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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#31
—N... no... no se me ocurrió... Pero no estoy segura de que eso funcionara, Daruu-san. En primer lugar, mi habilidad no es tan impresionante como tus ojos. Y en segundo lugar... —Ayame apartó la mirada, y balbuceó—: No me suspendieron sólo porque no supiera hacer un clon... Tampoco sé manejar un kunai o lanzar un shuriken de manera decente... no sé trepar las paredes ni caminar sobre el agua... y aprobé la lucha cuerpo a cuerpo por pura suerte...

Daruu se rascó la barbilla, observándola de arriba a abajo mientras la muchacha se mordía el labio inferior y apartaba la mirada hacia todos los lados posibles con tal de no mirarle a él.

—¿Sabes? Yo creo que el problema radica en tu miedo —dijo—. Creo que tienes miedo. Miedo de suspender. ¿Es por ti, es por Zetsuo-san? Da lo mismo. Pierde el miedo y sigue intentándolo. No creo que haya ningún atajo para esto.

»Sólo el trabajo duro y el entrenamiento. Levántate antes y acuéstate más tarde, y entrena por la mañana y por la tarde. Algún día lo lograrás. Pero si te pasas el día pensando en que no vas a aprobar, desde luego que no lo vas a hacer.
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#32
—¿Sabes? Yo creo que el problema radica en tu miedo —la respuesta de Daruu fue tajante y certera como un látigo. Ayame no pudo hacer nada por evitar que sus sollozos cobraran fuera y, temblorosa, se abrazó los costados sin ser capaz de pronunciar una sola palabra.

Sólo entonces comprendió que de verdad había necesitado llorar de aquella manera desde aquella misma mañana. Desde que había recibido su certificado de calificaciones y había sido consciente de que no iba a poder regresar luciendo la bandana ninja sobre su frente como el resto de sus compañeros. No se había desahogado hasta aquel preciso momento, y las palabras de Daruu sólo habían sido el detonante que habían colmado el vaso de su aguante.

—Creo que tienes miedo. Miedo de suspender. ¿Es por ti, es por Zetsuo-san? Da lo mismo. Pierde el miedo y sigue intentándolo. No creo que haya ningún atajo para esto. Sólo el trabajo duro y el entrenamiento. Levántate antes y acuéstate más tarde, y entrena por la mañana y por la tarde. Algún día lo lograrás. Pero si te pasas el día pensando en que no vas a aprobar, desde leuego que no lo vas a hacer.

Le costó sobreponerse a los temblores que sacudían su cuerpo, pero Ayame se esforzó por asentir.

—Yo... yo sólo quiero... que papá me reconozca... —gimoteó, con un hilo de voz.

Pero de tan solo recordar la ira en sus ojos de águila un frío escalofrío recorría su espina dorsal de arriba a abajo. Le había decepcionado profundamente. ¿Cómo iba a arreglar eso ahora? ¿Serviría siquiera con graduarse como genin? ¿O le exigiría más aún?
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#33
—Yo... yo sólo quiero... que papá me reconozca... —gimoteó Ayame.

Así que en el fondo, todo era por su padre. Daruu conocía lo suficientemente bien a Zetsuo —y lo conocía muy poco— para saber que no era el típico padre que te da un abracito cuando llegas a casa después de suspender y te dice "no pasa nada, a la próxima tú puedes". Pero es el típico padre que esperaría que su hija hiciera algo más que llorar, y dado el tipo de personalidad que tenía Ayame, eso le podía traer problemas.

—Supongo que tu padre no quiere que estés así, ni que te excuses, sólo quiere resultados —dijo, encogiéndose de hombros—. Pero si sigues intentándolo, muy pronto podrás decirle con todo el orgullo del mundo que ya has aprobado.

Daruu se acercó a Ayame. Titubeó un momento, y luego, la rodeó con los brazos de una forma un poco incómoda. No estaba acostumbrado a estas cosas y tampoco es que tuvieran mucha confianza.

—No llores. Tú puedes, Ayame.
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#34
—Supongo que tu padre no quiere que estés así, ni que te excuses, sólo quiere resultados —respondió Daruu, y Ayame no pudo menos que darle la razón en silencio—. Pero si sigues intentándolo, muy pronto podrás decirle con todo el orgullo del mundo que ya has aprobado.

Ayame volvió a asentir, tratando de enjugarse las lágrimas. Para su desgracia, también daba la casualidad de que su hermano mayor había resultado ser casi un genio en la academia, pese a que se vio obligado a pausar su instrucción durante un tiempo para cuidar de ella, y había aprobado con todos los honores. No podía evitarlo, pero aquello le hacía sentir terriblemente peor.

Algo la rodeó súbitamente y Ayame se quedó rígida como una tabla al sentir la calidez del torso de Daruu envolviéndola en un abrazo torpe pero confidente.

—No llores. Tú puedes, Ayame.

«Q... ¿Qué hace...? ¿Qué digo? ¿Qué...?»

Sin embargo, había otro problema taladrando su cabeza.

—No quiero volver a casa... —Se le escapó. Estaba más que claro que el entrenamiento había concluido por aquel día, ¿cómo iba a enfrentarse de nuevo a la ira de su padre? ¿Y más aún después de haber salido corriendo en sus propias narices? No estaba preparada para afrontar algo así de nuevo...
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#35
—No quiero volver a casa... —dijo Ayame.

Daruu chasqueó la lengua, y se separó de ella, todavía sujetándola por los hombros.

—Pero tienes que hacerlo, Ayame —respondió—. Piénsalo, en algún momento vas a tener que hacerlo. ¿Qué vas a hacer, quedarte en la calle a dormir? ¡No seas ridícula! Vamos, te acompaño.

Sin esperar una confirmación por su parte, Daruu la cogió de la mano y estiró de ella mientras se dirigía con paso seguro fuera de los terrenos de entrenamiento.

—¡Vamos! Vivimos en el mismo edificio, te puedo acompañar hasta allí.
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#36
—Pero tienes que hacerlo, Ayame —le insistió, aún sujetándola con firmeza por los hombros. Ayame apartó la mirada con cierta incomodidad—. Piénsalo, en algún momento vas a tener que hacerlo. ¿Qué vas a hacer, quedarte en la calle a dormir?

«No sería mala idea...» Pensaba una parte de ella.

Y, como si le hubiera leído la mente, Daruu le agarró de la mano y tiró de ella hacia la puerta de salida.

—¡No seas ridícula! Vamos, te acompaño.

—Jo... pero... —protestaba ella, resistiéndose a avanzar clavando los talones en el suelo.

—¡Vamos! Vivimos en el mismo edificio, te puedo acompañar hasta allí.

—¡Pero podrías acogerme en tu casa! —soltó, casi sin pensar. Y en el mismo momento en el que pronunció las palabras se sintió rematadamente estúpida. Hundió la mirada en sus pies—. S... sólo hasta que aprobara el examen... así mi padre ya no estaría enfadado y...

¿Pero qué tonterías estaba diciendo? Y, aun en el más hipotético caso de que algo así fuera posible, ¿cómo se iba a esconder de su familia viviendo en el mismo edificio que ellos?
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#37
—¡Pero podrías acogerme en tu casa! —sugirió, resistiéndose a avanzar. Daruu soltó la mano, incrédulo. ¿Pero qué leches estaba diciendo ahora esta?—. S... sólo hasta que aprobara el examen... así mi padre ya no estaría enfadado y...

Daruu se acercó a Ayame, y señaló con el dedo índice la base de su cuello. Le daba ligeros toquecillos mientras decía:

—¡Claro, fantástica idea! ¿Sabes lo que pasaría? Que al primer día que no te viera llegar empezaría a buscar por toda la aldea como un loco, y a quien primero pediría ayuda es a mi madre, porque se conocen de hace años. Y entonces te vería allí, y se nos caería el pelo. ¡No digas bobadas!

Daruu suspiró, se dio la vuelta y se cruzó de brazos.

—Lo único que puedo hacer es invitarte a un chocolate en la cafetería de mamá —dijo, finalmente—. A ver si así te animas. Pero tienes que volver. ¿No quieres que tu padre te reconozca? ¿Cómo te va a reconocer si ni siquiera tienes el valor para asumir tus fracasos?
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#38
Nada más pronunciar aquellas palabras, Daruu soltó su mano y se giró hacia ella. Sus ojos la contemplaban como si estuviera loca de remate, y en cierta manera Ayame no podía reprochárselo. Lo que había soltado era una completa estupidez. Avergonzada, agachó la cabeza mientras él se acercaba a ella, dándole ligeros toquecitos en la base del cuello.

—¡Claro, fantástica idea! ¿Sabes lo que pasaría? Que al primer día que no te viera llegar empezaría a buscar por toda la aldea como un loco, y a quien primero pediría ayuda es a mi madre, porque se conocen de hace años. Y entonces te vería allí, y se nos caería el pelo. ¡No digas bobadas!

Ayame se encogió sobre sí misma, mordiéndose el labio inferior. Sí, era perfectamente capaz de imaginar una escena similar a la que estaba describiendo Daruu. Con su padre encolerizado recorriendo una a una las calles de Amegakure para terminar pidiéndole ayuda a su vecina... De tan sólo imaginar la cara que pondría si la viera en casa de Daruu, un escalofrío la recorrió de los pies a la cabeza. Desde luego, era la idea más absurda que jamás había tenido. Y eso que ya había tenido ideas alocadas anteriormente.

Daruu volvió a darle la espalda, le oyó suspirar y vio como cruzaba los brazos sobre el pecho.

—Lo siento... —farfulló en voz baja. Lo que menos deseaba en aquellos instantes era que Daruu se hartara de ella y de sus tonterías y terminara dejándola sola.

—Lo único que puedo hacer es invitarte a un chocolate en la cafetería de mamá —dijo él, finalmente, y Ayame alzó la cabeza de golpe al oír la palabra mágica: "chocolate". Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo en contener el rugido de alegría de su estómago—. A ver si así te animas. Pero tienes que volver. ¿No quieres que tu padre te reconozca? ¿Cómo te va a reconocer si ni siquiera tienes el valor para asumir tus fracasos?

—Vale... —accedió, de mala gana—. Pero no tengo dinero... lo poco que tenía me lo gasté en la comida en un puesto de ramen... —comentó, con un leve mohín.
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#39
—Vale... —Daruu suspiró, aliviado. Ya se imaginaba a Ayame durmiendo debajo de un puente hasta que consiguiera aprobar el examen—. Pero no tengo dinero... lo poco que tenía me lo gasté en la comida en un puesto de ramen...

Daruu se giró y la observó con suspicacia. «Osea que, ni siquiera volvió a comer a casa.»

—Yo solo digo una cosa —dijo Daruu—. Como nos pille tu padre, igual te mata. Fíjate, que son las cinco y media pasadas y aún no estás allí. En fin...

Volvió a darse la vuelta y se rascó la cabeza. Suspiró.

—Venga, vamos para allá.


···


La Pastelería de Kiroe-chan, que en realidad hacía las veces de pastelería y cafetería —no de panadería, para eso mamá tendría que levantarse aún más temprano y eso no era algo para lo que estuviese dispuesta—, era una nota de color en el pentagrama gris del barrio residencial de las calles de Amegakure. No era como esos locales despampanantes con neones de tonalidades y brillos diversos, no: más bien un humilde ventanal de vidrio grabado con el símbolo de Amegakure y verjas blancas, un toldo rojo pastel y una puerta de madera.

Daruu abrió la puerta y les recibió aquella mezcla de olores, tan característica y tan poco sana que desprendía el repertorio de pasteles de Kiroe. Lo que vieron también tenía tonos agradables que recordaban a los bollos y los chocolates. El suelo estaba azulejado, en un patrón tipo ajedrez, con baldosas alternas de color caqui y marrón. Tanto las paredes como las mesas y sillas eran de madera ornamentada. A la izquierda quedaba la superficie de ocho metros cuadrados donde los clientes tomaban asiento, y a la derecha la barra, con un escaparate de productos. Detrás de la barra, habían múltiples botellas de cristal con licor de café, chocolate, botes de nata montada... Y al lado de esa estantería, dos puertas: una llevaba a la cocina, la otra subía por unas escaleras y llevaba a la casa de Daruu.

Kiroe tenía el trabajo al lado de casa, más concretamente, debajo. Eso, desde luego, aún sumaba más tiempo a su horario de sueño. Conveniente, ¿eh?

La madre de Daruu salía en estos momentos de la cocina.

—¡Hombre, pero si es mi Daruucín! ¿Qué tal? ¡Y viene con Ayame-chan! Llevaba tiempo sin verte, pequeñaja.

Kiroe era una mujer de mediana estatura, delgada y atlética. Era fuerte, porque durante muchos años había sido kunoichi, y de las buenas. Pese a sus treinta y cinco pasados, cualquiera diría que tenía la piel como una joven de veinte años. Su pelo, ligeramente ondulado por abajo y desordenado como el de Daruu por arriba, enmarcaban unos ojos púrpura intenso con una mirada misteriosa y juguetona. Y un poco cabrona.

—Ayame, tu padre ha pasado antes por aquí, preguntaba por ti. Parecía preocupado. ¿Pasa algo?

—¡Uy, qué raro! ¿No? —se apresuró a contestar Daruu, rápido. Su madre le miró con una sonrisa torcida, casi con malicia—. A lo mejor es por alguna tontería, no pasa nada. Estaba ayudando a Ayame a entrenar, mamá.

Kiroe miró a Ayame y puso un pequeño mohín.

—Venga, Ayame, seguro que tú puedes. Ánimo. —Kiroe siempre había sido muy lista y muy perspicaz, pero no hacía falta ser un zorro para ver que Ayame no llevaba bandana.

—Por favor, si viene no le digas nada, nosotros nos escondemos y ya está —suplicó Daruu, juntando las manos e inclinándose levemente.

—Oh, no me digas... —Kiroe se sonrojó y se tapó la boca con las manos—. ¿No será que vosotros estáis...?

—¡No, mamá, calla! ¡Tú prométemelo y ya está!

Su madre rió picajosamente y se dio la vuelta.

—Está bien, está bien... A ver, ¿qué vais a querer?

Daruu estaba rojo como un tomate y no sabía ni a donde mirar.

—Un... cof, cof. Un té chai con leche y un bollito de vainilla. Gracias, mamá. —Buscó una mesa apartada, donde pudieran ocultarse del padre de Ayame si volvía al local, y se sentó. Hizo una seña a Ayame y se tapó con la carta.

Kiroe tomó nota de lo que pidió Ayame y entró a la cocina. Se apoyó furtivamente en la puerta tras cerrarla, sonriendo con malicia, y se tapó la mano. Dejó escapar una risilla de demonio.

—Ju, ju, ju... Y se ponen en una mesa apartaditaaaa... Aquí hay tema, que lo sé yo.
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#40
Al escuchar sus palabras, Daruu se volvió hacia ella con aquella mirada recelosa otra vez.

—Yo solo digo una cosa. Como nos pille tu padre, igual te mata. Fíjate, que son las cinco y media pasadas y aún no estás allí —le dijo, y Ayame palideció aún más si cabía al darse cuenta de su error—. En fin... Venga, vamos para allá.

Ayame conocía de sobra el camino hacia la pastelería de la que le había hablado Daruu. Después de todo, se encontraba justo en la planta baja del edificio donde ambos vivían, y habían hecho aquel recorrido casi desde que tenían conciencia sobre sí mismos. Sin embargo, como un alma en pena, Ayame siguió a su vecino, dejándose guiar por sus pasos.

Así, pronto llegaron a su destino. Un rascacielos tan alto que parecía competir con sus vecinos por arañar el cielo de Amegakure y construido con piedras plomizas. La Pastelería de Kiroe-chan era justamente la pincelada de color que necesitaba aquel anodino barrio. Sin tener que recurrir a los molestos y ostentosos carteles de neón, el local lograba dar aquel toque de alegría con su toldo de color rojo pastel, unas verjas blancas que rodeaba el perímetro y la puerta de madera junto a una amplia vidriera que lucía orgullosa el símbolo de la aldea. Cuando Daruu abrió la puerta, Ayame se estremeció al sentir el abrazo del calor y el delicioso aroma a dulces de todo tipo, ligeramente contaminado por otro olor amargo que le hacía arrugar la nariz... el café. La decoración del interior estaba tan cuidada como la del exterior. El suelo estaba cubierto por azulejos que alternaban el color caqui y el color marrón, a juego con los muebles de madera ornamentada. Los ojos de Ayame tropezaron con la deliciosa gama que se exhibía en el escaparate y, mientras su mirada se deleitaba con todos aquellos bollitos que escapaban de su más golosa imaginación, una voz desde detrás de la barra la sobresaltó:

—¡Hombre, pero si es mi Daruucín! ¿Qué tal? ¡Y viene con Ayame-chan! Llevaba tiempo sin verte, pequeñaja.

—B... buenas tardes, Kiroe-san —saludó ella, con una leve inclinación de cabeza.

Era obvio de quién había heredado Daruu la curiosa forma de su cabello. Aunque el pelo de Kiroe caía tras su espalda como una cascada con ligeras ondulaciones, en su parte superior varios mechones vencían a la gravedad y se alzaban rebeldes contra ella. Era una mujer de mediana estatura, pero imponente por su porte atlético. Al contrario que su hijo, tenía los ojos de un fascinante color violeta.

«Claro. Tal y como ha dicho Daruu, ella no tiene el... Viaunkugan ese...» Meditaba.

—Ayame, tu padre ha pasado antes por aquí, preguntaba por ti. Parecía preocupado. ¿Pasa algo? —le preguntó, y Ayame se quedó rígida como una estaca.

Por suerte, Daruu fue más rápido que ella.

—¡Uy, qué raro! ¿No? —se apresuró a contestar. Su madre le miró con una sonrisa torcida, casi maliciosa, que a Ayame le puso los pelos de punta—. A lo mejor es por alguna tontería, no pasa nada. Estaba ayudando a Ayame a entrenar, mamá.

Kiroe la miró. Y cuando Ayame vio la pena reflejado en sus ojos se apresuró a romper el contacto visual antes de echarse a llorar allí mismo también.

—Venga, Ayame, seguro que tú puedes. Ánimo.

«Se ha dado cuenta... Sabe que he suspendido el examen de ascenso a genin, no como su hijo...» Pensó, mordiéndose el labio inferior por la angustia.

—Por favor, si viene no le digas nada, nosotros nos escondemos y ya está —escuchó la súplica de Daruu junto a ella, y Kiroe se tapó la boca con ambas manos. Sus mejillas estaban arreboladas.

—Oh, no me digas... ¿No será que vosotros estáis...?

Ayame ladeó la cabeza ligeramente.

—¡No, mamá, calla! ¡Tú prométemelo y ya está! —exclamó Daruu, alterado.

—Está bien, está bien... —se rio, pero Ayame seguía mirándolos de manera alterna. Daruu se había ruborizado de manera casi exagerada—. A ver, ¿qué vais a querer?

—Un... cof, cof. Un té chai con leche y un bollito de vainilla. Gracias, mamá.

—Yo... un chocolate caliente y... un taiyaki con chocolate... si puede ser, por favor —se apresuró a decir, cuando se dio cuenta de que Kiroe estaba esperando su comienda.

Cuando Kiroe desapareció en la cocina, Daruu casi la arrastró hasta una mesa apartada donde la invitó a sentarse y después se tapó la cara con la carta como un detective que temiera ser descubierto por su objeto de investigación. Aunque, en aquel caso, más bien eran ellos los "forajidos".

—Oye, ¿qué quería decir tu madre con eso de que si nosotros estábamos...? —preguntó, cándida.
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#41
Ya sentados, Daruu tosió e intentó serenarse.

—Oye, ¿qué quería decir tu madre con eso de que si nosotros estábamos...? —preguntó Ayame. Daruu volvió a ponerse rojo como un tomate.

—Ah, ah, ah, esto... esto... ¡Qué tonta! ¿Verdad? Creo que se ha imaginado que tú y yo estamos... ya sabes. Saliendo. Y por eso estamos huyendo de tu padre. Para que no nos vea —explicó, tartamudeando, y desvió la mirada hacia otro punto.

«Aunque no estaría mal...», dijo una voz en su cabeza.

«¿Qué dices, idiota? ¡Es tu vecina! ¡Y tu amiga! No es tu novia.»

«Pero podría... podría serlo. Siempre te ha parecido guapa.»

Ajena al diálogo interior de su hijo, Kiroe se acercó con dos platos, uno con un té con leche y un bollito de vainilla y otro con un chocolate y un taiyaki, con su característica forma de pescado. Daruu lo miró como si ese pez hubiera escupido sobre la tumba de todos sus ancestros.

—A mí no me gusta el taiyaki. Te parecerá estúpido pero te juro que el chocolate que lleva dentro me sabe a pescado sólo por la forma de la masa. Puaj. —Dijo esto sacando la lengua y cerrando los ojos en una mueca muy graciosa.

—¿No te gustan los bollitos de vainilla? A tu hermano le pirran. Desde que yo recuerde, si no veo a tu hermano al menos una vez al día comprando una bolsa de bollitos, es que está de misión o enfermo.
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#42
—Ah, ah, ah, esto... esto... ¡Qué tonta! ¿Verdad? —respondió Daruu, atropelladamente—. Creo que se ha imaginado que tú y yo estamos... ya sabes. Saliendo. Y por eso estamos huyendo de tu padre. Para que no nos vea.

Estupefacta, Ayame abrió y cerró la boca varias veces, como un pez fuera del agua.

—T... ¿Tú...? Y... ¿Y yo...? —balbuceó, con un hilo de voz, señalando con el dedo índice tanto a él como a ella misma de manera alterna—. P... ¿Pero por qué? Quiero decir... yo...

Se mordió el labio, incapaz de continuar hablando sin soltar más tonterías. Por un momento casi se arrepentía de haber preguntado. Le ardían las mejillas y su corazón retumbaba en sus sienes con la fuerza de un tambor. Hasta el momento no se había fijado demasiado en los chicos... ¡Era sólo una niña para hacerlo! Aunque sí era cierto que los había más atractivos o más interesantes que otros...

Y Daruu...

El tintineo de un plato y una taza frente a ella la sacó de sus pensamientos. Ayame sacudió la cabeza, tratando de despejarse. Aunque fue el olor del chocolate y el del bizcocho lo que logró calmarla momentáneamente.

—Muchas gracias, Kiroe-san —dijo, y por un momento no supo si en realidad le estaba agradeciendo los platos o el simple hecho de que la hubiera rescatado del remolino de confusión en el que se había visto atrapada.

—A mí no me gusta el taiyaki —intervino Daruu, cuando su madre se alejó—. Te parecerá estúpido pero te juro que el chocolate que lleva dentro me sabe a pescado sólo por la forma de la masa. Puaj.

Puso tal mueca de asco, con los ojos cerrados y sacando la lengua, que a Ayame se le escapó una risilla.

—Oh, ¡pero si sigue siendo sólo masa con chocolate! De hecho a tu madre le salen muy monos. ¡Mira! ¡Es sólo un pececito! —le dijo, acercándole el bollito a Daruu para que apreciara sus grandes ojos de besugo y sus morros hinchados. Se lo llevó a la boca y cuando lo mordió y sintió el sabor del hojaldre con el chocolate casi derretido casi se sintió desfallecer—. Sabe parecido a un gofre, no tiene absolutamente nada de pescado. ¿Seguro que no quieres probarlo?

—¿No te gustan los bollitos de vainilla? A tu hermano le pirran —le respondió el, y Ayame se estremeció ligeramente cuando nombró a su hermano. Como si con sólo pronunciar su nombre pudiera invocar el frío que siempre llevaba con él. De hecho, fue tal la sensación que casi sentía el frío de verdad—. Desde que yo recuerde, si no veo a tu hermano al menos una vez al día comprando una bolsa de bollitos, es que está de misión o enfermo.

Ayame volvió a reír.

—Es cierto, le encantan esos bollitos. Creo que se volvería loco si tu madre dejara de hacerlos. A mí también me gustan mucho, pero quería probar algo nuevo...

«Algo con chocolate.»

»Ya que en casa nunca nos faltan de estos. Además, el taiyaki me estaba poniendo ojitos desde que hemos entrado por la puerta...

Casi de forma literal.
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#43
—Oh, ¡pero si sigue siendo sólo masa con chocolate! De hecho a tu madre le salen muy monos. ¡Mira! ¡Es solo un pececito! —dijo Ayame, acercándole el taiyaki a Daruu, quien arrastró la silla para apartarse y puso los brazos en cruz, negando con la cabeza.

—Is sili un picicitiiii... ¡Quita, que me da asco solo de verlo!

—Sabe parecido a un gofre, no tiene absolutamente nada de pescado. ¿Seguro que no quieres probarlo?

—Que no. Que los gofres son gofres, eso es una aberración.

Se cruzó de brazos e hinchó los mofletes con un mohín muy ridículo. Entonces sugirió lo de los bollitos de vainilla y Kori.

Ayame volvió a reír.

—Es cierto, le encantan esos bollitos. Creo que se volvería loco si tu madre dejara de hacerlos. A mí también me gustan mucho, pero quería probar algo nuevo... Ya que en casa nunca nos faltan de estos. Además, el taiyaki me estaba poniendo ojitos desde que hemos entrado por la puerta...

—Sí, claro, ojitos de pescado —contestó Daruu con angustia. Le dio un bocado a su bollito de vainilla. La crema llenó su boca y hasta su alma de un sabor dulce, riquísimo. Luego, abrió los ojos casi de forma desorbitada. Tragó con dificultad el bollito, se atragantó y empezó a toser.

Señaló a la puerta.

¿No había entrado una brisa fría?
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#44
Pero Daruu parecía haber encontrado a un aférrimo enemigo en aquel taiyaki, y ante la mera vista del dulce, echó la silla hacia atrás y se estiró en la silla todo lo que fue capaz para alejarse del pez. Para él, aquello era mucho más que un simple dulce relleno de chocolate, era una auténtica aberración contra el arte de la pastelería. Y así lo demostraba con su absoluto rechazo.

—Sí, claro, ojitos de pescado —replicó de nuevo.

Ayame suspiró para sus adentros, a sabiendas de que sería imposible convencerle de lo contrario. Por un momento se preguntó que pensaría Kiroe de aquel odio irracional hacia sus taiyaki. Aunque no tuvo mucho tiempo para pensar en ello. Daruu le había pegado a un bocado a su bollito de vainilla, pero de repente había abierto los ojos de par en par, empezó a toser y levantó un brazo hacia algún lugar.

—¿Daruu-san, estás bien? —Ayame, angustiada por el tono azulado que había comenzado a inundar la tez de su compañero, hizo el amago de levantarse para socorrerle.

Pero entonces sintió frío. Una brisa que recorrió su espina dorsal desde los pies hasta la cabeza y la hizo tiritar.

—Buenas tardes, Kiroe-san —escuchó una voz a sus espaldas. Una voz átona. Una voz tan gélida como el hielo que carecía de cualquier tipo de emoción. Una voz que ella conocía muy bien.

—Oh, no... —susurró Ayame para sí.

Y la transformación fue inmediata. En un abrir y cerrar de ojos, y únicamente con un pequeño estallido y una salpicadura de agua como prueba, Ayame había desaparecido totalmente de la vista. El líquido cayó al suelo, la mayor parte de él debajo de la mesa, y allí se quedó. En forma de un charco totalmente inamovible.

Sin embargo, el sonido de la transformación había resultado demasiado evidente. Y Kōri no tardó en girarse hacia el origen del mismo. Sus ojos escarchados cayeron inmediatamente sobre Daruu... y sobre la mesa con los dos platos y las dos tazas que ocupaba. Se acercó a él, sus pasos apenas hacían ruido sobre las baldosas que cubrían el suelo.

—Buenas tardes, Daruu-kun —dijo, pero se interrumpió a sí mismo cuando sus pies dieron con el suelo mojado. Se detuvo bruscamente y, tras un par de segundos de reflexión volvió a mirar al joven shinobi. Esta vez, interrogante—. Parece que ha habido algún problema por aquí... ¿Debo avisar a Kiroe-san para que traiga una fregona? Alguien podría resbalarse...

»¿Esperas compañía?
—añadió, señalando con un sutil gesto de cabeza hacia las dos meriendas.
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#45
¡Bu-buenos días, Kori-kun! —contestó Kiroe apresuradamente. Al otro lado de la sala, se escuchó el sonido de un globo de agua al estallar—. ¡¡DARUU, IDIOTA!!

Kiroe estiró el brazoy agarró un palo alargado. Se dirigió a toda velocidad, aparentemente hecha una furia, a la mesa donde Daruu estaba sentado.

—Mira que eres un desastre. Siempre igual, "tengo sed mamá, ponme un vaso de agua también". Y luego no sabes beber, ¡bocachocho! —Los demás clientes, ajenos a lo que de verdad estaba sucediendo, rieron. Daruu no supo si agradecer la táctica de viejo disimulo shinobi de su madre o si desear que la tierra le tragase. Enrojeció como un tomate.

De debajo del kimono, Kiroe sacó una bolsa llena de bollitos de vainilla y la dejó encima de la mesa. Cogió el taiyaki con la habilidad de un prestidigitador y lo metió dentro. Asió la fregona y... absorbió con ella el agua del suelo con ahínco.

—¡Anda, atiende a tu invitado como se merece —dijo, y salió a una velocidad elevada, ni caminando ni corriendo, hacia la cocina.

—Buenas tardes, Daruu-kun —saludó Kori. Se detuvo al pisar el suelo mojado. Daruu señaló con timidez el vaso volcado que su madre había dejado en la mesa.

—¿Esperas compañía? —añadió.

—Sí —dijo Daruu. «Allá vamos. Con naturalidad». Señaló la bolsa de bollitos—. La tuya. Feliz cumpleaños, Kori-san. ¡Sorpresa!

Levantó los brazos y sonrió como un idiota.
[Imagen: K02XwLh.png]

No hay marcas de sangre registradas.
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