Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Entre vísceras, carne y agua roja, Kaido tuvo una visión. El tiempo se detuvo a su alrededor, y los ojos se le perdieron en las profundidades del mar, mientras su mente viajaba a otro lado. En el plano terrenal, su cuerpo seguía ahí; pero su alma, ahuyentada por el dolor que sentía en los linderos de su tatuaje, recaló en una cabeza que no era suya. Sólo entonces lo entendió en su totalidad. Era la primera vez que lo sentía en carne propia y que comprendía la verdadera conexión existente entre todos los miembros de Dragón Rojo, y del por qué. El tatuaje era sumamente poderoso. El Fuuinjutsu escondido en sus trazos de tinta místicos daba un sentido literal a que aquél Dragón ... tuviera ocho cabezas unidas en un sólo cuerpo.
Un cúmulo de sentimientos y sensaciones ajenas le invadieron, también. Al principio no sabía a cuál de los ocho pertenecían, hasta que llegó a la parte de los sueños no cumplidos. Sueños que compartía de una manera más profunda con una sola persona. Con...
Oyó la voz. Era una voz conocida. Era la voz rasposa y gutural de una bestia que creía bien enjaulada. Era Akame. Luego, la de Ryu. Recitando las mismas palabras que recibió alguna vez un hombre llamado Katame luego de caer ante la voluntad del Tiburón.
La visión le trajo consigo una inequívoca realidad. Un rostro parcialmente quemado, ataviado de vendas y con ojos de demonio. Era él. Había matado a Shaneji el muy hijo de puta. A su Hermano de Agua. Se la había jugado, se la había jugado, se la había...
Su cuerpo azul, inerte en las profundidades del océano, se tensó hasta que creyó partirse en dos. Los dientes apretados y llenos de sangre. La ira consumiéndole en un arrebato que se debatía a su vez con los entramados del Bautizo Draconiano. Le habían matado a un buen amigo, ¿pero y qué era lo mejor para Sekiryu? ¿qué pensaba realmente el fuuinjutsu, que no era sino el maestro de hilos que controlaba las acciones del gyojin?
Se sentía traicionado. De todas las puñaladas que podría recibir de Akame, aquella era la que más dolía.
Entonces, ¿qué iba a hacer?
Preguntarse. Preguntarse qué tan ansioso habría estado Uchiha Akame de ocupar un escaño de poder en la jerarquía de su organización como para cometer semejante agravio hacia la persona que lo sacó de lo más profundo de su infierno personal. El que le dio un nuevo nombre, una nueva vida y, sobre todo, una nueva oportunidad.
Ahora tenía que ganársela por su propia cuenta. Enfrentando sus mayores temores, y dejando atrás los subterfugios. Las vendas no iban a ser suficientes. No esa vez.
—No. No Suzaku.Uchiha Akame. Campeón del torneo de los Dojos. Renegado de Uzushiogakure no satou y... un adicto al omoide.Atentos a su verdadera naturaleza. No confiar en él hasta el bautizo.
Luego, se dejó estar en el agua. Asimilándolo.
El mar se despedía de un compañero. De Hozuki Shaneji.
Daseru se estaba dando una buena comilona. Un verdadero manjar, para recargar energía como el gran tiburón que era. Ellos no habían ido por una cría, ni por un viejo o enfermo, no. Eso era para débiles. Ellos habían ido a por un macho en su máximo apogeo, y eso significaba mucha, pero que mucha carne.
No obstante, sus ojos vagaron por el océano, extrañado de que Kaido no se uniese al festín. Fue entonces cuando lo vio: medio inconsciente, flotando.
Giró sobre sí mismo y nadó hasta él, dejando un rastro de sangre tras de sí.
—Eh, Kaido, ¡Kaido! ¿¡Qué te está pasando!? ¡Oye, escualo! ¡¡Escualo!!
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La voz de Daseru le sacó de su luto. Abrió los ojos, parpadeó un par de veces, y sonrió; dejando escapar una estela de sangre y burbujas que se arremolinó entre carcajadas que se perdían insonoras entre corrientes marinas. Aleteó las piernas para recuperar la compostura y dejó caer sus orbes cristalinos en los pequeñísimos puntitos que tenía la invocación como ojos con sumo pesar.
—Es Shaneji —dijo. Tenía que soltarlo, o el peso de plomo que significaba guardar aquél secreto no le iba a permitir nadar en libertad—. lo han asesinado.
Por un segundo, Daseru no se inmutó. Por un segundo, Kaido creyó que al tiburón le importaba tres pepinos. Que la noticia le había afectado tanto como que le hubiese dicho que mañana iba a llover.
Luego llegó el bocado. Al agua, eso sí. Porque si hubiese sido a Kaido, ahora mismo estaría partido en dos. Los dientes de Daseru se cerraron con tanta fuerza que el agua a su alrededor vibró.
—¡Se lo dije! —rugió, mientras no paraba de moverse, de subir, de bajar, de dar vueltas sobre sí mismo, demasiado eléctrico y furioso como para mantenerse quieto—. ¡Le dije que esa banda de dragones no iba a traerle más que la ruina!
¿Por qué coño no le había hecho caso? A él, que le había salvado la vida cuando no era más que un niño. Que había ejercido de mentor y de padre más de lo que su propio padre biológico había hecho jamás. Él que había estado siempre que le había necesitado, ayudándole a crecer. A sobrevivir.
¿Por qué?
—¿¡Quién fue!? ¡¿Quién fue el diente que hincó su cuello?!
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—Alguien que ansiaba convertirse en un Cabeza de Dragón, también —volvió a mirar a Daseru—. no perdamos más el tiempo, Daseru-san. Necesito ésto. Llévame ante la reina, le voy a demostrar mi valía, y con vuestro poder... voy a vengarlo.
Ah, putos dragones. Lo sabía. Sabía que iba a ser el motivo de su final, de una manera u otra.
—Me habló de ti, ¿sabías? Cuando te estaban haciendo no sé qué bautizo de mierda de delfín. Me dijo que no tenía dudas de que eras el elegido. De que juntos haríais cosas grandes. Cosas que ningún humano había creído posible. Que cambiaríais las reglas del juego. Que romperíais lo establecido.
Y todas esas promesas se habían consumido como la ceniza. Habían sido comidas por un pez mayor. Daseru estaba acostumbrado a verlo, a vivirlo, a ser él el que se comía al pequeño. Pero siempre había uno más grande. Siempre. La Reina del Océano. Ese nuevo Cabeza de Dragón. Siempre aparecía uno.
Aunque saberlo de antemano no hacía que fuese más fácil aceptarlo. Era como los delfines, sabías que su carne era algo dura, pero esa certeza no iba a ayudar a tu estómago a digerirlos mejor.
Dio un coletazo. Se le había quitado hasta el hambre. Y eso era como para un humano decir que estaba de luto.
Callado, emprendió la marcha de nuevo.
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Fue entonces cuando entendió que ese hijo de puta de Shaneji se había convertido realmente en un hermano, y que la palabra no quedaba sólo en una curiosa manera de recalcar la símil apariencia que les unía, junto a su clan. Las vivencias de aquél par de Hozuki desde su primer encuentro allá en las Aguas Termales, hasta su bautizo y semanas posteriores a ello. Las promesas, los sueños no cumplidos. Los objetivos trazados. Tal vez nunca los compartió del todo, tal vez fingió querer exactamente lo mismo para llegar a Dragón Rojo.
Daba igual.
—No te quepa duda, Daseru. Que voy a romper lo establecido como ningún ninja lo ha hecho en este puto mundo.
Ah, eso ya se vería. El tiempo era quien daba o quitaba la razón, y en el caso de Kaido, todavía era muy temprano para decirlo.
• • •
Estaba atardeciendo. Habían nadado sin descanso, a buen ritmo, cruzando el océano hasta aproximarse a una pequeña isla. Una de esas que ni aparecían en el mapa, pero que los humanos llamaban…
… Isla Monotonía.
Su objetivo, no obstante, no era dirigirse a ella. No directamente, claro, sino a una cueva submarina que había en sus profundidades. Estaban llegando…
Kaido lo olía.
Kaido lo sentía.
—¿Cómo vas? —preguntó Daseru, consciente de que no había comido ni bebido nada en todo el día. Todavía recordaba el primer día que había llevado a Shaneji allí, y lo mucho que había sufrido en silencio por aquellas condiciones.
Kaido podía ir directamente a ver a la Reina del Océano…
… o podía hacer una paradita en la isla a tratar de reponer fuerzas.
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Kaido siempre creyó fervientemente que estaba preparado para vivir en el océano cuando su alma así lo pidiera. Tenía en mente que, algún día, cuando no tuviese más que una irrisoria soledad en Oonindo, lo único que le quedaría por hacer sería sumergirse en el mar y encontrar nuevos horizontes allí en sus oscuras y vastas profundidades. Pero cuando un tiburón lleva demasiado tiempo fuera del agua, acaba perdiendo facultades.
Poder respirar con sus branquias era un beneficio innegable para todo aquel que se hiciera llamar Umi no Shisoku. Las condiciones para adaptarse totalmente a vivir ahí abajo eran otro tema. La piel debía adaptarse a las corrientes y a las distintas temperaturas de los mares que estuviese navegando. La resistencia también era muy importante, pues romper la fuerza que genera el agua en nado continuo generaba un desgaste mucho mayor que simplemente caminar. Así que la pregunta de Daseru provenía de estas realidades. De que Kaido, las allá de la caza; no hubiera probado un bocado en todo el día.
El tiburón se detuvo en seco para tomarse un respiro, tratando de mermar la fatiga. Y ahora Ante él se presentaban dos opciones que, sin duda alguna, podrían cambiar el curso de su historia. La nostalgia le invadió por apenas un segundo, al reconocer esa isla, en la que había tenido su primera aventura con Datsue y... Akame. El estomago se le revolvió por un instante, ante la disyuntiva de elegir entre visitar esa isla maldita para recobrar fuerzas —que bien las iba a necesitar para los desafíos que tendría que afrontar una vez estuviera frente a la Reina—. O continuar el viaje, asumiendo que estaban muy pero muy cerca; con los riesgos que eso conllevaba.
Lo meditó en silencio durante al menos un minuto.
—Sera mejor que continuemos. Esa isla esta maldita, no pienso meterme ahí. Tendré la oportunidad de conseguir comida cuando lleguemos a nuestro destino?
—A la mierda —dijo, entre burbujas de aire que se escapaban ansiosas entre sus branquias mientras dirigía su curso hacia la isla—. no puedo dejar mi destino a la suerte. Esto no es como echar una puta moneda al aire. Conseguiré algo de comer y volveré de inmediato.
>>eso si, espérame atento por si tengo que salir cagando leches de aquí. La última vez que estuve en esta isla... bueno, las cosas se torcieron más de lo que le gustaría admitir.
Gente loca, pagana y sedienta de sangre. Buscando sacrificios o víctimas para sus rituales de Luna roja. Oh, tenía que tener cuidado. Mucho cuidado.
Kaido tomó una decisión arriesgada. Podía ir a enfrentarse a su destino con el estómago vacío y físicamente mermado, o podía reponer energía en una isla que conocía demasiado bien. Una de la que había escapado con vida por los pelos. Pero él ya no era aquel ninja. No, dos años daban para mucho, y el joven tiburón que se había adentrado una vez en aquella isla había desaparecido para dejar paso a la sombra de un dragón.
Se adentró en el puerto, vacío, y se metió de lleno en la espesura de la niebla que casi siempre parecía envolver a aquel enigmático lugar. Sendero arriba, recorrió la misma calle que una vez había hecho en carruaje, acompañado de Datsue y Akame.
Le llevaron varios minutos andando a buen ritmo hasta divisar un cartel entre la neblina:
BIENVENIDOS A ISLA MONOTONÍA
El lugar donde nunca pasa nada
Más adelante, una agrupación de pequeñas viviendas se agrupaba entre diversas calles con idéntica separación, todas ellas con parcelas. Todas ellas idénticas.
¿Probaría suerte allí? ¿O continuaría, buscando la mansión en la que una vez había comido?
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23/05/2019, 13:46 (Última modificación: 23/05/2019, 13:47 por Umikiba Kaido.)
Cuando Kaido llegó al puerto, la nostalgia y el temor le invadieron al unísono. Le fue muy sencillo rememorizar a la horda de paganos que le seguían a el y a los Hermanos Uchiha con antorchas, listos para matarles. De hecho, siempre vivió con la duda de qué era lo que realmente estaba ocurriendo en esa isla, y de si ellos habían sido los únicos supervivientes a la locura que se desataba una vez te adentrabas en lo más profundo de sus terrenos.
Fue por esa misma razón que el gyojin creyó conveniente mantenerse lo más alejado posible del castillo, y tratar de conseguir algo de comida en alguna de esas casas idénticas en fabricación apiladas una al lado de la otra, donde la soledad habitaba junto a una espesa neblina que empezaba Justo después de el sinuoso cartel, que relataba una gran mentira: que allí en la Isla Monotonía no pasaba nada.
Kaido, desnudo en torso; trató de hacerse uno con la espesa bruma, tal y como había practicado con su Kirigakure no jutsu y pasar totalmente desapercibido. En clandestinidad, procuró probar en una de las primeras casas, acercándose a una de las ventanas y tratando de echar un vistazo adentro.