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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Akame negó con la cabeza. «Tenemos muy poca información sobre lo que realmente ha sucedido en ese faro como para sacar conclusiones precipitadas. Lo que sí está claro es que esas dos piedras que tienes en el bolsillo estaban impregnadas de chakra, Datsue-kun...» Instintivamente los negros ojos del Uchiha se fijaron en el bolsillo de Datsue, allí donde debían estar las canicas de marfil. «Joder, ni siquiera sabemos qué propiedades pueden tener... Nunca debí dejar que se las quedase».

Sea como fuere, el más joven de los uzureños no tardó en dar rienda suelta a su propio razonamiento para acabar —convenientemente— argumentando que debía ser Kaido quien entrase el primero. Por una vez, Akame tuvo que darle la razón sin discutir; el Gyojin había sido el único en librarse de aquella extraña técnica que les había afectado en el faro.

Ante la protesta del Tiburón, Akame se puso en sentadilla y luego se volteó hasta encarar la ventana al tiempo que sus ojos se teñían de rojo. Con un movimiento de su mano derecha, un kunai salió propulsado desde debajo de su manga. El Uchiha lo agarró con firmeza y luego, usando la punta del arma, empezó a trastear con la cerradura de la ventana hasta que sonó clic. Con ayuda de la parte plana de la hoja del kunai, Akame entreabrió la ventana.

Así —replicó mientras miraba al amenio.
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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La pregunta de Kaido no fue respondida con palabras, sino con hechos. Akame, con movimientos perfectamente medidos y precisos, abrió la cerradura de la ventana con la punta del kunai. «Joder, hasta en eso es un profesional. Pobre de las Uzureñas como sea igual de metódico con su otro kunai…»

Así.

Datsue, que era el más alejado de la ventana, dio un par de pasos hacia Kaido.

Vamos —le apremió, dándole un pequeño empujoncito, tal y como habían hecho con él momentos atrás en el faro. Luego, recordando que Kaido era un tipo orgulloso, preguntó:—. ¿Qué somos: tiburones o kusareños?
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¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



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Así.

Y tras un ligero clank, la cerradura cedió ante las maniobras de Akame. Él le miró, y Datsue le recriminó con un empujón, tal y como habían hecho con él anteriormente.

Kaido le observó la mano detenidamente, como si en cualquier momento fuera a arrancársela de un sólo mordisco. Luego sonrió, nervioso, sabiendo que tenía una tarea más importante que la de dejar mocho a Datsue.

—Si no vuelvo, decidle a a mi Kage que luché por ella hasta el final. Y que me encantan sus tetas. Que os den.

Y así, envalentonado; terminó de abrir la ventana y se sumergió, a paso lento, hasta el interior de la casa número siete.
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Incluso en mitad de aquella noche tenebrosa, metidos hasta el cuello en un barril de mierda y habiendo sido poseídos de forma totalmente inexplicable, el de Ame todavía encontró la forma de hacer uno de sus chistes. Akame no pudo evitar curvar la comisura de sus labios en una sonrisa, aunque duró poco. Tanto como tardó en recordar que estaban atrapados en una isla dejada de la mano de los dioses y que había alguien —o alguienes— que eran capaz de controlarlos a él y a Datsue como si fuesen muñecos de trapo.

La ventana crujió ligeramente al ceder ante la fuerza de Kaido, y el Gyojin se introdujo en la casa...

El interior estaba oscuro y no distaba mucho de lo que podría esperarse de una casa normal y corriente. Muebles, algunas estanterías y demás mobiliario. La habitación en la que se encontraba Kaido parecía un cuarto trastero, o un almacén de chismes, pues había un par de pilas de cajas de madera bastante grandes arrinconadas junto a la pared del lado derecho. Frente a él, una puerta abierta que daba a un pasillo y, al final de éste, el hueco de unas escaleras que descendían hasta que lo sería, presumiblemente, un sótano. Llamaría la atención del Gyojin la tenue luz amarillenta que subía desde ese hueco junto con unos cánticos sumamente parecidos a los que escucharan hacía un rato, en el faro.

Sin embargo, para el amenio el sigilo era todavía una asignatura mejorable. Al intentar moverse emitió un crujido más que audible y la respuesta no se hizo esperar. Desde su habitación, al otro lado del pasillo, Kaido pudo ver cómo una figura ataviada con una túnica negra con capucha subía las escaleras y empezaba a mirar alrededor, buscando el origen del sonido. Poco después, el encapuchado se dirigiría hacia la habitación donde estaba Kaido, al advertir que la ventana estaba abierta.
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Con ambos pies sobre el interior de la oscura habitación, el gyojin se permitió dar un rápido aunque profundo vistazo a los vestigios más evidentes del cuarto. Lucía como un hogar de lo más común, tan monótono como el nombre de la isla en la que había sido construida; dando la apariencia de una especie de almacén.

A su derecha, había un buen cúmulo de cajas amontonadas, además del mobiliario común.

Lo primero que llamó su atención, evidentemente, fue la puerta contigua —que abierta— daba hasta un largo pasillo conexo hasta el otro lado de la casa, de donde se veía despedida una tenue luz amarillenta desde el fondo de unas escaleras descendentes, hacia lo que sería probablemente el sótano de la casa. Y acompañando a la iluminación, el fatídico cántico de ritual que ya conocía muy bien, cuya melodía le había quedado bien grabada en la cabeza.

La posibilidad, aún sin comprobar nada, le hizo temblar. Y quiso retroceder, como si buscase la ventana para salir de ahí cuanto antes, y sin embargo... su falta de decoro para con éste movimiento hizo crujir el suelo, rompiendo con el silencio que envolvía el interior de la habitación y revelando la intrusión, probablemente, a quienes hacían el ritual.

«Palmé»

Pudo sentir la prisa con la que alguien ascendía desde el sótano, y poco antes de buscar él el resguardo ante el peligro inminente de que le descubrieran, pudo notar a la menuda figura de una persona cubierta en su totalidad por una túnica negra. Éste oteó el pasillo con prisa, hasta que dio finalmente con la ventana abierta. Para entonces, ya Kaido se encontraba arrinconado entre las cajas, inundando su cuerpo de chakra y acelerando así el proceso en el que toda su masa corporal mutaría tras los sellos respectivos, en una caja de madera similar a la del montón de pila en el costado derecho de la habitación. Entre el Henge, y la oscuridad de la noche, con suerte pasaría desapercibido ante la aproximación del enemigo.
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«Lo haré, Kaido. Lo juro por Shiona, en paz descanse»

No te abandonaremos, Kaido. Ve tranquilo.

Datsue puso la espalda recta y sacó pecho, cuadrándose. Estaba despidiendo a un héroe, a un kamikaze. Era lo mínimo que se merecía. Una vez el Ameriense desapareció por la ventana, sin embargo, al Uchiha no le faltó tiempo para huir de allí. No muy lejos, eso sí. Tan solo se desplazó de puntillas hacia la esquina de la vivienda, allí donde estaba la puerta trasera, y se pegó a la pared. Luego, sacó la cabeza por el lateral para seguir teniendo la visión de Akame y la ventana.

«¿Oyes algo?», quiso preguntar el Uchiha a Akame, pero sin emitir sonido alguno, tan solo moviendo los labios y señalándose el oído con un dedo, para luego apuntar hacia la ventana. A cada segundo que pasaba, mayor era la tensión que sentía. Tenía los sobacos de la camisa empapados en sudor y el corazón le dolía del frenetismo con el que le latía. Quería moverse, quería correr… pero en su lugar debía permanecer allí, a la espera y tan quieto como lo podía ser una piedra. Lo único que le quedaba por hacer era…

… rezar.

«Izanami, madre de todos los Dioses. Sé que recientemente pedí el favor a tu exesposo, y te pido perdón por ello. Me engañó, como te engañó a ti en el Yomi. Pero nunca más, lo juro. Solo te pido una cosa: no me lleves contigo todavía. Sé que soy demasiado blando, que mi cuenta de asesinatos no es muy abultada… Pero, ¿y mis asesinatos indirectos? Fíjate ahora mismo, por ejemplo. Con mi sola labia he mandado a un hombre a la horca. Y vendrán muchos más, lo prometo. Conmigo a este lado del mundo ganas más que estando yo en el Yomi. Así que, por favor, acepta a el sacrificio que te ofrezco: acoge a Kaido en tu seno, y perdóname la vida a cambio. Te lo suplico…»
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«¡Maldito cobarde!» Akame tuvo que contenerse para no abalanzarse sobre su compañero de Aldea y derribarlo en el acto por la simple razón de que habría hecho demasiado ruido. Por eso mismo se contentó con lanzarle una mirada de inconfundible desprecio, como si las dos aspas negras que ahora franqueaban sus pupilas estuviesen a punto de clavársele en la cabeza.

A diferencia de Datsue, él no estaba dispuesto a abandonar a Kaido a su suerte. ¿Qué habrían ganado con ello? El Tiburón había demostrado ser invulnerable ante las técnicas de control mental que a ellos les habían afectado... Dejarle morir era una decisión estúpida.

Por eso mismo, el Uchiha se asomó con cautela por el marco de la ventana. Allí vio una figura completamente oculta bajo una túnica negra que se aproximaba en su dirección; ni rastro del Gyojin. «Maldita sea, ¿¡dónde está Kaido-san!?»

Dentro, el amenio había conseguido mimetizarse con el entorno sirviéndose del Henge no Jutsu. Una técnica básica pero muy útil. El encapuchado echó un vistazo por la habitación, y luego avanzó con cierta cautela hacia la ventana. Desde fuera, Akame pudo ver la parte superior del torso y la cabeza —envueltas en la túnica— de aquella persona sobresalir por la ventana.

«No hay alternativa».

Con un movimiento rápido el Uchiha se incorporó, metiendo su mano zurda bajo la capucha de aquel tipo y usando el kunai de la diestra para atravesarle la garganta al momento. De entre las sombras de la capucha surgió un gorjeo ahogado, amortiguado por la mano con la que Akame aprisionaba los labios de su víctima. La figura se tambaleó mientras el gennin notaba un reguero de sangre, espesa y oscura, bajarle por el brazo que sostenía su kunai, todavía incrustado en el gaznate de aquella persona. Rápidamente sacó su cuchillo y lo dejó caer al suelo para sujetar la túnica con ambas manos e impedir que el cadáver cayese pesadamente al suelo.

Cuando lo dejó reclinado sobre el alféizar de la ventana, el Uchiha introdujo la cabeza con cuidado y susurró.

¿Kaido-san?
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Datsue se encogió de hombros ante la mirada reprobatoria que le lanzó Akame. ¿Qué podía decir? Él era como era, no iba a cambiar de un día para otro.

Izanami, por su parte, pareció escuchar las plegarias de Datsue. Aceptó un sacrificio con gusto, aunque no el que Datsue le había ofrecido, sino…

«¡Me cago en la leche!» El Uchiha tuvo que llevarse las manos a la boca para evitar chillar en el acto. De un momento a otro, y sin previo aviso, Akame se había lanzado al ataque sobre una figura envuelta en una túnica oscura. Como una serpiente que suelta su veneno, el Uchiha dejó su mordedura en forma de apuñalamiento. Una puñalada que atravesó la garganta del tipo, segando su vida y su voz. No había antídoto para eso.

Paralizado, Datsue no sabía qué hacer. ¿Estaba más seguro allí, a una distancia prudente del peligro inminente? ¿O realmente sus posibilidades de supervivencia aumentaban cuánto más cerca estuviese de Uchiha Akame? Después de haber visto la facilidad y tranquilidad con la que había cometido asesinato, sin siquiera dudar, Datsue empezaba a tener sus dudas…

… aunque por el momento no se movió. Tan solo sus ojos parecieron cambiar, ahora con dos aspas sobre un iris teñido de rojo.
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Paso tras paso, aún en su forma cambiante, Kaido pudo comprobar que el hombre se había adentrado ya en la habitación. Intentó no moverse, mantener su subterfugio; y esperar a que sus compañeros no se dejasen ver por el curioso tipo de la túnica.

«Estoy bien, estoy bien. Tranquilo, escualo de mierda, tranquilo; eres un ninja. Los ninjas pasan por éste tipo de situaciones todo el tiempo. Los shinobi, y más nosotros de Amegakure, nos preparamos para enfrentar estos miedos. Y derrotarlos. ¿Verdad? sí, vamos; haz honor al buen par de cojones azules que tienes. Vas a volver a tu tierra mojada sin haber mojado tus pantalones como la marica de Datsue. Tú... tú pued..»

Su pensamiento se atragantó en los rincones de su mente, al percatarse de cómo, súbitamente, el cuerpo del de la túnica comenzaba a tiritar ahí sobre el marco de la ventana. Con el pescuezo afuera, asomado, Kaido sintió aún y estando a espaldas de la escena, el cómo la tráquea de aquel hombre se debatía en una furiosa lucha contra el hierro que, de mano de Akame, yacía intruso en el interior de su garganta. La sangre que por allí corría se vio obligada a salir a borbotones, mojando el brazo de aquel que sesgó la vida de su enemigo.

Pronto, aquella lucha concluiría, con el metal rajando los últimos pedazos de carne antes de salir de su víctima. Luego, Akame asomó la cabeza, y le buscó con la mirada.

Un ligero pluf inundó el área de las cajas, y tras una rápida estela de humo blanco, Kaido salió de su escondite, irguiendo el cuerpo con la quijada casi desencajada por la impresión.

—Mierda, Akame; ¿estás bien? —indagó, mientras se acercaba a la ventana, intercalando su mirada entre su posición y el largo pasillo que daba al sótano—. quitémosle la túnica, no será que...

Estaba claro que lo único que les quedaba era ver de quién se trataba, o de si resultaba ser un rostro conocido.
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Ni siquiera hizo falta que el Gyojin deshiciese su truco de ocultación para que Akame fuese capaz de verle, ya que el Sharingan atravesaba aquel disfraz. Kaido parecía sumamente impactado pero, irónicamente, lo primero que hizo fue interesarse por el bienestar del Uchiha. Él se limitó a asentir, con el brazo derecho manchado de sangre hasta el codo.

Akame recogió su kunai y limpió la hoja y el mango en las ropas del cadáver; luego lo devolvió al mecanismo oculto que llevaba en la muñeca derecha, encajándolo con un placentero clic. Después, y sin quitar ojo al pasillo por el que había visto venir a aquel encapuchado, se limpió la sangre del brazo como mejor pudo usando los bajos de la túnica.

Quitémosle la túnica, no será que...

El Uchiha asintió otra vez y, con ayuda de Kaido, se dispuso a descubrir el rostro de aquella figura... Que resultó ser una mujer. Parecía mayor, de unos cincuenta años, con el rostro surcado de arrugas y los ojos todavía abiertos, inexpresivos. Akame la examinó de cerca.

No la había visto en mi vida —se encogió de hombros—. ¿Qué es eso...?

Señaló con un gesto de su cabeza hacia el final del pasillo, donde podía verse el hueco de las escaleras iluminado y de donde procedían los cánticos. Afinando el oído, los muchachos podrían distinguir una voz familiar...

¡Lunáticos, hijos de puta! ¡Si le hacéis algo, juro que os mataré a todos! ¿¡Me oís!? ¡A todos!
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«Maldita sea, ¡no me dejéis aquí solo!» Cuando se quiso dar cuenta, el Uchiha ya no veía a Akame por el hueco de la ventana. No, al menos, desde su posición. ¿Estaría con Kaido? ¿O algo más había sucedido sin que él se enterase desde allí? «Joder… Joder, joder, joder. ¿Y ahora qué hago, joder?»

Miró un momento hacia atrás. ¿Irse corriendo hacia el barco? Era una opción, pero no estaba para nada convencido de que tuviese los conocimientos adecuados para ponerlo en marcha. Por no hablar que, por el camino, podría cruzarse con algún lunático como el viejo del faro. ¿Y entonces qué haría, sin nadie a su lado para protegerle?

Quería llorar, tirarse de los pelos y maldecirse a sí mismo por el momento en que se le ocurrió venir hasta allí. Pero no había vuelta atrás, ya no había remedio. De nada servía lamentarse. Por supuesto, eso era algo más fácil de pensar que de hacerlo. Maldiciéndose a sí mismo un par de veces más, y apretando los dientes, se irguió de donde estaba y, con cuidado, fue avanzando paso a paso hacia la ventana, pegado contra la pared. «Soy tan joven, joder. Me queda tanto por lo que vivir… tanto que hacer. No puede ser, joder, no puede ser… Esto tiene que ser una pesadilla»

Temblando —literalmente— de miedo, el Uchiha se posicionó bajo la ventana, y, muy despacio, subió la cabeza para ver a través de ella. El corazón casi le da un vuelco al ver dos figuras en el interior, pero sus labios emitieron un suspiro de alivio cuando su sharingan reconoció el chakra de sus amigos. Estaban vivos. Y estaban solos… por el momento.

Se fijó que Akame miraba hacia un lado, hacia un pasillo que él, desde su posición, no alcanzaba a ver el final. El eco de una voz, demasiado baja y distorsionada como para distinguir sus palabras, surgió de allí. Una voz de…

¡La guardaespaldas! —exclamó Datsue, en susurros, al reconocerla. Tenía que ser ella. Aquel tono de voz era demasiado característico y reconocible como para que se estuviese confundiendo.
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Suspiró, aliviado, al ver que aquel rostro no le resultaba familiar. Por un momento había pensado que se podía tratar del timonel, o incluso de Soshuro; pero resultó ser una anciana desconocida, con la cara abatida por el paso de tiempo. Los ojos, por suerte, en su lugar; aunque ésta vez mirando a la nada, sin vida.

Cuando iba decidido a palpar su cuerpo en busca de algún artilugio, o algo que les fuera de ayuda, Akame —que tenía mejor visión del pasillo que el propio Kaido— se percató del ligero murmullo que, ahogado por la profundidad de la habitación de la que fue emitido, aun así llegó hasta los oídos de los presentes.

Datsue fue el primero en reconocer el tono de aquella voz exasperada, que bramaba con furia que no le hicieran daño a ella, su protegida.

«Joder, habrán llegado hasta aquí mientras estábamos en el faro. ¿Será que era lo que querían, que los siguiéramos?»

Kaido miró a Akame, que parecía ser el más centrado de los tres. Aún no podía creer como estaba ahí, parado, con el brazo tintado de rojo sin inmutarse.

—Las escaleras bajan, y llevan hasta la caldera de la casa. Parece que tienen a Mizuki —admitió, mientras se alejaba del marco y hacía espacio por si sus compañeros querían entrar—. ¿Bajamos?

Estaba claro que los heroísmos no estaban teniendo buenos resultados. Cada que alguno se arrojaba al meollo del asunto alguien terminaba muerto. Dos ancianos para la cuenta, por ahora. Pero, con la pata tan metida en el barro: ¿realmente tenían otra opción además de continuar?
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El Uchiha se volteó rápidamente hacia la ventana, alertado por el grito de Datsue. Al ver a su compañero, Akame se lanzó sobre él, tapándole la boca con una mano mientras levantaba el dedo índice de la otra, indicándole que se callase. Luego giró la cabeza y clavó la mirada en el hueco de las escaleras. «Joder, será un milagro si nadie ha escuchado a Datsue-kun...» Tras una espera prudencial, nadie subió a investigar, por lo que el Uchiha dedujo que no se habían dado cuenta de su presencia.

Ante la pregunta de Kaido, Akame reflexionó unos instantes y luego habló. Su voz era apenas un susurro, pero había firmeza en sus palabras. En aquel momento el Uchiha se sentía en su elemento; la lucha. No tenía espacio para pensar en sucesos paranormales ni extraños rituales. Había que actuar, y actuar como le habían enseñado durante tantos años. Como un ninja.

—la réplica fue directa—. Si tienen a Togashi Yuuki es posible que también hayan capturado a los demás. Y eso incluye a nuestro único medio para salir de aquí. Además, alguien subirá a buscar a esta señora en cuanto se den cuenta de que no vuelve —añadió, señalando al cadáver que reposaba apoyado en el marco de la ventana.

Ya no tenemos otra opción. Hay que entrar con todo.

Miró tanto al amenio como a su compañero de Uzu. Parecían aterrorizados. Él también estaba cagado de cojones, claro, pero su instinto de supervivencia y su condicionamiento en Tengu empujaban más fuerte. Cuando el terreno de batalla se reducía a enemigos a batir, todo era mucho más simple. Akame asintió, como buscando infundirles ese pensamiento a sus dos compañeros shinobi.

Se aproximó con sumo cuidado y paso sigiloso hasta el hueco de las escaleras, cruzando el pasillo, y se asomó con cautela. Fueron vistazos rápidos, controlados, pero le permitieron hacerse una idea del entorno. Luego retrocedió un poco, siempre con la espalda apoyada en la pared, e indicó a sus compañeros que se acercasen con un gesto rápido.

Es un sótano pequeño, no tendrá más de siete u ocho metros cuadrados de espacio. He podido ver a seis personas con túnicas y una parafernalia muy rara por el suelo. Símbolos y cosas así... —tragó saliva y un sudor frío le corrió por la frente—. Tienen a la guardaespaldas y al timonel atados en el suelo, junto a las escaleras. Y a la noble... —se detuvo otra vez y volvió a tragar—. Tumbada sobre una mesa en el centro de la sala. Parece que todos están vivos, de momento. No creo que podamos sacarlos a todos. Especialmente si alguno de esos lunáticos es capaz de controlarnos a Datsue-kun o a mí.

»Nuestra prioridad debe ser el marinero. ¿Alguna sugerencia?
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«Ya me callo… ¡Ya me callo!» quiso farfullar Datsue, cuando rápidamente Akame le taponó la boca. Después… silencio, acompañado por el tenue rumor de sus respiraciones agitadas. Estaban a salvo… por el momento.

Con la suavidad de un felino, Datsue bajó de la ventana y rodeó el cadáver sin querer fijarse demasiado en él, hasta llegar junto a Kaido. El ameriense sugirió bajar a un sótano, donde presumiblemente se encontraba Mizuki. El Uchiha echó un vistazo rápido para vislumbrar las escaleras, oscuras y tétricas. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. No, no le agradaba la idea en absoluto.

N…

—le interrumpió Akame, para luego exponer los argumentos que le llevaban a estar tan convencido de su respuesta. Datsue los entendía, y hasta estaba de acuerdo con él… pero eso no significaba que quisiese bajar hasta allí. «Es como meterse en la boca del lobo, joder…»

Ya no tenemos otra opción —dijo Akame, como leyéndole la mente—. Hay que entrar con todo.

Los tres se miraron durante un intenso momento. Por una vez, los dos parecían estar igual de asustados que él. Un hecho que, extrañamente, le reconfortó. Le hizo no sentirse tan solo. Cuando Akame asintió, el Uchiha se encontró asintiendo también, envalentonado.

Está bien —murmuró, sin todavía creerse lo que estaba diciendo. ¿Eran aquellos los efectos de la camaradería? Una camaradería artificial y pasajera, claro, condicionada por la situación en la que se encontraban. Tan pasajera como podía ser el efecto que ahora mismo producía en él—. Joder, está bien —se obligó a repetir, como queriendo convencerse a sí mismo.

Apretó los dientes y se lo repitió una tercera vez, esta vez mentalmente. Akame, mientras tanto, ejerció de avanzadilla, inspeccionando el terreno en el que tendrían que adentrarse. Regresó tras unos angustiosos segundos, informándoles de lo que había visto: seis enemigos en un espacio muy reducido; y el timonel atado junto a las escaleras. Esos eran los detalles importantes. Los superfluos, que la noble estaba tumbada en el centro de una sala y que la guardaespaldas estaba junto al timonel, también atada.

Nuestra prioridad debe ser el marinero. ¿Alguna sugerencia?

—dijo Datsue, rápidamente—. Primero de todo, si queréis que haga esto con vosotros, el timonel no es nuestra prioridad… Es nuestro único y jodido objetivo —remarcó, en susurros—. Nada de heroísmos ni tonterías, o estamos muertos —dudaba que ninguno de los dos fuese a tener de pronto un ataque de estupidez, pero quería asegurarse—. Y, segundo… Sí, tengo una idea.

Ya la había estado perfilando en su cabeza desde el momento en que Akame se había ido a inspeccionar. Según su punto de vista, solo había dos opciones: un ataque sorpresa, directo y de frente, en el que uno de ellos liberaba al timonel mientras el resto contenía a los enemigos; o, infiltrarse, y esperar el momento adecuado para atacar. El Uchiha, envalentonado pero fiel a su naturaleza, prefería la segunda opción. La más cauta.

Se agachó junto al cadáver y examinó sus ropas y facciones, su figura, su constitución y altura… Luego, realizó unos simples sellos y… ¡pluf! Ahora Datsue era la viva imagen de la encapuchada que Akame había asesinado.

Lástima que no haya oído el timbre de su voz. —Nada más oír la nueva voz que había adoptado, la piel se le puso de gallina. No lo había hecho aposta, ni siquiera sabía por qué razón la había escogido, pero de pronto se sintió en calma, como si estuviese en la seguridad de su hogar. Sintió que de verdad podían superar aquello. Akame la reconoció en seguida…

… era la difunta voz de Shiona.

Escuchadme —continuó, y la autoridad de la que solía hacer gala la Uzukage pareció traspasar su alma y reflejarse en el tono de su voz—. Os haréis los inconscientes y os llevaré arrastro hasta abajo. Fingiremos que os he atrapado y os tiraré junto al timonel… No sé cómo reaccionarán, pero esperaréis hasta el momento adecuado para liberarle y salir por patas. Seguramente no tengáis ni que esperar, porque en cuanto tenga que abrir la boca me delataré por la voz. Intentaré compraros el mayor tiempo posible, no obstante, pero no confiéis en que sea mucho.

»Si tenéis alguna idea mejor… Es el momento de decirla.
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Ya no tenemos otra opción. Hay que entrar con todo Con todo. No había de otra.

Kaido asintió, ligeramente convencido, y trató de acumular tranquilidad y poder de decisión, que se le contagió del breve discurso de su compañero. Le iba a costar admitirlo una vez salieran de esa isla, pero hasta ese momento Akame había demostrado tener más temple que Datsue, o él mismo. Así pues, más envalentonado que cualquiera, el Uchiha tomó rumbo hacia los linderos de la escalera e hizo uso de sus buenas habilidades de infiltración para echar un ojo ahí abajo sin que se percataran de su intrusión. Y observó, al menos lo suficiente como para volver hasta sus compañeros sin las manos vacías.

Entonces reveló lo que había visto, y a quienes. Séis personas con un juego de túnicas idéntico al que vestía la difunta anciana de la ventana y tres víctimas a punto de ser masacradas entre símbolos y escrituras ininteligibles. Mizuki, su guardiana, y el tan buscado timonel. Por ahora, ni rastro de Soshuro.

Akame pidió entonces alguna sugerencia, tratando de dejar en claro, además, que la situación ameritaba tomar una difícil decisión respecto a su siguiente movimiento. Porque las probabilidades bajaban caída libre mientras tuvieran la intención de salir de aquel sótano con la mayor cantidad de rescates. La prioridad, según Akame, era el timonel. Y Datsue no pudo estar más de acuerdo.

—dijo Datsue, rápidamente—. Primero de todo, si queréis que haga esto con vosotros, el timonel no es nuestra prioridad… Es nuestro único y jodido objetivo —remarcó, en susurros—. Nada de heroísmos ni tonterías, o estamos muertos —dudaba que ninguno de los dos fuese a tener de pronto un ataque de estupidez, pero quería asegurarse—. Y, segundo… Sí, tengo una idea.

Datsue el intrépido tenía una idea. Y es que cuando el gyojin lo vio volver a la ventana, pensó, por un instante, que saldría de allí sin mediar palabra alguna, alejándose del peligro. No obstante, se dedicó a observar el cadáver de la anciana lo suficientemente a fondo como para que su siguiente movimiento resultara ser todo un éxito. Una secuencia de sellos, un ligero ¡pluf! y Datsue no era más Datsue el intrépido, sino Datsue la vieja satánica.

Entonces, habló. Proyectando una voz que él, al menos, no había oído nunca.

Escuchadme —dijo, con severidad y decisión. Un Datsue muy distinto a aquel que yacía sollozo en posición fetal, pidiendo volver a casa—. Os haréis los inconscientes y os llevaré arrastro hasta abajo. Fingiremos que os he atrapado y os tiraré junto al timonel… No sé cómo reaccionarán, pero esperaréis hasta el momento adecuado para liberarle y salir por patas. Seguramente no tengáis ni que esperar, porque en cuanto tenga que abrir la boca me delataré por la voz. Intentaré compraros el mayor tiempo posible, no obstante, pero no confiéis en que sea mucho.

»Si tenéis alguna idea mejor… Es el momento de decirla.


—Nada que agregar. Entrar, coger al maldito timonel y pirar de aquí en un plis plas.
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