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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
¡Aaaaaaaaaaah... qué gusto! —Daruu extendió los brazos hacia arriba, estirándose, y luego señaló la enorme ciudad que se extendía al centro de un precioso valle de hierba verde—. Madre mía, pero mira qué bonito. Esto casi parece el Valle Aodori.

Se encontraban casi a las puertas de Notsuba, la capital del País de la Tierra. Lo suficientemente lejos como para desconectar de la primavera inexistente de Amegakure, pero lo suficientemente cerca como para no estar días y días viajando. Además...

Es toda una suerte, que los pájaros pudieran salvarnos rodear la cordillera —Se acercó a las aves y, con un sello, las convirtió en masas de agua viscosa que tardó poco tiempo en volverse líquida y transparente—. Y también que consiguieras convencer a tu padre.

Abrazó a Ayame, su pareja, en el primer viaje de relax y fuera de servicio que tenía junto a ella.

Estoy deseando dejar todas estas armas durante unos días. —Aunque por supuesto, con la amenaza de los Generales, no se habían atrevido a viajar sin carga.
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#2
Habían viajado hacia el este desde Amegakure, ayudándose de las aves de Daruu para sortear las inexpugnables montañas del País de la Tierra. A Ayame le habría gustado utilizar sus propias alas, pero lo cierto era que no era capaz de ascender demasiado en altura con su técnica, por lo que le sería inútil para sortear aquellas cordilleras. Después de algo menos de un día de viaje, se encontraban en el corazón de la montaña, justo junto a un enorme valle en el que se extendía una enorme ciudad de estilo arquitectónico similar al Valle de los Dojos.

¡Aaaaaaaaaaah... qué gusto! —exclamó Daruu, estirando los brazos por encima de la cabeza—. Madre mía, pero mira qué bonito. Esto casi parece el Valle Aodori.

¿Has estado alguna vez en el Valle Aodori? —le preguntó Ayame, parpadeando confundida mientras estiraba las piernas después de tan largo viaje.

Pero no recibió una respuesta inmediata.

Es toda una suerte, que los pájaros pudieran salvarnos rodear la cordillera —siguió hablando mientras se acercaba a las aves y estas se deshicieron en sendos charcos de agua—. Y también que consiguieras convencer a tu padre.

La abrazó, y ella le estrechó con fuerza mientras soltaba una risilla:

Y no sabes lo que me ha costado... —respondió. Y lo cierto es que no estaba exagerando. Aún recordaba los chispeantes ojos de su padre cuando le había contado que ella y Daruu iban a salir de viaje. Aún no sabía cómo había salido victoriosa de sus gritos sobre el peligro de los Generales y que debía dejar de perder el tiempo y ascender de una buena vez a Chuunin—. Cuando vuelva me va a tener bajo su látigo sin descanso, ese ha sido el trato.

Estoy deseando dejar todas estas armas durante unos días. —admitió él.

Pero Ayame torció el gesto en silencio. No podía evitarlo. Y estaba llegando al punto de la paranoia. Ya Cada vez que le parecía ver una sombra por el rabillo del ojo, cada vez que escuchaba el crujir de alguna ramita o susurró de los árboles se sobresaltaba. Sentía absoluto terror de que alguno de los Generales se abalanzara sobre ellos de repente, sin ninguna posibilidad de defenderse, como había ocurrido con Kuroyuki. Sentía absoluto pavor de que mataran a Daruu delante de sus ojos y después volvieran a revertirle el sello. ¿O la matarían, tal y como hicieron con Uchiha Akame?

No. No podía sentirse a gusto sin sus armas. Aunque bien sabía que frente a ellos eran tan inútiles como palitos de madera.
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#3
Pero Daruu detectó el cambio de humor de Ayame y rodeó sus hombros con su brazo derecho. Con la otra mano, levantó su barbilla.

Eh, mira qué bonito es esto —susurró—. Vamos, nos merecemos un descanso. Además, ya te dije que te protegería, ¿no? —Sonrió. Le dio a la chica un beso en la mejilla, y echó a correr por la hierba.

El suave calor primaveral bañó su piel. Acostumbrado a un clima más bien adverso, Daruu no solía disfrutar tanto del Sol, pero desde aquél valle, encerrado entre cordilleras, le recordaba a otro que le encantaba: el del Valle de los Dojos. Era muy similar, de hecho, sólo que el espacio alrededor de la capital era más virgen, libre de todos aquellos dojos y hoteles, y la ciudad en sí, muchísimo más grande.

¡Además! Tengo pensado empezar compartiendo algo muy especial contigo.
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#4
Daruu debió de ver más allá de ella, como solía hacer todo el mundo, porque rodeó sus hombros con un brazo y levantó su barbilla con su mano libre.

Eh, mira qué bonito es esto —le susurró—. Vamos, nos merecemos un descanso. Además, ya te dije que te protegería, ¿no? —añadió, con una sonrisa que encandiló su corazón. Daruu depositó un beso en su mejilla y Ayame se quedó unos segundos paralizada en el sitio, con la yema de los dedos apoyada donde habían estado sus labios.

Hasta que vio que había echado a correr por la hierba. Y aquello despertó la chispa de la competitividad.

Ayame echó a correr tras él, inclinando el cuerpo ligeramente y con los brazos echados hacia atrás para ganar velocidad. La hierba verde crujía bajo sus botas, las flores primaverales pasaban junto a ellos a toda velocidad, el viento sacudía sus cabellos por detrás de ella como una bandera. Se dejó llevar por la euforia de una libertad perdida durante demasiado tiempo y sus rápidas zancadas no tardaron en alcanzar a las de Daruu.

¡Además! Tengo pensado empezar compartiendo algo muy especial contigo —dijo él de repente, sorprendiéndola.

¿A qué te refieres? —preguntó, llena de curiosidad, y una ladina sonrisa curvó sus labios cuando añadió—: ¿Y desde cuándo eres tan lento? —le picó.
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#5
Daruu frenó en seco, la miró, cruzándose de brazos, y agitó la postura con los puños cerrados, ligeramente molesto.

¡Pues ahora... ahora te vas a quedar sin saberlo hasta mañana, hala! —dijo—. Además, lo que me ganas en correr te lo gano yo en cualquier otra cosa, listilla. Cuando quieras, lo comprobamos en un combatito. —Sacó la lengua.
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#6
Daruu frenó en seco de golpe, y Ayame tuvo que hacerlo a su vez, trastabillando varias veces para no terminar de caer.

¡Pues ahora... ahora te vas a quedar sin saberlo hasta mañana, hala! —protestó el muchacho, cruzándose de brazos lleno de indignación—. Además, lo que me ganas en correr te lo gano yo en cualquier otra cosa, listilla. Cuando quieras, lo comprobamos en un combatito.

Y le sacó la lengua.

¡No me puedes dejar así! —exclamó ella, en respuesta, mientras se acercaba con un par de saltitos—. Venga, no te enfades... —se rio, buscando la mirada de sus ojos púrpura y le tiró suavemente de la manga—. Además, sabes que nunca me niego a medir nuestras... diferencias, pero hoy no.

»Venga.. Dímelo... Porfi... —rogó, con ojos de cachorrito.
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#7
Ayame se acercó, juguetona, y le tiró suavemente de la espalda intentando hacer contacto visual con él. Él rio, pero apartó estoicamente la mirada y comenzó a silbar una cancioncilla.

Te lo diré —contestó—, pero hoy no.

Las puertas de Notsuba les recibieron. Los muchachos pasaron de largo dos fornidos guardias con cara de pocos amigos, y se internaron en los entresijos de la capital del País de la Tierra. A Daruu la ciudad le recordó definitivamente a Sendoshi, en el Valle de los Dojos, pero era mucho más grande, prácticamente tanto como Shinogi-To o Yamiria, quizás más. Ellos todavía caminaban por la avenida principal, arteria preferente para puestos turísticos de todo tipo. Daruu se había detenido sobre un curioso grupo de figuras de torii marrones con el ideograma de la Tierra grabado, y se acariciaba la barbilla meditando si comprárselo de recuerdo o no.
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#8
Él se rio, pero le apartó la mirada y comenzó a silbar una cancioncilla que no reconoció.

Te lo diré, pero hoy no.

¡Pero serás...! —replicó Ayame, cruzándose de brazos e hinchando los carrillos—. ¡Sabes que si quisiera podría sonsacarte la información, Daruu!

Pero, obviamente, no era algo que fuese a hacer.

Los dos muchachos atravesaron el valle y llegaron hasta los enormes portones de entrada a Notsuba custodiados por dos guardias con cara de malas pulgas y músculos de más. Definitivamente, y tal y como había augurado Ayame al llegar, aquella ciudad tenía un estilo arquitectónico similar a los complejos del Valle de los Dojos: estaba construida en lo alto de un risco y todos sus edificios eran de un estilo más bien tradicional. Agarrados de la mano, se adentraron en la avenida principal que, como cualquier otra capital, contaba con multitud de tiendas y puestecitos turísticos de todo tipo. De hecho Daruu no tardó en pararse frente a uno, donde se exhibían un grupo de torii con el carácter "tierra" grabado en ellos. Se frotaba la barbilla, pensativo, y Ayame supo de inmediato lo que se le pasaba por la cabeza.

Sonrió.

Deme dos, por favor —le pidió al vendedor, sin dar tiempo a su pareja a rechistar.
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#9
Enseguida, jovencita —dijo el dueño de la tiendecilla, que presto cogió una bolsa de papel y metió dos de aquellas figuras, entregándoselas a Ayame.

No tenías por qué —dijo Daruu cuando se alejaron del puestecito. Los muchachos volvían a caminar por la avenida principal. Daruu, molesto, tiró de la manga de Ayame y se desviaron hacia otra calle un poco menos concurrida. Nunca le habían gustado las aglomeraciones—. ¡Ahora tengo que invitarte yo a comer! —bromeó.

Los muchachos buscaron un sitio donde llevarse algo a la boca. Habían tenido un viaje largo. Eran casi las cuatro de la tarde y no habían comido todavía. Acabaron sentados en un puestecito de pinchos de carne de pollo y verduras que estaban bastante ricos.

Ahora tendremos que encontrar un sitio para dormir. ¿Nos quedaremos un par de días, entonces? ¿Tres...? —pidió Daruu, dandole a Ayame golpecitos con el codo.
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#10
Enseguida, jovencita —respondió el dueño, que se apresuró a coger una bolsa de papel y metió en ella las dos figuras.

Muchas gracias, señor —concedió ella, entregando varios billetes a cambio de la bolsa que le tendía.

Y cuando la tuvo entre sus manos le sonrió, triunfal, a Daruu.

No tenías por qué —dijo él, mientras se alejaban del puesto, pero ella se encogió de hombros.

Oh, vamos, tenías que ver la cara de cachorrito encaprichado que habías puesto —se rio ella.

Daruu tiró de su manga de repente, y ella no pudo sino mirarle completamente confundida mientras la reconducía hacia una calle menos concurrida que la avenida principal. Y cuando pudieron respirar aire libre lo entendió: estaba huyendo de las multitudes.

¡Ahora tengo que invitarte yo a comer! —añadió, y ella continuó la broma:

Oh... ¡me ha pillado! —replicó, sacándole la lengua.

Hasta el momento no se había dado cuenta, pero lo cierto era que tenía un hambre voraz. Y no era para menos, el mediodía ya había pasado hace tiempo, y ellos llevaban sin probar bocado desde por la mañana temprano. Así pues, los dos muchachos terminaron en un puesto de pinchos de carne de pollo y verduras.

Ahora tendremos que encontrar un sitio para dormir. ¿Nos quedaremos un par de días, entonces? ¿Tres...? —sugirió poco después, dándole golpecitos con el codo.

«Otra vez la cara de cachorrito.» Se rio ella, y entonces le señaló con el pincho a medio comer.

Tres días —concedió, sonriente—. Pero no mucho más. O papá vendrá a buscarnos expresamente para invitarnos a volver...
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#11
Vaaale, tres, ni uno más —concedió Daruu, sonriendo. Se llevó la brocheta a la boca y de repente, se acordó de algo. Se quedó mirando al cielo, suspicaz—. Oye, oye oye oye.

¿No, verdad? ¿Verdad que no habría sido capaz? ¡Se merecían aquél rato de privacidad! ¡No les podía hacer eso!

Tu padre tiene tendencia a mandar águilas a escudriñar desde el cielo para enterarse de cosas —dijo—. ¿No habrá enviado alguna para tenernos vigilados, verdad? Porque me cabrearía mucho.

Vamos, lo que faltaba. Si agarraba a uno de esos pollos le parecía a él que se iban a ahorrar unos cuantos ryo de la cena.
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#12
Vaaale, tres, ni uno más —concedió Daruu, sonriente. Se llevó la brocheta a la boca y entonces se quedó mirando al cielo, con un gesto extraño.

¿Qué ocurre? —preguntó Ayame, ladeando la cabeza.

Oye, oye oye oye. Tu padre tiene tendencia a mandar águilas a escudriñar desde el cielo para enterarse de cosas —dijo—. ¿No habrá enviado alguna para tenernos vigilados, verdad? Porque me cabrearía mucho.

Y Ayame soltó una carcajada. Antes de responder, se llevó el pincho a la boca y arrancó otro pedazo de carne.

No. Le hice prometer que no lo haría —respondió, y aún así sus ojos vagaron por el cielo, libre de nubes aquel día—. Oh, ¿sabes que envió una cuando me devolvieron a la normalidad? No le dejaron ir, pero no soportaba la idea de no saber qué era lo que había ocurrido.
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#13
Je... —Daruu sonrió—. Supongo que esa se la perdono. ¿Sabes? —dijo, mirándola—. Creo que hicieron bien en no avisarme. Si no, seguramente me hubiera teletransportado a Yachi. Y de allí, el Valle de los Dojos está cerca. —Bajó la mirada y volvió a concentrarse en la comida—. ¿Sabes lo gilipollas que parecemos mirando al cielo los dos? —Rio.

Daruu suspiró, y se dejó caer hacia la izquierda, apoyando la cabeza en el hombro de la kunoichi. Se restregó contra ella y volvió a suspirar, feliz.

No tienes ni idea de lo mal que lo he pasado sin ti —dijo—. Va a sonar raro. Pero ni yo sabía que te quería tanto.

»Todavía no me creo que esté contigo otra vez.
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#14
Je... Supongo que esa se la perdono —sonrió, antes de mirarla directamente—. ¿Sabes? Creo que hicieron bien en no avisarme. Si no, seguramente me hubiera teletransportado a Yachi. Y de allí, el Valle de los Dojos está cerca.

Si te digo la verdad, no sé qué habría pasado si hubiérais venido todos. Conociendo el odio que le tiene mi padre... —añadió en voz baja, refiriéndose a Kokuō sin nombrarla—. De hecho creo que habría sido más difícil para todos... ¿Sabes? Le pedí que se contuviera, que no hiciera nada. Que les demostrara que no es el monstruo que ellos dicen que es. No sé si servirá de algo pero... —culminó, encogiéndose de hombros.

Daruu bajó la mirada, concentrándose de nuevo en la comida.

¿Sabes lo gilipollas que parecemos mirando al cielo los dos?

Ayame se rio entre dientes.

Bueno, para dos Amejines es muy raro ver un día tan despejado y soleado como este, ¿no crees?

Él suspiró, y apoyó la cabeza en su hombro.

No tienes ni idea de lo mal que lo he pasado sin ti —confesó, y las mejillas de ella volvieron a encenderse—. Va a sonar raro. Pero ni yo sabía que te quería tanto. Todavía no me creo que esté contigo otra vez.

Y para mí... Sin ti... Sin todos vosotros... —La muchacha se interrumpió para limpiarse las lágrimas, rebeldes, amargas y dolorosas—. Lo... lo siento...
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#15
Daruu se reincorporó y le dio una palmadita en la espalda.

Oh, vamos, ¡no llores! —dijo—. Ya está todo. Ya ha pasado. Estoy contigo. Centrémonos en disfrutar, ¿sí?

Los muchachos terminaron de comer en silencio. Daruu pagó la cuenta, como había prometido, y ambos se marcharon en busca de un buen hotel donde pasar aquellos días. Llevaban un rato caminando cuando Daruu decidió romper el silencio con algo a lo que le había estado dando más de una vuelta.

Oye, ya que hablabas antes de Kokuo —dijo—. Cuando os visité, en la cárcel, me parece recordar que tenías algo en mente para ayudarla a ser más libre. ¿Vas a contármelo en algún momento?
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