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El minino se quedó mirándola durante unos instantes. Entonces torció la cabeza y abrió la boca. Pero no fue un maullido lo que salió de entre sus fauces:
— ¡Nyo, sólo tenía curiosidad! Defecto de gato.
«¡Habla! ¡Está hablando!»
Gritaba Ayame, casi eclipsando con el volumen de su voz las palabras del gato.
Pero Kokuō sólo alzó ligeramente las cejas.
«Por supuesto, ¿no pensaría que los humanos son los únicos que pueden hablar?»
No. De hecho la señorita ya había visto en más de una ocasión a un animal que hablara. Pero parecía que nunca dejaba de sorprenderse.
—Curiosidad, ¿eh?... Supongo que sabrá lo que dicen sobre la curiosidad y los gatos...
«¡Kokuō, no lo asustes! ¡Pregúntale si es una invocación!»
Kokuō torció ligeramente el gesto.
—¿Es una invocación de un humano?
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El gato soltó una risilla traviesa.
—Sí, Kokuo-nyan, soy nyuna invocación, nyaunque a nyí me gusta decir que soy nyun... gato nyinja —dijo. Volvió a reír—. Y por supuesto que he nyoído hablar de ese dicho humanyo sobre la curiosidad... pero primero: nyusted no es unya humana. —Señaló, levantando una pata y el dedo índice, sentándose. Levantó un segundo dedo—. Y segundo, los curiosos nyo suelen morir a este lado de nyunos barrotes. Nyejejejeje.
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Y el gato esbozó una sonrisilla traviesa.
—Sí, Kokuō-nyan, soy nyuna invocación, nyaunque a nyí me gusta decir que soy nyun... gato nyinja —dijo, y Kokuō tuvo que esforzarse para entender sus palabras entremezcladas con maullidos. El felino volvió a reír—. Y por supuesto que he nyoído hablar de ese dicho humanyo sobre la curiosidad... pero primero: nyusted no es unya humana. —Señaló, levantando una pata y el dedo índice, y junto a las siguientes palabras levantó un segundo dedo—. Y segundo, los curiosos nyo suelen morir a este lado de nyunos barrotes. Nyejejejeje.
A Kokuō se le borró la sonrisa de la cara de forma instantánea y su gesto se volvió súbitamente sombrío. Ayame guardaba un tenso silencio.
«Ya no me cae bien este gato.» Comentó para sí.
—¿Cómo es que conoce mi nombre, minino?
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—Oh, vamos, borra nyesa mueca de nyasesina de tu cara —rio el gato blanco—. Tan sólo estoy jugando contigo. —Y entonces, sucedió algo tan insólito como inesperado. El gato estalló en una nube de humo blanco. Cuando las volutas de humo se dispersaron en el aire del calabozo, allí no había un gato, sino un niño. Un niño de pelo blanco y unos brillantes ojos de color azul turquesa, vestido con una chaqueta ancha de color azul y unos pantalones azul marino. Con las piernas balanceándose en su silla, pies apenas llegándole al suelo, mostró una amplia y juguetona sonrisa—. Oh, claro que conyozco tu nyombre —dijo—. ¡Daruu-nyiisan me ha contado todo sobre vosotras dos!
»Me escapé durante el entrenyamiento y vinye a veros.
»Nyodia cuando hago eso, nyejejeje.
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— Oh, vamos, borra nyesa mueca de nyasesina de tu cara —resolvió el gato, con una risotada—. Tan sólo estoy jugando contigo.
Y antes de que Kokuō pudiera responder siquiera, se quedó con la boca abierta. El gato se había visto envuelto en una nube de humo y, cuando esta desapareció, dejó a la vista un chiquillo cuyos pies apenas llegaban al suelo. Tenía el pelo blanco como la nieve, e iba embutido en una sudadera y unos pantalones de color azul.
— Oh, claro que conyozco tu nyombre —respondió al fin; aunque, para estupefacción de Kokuō, seguía usando aquellos maullidos como coletillas—. ¡Daruu-nyiisan me ha contado todo sobre vosotras dos! Me escapé durante el entrenyamiento y vinye a veros. Nyodia cuando hago eso, nyejejeje.
«¿Daruu-kun? Pero eso quiere decir entonces... No... no entiendo nada...»
Preguntaba Ayame, pero Kokuō había entrecerrado los ojos, entre recelosa y confundida.
—¿Es usted un niño? ¿Un niño que se ha transformado en un gato para colarse aquí? —preguntó, antes de apartar la mirada de él y lanzar un suspiro al aire—. Debería volver con sus padres, o con tu sensei, no les va a hacer ninguna gracia que ande rondando cerca de un monstruo como yo. No me hago responsable de su posible castigo.
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—Nyejejeje. —El chaval estalló en una nueva risotada—. Nyo, soy un gato que se ha transformado en un niño. ¿Nyo es nyevidente? —Por supuesto que no lo era. Cualquiera que conociera el Henge no Jutsu de los ninjas creería que sería al revés, más bien. Pero de eso se valía la familia Nekoshiba para jugar con la gente de vez en cuando—. Kokuo-nyan. Primero me preguntas si soy nyuna invocación. Te respondo que sí. ¡Y nyahora me pregunta que si soy un nyiño! —Levantó los brazos por encima de la cabeza, teatral—. ¡Pero bueno!
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— Nyejejeje. —El chiquillo volvió a reírse en voz alta.
Y Kokuō no pudo evitar desviar la mirada en la dirección en la que se encontraba la puerta de entrada y salida del calabozo. Si aquel niño-gato seguía así, era más que probable que alertara a los guardias. Y, siendo sinceros, viendo como se estaba riendo de ella, no le molestaría en absoluto disfrutar de un espectáculo en el que el minino se viera en la situación de explicar cómo se había colado allí dentro. En ese momento sería su turno de reír.
— Nyo, soy un gato que se ha transformado en un niño. ¿Nyo es nyevidente? —preguntó—. Kokuō-nyan. Primero me preguntas si soy nyuna invocación. Te respondo que sí. ¡Y nyahora me pregunta que si soy un nyiño! —Levantó los brazos por encima de la cabeza, infantilmente teatral y dramático—. ¡Pero bueno!
— ¡Por supuesto que no es evidente! —estalló Kokuō, plantando las palmas de las manos sobre el colchón, con las mejillas encendidas—. He visto centenares de veces a seres humanos transformándose en animales, ¿pero un animal rebajándose a transformarse libremente en un humano? —preguntó, con absoluta repugnancia.
«Eso... ¿Eso quiere decir que ese gato es una invocación de Daruu-kun?»
Allí iba de nuevo. Los sentimientos encontrados. Admiración por lo que Daruu había conseguido y, al mismo tiempo, la envidia, los celos, la inseguridad. Kokuō podía sentirlos casi como si fueran propios. Y sabía bien lo que estaba pasando por la cabeza de la muchacha.
— ¿Cuándo firmó el joven un pacto de invocación con usted?
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—Nyasta tú debes reconyocer las... ventajas de poseer un cuerpo humanyo, Kokuo-nyan —contestó el niño-gato a la primera pregunta de su interlocutor. El chico levantó una mano y movió los dedos con rapidez—. Nyay muchas cosas que mis zarpas pueden nyacer. Pero nyay otras muchas que nyo.
—¿Cuándo firmó el joven un pacto de invocación con usted?
Yuki hizo memoria, mirando al techo.
—Nyo nyos llama mucho, la verdad —dijo—. Ha empezado a nyentrenar con nyosotros nyo hace nada. Pero el pacto lo firmó nyace unos meses, cuando recibió su nyuevo rango de nyuunin. —Sí, había dicho nyuunin. Ni chuunin ni chuunyin. Nyuunin.
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— Nyasta tú debes reconyocer las... ventajas de poseer un cuerpo humanyo, Kokuo-nyan —respondió el felino, levantando una de sus manos y moviendo los dedos con agilidad—. Nyay muchas cosas que mis zarpas pueden nyacer. Pero nyay otras muchas que nyo.
— Sí, muchas ventajas —replicó Kokuō, llena de sarcasmo. Alzó una mano, y comenzó a enumerar sacando dedo por dedo—. Tienes que comer para no enfermar (¡pero no puedes comer cualquier cosa porque podría resultar tóxica!), debes beber, eres pequeño y debilucho, te enfermas con facilidad... Sí, no se me podría ocurrir nada mejor.
«Jo, Kokuō...»
Protestó la jovencita, pero Kokuō no se lamentó de nada. Visto de aquella manera, era sorprendente que su hermano Kurama hubiese conseguido hacer todo aquello con un cuerpo humano.
— Nyo nyos llama mucho, la verdad —añadió el gato, respondiendo a la segunda pregunta del Bijū—. Ha empezado a nyentrenar con nyosotros nyo hace nada. Pero el pacto lo firmó nyace unos meses, cuando recibió su nyuevo rango de nyuunin.
«¿Hace... unos meses...?»
PLOOOOOOOOOM. Aquel había sido otro mazazo al orgullo de Ayame. La muchacha llevaba algo más de dos meses encerrada en su propio cuerpo, sin posibilidad de hacer nada, y mucho menos seguir entrenando como kunoichi. Y todo aquello había sucedido cuando apenas se había atrevido a dar el paso de solicitar que le repitieran la prueba de Chūnin...
La sensación de que se quedaba atrás era más fuerte que nunca.
—Ahora que lo pienso, usted conoce mi nombre... pero yo no conozco el suyo —Kokuō redirigió la brillante mirada de sus ojos turquesas hacia el felino.
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El niño balanceó la cabeza hacia izquierda y hacia la derecha, divertido. Como si todo aquello no fuera más que un juego. Como si no estuviera en un calabozo, en una cárcel. Había encontrado un juguete que satisfacía toda su curiosidad. El gato miró a Kokuo unos segundos, como pensándose si decirle su nombre o no.
—Ummh... veamos... —vaciló— ...mi nombre es... —De pronto, giró la cabeza hacia la puerta. Su sonrisa desapareció. Dirigió una breve mirada a Kokuo y le guiñó el ojo.
¡Puff!, desapareció en una breve nubecilla de humo.
Las puertas del calabozo se abrieron. un guardia con una linterna cegó a Kokuo.
—¡Ya vale de hablar sola! ¡Duérmete! —¡Pom!
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El gato-chiquillo ladeó la cabeza a un lado y a otro. Parecía estar divirtiéndose con todo aquello, pero Kokuō no podía opinar lo mismo al respecto...
— Ummh... veamos... mi nombre es...
Pero la respuesta no llegarían a escucharla. No en aquellos instantes, al menos. El chico había girado de golpe la cabeza hacia la puerta y aquella burlona sonrisa había desaparecido de sus labios, como si hubiera escuchado algo. Entonces se volvió una última vez hacia Kokuō, le guiñó un ojo...
Y desapareció en una nubecilla de humo.
Y entonces la puerta del calabozo se abrió y el Bijū tuvo que cerrar los ojos con un gemido de dolor cuando un fuerte brillo incidió directamente en sus pupilas.
— ¡Ya vale de hablar sola! ¡Duérmete! —No pudo verlo, pero la voz de uno de los guardias llegó hasta sus oídos.
— ¡Duérmase usted, humano y a ser posible para siempre! ¡¡Y déjeme a mí en paz!! —bramó, llena de furia.
«Kokuō...»
Pero ella no respondió a la llamada de Ayame. Se limitó a encogerse en la cama y abrazarse las rodillas, abatida. En cualquier otra ocasión se habría limitado a dejar correr el comentario del guardia. Después de todo, no era más que un insignificante humano, para ella no era más que un insecto al que podría aplastar en cualquier momento si lo deseara. Pero en aquellos momentos no estaba de humor. Llevaba demasiado tiempo entre aquellas estrechas paredes. Llevaba demasiado tiempo detrás de aquellas rejas. Llevaba demasiado tiempo aprisionada. Llevaba demasiado tiempo recibiendo poco más que insultos y miradas de desprecio. Llevaba demasiado tiempo viviendo el mismo día una y otra vez. Llevaba demasiado tiempo viendo las mismas caras... una y otra vez. Y bien sabía que en el momento en el que la sacaran de allí sería para volver a encerrarla en un lugar aún peor.
Y sería para siempre.
«No lo olvidaré, Kokuō. Te lo juro que no lo haré.»
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Allá arriba de la Torre de la Academia, en Amegakure, dos figuras se apoyaban en la barandilla, del lugar donde mejor se veía su aldea. Aquél día, la aldea se veía mejor, porque no llovía. Aunque muchos lo consideraban un signo de mal agüero, Daruu esperaba que esta vez fuera un signo de que la verdadera Tormenta iba a pasar. La Tormenta que a todos les había tocado vivir.
También a la otra figura, la que vestía todo de blanco. Aotsuki Kori, que junto a él, escudriñaba los rincones de su villa desde lo alto. Daruu se imaginaba que, a pesar de que la villa tuviera muchas cosas que ver, le pasaba como a él, y que sus ojos volaban cada dos por tres, inadvertidamente, a una torre en particular de las muchas que pugnaban por coronar aquellos revueltos cielos. La Torre de la Arashikage. Allí estaba ella. Ayame.
Kokuo.
—¿Crees que la reunión dará sus frutos? —preguntó el alumno.
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Aquel debía ser el primer día primaveral sin lluvia que habían tenido en mucho, mucho tiempo. Una suave brisa acarició sus cabellos de nieve e hizo ondear la bufanda tras su espalda. Pero Kōri se sentía terriblemente incómodo bajo la mirada de aquel sol que los observaba desde lo alto. Él nunca había sido una persona supersticiosa, pero dadas las graves circunstancias de las últimas semanas y que aquel cielo despejado coincidía precisamente con uno de los eventos más importantes de aquella era, no podía evitar aquel que aquel sentimiento se alojara en su pecho y removiera sus ideas una y otra vez. Aunque, por supuesto, no dejaba que ninguna de aquellas emociones se reflejara en su gesto.
Quizás sí en la furtiva mirada de sus ojos escarchados, que se escapaban de vez en cuando en dirección a la Torre de la Arashikage. En dirección adonde su hermana pequeña estaba cautiva... en el interior de una bestia.
—¿Crees que la reunión dará sus frutos? —preguntó Daruu, reflejando una de esas muchas cuestiones.
Sin girar la cabeza, Kōri dirigió sus ojos hacia el muchacho. Aún tardó algunos segundos en responder:
—Esperemos que sí. Pero me preocupa el... carácter beligerante de Arashikage-sama —confesó, en apenas un susurro—. Aunque... si lo de que Ayame envió una carta al Uzukage era cierto, quizás eso nos facilite un poco las cosas a todos.
Pupilo y maestro se habían reunido en lo alto de la Torre de la Academia, y hasta el momento habían estado contemplando el resto de la aldea en completo silencio, sumidos en sus propios pensamientos. Unos pensamientos que giraban inevitablemente en torno al mismo ojo del huracán.
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Daruu bajó la vista. Se agachó, y a pesar de que el suelo de la torre estuviera mojado, se sentó al borde de la planta, agarrándose a izquierda y derecha en los barrotes de la barandilla.
—Es irónico —dijo—. A lo mejor es Uzushiogakure la que tiene que acabar salvándola. —Daruu apretó los barrotes con fuerza, visiblemente molesto—. No... no es justo.
»Aprovecharán cualquier momento de debilidad para reptar por debajo nuestra como una serpiente. Y nos la quitarán. Otra vez.
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Kōri siguió el movimiento de Daruu mientras este se sentaba sobre el suelo, aún húmedo por las recientes lluvias, y se aferraba con ambas manos a los barrotes de la barandilla.
—Es irónico. A lo mejor es Uzushiogakure la que tiene que acabar salvándola. No... no es justo. Aprovecharán cualquier momento de debilidad para reptar por debajo nuestra como una serpiente. Y nos la quitarán. Otra vez.
El Hielo se quedó mirándolo durante varios largos segundos con los labios entreabiertos, midiendo cuidadosamente las palabras que estaba a punto de pronunciar:
—¿De verdad crees que eso les convendría, Daruu-kun? —susurró—. Cualquier paso en falso y tendrían a toda Amegakure encima. Y quizás incluso a Kusagakure, de darse una alianza entre nuestras dos aldeas.
»Si algo he sacado en claro después de hablar con Kokuō es que nada es lo que parece, no podemos quedarnos en la superficie de las impresiones: Uzushiogakure no son esos dos Uchiha. Tú mismo te plantaste ante el mismísimo Uzukage, y él te podría haber matado cuando intentaste atacar a su Jōnin. Y no lo hizo. Sigues aquí. Y dudo que mi hermanita, por muy ingenua que sea, le enviara una carta al Uzukage si de verdad creyera que Uzushiogakure pretendía secuestrarla.
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