bien, pero todo se terminó cuando todos empezaron a subir en el trineo y evidentemente no íbamos a perderlo. —Ya es hora, vamos— Dije, moví el hombro del ojiblanco, alejándolo de Morfeo. —Nuestras pertenencias ya están en el vehículo, solo falta entrar, creo que somos los últimos apura.— Insistí.
Hazegawa, lejos de moverse veloz, como siempre, dio pasos lentos, de aquellos que te pegaban la pereza por más que no quisieras. Con un gran bostezo advirtió que seguiría durmiendo por todo el camino y ambos tomamos nuestros asientos.
Qué cálido, ¿Quién lo diría? Pensé al notar la diferencia de temperaturas, no es que fuese un horno, ni mucho menos para desabrigarme, pero se sentía agradable ahí adentro. La mala iluminación llamó mi atención, si ese trineo fuese de Ame tendría unas buenas luces de neón, dejando todo bien iluminado, pero no se podía exigir mucho a un viaje gratis.
El trineo empezaba a agarrar buena velocidad, era buena señal, quería ver aquel hotel de lujo con mis propios ojos y de ser posible disfrutar de todos sus servicios. Los misterios y secretos que podía ocultar ese lugar poco me importaban, y sí realmente tenía mala fama sería cuestión de comprobarlo, ver para creer… Aquello era muy cierto.
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La espera se le hizo eterna, quizás debido a que el frío que hacía no solo congelaba sus huesos, si no que también hacía lo mismo con el tiempo, pero, pasado un rato, sin saber exactamente cuanto, a lo lejos, se pudo empezar a vislumbrar una figura que se acercaba, tirada por una jauría de imponentes lobos, de esos que si te encuentras siendo salvajes, huirías con todas tus fuerzas, pero aquellos parecían domesticados, por lo que no había riesgo alguno.
— Mira cómo mola, tía, son lobos los que tiran del carro, que increíble. — Dijo el joven, con un brillo en los ojos que demostraba lo impresionado que se encontraba.
— Pues sí, la verdad que es, cuanto menos, sorprendente. Le replicó Akiko, sonriente.
—¡Alto!
Y, a la orden, los cánidos empezaron a disminuir la velocidad, hasta tal punto que quedaron parados frente a toda la gente que se encontraba allí esperando.
—¡Preparen sus cosas, en una hora partimos!
Y tras estas palabras, unos hombres se dedicaron a colocar las maletas de los pasajeros en el interior del trineo, mientras el conductor se dedicó a cuidar y alimentar de los lobos que, como era lógico, estarían cansados de tirar de aquel carruaje, por lo que tenían que cuidarlos bien.
—¡Todos a bordo! ¡Próxima parada, Hakushi!
A la señal, los pasajeros comenzaron a subir al trineo, donde, a pesar del mal tiempo que les asolaba, se estaba extrañamente más calentito. Riko tomó asiento junto a su tía, y se dedicó a observar a los que compartían escena con él, parándose, de repente, en un muchacho, de aparentemente su edad, pero, se detuvo en él por un motivo.
— Ko... ¿Kotetsu? — Preguntó, extrañado de encontrarse con alguien de su misma villa en un lugar como aquel.
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10/05/2017, 05:36
(Última modificación: 10/05/2017, 17:44 por Hanamura Kazuma.)
El vehículo avanzaba con buena velocidad, dando pequeños tumbos de vez en cuando. En su interior apenas se podía ver la silueta de los otros pasajeros, arrebujados sobre sí mismos para mantener cerca el vital calor.
El piloto se asomo un momento al interior y grito algo un tanto difícil de comprender:
— ¡Se acerca una leve ventisca, prepárense!
Kōtetsu asomo su cabeza tanto como pudo a través de la abertura. Miro el camino que tenían por delante, y solo pudo ver una enorme nube blanca y helada que se movía a ras del suelo con gran velocidad. No comprendía de que se trataba, pues la palabra ventisca le era desconocida, pero le pareció suficientemente amenazante como para devolverse al interior y acomodar las pieles como estaban anteriormente.
De pronto, el trineo se sacudió como si fuese golpeado por una tempestad rugiente. La velocidad disminuyo un poco, pero en ningún momento se detuvo. La estructura se agitaba con fuerza, amenazando con despedazarse, y por la más mínima de las hendiduras se filtraba un frio colérico. Por si no fuese suficiente, la poca luz diurna que les llegaba desde afuera se opaco hasta dar la impresión de que estaban en medio de un crepúsculo helado. Y el aullido de los feroces vientos cargados de escarcha impedían que cualquiera pudiese conciliar un poco de tranquilidad.
— Tranquilos, es solo una pequeña tormenta veraniega —aseguro uno de los hombres que les acompañaba a bordo.
El sujeto era bajito y fornido, un nativo de aquellos que se habían encargado de subir las maletas al trineo. Tomo un pequeño frasco y se dispuso a alimentar la lámpara que les proporcionaba un poco de luz y nada de calor. La llama se avivo, trayendo consigo un ambiente un poco más iluminado y confortable. Habiendo hecho eso, el hombre tomo una caja y la coloco en el centro, quedando parcialmente iluminado por el candil encima de él, se sentó encima y se cubrió con una gruesa y cálida piel que arrastraba consigo.
— Puede que esto dure un rato, señores, y aun nos falta mucho para llegar al pueblo —aseguro, con cierto tono de diversión—. ¡Pues bien! Esta es una buena oportunidad para contarles una historia y que aprendan un poco sobre nuestro pueblo... ¿Que les parece?
El sujeto esperaría a que todos dieran su aprobación, y que prestaran atención, antes de comenzar su relato.
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"Que buen ritmo lleva"
Aquella jauría de lobos tenían una potencia increíble y movían el trineo con gran facilidad, con esa velocidad me atrevía a decir que llegaríamos en poco tiempo, aún sin saber en donde estaba el dichoso lugar al que nos dirigíamos. Todo iba perfectamente hasta que una advertencia se manifestó.
—¡Se acerca una leve ventisca, prepárense!
Casi al instante pude sentir el azote de la ráfaga nívea que nos azotó, bueno no al instante en sí, pero poco después. Miré a Haze y él estaba más que dormido, ni se inmutó ante la alerta, seguro Morfeo lo tenía raptado en lo más profundo de su laberinto.
La reducción se velocidad se notó, pero afortunadamente no nos detuvimos, no obstante el pequeño candelabro de aceite disminuyó su luz casi hasta extinguirse dando una sensación mucho más gélida y la bienvenida a las llanuras de hielo, tuve un recuerdo fugaz a mi viaje al norte de Amegakure, el clima era exactamente el mismo. No obstante la ventisca parecía poderosa y amenazadora ¿debia prepararme para cualquier imprevisto? La respuesta era más que obvia, sí.
—Tranquilos, es solo una pequeña tormenta veraniega —
Rápidamente este sujeto se ganó mi atención, estaba casi seguro que era uno de los hombres que ayudó a montar el equipaje en el trineo, fue este quien se encargó de avivar la llama de la linterna, pero no fue ni la sombra de lo que en un momento llegó a ser, la constante brisa amenazaba su flama, ya no tan pequeña.
— ¡Pues bien! Esta una buena oportunidad para contarles una historia y que aprendan un poco sobre nuestro pueblo... ¿Que les parece?—
Prácticamente fui el primero en repicar, una distracción sería lo ideal para olvidarnos de la tormenta que en ese momento ocurría a nuestro alrededor, tuve un fugaz pensamiento en aquellos lobos, pero estaban adaptado a ese clima mucho más que yo así que mi preocupación se desvaneció de forma fugaz. —Tiene toda mi atención.— Alcancé a decir, pero en ese instante la nieve aprovechó para acumularse en mi boca, y la sensación de frío inminente me estremeció, limpié un poco mi rostro ya que la escarcha empezaba a palidecer mi piel, observé a los demás viajeros pero parecían estar en la misma condiciones.
"Vaya tormenta veraniega... No me quiero imaginar las de invierno"
Sin ganas de que la nieve volviese entrar en mi boca me quede viendo, en lo posible y limpiando mi rostro cada que podía, al señor para no perderme ningún detalle de la historia.
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Byakugo no In: Inicio 19/04/2018
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Para sorpresa del uzunés, aquel carruaje tirado por una jauría de lobos llevaba un ritmo considerable, teniendo en cuenta que estaba repleto de gente y de sus respectivos equipajes, lo que no hacía más que demostrar la potencia física de aquellos cánidos que, a fin de cuentas, estarían entrenados para aquello. De vez en cuando un movimiento brusco del carro hacía que, o bien Riko se avalanzara sobre el pasajero que estaba sentado a su lado, o viceversa.
—¡Se acerca una leve ventisca, prepárense!
Ante el aviso, fueron varios los pasajeros que decidieron asomarse para ver qué era lo que sucedía, y, de repente, el carro comenzó a sacudirse como si varias personas lo estuvieran agitando desde fuera, y la velocidad del mismo disminuyó, lo cual preocupó al joven Senju, que acomodó aún más sus ropas para evitar el máximo frío posible, dado que, debido a la ventisca, un frío polar se había hecho dueño del interior del carruaje.
—Tranquilos, es solo una pequeña tormenta veraniega
Riko sonrió, ellos allí pasando un frío de narices y el hombre estaba tan tranquilo, abrigado, por supuesto, pero tranquilo. Entonces el hombre avivó un poco más la lámpara que iluminaba la estancia, y el peliblanco no hacía más que rezar porque aquel pequeño foco de luz, calentara un poco, aunque no tenía demasiadas esperanzas en ello.
—Puede que esto dure un rato, señores, y aun nos falta mucho para llegar al pueblo. ¡Pues bien! Esta una buena oportunidad para contarles una historia y que aprendan un poco sobre nuestro pueblo... ¿Que les parece?
Riko miró a su tía, no tenían nada mejor que hacer por lo que escuchar una historia y así aprender un poco sobre el lugar que iban a visitar que, para Riko al menos, era completamente desconocido, no había leído nada sobre él y la curiosidad era algo que le comía por dentro.
—Tiene toda mi atención.—
Un chico fue el primero en responder al hombre, y el Senju, aunque permaneció callado, puso toda su atención en el hombre, esperando a que éste comenzara su historia.
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—Esta es la historia de Hakushi, de mi gente y de cómo llegamos aquí… Pero principalmente es sobre como sobrevivimos en estas tierras heladas y como las hicimos nuestras.
Aquel sujeto se arrebujo en su puesto, tratando de ponerse cómodo a pesar de la gélida situación. Aclaro un poco su suave pero nítida voz y, a la media luz amarillenta de aquella lámpara, comenzó su relato:
—Hace mucho tiempo, mas del que cualquier registro histórico pudiese corroborar, llegamos desde un continente asolado por la destrucción y el fuego de la guerra. Eran tiempo oscuros, y en cualquier lugar que pudiese florecer la vida también lo hacia la muerte. El hombre se reunía en grandes grupos armados cuya única finalidad era acabar con sus semejantes… Aquello no era una guerra, era un epidemia de locura que infecto la mente de los seres humanos mostrándoles futuros imposibles en las danzantes llamas de la destrucción.
»Siendo nuestro pueblo uno de los pocos que aun permanecían puros, decidimos escapar de la demencia colectiva. Dejamos muchas cosas atrás, incluidos nuestros conocimientos ancestrales y nuestra propia identidad…, cosas inútiles en lo poco que quedaba de mundo. Vagamos durante mucho tiempo, en busca de un sitio en el que pudiésemos hallar la paz, pero parecía que estábamos condenados a sucumbir ante la crueldad del mundo.
»Sin embargo, un día, un sabio nos hablo de una lejana y oscura tierra, un pavoroso recuerdo de su juventud. Mucho nos advirtió de que aquella no era una región que pudiese ser habitada por el hombre, pues estaba muerta y era reservada para seres antiguos e incomprensibles, que adoraban a dioses mucho más crueles que los nuestros. Mucho dudamos, pero al final una idea se impuso en nosotros:
»“Para salvarnos de la locura humana, hemos de huir hasta un lugar en donde los humanos comunes no puedan llegar, pues su delirio les impulsa a buscar y destruir la vida… Huyamos pues aun lugar desolado, donde la muerte oculte nuestra existencia. Hagámonos muertos, ya que es la única forma de evitar la locura.”
En ese entonces, ninguno comprendía lo oscura y fría que podía llegar a ser la muerte.
El hombre se detuvo un momento para descansar, pues con aquellas temperaturas el mantener su voz por encima de la ventisca requería un enorme esfuerzo. Se detuvo y miro a cada uno de los pasajeros, en busca de aquellos que estuviesen prestando atención.
—¿Les parece si continuo? ¿O mi vieja historia les aburre demasiado? —pregunto, con aire de hacerse el difícil.
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El hombre se puso cómodo y empezó a narrar la historia que rápidamente me embelesaría, estaba hablando de su pueblo, su gente, debía conocer muy bien los detalles.
— Aquello no era una guerra, era un epidemia de locura que infecto la mente de los seres humanos mostrándoles futuros imposibles en las danzantes llamas de la destrucción.
Esas palabras se quedaron en mi mente unos segundos más que las primeras, mi mente empezó a volar al son de su cuento, nada más con el hecho de imaginarlo causaba cierto temor, muy pequeño, pero ahí estaba, una sensación de inseguridad, ¿qué debía hacer sí ocurría algo similar?
No obstante, continué atento a sus palabras.
—Dejamos muchas cosas atrás, incluidos nuestros conocimientos ancestrales y nuestra propia identidad…, cosas inútiles en lo poco que quedaba de mundo. Vagamos durante mucho tiempo, en busca de un sitio en el que pudiésemos hallar la paz, pero parecía que estábamos condenados a sucumbir ante la crueldad del mundo.
"Perdieron su identidad..." Pensé con un poco de tristeza, me reflejaba en su historia y sentía como sí hubiera tenido que vivir aquello, sobre todo por la crueldad, personalmente no había sufrido mucho, pero venir de un orfanato no era nada fácil.
—Un día, un sabio nos hablo de una lejana y oscura tierra, un pavoroso recuerdo de su juventud. Mucho nos advirtió de que aquella no era una región que pudiese ser habitada por el hombre, pues estaba muerta y era reservada para seres antiguos e incomprensibles, que adoraban a dioses mucho más crueles que los nuestros.
"Un sabio... ¿Quien podrá ser?" Me dije, me estaba metiendo mucho en la historia ¿quien me decía que todo aquello era cierto? Me puse un poco escéptico, pero no había nada mejor que hacer.
—Huyamos pues aun lugar desolado, donde la muerte oculte nuestra existencia. Hagámonos muertos, ya que es la única forma de evitar la locura.
Nuevamente sus palabras retumbaron en mi mente "¿Se puede evadir a la muerte?" tras breves milisengundos de deliveración llegué a la conclusión " No... La atrasas, pero te encontrará, incluso si te haces pasar por muerto"
—¿Les parece si continuo?
—Continue.— Expresé mientras me cubría más con la bufanda.
No sabía si era o no cierto, pero estaba entretenido y incluso ya se me estaba olvidando que estaba viajando a ese pueblo y que afuera había una tormenta.
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Byakugo no In: Inicio 19/04/2018
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El hombre, una vez sentado en la caja que colocó en el suelo, y viendo que varias personas le habían dado su aprobación, y otras tantas le prestaban toda su atención, empezó a relatar aquella historia que, desde el principió captó la atención el Senju, que si ya de por sí le gustaban las historias, el ambiente que se daba en aquella ocasión era muy favorecedor para contarlas.
El hombre fue hablando, y cada palabra hacía que Riko se olvidara un poco del frío que estaba pasando, pues todo su ser estaba centrado en escuchar la historia, cuya trama era digna de un libro de aventuras de los que él leía.
—¿Les parece si continuo? ¿O mi vieja historia les aburre demasiado?
El hombre pareció no tener muy claro si la historia estaba siendo escuchada, a fin de cuentas, era difícil suponer nada pues prácticamente no se les veían las caras.
—Continue.—
La misma voz de antes le instó a continuar, y esta vez Riko no se quedaría callado.
— Sí, por favor, siga.
~ Narro ~ Hablo ~ «Pienso»
Nivel: 10
Exp: 396 puntos
Dinero: 1950 ryōs
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Viendo la buena reacción de quienes deseaban seguir escuchando sus palabras, el anciano decidió proseguir con su relato:
—Cruzamos el mar, en dirección al sol saliente, y durante meses navegamos por aguas misteriosas. Nuestro destino se encontraba cerca, y la cada vez menor temperatura nos confirmaba el rumbo.
»El viaje culmino cuando llegamos a la helada tierra prometida, un sitio cubierto de blanco. Las llanuras y las montañas yacían congeladas y ocultas bajo impenetrables capas de nieve. Si, lucia hostil y amenazadora, pero en su extensión no había macula alguna de la demencia de la cual huíamos. A su manera, aquella tierra era el pacifico hogar que tanto estábamos buscando.
El trineo se sacudió con violencia y la llama de la lámpara casi muere al ser acuchillada por el aire frio de la ventisca. Sin embargo, el sujeto no mello en su tono o ritmo, continuo con su relato con aun más fuerza y atmosfera.
—No tardamos mucho en establecernos y volvernos parte de la región. En aquel entonces la vida lucia prometedora: Encontramos un buen emplazamiento para nuestra aldea, teníamos un mar rico en criaturas necesarias para nuestra existencia y debajo del hielo encontramos las riquezas minerales de la tierra. Y lo más idílico era que no había rastro alguno de la guerra que nos había desplazado. Pero en nuestra arrogancia nos permitimos creernos dueños de una tierra en donde éramos unos intrusos recién llegados. Nuestra soberbia nos hizo olvidar las advertencias de aquel sabio que nos conto sobre aquel sitio.
»Nuestra presencia no paso inadvertida para los otros, seres tan antiguos como los mas prístinos glaseares. Había una razón por la que la vida humana no se había establecido por aquellas tierras, y era porque se nos consideraba una plaga… Y nadie se quedaría impasible mientras una peste se escabullía en su hogar.
Una ráfaga de aire helado se coló por una hendidura y apago la lámpara que mantenía medianamente iluminado el interior del vehículo. Todo se sacudió y el sujeto callo de su asiento. Pese a esto, busco como reacomodarse para continuar con su relato, aunque el frio y la oscuridad tratasen de impedírselo.
Nivel: 16
Exp: 28 puntos
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No fui el único en aprobar la continuación de la historia, otra voz se escuchó, pero no pude reconocer dónde se encontraba la persona que lo emitió, y los demás parecieron asentir solamente con la cabeza.
Seguí imaginando todo lo que el señor narraba, desde la llegada a las llanuras heladas hasta lo último que expresó, pero ciertamente aquellas tierras no daban tregua, incluso ahora que ya estaban acostumbrados a vivir ahí, una fuerte tormenta nos azotaba y la calidad del movimiento del trineo disminuyó, así como el calor del interior, prácticamente no había ninguno en ese momento.
”El ser humano siempre ha sido una plaga” Estuve muy de acuerdo con la última afirmación, de cierta forma atentaba contra mi propia existencia, pero no podía estar más de acuerdo con ello.
Una nueva embestida azotó a nuestro transporte, casi acaba con el poco e inexistente calor de la lampara de aceite y nos dejo prácticamente ciegos a todos los que ahí nos transportábamos, pero todos parecían acostumbrados, nadie se inmutó, o eso pude percibir. No hice más que acurrucarme entre mis ropajes en busca de un poco más de calides.
Hablo - "Pienso" - Narro
Color de diálogo: Limegreen
Byakugo no In: Inicio 19/04/2018
Nivel: 13
Exp: 12 puntos
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Riko atendía casi sin pestañear a la historia del hombre, que le provocaba sentimientos encontrados, un ansia de seguir escuchando que a veces se veía cortada por la intuición de que aquella historia no iba a acabar muy bien, al menos, esa era la pinta que tenía.
Una fuerte sacudida interrumpió levemente la historia, y el Senju casi tuvo que sostener al pasajero que viajaba a su lado a no caer, lo cual habría sido en parte gracioso, pero no quería cortar el ritmo de la historia, por lo que era lo mejor.
El hombre, a pesar de la interrupción, continuó firme, hablando como si nada hubiera sucedido y algo caló hondo al peliblanco.
Nuestra soberbia nos hizo olvidar las advertencias de aquel sabio que nos conto sobre aquel sitio.
Aquel era uno de los grandes problemas de la humanidad, la soberbia, y era uno de los errores más comunes que llevaban a grandes naciones a la ruina por lo que, poco a poco, sus sospechas sobre el final de la historia se iban haciendo más reales. Una fuerte ráfaga de aire volvió a sacudir nuevamente el carruaje, tirando de su asiento al hombre, que, tras unos segundos, volvió a sentarse, dispuesto a continuar su historia. Riko, por su parte, volvió a ajustarse aún más sus ropas, pues cada vez notaba más como el frío le entraba en los huesos.
~ Narro ~ Hablo ~ «Pienso»
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