Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Ante la respuesta igual de negativa por parte de Ayame, la joven no pudo evitar sonreír.
—Al menos si nos perdemos estaremos acompañadas —respondió como aspecto positivo de todo aquello.
Y tras un rato andando calle abajo, encontraron una pequeña cafetería que sin duda les vino como anillo al dedo, así que sin esperar un rato más ambas entraron y pronto la Aotsuki encontró una mesa para dos al lado de una de las ventanas. Eri tomó asiento y posó ambas manos en la mesa mientras Ayame tomaba la única carta que había sobre ella.
—Vamos a ver qué tienen. Espero que no sea sólo café...
—Esperemos... —secundó la pelirroja, inclinándose un poco en la mesa para poder ver lo que había escrito allí.
Para la suerte de ambas, no solo había café, sino que había una sección de zumos, tés, y batidos. En la otra cara había diferentes platos que normalmente pedirías como postre de una gran comida, así que Eri optó por pedir solo una bebida.
—Creo que ya sé qué pediré —alegó la chica sentándose de nuevo en la mesa.
Unos minutos después apareció una mujer que rondaba los treinta años, con unas ojeras un poco marcadas bajo sus ojos de color avellana y un largo cabello recogido en una coleta alta, con una sonrisa típica de vendedor.
—Buenas noches, chicas —saludó en un tono ni muy alto ni muy bajo, alegre —. ¿Qué os pongo? —preguntó, señalando a la carta con el lápiz que tenía en la mano derecha.
—Buenas noches, yo quisiera un batido de vainilla, por favor... —pidió la primera, luego miró a Ayame, esperando por saber su opción.
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15/01/2018, 12:14 (Última modificación: 15/01/2018, 12:15 por Aotsuki Ayame.)
—Esperemos... —respondió Eri, y Ayame sonrió para sus adentros. Parecía que la de Uzushiogakure odiaba el café tanto como ella.
Puso la carta entre las dos de forma lateral para que ambas pudieran leer sin demasiados problemas. Afortunadamente, la carta de la cafetería era bastante variada; además de cafés, había todo tipo de bebidas como zumos, tés, otro tipo de infusiones y batidos. A Ayame no le hizo falta darle demasiadas vueltas para saber qué era lo que quería tomar.
—Creo que ya sé qué pediré —dijo Eri.
—Yo también.
Poco después se les acercó una mujer que debía rondar la treintena. Tenía los ojos castaños, con marcadas ojeras, y su cabello estaba recogido en una coleta alta.
—Buenas noches, chicas —saludó, con una afable sonrisa—. ¿Qué os pongo?
—Buenas noches, yo quisiera un batido de vainilla, por favor...
Ayame palideció súbitamente, pero era su turno de hablar y se esforzó por sacudir la cabeza.
—P... ¡Para mí un batido de chocolate, por favor!
La mujer no tardaría en alejarse con el pedido, y Ayame se volvió hacia la ventana. Una luna menguante coronaba el cielo estrellado.
«Mi hermano me va a matar...»
—No me había dado cuenta de que ya era de noche... —murmuró.
La mujer anotó ambos pedidos y se marchó por donde había venido. Eri apoyó su cabeza sobre la mano izquierda y ocultó un bostezo con la que quedaba libre, mirando como el cielo nocturno coronaba la parte superior de la ciudad.
—No me había dado cuenta de que ya era de noche...
—¿Uh? —Eri levantó su cabeza para mirar a Ayame directamente —. ¿Ocurre algo, Ayame-san? —preguntó por el comentario que la susodicha había murmurado. Luego miró por la ventana de nuevo, justo al punto donde miraba ella —. ¿Qué pasa con la noche? ¿Tenías que ir a algún sitio? —preguntó, curiosa.
No pudo añadir más preguntas pues la mujer que les había atendido pronto trajo ambos batidos en un vaso de cristal en tubo, abriéndose en lo más alto. En la cima había nata decorando el batido y una pajita de color azul terminaba apuntando hacia quien lo había pedido.
—¡Qué aproveche! —alegó la mujer, retirándose de nuevo una vez dicho.
Pero Eri miraba a Ayame, sin todavía atreverse a probar un sorbo de aquel batido.
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—¿Uh? ¿Ocurre algo, Ayame-san? —preguntó Eri, sacándola de sus pensamientos. Parecía que había escuchado su comentario—. ¿Qué pasa con la noche? ¿Tenías que ir a algún sitio? —preguntó, curiosa.
Ayame abrió la boca para responder, pero en ese momento llegó la encargada con dos vasos de cristal que colocó frente a las dos kunoichis. Además del batido en cuestión, la cima del recipiente estaba decorado con una flor de nata y una fina pajita de color azul.
—¡Qué aproveche!
—¡Muchas gracias! —exclamó Ayame, obligándose a esbozar una sonrisa. Y se volvió de nuevo hacia Eri cuando la mujer se alejó de nuevo—. Había venido a Tanzaku Gai con mi hermano mayor —le confesó, torciendo ligeramente el gesto—. Él tenía que hacer unas cosas aquí, así que le dije que le esperaría donde se celebraba el concurso de música y él se pasaría a buscarme...
Abrumada, se llevó la pajita a los labios y sorbió. El dulzor del chocolate inundó inmediatamente su paladar, y la verdad es que supuso un momentáneo alivio a su angustia.
Aunque seguía sintiendo como si una garra de hierro le estuviera revolviendo las tripas...
Ayame esperó a que la mujer se fuese para explicar el por qué de su cambio repentino de humor por haber visto la luna de aquella noche.
Había venido a Tanzaku Gai con mi hermano mayor —le confesó, torciendo ligeramente el gesto—. Él tenía que hacer unas cosas aquí, así que le dije que le esperaría donde se celebraba el concurso de música y él se pasaría a buscarme...
—Oh... —fue la contestación de la kunoichi del Remolino, dejando la boca entre abierta por si salía algo más de ella, pero al no encontrar algo adecuado que decir, la cerro. Era su culpa, en verdad, ya que ella había arrastrado a Ayame hasta aquel lugar para "celebrar" su segundo puesto en el concurso, así que no tenía más expresiones que —. Lo siento, Ayame-san —dijo mientras se removía en su sitio, inquieta —. Terminemos el batido rápido y busquemos a tu hermano, así me podré disculpar por haberte traído hasta aquí, ¿vale? —pidió mientras se levantaba rápidamente en busca de la camarera para pagar la cuenta.
A Ayame no le dio tiempo a negarse, pues a los dos minutos de haberse ido, ya volvía para sentarse y comenzar a beber de su batido.
—¡Vamos, Ayame-san! —alentó la kunoichi —Así Aotsuki-san no estará tan enfadado, ¡rápido! —volvió a decir, bebiendo a tragos su batido hasta que por fin lo apuró, llenándose de nata las comisuras superiores de sus labios.
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—Oh... —suspiró Eri. Por la expresión de su rostro, y su boca entreabierta, parecía que iba a añadir algo más a sus palabras, pero al final terminó por callar.
Pasaron algunos segundos en completo silencio que Ayame aprovechó para disfrutar de su batido. Aunque por dentro, su cabeza bullía de actividad, buscando una solución al problema que se le acababa de plantear. Odiaba tener que hacerlo, pero tendría que darse prisa para ir a reunirse con su hermano. Y una vez con él... rezar a Amenokami para que no estuviera demasiado enfadado con ella.
—Lo siento, Ayame-san —intervino Eri, removiéndose en su asiento.
—¿Eh? —Ayame torció la cabeza, confundida ante aquella inesperada disculpa. Y cuando comprendió a lo que se estaba refiriendo la pelirroja, sacudió las manos en el aire—. ¡No tienes por qué disculparte! Tú no sabías nada y yo me lo estaba pasando tan bien que se me ha olvidado por completo —añadió, con una sonrisilla—. La única torpe aquí soy yo, no te preocupes.
—Terminemos el batido rápido y busquemos a tu hermano, así me podré disculpar por haberte traído hasta aquí, ¿vale? —sugirió, y antes de dejar siquiera que respondiera se levantó y, para su completo apuro, se dirigió hacia la barra del bar para pagar.
—¡Tampoco era necesario que pagaras por mí! —protestó, cuando la pelirroja volvió a sentarse frente a ella. Había inflado las mejillas, pero enseguida se relajó y volvió a sonreír, afable—. Pero gracias, Eri-san.
—¡Vamos, Ayame-san! —la alentó Eri—. Así Aotsuki-san no estará tan enfadado, ¡rápido! —volvió a decir, y para su completa estupefacción comenzó a beberse el batido a grandes tragos, como si de una aspiradora se tratase. Y para cuando Ayame salió de su asombro, la pelirroja ya se había bebido la mitad de su vaso. Tendría que darse prisa para alcanzarla, así que hizo casi lo mismo que ella.
Y cuando terminó creyó que iba a reventar del empacho.
—Ah... demasiado rápido... —se quejó, sujetándose el estómago con una mano. Se suponía que aquellos postres estaban para degustarlos poco a poco, no para engullirlos de golpe. Pero la situación así lo ameritaba. Ayame alzó la mirada hacia Eri y sus labios temblaron cuando trató de contener una carcajada. Con un gesto disimulado, buscó establecer contacto visual con ella y se señaló los labios en un claro gesto.
Se le había quedado un bonito bigote blanco.
. . .
Dos sombras recorrían las calles de Tanzaku Gai a toda velocidad bajo el amparo de las estrellas. A aquellas horas, los pocos establecimientos que habían estado abiertos ya habían cerrado sus puertas, por lo que la única luz con la que contaban era la de las farolas que encontraban a su paso y la luz que se filtraba desde las ventanas de las casas vecinas. La temperatura había descendido algunos grados con la ausencia del sol, pero no parecía que aquel detalle frenara la desesperación de las dos kunoichis.
«Es rápida.» No pudo evitar observar Ayame. En pocas ocasiones se había cruzado con alguien que la igualara en velocidad, pero Eri corría prácticamente a la par que ella. Enseguida se dio cuenta que, de ser aquello una carrera o una persecución, no podría dejarla atrás.
Sin embargo, por muy veloces que fueran, ambas se encontraban en una ciudad que nunca habían pisado con anterioridad y la noche sólo complicaba las cosas a la hora de orientarse. Ya lo decía el dicho: "De noche, todos los Uchiha son pardos."
—Oye, Eri-san, ¿crees que queda muy lejos la plaza? —le preguntó a su compañera.
Pese a que Ayame había dicho que era su culpa, Eri no iba a dejarse convencer fácilmente, pues a cabezona no le ganaba nadie. Por ello y después de apurarse todo el batido de una sentada —el cual sabía que más tarde le empezaría a hacer daño en el estómago— arrastró a Ayame fuera del local.
Sonrojada por el espectáculo que acababa de dar.
• • •
Ambas kunoichis corrían por las calles de aquella ciudad buscando desesperadamente la plaza donde había quedado Ayame con su hermano mayor, pero iban con desventaja pues, al no conocer el lugar, no sabrían con exactitud el lugar en el que se encontraba dicha plaza donde habían acordado verse.
—Oye, Eri-san, ¿crees que queda muy lejos la plaza?
—No —contestó la joven, mirando hacia los lados con un rápido movimiento de cabeza —. ¡Por la derecha! —dijo y siguió por allí.
En verdad deberían haber vuelto sobre sus pasos nada más salir del recinto, pero iban con tanta prisa y las calles habían cambiado a unas menos concurridas e iluminadas que Eri juró estar en otro sitio diferente. Volvió a mirar hacia las dos calles que se les presentaban, a la izquierda había algo que le resultaba familiar.
—¡Ayame-san! —llamó, presa de la alegría —. ¡Allí! —exclamó, tomando aquella dirección.
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Ayame derrapó ante la súbita dirección. Estuvo a punto de caerse, pero por suerte consiguió recobrar el equilibrio justo a tiempo y volvió a enderezarse rápidamente. Confiaba en Eri, pero la verdad es que se preguntaba si la de Uzushiogakure estaba realmente convencida de hacia donde iban. Para sus ojos, todas aquellas calles que pasaban junto a ellas a toda velocidad, sumidas en la suave penumbra de la noche interrumpida de forma puntual por alguna fuente de luz cercana, resultaban completamente idénticas.
Y cuando su corazón encogido comenzaba a perder toda esperanza:
—¡Ayame-san! —la llamó Eri, y cuando volvió la cabeza hacia ella vio que señalaba hacia la izquierda—. ¡Allí!
Ayame pegó un brinco. Ahí, entre los estrechos callejones que dejaban los edificios entre sí, atisbó al fin algo que le resultaba familiar.
—La fuente...
Echaron a correr hacia allí, y en cuestión de segundos llegaron al fin a la plaza. Ayame se detuvo en seco y apoyó las manos en las rodillas entre continuos resuellos para recobrar el aliento. Sin embargo, sus ojos ansiosos recorrieron todo el territorio. De no ser por la fuente, quizás no habría llegado a reconocer el lugar. Todo estaba sumido en un profundo silencio, tan sólo roto por sus jadeos, y la penumbra hacía que las cosas se vieran diferentes de como realmente eran. Además, los encargados del concurso se habían dado toda la prisa del mundo y ya habían retirado el escenario de la plaza. Y, sin embargo, por mucho que miró a su alrededor, no había rastro alguno Kōri.
—No está... —murmuró, lastimera—. ¿Y si se ha ido sin mí...?
Sin perder ni un segundo más, tomaron la dirección que Eri había indicado y que Ayame había confirmado reconocer por lo que había dicho, así llegaron ambas a la dichosa plaza donde el hermano de la kunoichi de la Lluvia esperaba por ella. Eri se sujetó sobre una rodilla y tomó aire y lo soltó varias veces, recobrando el aliento. Sentía el batido en la garganta y como siguiese así, al final terminaría echándolo.
Miró por todos lados, por si acaso encontraba a alguien parecido a Ayame esperando en algún sitio, pero no había nadie con esa descripción en la plaza, la cual ya se encontraba libre de todo lo relacionado con la actuación de la tarde.
«¿Nos habremos equivocado de plaza?» Se cuestionó en la cabeza la pelirroja, volviendo a mirar entre la gente.
—No está... ¿Y si se ha ido sin mí...?
—¡Eso no puede ser! —exclamó Eri, acercándose a zancadas a la posición de la Aotsuki —. Seguramente tiene que estar, a lo mejor esta no es la plaza, sino una parecida, ¡seguiremos buscando! —la alentó posando una mano en su hombro y sonriéndola, no había que darse por vencida tan pronto —. ¿Cómo es tu hermano? —preguntó —. Así yo también buscaré por él.
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—¡Eso no puede ser! —exclamó Eri en respuesta, acercándose a ella entre largas zancadas—. Seguramente tiene que estar, a lo mejor esta no es la plaza, sino una parecida, ¡seguiremos buscando! —la alentó posando una mano en su hombro y dedicándole una sonrisa. Sin embargo, Ayame no pudo hacer otra cosa que morderse el labio inferior con infinita preocupación—. ¿Cómo es tu hermano? Así yo también buscaré por él.
Ayame respiró hondo. ¿Cómo era su hermano? Sin duda, la mejor palabra para describirlo era:
—Blan...
Como si alguien le hubiese abierto la puerta al invierno, una gélida brisa recorrió la plaza sacudiendo los cuerpos de las dos muchachas. Fue entonces cuando se materializó una sombra justo a su espalda, con una bufanda ondeando con fiereza tras su espalda. Aunque no era justo llamarla sombra cuando el color blanco de su silueta casi refulgía con luz propia. Con los brazos cruzados, los cristalinos ojos del joven albino recorrieron a las dos muchachas. La expresión de su rostro era totalmente inexpresiva, como si en lugar de cara lo que tuviera fuera una máscara forjada en hielo.
—co...
—Buenas noches, kunoichi-san —saludó a Eri, y sólo después dirigió su rostro hacia una acongojada Ayame—. Ayame, ¿dónde estabas? Te he estado buscando por toda la ciudad durante horas.
Su tono de voz era tan átono como la expresión de su rostro, pero ella le conocía lo suficiente como para saber que estaba realmente molesto con ella.
—Yo... lo siento, Kōri... —se disculpó, inclinando el torso en una marcada reverencia—. Estaba con Eri-san, y se me pasó por completo... ¡Perdón!
19/01/2018, 12:12 (Última modificación: 19/01/2018, 12:12 por Uzumaki Eri.)
Antes de que la pobre Ayame terminase de decir una palabra, fue como sí el invierno azotase la plaza como si el otoño se hubiera marchado en cuestión de segundos, y con él, algo detrás de Ayame apareció, mejor dicho, alguien, pues aquella blanca silueta no era ni más ni menos que otro shinobi de la Lluvia. «¿Será su hermano?» Se preguntó mentalmente mientras le escrutaba con la mirada, pero parecía imposible: Ayame era vivaracha, alegre y jovial, aquel chico era tan inexpresivo, que seguramente no tendría ni cosquillas.
—Buenas noches, kunoichi-san —le saludó el chico, y Eri asintió con la cabeza, todavía ensimismada por intentar asimilar aquello—. Ayame, ¿dónde estabas? Te he estado buscando por toda la ciudad durante horas.
«Sí que son hermanos...» Terminó por descubrir, solo cuando se dio la vuelta para regañar a su hermana.
Ayame se disculpó con él y Eri no pudo evitar sentir pena por aquella escena. Si hubiera sido la pelirroja la que hubiese desaparecido, Ryuusuke estaría bastante cabreado. Era algo normal, pero a veces no se podía evitar.
—¡L-lo siento muchísimo, A-aotsuki-san! —corrió a decir ella, poniéndose al lado de Ayame y torciendo su cuerpo hacia delante, en una reverencia —. Su hermana me ayudó con un a-asunto y quise compensárselo de alguna manera, por ello se ha visto obligada a llegar t-tarde —explicó, de forma atropellada pues aquel chico había logrado que se pusiese nerviosa tan solo de verlo —. ¡Por favor, perdónenos! —rogó, con los ojos apretados y bien cerrados, esperando por otra inexpresiva reprimenda.
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23/01/2018, 11:51 (Última modificación: 23/01/2018, 11:51 por Aotsuki Ayame.)
—¡L-lo siento muchísimo, A-aotsuki-san! —añadió la pelirroja, con una pronunciada inclinación—. Su hermana me ayudó con un a-asunto y quise compensárselo de alguna manera, por ello se ha visto obligada a llegar t-tarde —explicó de manera atropellada. Casi parecía a punto de atragantarse con sus propias palabras—. ¡Por favor, perdónenos!
Ayame había estado contemplando la escena anonadada. No había esperado que Eri saltara en su defensa. Su hermano, por otra parte, había clavado sus afilados ojos en la nuca de la muchacha.
—No es necesario que te disculpes —afirmó, al cabo de varios segundos. Pero entonces se volvió hacia Ayame, que se estremeció involuntariamente. Su rostro seguía siendo una máscara imperturbable de mármol, pero después de tanto tiempo con él sabía apreciar cuando torcía hacia abajo de manera casi inapreciable los labios—. Pero que no vuelva a ocurrir. ¿Entendido?
—S... ¡Sí! —se apresuró a responder Ayame.
—Es hora de marcharnos. Buenas noches, kunoichi-san.
Ayame se volvió hacia la de Uzushiogakure, ligeramente entristecida. De todos los ninjas de aquella aldea que había conocido, Eri era probablemente la que mejor le había caído. Y apenas se conocían, pero después de lo que habían pasado en el escenario casi podía considerarla...
¿Una amiga?
—Ha sido un placer, Eri-san —se despidió, con una sonrisa apenada—. Espero que nos volvamos a ver pronto... ¡Y para entonces tienes que ser una música reconocida en todo Ōnindo!
Kōri ya se alejaba en la distancia, así que, tras agitar el brazo en el aire una última vez, Ayame giró sobre sus talones y corrió tras la estela de su hermano.
—He reservado una habitación en un hostal cerca de aquí para pasar la noche —le comentó el jōnin, cuando se colocó junto a él.
Ayame suspiró de alivio. Al menos no tendrían que seguir moviéndose en la oscuridad de la noche. De hecho, no se había dado cuenta hasta aquel momento, pero se encontraba bastante cansada y los párpados comenzaban a pesarle del sueño.
—Bonita actuación, por cierto.
A Ayame se le cortó el bostezo de golpe. Y para cuando comprendió las palabras de su hermano, y el significado que estas encerraban, sus mejillas se encendieron como dos faros en la oscuridad de la noche.
Aquella inexpresiva reprimenda nunca llegó, sin embargo la joven seguía con el cuerpo inclinado, temiendo por si en algún momento aquel joven decía algo sobre lo mal que estaba secuestrar hermanas de otra gente sin su permiso o... Vale, aquello no era lo que se esperaba, pero tampoco sabía cómo actuar adecuadamente.
Solo levantó la cabeza cuando Ayame volvió a hablar, afirmando que nunca se volvería a dar aquel incidente.
—Es hora de marcharnos. Buenas noches, kunoichi-san.
—B-buenas noches, A-aotsuki-san —se apresuró a decir Eri, manteniendo el cuerpo firme, como si de un superior se tratase, y tampoco se alejaba de aquello, la verdad. Luego vio como Ayame se daba la vuelta, con su rostro teñido por algo parecido a tristeza.
Eri sonrió ligeramente, olvidando por unos segundos a aquel hombre de mirada pétrea y encaró a Ayame. No pudo evitar entristecerse por tener que irse ya de aquel lugar y no poder hablar más con aquella muchacha de ojos vivaces, tenía que reconocer que esa chica de la Lluvia le había caído bien sin apenas esfuerzo, y saber que a lo mejor no volvían a verse era un pensamiento un tanto agridulce para ella.
—El placer ha sido todo mío, Ayame-san —dijo ella, con una ligera reverencia —. Volvamos a actuar juntas algún día, ¿vale? —aquello más que una oferta era una promesa, pues esperaba de todo corazón volver a encontrarse con ella.
Y, ¿quién sabe? A lo mejor compartían escenario una vez más.
Ayame se despidió con la mano, ella hizo lo mismo, moviendo su diestra con movimientos repetitivos hasta que la vio desaparecer completamente de la plaza. Luego suspiró, sentía un pequeño vacío extraño en su corazón. Sonrió al aire y miró al cielo por unos segundos.
Luego se fue, con grandes recuerdos de aquel día.
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