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Las palabras de Juro sonaban del todo honestas; y, sin embargo, había en ellas un halo de misterio, alejándolas de su comprensión. Supuso que, como era habitual, es el tipo de cosas que no se pueden comprender hasta el momento de experimentarlas en carne propia. Aun así, la respuesta era buena y le bastaba, al menos por los momentos.
— Kazuma-kun, vas a encontrar en este mundo gente muy poderosa. Quizá, en algún momento, estallé una guerra, y entonces la cosa se descontrole. Por eso es importante que domines lo que estoy diciendo. Ser capaz de usar la cabeza bien es lo que podría salvarte un día.
No pudo evitar esbozar una sonrisa de emoción: se le prometía un mundo lleno de seres prodigiosos y sucesos inesperados. Libre para que se entregara a preguntar cuanto pudiera ocurrírsele y para buscar las respuestas necesarias para satisfacerle.
—Me esforzare, para asimilar todo lo que tenga que enseñarme, Juro-sensei —prometio, haciendo una leve reverencia—, y para ser digno de dichas enseñanzas.
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Kazuma se mostró emocionado, y Juro no pudo evitar hincharse por dentro. Después de todo, el chico había venido con unas ganas practicamente nulas, sin sentir nada de pasión o esperanza por nada. Se alegró de que al menos eso estuviera cambiando, aunque fuese un poco.
— Me esforzare, para asimilar todo lo que tenga que enseñarme, Juro-sensei y para ser digno de dichas enseñanzas.
— Estoy seguro de que lo serás — comentó Juro, sonriendo.
Entonces, Juro se dirigió a la mesa, más concretamente a la tetera. Frunció el ceño, sin embargo, al comprobar que que la tetera estaba completamente vacía. Miró a su alumno.
— Kazuma-kun, llevamos una clase más que productiva para el primer día. Pero me gustaría preparar una última cosa, si no te importa, antes de terminar — dijo Juro, sonriendo —. ¿Podrías ir a por alguna bebida mientras preparo todo? No me importa realmente cuál, lo dejó a tu elección. Hay una tienda saliendo de los dojos, en la calle de atrás. No tiene pérdida.
Si su alumno accedía, solo tendría que salir del recinto de los dojos y dar la vuelta. Las calles, a esa hora, estaban transitadas por unas pocas personas: ancianos, familias, niños corriendo y jugando. Había de todo. La calle de atrás no estaba en el distrito comercial precisamente, pero tenía varios establecimientos. Entre ellos, una enorme tienda, llamada "Tienda de Takeshi". Al igual que el resto de cosas, era de madera, y tenía una puerta corredera.
No parecía haber nadie fuera de ella. El interior no se podía apreciar bien desde la calle.
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— Kazuma-kun, llevamos una clase más que productiva para el primer día. Pero me gustaría preparar una última cosa, si no te importa, antes de terminar — dijo Juro, sonriendo —. ¿Podrías ir a por alguna bebida mientras preparo todo? No me importa realmente cuál, lo dejó a tu elección. Hay una tienda saliendo de los dojos, en la calle de atrás. No tiene pérdida.
—Entendido. Volveré pronto —dijo mientras se marchaba.
En cuanto salió del dojo noto que las calles ya no estaban tan vacías como cuando llego. Estaban los ancianos que salían a pasear bajo el benigno sol mañana, la gente que se encaminaba al mercado para hacer las compras del día y los niños que corrían emocionados con dirección a algún parque.
Kazuma dio la vuelta al edificio y se encamino por una calle que no había recorrido antes. En la misma se encontró con un local, la “Tienda de Takeshi”. No sabía quién era esa tal Takeshi, y jamás había escuchado de aquel lugar.
—Está un poco oculto…
El exterior estaba abandonado, siendo él la única persona en aquella calle. Se acercó un poco más, pero desde el exterior no podía percibirse movimiento o presencia alguna. Sintiéndose un tanto maleducado, pero intrigado y sin otra opción, deslizo la puerta corrediza lentamente, para luego llamar al interior:
—Buenas, ¿hay alguien atendiendo?
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Las palabras de Kazuma parecieron morir en el silencio de la tienda. Sin embargo, al abrir la puerta, se encontró con un interior que probablemente el chico no esperaba.
Las paredes estaban decoradas con un color amarillo chillón, y tenían numerosos calendarios colgados por todas partes, del mes y la época en la que se encontraban (la mayor parte de los días que habían pasado estaban tachados con grandes cruces negras). Había estanterías pegadas a la pared, dónde se exhibían numerosas clases de libros de muchos géneros, aunque a tal distancia, era un poco difícil de ver lo que ponía.
Sobre el suelo, había una secuencia de más de cinco enormes estantes, y un pequeño congelador. Ahí se exponían toda clase de alimentos (exceptuando una estantería, que parecía servir exclusivamente para ropa interior). En el congelador, había varias bebidas, entre ellas refrescos energéticos, agua, y té preparado.
Un gran mostrador se orientaba a un lado de la habitación. Bajo él, había pequeñas rocas, expuestas como bellezas lunares, aunque no podía nada sobre ellas (y parecían realmente rocas).
— ¡Pase, pase! ¡Lo siento mucho! — exclamó una voz femenina. De una pequeña puerta, detrás del mostrador, salió una persona.
Esa persona era una mujer. Debía de rondar los treinta años. Tenía el pelo rubio, cortado a ras del cuello, y los ojos azules. Vestía un kimono tradicional decorado con rosas y margaritas, y llevaba el pelo recogido en una cola de caballo. Kazuma podría notar al instante dos cosas de ella: primero, que usaba maquillaje. Segundo, que había estado llorando. La sombra de ojos (que en su momento debía de haberle quedado bien) ahora se extendía por toda la cara, como un charco de tinta, que le daba un aspecto bastante tétrico. Sus ojos estaban rojos.
— Estaba en la otra habitación, y no te escuché. ¡Qué tonta! — dijo, dandose una bofetada así misma. La bofetada fue un pelín fuerte para estar hablando en broma. El sonido del golpe se oyó por toda la sala —. ¿Puedo ayudarle en algo, shinobi-san?
La mujer se apoyó en el mostrador, y en ese momento, hizo una mueca, como si el solo apoyarse le hubiera causado un gran dolor en el cuerpo.
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— Estaba en la otra habitación, y no te escuché. ¡Qué tonta! — dijo, dandose una bofetada así misma. La bofetada fue un pelín fuerte para estar hablando en broma. El sonido del golpe se oyó por toda la sala —. ¿Puedo ayudarle en algo, shinobi-san?
—No hay problema —dijo, observándola con tranquilidad.
La mujer busco apoyo en el aparador y un gesto de dolor marco su cara, como si tuviese una lesión o herida reciente.
El joven no necesito mucho para imaginar porque la mujer estaría llorando: quizás se tratase de violencia doméstica o que estuviera afligida por alguna que otra situación dramática. Lo cierto es que aquello no le provocaba mucho movimiento emocional. Quizás otra persona hubiese optado por indagar en lo que sucedía, pero él no era un héroe de los anónimos o un defensor de los débiles, a él le bastaba sentirse como un transeúnte y un observador de la vida. Claro, su curiosidad nata le empuja a adentrarse en las preguntas y misterios que cualquiera le plantease, y si por el camino resolvía los problemas de alguien resultaba ser obra de la causalidad. Porque el procuraba no meterse donde no le llamaban, aunque si le llamaban y el atendía, se adentraría hasta el final del asunto o hasta donde alcanzase su interés.
—Llevare un par de bebidas energéticas —dijo depositando un par de monedas sobre el mostrador y observando con evidente curiosidad el abarrotado interior de la tienda.
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Ya fuese una buena o mala decisión, Kazuma pareció concluir que si le ocurría algo a esa mujer, no era de su incumbencia, y no quería saber nada de ello. Depositó las bebidas energeticas que cogió del frigorífico, y le tendió unas monedas. La mujer, con un gesto cansado, las contó y cogió en unos segundos.
—Llevare un par de bebidas energéticas
— De acuerdo. ¿Quiere una bolsa para llevarlas?
En ese momento, la puerta del establecimiento se abrió. La mujer dio un respingo tan grande que casi cae al suelo de culo, y contuvo otro gesto de dolor. Debido al movimiento, el kimono se despegó levemente de sus brazos. Sobre su piel blanca, había numerosas marcas y cicatrices, que parecían hechas a cuchillo, o con un objeto afilado.
Sin embargo, no había nadie en la puerta. Parecía haber sido el viento.
— Perdona, ¡Qué tonta soy! — dijo, volviendo otra vez a el chico, sonriendo. Pudo ver que Kazuma observaba los estantes—. ¿Te interesa algo más de lo que miras?
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—Esto… sí, claro —dijo, recuperándose de aquel suceso—. Eso fue un poco tétrico, ¿suele pasar a menudo?
Definitivamente le parecía raro, aquellas no eran el tipo de puertas que se abren por voluntad del viento. Aunque bien podían ser los chiquillos de la calle, aburridos y deseosos de jugar bromas a los desprevenidos.
Mientras esperaba que la señora le facilitase una bolsa, su gris mirada termino posándose sobre la maraña de cicatrices que había en el brazo de la mujer. Sereno, y quizás un poco maleducado, señalo con un vestigio de curiosidad la región en que las mismas se encontraban, indicando con un gesto que el kimono se había descorrido. Lo cierto es que no mostraba perturbación alguna ante las numerosas líneas blancas, pues suponía la posibilidad de que la mujer fuese una kunoichi retirada y que esas fueran heridas del oficio.
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— Pasa a menudo. Sobretodo cuando hay mucha corriente. El dueño del local nos dijo que la puerta estaba un poco suelta — explicó la mujer, encogiéndose de hombros. Si eso tenía sentido o no para él, sería algo que tendría que decidir Kazuma.
El rostro de la mujer pasó de blanco a rojo cuando Kazuma señaló las cicatrices. Se encogió, como si fuese una niña a la que le estuvieran regañando porque le han descubierto robando unos caramelos. Su rostro adquirió otra vez la cara del miedo... y de algo más, aunque él no podría entenderlo bien.
—Verás, shinobi-san, yo... — murmuró la mujer, con una vocecilla —. No puedo contarle lo que me sucede. Al menos, no si no sé si puedo confiar realmente en ti. ¿Me promete discreccion y confianza?
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—Pasa a menudo. Sobretodo cuando hay mucha corriente. El dueño del local nos dijo que la puerta estaba un poco suelta — explicó la mujer, encogiéndose de hombros.
—Ya veo… Es interesante —comentó, un tanto intrigado.
La reacción de la mujer, ante el señalamiento de sus cicatrices, le pareció desmesurada y un tango inocente.
—Verás, shinobi-san, yo... — murmuró la mujer, con una vocecilla —. No puedo contarle lo que me sucede. Al menos, no si no sé si puedo confiar realmente en ti. ¿Me promete discreccion y confianza?
Puede que fuese solo por haber usado con él la categoría de shinobi, pero de todas formas sintió como que le hacían un llamado al deber. Además, y por sobretodo lo demás, sentía curiosidad por cómo se sentiría actuar como un ninja servicial y dedicado.
—Le prometo tomármelo con serenidad y profesionalismo —prometió con tranquila seriedad—. Además, los ninjas siempre debemos ser ejemplo de discreción y confiabilidad.
¿Aquello se sentía como él era interiormente? No, pero le estaba resultando bastante entretenido.
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— Está bien entonces — dijo la mujer, y después le señaló con un dedo. Luego, señaló la trastienda —. Por favor, suba conmigo. No quiero hablar aquí delante de todos.
Tras la puerta, lo que había eran unas pequeñas escaleras. Las paredes estaban pintadas de un tono rojizo, con líneas ascendentes azules. También había círculos de un puro verde intenso. El techo era granate. La mujer comenzaría a subir (las escaleras, de madera, chirriaban a cada paso) y mientras lo hacía, seguía hablando.
— Le agradezco la ayuda, esté o no de servicio. Parece un buen samaritano — dijo, mientras subía —. Todo empezó cuando me casé. Verá shinobi-san, yo quería a mi Takeshi. Aunque tenía tendencia a la bebida. Pero pensé que el amor podía curarlo todo. No se ría de mi, por favor. Ya sé que fui una tonta.
Por encima de las escaleras, había una puerta. Era circular, y parecía tener un cerrojo. La mujer sacó distraidamente una llave metálica y trató de introducirla, pero la mano le temblaba tanto que era incapaz.
— Un día, vino borracho a casa. Se le cayó la botella y me hice un corte por su culpa. Todo empezó ahí.
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— Un día, vino borracho a casa. Se le cayó la botella y me hice un corte por su culpa. Todo empezó ahí.
A Kazuma no le resultaba convincente aquella historia: no había una relación lógica entre una botella rota y un corte en el brazo, a menos que por caída hubiese querido decir que en su ebriedad le agredió con un afilado trozo de botella.
—Ya veo…
En su mente comenzaba a considerar aquello como problemático, por cuanto le resultaba una cuestión irresoluble, incluso para un ninja. No deseaba ser cruel o piadoso con la señora, pero sentía la necesidad de decirle que aquellas eran las consecuencias de la relación que había decidido consumar. Aunque le mantenía a la expectativa cierta curiosidad, porque si bien una agresión física representaba el culmen de una mala relación, la mujer aseguraba que había sido solo el inicio.
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— Takeshi se disculpó una y otra vez por lo sucedido. El pobre era un ángel. Murió hace un mes, y creo que su muerte empeoró mi estado — dijo la mujer, y entonces, atinó por fin a abrir la puerta —. Pero el daño estaba hecho. Sentir el cristal traspasar mi carne y hacer salir mi ardiente sangre fue una experiencia tan... ¡maravillosa!
Tras la puerta, había una auténtica habitación digna de una cámara de tortura. En una mesa con manchas rojas, había desde un corta uñas, hasta unas tijeras y un cuchillo de cocina. A su lado, había una especie de camilla elevada, y en un compartimento de al lado, una caja con muchas agujas, similares a senbons.
Sobre la pared había colgadas espadas, hachas, mazas, y otros elementos. Incluso había un sarcófago sobre una de las esquinas, con una inquietante mirada de una mezcla de mujer y león.
— Desde entonces no puedo parar. ¡Oh! ¡Es tan maravilloso! Sentir el acero traspasar mi piel. La hoja del cuchillo besar mis muñecas. La hoja de la tijera cortar mi piel. Las agujas purificar mis caderas. ¡Solo con pensarlo mi mente se nubla! -- exclamó la mujer, poniendo sus manos en su cara, como una colegiala ruborizándose —. Siempre me he preguntado si nos ninjas como usted, shinobi-san, sienten algo parecido a esto. Siempre os jugais la vida, ¿verdad? Lo haceis por el dolor, ¿verdad? Puede decidrmelo. No hace falta que lo esconda.
La mujer empezó a dar saltitos El kimono se levantaba y volvía a su sitio con la gravedad. Kazuma pudo ver sus brazos, llenas de cicatrices de cuchillo. Pudo ver sus piernas, llenas de moratones, marcas de aguja, y otros. Normal que la mujer llevase algo siempre. Estaba llena de heridas por su aficción.
— Puede que a veces me cueste moverme, o me sangre mucho el cuerpo. Pero ya he dejado de ir al médico, antes de que me descubra — dijo la mujer, sonriente —. Desde que vino, supe que usted también compartía mi afición. ¿Por dónde empezamos? ¿Quiere probar la cama de agujas, o el sarcófago de pinchos? ¡Oh! ¿Tiene algún arma que pueda usar contra mí? ¡Una que sea extremadamente dolorosa! ¡Se lo ruego!
En otra esquina, sin embargo, había un objeto peculiar. Parecía ser... una marioneta. Una marioneta con forma de escorpión, hecha de madera. Tenía los ojos negros, y el resto de la piel, simulada con la madera para parecer la aspera piel del animal. Era un conjunto chocante, pues sobraba bastante ahí. También había un pergamino al lado, similar al que los ninjas usan para sus fuinjutsus.
Por si Kazuma quería saberlo, la puerta seguía a su espalda. Seguía abierta. Con tan solo bajar, podría llegar a la tienda y salir de ahí con las latas.
O podía quedarse ahí con la mujer, claro.
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—…Pero el daño estaba hecho. Sentir el cristal traspasar mi carne y hacer salir mi ardiente sangre fue una experiencia tan... ¡maravillosa!
Kazuma se quedó absorto ante el facsímil de calabozo que se presentaba ante él, ya había leído cuentos en donde el castillo del villano tiene un sótano lleno de herramientas de tortura, poblado de almas atormentadas y torturadores retorcidos, pero jamás se imaginó que se viese así.
—¡Cielos! —silbó, visiblemente impresionado—. Es una de las cosas más interesantes que haya visto alguna vez.
—…Siempre me he preguntado si nos ninjas como usted, shinobi-san, sienten algo parecido a esto. Siempre os jugais la vida, ¿verdad? Lo haceis por el dolor, ¿verdad? Puede decidrmelo. No hace falta que lo esconda.
—Aun soy un novato, así que no sabría decirlo con certeza —admitió, mientras caminaba por los alrededores—. Pero este es un pasatiempo interesante, aunque me parece que ha debido de ser costoso todo esto.
Le costaba comprender como habría llevado semejante colección hasta un sitio como aquel, como la había adquirido y como nadie se había dado cuenta. Puede que fuese debido a que la gente no solía interesarse mucho por las “aburridas” actividades de una anciana viuda.
— Puede que a veces me cueste moverme, o me sangre mucho el cuerpo. Pero ya he dejado de ir al médico, antes de que me descubra — dijo la mujer, sonriente —. Desde que vino, supe que usted también compartía mi afición. ¿Por dónde empezamos? ¿Quiere probar la cama de agujas, o el sarcófago de pinchos? ¡Oh! ¿Tiene algún arma que pueda usar contra mí? ¡Una que sea extremadamente dolorosa! ¡Se lo ruego!
—Además de que soy demasiado blando como para dañar a otros, no tengo nada que usar en usted sin comprometerme a mutilarla —bromeo él, para luego decir—: no veo mayor problema en que sea aficionada a las artes del dolor, pero es un juego un tanto peligroso como para practicarlo en solitario… Además, el cuerpo humano tiene un límite: un día podría cortar más profundo de lo debido o sufrir una infección.
Lejos de estar perturbado, se sentía intrigado ante las formas que podían tomar los vicios humanos. No era muy diferente al dolor que sentían los adictos, solo que este se limitaba al plano físico y no al emocional. Aunque si le parecía un tanto solitario, pues, y el bien lo sabía, lo difícil de ser extraño era conseguir a otros similares. Por otra parte, sentía compasión, pues aquel extravagante pasatiempo puede que fuese lo único que le conectaba con la memoria de su difunto esposo.
—Es increíble, todo está bien limpio y afilado, usted sería una buena supervisora de armamento —reconoció, mientras caminaba, hasta que se topó con una figura inerte y misteriosa que yacía en un rincón—. Esta se ve un tanto extraña, ¿Qué clase de máquina de tortura es? ¿Se usa junto con el pergamino?
Nivel: 22
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La mujer observó a Kazuma, y para su sorpresa, el chico no se horrorizó ni salió corriendo. En lugar de eso, silbó de admiración y se quedó a observar las vistas.
Lejos de sentirse admirada o satisfecha, la mujer tuvo durante los primeros segundos una clara cara de sorpresa. Después, regresó a su habitual rostro febril de emoción, como si la sorpresa no hubiera pasado, o hubiera sido un simple delirio de su locura más que estable.
El chico se excusó diciendo que llevaba poco en el oficio y que no podía afirmar mucho sobre el resto de shinobi.
—Además de que soy demasiado blando como para dañar a otros, no tengo nada que usar en usted sin comprometerme a mutilarla. No veo mayor problema en que sea aficionada a las artes del dolor, pero es un juego un tanto peligroso como para practicarlo en solitario… Además, el cuerpo humano tiene un límite: un día podría cortar más profundo de lo debido o sufrir una infección.
— Eso suena muy interesante — dijo la mujer, practicamente babeando. Después, sacudió la cabeza —.Conozco los principios médicos básicos. No soy idiota. No quiero perder ninguna extremidad aún, así que espero que la próxima vez traigas un arma que esté a la altura. He oído de infinidad de armas interesantes: mazas, látigos, bastones... ¡Solo de pensar en ello me estremezco!
La mujer se abrazó así misma, simulando un extremo placer. Por alguna razón, no hacía más que sacar la lengua y entornar los ojos.
—Esta se ve un tanto extraña, ¿Qué clase de máquina de tortura es? ¿Se usa junto con el pergamino?
Otra vez, la mujer tuvo que sorprenderse. ¿Cuánto llevaba eso ahí?
— E-es... es... ¡Un arma muy poderosa, claro que sí! Simula el aguijón de un escorpión, pero mil veces más fuerte. Nada que un novato poco aficionado como tú pudiera aguantar. Yo me alejaría. A veces parece que tiene vida propia — le advirtió la mujer —. No toque eso, fuera, fuera.
La mujer arrastró a Kazuma hasta el otro lado de la habitación, junto al ataud. Entonces, abrió dicho objeto, y lo que encontró ahí fue una fila de cuchillas dentadas, esperando a que alguien entrase. Había mucho espacio. Parecía ser un mecanismo de cierre: en cuanto la persona entraba, era atravesada por las afiladas cuchillas.
— Estaba buscando a un compañero de juegos. La verdad, shinobi-san, es que esto es muy aburrido. Takeshi nunca me dejó satisfecha, en ningún aspecto. Sin embargo, usted... un niño, pero preparado para el dolor y la adversidad. Estoy seguro de que será un buen compañero en este hobby — dijo la mujer, acariciando levemente el brazo de Kazuma, con una expresión picara —. Ya sé que esto te gusta. No te hagas de rogar. ¿Por qué no entras en el ataud? Nunca lo he probado con nadie, porque estaba esperando una situación especial. No sé me ocurre ninguna forma de celebrar nuestra unión.
» Vamos, shinobi-san — dijo la mujer, cogiendole de la mano, para que no se escapara —. Entremos.
Kazuma tendría un par de segundos para reaccionar. Si los dos entraban en aquel instrumento de pinchos y muerte, probablemente, morirían.
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— E-es... es... ¡Un arma muy poderosa, claro que sí! Simula el aguijón de un escorpión, pero mil veces más fuerte. Nada que un novato poco aficionado como tú pudiera aguantar. Yo me alejaría. A veces parece que tiene vida propia — le advirtió la mujer —. No toque eso, fuera, fuera.
—Pero es que parece interesante —replico, sin poder evitar que le arrastrasen lejos.
Como intuía, la mujer se sentía solitaria con sus juegos y deseaba tener un compañero. Le pareció que aquello era lógico y que estaba bien, pero que no eran esas el tipo de actividades que iban con su forma de ser. Y pese a que las expresiones de la mujer denotaban profunda fascinación, a él no le resultaban ni aversivas ni atrayentes.
—Aun es pronto para mí, que no se de estas cosas —replico, mostrándose amable y sereno—. De hecho, vamos tan rápido que ni siquiera me ha dicho su nombre.
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