Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Era cerca de mediodía, y el Sol de Primavera pegaba con fuerza sobre Uzushiogakure. La Aldea era un espectáculo digno de ver en aquella época del año, cuando los árboles florecían tiñendo el Remolino con su color rosado. Especialmente impresionante era el Jardín de los Cerezos, famoso en todo Oonindo —incluso aunque la mayoría de los que oían de su belleza no pudieran llegar a verlo nunca, al no pertenecer a la Villa—. Akame había oído aquellas historias, y por eso mismo nada más graduarse en la Academia de las Olas y obtener su bandana de shinobi, pasaba cuanto tiempo libre tenía entre aquellos árboles.
Tal paisaje le transmitía una gran calma y templanza, tan necesarias en su particular misión.
Sin embargo, con el tiempo le había ido cogiendo tanto cariño a aquel lugar que, en Primavera, adoptó el hábito de pasar en el Jardín casi el día entero. Llegaba temprano, por la mañana, y leía algunos de sus muchos libros mientras desayunaba bajo la sombra de un cerezo. Luego entrenaba, almorzaba en alguno de los puestos ambulantes que preparaban ramen o pasteles de carne, y seguía entrenando durante la tarde. Aquella rutina se había convertido en un pequeño placer diario para el Uchiha.
Por eso mismo, aquel día se encontraba entrenando en una de las amplias plazas de piedra gris que se podían encontrar aquí y allá en el Jardín de los Cerezos. Vestía con sencillez; camiseta blanca de mangas largas, abierta en el pecho, pantalones militares de color negro y cortos —por encima de la rodilla— y sandalias ninja. Algunas de sus articulaciones estaban vendadas. Sus ojos, oscuros como la pizarra, se mantenían fijos en algún punto delante suya mientras practicaba golpes de Taijutsu.
El resto de sus pertenencias, junto con su bandana de Uzushiogakure, descansaban al pie de uno de los cerezos que rodeaban la pequeña plaza.
15/01/2017, 17:26 (Última modificación: 15/01/2017, 17:43 por Uchiha Datsue.)
En esta ocasión, el peliblanco se encontraba en el Jardín de los Cerezos sin la intención de pescar a ninguna mujer. Al contrario, había acudido a aquel remanso de paz y tranquilidad precisamente para relajarse y pensar. Suficiente había tenido con Noemi días atrás. Buscó un lugar donde no le molestasen, y decidió que su mejor opción era acostarse sobre una de las altas ramas de un cerezo.
Cruzando las manos bajo la nuca y cerrando los ojos, su mente fue vagando de aquí para allá. Pensaba en Kaede, la kunoichi que le había rescatado del olvido, y en la incógnita que había dejado abierta en su último encuentro, cuando todavía reposaba en el hospital. De ahí pasó al Bosque de Azur, como cada día, intentando rememorar un recuerdo, una imagen, cualquier cosa que proviniese de allí. También como cada día, nada acudió a su mente, y pronto pasó a otros temas.
Últimamente pensaba mucho en el jinchuriki de Amegakure. Se preguntaba quién era, quién sería el shinobi capaz de doblegar a una bestia propia de cuentos y leyendas en su propio cuerpo. Se imaginaba a alguien fuerte, de al menos dos metros de altura y cien kilos de peso. Alguien con brazos como troncos y mirada dura como la roca. Se imaginaba a un hombre, fiero y agresivo, y entonces se imaginaba a él descubriendo su identidad. Una información valiosa para la Villa. Una información que, quizá, algún día, pudiese llegar a salvar muchas vidas.
Pero, ¿cómo descubrir su identidad sin poner en pie de guerra a la Arashikage? Se divirtió pensando en algunas opciones, en posibles maneras de conseguirlo, hasta que su mente fue cruzando poco a poco el mundo onírico…
… Escuchaba a alguien cerca. Sonidos de alguien pegándole al aire. Entreabrió un ojo y le vio: un chico de cabellos azabaches entrenando golpes de Taijutsu en la plaza, solo. Le observó durante un rato. No parecía un tipo fuerte, ni extremadamente ágil, ni diestro. Como cualquier gennin recién graduado, vaya, si bien le sorprendió la gran disciplina y determinación que parecía imprimir en cada uno de sus golpes.
Entonces le reconoció. Aquel tipo era Uchiha Akame, el tío más disciplinado de toda la Academia.
Bajó de un salto y se topó con una bandana y alguna que otra cosa, seguramente pertenecientes a su primo lejano. No pudo evitar cotillear y se agachó, buscando un libro, un diario, o cualquier cosa digna de su atención…
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15/01/2017, 17:50 (Última modificación: 15/01/2017, 18:01 por Uchiha Akame.)
Mientras el Uchiha de Tanzaku ponía en práctica la teoría aprendida en la Academia —y en las profundidades del complejo secreto de Tengu— para mejorar su destreza en combate, un pariente lejano suyo hizo acto de presencia. A simple vista, era todo lo contrario a Akame; pálido, de pelo blanco grisáceo y ojos color miel. Su expresión también era distinta, vivaz, enérgicca. Y sus intenciones, menos honradas.
Al pie del árbol descansaban las pocas pertenencias del joven Uchiha. Su pulida bandana de Uzushiogakure y, junto a ella, su portaobjetos con varios artilugios en el interior —fundamentalmente shurikens—. Próximo se encontraba su mecanismo oculto de kunai para la muñeca, con un cuchillo de acero acoplado en él y también, colgando de una rama baja del cerezo, una pequeña espada —algo más grande que un tanto— con una piedra roja engastada en el pomo, enfundada en su vaina de cuero marrón. Finalmente, una mochila color verde militar que parecía cargar mucho menos de lo que era capaz. Su contenido se reducía cuatro bolas de arroz envueltas en papel de traza, un termo caliente con té, una pitillera de cuero negro y un libro de bolsillo cuya portada rezaba...
«Vida y obra de Uchiha Ryoma»
De repente, una voz sobresaltaría —quizás— al gennin curioso.
—Buenos días, Haskoz-kun.
Allí estaba Akame, con el rostro sudoroso y los ojos, oscuros, fijos en su compañero de Aldea. Conocía a Haskoz; era un chico simpático, enérgico y que siempre andaba enredando al personal. El típico compañero de clase que incitaba a los demás a hacer peyas cuando tocaba Taijutsu, promovía votaciones para elegir a la kunoichi más buenorra y hablaba mucho en clase. Akame sabía que también era un ninja hábil. «Como corresponde a un Uchiha», pensaba con satisfacción. Sonrió con su característica amabilidad.
15/01/2017, 18:17 (Última modificación: 15/01/2017, 18:26 por Uchiha Datsue.)
Haskoz pasó por las armas de combate y aperitivos sin darle mayor importancia, deteniéndose primero en la pitillera de cuero negro, y luego en un libro. Ah, esto es lo que estaba buscando. Algo digno de mi atención. Sus ojos leyeron el título del libro al vuelo, cosa que hizo que su curiosidad tan solo aumentase, y ya estaba tomando el libro cuando…
—Buenos días, Haskoz-kun.
La voz le sobresaltó, y de forma inconsciente activó su dojutsu. Sus meses pasados en las calles a la intemperie le habían dejado secuelas, y una de ellas era su constante preparación para el peligro. No importaba cuán relajado estuviese o seguro se sintiese, siempre había que estar preparado para actuar rápido.
Aunque dejarse coger por la espalda de esta manera no dice nada bueno de mí.
—¿Has encontrado algo de tu agrado?
Pasado el sobresalto inicial, y ya más calmado, el Uchiha se irguió, alzando el libro que ahora reposaba en su diestra a modo de respuesta.
—Uchiha Ryoma —dijo, volviendo a posar sus ojos en la portada. Entonces clavó la mirada en su compañero, y Akame pudo percibir un brillo de curiosidad en el todavía activado sharingan de su compatriota—. ¿Quién fue?
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Akame pudo advertir un destello de curiosidad en los ojos de su compañero, que se habían vuelto rojos como la sangre y con dos aspas negras adornando cada pupila. «Dos aspas... De modo que ha entrenado su Sharingan. Nadie sería capaz de llegar a ese nivel sin conocimiento de sus propias habilidades». Ahora era el de Tanzaku quien miraba al otro con curiosidad. «¿Dónde habrá aprendido? Según Kunie-sensei, ya no queda ninguna gran línea Uchiha, tampoco templos o bibliotecas. El conocimiento del clan está disperso por todo Oonindo...»
Interrumpió sus reflexiones cuando vio como Haskoz señalaba la portada de su libro biográfico. Akame esbozó una sonrisa condescendiente, como quien explica a un niño pequeño que el Sol sale por el Este y se oculta por el Oeste.
—Fue un gran líder que condujo a nuestro pueblo a grandes victorias, en los antiguos días en los que la sangre de los Uchiha era sinónimo de gloria y triunfo —respondió, sin dejar de sonreír—. Ryoma creía que los Uchiha, como descendientes directos de Rikudou Sennin, teníamos la potestad de decidir quién podía aprender el arte del Ninshuu y quién no.
Con aire distraído, Akame sacó su termo de la mochila, desenroscó la tapa y bebió un pequeño sorbo. El té caliente le abrasó la garganta, pero se contuvo y pronto empezó a notar cómo aquella sensación se iba convirtiendo en otra más benigna. Una ola de calor recorrió todo su cuerpo, revitalizándolo. Cerró el termo y volvió a guardarlo en su mochila, como si Haskoz no estuviese allí. Sólo entonces habló de nuevo.
—Un guerrero fascinante, como muchos otros Uchiha. ¿Tu padre nunca te contó historias sobre nuestros antepasados?
15/01/2017, 19:10 (Última modificación: 15/01/2017, 19:10 por Uchiha Datsue.)
Haskoz se quedó intrigado por lo que decía su compañero. Jamás había oído hablar del tal Ryoma, pero por lo que decía, se veía un tipo de lo más interesante. Un tipo al que le hubiese encantado tener la oportunidad de conocer.
—Un guerrero fascinante, como muchos otros Uchiha. ¿Tu padre nunca te contó historias sobre nuestros antepasados?
Esbozó una media sonrisa, bajando de nuevo la mirada a la portada del libro.
—Murió antes de que yo naciese, según me dijeron… Y en el orfanato solían contar otro tipo de historias, para mi desgracia —añadió, antes de que le preguntase por su madre—. En cuanto a historia de mi clan, estoy más verde que un Kusagureño en combate. —No rio, ni se carcajeó, ni esbozo una pequeña sonrisa como siempre hacía cuando soltaba alguna ironía. Para él, aquella última frase no tenía nada de broma.
Hizo un ademán con el libro.
—¿Tienes más como estos? ¿Más libros sobre nuestro clan?
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15/01/2017, 19:54 (Última modificación: 15/01/2017, 19:54 por Uchiha Akame.)
La respuesta que obtuvo no hizo si no interesar aún más a Haskoz por la historia del clan Uchiha. Pese a que llevaba formalmente el apellido —amén de poseer el Sharingan—, el chico no parecía conocer nada acerca de la historia de su orgulloso linaje. Akame no pudo evitar sentir cierta lástima por él, similar a la que sentiría por un desvalido. «Kunie-sensei tenía razón, hay tantos de nosotros que hoy ignoran sus raíces...», pensó apenado.
—Vaya, lo siento —no lo sentía—. No puedo imaginar lo difícil que debe ser sentirse tan solo —sí lo sabía—.
Pese al tono gris que de repente había envuelto la conversación, Akame no pudo evitar sonreír ante la broma que su compañero había hecho sobre los ninjas de Kusa. Personalmente él nunca había conocido a ninguno, pero imaginó que Haskoz sí. El chascarrillo le hizo gracia.
—¿Tienes más como estos? ¿Más libros sobre nuestro clan?
Akame clavó sus ojos negros en los de aquel chico, sorprendido. «Aunque, en realidad, no debería estarlo. ¿Qué Uchiha no querría saber la gloriosa historia de sus ancestros? Haskoz-kun, debes sentirte preso en esa oscuridad de desconocimiento...». El joven Uchiha asintió.
—Sí, claro. Mi padre tiene algunos amigos que conocen a otros amigos que... —hizo un gesto explicativo con la mano diestra—. Ya me entiendes. Así que de vez en cuando me trae algún libro sobre historia de los linajes Uchiha. ¿Sabías que Uchiha Kumamoru era tan fuerte que podía levantar a cinco hombres con sus propios brazos? Sus enemigos le llamaban directamente Kuma.
Akame no tardó en dar las típicas frases de consuelo que el Uchiha tantas veces se había cansado de oír. Palabras de lamento y empatía que pocas veces iban acompañadas de pena real. No sabía en qué bando estaba Akame, pero por estadística en el que le importaba una mierda. No le molestaba, en su lugar él estaría en el mismo.
—No lo sientas —dijo, encogiéndose de hombros—. No estoy solo. Uzu es mi familia.
Pero con aquellas palabras melodramáticas, nada propias de él, Haskoz retomó el tema que le interesaba. El tema de los libros. Akame aseguró tener más, y Haskoz tomó nota mental de ello para pedirle prestados algunos de ellos, en un futuro cercano. Por el momento, la información en vivo y en directo que le proporcionaba él le resultaba mucho más práctica.
—No lo sabía —respondió, en referencia a Uchiha Kumamoru—. Pero oye, si éramos tan buenos, ¿cómo es que acabamos así? —a Haskoz no le sonaba ninguna familia Uchiha de renombre. Es más, cada Uchiha que conocía estaba era más solitario que él, cosa que ya era decir—. Ni siquiera recuerdo a ningún Uchiha como Kage en la historia reciente de Uzu… o de cualquier otra Villa.
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—No lo sientas —dijo Haskoz, encogiéndose de hombros—. No estoy solo. Uzu es mi familia.
Aquellas palabras cogieron al Uchiha de Tanzaku con la guardia baja, y no pudo evitar que en su rostro se dibujase una mueca de sorpresa. Y, otra vez más, se encontró a sí mismo con razones para no hacerlo. Al fin y al cabo, ¿acaso se sentía sólo él? «Claro que no». Tengu le había acogido, le había educado, le había dado un techo. Lo que Akame debía a su familia, a Tengu, Haskoz parecía deberlo a Uzushiogakure. La similitud resultaba irónicamente oportuna.
—Sí, estoy de acuerdo. Esta Villa es un hogar para todos nosotros —reafirmó, intentando aparentar convencimiento. Después de todo, de ello dependía el éxito de la misión de su vida.
La conversación siguió por unos derroteros que Akame no se esperaba. ¿Que cómo habían terminado así? Kunie le había dado infinidad de libros biográficos acerca de poderosos y famosos guerreros del clan Uchiha, le había contado infinidad de historias sobre las gloriosas hazañas de su linaje, le había hablado de los poderes ocultos de su sangre... Pero nunca le había planteado una cuestión así.
—Pues... —Akame titubeó—. Supongo que todo empezó con la destrucción de Konohagakure no Sato. Fue la Villa del clan Uchiha, famosa en todo Oonindo por la destreza de sus guerreros —entonces fue Akame quien se encogió de hombros—. Supongo que entre los muchos dones que nos otorga nuestra sangre no está el de la inmunidad a las Bestias con Cola.
Sintió un escalofrío. Claro que su maestra le había contado muchas historias sobre los bijuu y su temible poder, pero eso no los hacía menos temibles. Eran demonios formados de puro chakra, entidades malvadas que sólo buscaban la destrucción de todo cuanto se había construido por la mano del hombre. «Y pensar que una de ellas reside en Amegakure, presa en el cuerpo de uno de sus shinobi... ¡Por todos los dioses!».
De repente el Uchiha notó un segundo escalofrío, que le recorrió la espalda. Se tocó la camiseta, empapada de sudor, que ya empezaba a secarse, y advirtió que su cuerpo se estaba enfriando. Sin darse cuenta, llevaba un buen rato allí parado. Tenía que volver al ejercicio antes de que se le entumeciesen todos los músculos.
—Discúlpame, Haskoz-kun, pero tengo que volver a mi entrenamiento —se excusó el Uchiha de ojos oscuros, con una leve inclinación de cabeza—. Por favor, abstente de hurgar entre mis posesiones o tendré que cortarte los dedos.
Y sin mudar aquella sonrisa amable y calma del rostro, el gennin se dio media vuelta y enfiló de nuevo el centro de la plaza. Sin embargo, se detuvo a medio camino. Dudó un momento, dio otro paso hacia delante y volvió a pararse. Giró la cabeza a medias, como indeciso o avergonzado; sólo unos instantes después le salieron las palabras.
—De hecho... ¿Qué te parece si me ayudas? Creo que serías el perfecto compañero de entrenamiento.
—Pues... —Akame titubeó—. Supongo que todo empezó con la destrucción de Konohagakure no Sato. Fue la Villa del clan Uchiha, famosa en todo Oonindo por la destreza de sus guerreros —entonces fue Akame quien se encogió de hombros—. Supongo que entre los muchos dones que nos otorga nuestra sangre no está el de la inmunidad a las Bestias con Cola.
Ah… Pues debería. Pero supongo que las Bestias con Cola juegan en otra liga. Nuevamente sus pensamientos volaron lejos de allí, hacia Amegakure, donde la Arashikage poseía bajo su control un arma de tal calibre. ¿Y si un día se cansaba de tanta paz y le daba por atacar? ¿Y si un día le daba por exigir más? ¿Por creerse más de lo que era? Frunció el ceño. Tengo que averiguar quién es ese jodido jinchuriki.
—Discúlpame, Haskoz-kun, pero tengo que volver a mi entrenamiento —la voz de Akame le sacó de sus pensamientos—. Por favor, abstente de hurgar entre mis posesiones o tendré que cortarte los dedos.
Haskoz rio con ganas.
—Claro, hombre. No haré nada… —se acercó a la mochila y dejó el libro en su interior—. Al menos mientras no mires —comentó con sorna.
Estaba decidiendo qué hacer en lo que quedaba del día cuando Akame se detuvo a medio camino y se dio la vuelta. Parecía indeciso, pero, tras unos momentos, habló:
—De hecho... ¿Qué te parece si me ayudas? Creo que serías el perfecto compañero de entrenamiento.
¿Medirme con un Uchiha como yo?
—Por supuesto. Pero solo con una condición —añadió de pronto, con voz dramática. Esperó unos segundos para que el momento fuese más tenso:—. Que me digas a quién votaste en la votación ultrasecreta. Siempre me pregunté a quién votaría un tipo como tú —añadió, dejando escapar una última carcajada mientras se aproximaba a la plaza.
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Pese a que Akame no quedó muy convencido con la respuesta de su compañero de dedos largos, decidió dejarlo estar. Darle una advertencia había sido imperativo; si él decidía ignorarla, entonces tendría que entrar en otros detalles más contundentes. Cuando Haskoz dejó el libro donde estaba y se apartó de la mochila, Akame notó como los latidos incesantes y estruendosos de su corazón bajaban el ritmo. No había sido por el tomo, claro, si no por la pitillera de cuero negro que guardaba en la mochila. El mero hecho de que alguien pudiera arrebatársela era suficiente para acelerarle el pulso... Y no en el buen sentido.
Sea como fuere, Haskoz acabó aceptando su propuesta... En sus propios términos.
—Que me digas a quién votaste en la votación ultrasecreta. Siempre me pregunté a quién votaría un tipo como tú —añadió, dejando escapar una última carcajada.
Apenas las últimas palabras salieron de los labios del joven pálido, Akame se puso rojo como un tomate. Se había detenido en seco, firme como una estaca, y mantenía la mirada baja de pura vergüenza. Tantos años de entrenamiento, y Kunie no había sido capaz de preparar a su alumno para afrontar los más elementales dilemas de un adolescente en ciernes.
—Yo... Yo... No voté a nadie —añadió, con la boca pequeña. Era mentira—. ¿Y a qué te refieres con un tipo como yo? —le espetó a Haskoz, intentando cambiar de tema.
Con movimientos forzados, evidentemente nervioso, el Uchiha volvió sobre sus pasos para coger su portaobjetos y atárselo al cinto. Dejó su espada colgando sobre la rama de aquel alto cerezo porque no esperaba tener que usarla. Al fin y al cabo, aquello no iba a ser nada más que un entrenamiento rutinario. Cuando hubo terminado alzó la vista, esperando que Haskoz se hubiese olvidado ya de aquel asuntillo de la votación.
La reacción de Akame fue mejor de lo que se hubiese esperado. Mucho mejor. Lejos de responder con un nombre y soltar un par de carcajadas, el joven shinobi pareció de pronto cortado, como si le diese tremenda vergüenza hablar sobre el tema. Y nada divertía más a Haskoz que hablar sobre cosas que incomodaban al resto.
—Yo... Yo... No voté a nadie
Caca de Kusa. Tú votaste como el resto, que me lo sé yo. Por algo había sido él quien había organizado aquella votación. Pese a que había accedido a que hubiese voto secreto para quien quisiese —pues inexplicablemente de lo contrario muchos se negaban a votar—, se había asegurado que todos y cada uno de los estudiantes habían puesto su nombre en el papelito, siendo todos partícipes de la mayor y más importante decisión que habían tomado en sus cortas vidas: escoger a la más buenorra de la promoción.
—¿Y a qué te refieres con un tipo como yo?
Ah, el desliz, la frase de más que había soltado tras la pregunta. Pero Uchiha Akame era un iluso si creía que podría cambiar de tema tan fácilmente.
—Pues a que siempre eras el primero en entrar y el último en salir de clase. Nunca te vi una mala palabra o un mal gesto con nadie. Creo que fuiste el único chico al que jamás logré convencer de saltarse las clases de Taijutsu, ¡y definitivamente fuiste el único que te negaste a venir a espiar al baño de las chicas el día que tuvimos natación! —Lo que en principio podía parecer una serie de halagos, el tono y la repulsión con la que hablaba Haskoz las convertían en la peor de las críticas—. De hecho, tras aquello último llegué a sospechar que a ti lo que te gustaba eran… —Ya se estaba enrollando—. Bueno, que eso ahora da igual. ¡Vamos, hombre! ¿A quién votaste aquel día? Juro que no se lo diré a nadie. Esto quedará entre nosotros…
»Entre Uchihas.
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16/01/2017, 00:17 (Última modificación: 16/01/2017, 00:17 por Uchiha Akame.)
Mientras Akame se ataba bien el portaobjetos en el cinturón, dejándoselo en el lado derecho de la cadera y comprobando después que estaba bien ceñido, Haskoz seguía empeñado en indagar en todo aquello de la votación. Las vanas esperanzas del más joven de los Uchihas, de que su compañero se contentase con una evasiva, demostraron ser, en efecto, poco conectadas con la realidad. El chico de pelo blanco insistió de nuevo, no sin antes hacerle una serie de apreciaciones a su compañero azabache. Akame sonrió, satisfecho, ante la lista de logros que su compañero le expuso minuciosamente... Aunque, claro, a juzgar por su tono de voz y su expresión contraída, a él le sugerían algo totalmente distinto.
«¿Por qué pone esas caras? ¿Será que le avergüenza admitir mis cualidades superiores? Qué muchacho, no debería ser tan modesto...»
—De hecho, tras aquello último llegué a sospechar que a ti lo que te gustaban eran...
El color rojo tomate que por momentos había decrecido en intensidad volvió a teñir el rostro de Akame.
—¿¡Pero qué...!?
—Bueno, que eso ahora da igual. ¡Vamos, hombres! ¿A quién votaste aquel día? Juro que no se lo diré a nadie. Esto quedará entre nosotros... Entre Uchihas.
Akame se mordió la lengua de puro nerviosismo. Ni él mismo estaba acostumbrado a estar tan alterado; era incapaz de controlar su cuerpo. Notaba todo su rostro caliente de la vergüenza, y apretó los dientes cuando Haskoz le insistió. Las palabras del peliblanco se le clavaron como un dardo en el corazón —aquel chico sabía atacarle en su punto débil—. «Bueno, es un Uchiha... Es de la familia, aunque sea lejana. ¡Pero no sabe nada del clan! ¿Qué clase de Uchiha es el que no conoce ni su propia historia? Bueno, pero se ha interesado por mis libros... ¡Por todos los demonios de Gakido!».
Finalmente el joven gennin bajó la cabeza, y tímidamente reveló aquel oscuro secreto que Haskoz tanto ansiaba conocer.
—Yo... Ejem... Yo... —se pasó la lengua por los labios, notándose la boca más seca que una sandalia ninja—. Yo voté a... ¡Voté a Furukawa Eri! ¿Conforme? —soltó, finalmente.
Akame se dio media vuelta, brazos en cruz. No se había sentido tan avergonzado en su vida. Sabía que la mayoría de sus compañeros habían votado por Sakamoto Noemi, la chica más popular de la promoción, pero él... Bueno, simplemente no era como los demás. En eso Haskoz tenía razón.
16/01/2017, 01:14 (Última modificación: 16/01/2017, 01:15 por Uchiha Datsue.)
De todas las posibles kunoichis que podía haber dicho Akame, aquella le dejó descolocado. No porque Eri no fuese una más que válida candidata —los Dioses le habían dado un par de buenas razones para serlo—, sino porque, ante la vergüenza del más joven de los Uchiha, Haskoz había creído que su voto había ido a parar a alguna de las muchachas que se habían quedado en la cola de la competición con un punto o dos.
—Conforme, conforme —aseguró, si bien algo decepcionado, pensando que le iba a dar una sorpresa más grande. Le dio una palmada en el hombro, y empezó a caminar directo a la plaza mientras no paraba de hablar—. No sé por qué te negabas a contestar… Puede que Noemi parezca más popular de primeras, pero muchos de los votos se fueron para Eri… Y entiendo tu voto, vaya que si lo entiendo… Así que no hay motivos para…
Esta vez fue el turno de Haskoz para detenerse de golpe. Las piezas del rompecabezas acababan de encajar todas de golpe. La negación de ir a espiar al baño de las chicas; el repentino nerviosismo por querer saber a quién había votado…; ¡incluso el hecho de llegar siempre el primero a clase!
¿Cómo había sido tan estúpido?
—Un momento… Lo que te pasa a ti es que… —muy lentamente, se dio la vuelta—. ¡Que estás enamorado de Eri! —rugió, señalándole con un dedo y gritándolo a los cuatro vientos. ¡Pero si incluso se sabe su apellido! Por Rikudou, qué ciego fui…
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El corazón le latía tan fuerte que las palabras de Haskoz sonaban lejanas al llegar a sus oídos, eclipsadas por el estruendoso martilleo de su circulación. La presión que sentía en el pecho se alivió por momentos después de confesar su voto, creyendo —inocente de él— que su compañero se detendría ahí. Pero Haskoz era demasiado listo para eso. Demasiado curioso. Tal y como hubiese mirado la portada del libro biográfico de Uchiha Ryoma un rato antes, los ojos inquisitivos del gennin de pelo blanco le atravesaban ahora a él.
Akame nunca se había sentido tan indefenso. Se quedó allí, paralizado de la vergüenza, mientras su colega se encaminaba hacia el centro de la plaza tratando de reconfortarle como buenamente podía.
«Venga, tranquilo... ¡Tranquilo, por todos los Dioses de Oonindo! Sólo fue una estúpida votación, ¿por qué tengo que estar tan nervioso? Bueno, sea como sea, ya ha pasad...»
De repente Haskoz se giró con un movimiento brusco, y alzando un dedo acusador, le gritó algo que a él le sonó peor que una sentencia de muerte. Su rostro pasó del caluroso rojo a un pálido blanco casi azulado, mortecino y frío. Notó como una gota de sudor le resbalaba por la sien, pasando por sus mejillas hasta finalmente caer de su rostro.
«¿Que... estoy... enamorado... ¡de Eri!?»
Akame explotó como un triquitraque, desbordando a su compañero con una oleada de negaciones, excusas y pobres explicaciones que salió a borbotones de su boca.
Se detuvo a escascasa distancia de su colega, tratando de recuperar el aliento. Si de algo conocía a Haskoz... «Como no se lo impida, esta misma tarde se lo habrá dicho a toda la Aldea». Pero, ¿qué iba a hacer? Si bien la opción más rápida y definitoria era matarle, se veía en la obligación de descartarla. Optó por la vía diplomática.
—Haskoz-kun, te pido que lo reconsideres. Sin duda has malentendido algunas de mis palabras —dijo finalmente, tratando de sonar calmado y firme—. Desde luego que no estoy enamorado de Furukawa Eri-san, y no creo que a ella le agradase que fueras difundiendo una mentira de tal calibre por ahí... —aquello sonó más a un ruego que a otra cosa.
Akame clavó sus ojos de azabache en los de Haskoz. Le mantuvo la mirada unos instantes, tratando desesperadamente de imprimir algún tipo de convicción, firmeza, o tan siquiera intimidación en su pariente lejano. Al final, dejó caer los hombros y suspiró, abatido.