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Los clientes habían salido corriendo atropelladamente. Uno de ellos llegó a darle tal golpe a la puerta de entrada que Daruu creyó que la iba a romper. Arrugó el entrecejo, y observó con el mismo rostro a la puerta de la cocina. Si su madre seguía siendo su madre, el desastre quedaría arreglado en un abrir y cerrar de ojos. Y por supuesto, ella no sufriría ningún rasguño.
Ayame se había levantado y, acelerada, había saltado por encima de las mesas y la barra, preocupada por Kiroe. Daruu también se había levantado, pero se acercaba con parsimonia al lugar del incendio.
—Esa mujer fue ninja antes de ser pastelera —dijo Daruu, sonriendo—. Jounin de confianza de la aldea. No le pasará nada. Ella es...
Un enorme estallido de agua inundó la cocina y salió por la puerta, frenando justo al tiempo para no arrollar a Ayame, aunque empapándola aún más si cabía.
—¡¡Suiton: Ryuugarada!!
Dentro de la cocina, una Kiroe con una armadura acuática sonreía triunfante. La capa de agua seguía su cuerpo, pero formaba tras su espalda dos alas y una cola de dragón, y dos cuernos en la cabeza. Las manos y los pies acababan en garras. Al ver a Ayame, se sonrojó y desactivó la técnica de inmediato. Hizo una reverencia.
—¡Ay Dios, perdona por haberte empapado, es que me he venido arriba y...!
«Lo que hace el amor.»
Una versión acuática del Kaenka. Hasta ese punto había llegado Danbaku, al punto de compartir hasta sus técnicas.
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Entre gemidos de angustia, Ayame trataba de ver lo que estaba pasando dentro de la cocina sin decidirse a entrar. Casi se sobresaltó al escuchar la voz de Daruu junto a ella.
—¿Jonin? —repitió, sorprendida. Daruu parecía increíblemente tranquilo; pero aunque ella misma estaba rodeada de shinobis de alto rango dentro de su casa, no podía evitar preocuparse al recordar a la dulce pastelera que era Kiroe. ¿Y si estaba en problemas?—. Pero... pero el fuego... hay que apagarlo...
Alzó las manos, dispuesta a utilizarla única técnica acuática que conocía: Dragón, tigre...
En el momento en el que sus manos se entrelazaron formando el sello de la liebre una exclamación surgió del interior de la cocina. Ayame reconoció el nombre de una técnica de Suiton formulada, y entonces un estallido de agua que estuvo a punto de arrollarla surgió de la cocina, empapándola de los pies a la cabeza. Sin embargo, aquello no le interesó en aquellos momentos. Se había quedado boquiabierta al ver la flagrante figura de Kiroe envuelta en lo que parecía ser una armadura constituida enteramente por agua. La técnica la envolvía con una gracia y elegancia casi sobrenaturales, como una majestuosa capa de agua que tras su espalda formaba un par de esplendorosas alas y una cola reptiliana. Sobre su cabeza lucía dos intimidantes cuernos y, por si no fuera suficiente, sus manos y sus pies habían formado lo que parecían ser unas terribles garras.
«Cuerpo de dragón...» Reparó entonces, y se vio obligada a cerrar la boca cuando la mujer acudió a ellos y se disculpó, avergonzada.
—N.... no... ¡No tiene que disculparse, Kiroe-san! ¡Ha sido espectacular, increíble! —exclamó, incapaz de aguantar la resplandeciente sonrisa que iluminaba sus rasgos. Ni siquiera se había dado cuenta de que volvía a estar calada hasta los huesos—. ¿Pero qué ha pasado? ¿Está bien? Ha sido todo muy repentino y...
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Kiroe recibió los halagos con una falta de humildad muy poco disimulada. Cruzó los brazos y dejó escapar una sonora carcajada mientras sus mejillas se pintaban de un rojo intenso.
—¡Jajá! Kiroe-chan al rescate, gracias, Ayame-chan, pero eso no ha sido nada —dijo, mientras su hijo la observaba con una ceja levantada y también con los brazos cruzados.
«No ha sido nada, dice... Un exceso, eso es lo que ha sido, ya verás como ahora nos toca fregar y dejar esto sin un rastro de agua...» —pensó el rubio.
—No ha sido nada, solo... solo... Se me ha quemado un pastel, es que me he distraído con algo...
Daruu clavó una mirada acusadora sobre ella.
—BUEEEENOOOOOOOOOOO, ¡pero mira qué desastre he hecho! Ayame-chan, nos tendrás que disculpar, ¿eh? Tenemos que limpiar y dejar esto como una patena y sequito sequito.
Le dio la vuelta a la muchacha sin miramientos y la empezó a conducirla con suavidad hasta la puerta.
—¿Además, te estará esperando tu papi, eh?
«Lo sabía, ahora toca limpiar»
—Daruucín, cariño, despídete de tu amiga y ve a por la fregona — «Si es que lo sabía...»
—Hasta luego, Ayame-san. ¡Nos veremos! —Se forzó a sonreír y subió las escaleras para buscar la fregona, arriba, en casa.
Antes de cerrar la puerta tras la salida de Ayame, Kiroe dejó caer una enigmática frase.
—Hacéis buena pareja.
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Como si hubiese encontrado a una especie de diosa del agua a la que idolatrar, Ayame se veía incapaz de apartar sus grandes ojos castaños destilantes de admiración de la figura de Kiroe. Nunca creía que le ocurriría algo así, pero había encontrado a alguien a la que seguir, alguien a la que imitar para alcanzar el dominio perfecto del Suiton. Y tal era su fascinación que ni siquiera se dio cuenta de que Daruu se mantenía algo apartado de la escena hasta que Kiroe le pidió que les disculpara para poder limpiar todo el estropicio.
—Puedo ayud... —comenzó a decir, pero la mujer la empujaba gentilmente hacia la puerta, y cuando le recordó que su padre debía estar esperándola palideció súbitamente—. Oh...
La iba a matar. La iba a desollar por tardar tanto en volver a casa. Y después la colgaría de los pulgares por llegar empapada de los pies a la cabeza.
—A... ¡Adiós, Daruu-san! —se apresuró a responder, pero el muchacho había desaparecido escaleras arriba y nunca llegaría a saber si la habría escuchado. Sin embargo, con los pies en el umbral de la puerta, Kiroe dejó caer una frase que cayó sobre ella como un pesado mazo—. C... ¿¡Cómo!? ¡No! ¡Sólo somos...!
La puerta se cerró con un delicado chasquido.
—Amigos...
¿Eran siquiera eso? Pese a que eran vecinos y habían ido juntos a la academia, no se habían dirigido la palabra más que para lo estrictamente necesario. No se equivocaría si afirmara que aquel había sido, prácticamente, su primer contacto. Pero no podía negar que le caía bien, que había sentido una natural conexión con él desde el primer momento y que aquel combate de entrenamiento había despertado un nuevo sentimiento en ella.
«Además, es guapo...» Susurró una maliciosa vocecilla en su mente, pero la muchacha sacudió la cabeza enseguida y se dio media vuelta. Echó a correr, y no le llevó ni medio minuto el llegar al portal de su edificio.
Su hogar se encontraba en el décimo piso, por lo que durante el largo trayecto en el ascensor propulsado a vapor, la muchacha se esforzaba inútilmente por escurrir al máximo posible sus cabellos y sus ropas. Pero era evidente que no iba a poder secarse en apenas dos minutos, y algo dentro de ella se revolvió de terror.
—Ay... lo bien que me vendría un poco del fuego de Daruu-san... —se lamentó, y justo en ese momento...
Ding. Había llegado a su destino.
Ayame tragó saliva una última vez y se obligó a esbozar la sonrisa más radiante que fue capaz. Sacó las llaves de su casa de uno de los bolsillos de su pantalón y la puerta principal se abrió con un silencioso chasquido.
—¡Ya estoy en cas...!
Pero Zetsuo ya sabía que había vuelto. Lo sabía perfectamente, porque estaba frente a la puerta con los brazos cruzados a la altura del pecho y su dedo índice tamborileaba amenazador sobre su bíceps. Parecía que estaba a punto de regañalarla, cuando sus chispeantes ojos aguamarina se fijaron en la bandana que lucía sobre la frente. Ayame no dudó en aprovechar la oportunidad.
—¡He aprobado! ¡Ya soy genin!
Su padre se quedó congelado durante unos instantes, como si no supiera qué debía hacer o decir. Finalmente, y con torpeza, alzó la mano y la apoyó sobre su cabeza.
—Tal y como esperaba de ti —dijo, y aquella simple frase la llenó de felicidad. Pero Zetsuo dejó caer la mano hasta su hombro, y entonces hizo algo más de presión—. Pero eso no te va a librar de que hayas llegado tan tarde y calada como una jodida trucha de río.
«Oh, no...»
Pero un delicioso aroma provenía de la cocina, y Ayame supo que durante su ausencia habían preparado una comida especial para celebrar su ascenso...
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