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Uzushiogakure estaba en un etapa de turismo, ansiedad y expectación. Los exámenes chuunin estaban por comenzar y cada vez faltaba menos para que el gran estadio abriera sus puertas para poder ver las destrezas y capacidades de la nueva generación de profesionales.
Los puestos podrían estar más lindos de lo normal, unas calles más limpias otras más sucias de lo normal, pero fuera como fuera para el calvo de Amegakure todas esas eran calles desconocidas. Desde el momento en el que se había bajado del barco se encontraba un poco desencajado ante el nuevo lugar y seguía sorprendiéndose encontrando diferencias entre las dos villas ocultas.
Había pasado cerca del edificio de la Uzukage y se sintió intimidado por estar tan cerca de alguien tan imponente, al igual que era cada vez que veía a Yui. Pero su paso sin rumbo y su mirada distraída no le permitirían ver el camino que tenía por delante y el suelo a recorrer se hacía cada vez más incierto.
Kaido podría estar en las mismas. Ya fuese por comer, caminar, visitar, ver, o comprar, esa mañana tiempo antes del examen escrito estaba en las calles de la aldea. Su apariencia azul, cuando era visible, podría traer preguntas a otros curiosidad y a unos pocos repulsión pero había algunas personas que no se fijaban en las apariencias.
— Ey… Tú... Ven... Ven, ven...
Una figura, presumiblemente masculina, con sombrero y ataviado con ropas gruesas de viaje fumaba un pucho en un concurrido cruce de caminos escondiendo la cara y sin levantar la mirada del suelo.
"El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento, y el sufrimiento al lado oscuro"
-Maestro Yoda.
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Lo estaba disfrutando. La atención, las miradas rancias, el resquemor de los uzureños hacia su extraña presencia. Todo. Disfrutaba cada reacción que generaba en aquellos que nunca le habían visto, y que a diferencia de los locales de su tierra natal, no sabían quién cojones era el Tiburón de Amegakure.
Por ello, Kaido podía pregonarse por en medio de las soleadas calles del Remolino como quien no quiere la cosa. Tratando de despejar su cabeza del examen que estaba por venir. Y la única opción que tenía, además de entrenar, era hacer la de turista.
Y como el carroñero mejor entrenado que aprovecha semejante acontecimiento para vender sus ideas, un hombre ataviado de prendas gruesas y un sombrero trató de llamar su atención.
El gyojin se detuvo en seco y miró a los lados, asumiendo que no era con él. Pero pronto se dio cuenta de que el tipo, con toda la pinta de una rata de pueblo, le estaba hablando a él.
—¿Uhmmm? ¿qué cojones quieres?
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Un ligero movimiento de cabeza fue lo que hizo el hombre misterioso cuando el tiburón humano se detuvo. No mostró la cara pero se notaba que lo miraba de reojo, y lo hizo durante unos largos segundos. Miró hacia su alrededor, hacia todas las calles a lo lejos, y a paso lento y nervioso acortó la distancia que Kaido no había recorrido.
— Tengo... tengo algo que quizá te interese... no te niegues, solo sígueme, ¿Quieres? No tenemos todo el día muchacho, tenemos que caminar rápido, o... no rápido no, solamente tranquilos... Tenemos... tenemos... tenemos algo que te puede interesar, solo ven, camina conmigo, si... si... camina conmigo... ven, ven...
En la cercanía la voz era más clara. Siseante y áspera, una voz rasposa de esas que no se escuchan siempre con claridad. Un tono bajo pero grave que retumbaba en los oídos y parecía quebrar en lo más profundo de la mente. Una voz que vibraba en la cabeza y sus letras se repetían en un eco que aleja del resto de sonidos.
Sin embargo, no había nada en esa extraña voz que pudiese manipular al gran pescado de Amegakure y si la curiosidad no lo picaba no tendría otro motivo por el cuál hacer caso a las palabras de un extraño. Pero sin dejar lugar a dubitaciones, el mayor tomó el brazo azul y tiró un poco de él para que lo siguiera calle abajo.
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Entonces, aquel tipo entendió que su detenimiento era una clara evidencia de que le había picado la curiosidad para con el jíbaro. Si no hubiera sido así, probablemente el escualo habría continuado su camino en cuanto el hombre habló, puesto que su forma de expresarse daba a entender que o estaba nervioso de que alguien le escuchara, o que estaba por la labor de guardar las apariencias.
Fuera como fuese, el tiburón ya había mordido el anzuelo. Estaba intrigado, por no decir otra cosa; y ya que había perdido un preciado minuto en detenerse, ¿por qué no seguirle el juego al hombre?
Antes de poder responder, sin embargo, él le tomó del brazo. Y Kaido se dejó llevar, aún y cuando tenía la impresión de que aquel hombre significaba problemas.
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El hombre de voz nerviosa y actitud calma pronto soltó el brazo del shinobi al ver que lo seguía. Caminaba a paso lento y con vista atenta, con la frente en alto pero con el rostro aún tapado por su sombrero y el cuello alto de su abrigo. Doblaba casi en cada esquina y a cada paso se alejaba de los lugares atestados de gente para empezar a recorrer los más profundos callejones de la ciudad.
Habían caminado un largo rato en silencio y Kaido se podía impacientar pero el hombre no dijo nada. Se alejó a calles que ya hasta se podían dudar de si eran realmente de Uzushio, pero antes de que el tiburón pudiera hacer algo ambos se detuvieron ante una puerta en un pequeño y oscuro callejón, disimulada con unos cuántos barriles.
— Pasa, pasa, te esperan, nos esperan, saben que venimos, no estarás solo, no estarás incómodo, saben que venimos, pasa, pasa, vamos.— otra vez esa voz repetitiva y nerviosa que desencajaba de la actitud corporal.
Pero el hombre abrió la puerta y empujó al shinobi con él hacia unas escaleras que descendían a la luz. El golpe al cerrar la madera tras de sí sonó antes de que empezase a ser apurado para recorrer los escalones.
— Vamos, vamos, tenemos a alguien como tú, como tú, el jefe espera.
La voz comenzó a hablar durante todo el camino de unas largas escaleras pudiendo llegar a ser realmente molesta, pero finalmente llegarían a destino y cuando estuviesen cerca de este un bullicio taparía la siseante voz.
Las luces brillaban por doquier en aquel salón, la gente se aplastaba y tambaleaba tirando lo que parecía cerveza al piso. Había música, pero casi imperceptible con tanto griterío, y mesas y sillas que apenas se veían. El ambiente estaba denso, tanto humo que no se podía determinar su procedencia, pero no había mucho tiempo para mirar. Una mano en la espalda empujaría al tiburón entre la multitud, la mano del hombre que lo había llevado, y lo llevaría hasta el fondo de aquel salón.
Fue la atracción de todas las miradas, el producto de incontables murmullos, el resultado de un leve bajón en el griterío, pero Kaido debía de estar acostumbrado. Todo volvió a la normalidad cuando se alejasen y tras recorrer un pasillo al fondo del salón una puerta los esperaría.
— Vamos, vamos, entre, no tengo permitido entrar ahí, entra, entre.
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Si antes existía desconfianza en la presencia de aquel hombre, aquella sensación se acrecentó a medida de que el tiburón le acompañaba en su sospechosa travesía. Y es que con cada paso, parecían alejarse cada tanto de el corazón más vívido de Uzushio, acabando finalmente en otro callejón oscuro y de mala muerte.
Tras unos barriles, se escondía el pasadizo hasta un descenso cansino e interminable. Aunque el apresuramiento del mulo les llevó hasta el final de éstas, donde el subterfugio ya no parecía ser ningún problema para ellos dos; pues el bullicio de una gran concentración de gente le atizó de lleno con las luces del tugurio. Cerveza, baile, música y cigarrillos. Parecía ser una especie de bar clandestino. Luego, un repentino silencio que duró un poco, quizás. Los usuales segundo que se toma la gente al ver por primera vez a un tipo como Kaido, vaya.
Él se les quedó mirando con su tan característica bravuconería, pero antes de poder siquiera decir algo, el mulo le volvió a empujar y le llevó hasta el final del pasillo.
—Vamos, vamos, entre, no tengo permitido entrar ahí, entra, entre.
Para su pesar, ya no había vuelta atrás. Lo mejor que pudo hacer fue prepararse para lo peor, pues estaba casi convencido de que le habían llevado a una especie de matadero donde le iban a intentar sacar los órganos, o algo parecido. Sonrió, pues pensaba que eso solo sucedía en Shinogi-To. Iba a ser que no.
Abrió la puerta, y esperó encontrarse con un verdadero peligro que convirtiera la monotonía que significaba la espera para la siguiente prueba del examen en algo más, digamos, emocionante.
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Las expectativas estarían lejos de la realidad. Apenas diese un paso al frente la puerta se cerraría tras de sí, pero ya antes de eso podría ver al otro lado del umbral. Una habitación de tamaño mediano, de paredes rústicas adornadas con cuadros y velas que generaban una tenue luz que hacían cálido el ambiente. Varias estanterías de libros y un pequeño bar cubrían partes de las paredes, y en el centro un ancho escritorio.
Un escritorio de madera con un asiento tan grande que podría ser llamado trono de un lado, y del lado de la puerta dos pequeños asientos dorados con cojines rojos que hacían juego con la sala. Un hombre gordo trajeado, de bigote fino y sin cuello, de ojos chicos y mirada seria en el trono, un calvo de Amegakure en uno de los asientos.
— Ah, bien, pase usted shinobi de la lluvia. Tome asiento por favor, lo estábamos esperando. Si gusta una taza de té...— voz gruesa y lenta la del hombre que le mostraba la taza en el escritorio con la mano, frente al asiento vacío.
Karamaru había llegado a aquel lugar por un hombre similar al que se había encontrado Kaido, pero teniendo que recorrer menos distancia. Hacía poco que había llegado y el gordo no había dicho ni una sola palabra hasta el momento. El de traje insistiría con la mirada si el pescado tardaba en seguir el pedido.
— Ahora que los tengo presentes a ambos, shinobi de la lluvia, creo que puedo empezar a hablar.— solía pasar su pulgar e índice por su bigote peinándolo una y otra vez mientras hablaba.
— Me enteré de esos exámenes suyos, no eran muy secretos que digamos, todo los sabían... si hasta lo promocionaban y todo...— empezó a hablar con la mirada fija en los gennin, pero se perdía en sus propias palabras y terminaba viendo un punto lejano de la pared.
— No importa, lo que importa es que necesito su ayuda. Verán, no tengo una buena relación con estos uzujin, no son gente que me agrade, pero me gustan que beban alcohol porque el negocio es bueno. Y como no tengo relación ni interés de tenerla pues prefiero hacer por otros medios. ¡Y QUÉ MEJOR QUE DOS EXTRANJEROS!— el grito fue sorpresivo y el calvo no pudo evitar apretarse en el asiento.
— La cosa es que esos putos kusajin… esos putos putísimos kusajin… se han metido en mi negocio. Y yo se lo que aparenta esto aquí escondido, es que hay gente que lo necesita así, pero la venta de alcohol es legal. La venta de drogas no, claro que no, en eso estamos de acuerdo todos. Bueno, los pelotudos estos de Kusa se creen muy vivos con sus hierbas y ya infestaron varios de mis locales con sus drogas de porquería.
— Y no solo me roban las ganancias sino que aumentan las chances de una inspección que haga cagar el negocio. Hubo varias disputas entre mis hombres y estos idiotas pero estamos en un punto muerto en donde ya mueren demasiado y no es sostenible. Y como informado que soy ustedes dos shinobi de la lluvia están hechos para la infiltración, para conseguir información, para resolver algunas problemas un poco.... extraordinarios, ¿No? Eso necesito, que me saquen a los putos verdes de mi territorio.
El pedido terminó pareciendo más una orden que otra cosa con su voz autoritaria aunque siempre calma. Karamaru no supo que responder, tardó sus segundos, pensó su respuesta.
— Es que...
— La recompensa será generosa, no se preocupen ustedes, el trabajo no será gran problema para ustedes, son los mejores bla bla bla. Necesito el trabajo hecho acá no estamos discutiendo política ni grises ni nada así que no me vengas con dudas de mierda pelado, ¿Sí o no? Es sencillo. ¿Qué decís dientudo azul?
«Putaso déjame pensar, por qué hablas tanto, las cosas no funcionan así...»
Todas las miradas se dirigieron a Kaido que funcionó como una excusa perfecta para que Karamaru se ahorrase sus dudas y su respuesta incorrecta. Estaba completamente confundido, y creía que su compañero de aldea- por ver su bandana en la frente, podría estar igual que él. Algo así necesitaba hablarse pero el gordo no parecía estar muy de acuerdo con las negativas.
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—No —respondió. Sí, era sencillo—. mira, no sé quién cojones eres, ni por qué piensas que dos jodidos ninja de una aldea extranjera van a ayudarte con tus problemas cuando ya tenemos bastante con lo nuestro. Lo que hagan o dejen de hacer los putos kusajin de los cojones me sabe a mierda, siempre y cuando sea algo ajeno al examen, donde probablemente tenga la chance de patearle el culo a alguno de ellos. Pero —miró a Karamaru con disconformidad—. ni él, ni yo, vamos a hacer nada por vosotros. Ni por la recompensa más generosa de todo Oonindo.
¿Se había entendido?
Bajo la mesa, sus manos jugaban al subterfugio.
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La mirada seria del gordo, mientras se pasaba los dedos por su pequeño bigote, fueron la respuesta. No hablaba, solo se dedicaba a mirar fijamente los ojos del Hozuki. Entrecerró los ojos y suspiró sintiéndose entregado.
— A ver, dientudo, no hay que ser un genio para entender esto. Yo soy de Ame, este negocio es de Ame, y estamos en territorio de Uzu. Ustedes pueden ser muy pacíficos y las mierdas que quieran, pero las bandas no lo son, y estoy haciendo lo posible para que se entienda que soy una banda uzujin. Y esa mierda es muy complicada, y si los dejo meterse donde no deben esa información se va a terminar por filtrar.— había apoyado sus dos brazos sobre el escritorio trs reclinarse para delante. El aire de soberbia se había esfumado ligeramente.
— Las bandas de Ame no me pueden ayudar, las de Uzu no se fían, y estoy solo en un negocio legal para lidiar con las drogas de los verdes. Son shinobi, ustedes quieren la paz y trabajan para mantenerla. Ayudan a la gente de las aldeas firmando esos pergaminos burocráticos asquerosos, bueno... esto no se aleja demasiado. Si crecen intentarán llegar a la aldea, si crecen empezarán a hacer desastres en los barrios bajos y las afueras de Uzu. Es una banda que no se puede dejar crecer.
— Pero mi compañero no está tan errado en lo que dice, yo estoy con él.
El gordo no le daría ni la mirada al calvo. Sabía muy poco sobre las personas, pero bien que sabía que el primero en responder era el más impulsivo, el de ideas más claras, el más determinado y probablemente el portador de la batuta. Se tomaba las cosas con paciencia y tenía recursos para empujar a los dos hacia el límite pero iba a ir paso por paso. Al calvo lo intimidaba y le hubiese costado negarle a primeras al punto de haberse sorprendido por la actitud de su compatriota.
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13/09/2018, 04:05
(Última modificación: 13/09/2018, 04:15 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
Kaido miró a Karamaru, con las cejas enmarañadas como una ola. Evidentemente, estaba bastante confuso.
—Oye, Karamaru-san. No se si mi comprensión auditiva está jodida por el viaje, o es que la primera prueba me ha dejado un poco frito el cerebro. Pero: ¿le entiendes una mierda a este tipo? porque yo no.
Y, para colmo, no lo decía en juego. ¿Un amejin con un negocio de compra y venta de alcohol en uzu? ¿Es que eso era posible? ¿hasta es nivel de integración llegaban las aldeas? pues hasta donde tenía entendido, no.
Pero bueno, así era Kaido. Tan sincero como solo él lo podía ser. A pesar de que se encontrase superado numéricamente y, además, en un territorio desconocido, del que no iba a ser precisamente sencillo escapar de formarse allí una especie de revuelta. Pero contaba con la suerte de que un colega de profesión se encontraba allí con él.
Tan sólo esperaba que Karamaru tuviera los dotes de mediación de los cuales que él carecía.
Porque si alguien le llegaba a levantar un dedo...
se iba a armar la gorda.
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El gordo sonrió y se recostó en su asiento. Mostraba una sonrisa incrédula sorprendido de las reacciones del Hozuki, no estaba acostumbrado a que lo contradigan y menos tan abiertamente. Por su parte el calvo seguía igual, apoyaba a su compañero pero toda esa situación le daba una mala sensación y no se sentía completamente seguro de poder decirle no al hombre en su propia casa.
— La verdad que no— contestó con la voz temblorosa evitando la mirada del jefe— Supongo que nos podríamos ir, no tenemos nada que ver con todo esto.
La sonrisa se transformó en una casi inaudible risa que se hizo visible con un exagerado movimiento de la barriga del gordo. Los miró a los dos con rostro serio, con una mirada penetrante, mas no hizo nada para negar las actitudes de los dos gennin. Karamaru fue el primero en levantarse.
— Gracias por la propuesta— saludó con una marcada reverencia. Miró a su compañero y le instó con un movimiento horizontal de los ojos a encaminarse a la puerta.
«Mejor nos vamos de acá antes de que se arme quilombo...»
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Kaido, aquella vez, estuvo atento a los detalles. A aquel sutil aunque evidente gesto de Karamaru que le señalaba la salida con sus grandes ojos, y su brillante calva.
El gyojin asintió levemente, y se levantó de la silla sin dar la espalda al gordo que tenía frente a él, mientras por su mente repasaba todas las direcciones que tuvo que tomar para llegar a esa habitación, y dándole vuelta; para poder tener una idea más clara de los caminos que tendría que seguir para huir de la guarida de aquellos licoristas.
—Espero puedan ganarle el mercado a los Kusajin, compañeros —dijo—. Vamos, Karamaru. Nosotros tenemos cosas de las qué ocuparnos.
Sólo entonces anduvo de espalda hacia la puerta. Si nadie se lo impedía, desde luego.
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Karamaru siguió a su compañero por sin la confianza de este. Miró constantemente al pensativo gordo en el corto recorrido hasta la puerta. Como su pudiese ver a través de las paredes el mismo hombre que había llevado al tiburón hasta el lugar había abierto el camino, pero esta vez lo verían con un rostro serio y de pocos amigos. Solo entonces, cuando estaban a punto de salir de la sala, el gordo contestó.
— Que tengan buen día, tendrán muchas cosas de las que ocuparse, sí sí, no te equivocas.
Si echaban la vista atrás una sonrisa siniestra y una mirada pícara acompañaban el frotar de manos del hombre sin nombre. Los gennin saldrían entonces y la puerta se cerraría detrás de sí haciendo desaparecer al supuesto amejin gordo del rango de visión y a su séquito guía de Kaido, que había cruzado el umbral para ver a su señor.. En ese momento sería cuando las cosas se complicarían más de la cuenta.
Sería raro al principio, unos segundos hasta darse cuenta, hasta recibir el choque. Pero no había ruido, no había humo. Era sensación de sentirse desencajado, pues cuando salieran del pasillo verían que tampoco había gente, solo un hombre flaco y pálido de anteojos vestido de negro limpiando vasos detrás de la barra.
— Ese gordo... algo pasa....— obvio el calvo, pero él no se daba cuenta de lo que pasaba en realidad. Si el Hozuki estaba atento y recordaba el complicado camino que cruzó a través de tanta gente sin poder ver demasiado, notaría que el ambiente estaba desordenado. Las mesas en otro lugar, las puertas en otro lugar, las escaleras... brillaban por su ausencia.
El barman los miró mientras se limpiaba los anteojos con el mismo trapo azul con los que limpiaba los vasos y luego volvió concentrado a su trabajo.
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Y, aunque Kaido salió por la misma puerta que había entrado, y también creía haber memorizado lo suficientemente bien el camino de regreso para salir de aquel tumulto escondido; pronto se dio cuenta de que algo andaba absurdamente mal. No porque hubiera olvidado algo, o porque aquel gordo hubiera ordenado a su séquito que impidieran la salida de los genin, sino que nada allí afuera era igual a como lo había visto en primer lugar.
Ya el tugurio no estaba repleto de gente, ni música, ni festividad.
Y el único testigo de su huida, aquel hombre de anteojos que secaba los vasos tras la barra.
«¿Genjutsu?» —quizás, o no.
—Joder, era por aquí, estoy seguro. Pero... ya no hay escaleras —agregó.
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Karamaru miró desorientado a su compañero. Por su parte no se acordaba ni un poco de cómo volver pero estaba seguro que había bajado por unas largas escaleras que probablemente estuviesen en aquel lugar que mencionaba el Hozuki. Miró a su alrededor tratando de ver algo que llamara la atención pero no podía encontrar más que el silencioso barman.
Incluso la puerta que habían cruzado hacía segundos desapareció en cuánto le dieron la espalda.
— Emm, puedo preguntarte algo, espero no ser inoportuno...— la cabeza le daba vueltas a otro tema— Me llamaste Karamaru, ¿Acaso nos conocemos?
Preguntaba con voz tímida y avergonzado, de ver a alguien de piel azul uno estaría seguro de recordarlo y si ya se llevaba una sorpresa por su color ya era doble cuando sabía su nombre. Karamaru siguió caminando en círculos pérdido mientras hablaba, pero las puertas- al igual que le pasaba a Kaido- iban desapareciendo una a una mientras le iban sacando los ojos de encima.
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