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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#31
«Ah, así que por eso era la mirada perdida en dirección al borracho. Tocamos fibra sensible aquí», pensó el Uchiha al darse cuenta del tema que había sacado a colación. No es que se sintiese particularmente mal por Eri —Akame pensaba, como su maestra, que el buen ninja debía intentar siempre despojarse de su pasado, que sólo era una carga—, pero en aquel contexto no quería arriesgarse a molestar a la kunoichi y minar su confianza en él. Así que, mientras ella se colocaba la bandana de nuevo, el Uchiha ideó un cambio de estrategia.

Justo en ese momento, el mesero pasó junto a ellos a toda velocidad, dejando sobre su mesa una taza de barro humeante y una jarra del mismo material, repleta de agua. Con un quiebro dejó caer, hábilmente, un vaso de cristal justo en frente de Eri. Pese a su corta edad, parecía que el chico tenía ya sobrada experiencia en la materia.

¿Eri-san? —preguntó, inocente—. ¿Por qué quisiste convertirte en una kunoichi?

Poco después, algo llamó la atención del Uchiha.

¡Ah, por fin, la cena! —exclamó Akame cuando vio al chico rubio salir de detrás de la barra, por la puerta que de seguro daba a las cocinas, llevando sendos platos en sus manos.

El mesero volvió a dejarles, con rapidez y precisión, dos tazones de humeante y delicioso estofado de carne con verduras y fideos. El aroma que despedían era, sencillamente, demasiado apetitoso como para que Akame pudiese resistirse a él tras un largo y duro día de viaje. Haciendo una breve inclinación de cabeza hacia su compañera, el Uchiha tomó los palillos que el chico rubio les había dado junto a los tazones y empezó a devorar el suyo con ansia.
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Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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#32
Con suerte para ella, el chico de cabellos rubios no tardó en volver con lo que debían ser las bebidas que ambos habían ordenado: té para Akame, y agua para ella. La joven miró agradecida al chico que volvía a marcharse nada más depositar todo en la mesa que ocupaban, perdiéndose entre la multitud de gente que había en el Hostal.

La pregunta del moreno, sin embargo, pilló completamente desprevenida a la kunoichi, dejándola con la boca entre abierta. No es que no supiese contestar a la pregunta, si no que no se la esperaba, simplemente.

Oh, pues... — Dejó escapar tras un breve tiempo entre la pregunta y su comienzo de contestación, sin embargo se vio interrumpida por el mesero, que veloz como si llevase toda su vida haciendo ese trabajo —que podía ser el caso— dejó frente a cada uno un tazón repleto de algo que Eri no lograba ver por la posición en la que se encontraba, pero que desprendía un olor que hacía que su boca se derritiese solo de pensar en el sabor que podría tener.

Entendió, entonces, que aquel momento no era el más indicado para hablar.

¡Qué aproveche! — Exclamó tomando los palillos que reposaban al lado del tazón, e imitando al Uchiha, se dedicó a comer —despacio para no quemarse la boca— el estofado tan famoso de carne, verdura y fideos que tenía delante. Y, sin duda, tendría que darle la razón a Akame, pues era una de las cosas más sabrosas que había probado en la vida.

Sin embargo ahora lo que le tocaba era disfrutar de ello.
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#33
Los jóvenes comieron en silencio durante el rato que les llevó terminar con el estofado. Akame devoraba trozos de carne, verdura y varios fideos sin siquiera reparar en los restos que quedaban alrededor de sus labios, e intercalaba pequeños sorbos de té para no atragantarse. No se había dado cuenta de lo hambriento que estaba hasta probar el primer bocado, y a partir de ahí...

Un rato después, el Uchiha descansaba, reposado, sobre el respaldo de su asiento. Se había limpiado con una servilleta que les había traído el mesero, y ahora terminaba su té con una expresión sumamente placentera. El borracho hacía rato que había caído dormido, ebrio de sake, sobre la mesa que tenía delante. Probablemente no volviese a molestar durante el resto de la noche, hasta que Pangoro tuviera que sacarlo —quizás, a golpes— del comedor.

Dime, Eri-san —retomó Akame, mientras observaba su taza de té con aire ausente—. ¿Por qué quieres convertirte en ninja?

La pregunta podía parecer fuera de lugar, pero el joven gennin era de esas personas a quien no les gustaba dejar un tema a medias. Como buen curioso, estaba intrigado por saber por qué una persona tan amable y bondadosa como Eri se había alistado en las filas de Uzushiogakure. Tal y como él lo veía, el camino del ninja prometía cosa totalmente distintas —sangre, gloria, fama— que poco encajaban con lo que había conocido de Eri hasta ese momento.
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#34
El silencio que se formó —en su mesa, no en el local— dejó que Eri se concentrase en devorar los fideos y los trozos de carne —dejando la verdura para el final—, un poco más despacio que Akame, eso sí, porque temía a quemarse la lengua gracias al humo que salía del tazón.

Una vez terminado y apurado todo el recipiente, se echó hacia atrás pegando un suspiro, y se llevó la mano hacia donde estaba su estómago. «No había probado semejante comida en mi vida...» Pensaba, satisfecha, mientras se acomodaba mejor en su asiento.

Por supuesto, Akame volvió por una segunda ronda, por lo que Eri clavó sus orbes magenta en él con una pequeña sonrisa, ahora al menos no le había pillado por sorpresa.

Pues... Bueno, tanto mi madre, a la que jamás conocí; como mi padre, y mi hermano se convirtieron en ninjas por algo: por servir a su villa, por gloria y fama... A excepción del último, que lo hizo para protegerme. — Su tono de voz sonaba normal hasta el momento que mencionó lo último. — Entiendo sus razones, pero yo no lo haría únicamente por ''protegerme'', o por proteger a otro... Es decir. — tragó saliva. — Yo quiero ser ninja para protegeros a todos.

Formó una sonrisa, la verdad es que esa razón no era sólamente suya, y es que su hermano, que había cuidado de ella prácticamente toda su vida, eligió este camino para que nunca le pasase nada malo, es más; se negó en rotundo al principio cuando supo que ella quería serlo también. No tenía dotes de ninja médico para ayudar a los demás en combate, pero podría dar su vida por aquellos que luchasen codo con codo con ella... Y eso iba más allá del ejemplo de su hermano.

Si alguna vez tengo familia, mi deber sería protegerla, pero si también estoy de misión como lo estoy ahora mismo contigo, mi deber es protegerte a la par de cumplir mi misión... — Intentó explicarse. — Aunque todavía tengo demasiado por aprender, ¡ni si quiera sé cuidarme de mi misma! — Soltó una risa nerviosa mientras desviaba la mirada, y suspiró; la verdad es que todavía era un desastre.

¿Y tú, Akame-san? — Preguntó al cabo de unos segundos.
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#35
Akame escuchó con atención las palabras de su compañera. Era una historia que ya había oído antes; la de la profunda indefensión ante el violento mundo que era Oonindo, y la promesa de ganar poder para tratar de equilibrar la balanza. Él sabía, no obstante, que echarle un pulso a la cantidad de peligros que aquella tierra era capaz de lanzarte no era tarea fácil. No estaba al alcance de todos. Muchos se esforzaban... Otros tantos más morían. Al menos Eri era consciente de la gran desventaja que todos ellos, gennin, tenían todavía respecto al mundo real. Incluso aunque fuesen capaces de escupir una bola de fuego, o de escalar paredes, o de lanzar shuriken con precisión... Ahí fuera había ninjas realmente poderosos. Esos eran quienes pesaban la balanza de poder en Oonindo.

Es una causa noble —dijo el Uchiha, dando otro sorbo a su té.

Luego vino, claro, la segunda parte. La pregunta de vuelta. Akame desvió la mirada un momento; nunca se le había dado bien mentir, y con una persona tan sincera como Eri... Se le hacía incluso más difícil. Pero no es que tuviese elección.

La verdad, me gustaría decir que mis convicciones son tan claras como las tuyas —mintió—. Pero lo cierto es que me alisté para escapar de una vida entre libros de cuentas, cajas y billetes. Mi padre es comerciante, y quería que yo siguiera sus pasos con el negocio familiar —pese a todo, había repetido tantas veces aquella historia que tenía memorizado hasta el último detalle—. Siempre me gustaron las historias, desde que aprendí a leer he devorado cientos de libros... La vida entre beneficios y pérdidas no es para mí, así que tomé la única salida que tenía.

Como siempre, ahí estaba. Una media verdad para complementar a una mentira entera. «Cada vez me sale mejor...». Era cierto, pero ni por mucho al nivel que su maestra siempre había intentado exigirle.

De un largo trago, Akame terminó con su té y luego se puso en pie.

Ya debe ser tarde, creo que ha llegado el momento de dormir para mí. Mañana deberíamos salir temprano, no tenemos un minuto que perder —anunció—. Todavía hay que recoger las llaves de las habitaciones, Pangoro te la dará.

El Uchiha se metió entonces una mano en los pantalones y, con gesto ágil, sacó unos cuantos billetes que dejó sobre la mesa. Había suficiente para cubrir los gastos de su cena y la de Eri. Sin mediar palabra, se colgó la mochila de un hombro y fue a pedir la llave de su habitación.
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#36
Es una causa noble, sí, lo era, ella misma lo pensaba, pero para sus adentros todavía sentía que no podría cumplirlo, demasiado débil ahora mismo para ello. Con suerte fue el turno de Akame para hablar. Era bastante agradable escuchar lo que los otros querían contarte, más cuando era alguien al que conocías poco y siempre te picaba la curiosidad detrás de la oreja por oír más de él.

Es una buena razón. — Respondió al cabo de unos segundos. — Así podrás vivir tus propias historias.

Bebió su último trago de agua aunque dejó la jarra grande con un poco, pero la verdad, sintiéndose tan llena como se sentía dudaba que ese líquido pudiese pasar hacia su estómago. Akame, por su parte, se terminó el té y decidió que ya era hora de irse a dormir.

Esto... Sí, claro, vamos a buscar las llaves... — Aun temerosa por Pangoro, la joven se levantó y tomó su mochila con lentitud, esperando a que Akame se fuese el primero hacia el mostrador, lo que no se esperaba, sin embargo; era que sacase el dinero suficiente para pagar tanto su estofado como el de ella, eso hizo que entornase los ojos hacia los billetes.

No hacia falta... — Contestó ante el gesto del moreno. — Pero gracias.

La joven sonrió, lo peor de todo era si se ponían a discutir por algo tan trivial como eso —y dudaba que Akame discutiese—, así que ambos se dirigieron al mostrador para pedir las llaves de sus respectivas habitaciones.
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#37
Akame contestó al agradecimiento de Eri ampliando ligeramente la curva de su sonrisa. La paga que recibían los gennin no era gran cosa —menos aún la recompensa por las misiones de Rango D—, pero el joven Uchiha era de esas personas que odiaban pararse en los pequeños detalles inútiles como dividir una cuenta. Al fin y al cabo, él había elegido el establecimiento. Además, haciendo memoria había calculado que la suma no llegaría ni a los quince ryos, cantidad que podía permitirse soltar sin lamentarlo después.

No te preocupes, Eri-san. Puedes devolvérmela cuando volvamos a Uzu —respondió el Uchiha, y en ese momento sintió una gran desesperanza.

Sea como fuere, los gennin acabaron recogiendo las llaves de sus sendas habitaciones de las gruesas y calcinadas manazas de Pangoro que, pese a que la noche avanzaba y el comedor empezaba a vaciarse, seguía allí en su silla. Incólume ante el paso del tiempo, como una estatua de mármol. Akame le dedicó una simple y llana inclinación de cabeza.

Luego se encaminó hacia las escaleras, que se abrían paso tras un corto pasillo a un lado del comedor. Tenía la primera habitación de todas, según lo que indicaba su llavero. Metió la llave en la cerradura para comprobar que abría y, luego, se despidió de su compañera kunoichi con otra leve inclinación de cabeza antes de perderse en la oscuridad.
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#38
Ambos recogieron las llaves de sus habitaciones de Pangoro, y ahora Eri, sin saber por qué, ya no sentía tanto miedo por el hombre ahí sentado y con quemaduras repartidas por todo su cuerpo, sentía algo parecido a... ¿Culpa? No lo sabía, lo único que alcanzó a hacer fue una pequeña inclinación de cabeza al igual que su compañero y se marchó siguiendo al mismo.

La segunda de las habitaciones era la suya, según el llavero que yacía junto a la llave que abriría su correspondiente habitación. Así, una vez subidas las escaleras y llegando a su habitación, se despidió de Akame que ya abría la puerta con una sonrisa para comprobar que su llave también abría la puerta, abrió, entró y cerró.

Solo había un hilo de luz en la habitación, lo suficiente para buscar dónde dormir aquella noche. Se deshizo de su bandana, se descalzó y chocó contra la cama. No se paró a admirar la habitación donde se encontraba, tampoco tenía ni ganas ni tiempo, solo quería dormir, descansar y dejar que sus músculos reposasen, pues el día siguiente prometía ser igual o más pesado que el anterior.

Antes de dormir, sin embargo, sacó su mapa de la mochila que ahora descansaba a uno de los lados de la cama, lo observó con los ojos entrecerrados y lo volvió a doblar, dejándolo en el suelo.

Soltó un bostezo y pensó en la hora que debía ser, dejó caer su cabeza en la almohada dejando que sus cortos cabellos se desordenasen y, cerrando los ojos, esperó a que los brazos de Morfeo la acunasen.

• • •

Se levantó temprano con el cabello revuelto y los ojos aun cerrados, un bostezo más amplio que el de anoche se hizo escuchar en la estancia que ya no estaba oscura, y por ello abrió los ojos, encontrándose maravillada con lo que era despertar fuera de casa habiendo dormido bien —aun con dolor de espalda por llevar todo el día con la mochila a cuestas—, se desperezó y se levantó, arreglando los pliegues que se habían formado en las sábanas de la cama en la que había dormido el día anterior.

Observó que la estancia era pequeña: una cama, una cómoda y una mesita de noche eran los objetos que adornaban la habitación, pero dudaba que ella necesitase más para una noche. Volvió a bostezar mientras se colocaba sus botas y se cepilló el pelo con sus dedos antes de poner su bandana de Uzushio sobre ellos.

Luego salió de la estancia esperando que Akame estuviese allí o no tardase en salir.


No sé como era el Hostal, así que me lo he inventado un poquito, espero que no te importe Sonrisa
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#39
Eri encontraría al Uchiha escaleras abajo, inclinado sobre la barra de madera pulida y con ambos codos apoyados en ella. Vestía con las mismas ropas del día anterior a excepción de la camisa de manga corta que llevaba debajo de su chaqueta de manga larga con el símbolo del clan Uchiha a la espalda. Cargaba su pesada mochila militar y llevaba la bandana del Remolino anudada en la frente, con su media melena azabache recogida en una coleta que le llegaba poco más abajo de la nuca. Firmes sandalias ninja completaban su atuendo, con su preciada espada colgando del cinturón.

Buenos días, Eri-san —saludó apenas vio a la kunoichi aparecer—. Estaba comprando algunas provisiones... Sólo por si acaso.

Sobre la barra, junto a él, había un par de paquetes pequeños envueltos en papel de traza.

¿Te importaría llevar esos en tu mochila? La mía está un poco sobrecargada ya.

Akame parecía no haber dormido en toda la noche. Era temprano todavía, pero el color oscuro de las ojeras que adornaban su cara no sugerían que fuesen producto, tan sólo, de un madrugón. Sin embargo, el muchacho se veía tan tranquilo y sonriente como siempre.

Pues, creo que esto es todo —dijo, pagando al cocinero, que agarró los billetes con sus codiciosas manos—. ¿Nos ponemos en marcha?

El Uchiha había desayunado rápido y mal; apenas un bollo de pan con mantequilla y una taza de té bien cargado. Ni siquiera reparó en que su compañera —tal vez— no había probado bocado. Aquella mañana, Akame estaba un tanto ausente.



Sin problema e.e Movemos el tema a Yachi en los próximos turnos? Creo que Daruu quería encontrarse con nosotros allí.
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#40
Esperó un rato hasta que no vio señal de que Akame saliese, y bostezando de nuevo decidió encaminarse escaleras abajo, donde, al final, estaba su compañero de misión esperándola.

Buenos días, Akame-san. — Respondió ella. — Es genial, nunca se está del todo preparado.

Dejó su mochila en el suelo y se acercó a tomar los paquetes para incorporarlos en ella, con cuidado de no hacer nada que luego pudiese lamentar. Una vez bien cerrada de nuevo, se la colocó con cuidado a la espalda y dando unos golpecitos a sus botas para comprobar que estaban bien puestas. Luego observó, otra vez, como Akame pagaba todo lo que había comprado el solo, y la joven, girando la mirada con un gesto un tanto infantil, no dijo nada ante aquello.

Oh, claro, vámonos.

Su estómago, por su parte, se quejó un poco de no haber comido nada, pero tampoco es que ella sintiese hambre ni mucho menos, solo quería partir lo antes posible para llegar al Valle del Fin y de ahí comenzar a buscar por todo el País de la Lluvia. Sonrió a Akame —que lucía unas ojeras un tanto profundas para solo haber madrugado— y se preocupó un poco, haciendo que demorasen quizá unos minutos de su viaje.

Akame-san, ¿has dormido bien? — Preguntó con tono preocupado mientras le miraba con ojos dubitativos.


Claro, en un par de post podríamos decir que hemos viajado hasta el Valle del Fin y luego a Yachi, todo en uno.
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#41
El Uchiha desvió la mirada ante la pregunta de su compañera kunoichi.

Claro, Eri-san —respondió, lacónico, mientras tiraba del pomo de la puerta del hostal para avanzar hacia el exterior.

El aire fresco de la mañana le golpeó directamente en la cara, y Akame lo agradeció. Lo cierto era que no había dormido aquella noche, y ni siquiera él mismo sabía por qué. Comenzó como un leve malestar, un hormigueo incómodo subiéndole por el estómago apenas se acostó. Pero luego aquella molestia empezó a crecer en tamaño e intensidad hasta convertirse en una amarga desesperanza. Sentía que algo no iba bien, aunque no pudo averiguar el qué, a pesar de llevarse toda la noche en vela reflexionando. Simplemente era una tristeza honda y negra, como la sombra de un ave rapaz que planeaba sobre su cabeza.

Un mal presagio.

Cerró los ojos y respiró hondo. El aire mantinal de verano le llenó los pulmones, y poco a poco los sonidos típicos de aquella ciudad de artesanos empezaron a llegar a sus oídos. Algún martilleo lejano, una conversación animada. Akame se afianzó las correas de su mochila y dirigó la vista hacia el horizonte. Hacia donde, según calculaba, estaba el Valle del Fin.

¡Bueno! No hay tiempo que perder —sentenció y, con esas, echó a andar calle abajo junto a la kunoichi de ojos magenta.



Como soy un vago (e.e) te paso la patata caliente de narrar el trayecto desde Los Herreros hasta antes el Valle del Fin XD
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#42
Está bien...

No dijeron nada más, solo les acompañaba el silencio de sus pisadas sobre el suelo, la brisa recorriendo sus cabellos y algún que otro pájaro que pasaba por encima, piando en busca de comida. Los Herreros quedó atrás, y con la ciudad parte de su mañana en la que no hicieron ninguna parada, pues tan enfrascados estaban de llegar a la frontera de su país con el de la Lluvia que poco tenían que decirse o incluso parar.

Pasaron por el Bosque de la Hoja casi sin darse cuenta, y ni se atrevieron a acercarse a los Restos de la Hoja, más por Eri que por Akame, pero ésta no pudo evitar tirar de la camiseta del Uchiha cuando se dispuso a ir hacia allí. No sabía bien por qué, pero le daba muy mala espina, quizá por la secta-no secta de Konoha para pillar al malnacido que había abusado de su poder, o quizá simplemente porque eran los restos de una antigua civilización ya extinta, incluso algún motivo desconocido, el caso es que pasaron de largo y solo descansaron cuando llegaron a los límites del bosque.

Ya no nos queda mucho... — Mencionó la joven más para ella que para su compañero.

• • •

Poco quedaba para llegar al Valle del Fin, Eri estimaba que quedaría medio día por delante antes de llegar allí, así que suspirando agarró el asa de su mochila con fuerza. Le dolía la espalda, y aunque daba gracias a las provisiones que Akame había comprado, quería descansar más de las veces que lo habían hecho. Dejó caer los hombros y fijó su vista en el cielo.

El silencio comenzaba a molestarla.


Creo que lo dejo ahí, muevo el tema hasta el Valle del Fin.
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#43
Ya estaba anocheciendo cuando los muchachos divisaron, más adelante en el sendero, las inconfundibles luces de un edificio. «Por todos los dioses, al fin. Cinco minutos más caminando y se me habrían caído los pies a trozos...». Algo más animado, Akame dedicó una mirada emocionada a su compañera y aceleró el paso.

Antes de que pudieran llegar el cielo ya se había nublado por completo y, como si de un mal presagio se tratase, empezó a llover con fuerza. No tardaron en llegar truenos y rayos, que cubrían el cielo de blanco con sus destellos.

¡Rápido, Eri-san! —apremió el Uchiha.

Akame llevaba una capa dentro de su mochila, pero estando tan cerca de la posada, ni siquiera se paró a sacarla. Corrió cuanto pudo por el sendero, que ya empezaba a embarrarse, hasta llegar a la posada. La entrada tenía un arco techado bajo el que el Uchiha corrió a refugiarse. Una vez allí, recuperó el aliento antes de girar el pomo de la puerta y empujar hacia dentro.

La calidez del lugar le envolvió como el abrazo de una madre. Había varias lámparas por toda la estancia que arrojaban una luz muy agradable, y en el otro extremo del comedor una chimenea crepitaba con fuerza, llenándolo con su calor. Akame soltó un suspiro de alivio y oteó el panorama con atención; era una posada sencilla, con una barra de madera a un lado de la sala y varias mesas perfectamente colocadas en filas y columnas junto a la chimenea. Al fondo se podía ver una puerta entreabierta, que seguramente conduciría a las habitaciones en alquiler. Un par de muchachas jóvenes atendían las mesas, llevando bebidas y platos humeantes.

Otra mujer, mucho más mayor que las meseras, despachaba a un par de clientes desde la barra, y les dedicó un cálido saludo a los gennin al verlos entrar.

Ah, al fin un poco de comida caliente —suspiró Akame, que llevaba desde la noche anterior sin comer otra cosa que raciones frías.

El Uchiha, exhausto, buscó con la mirada una mesa libre y se dirigió hacia ella. Estaba junto a la chimenea y debajo de una de las lámparas, por lo que tanto el calor como la luz eran más que adecuados.



Entra Daruu al siguiente turno?
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#44
Viajar a un país extranjero es una experiencia maravillosa. Lo es, en la mayoría de los casos, a no ser que tu nombre sea Amedama Daruu, o al menos no lo fue en aquella ocasión, por varios motivos de diferente importancia. Para empezar, había sido atacado por un habitante de una aldea que creía extinta. Luego, había sido perseguido por tres ninjas de Uzushiogakure tan sólo por intentar cumplir el deber moral de informar del primer ataque. Y más tarde, por supuesto, se había perdido. Se había perdido pero bien.

No lo entendéis, ¿verdad? Perderse es una cosa, mas perderse pero bien es otra. Daruu tenía un campamento temporal, cerca de los Restos de la Hoja, y lo había abandonado para visitar el cráter, apenas a cien metros. Luego, se había visto obligado a separarse de esos enseres, y en fin, ya conocéis el resto.

Un genin que nunca había salido de su país, sin mapa, sin experiencia, sin comida, sin bebida. ¿Lo imagináis? Podría haber acabado muy mal, pero supongamos que los dioses ya le habían traído muy mala fortuna últimamente, y decidieron compensarle con un par de mercaderes viajeros muy amables.

La moneda de cincuenta ryou que encontró en el bolsillo trasero del pantalón, por ejemplo, podría considerarse también un golpe de suerte.

Cuando consiguió orientarse y tuvo comida y agua suficientes para un pequeño trecho de viaje, se hizo con sus suministros iniciales: una pequeña mochila verde y una capa de viaje negra con capucha. Afortunadamente nadie se lo había quitado. Otro favor que se le había devuelto. Pese a todo este revés, no todo fueron sonrisas para Daruu: había perdido un par de días sólo buscándose a sí mismo y luego buscando sus cosas, y aunque no podía saber si los tres ninjas seguían tras sus pasos todavía o no —salvo observar de vez en cuando en la distancia con su Byakugan, cosa realmente difícil e improductiva porque el doujutsu sólo es útil cuando hay ALGO que buscar o sabes en qué dirección mirar—, lo cierto es que después de lo que había pasado sentía como si su vida fuera a estar en riesgo hasta que volviese a su querido País de la Tormenta.

De modo que se puso en marcha cuanto antes, pese a las agujetas en las piernas y las ampollas en los pies. A través del bosque en dirección al Valle del Fin. Tenía dos opciones: pegarse una buena caminata y llegar allí por la noche, o ir a menos velocidad y acampar a mitad de camino. Daruu ya había tenido suficiente dosis de acampadas durante la semana, así que decidió la primera. Ya dormiría en la posada que había antes de llegar al Valle, como lo había hecho en el camino de ida.

De modo que con el mapa en la mano y un humor de perros, Amedama Daruu partió hacia su destino. Y aunque dicen que la voluntad lo es todo, se ve que no debía de tener mucho de eso, porque acabó anocheciendo apenas a la mitad del camino, y tuvo que acampar una noche más. Eran las seis de la tarde del día siguiente cuando llegó a la posada, y para entonces había bajado la guardia —y los nervios— tanto como para permitirse pagar una estancia durante la tarde y la noche...


···


Su intención había sido la de echarse en el catre y dormir hasta el día siguiente, muy temprano, y emprender así de nuevo la marcha. Sin embargo la tormenta y la lluvia le habían despertado, no sólo el cuerpo y la mente, sino también algo mucho más visceral: una nostalgia por su tierra. Sonrió, y decidió que bajaría a la taberna de la posada para cenar algo cuando su tripa decidió recordarle que era un ser humano, y como ser humano no podía estar alimentándose a base de sandwiches y raciones de pizza en fiambreras, ya frías y duras desde hacía varios días. Alguna de ellas estaba empezando a coger moho, de hecho, y la había apartado en un rincón, para tirarla en el campo al día siguiente. Que al menos las criaturas del bosque la encontrasen apetitosa.

Bajó y se sentó en una mesa libre. Pidió un vaso de agua y un bocadillo de lomo, calentito y crujiente. Casi lloró de alegría cuando le dio el primer bocado, de lo buena que estaba la comida recién hecha.

Y entonces, al cabo de unos minutos después de acabarse el bocadillo, cuando ya estaba pensando en si volver a la cama o salir de la posada y emprender en viaje bajo la más cruel de las tormentas del País del Fuego —es decir, una jodida broma en comparación con las de su patria—, la puerta del establecimiento gimió y cedió para dar la bienvenida a unos invitados que jamás hubiese deseado volver a encontrar de nuevo.

—Ah, al fin un poco de comida caliente. —Conocía la voz. No había dejado de repetirse la conversación que habían tenido él, Eri y el chunin hideputa en aquella taberna, no había dejado de escuchar las voces en la cabeza, acompañadas del latido de su corazón.

Entonces lo comprendió.

«Ya está. Han venido a matarme. Hoy voy a morir.»

Él estaba en una mesa al fondo del todo, pues disfrutaba de la soledad, y más en días como aquellos. Justo al lado de la mesa que eligió Uchiha Akame, a juzgar por el ruido de sus pasos. Daruu activó su Byakugan cuando fue a tomar asiento, para ver sin girar el rostro y revelarse bajo su capa de viaje que le cubría con el capuchón.

Menos mal que la paranoia restante le había impedido quitársela.

Se le erizaron todos los vellos del cuerpo y cerró la mano con fuerza en torno al vaso de madera. Apretó los dientes y tensó los músculos de puro terror.

«Hoy voy a morir», repitió para sus adentros, sin salida.

¿Tenía acaso alguna salida?
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No hay marcas de sangre registradas.
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#45
Con la suerte alejándose de ellos, la lluvia comenzó a hacer acto de presencia, por lo que, además del cansancio que llevaban encima, ahora les llovía. «Qué bien...» pensó mientras intentaba en vano taparse de la lluvia con sus cortas manos.

El Uchiha exclamo algo que Eri no alcanzó a entender, pero le siguió de todas formas. Al parecer lo que Akame había divisado era una posada. La joven suspiró, inquieta, al menos tendrían un lugar donde cobijarse aquella noche.

El lugar parecía tranquilo y agradable a primera vista. Era sencillo, y eso a Eri le gustó. Tenía un poco de miedo al encontrarse de nuevo en una posada donde pudiese encontrar a alguien como Pangoro, pero rápidamente ahuyentó aquellos pensamientos al ver a la mujer de la barra saludarles con amabilidad.

Y pronto, las tripas de la de cabellos púrpura comenzaron a rugir.

Ah, al fin un poco de comida caliente.

Asintió con convicción y volvió a seguir a su compañero hacia una de las mesas libres, junto a la chimenea. Dejó caer su mochila al lado y tomó el primer asiento que pudo, luego se pasó una mano por su frente, alejando los mechones húmedos que se habían instaurado allí sin su consentimiento.

Sacó su mapa con cautela para no mojarlo, lo desdobló con mimo y lo dejó sobre la mesa, observándolo tranquilamente.

En breves llegaremos al País de la Lluvia... — Alegó, llevando el mapa hacia Akame. — Quizá mañana demos con él, ¡por fin! — Exclamó, alegre. — Pero antes... ¿Deberíamos pasar aquí la noche?

Su humor acababa de cambiar, verse tan cercana a llegar al lugar previsto solo hacía que su felicidad aumentase.
[Imagen: ksQJqx9.png]


—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
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