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7/04/2020, 20:38
(Última modificación: 7/04/2020, 21:55 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Lo primero que vio al abrir los ojos fue un cuadrado de color naranja y púrpura junto a ella. Le costó varios largos segundos terminar de despertar y darse cuenta de que estaba mirando por la ventana, y que el cuadrado naranja no era más que la porción de cielo atardeciendo que podía ver desde su camilla.
—¿Dón... de...? —farfulló, girando la cabeza con esfuerzo.
No reconocía su entorno, y estaba completamente sola. La habitación en la que se encontraba era de paredes blancas, suelo de madera y no tenía ningún tipo de decoración. Por tener, sólo tenía un armario empotrado, una mesita junto a la camilla y una puerta más allá, junto a la puerta de salida. La muchacha parpadeó varias veces, aún aturdida. Intentó reincorporarse, pero una profunda punzada de dolor la sacudió y le hizo replantearse aquella decisión. Fue ese dolor el que le hizo recordar.
El Torneo de los Dojos. Había estado combatiendo contra Daruu en la primera ronda. Había sido un combate realmente reñido, y en algún inocente punto incluso llegó a creer que lo tenía todo controlado, pero lo último de lo que se acordaba era que había salido despedida por los aires. Y ese dolor que recorrió todo su cuerpo, royendo su piel y le poniéndole los pelos de punta... Ayame se estremeció de sólo recordarlo, y se encogió sobre sí misma, abrazándose a sí misma.
«Entonces... he perdido...» Pensó, con lágrimas en los ojos. ¿Y había estado inconsciente desde la mañana?
—¡Oh, has despertado! —la voz de una mujer de cabellos rubios vestida con una bata blanca la sobresaltó—. ¡Voy a llamar al doctor!
«Una enfermera... Estoy en un hospital...» Razonó Ayame.
Dejó que se marchara a todo correr y esperó con amarga paciencia. El médico que la atendió era un hombre joven y amable, pero ella, sumida en su propia tristeza, dejó que la inspeccionara en completo silencio. Pese a los dolores que la recorrían cada vez que hacía algún movimiento indebido o demasiado brusco, su cuerpo no mostraba ni heridas ni fracturas de ningún tipo, beneficio por parte del Gobi supuso Ayame, por lo que no tardaron en darle el alta con medicación para soportar el dolor.
«Al menos no tendré que pasar la noche aquí.» Pensó Ayame, mientras se vestía con ropas nuevas que alguien le había traído: una camiseta de motivos de olas de manga corta y pantalones cortos de color oscuro. Las suyas habían quedado completamente inutilizables después del combate: rasgadas por múltiples puntos y quemadas por las descargas eléctricas sufridas. No había tintorería que pudiera arreglar algo así.
Una vez vestida y con todo recogido, Ayame salió a paso lento de la habitación.
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Había solicitado pasar a verla a la habitación, pero los encargados de la recepción del hospital se habían negado en hasta tres ocasiones. Las heridas no eran graves, y Ayame tenía una capacidad asombrosa para recuperarse, así que Daruu calculó, más o menos, que en un par de horas con toda probabilidad la kunoichi saldría de allí por su propio pie. Por eso, se había arreglado, vistiéndose con un cómodo yukata veraniego verde con estampados de shuriken y un cinturón rojo, y había comprado un pequeño ramillete de lirios azules para dárselo a Ayame. Él tampoco estaba exento de dolor: el pecho y el vientre le ardían, fruto de la última técnica que había recibido de Ayame. En la enfermería se habían encargado de curarle, darle medicación para los próximos días y de vendarle el pecho tan fuerte que le costaba respirar.
Al final Ayame tardó algo más de dos horas. Cuando salió, Daruu ni siquiera se percató de su presencia. Miraba al suelo distraído, sentado en un banco de madera enfrente del hospital. Al menos las flores seguían intactas.
Suspiró.
«Qué aburrimiento.»
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(Última modificación: 8/04/2020, 19:08 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Ayame atravesó los pasillos como un alma en pena. Con pasos lentos para no despertar el dolor de su cuerpo y la mirada perdida en el suelo, la kunoichi revivía una y otra vez diferentes momentos de la batalla, desde que había comenzado hasta el fatal desenlace para ella. Y también se decía una y otra vez que debería haber hecho eso en lugar de aquella otra cosa en diferentes puntos de su relato. Era consciente de que había hecho lo que había podido y más, que había dado su máximo esfuerzo, pero la derrota siempre tenía un sabor amargo en su paladar. No dejaba de ser irónico que en el anterior certamen del Torneo de los Dojos había conseguido llegar hasta la final, y en aquel no había conseguido pasar de la primera ronda.
«Los he decepcionado a todos... Yui-sama... Shanise-senpai... Hermano... Papá...»
Y, hablando de su familia, ¿dónde estaban? Había despertado en una habitación que no conocía de nada y no había nadie con ella. ¿Tanto les había defraudado que ni siquiera habían ido a ver cómo estaba?
Con un nudo en la garganta, Ayame cogió el ascensor para llegar a la planta baja, no se sentía con fuerzas como para bajar por las escaleras; y una vez en la recepción firmó los papeles necesarios para autorizar su alta. Cuando salió del edificio estuvo a punto de pasar de largo frente a un banco de madera donde un chico esperaba sentado con un ramillete de flores. Lirios azules.
El corazón comenzó a palpitarle con fuerza.
«E... ¿Ese no es...?» Con las mejillas encendidas, las lágrimas acudieron a sus ojos sin poder evitarlo.
—D... ¿Daruu? —preguntó, con un hilo de voz.
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El aludido levantó la mirada hacia Ayame. A Daruu se le iluminó el rostro. Sonrió y se levantó como un resorte. Caminó hacia ella con aire resuelto, y sin mediar palabra le dio un abrazo cuidadosamente. Luego le puso el ramillete de flores en la mano.
—¡Ayame! —dijo—. Madre mía, han tardado en dejarte salir. Seguro que llevas recuperada un montón ya. —Torció la cabeza y cerró los ojos con una sonrisa—. Oye... buen combate, pequeñaja. —Daruu le revolvió el pelo, y buscó sus ojos—. ¿Desde cuando has mejorado tanto tu control del chakra? ¡Intenté deshacer tus Genjutsu pero no podía!
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Y Daruu levantó la cabeza hacia ella. Su rostro se iluminó de golpe y sonrió como sólo él sabía hacerlo. Se levantó, caminó hacia ella y la abrazó con cuidado para no hacerla daño. El ramillete de lirios en sus manos terminó de desarmarla, y Ayame rompió a llorar y se abrazó a él con todas las fuerzas que fue capaz de reunir. Ni siquiera le importó el latigazo de dolor que la recorrió.
«Creía que me habían dejado sola...» Sollozó, profundamente aliviada.
—¡Ayame! —dijo Daruu y ella se separó de él casi a regañadientes—. Madre mía, han tardado en dejarte salir. Seguro que llevas recuperada un montón ya.
—En realidad... no... —confesó, rascándose la nuca con la mano libre—. Yo... cuando he despertado, ya estaba atardeciendo...
Y el Sol ya había terminado de esconderse, aunque la noche aún no había desplegado su manto. ¿Cuánto podía haber pasado entonces? ¿Media hora? ¿Una hora como mucho?
Daruu torció la cabeza, con una encantadora sonrisa en sus labios.
—Oye... buen combate, pequeñaja —le dijo, revolviéndole el pelo—. ¿Desde cuando has mejorado tanto tu control del chakra? ¡Intenté deshacer tus Genjutsu pero no podía!
—Aún no es suficiente. Sigo sin poder vencerte, y tampoco puedo deshacer las ilusiones de papá. Parece que tus ojos al final sí que ven el futuro —añadió, encogiéndose de hombros. Se obligó a sonreír, aunque sus ojos estaban inundados de lágrimas—. Felicidades, has pasado de ronda.
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—Aún no es suficiente. Sigo sin poder vencerte, y tampoco puedo deshacer las ilusiones de papá. Parece que tus ojos al final sí que ven el futuro —añadió Ayame, fingiendo una sonrisa—. Felicidades, has pasado de ronda.
—Entiendo cómo te sientes —dijo, y la miró a los ojos—. Me hubiese gustado encontrarme contigo en la final. De verdad, ha sido muy mala suerte que nos toque en el primer combate. Eras tú o yo. Y quería que ambos llegásemos bastante lejos. —Daruu la cogió de los hombros—. Eh, pero todavía te quedan combates. En esta edición no se elimina a los que pierden. ¡Así que tienes que ganar todos y cada uno de ellos! ¡Pétales el cacas!
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—Entiendo cómo te sientes —respondió Daruu, mirándola a los ojos, pero ella se esforzó por mantener la mirada baja, entre las flores que abrazaba en su regazo—. Me hubiese gustado encontrarme contigo en la final.
«Y a mí... O al menos no caer en la primera ronda...» Se lamentó para sus adentros.
—De verdad, ha sido muy mala suerte que nos toque en el primer combate. Eras tú o yo. Y quería que ambos llegásemos bastante lejos —Daruu la cogió por los hombros, y ella se vio obligada a nadar en la niebla de sus ojos, entre lágrimas silenciosas que rodaban por sus mejillas—. Eh, pero todavía te quedan combates. En esta edición no se elimina a los que pierden. ¡Así que tienes que ganar todos y cada uno de ellos! ¡Pétales el cacas!
No pudo evitarlo, se echó a reír. Con un pequeño hipido, Ayame se limpió las lágrimas con el dorso de su mano libre.
—Lo intentaré —respondió, con un hilo de voz—. Y más te vale a ti hacer lo mismo. No te voy a perdonar que pierdas contra un cualquiera después de echarme del torneo —bromeó. Y entonces miró a su alrededor con cierta inseguridad—. ¿Has...? ¿Has visto a mi padre o a mi hermano?
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Conseguido el objetivo de hacer reír a Ayame de nuevo, Daruu sonrió y la abrazó brevemente. Asintió cuando Ayame le instó a no perder también los siguientes combates, y que así su eliminación de los primeros puestos no fuese en vano. La kunoichi miró hacia ambos lados, con gesto preocupado.
—¿Has...? ¿Has visto a mi padre o a mi hermano? —preguntó.
Daruu suspiró.
—No, ni a mi madre —dijo—. Llevo buscándola todo el día, pero no la encuen...
—¡Ahí estáis, par de imprudentes!
La voz de Kiroe sobresaltó a Daruu, quien se encogió de manera automática. El enfado que sentía hacia su madre por no haberle felicitado la victoria pasó a un segundo plano cuando escuchó el tono de su voz: severo y frío. Kiroe se acercaba hacia ellos acompañada de Zetsuo y de Kōri. Mientras que el Hielo se mantenía inexpresivo como siempre, su padre tenía la expresión de ira más absoluta que Daruu le había visto nunca. Y eso era mucho decir.
»¿¡Pero cómo os atrevéis a causar ese patético espectáculo!? ¿Vosotros sois conscientes de que podríais provocar una guerra? ¡¡Sois jōnin!! ¡Jōnin! ¡Tenéis que ser un ejemplo!
Daruu apretó los puños y bajó la mirada, soportando el chaparrón, pero con un fuego interno que luchaba por no apagarse.
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—No, ni a mi madre —respondió, para pesar de Ayame—. Llevo buscándola todo el día, pero no la encuen...
—¡Ahí estáis, par de imprudentes!
Aquel grito los sobresaltó a los dos. Ayame reconoció enseguida la voz de Kiroe y se volvió con una sonrisa hacia la mujer, y su padre y su hermano; pero la sonrisa murió en sus labios al ver la expresión en sus rostros: El de ella, severa y gélida; el de su padre, duro e iracundo; y aunque Kōri se mantenía tan inexpresivo como siempre, Ayame reconoció una sutil sombra de molestia en sus iris escarchados.
—¿¡Pero cómo os atrevéis a causar ese patético espectáculo!? —les gritó Kiroe, y Ayame se encogió sobre sí misma, aguantando el chaparrón como buenamente podía—. ¿Vosotros sois conscientes de que podríais provocar una guerra? ¡¡Sois jōnin!! ¡Jōnin! ¡Tenéis que ser un ejemplo!
—Espera, Kiroe, si seguro que tienen una magnífica explicación para lo que hemos visto en el estadio. ¡¿No es así?! —bramó Zetsuo, pálido de ira.
Y Ayame tembló.
—Era un mensaje... —volvió a repetir, con un acobardado hilo de voz.
Y Zetsuo dio un potente pisotón en el suelo.
—¿Pero qué mensaje? ¡¿PERO QUÉ MENSAJE?! ¡Maldita niña, estamos hablando de la Morikage, la líder de Kusagakure, no de un shinobi cualquiera!
—¡Tenía que demostrarles que es posible cooperar con los bijū! ¡Que los nec...!
—¡DÉJATE DE GILIPOLLECES! —el grito fue tan brusco que Ayame se ocultó tras los lirios, temblando—. ¡Ayame! ¡Esto no es como cuando mandaste una carta de disculpas al Uzukage! ¡Esto es mucho más serio! ¡Podrías llevarnos a una puta guerra! ¡¿Es que no eres consciente?!
Pero Ayame no era capaz de responder. Se mordía el labio inferior, temblando sin control. No era su derrota lo que les había molestado, era algo mucho peor. Algo... que podría costarle el reconocimiento de su padre, que tanto le había costado conseguir.
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12/04/2020, 16:18
(Última modificación: 30/04/2020, 16:31 por Amedama Daruu. Editado 2 veces en total.)
Daruu aguantó. Aguantó y aguantó con los puños cerrados herméticamente y la cabeza baja. Aguantó todo lo que pudo. Aguantó todo lo que su maestro, allí presente, le había enseñado a aguantar. Pero así como en el estadio, durante el combate, Daruu no supo contenerse del todo. Daruu no podía ser tan frío como el Hielo. No. Sí que podía. Pero en aquél momento no quiso, y eso demostró lo mucho que le faltaba por entrenar, como más tarde descubriría.
— Sois unos inconscientes. Me dio vergüenza veros en el escenario. No es el combate que quería ver.
— ¡No, ah! ¡No es el combate, verdad! ¡¡Ni siquiera me has felicitado por ganar, eso es lo que te impor...!!
¡PLAS!
El tortazo resonó en una calle que había quedado en silencio, a excepción de ellos cuatro y de una pequeña persona que observaba tímidamente desde detrás de una esquina.
— ¡Precisamente porque me importáis, gilipollas! ¡Tenéis la placa, pero hoy no os habéis comportado como dos jōnin, sino como dos genin rebeldes! ¡Sois un mal ejemplo!
— ¡No tienes derecho a...!
— ¡¡BASTAAAAAAA!! —Un grito agudo les sorprendió a todos. Una pequeña niña pelirroja, normalmente callada, vestida con un kimono rosa, acababa de hacer acto de presencia. Con lagriamas en los ojos, intercambiaba miradas con unos y con otros.
» ¡A mí sí me ha gustado veros combatir! —gritó Chiiro, ante la estupefacta mirada de Daruu y Kiroe—. ¡A mí y a todos! ¡Estos dos estaban haciendo apuestas hasta que... hasta que os habéis puesto a arriesgar la vida que tenéis! ¡Sois idiotas! —Por alguna razón, las palabras de Chiiro calaron de manera diferente en Daruu. Ambos todavía estaban trabajando su relación, y la nueva Amedama era algo difícil de tratar. Taciturna casi siempre, todavía trataba de superar la muerte de sus padres—. ¡Pero ya basta! ¡Ya da igual! ¡No quiero más peleas, vosotros dos lleváis toda la mañana y toda la tarde discutiendo en voz alta y Ayame y Daruu ni siquiera estaban delante! —Recriminó de pronto a Zetsuo y a Kiroe—. ¡Estoy seguro de que Kōri también está igual de indignado, pero miradlo, a estas alturas creo que está aburrido de vosotros! Creo... —Miró a Kōri un momento, para asegurarse. No. Imposible de saberlo—. No quiero ver discutir a mi nueva familia. Por favor. No sabéis lo afortunados que sois. No quiero veros discutir más. Y no quiero que os pongáis en peligro.
» No quiero ninguna de las dos cosas —sollozó, y avanzó un par de pasos para abrazarse tanto a Daruu como Ayame. El Hyūga le acarició la cabeza, se mordió el labio y enterró su mirada en el suelo.
Chiiro era el jarro de agua fría que había necesitado incluso antes de combatir contra Ayame. Qué estúpido había sido.
Qué estúpido era.
— Lo siento —murmuró—. Mi actitud es inexcusable. No volverá a pasar.
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— Sois unos inconscientes. Me dio vergüenza veros en el escenario. No es el combate que quería ver —agregó Kiroe.
Y fue la gota que colmó el vaso de Daruu:
— ¡No, ah! ¡No es el combate, verdad! ¡¡Ni siquiera me has felicitado por ganar, eso es lo que te impor...!!
¡PLAS!
La bofetada resonó por toda la calle. Ayame se quedó con los ojos abiertos de par en par, congelada en el sitio como si hubiera recibido ella el golpe. Incluso Zetsuo se mostró sorprendido por el arrebato de la mujer. Era él el que perdía el temperamento normalmente, pero hacía tiempo que se había jurado no volver a levantar la mano contra su hija, concretamente desde que quiso ir contra Naia ella sola sin decir nada a nadie y perdió por completo el control sobre sus actos. Y aunque no le faltaban ganas en aquella ocasión, había continuado con su juramento adelante. Era impactante ver a Kiroe tan enfadada como para llegar a ese extremo.
— ¡Precisamente porque me importáis, gilipollas! ¡Tenéis la placa, pero hoy no os habéis comportado como dos jōnin, sino como dos genin rebeldes! ¡Sois un mal ejemplo!
— ¡No tienes derecho a...!
— ¡¡BASTAAAAAAA!! —Una voz aguda e infantil hendió el aire.
«Ay, no, Chiiro...» A Ayame se le partió el corazón al ver a la chiquilla de aquella manera, tan alterada y con lágrimas en los ojos. Se había olvidado por completo de su existencia, y ahora se odiaba por ello.
— ¡A mí sí me ha gustado veros combatir! —gritó la niña—. ¡A mí y a todos! ¡Estos dos estaban haciendo apuestas hasta que... hasta que os habéis puesto a arriesgar la vida que tenéis! ¡Sois idiotas! ¡Pero ya basta! ¡Ya da igual! ¡No quiero más peleas, vosotros dos lleváis toda la mañana y toda la tarde discutiendo en voz alta y Ayame y Daruu ni siquiera estaban delante! —Zetsuo entrecerró peligrosamente los ojos al verse interpelado por Chiiro—. ¡Estoy seguro de que Kōri también está igual de indignado, pero miradlo, a estas alturas creo que está aburrido de vosotros! Creo... —Agregó, pero cuando miró a Kōri sólo se encontró con una máscara de permafrost, inescrutable—. No quiero ver discutir a mi nueva familia. Por favor. No sabéis lo afortunados que sois. No quiero veros discutir más. Y no quiero que os pongáis en peligro. No quiero ninguna de las dos cosas —la chiquilla rompió a llorar y, avanzando varios pasos, se abrazó a Daruu y a Ayame.
Y la kunoichi lloraba con ella. Lo último que quería era hacer llorar a Chiiro. No después de haber sido testigo de todo por lo que había pasado. Que ahora llorara por su culpa era algo que no podía perdonarse.
— Perdónanos, Chiiro. Lo siento... —Alzó la cabeza, con los ojos enrojecidos e hinchados, y la inclinó de inmediato hacia los adultos—. Lo siento... Lo siento... Yo... Toda la culpa es mía... Yo no quería... No quería... —tragó saliva con esfuerzo—. Yo sólo quería...
— ¡Lo que querías era una soberana gilipollez! —soltó Zetsuo, sin ningún tipo de anestesia. Poco o nada debían importarle los lloriqueos de Chiiro—. Ayame, ¿cómo cojones quieres que nos quedemos tranquilos sabiendo que ahora vais a estar aquí solos con los Kusajines después de lo que habéis hecho? ¡Es que no pensáis antes de actuar, cojones!
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(Última modificación: 30/04/2020, 16:31 por Amedama Daruu. Editado 2 veces en total.)
Daruu dio un paso hacia Zetsuo y se inclinó en una respetuosa reverencia.
—Como he dicho, lo que hemos hecho es inexcusable —silabeó Daruu con la apatía de un témpano de Hielo—. Pero ningún kusajin será capaz de tocarnos ni un pelo de la cabeza. —Daruu levantó la mirada y la clavó en Zetsuo. También en Kiroe—. Os lo aseguro. —El Hyuuga desvió la mirada esta vez hacia Chiiro y le dedicó una sonrisa afable—. Seremos fuertes. —Y le guiñó un ojo.
Chiiro hizo un mohín triste e inclinó la cabeza.
—Más os vale.
—Y... seremos más prudentes. Si hace falta, el doble de prudentes. —Daruu se giró hacia Ayame—. ¿Verdad, Ayame? —preguntó, mirándola a los ojos.
—Más os vale —repitió Kiroe, con un tono diferente al de Chiiro.
Daruu la miró por detrás de la espalda, serio.
—Si no me controlo, abandonaré el torneo y le devolveré mi placa de jōnin a Yui.
Kiroe rio de forma sarcástica.
—Después de este teatrillo, si vas y le pones la placa en el escritorio del despacho te mata.
Daruu sonrió, triste, y bajó la mirada.
—Que así sea. Pero habrá sido una amejin. No un kusajin.
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—Como he dicho, lo que hemos hecho es inexcusable —dijo Daruu, lentamente, paladeando cada sílaba y con una calma casi gélida. Había dado un paso hacia Zetsuo y terminó inclinándose en una reverencia cargada de respeto—. Pero ningún kusajin será capaz de tocarnos ni un pelo de la cabeza —agregó, levantando la cabeza para clavar sus ojos perlados tanto en el médico como en su propia madre—. Os lo aseguro —Daruu desvió la mirada hacia su nueva hermana pequeña y le dedicó una sonrisa afable—. Seremos fuertes.
—Más os vale —dijo Chiiro, con un mohín triste.
—Y... seremos más prudentes. Si hace falta, el doble de prudentes. ¿Verdad, Ayame?
—S... ¡Sí! —la kunoichi, sobresaltada, asintió con energía.
—Más os vale —repitió Kiroe, pero su tono de voz era muy diferente al que había utilizado la pequeña.
—Si no me controlo, abandonaré el torneo y le devolveré mi placa de jōnin a Yui —agregó Daruu, más serio que nunca.
Y Ayame le miró con los ojos desorbitados por la sorpresa. Kiroe soltó una risotada cargada de sarcasmo.
—Después de este teatrillo, si vas y le pones la placa en el escritorio del despacho te mata.
—Que así sea. Pero habrá sido una amejin. No un kusajin —replicó Daruu, con una sonrisa triste.
—Nadie va a devolver ninguna placa —replicó Ayame, ceñuda—. Ni siquiera nos vamos a acercar a Kitanoya, no vamos a despertar la ira de Kusagakure.
—Ya es muy tarde para eso, niña —replicó Zetsuo entre dientes, cruzándose de brazos. Sus ojos, clavados en su hija, se entrecerraron peligrosamente—. No confío en vuestro don para atraer los problemas como las moscas a la mierda, pero más os vale cumplir con vuestras palabras. No más tonterías de aquí a que termine el torneo, ni en un combate ni fuera de ellos. Si tenemos suerte, los de Kusagakure fijarán todo su odio en Uzushio.
Ayame le miró, llena de extrañeza.
—¿A qué te refieres?
Pero el médico sacudió la cabeza.
—¿Por qué no seguimos hablando en algún sitio donde podamos comer a gusto?
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(Última modificación: 30/04/2020, 16:32 por Amedama Daruu. Editado 2 veces en total.)
—Nadie va a devolver ninguna placa —replicó Ayame, ceñuda. «Sí, y lo vas a decidir tú por mi. Pf»—. Ni siquiera nos vamos a acercar a Kitanoya, no vamos a despertar la ira de Kusagakure.
—Ya es muy tarde para eso, niña —replicó Zetsuo entre dientes, cruzándose de brazos. Sus ojos, clavados en su hija, se entrecerraron peligrosamente—. No confío en vuestro don para atraer los problemas como las moscas a la mierda, pero más os vale cumplir con vuestras palabras. No más tonterías de aquí a que termine el torneo, ni en un combate ni fuera de ellos.
—Demostraré mi actitud con actos, no con palabras —pronunció Daruu como un autómata, entrecerrando los ojos, imitando las palabras que su maestro Kōri le había enseñado a hacer suyas. Las palabras a las que había fallado. Le pareció ver un pequeño brillo en los ojos del Hielo. Daruu se dio la vuelta, dándoles la espalda a todos. La realidad era que cada vez que Zetsuo hablaba así sentía la imperiosa necesidad de darle un puñetazo en los dientes. Mejor que no rebuscara en su cabeza.
—Si tenemos suerte, los de Kusagakure fijarán todo su odio en Uzushio.
Daruu giró levemente la cabeza, prestando atención.
—¿Por qué no seguimos hablando en algún sitio donde podamos comer a gusto? —dijo Zetsuo.
—Sí, muy buena idea. Así podemos hablar a gusto sobre cómo un ninja de Uzushiogakure le ha partido el cráneo a un kusajin —dijo Kiroe de pronto, irónica.
—¿Cómo...? —Daruu abrió mucho los ojos y se dio la vuelta, buscando explicaciones. No las hubo.
—Iuuugh. —Chiiro, horrorizada, recordaba aquél último golpe. El crack de la cabeza de aquél espadachín se había podido oir desde la grada. En parte porque el público había quedado en un total y tenebroso silencio.
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—Sí, muy buena idea. Así podemos hablar a gusto sobre cómo un ninja de Uzushiogakure le ha partido el cráneo a un Kusajin.
La información cayó sobre Ayame como una pesada maza. La kunoichi, aún convaleciente de sus propias heridas, se tambaleó peligrosamente. Si no hubiese sido por la mano de Kōri, que se cerró como una garra gélida en torno a su brazo, probablemente se hubiese caído al suelo de la impresión.
—C... ¿Cómo?
—Pues mejor que en la entrada de un jodido hospital donde cualquiera puede escucharnos —replicó Zetsuo, que giró la cabeza hacia un hombre que se había quedado parado en el sitio, mirándolos con ojos abiertos como platos. La mirada del médico debió de amedrentarlo lo suficiente, porque no tardó en apretar el paso para salir de allí a toda velocidad—. Y te recuerdo que llevamos desde esta mañana sin comer nada —gruñó, de mal humor.
Con el disgusto que le habían dado los dos muchachos, no había podido probar bocado alguno desde que habían terminado los combates.
Ayame abrió y cerró la boca varias veces, deseando poder preguntar más al respecto, pero su padre no le dio ninguna tregua. Sin darles tiempo siquiera a replicar, se había dado la vuelta y había echado a andar hacia el interior de Sendōshi.
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