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Kazuma opuso resistencia a la mujer. La tendera, la cuál parecía estar en pleno éxtasis de su extraña adicción, no le gustó nada que lo hiciera. Pensó en arrastrar al chico consigo, pero supuso que no tendría la fuerza suficiente como para llevarse consigo a un ninja.
Eso quizá fue lo único que salvó a Kazuma de ser llevado a la muerte. Debería tener más cuidado la próxima vez.
—Aun es pronto para mí, que no se de estas cosas. De hecho, vamos tan rápido que ni siquiera me ha dicho su nombre.
— Venga ya. Pensaba que los shinobi sois hombres de acción — murmuró la mujer, impaciente —. Soy Meiko. Takekawa Meiko, desde hace un mes.
» Supongo que sabes como comportarte ante una dama, ¿no? Es tu turno de decirme tu nombre, shinobi -san — Y desde luego, pobre de Kazuma si llegaba a preguntarle su edad.
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» Supongo que sabes como comportarte ante una dama, ¿no? Es tu turno de decirme tu nombre, shinobi -san — Y desde luego, pobre de Kazuma si llegaba a preguntarle su edad.
—Mi nombre es Hanamura Kazuma, y estoy encantado de conocerte, Meiko-san —se presentó, haciendo una leve inclinación.
Lo cierto es que aquella señora y su pasatiempo se le hacían fascinantes, aunque un tanto caóticos, faltos de moderación. Pensó en que inevitablemente aquella mujer terminaría por darse muerte a sí misma. O peor, terminaría por secuestrar y torturar a alguien…, aunque con su edad era difícil que pudiera hacer eso. Pero si llegaba a mantenerse libre de problemas el tiempo suficiente, podría resultar ser una amistad interesante.
—Ha sido una visita cautivadora, Meiko-san, pero ya es momento de concluirla —sentencio, sereno y claro—. He estado fuera por suficiente tiempo y no quisiera que mi sensei se preocupe y viniese a buscarme.
Aquella resultaba una forma sutil de decirle que, si no le permitía irse, alguien vendría a buscarle y entonces descubrirían su peculiar pasatiempo. Algo típico de Kazuma, puesto que no era asiduo a utilizar la fuerza para resolver sus problemas, aunque si podía propinar un buen porrazo si algun necio se interponía en su camino.
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La mujer sostuvo la mirada de Kazuma durante unos segundos, que parecieron hacerse horas. No hubo ningún "encantado de conocerte". El intercambio fue frío. Una simple formalidad, un traspase de información.
Las palabras de Kazuma no eran una amenaza directa, pero a ojos de la mujer, fue eso lo que recibió.
— Ya veo. No tienes tiempo de jugar conmigo. Menuda decepción— dijo la mujer, con una caída de ojos muy poco disimulada —. Vuelve con tú... sensei. Puede que volvamos a vernos, Kazuma-kun.
La mujer sonrió, y después, se quedó admirando las obras de arte que colgaban de la pared. Quizá admirando cual utilizar primero, o simplemente en alguno de sus trances.
Kazuma era libre de irse.
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— Ya veo. No tienes tiempo de jugar conmigo. Menuda decepción— dijo la mujer, con una caída de ojos muy poco disimulada —. Vuelve con tú... sensei. Puede que volvamos a vernos, Kazuma-kun.
—Procurare que así sea, Meiko-san, procurare que así sea —dijo cordialmente, mientras comenzaba a bajar las escalares—. Hasta la próxima.
Kazuma termino de descender las escaleras y tomo el par de bebidas en enlatadas que había escogido inicialmente, unas de aquellas energizantes mesclas azucaradas y coloridas, que tan populares eran entre los ninjas. Dejo el dinero correspondiente sobre el mostrador y se marchó, asegurándose de deslizar la puerta delicadamente.
—¡Ya regresé! —anuncio, mientras se acercaba a la puerta del dojo.
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Kazuma abandonó felizmente la tienda, prometiendo a la encargada loca que volverían a verse. Desde luego, el chico era bastante valiente. Pudo mantener la compostura y pareció incluso interesarse. Probablemente cualquier otro genin habría salido corriendo en cuanto hubiera tenido la ocasión.
¿Era interés? ¿Temeridad? ¿O incluso desconocimiento de las consecuencias? Quién sabía.
Sin embargo, Kazuma se encontraría con otra sorpresa antes de llegar a los dojos. Más bien, no la vería. Justamente cuando estuviera a punto de dirigirse a la entrada, para llegar con Juro, escucharía algo.
— ¡Por favor! ¡Qué alguien me ayude!
Era un grito. Parecía ser de una anciana. Provenía de algún lado de la calle contigua.
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— ¡Por favor! ¡Qué alguien me ayude!
Kazuma se detuvo instantáneamente, sin atreverse a dar la vuelta. Sin duda aquel había sido un grito urgente, clamando por alguien, quien fuese. El mero sonido indicaba que había sido en la calle de al lado, pero no había otra información.
—No tiene que ver conmigo —se dijo, para continuar caminando y luego detenerse nuevamente.
Un grito, sin duda algo que no surgía sin la motivación suficiente. Puede ser que fuese algo interesante o algo sin importancia. Pero había algo más que debía tomar en cuenta: su sensei parecía de aquellas personas correctas que vuela a socorrer a otros, dejando a un lado sus propios asuntos. De ser así, bien podría traerle problemas el que se enterase de que alguien pedía ayuda a otro alguien y su alumno no había hecho nada al respecto.
—Bueno —Hizo una concesión consigo mismo—. Daré un vistazo, y si no es nada interesante me retirare.
Y así se dirigió a la calle contigua, sigilosa y discretamente para que no le viesen si es que le apetecía retirarse. El solo hecho de que le viesen casi le comprometería a prestar asistencia, por lo que se movía con cuidado, manteniéndose cerca de las paredes hasta que lograse ver que era lo que había sucedido.
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Fuesen por los motivos que fuesen (y no precisamente unos altruistas) Kazuma decidió socorrer al grito, aunque de una manera tranquila y sosegada. No quería involucrarse más de lo necesario, si es que tenía que hacerlo.
Cuando llegase a la otra calle, vería una escena pintoresca. Una mujer anciana, de aproximadamente setenta años, tirada sobre el suelo. Su piel era pálida, y su cabello, de pura nieve, recogido en un moño. Parecía encorvada y débil. Vestía unos pantalones anchos y una camisa holgada decorada con múltiples estampados.
La mujer parecía una tortuga vuelta del revés, atacada en el suelo.
A varios metros, había un bastón que la mujer no podía alcanzar, y al otro lado, una cesta, en la que había varias hierbas, también volcadas en el suelo.
No parecía haber nadie pasando por ahí.
— ¡Por favor! ¡Qué alguien me ayude! — siguió exclamando.
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—Parece que fue una simple caída… —Aun así, no veía a nadie más en la calle.
En ninguna parte yacían escritas, pero las leyes sociales eran claras e inoportunas: bien podría ser que encontrase a una ancianita caída en plena calle y lograse hacerse el desentendido si hubiese alguien más cerca; pero resultaba que el sería el único por allí (al menos eso le parecía). Si incurría en una retirada y llegaba a haber testigos de tal “crimen” por indiferencia, todo el peso de aquella abstracta ley caería sobre él con la fuerza de un millar de reproches.
¿Qué podía hacer? Se acercó hacia donde estaba la anciana, cogió el bastón con una mano y la otra la destino como ofrecimiento de ayuda a su antiquísimo y caído cuerpo.
—Venga, señora, yo le ayudare —dijo, con una serenidad encomiable.
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Kazuma pareció sentirse responsable nada más pisar la calle y ver a la ancianita en tal deplorable estado. Con toda la caballerosidad y la humildad que parecían habitar en él, se acercó a la pobre damiseta en apuros.
—Venga, señora, yo le ayudare — Cogió el bastón, y con la otra mano, trató de levantar a la mujer.
La anciana cogió su mano con fuerza, y entonces, poco a poco empezó a levantarse. El dolor de espalda parecía haber remitido un poco en ella, por lo que no sufrió más. Se levantó, apoyandose en la mano y el hombre de Kazuma para poder orientarse correctamente y cogió el bastón.
Entonces, abandonó el apoyo de Kazuma y se mantuvo por sí misma.
— Muchas gracias, hijo — Y entonces, lleno sus mejillas de besos pringosos, que parecieron durar una eternidad —. No sabes lo que habría hecho esta pobre anciana sin tí. Más de tres personas pasaron de largo al verme así. La gente de hoy en día se ha vuelto muy egoista, no como en mis tiempos.
» Pero ya veo que tú no eres así. Eres un shinobi, ¿verdad? Menos mal que no todos han olvidado las viejas costumbres. En mis tiempos de genin, ayudábamos a la gente mayor y a bajar gatos de árboles sin rechistar.
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—Muchas gracias, hijo — Y entonces, lleno sus mejillas de besos pringosos, que parecieron durar una eternidad —. No sabes lo que habría hecho esta pobre anciana sin tí. Más de tres personas pasaron de largo al verme así. La gente de hoy en día se ha vuelto muy egoista, no como en mis tiempos.
Kazuma no pudo evitar reírse como un chiquillo, los besos de la anciana resultaban resbalosos y cosquilludos. También eran prolongados, pero su paciencia no era algo que se agitase fácilmente.
—Pero ya veo que tú no eres así. Eres un shinobi, ¿verdad? Menos mal que no todos han olvidado las viejas costumbres. En mis tiempos de genin, ayudábamos a la gente mayor y a bajar gatos de árboles sin rechistar.
Kazuma no estaba seguro de que decirle, para él había una clara diferencia entre lo que se hacía por cumplir las leyes sociales y lo que se hacía por motivación y satisfacción propia; aunque el resultado fuese el mismo. ¿Importaba el motivo cuando al final se hacía lo correcto? No lo sabía, y tampoco tenía prisa por descubrirlo.
—No hay de que, señora —dijo mientras hacía una leve reverencia—. Solo es cuestión de tener cuidado.
Y sin decir mucho más, el peliblanco se limitó a desearle un buen día y a retirarse; deseaba volver a donde le esperaba su sensei, antes de que este pensara que había aprovechado la oportunidad para escapar de él.
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La mujer observó a Kazuma, con una sonrisa. Ahora se mantenía sobre su bastón de forma más correcta, y parecía haber vuelto a dominar la situación.
— Espera.
La mujer entonces se metió la mano en el bolsillo, y empezó a intentar sacar algo. Por un momento, parecía que se iba a caer otra vez (un poco patosa si que era), pero logró mantener el equilibrio con el bastón, y continuar de una pieza. Y lo que sacó fue un pequeño objeto en forma circular, en un envoltorio de plástico. Tenía un color amarillo.
— Como agradecimiento, toma este caramelo.
¿Lo aceptaría? La decisión era de Kazuma. Tanta tensión por un maldito caramelo. Se hacía hasta ridículo.
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—Como agradecimiento, toma este caramelo.
La anciana le ofreció una canica de caramelo envuelta en un papel brillante. Kazuma tomo el dulce sin muchas dilaciones y lo observo con interés. Le gustaban los dulces, sobre todo aquellos cuyos llamativos envoltorios le impedían saber cuál sería el sabor del caramelo que resguardaban.
—No hacía falta, pero de todas formas lo tomare —dijo cortés y honestamente—. Gracias, señora.
Aquella era una de las curiosidades que le agradaban del mundo “exterior”: en su pueblo no había caramelos, y los comerciantes de camino rara vez se tomaban la molestia de añadir dulces a sus cargas. Pensó en engullirlo allí mismo, pero decidió que lo podría disfrutar mejor en algún momento de descanso, no en aquel en que aún tenía que retornar a donde estaba su sensei.
—Lo disfrutare más tarde —dijo a la señora, para luego retirarse al dojo en donde se suponía que debía estar.
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La anciana le sonrió, acomodandose en su posición con el bastón, al ver como Kazuma cogía el caramelo y se despedía cortesmente de ella.
— A ti, mozalbete. Adios.
La anciana pronto se quedó en la lejanía de las calles, mientras Kazuma regresaba al tan ansiado dojo donde su sensei debía de andar esperandole desde hacía un rato ya. El chico no podía saber cuanto tiempo había pasado, pero lo cierto es que sabía que llegaba tarde.
Cuando entró en el dojo, sin embargo, se encontró con una sorpresa. No había nadie ahí. Ni rastro de Juro ni de los muñecos de entrenamiento. Una habitación totalmente vacía.
De lejos, sin embargo, Kazuma podría observar que había una pequeña nota de papel, perfectamente cortada y doblada, dejada en la mesa.
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Después de resuelto el asunto con la anciana, el cual por suerte resulto ser algo sin complicaciones, Kazuma se encamino de nuevo al edificio en donde su sensei le esperaba.
—¡Ya regresé! —anuncio por segunda vez, esperando una respuesta.
En vista de que Juro no le contestaba, se atrevió a pasar. La situación le extraño un poco, lo suficiente como para que saliese del edificio y verificase que no se había equivocado de lugar. El dojo estaba completamente vacío y ordenado, como si nadie hubiese estado allí aquel día.
—Esto podría ser un problema —reflexiono—, quizás se cansó de esperar y decidió irse.
Resignado a que ya nada se podía hacer, se acercó a la mesa para colocar las bebidas que había comprado sobre la misma. Se sentó a un lado, aburrido, viendo como las gotas de la condensación mojaban la bolsa que contenía las latas. De pronto, su vista se posó sobre un trozo de papel que yacía abandonado; debia de ser una nota, por la forma regular en que estaba doblada.
—Veamos —se dijo, mientras estiraba su mano para tomarla y leerla—. Quizás sea una reprimenda.
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Lejos de ser una reprimenda o cualquier clase de enfado, en la carta solo había una palabra, escrita en letra grande y rodeada, en maýsculas.
Demuéstrame lo que vales.
P.D: No destruyas el dojo
Entonces, a su espalda, Kazuma escucharía un ruido. Algo se movía.
Como un pequeño mecanismo, una figura apareció. Era pequeña (le llegaría por la cintura al chico). Tenía todo el aspecto de ser una marioneta: tenía el pelo pintado de marrón, dos ojos oscuros, y una sonrisa inquietante y permanente. Estaba vestida con una capa morada, y tenía los dos brazos al aire. Parecía pequeña y frágil, sin embargo, había algo en ella que le indicaría al chico que tenía que andarse con cuidado.
Unos hilos azules parecían guiar a la marioneta, pero eran tan finos que costaba distinguirlos. Llevaban fuera del dojo.
La marioneta alzó una mano y le indicó a Kazuma que fuese a por ella.
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