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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El gyojin miró a Money y Otohime. Shush, ni una palabra más. Que le dejasen arreglar las cosas de la única forma posible: diciendo la verdad.

—Ninguna, mujer. Ninguna. Es la apariencia de un guardia carcelario al que robé la identidad en el País del Viento para una misión. No lo conozco, no tengo ni puta idea de quién es, ¿ok?
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La puerta de la vivienda seguía abierta. Un grito de aquella mujer y era más que probable que alertase a algún guardia cercano. A un simple civil. A alguien. Los segundos se convirtieron en eternos latidos de corazón. El silencio se volvió ensordecedor. Una gota carmesí se derramó en un lienzo azul.

Entonces una mano se aflojó.

Entonces Umikiba Kaido fue libre.

La mujer cerró tanto la puerta como las cortinas de las ventanas. Se encontraban en una vivienda muy humilde, con una pequeña cocina y una puerta que conducía a otra habitación y, presumiblemente, al cuarto de baño.

Pues a menudo mierda le robaste la identidad. ¿Qué necesitáis? Intuyo que fuisteis vosotros los que activasteis la alarma.
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Un suspiro de alivio abandonó el cuerpo del escualo, que relajó el temple una vez se encontró libre de la amenaza. Bien que habría podido liberarse con el Suika, claro, pero en esa circunstancia resultó mejor no hacerse el héroe y seguir la corriente de los acontecimientos. Además, tenía que estar de acuerdo con la mujer... ya venía siendo hora de empezar a usar otro reflejo para sus fechorías, pues la apariencia de Kincho ya estaba en un punto donde carecía totalmente de encanto.

—Ajá —respondió, aunque resultaba una obviedad que la alerta era su responsabilidad—. necesitamos refugiarnos por un tiempo hasta que se calmen un poco las aguas ahí afuera, y así poder seguir nuestro camino. Aunque no sé si dejarán de buscarnos, realmente... ya saben que estamos merodeando por el Distrito Bajo —sintió un pequeño halo de sangre recorriendo su garganta, y se la secó con la mano derecha—. ¿hay alguna forma de llegar al Distrito Alto pasando desapercibidos?
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Los ojos verdes de la mujer, que según el plano entregado por Kyūtsuki respondía al nombre de Sukyū, se clavaron en los de Kaido momentos antes de levantar la mirada al techo, pensativa.

Necesitaréis desactivar el Código Rojo antes de intentar nada. Colarse en el Distrito Alto en estas circunstancias es prácticamente imposible.

Y, pues, ¿cómo lo hacemos?

Por pura lógica, impidiendo que la niebla os toque. Claro que para eso necesitaríamos de algún sitio herméticamente cerrado. No se me ocurre ninguno.

Hubo un momento de silencio, antes de que Otohime diese un golpe con el puño sobre la palma de la otra mano.

¡Pues claro! ¡Joder, si es fácil!

Ehm… Sí, muy fácil. ¿Te impoltalía explicálnoslo, sistel?

Gofū Kekkai. La Barrera de Cinco Sellos. Con él no solo conseguimos volver inaccesible un lugar, sino impenetrable. Estoy convencida de que cortaría el acceso a la niebla. ¡Esperad aquí! —exclamó, antes de asomar la cabeza por la entrada y, al comprobar que era seguro, salir de la vivienda.

Pues al final resulta que nos vino de pel-las tlael-la —dijo Money, mientras se sentaba en una de las sillas. No habían dejado de caminar en todo el día y tenía los pies molidos. Se quitó las sandalias y empezó a masajearse uno. Luego, con voz cansada, añadió—: Pero nada de esto funcionalá si Akame sigue pol ahí…
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Claro, desactivar el Código Rojo. ¡Sencillo! muy sencillo. Kaido bufó, descartando la idea de inmediato. Eso era imposible para unos perseguidos como ellos.

La única opción viable era evitar la niebla. Kaido había pensado en que Sukyū quizás conocía alguna especie de túnel subterráneo, o un camino techado que pudieran usar las mafias para camuflar sus negocios —es algo que él haría, desde el punto de vista criminal—. pero al parecer, no tenía conocimiento de que algo así existiera. Por suerte a Otohime pareció tener un chispazo repentino y mencionó el Gofū Kekkai. Los ojos de Kaido se entrecerraron en un gesto inequívoco de confusión. Todo lo que tuviera que ver con el fūinjutsu le era absurdamente desconocido, pero si ella decía que podía ser útil, no iba a llevarle la contraria.

Kaido se sentó, emulando a Money, y se permitió reposar la espalda. Vaya que llevaban un día de mierda, de faena en faena.

—Esperemos que lo que tenga en mente funcione, o su inutilidad en este viaje la perseguirá de por vida —dijo convencido—. y por Akame yo no me preocuparía. Nos ha estado salvando el culo desde que atracamos en la isla, así que si hay alguien capaz de laurear a estos hijos de putas es él. No te extrañe que sea el primero en llegar, incluso, a los aposentos de este cabrón.
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Mientras ellos charlaban, Sukyū sirvió a ambos con un lujo marca de la casa. Una delicatessen que rara vez verían poner en la mesa de hasta las casas más ostentosas del país. Especialmente en esas, cabe decir. Dos vasos, y una jarra rebosante de…

… agua.

¿Y, pues, no tienes vino, mujel?

No me sobra el dinero como para desperdiciarlo en tonterías. —Ante la mueca sarcástica de Money, prosiguió—: No sabéis la suerte que tenéis de vivir en su abundancia. El agua es el lujo más…

Sí, sí —dijo él, cortando el discurso con un ademán. Dio un trago para refrescarse la boca y miró a Kaido—. Tienes razón, Akame nos ha salvado de valias. Y si Otohime cumple con su palte ahola… Bueno, eso te dejalá a ti como el miemblo más inútil de esta nuestla emplesa. ¿O hiciste algo apalte de tlopezalte bocholnosamente en el muro, papi? —preguntó, con la risa floja asomando en la garganta.
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—¿Ah, sí? ¿tú crees? —soltó, socarrón—. porque como yo lo veo, ese papel lo has estado desempeñando muy bien los últimos días. Solamente por haber tenido que volver en la ruta para salvaros el culo... creo que eso lo dice todo, mi buen amigo —tomó agua y sonrió—. si no fuera por vosotros, ya nos hubiéramos infiltrado exitosamente. Podrías haber parlamentado además a través de un Gentōshin no Jutsu. Pero no. ¡Papi Money necesitaba estar en la vanguardia!

»No habéis sido más que un estorbo para la misión.
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Money se carcajeó ante una Sukyū sorprendida porque en un momento como aquel se pusiesen a lanzarse pullas.

Sí, bueno. De habel quelido me hubiese deshecho de aquellos gualdias de pacotilla. Pelo opté pol la plecaución y no levantal la lieble. Incluso colabolé con unos Kage Bunshins pal' despiste. ¿Usted con qué colaboló, plecisamente? Digo apalte de plovocal que peldiésemos a nuestlo activo más valioso.

Sukyū se llevó una mano al rostro y negó con la cabeza. Fue pocos segundos después que alguien abrió la puerta de la entrada de improvisto.

Era Otohime.

Eh, chicos —dijo, casi en susurros—. Necesito algo para tapar el sello que coloque sobre esta puerta y que no sea muy cantoso. ¿Alguna idea?
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Una sonrisa austera, que se apagó en lo que Otohime apareció en la puerta.

—¿Quizás algún cartel? ¿tienes algo que sirva, Sukyū?
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Ehmm… —Los ojos verdes de Sukyū pasaron por todo el habitáculo en busca de algo parecido—. Un cartel no… Ni… Ni nada parecido, la verdad.

Ah, dejen que papi os saque las castañas del fuego —miró a Kaido—. Como siemple.

Se sacó un kunai del portaobjetos y lo introdujo entre dos tablones viejos del suelo. Haciendo palanca, arranco de cuajo uno de ellos.

¡O-oye!

Se te recompensalá cuando todo esto acabe. Y, pues, tampoco es como si esta casa no se estuviese cayendo a tlozos ya… —Colocó el tablón en la mesa y pidió pluma y tinta—. Hmm… ¿Qué suele ponel la gente? ¿Bienvenido a casa? ¿Hola? ¿Bienvenido a secas?

Oh, ¡por los dioses! ¡Pon lo primero que se te venga a la cabeza y coloquémoslo ya!

Tlanquila, mami, tlanquila. Money lo tiene tooodo contlolado. Sí, aquí tiene.

Un trozo de hilo shinobi. Un senbon. Y un cartel colocado precisamente sobre el sello. Había que reconocer que daba bastante el pego. Al menos desde lejos. Pero justo cuando Otohime iba a ejecutar el sello...

... el hueco del tablón que Money había arrancado empezó a moverse.

Era...
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... era, como no podía ser de otro modo, el viejo Akame. O, al menos, su cabeza, que comenzó a emerger de la tierra removida como un nabo.

Así es, queridos lectores. Akame podía ser un tipo extraño, esquivo, reservado incluso. Ácido. Difícil de tragar, a veces, por muy resolutivo que resultase en otras. Pero lo cierto era, que incluso en las circunstancias menos pensadas, siempre acababa llegando. Como en la fábula de la liebre y la tortuga: lento pero seguro, así se gana la carrera.

¿Alguien pidió pizza barbacoa?

No se le ocurrió otra cosa que decir. Cuando el caos había estallado en la calle, el viejo Profesional lo había visto claro: tenía que actuar. Actuar o morir. Luego, desde los tejados, había sido capaz de seguir a sus compañeros hasta el piso franco. Pero, consciente de que aquella maldita niebla le delataría, optó por entrar por donde nadie —ni siquiera los propios Ryūtō— esperaría: por debajo.

Perdonad por lo de antes, recordé que me había dejado una olla en el fuego —mintió descaradamente, con una sonrisa bobalicona. Después de todas las veces que había tenido que dar el doscientos por cien para salvar los muebles durante la misión, esperaba que ninguna de aquellas tres personas tuviera bemoles de reclamarle el haber salido por patas—. ¿No te importará que fume? Me hace falta un cigarrillo.

La pregunta iba dirigida, cómo no, a la anfitriona de la casa; a quien el Uchiha no conocía pero de quien se había imaginado que era su contacto en la capital. En la mano derecha sujetaba ya un cigarro, que pasaba nerviosamente entre los dedos, expectante.


En el momento en que está ambientada esta trama Akame conocía el Moguragakure no Jutsu, así que... XD
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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Cuando Akame entró a escena, Kaido no pudo evitar sonreír con sorna. ¿Es que ese Uchiha cabrón iba a salir airoso de todas las pruebas que el destino le ponía en frente? ¿acaso era una especie de suerte inexplicable o es que en verdad no había forma de matarlo?... Oh, sería un poco descarado decir que Umikiba Kaido no quiso vera Akame más muerto que la una, en algún punto de su travesía. Después de todo, no olvidaba lo que ese cabrón le había hecho a Shaneji. ¿Pero ahora mismo, qué? ¿realmente seguía persiguiendo ese deseo culposo como un niño malcriado?

No. No. No. Uchiha Akame era su trébol de cuatro hojas. El amuleto de los dragones. O, sencillamente, el tipo más experimentado de todos para salir bien parados de toda la mierda que se les venía encima, en territorio enemigo. En este mundo hay causas perdidas y causas perdidas... y la venganza de Kaido hacia el Profesional era una de ellas. Así que en principio se alegró, genuinamente, de que pudiera llegar a tiempo al refugio, antes de que Otohime ejecutara su Fūin.

—Fuma todo lo que quieras, que estaremos aquí un buen rato —miró a Otohime—. hazlo.
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La anfitriona asintió con la cabeza, al tiempo que Kaido le daba permiso en su nombre. Todos, desde Otohime hasta Money, se habían quedado con la boca abierta ante la sorprendente entrada del Uchiha.

¡Una olla en el fuego dice mi brothel! —exclamó Money, riendo a carcajada limpia por el chiste.

Otohime, junto a la entrada, dejó escapar la risa en un suspiro seco antes de asentir a Kaido y pegar el sello en la puerta. Entonces la cerró, y la niebla que se había colado por las rendijas de la destartalada madera y los huecos de la puerta empezó a caer. A desaparecer. Como así también la nube roja que envolvía a los tres Ryūtos.

Parece que mi idea ha funcionado —dijo, no sin un cierto pinchazo de orgullo en el tono de su voz.
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—Así es, ha funcionado —pero en su voz no compartía ese orgullo, sino por el contrario, cierta resignación. Lo cierto es que quizás estaban a salvo, por ahora, pero aún les quedaba un largo trecho que recorrer si querían llegar hasta Umiragasu—. ¿Y ahora qué? ¿esperamos hasta que nos dejen de buscar?

Lo cierto es que la tenían jodida. Lamentablemente, ninguno contaba con una invocación como la de Zaide que pudiera llevarles volando —eso hubiera sido indudablemente útil, en efecto—. y no sabían si era posible llegar por abajo.

Por abajo...

—Túneles... —dijo, para sí. Luego miró al resto—. por lo general, las capitales suelen tener rutas subterráneas. Sé que en Tanzaku las hay. En Shinogi-To también. ¿Es posible que haya alguna que podamos usar?
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«Ah, nada como echar un buen pitillo para verlo todo de otra forma», se dijo el Uchiha mientras notaba el amargo sabor del tabaco recorriendo su garganta. Si bien aquella misión ya se había tornado en desastre debido a múltiples factores, parecía que sus compañeros todavía se guardaban varios ases bajo la manga. No en vano Otohime dió con la clave para expulsar aquella maldita niebla chivata de los confines del piso franco, y seguidamente Kaido aventuró un posible curso de acción aprovechando la coyuntura...

¡Túneles! —exclamó Akame, con los ojos como platos—. Eso es, joder. Kaido, eres un maldito genio. Tiene que haber alguna forma de llegar hasta el castillo por debajo del suelo.

Claro que a todas luces, eso implicaba...

Espero que hayais traído deshodorante.

... meterse en las alcantarillas.
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