Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El invierno había llegado, y con él se fueron los colores ocres del otoño. La hierba marchitaba, los árboles se desnudaban a su paso y aunque aún no habían llegado las nieves, el frío ya comenzaba a calar en los huesos. Incluso Tanzaku Gai, la capital del País del Fuego, veía su actividad ralentizada por la gélida estación. La mayor parte de los turistas que visitaban sus calles y dejaban su dinero en los múltiples locales de ocio y de dudosa moralidad habían volado al ver empeorar el tiempo, por lo cual las calles no estaban tan concurridas como solían estar.
Ni siquiera la plaza estaba tan llena como la última vez que la visitó.
Un fantasma se movía de forma silenciosa sobre los adoquines de piedra. Envuelto de pies a cabeza en una gruesa capa de viaje blanca como la nieve, con una capucha echada sobre su cabeza que asumía sus rasgos en una suave penumbra. Y aún en el caso de que alguien lograra ver a través de esa penumbra se encontraría con un rostro femenino de nariz pequeña y labios más bien finos, parcialmente oculto por un antifaz del mismo color. Aunque algún mechón de cabello oscuro como la noche y largo hasta la mitad de su pecho escapaba deslizándose por su hombro y culebreando al son del viento.
Ayame nunca había agradecido tanto llevar aquella túnica como en aquel momento.
Se acercó a la fuente del centro de la plaza y paseó la mano por su poyete. No había ni rastro del escenario ni de la mesa del jurado, pero todo estaba tal y como lo recordaba. Le habría gustado acudir a Tanzaku Gai unos meses antes, cuando se estaba desarrollando el Festival Musical, pero encerrada como había estado entre los barrotes de su aldea, le había sido completamente imposible. Y aún cuando había recuperado su libertad, a su padre no le había hecho ninguna gracia que se acercara tanto a los terrenos del País del Remolino.
Pero ella necesitaba ir allí.
¿Aunque por qué? ¿Qué era lo que le había empujado a hacer ese viaje? ¿Qué era lo que buscaba en ese sitio?
Su corazón latía con fuerza cada vez que se hacía esas preguntas. Y al mismo tiempo sentía un miedo atroz...
El frío característico azotaba sus sonrosadas mejillas, pero a ella no le importaba, si no todo lo contrario. Adoraba el frío, ponerse ropa de invierno y viajar era un hobbie que ya se comenzaba a hacer rutina.
Y aquello la había llevado a las no tan concurridas calles de Tanzaku Gai.
Incapaz de volver meses atrás, cuando había visitado el lugar durante el Festival Musical el año pasado; ya que no se sentía con el derecho de aparecer si no se econtraba a Aotsuki Ayame perdida por aquellas calles llenas de gente para proponerla ser su compañera y ocupar uno de los primeros puestos. Suspiró y de su boca salió humo blanco. Recordar a Ayame dolía en lo más profundo de su corazón pues, en verdad, ella la consideraba una gran amiga, con bestia de colas o sin ella. No era capaz de verla como una amenaza como la habían pintado varios de sus compañeros de villa, pero claro, ¿qué iba a hacer ella contra las órdenes de un superior?
Ahora todo era distinto, pensó, pues ella tenía la posibilidad de remediar actos así.
Pero no con Aotsuki Ayame.
Llegó a la plaza sin ni si quiera darse cuenta, perdida en sus pensamientos, y allí no parecía haber nadie, tan solo una figura ataviada en una túnica de viaje con la capucha echada al lado de la fuente central del lugar. No supo por qué, pero algo dentro de su pecho dio un vuelco al imaginarse que allí podría reencontrarse con la amejin. Pero, ¿qué posibilidades habría? Ninguna, seguramente, pues ella vivía muy lejos, y dudaba que casualmente aquel día de invierno se hubiera presentado allí.
Caminó lentamente por el lugar, la capa de viaje marrón que llevaba ella ondeaba con sus pasos, resonando sus pisadas sobre el frío suelo del lugar y el taconeo de sus propias botas. No llevaba la capucha puesta, pero sí llevaba el cabello peinado de diferente manera: al tenerlo más largo que de costumbre, había cogido los mechones que caían a ambos lados de su cara y los había trenzado, sujetándolos tras su cabeza en una pequeña coleta. El pelo restante lo había enredado en esas trenzas, quedando un recogido algo más cálido que su habitual moño. La placa de Uzushiogakure estaba guardada, pues no estaba de servicio, al igual que el chaleco militar, el cual estaba en casa. La placa de Jounin reposaba en su portaobjetos.
Cuando llegó al lugar donde un año antes había estado el escenario, se paró en el centro y cerró los ojos.
Ojalá pudiese volver al pasado.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
Unos pasos a su espalda la alarmaron. Cuando había llegado a la plaza no había absolutamente nadie aparte de ella misma, pero parecía que la situación estaba a punto de cambiar. De todas maneras, se dijo, no era nada raro que la gente acudiera a aquel lugar a pasear. Aquella plaza era un lugar bastante céntrico y concurrido en los meses de verano. Sin embargo, y tratando de aparentar toda la naturalidad posible, se giró en un elocuente acto de predisposición a abandonar la escena. Pero lo que vio le congeló la sangre en las venas.
Una muchacha de cabellos rojos como la sangre, recogidos en dos trenzas que se entrelazaban tras su cabeza en una pequeña coleta, caminaba con lentitud hacia el lugar donde el año pasado se había alzado el escenario. Estaba muy diferente de la última vez que la había visto, ni siquiera llevaba bandana alguna que la identificara como kunoichi, y durante un instante no pudo sino preguntarse si su imaginación no le habría jugado una mala pasada... Aunque más que preguntárselo, lo deseó con todas sus fuerzas. Pero era imposible. Era ella.
Era Uzumaki Eri.
Ayame se mordió el labio inferior, agradeciendo a todos los dioses habidos y por haber el llevar aquella túnica y el antifaz protegiendo sus rasgos y maldiciendo a partes iguales su suerte por haberse encontrado con un ninja de Uzushiogakure en uno de sus primeros viajes tras su encierro. Por encontrarse precisamente con ella. ¿Pero qué se suponía que tenía que hacer en una situación así? Si hubiera sido cualquiera de los dos Uchiha no habría habido dudas al respecto: Habría huido, habría corrido todo lo rápido que le permitían las piernas sin mirar atrás. ¿Pero qué debía hacer siendo Uzumaki Eri? Ella había sido la única persona de toda la aldea que se había mostrado agradable con ella, que había sido su amiga, una buena amiga... y que además le había salvado la vida al sellar al Gobi de vuelta en su cuerpo. Ayame agachó la cabeza, sombría, los sentimientos encontrados arremolinándose en su pecho como un enjambre de abejas nerviosas. Una parte de ella deseaba con todas sus fuerzas acercarse a ella, revelar su identidad y hablar... Hablar y comprobar sus intenciones y sus sentimientos hacia ella. Pero la otra parte, la parte cauta, la parte adiestrada por Aotsuki Zetsuo; la abofeteaba ante aquella idea, recordándole las traumáticas visiones de un agonizante Daruu sin ojos, arrancados por sus mismas manos.
«Eso no fue real.» Se recordó, sacudiendo la cabeza. Y entonces la parte entrenada se alzó: «¡Pero sí fue real que le esposó! ¡Vete, maldita estúpida! ¡No conoces cuáles eran o son sus intenciones! ¿Vas a arriesgarte y dejar que te apresen de nuevo los Uzujines?»
Una lágrima solitaria resbaló sobre los bordes oculares del antifaz y resbaló hasta su mejilla. Y, silenciosa como un fantasma, Ayame se ajustó aún más la capucha sobre su cabeza y se dio media vuelta, dispuesta marcharse.
Esos segundos fueron algo valioso para ella, dándole el tiempo necesario para decidir qué hacer a continuación cuando tu propio corazón te había guiado hasta aquel lugar sin ninguna razón en particular pero con una persona en la mente.
Sabía que esa ciudad era especial por algo, lo era por una sencilla razón: por la kunoichi de la Lluvia que compartió con ella esos preciados momentos. Reconoció que, si hubiera tenido la oportunidad, hubiese mandando a Akame al diablo y habría ayudado a Daruu a llevar a la Aotsuki a algún lugar seguro, pero no podía volver al pasado a cambiar el momento, no, así que solo le quedaba una cosa.
Pedir perdón.
Sin escuchar los pasos silenciosos de la figura que se encontraba tras de ella dispuesta a irse, la pelirroja movió el brazo rápidamente, y con un sello sacó su querida flauta de la palma de su mano, tomándola con cuidado mientras la acercaba con mimo hacia sus labios, rozando la madera con cariño.
Y entonó una melodía.
Una melodía que Ayame conocía muy bien.
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7/10/2018, 21:55 (Última modificación: 7/10/2018, 21:56 por Aotsuki Ayame.)
Y no había dado siquiera dos pasos cuando lo escuchó. Una melodía suave, una melodía de flauta. Una melodía que ella conocía muy bien. Una melodía que ambas habían tocado en aquel mismo lugar un año atrás.
«No puedes estar haciéndome esto...» Se lamentó, frotándose las mejillas para apartar las lágrimas que se ahora se desbordaban desde sus ojos. Y entonces recordó las palabras de su padre, unas palabras que ella se empeñaba en desdeñar pero que en aquel momento no podía negar:
«Los sentimientos nos hacen débiles.»
Ayame suspiró, con un doloroso nudo en la garganta. Aquella melodía parecía haber atrapado sus pies con hilos invisibles. No dejaba de preguntarse una y otra vez qué debía hacer, cómo debía actuar. Si Daruu o su padre la vieran en aquellos momentos, dudando de nuevo como una chiquilla, sin duda la devolverían a la aldea arrastrándola de la oreja. Apesadumbrada y sin dejar de llorar, Ayame agachó la cabeza y se deshizo de los hilos para seguir avanzando y perderse girando hacia un callejón aledaño...
Y entonces Eri escuchó una voz justo detrás de ella, cantando con voz apagada y triste como un árbol en invierno:
—♫Eres las olas grises del mar...♫
Pero al volverse descubriría que no había absolutamente nadie con ella.
Su corazón se paró, al mismo tiempo que la música se apagó.
Abrió los ojos de par en par y se giró rápidamente, pero no encontró nada. Cayó de rodillas con la flauta sujeta fuertemente con ambas manos. De sus ojos se escaparon dos gruesas lágrimas que recorrieron lentamente sus mejillas, perdiéndose en el borde de su barbilla. La figura que antes había estado allí ya no estaba, no... Ella se había quedado sola en aquella grande y desolada plaza. Entonces...
¡¿Entonces cómo había sido posible que hubiera escuchado aquello?!
«No... No puede ser... ¡No puede ser fruto de mi imaginación!»
Se levantó rápidamente, sin limpiarse las lágrimas, y corrió hacia la salida de la plaza, aunque no llegó pues se resbaló con su propia capa de viaje, de la cual se deshizo con ansiada rapidez, a la vez que chillaba:
—¡AYAMEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE!
Su voz sonó desgarradora, más así es como se sentía su corazón. No entendía por qué, tampoco sabía qué acababa de hacerla reaccionar de aquella manera, pero no se esperaba escuchar su voz, su dulce voz allí, justo cuando ella había comenzado a entonar aquella melodía...
—¡AYAMEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE!
Volvió a chillar, levantándose de nuevo, sin importarle las miradas que aquellos chillidos pudieran causar.
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La voz se apagó con la primera estrofa y no volvió a escucharse. Eri, visiblemente confundida ante lo que acababa de presenciar, giró sobre sus talones para no encontrar más que el vacío y, entre lágrimas, se levantó rápidamente y echó a correr hacia la salida de la plaza. Quizás estaba asustada. Nadie podría culparla, no después de haber escuchado a un fant...
—¡AYAMEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE!
«¡Ay, por Amenokami!» Maldijo Ayame, aterrorizada. ¡¿Pero cómo se le ocurría ponerse a gritar de aquella manera?! ¡Debían de estar escuchándola en toda la ciudad!
Y no le valía con una vez, por supuesto que no. Ayame vio cómo volvía a tomar aire y volvía a desgañitarse, poniendo todas sus cuerdas vocales en ello.
—¡AYAM...!
Pero aquella vez no llegó a terminar de pronunciar el nombre. Una sombra blanca apareció a su espalda en apenas un parpadeo, le tapó la boca con una mano mientras la sujetaba por la cintura con el otro brazo y se apresuró a arrastrarla al amparo de la penumbra del mismo callejón del que había salido.
—¡No grites así, por favor! —le susurró en el oído, antes de soltarla y dejarla libre.
Para cuando Eri se girara vería ante sí a Ayame, que la contemplaba con ojos vidriosos y sombríos. Se había quitado el antifaz antes de terminar de descubrirse, pero seguía con la capucha echada sobre la cabeza. Aún así, algún mechón de cabello oscuro se escurría por el exterior de la túnica, largo y ondulado hasta la mitad de su pecho. Y ahora no podía sino arrepentirse una y otra vez de haberse desvelado de aquella manera tan imprudente. ¿Pero qué podía hacer, antes de que todos en Tanzaku Gai supieran de su existencia? No podía arriesgarse a que alguien la reconociera, y mucho menos si existía la posibilidad de que hubiera algún otro Uzujin más cerca de allí.
No pudo terminar su último grito pues algo apareció tras ella, haciéndola callar y absorbiéndola hacia un callejón.
«¡Mierda, he llamado la atención!»
—¡No grites así, por favor!—Pero no era ningún secuestrador ni nada de eso, no, ese susurro pertenecía a alguien que conocía, alguien a quien estaba buscando.
Por eso cuando se vio libre de ataduras se giró y vio a Ayame con gesto sombrío, tapada parcialmente con una capucha de su túnica clara. Su cabello parecía más largo que desde hacía un par de meses, e incluso algo dentro de ella informó que parecía incluso más... ¿Decidida?
—¡Ayame-san! —exclamó, presa de una alegría interior que creyó inexistente, por eso se lanzó a ella para atraparla en un abrazo, por un pequeño impulso que afirmaba que si no lo hacía ahora no lo haría en otro momento—. Pensaba que lo había imaginado, pero no, ¡estás aquí!
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Habría esperado ver cualquier cosa en los ojos de Eri: miedo, rechazo, enojo, odio... Cualquier cosa, teniendo en cuenta todo lo que había ocurrido durante la última prueba del examen de Chūnin. Pero no fue eso lo que encontró. Más bien al contrario. Parecía, incluso, feliz de verla. Y eso la confundió aún más.
—¡Ayame-san! —exclamó la pelirroja. Y, de repente, se lanzó hacia delante. Ayame tensó todos los músculos del cuerpo, preparándose para cualquier. Sin embargo, lo último que se esperaba era que fuera para abrazarla. La estrechó entre sus brazos con una inmensa alegría, y Ayame, que se había quedado paralizada de la impresión, no supo cómo responder—. Pensaba que lo había imaginado, pero no, ¡estás aquí!
Se separó de ella, y Ayame parpadeó varias veces para disimular las lágrimas que inundaban sus ojos. Y volvió a lamentarse por su mala suerte. La respuesta habría sido tan fácil si hubiera sido Datsue, Akame o Nabi; con cualquier Uzujin en realidad. Pero había tenido que ir a encontrarse con Uzumaki Eri, precisamente. ¿Cómo debía responder a eso? Los sentimientos encontrados seguían mezclándose en su cabeza y su pecho. Tenía preguntas, tantas preguntas...
Ayame parecía rígida en sus brazos, pero no pareció importarle en absoluto a la Uzumaki. Ésta, en cambio, se alegró de que no la apartase, pues conocía que Daruu y ella mantenían una relación amorosa y... Después de lo ocurrido, se imaginaba que a lo mejor estaría enfadada con ella.
Pero su contestación no se la esperó.
—Eri-san... N... ¿No me odias?
Preguntó la muchacha una vez se separó de la kunoichi del remolino, con varias lágrimas creando charcos en sus ojos.
—¡Por supuesto que no! —respondió, moviendo las manos delante de su cuerpo para restar importancia al asunto—. Eres mi amiga, Ayame, no podría odiarte.
Luego le mostró una sonrisa, asintiendo con la cabeza.
—¿Tú... Tú me odias? —preguntó esta vez ella, con cautela. Ahora se sentía extrañamente mal. Claro, no fue a preguntar si se encontraba bien después de lo ocurrido, ni si quiera pudo despedirse, aunque eso fue bastante más complicado, pues se fueron nada más acabar el conflicto pero... Sabía que había obrado mal.
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Ella se separó, con los ojos inundados de lágrimas, como los de Ayame, y su respuesta la sorprendió aún más.
—¡Por supuesto que no! —respondió, moviendo las manos delante de su cuerpo para restar importancia al asunto—. Eres mi amiga, Ayame, no podría odiarte —sonrió, tan afable y tan inocente como siempre, pero en aquella ocasión fue ella la que se vistió con la cautela—. ¿Tú... Tú me odias?
Ayame suspiró y se masajeó el puente de la nariz. Nuevamente, lo difícil se imponía a lo fácil. Eri había visto lo que era, había visto el monstruo que llevaba dentro, y aún así seguía mostrándose tan amigable como siempre con ella. Con lo fácil que habría resultado que la odiara...
Fácil y terriblemente doloroso.
Pero no, no lo hacía.
Pero el péndulo de los sentimientos seguía oscilando. ¿La odiaba, le preguntaba? ¿Qué sentía? Se preguntaba ella misma.
—No... no te odio —respondió al fin, con un hilo de voz, y volvió a destaparse los ojos para clavarlos en la pelirroja. Aunque lo cierto era que las falsas imágenes que le había mostrado su padre durante su entrenamiento no ayudaban a ello, y tenía que recordarse una y otra vez que todo aquello no había sido real, que aquella muchacha no le había arrancado los ojos a Daruu. «Naia.»—. Pero tampoco sé qué siento... Esposaste a Daruu-kun —afirmó, muy seria, estudiando la futura reacción en el rostro de la Uzumaki.
¿Se atrevería a negarlo? ¿Soltaría alguna excusa clásica como las típicas de Uchiha Datsue?
—No... no te odio—respondió al cabo de un rato en un hilo de voz mientras se destapaba los ojos y volvía a mirarla, a ella, a la Uzumaki que tenía delante—. Pero tampoco sé qué siento... Esposaste a Daruu-kun.
Ella bajó la mirada, apenada. Pues claro que había hablado con Daruu sobre lo sucedido cuando tanto ella como Uchiha Akame habían desaparecido del Estadio para intentar sellar de nuevo a la bestia.
—Lo sé —respondió, levantando de nuevo la vista mientras se retiraba con suaves manotazos las lágrimas que caían por sus mejillas—. La verdad es que soy culpable de aquello, y todavía lo recuerdo como si hubiese pasado ayer, debí haberme negado, pues Daruu-san solo nos había ayudado, y nunca entenderé por qué Akame quiso esposarle —explicó de forma atropellada, con miedo a que Ayame hiciese que se callara por no querer escuchar más—. No me alegro de lo que hice, solo sé que lo hice porque Akame era mi superior y esperaba con todo mi corazón que no dañase a Daruu-san, y ahora mismo me negaría en rotundo a ello, pero solo podré redimirme cuando logre disculparme con él...
Volvió a agachar la cabeza, con una tímida y débil sonrisa llena de culpabilidad. Se merecía que la odiasen, aunque estaba cansada de escuchar como todos en su villa renegaban de los demás. Así que encajaría los reproches de Ayame, los insultos y puede que algún golpe, porque no podía evitar sentirse culpable de haber tomado esas decisiones.
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No hubo un intento de negación. Ni siquiera excusas. Eri bajó la mirada y se apartó las lágrimas de las mejillas.
—Lo sé. La verdad es que soy culpable de aquello, y todavía lo recuerdo como si hubiese pasado ayer, debí haberme negado, pues Daruu-san solo nos había ayudado, y nunca entenderé por qué Akame quiso esposarle —explicó de forma atropellada, y Ayame no intervino en ningún momento. Calló mientras la escuchaba con atención, con los ojos entrecerrados, estudiando toda la situación y comparándola con los testimonios que había recibido hasta el momento—. No me alegro de lo que hice, solo sé que lo hice porque Akame era mi superior y esperaba con todo mi corazón que no dañase a Daruu-san, y ahora mismo me negaría en rotundo a ello, pero solo podré redimirme cuando logre disculparme con él...
Ayame respiró hondo y cerró los ojos momentáneamente. No. Su testimonio no se contradecía con nada de lo que había escuchado hasta el momento. Daruu había sido esposado por orden de Uchiha Akame, y Eri había sido quien lo había hecho. Entonces frunció el ceño.
—Lo entiendo —musitó, casi a regañadientes. Y casi escupió el nombre que pronunció a continuación—. Uchiha Akame... Recibiste órdenes de un superior. Si te hubieras negado te habría perjudicado —razonó, entreabriendo los ojos—. Aunque no quiero ni imaginar qué habría pasado si te hubiera ordenado algo peor...
«Algo como lo de la ilusión...»
Alzó la barbilla, con una dolorosa congoja en el centro de su pecho, y volvió a clavar la mirada en la Uzumaki.
—Yo tampoco entiendo por qué Uchiha decidió actuar así. ¿Qué sentido tenía esposarle después de que colaborara con vosotros para controlarme cuando estaba "fuera de control"? Él no se habría negado a traerme de vuelta, y menos cuando estábamos en mitad de la nada, en plenas Planicies del Silencio. Por muchas vueltas que le doy, Eri-san, mi imaginación sólo apunta a que el Uchiha tenía algún plan en mente —argumentó, cruzándose de brazos—. Plan que debió irse al traste cuando regresamos a Uzushiogakure y Uzukage-sama no quiso colaborar en él. Daruu-kun cometió una absurda locura intentando matar al Uchiha, y más delante de Uzukage-sama, aunque no puedo decir cómo habría actuado yo en su situación.
»Eri-san, te estoy profundamente agradecida por salvarme, pero entiende mi recelo... —añadió, con lágrimas en los ojos—. Yo estuve inconsciente, así que todo lo que sé parte de los testimonios que voy recolectando. Y con el Pacto roto y unos Uchiha como Akame y Datsue no sé qué puedo esperar cada vez que pongo un pie fuera de la aldea.
—Lo entiendo, Uchiha Akame... Recibiste órdenes de un superior. Si te hubieras negado te habría perjudicado. Aunque no quiero ni imaginar qué habría pasado si te hubiera ordenado algo peor...
Tragó saliva, no quería imaginarse aquello pues bien sabía que no hubiera sabido reaccionar bien. Pero al menos Ayame había dicho que lo comprendía, por lo que un rayo de esperanza brilló dentro de su corazón.
Era el turno de la amejin para hablar, así que la escuchó enfrentándose a su mirada. Alegó que no entendía a Akame, y la verdad es que ella no entendía tampoco su forma de actuar, pues Daruu no había hecho nada malo al ayudarles a parar los pies de la bestia, por lo que: a) quizá sentía que Daruu quería irse con Ayame lejos o b) lo vio como una amenaza. Sinceramente, ninguna de las opciones le parecía correcta.
—Eri-san, te estoy profundamente agradecida por salvarme, pero entiende mi recelo... Yo estuve inconsciente, así que todo lo que sé parte de los testimonios que voy recolectando. Y con el Pacto roto y unos Uchiha como Akame y Datsue no sé qué puedo esperar cada vez que pongo un pie fuera de la aldea.
Ella asintió muy lentamente.
—Lo entiendo, no te preocupes —negó suavemente—. Sé que por mucho que lo niegue, el Pacto se ha roto y no puedo hacer nada más que servir de ejemplo para que se vuelva a instaurar, y ten por seguro que tanto Uchiha Akame como Uchiha Datsue se las tendrán que ver conmigo antes de hacer ninguna locura.
Aunque llevaban un tiempo sin armar demasiado jaleo.
—Siento... Siento haber chillado —afirmó, nerviosa—. No me había esperado verte aquí, así que fue un impacto bastante grande...
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
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—Lo entiendo, no te preocupes —negó suavemente—. Sé que por mucho que lo niegue, el Pacto se ha roto y no puedo hacer nada más que servir de ejemplo para que se vuelva a instaurar, y ten por seguro que tanto Uchiha Akame como Uchiha Datsue se las tendrán que ver conmigo antes de hacer ninguna locura. Siento... Siento haber chillado —añadió entonces, nerviosa—. No me había esperado verte aquí, así que fue un impacto bastante grande...
Y Ayame no pudo menos que sonreír. Y en aquella vez fue una sonrisa abierta y sincera.
—Yo tampoco me lo esperaba, la verdad. El destino puede ser muy caprichoso a veces —soltó una risilla—. Siento haberte cogido así, yo... digamos que prefiero pasar desapercibida lo máximo posible. No sería raro que aquí hubiera alguien que hubiera asistido al examen de chunin y terminara por reconocerme como el monstruo que estuvo a punto de arrasarlo todo... —añadió, apenada y sombría—. Por eso debo pedirte que no le cuentes a nadie que nos hemos encontrado. Yo tampoco lo haré.
¡No quería ni imaginar cómo reaccionaría Daruu, su padre o la misma Arashikage si se enteraban de que se había encontrado con una Uzujin!
Se separó de la pared y se acercó a Eri, con la túnica de viaje ondeando en torno a sus pies.
—De hecho... me viene muy bien haberme encontrado precisamente contigo —dijo entonces, mirándola fijamente.