16/05/2017, 21:05
(Última modificación: 16/05/2017, 21:05 por Uchiha Akame.)
Akame no pudo contener una carcajada sincera. Realmente el Amedama era un ninja tan habilidoso como testarudo; quizás por esa misma razón se había mantenido con vida hasta ese momento. Sin embargo, hasta para un novato de Academia resultaría obvio que Daruu estaba hablando con el orgullo y no con la cabeza.
—Como digas, Amedama-san —concedió el Uchiha, burlón, mientras se incorporaba.
El agotamiento y los mareos habían desaparecido, y ahora Akame era capaz al menos de ponerse de pie. Sus ropas estaban caladas y el frío se le había metido en los huesos, provocándole temblores y un molesto castañeteo de dientes que trató de remediar apretando la mandíbula.
Durante los momentos siguientes, mientras el gennin de Ame leía la carta de Shiona, el silencio invadió aquel claro. Sólo el incesante repicar de las gotas de lluvia y el aullido del viento entre los árboles rompía el mutis. Finalmente, Daruu habló. Y Akame no pudo sino reír otra vez, más fuerte incluso que la anterior.
—Si te piensas que lo que yo opine de esto es relevante, estás totalmente equivocado —sentenció con firmeza—. Soy un shinobi. Obedezco órdenes. Si me ordenan que te mate, te mato —agregó, y aunque sus palabras pudieran sonar amenazadoras, el tono de voz del muchacho era de lo más neutro y calmado—. Y si me ordenan que te busque para entregarte una disculpa formal redactada por la mismísima Uzukage... Te busco.
El Uchiha esperaba que con aquello hubiese quedado claro. Para él, un ninja no era más —ni menos— que un maldito profesional. Alguien que hacía lo que había que hacer. En el mundo del Ninjutsu no existía el bien y el mal; sólo lo correcto y lo incorrecto. Le parecía increíble tener que ir por ahí explicando algo que a él se le antojaba tan obvio, pero dadas las circunstancias, creyó oportuno hacerlo.
Ya iba a darse la vuelta cuando la voz de Eri se le clavó como un puñal. «Oh, por todos los dioses, Eri-san...». La chica, haciendo gala de su característica bondad, invitó al amenio a pasar la noche con ellos. Akame no pudo sino dirigirle una mirada molesta a su compañera para luego seguir su camino hacia la posada.
—Como digas, Amedama-san —concedió el Uchiha, burlón, mientras se incorporaba.
El agotamiento y los mareos habían desaparecido, y ahora Akame era capaz al menos de ponerse de pie. Sus ropas estaban caladas y el frío se le había metido en los huesos, provocándole temblores y un molesto castañeteo de dientes que trató de remediar apretando la mandíbula.
Durante los momentos siguientes, mientras el gennin de Ame leía la carta de Shiona, el silencio invadió aquel claro. Sólo el incesante repicar de las gotas de lluvia y el aullido del viento entre los árboles rompía el mutis. Finalmente, Daruu habló. Y Akame no pudo sino reír otra vez, más fuerte incluso que la anterior.
—Si te piensas que lo que yo opine de esto es relevante, estás totalmente equivocado —sentenció con firmeza—. Soy un shinobi. Obedezco órdenes. Si me ordenan que te mate, te mato —agregó, y aunque sus palabras pudieran sonar amenazadoras, el tono de voz del muchacho era de lo más neutro y calmado—. Y si me ordenan que te busque para entregarte una disculpa formal redactada por la mismísima Uzukage... Te busco.
El Uchiha esperaba que con aquello hubiese quedado claro. Para él, un ninja no era más —ni menos— que un maldito profesional. Alguien que hacía lo que había que hacer. En el mundo del Ninjutsu no existía el bien y el mal; sólo lo correcto y lo incorrecto. Le parecía increíble tener que ir por ahí explicando algo que a él se le antojaba tan obvio, pero dadas las circunstancias, creyó oportuno hacerlo.
Ya iba a darse la vuelta cuando la voz de Eri se le clavó como un puñal. «Oh, por todos los dioses, Eri-san...». La chica, haciendo gala de su característica bondad, invitó al amenio a pasar la noche con ellos. Akame no pudo sino dirigirle una mirada molesta a su compañera para luego seguir su camino hacia la posada.