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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1

Ayame al habla, con hueco de rol.

He pensado en crear esta tramita especial para estas fechas que se avecinan. Los participantes ya sabéis quiénes sois, y podéis ir entrando libremente. Como viene siendo habitual, os recuerdo que se debe responder en un plazo de 72 horas, de sobrepasarse este límite se le saltará el turno en esa ronda, de reiterarse estas ausencias conllevarían a diversas consecuencias para el personaje...



Sobre unos escarpados riscos excavados por la incesante acción de un río de turbulentas aguas que ahora discurría por su fondo, un pequeño pueblecito se alzaba en las Tierras de la Llovizna del País de la Tormenta. Un pueblo famoso por las calabazas que los habitantes del pueblo cultivaban en sus tierras y de las que tan orgullosos se sentían. Era un pueblo pacífico, muy tranquilo, y al que muchas personas acudían desde todas partes de Ōnindo simplemente para disfrutar de los escarpados paisajes alfombrados de verdes y salpicados por rocas aquí y allí. O al menos lo era, hasta que comenzaron las desapariciones.

Luna tras luna, alguien desaparecía en mitad de la noche. Unas veces era un hombre al cerrar su negocio, otras era una pobre anciana que había salido a dar de comer a sus gatos, a veces sólo era un niño que, despistado, regresaba a casa más tarde de lo habitual... El agresor, o los agresores, no parecían hacer distinción alguna, y le daba igual el sexo, edad o posición social de sus víctimas. No había ningún hilo vinculante que las uniese. Las noches seguían sucediéndose, y con ellas las desapariciones, y los vecinos de Yachi, aterrorizados y hartos, se acogieron a las tres aldeas shinobi. Aunque pertenecían al País de la Tormenta, se encontraban en una posición intermedia entre los tres y ya les daba igual quién viniera a socorrerles y de donde. Sólo querían que vinieran. Así, los pergaminos volaron al este, al norte y al sur, hasta las manos de sus legítimos propietarios. Un pergamino sellado con una letra S en grande.




(S) Solsticio de Sangre


Publicada en: Amegakure/Kusagakure/Uzushiogakure
Solicitante: Alcalde de Yachi
Lugar: Yachi

«Noche tras noche se están produciendo desapariciones de personas en nuestro pueblo. Siempre es una persona, y nunca deja rastro alguno de su desaparición. Simplemente, desaparece como si se la llevara el viento. La situación es crítica, y en cosa de una semana tendrá lugar la Fiesta de la Cosecha. Nos preocupa enormemente, pues dicha fiesta se celebra por la noche y tememos que el agresor pueda aprovechar el momento entre la multitud.

Por eso solicitamos urgentemente la intervención de alguno de sus shinobi o kunoichi para esclarecer los casos, y terminar con esta época de terror de una buena vez por todas.»



Los tres shinobi, de sus respectivas tres aldeas, recibieron el pergamino de la misión, y los tres llegarían aproximadamente al mismo tiempo al pueblo la noche de antes de la Fiesta de la Cosecha. Era media tarde, y el sol comenzaba a declinar por el horizonte. Para cuando llegaron se encontraron con una curiosa estampa: todas y cada una de las casas habían adornado sus jardines y los dinteles de sus casas con calabazas que habían ahuecado, tallado diferentes rostros y figuras y habían iluminado con ayuda de velas.

¿La misión de estos tres chicos? Investigar las desapariciones, dar con el o los causantes, y terminar con ellas.
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#2
Releía por enésima vez el pergamino que tenía en su posesión. Desapariciones, sin dejar rastro, noche, urgentemente..., por ello, si alguien preguntaba a Eri sobre las palabras que lo contenían, ella las recitaría de memoria, y, aun así, se encontraba lejos de saber qué podría ser aquello a lo que se enfrentaría en esa misión pues era la primera vez que se embaucaba sola en una misión de rango S.

Había visitado Yachi anteriormente, pero no por esas fechas. Conocía la importancia de la cosecha de las calabazas en el lugar, pero tampoco conocía esa famosa Fiesta de la Cosecha, así que se sorprendió al encontrar la decoración tan pintoresca que adornaba las casas del pueblo. Y, en su interior, lo encontró hasta perturbador, con esos rostros tallados y esos colores.

No le gustaba.

Pero aun así, ella no estaba de celebración, ella tenía que encontrar al o a los culpables, y no tenía tiempo que perder. Necesitaba pistas, necesitaba descubrirlo y lograr que nadie más resultara secuestrado, así que, tendría que ponerse manos a la obra.

Vamos allá —se dijo, dándose ánimos.
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#3
Amedama Daruu gruñó cuando la luz del atardecer bañó sus párpados. Cruzado de brazos, se sacudió un par de veces y sólo se dio por vencido cuando el chirrido del freno del ferrocarril marcó la llegada del vehículo a la estación de Yachi. Solo en el vagón, el muchacho se estiró e hizo sonar su cuello, hacia un lado y hacia otro. Se levantó, bostezando, y salió del tren.

Habían elegido al Hyūga por varios motivos. Era uno de los shinobi de Amegakure más capaces, de eso poca gente podía tener dudas, pero en realidad se trataba de otra cosa. No era la primera vez que Amedama se enfrentaba a una historia de terror como aquella. La última vez fueron extrañas luces y sonidos en el Cementerio del Gobi, y acabó enfrentándose a una secta junto a Rōga. A una secta... y a un shinigami. De los de verdad. Que todavía andaba suelto por Oonindo.

En esta ocasión, lo único que sabían es que había desapariciones en medio de la noche. Daruu creía, de verdad creía, que se trataría de algún criminal, un asesino en serie. Una persona macabra, pero una persona al fin y al cabo. Sin embargo, sabía que no había que tomarse a broma otras posibilidades. Sí, quizás hubieran contactado con él por eso, a pesar de que dudaba que Yui hubiese creído su reporte.

Daruu caminó por el andén y bajó las escaleras, en dirección al pueblo. Vestía con un uwagi de manga larga, de color negro, junto a unos pantalones de color gris oscuro. Bajo este, un jersey de cuello alto, rayado, de color verde aguamarina oscuro, como sus mitones, como sus botas. Atado en la cintura, un obi blanco, y atado a este, un cinturón verde aguamarina también, con la placa de Amegakure, en el que ataba uno de sus portaobjetos.

«¿Quienes serán mis compañeros de misión?», pensó Daruu. «Espero que ya que se viene también Kusagakure, sea alguien que me caiga bien.»

Cruzó un par de calles. No era como en Kabotaro, no había ridículos disfraces de gato —qué irónico—, pero sí había calabazas. En opinión de Daruu, una clara mejora. «Una clara mejora», se reafirmó así mismo, asintiendo con la cabeza. Entrecerró los ojos. «No puede ser.»

¿Eri? ¿Uzumaki Eri? —Sonrió. ¡Era ella! Hacía siglos que no la veía—. ¿Estás aquí de paso, o eres tú la kunoichi de Uzushiogakure que han asignado para la misión? —preguntó, acercándose.
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#4
No sé ni cómo me atreví a coger el maldito tren después de mi última y reciente experiencia en una estación de tren. Pero me armé de valor y lo hice. Recordaba la última vez que había estado en aquel lugar, Yachi. Curiosamente era más o menos por aquella época del año hace ya unos años, después del desastre de aquel examen de chūnin. Kumopansa también lo recordaba, como olvidar aquella patada en los morros, la patada de aquel que odia a los de su especie y siente la imperiosa necesidad de erradicarlos y extinguir a las arañas de la faz de la tierra y, por tanto de Ōnindo.

— Bueno, pues ya estamos aquí

— Centrémonos en lo que hemos venido a hacer

Podía parecer la voz de la conciencia, pero no, solo era Kumopansa que al parecer mi subida de rango le había sentado como un subidón de repentina madurez.

— Relajate un poco y disfruta de las vistas. Mira las tiendas y los locales, ¿no te gustan? — el animal terminó por resoplar — Demos una vueltecita y luego nos ponemos en marcha, va

Pero pronto se acabaría la vueltecita.

¿Eri? ¿Uzumaki Eri? —Sonrió. ¡Era ella! Hacía siglos que no la veía—. ¿Estás aquí de paso, o eres tú la kunoichi de Uzushiogakure que han asignado para la misión?

— ¡AH! — chilló el animal horrorizado.

— Cálmate, joder, o vamos a ser el jodido centro de atención, otra vez. Fijate bien, no está su madre, ni siquiera Ayame está ahí, solo está él y.... joder, es Uzumaki Eri — de pronto recordé que nos habíamos podido repetir nuestro encuentro, qué caprichoso que era el jodido destino.

Me acerqué hasta ambos.


— ¿Entonces habéis venido ambos a la misión?

Si se fijaban en el emisario de aquella pregunta verían a un Yota distinto. aunque seguía vistiendo de negro con sus habituales prendas, encima de la camiseta negra y carmesí ahora lucía un chaleco también negro con detalles dorados y en la parte dorsal se dibujaba una araña carmesí. Además, la chapa que me acreditaba como chūnin lucía brillante en la parte superior del brazo izquierdo.
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Narro ~ Hablo ~ Pienso ~ Kumopansa
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#5
Los tres shinobi llegaron a su destino sin ningún tipo de contratiempo.

Amedama Daruu bajó del ferrocarril y comenzó a andar por las calles de Yachi. Seguramente sería a él a quien más familiar le pareciera el lugar, ya que tenía su madre tenía una pequeña cabaña cerca de allí donde solían pasar juntos los días festivos. Pero en aquellos instantes todo parecía particularmente diferente, sobre todo con todas aquellas calabazas que parecían estar siguiéndole con la mirada de sus cuencas vacías. Un par de calles más allá, el shinobi de Amegakure reconoció los cabellos pelirrojos de Uzumaki Eri. Aunque no sería la única cara conocida del día: Otro shinobi, esta vez de Kusagakure, se acercó hasta ambos para saludar. Se trataba de Sasagani Yota, acompañado como siempre de su inseparable amiga arácnida.

Aunque antes de que cualquiera de ellos pudiera responder, un par de siluetas muy pequeñas les salieron al paso y prácticamente se tropezaron con ellos.

¡BU! —gritó un chiquillo, que no debía pasar ni de los diez años.

Y a aquel le respondió otra niña de cabellos rubios entre sonoras carcajadas.

¡Os hemos pillado, shinobi! ¡Buuuuuuuu!

Y echaron a correr, como alma que lleva el diablo, calle arriba.
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#6
¿Eri? ¿Uzumaki Eri?Aquella voz le resultaba muy familiar, por ello, terminó girándose rápidamente hacia ella—. ¿Estás aquí de paso, o eres tú la kunoichi de Uzushiogakure que han asignado para la misión?preguntó la voz, perteneciente a, ni más ni menos que Amedama Daruu.

¿Cuánto hacía que no le veía? Desde la final del torneo, si mal no recordaba. Claro que, con todo el trajín que allí se montó y su golpe en la cabeza, no había tenido tiempo si quiera de poder despedirse de ellos... Aunque tampoco sabía si a los demás les había dado tiempo realmente.

¡Daruu! —saludó, acercándose a él—. ¿Misión? Sí, mira —le enseñó su pergamino—. Creo que puedo ser útil, o eso espero... —comentó, algo nerviosa. No quería defraudar más a la villa—. ¿Tú también? Entonces seguro que podemos entre los dos. —Intentó sonar confiada.

—Cálmate, joder, o vamos a ser el jodido centro de atención, otra vez. Fíjate bien, no está su madre, ni siquiera Ayame está ahí, solo está él y.... Joder, es Uzumaki Eri —otra voz familiar se acercaba a ellos, y el rostro de Yota se reflejó en sus ojos, bastante más cambiado a como lo recordaba. Eri tragó saliva: no se habían visto tal y como habían acordado, pero también sabía ciertas cosas que quizá era mejor preguntar en algún momento. Aunque en ese, sin duda, no, puesto que había una misión por medio y... — ¿Entonces habéis venido ambos a la misión?

Araña.

La jodida araña gigante de Yota estaba allí también con él.

Levantó la mano con cuidado, señalando, o intentando señalar; a aquel ser que ahora miraba con cara horrorizada, hasta que...

¡BU! —gritó un chiquillo, que no debía pasar ni de los diez años.

¡AHHHH! —chilló, horrorizada, mezclando tanto el susto como el miedo hacia los arácnidos que tenía ella, abrazándose a lo primero que encontró, que, en ese caso, resultó ser el brazo de Daruu.
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—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
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#7
Daruu sonrió y asintió a Eri, que le recibió con ilusión enseñándole el pergamino de la tarea. En ese momento unas familiares blasfemias llamaron la atención de ambos. Una sombra de dolor cruzó por la cara de Daruu, quien apartó la mirada apretando la mandíbula.

«No sé qué es peor, ahora que lo pienso. Preferiría sentir resentimiento contra alguien que no conozco.» El amargo recuerdo de un sentimiento similar con los shinobi de otra villa cruzó por su mente un instante. Pero no tuvo tiempo de pensar mucho sobre ello.

¡BU! —gritó un chiquillo, que no debía pasar ni de los diez años, que acababa de saltarles prácticamente encima, acompañado de una muchacha rubia. Daruu dio un pequeño brinco, pero el susto de verdad vino cuando Eri se enganchó a su brazo como un gato asustado a una cortina.

¡Me cago en mi vida! —se quejó—. ¡Eri, que me has asustado tú más que ellos! ¡Y... suél... tate! —Daruu sacudió el brazo, rojo de vergüenza, y se aclaró la garganta—. Sí, hemos venido ambos. Lo que no entiendo es por qué Yachi ha pedido ayuda a otras aldeas estando nosotros —dijo. «Especialmente a la vuestra», quiso decir también. «Amegakure no debería tolerar este despropósito», pensó.

Pero se mantuvo en calma, y se limitó a señalar lo que le parecía extraño.

»¿Por dónde empezamos? —zanjó, cruzándose de brazos y desviando el peso del cuerpo a la rodilla izquierda, flexionada—. Podríamos utilizar un cebo. Pero antes, quizás, deberíamos de ir a hablar con el alcalde. Ver si hay algún tipo de relación entre los desaparecidos. En el pergamino no dijo nada, así que supongo que no.

»Pero hay que saber si han habido desapariciones de niños y de adultos por igual. De mujeres y de hombres. Tratar de dar con un perfil. Si ha habido niños, yo podría organizar una treta...
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#8
Mi presencia allí estaba siendo algo, bueno, puede que entre inesperada y desagradable. La cara de Eri era todo un poema, la cual estaba clavada en Kumopansa.

¡BU!

Un chaval del lugar había decidido que fue una gran idea lo de hacernos un susto. Mientras Eri se colgaba del brazo el amejin yo di un ligero brinco y Kumopansa un grito ahogado. Instantes después fue el propio Daruu el que estaba tratando de calmar a la kunoichi mientras yo observaba como el responsable de aquella situación se marchaba tal como había venido, probablemente buscando una nueva víctima.

»¿Por dónde empezamos?

Sí, la misión. Teníamos que centrarnos en ello e ir interiorizando que íbamos a tener que trabajar juntos. Por mi parte no iba a ser un problema. Dos pares más de ojos y manos iba a ser de gran ayuda. Pero si algo me había quedado muy claro es que aquello iba a ser grande. No solo me habían enviado a mi que había sido ascendido, sino que contaba con la presencia de un jönin de la lluvia y otra jönin del remolino.

Podríamos utilizar un cebo. Pero antes, quizás, deberíamos de ir a hablar con el alcalde. Ver si hay algún tipo de relación entre los desaparecidos. En el pergamino no dijo nada, así que supongo que no.

»Pero hay que saber si han habido desapariciones de niños y de adultos por igual. De mujeres y de hombres. Tratar de dar con un perfil. Si ha habido niños, yo podría organizar una treta...


«Sin que sirva de precedente...»

— Estamos de acuerdo, antes que nada hay que recopilar el máximo de información posible. Pongámonos en marcha.
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#9

Creo que se me ha olvidado decirlo, no hace falta que sigáis estrictamente los turnos. Si alguno, por cualquier cosa, quiere postear antes que el otro no va a haber ningún problema con ello siempre y cuando hagáis un solo post por ronda, claro.



Después del pequeño incidente con los chiquillos y con la araña de Yota, los tres shinobi decidieron que lo mejor que podían hacer era acudir a la morada del alcalde de Yachi para recabar información.

Sin embargo, había un pequeño e insignificante problema. O quizás lo era para Daruu y para Yota que, ajenos al terror y la aversión que sentía su compañera por las arañas...

+-+0 (+1)
Voluntad de Eri: 50 (+1), Fobia agudizada a las arañas: +1 a la Dificultad
Resultado final: +2 | Dificultad: +2
Empate

...avanzaba prácticamente a trompicones, muy lentamente, con los ojos fijos en aquel monstruoso artrópodo con ocho patas y de abdomen abombado que Yota llevaba consigo.
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#10
¡Me cago en mi vida!blasfemó Daruu, y Eri emitió un chillido—. ¡Eri, que me has asustado tú más que ellos! ¡Y... suél... tate!Daruu movidó el brazo a todas direcciones, intentando zafarse del agarre que ejercía la Uzumaki, y ella, con los ojos llorosos, al final tuvo que alejarse de él, sintiéndose desprotegida al instante ante los mil y un ojos del ser malvado que tenía Yota por amiga. Daruu prosiguió—: Sí, hemos venido ambos. Lo que no entiendo es por qué Yachi ha pedido ayuda a otras aldeas estando nosotros —dijo.

«Bueno... Quizá no había tanta gente de servicio...» Se lamentó para sus adentros Eri, incapaz de ponerle voz a sus pensamientos.

Escuchó atentamente a Daruu hablar de lo que podrían o no hacer mientras ella, mirando de reojo a la bestia arácnida mientras asentía, aunque no prestaba completa atención al Amedama.

Estamos de acuerdo, antes que nada hay que recopilar el máximo de información posible. Pongámonos en marcha.

S-sí... Vamos... —animó ella, sin alejarse mucho pero tampoco sin acercarse a la araña gigante. ¿Cómo era capaz de andar tan tranquilo con semejante monstruo cerca? No lo decía por ella, claro, sino por Yota. No lo comprendía.

Tiritó.

Lo mejor era intentar pensar en el incidente de Yachi. Sí, a ver qué les contaba el alcalde.
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#11
Se notaba a kilómetros que a Eri le incomodaba aquella gigantesca araña que Yota llevaba encima. Bueno, a decir verdad, ¿y a quién no? Era un bicho asqueroso con patas peludas y quién sabía cuántos ojos. Por eso el Hyūga suspiró y se acercó a Yota en un intento por arreglar las cosas con un pelín de diplomacia.

Oye, Yota... —susurró—. Creo que Eri está algo incómoda con tu araña. —Daruu miró a la araña y se encogió de hombros—. Lo siento, no te ofendas.

»¿Qué te parece si la desconvocas durante esta misión? ¿Es un Kuchiyose, verdad?

-++0 (+1). Carisma 40 (+1). Total: +2

Off: No tires dado si no quieres, Yota, me hacía ilusión xD
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#12
— ¿Qué pasa? ¿tengo humanos en la cara o qué? — decía Kumopansa a una Eri que la miraba con absoluto terror.

Alcé la mano hasta la altura del arácnido para que se detuviese.

Oye, Yota...

— ¿Hm? — musité cuando Daruu llamó mi atención.

Creo que Eri está algo incómoda con tu araña. —Daruu miró a la araña y se encogió de hombros—. Lo siento, no te ofendas.

»¿Qué te parece si la desconvocas durante esta misión? ¿Es un Kuchiyose, verdad?


Pero lo que tenía que decir llamó más la atención de Kumopansa que la mía propia. Por alusiones parecía tomárselo como algo bastante personal. Sentí la tensión en sus patas.

— ¿Que no me ofenda? Tienes que estar de puta coña, tronco — escupió el arácnido iracundo mientras yo suspiraba — No vas a hacer eso, ¿verdad, Yota?

Miré a Eri de nuevo, luego volví a mirar a Daruu.

— No le veo el sentido a prescindir de lo que nos puede ofrecer Kumopansa, Daruu. No se trata de ninguna mascota, ella es tan ninja como tu o como yo.
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#13
Pero Yota no parecía dispuesto a prescindir de la presencia de su fiel compañera, por lo que Eri se vería obligada a soportarla como buenamente pudiera.


No voy a hacer una tirada cada turno para ver cómo lleva Eri su fobia hacia las arañas, tomaré en cuenta la que hice en el turno anterior. Así, mientras se encuentre en presencia de Kumopansa, Eri no se quedará paralizada en el sitio, pero sí verá su Agilidad reducida en 10 puntos y le costará un poco coordinar las piernas para seguir caminando con normalidad.

Los tres shinobi continuaron su travesía por las calles de Yachi. El atardecer se cernía sobre el pueblecito, con el sol parcialmente oculto entre los nubarrones que cubrían el cielo. Según avanzaban, los tres pudieron fijarse en el ambiente festivo: además de las calabazas, multitud de guirnaldas de colores purpúreos y anaranjados pendían sobre sus cabezas. Sin embargo, este ambiente festivo contrastaba enormemente con la actitud de los habitantes que, visiblemente alarmados, aceleraban el paso para llegar a sus hogares cuanto antes o llamaban a sus niños desde la puerta para entrar a casa. Entre aquellos chiquillos, vieron al mismo que les había asustado hacía unos pocos segundos. Después de tropezar contra Daruu en su carrera, el pequeño apenas giró la cabeza de vuelta hacia ellos antes de acelerar el paso y desaparecer por una de las puertas que se cerraban a su alrededor.

No tardaron más de un cuarto de hora en llegar a su lugar de destino, siguiendo las indicaciones que figuraban en sus pergaminos oficiales. Ahora se encontraban frente a una casa que resaltaba con respecto al resto. Era una casa algo más opulenta a simple vista, pero seguía sin acercarse a la grandiosidad de los edificios de Kage que los tres estaban acostumbrados a ver. Era un edificio de piedra de dos plantas, de paredes más bien anaranjadas y un tejado a dos aguas de tejas oscuras. Un extenso jardín, cuidado con esmero y ahora repleto de calabazas iluminadas entre los matorrales y las flores, se extendía frente a la puerta principal. Todo el complejo estaba rodeado por una valla de piedra y agujas verticales de metal oscuro. Frente a la puerta principal, dos soldado esperaba, firmes en su posición. Eran un hombre y una mujer, ambos con armaduras idénticas y naginatas dispuestas junto a ellos. Naginatas que cruzaron frente a los tres shinobi.

Identificación —exigió la mujer.
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#14
Escuchó a Daruu como intentaba —en vano— hacer entrar en razón a Yota sobre su kuchiyose, pero éste, y también, el ser que provocaba ese sentimiento de pavor en Eri; se negaron en rotundo, por lo que Eri tragó grueso y trató de mentalizarse sobre lo que sería estar todo el rato con una araña gigante prácticamente a su lado.

¿Por qué a ella?

Intentó distraerse mirando como las gentes de Yachi habían dispuesto los adornos para aquella festividad donde el color naranja y las calabazas parecían predominar sobre todo lo demás. Por unos segundos, se sintió algo mejor, pero el simple movimiento involuntario de su rostro para mirar a sus compañeros hizo que volviera a tensarse. No sería una tarea para nada sencilla.

Para su suerte, no tardaron en llegar mucho más tiempo a la casa del alcalde. Se notaba que era la casa de alguien importante, aunque Eri no prestó mucha más atención de la necesaria.

Dos personas guardaban la casa, un hombre y una mujer. Cruzaron sus armas y habló la última:

Identificación —exigió.

Eri tomó su pergamino y se acercó intentando mantenerse firme, aunque no pudo evitar que sus piernas temblasen por un momento.

Uzuma...ki Eri, jōnin de Uzushiogakure —se presentó, luego señaló a sus compañeros—. Venimos por una misión —antes de hablar más sobre el motivo y no meter la pata, les tendió el pergamino, esperando que con ello bastara.
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#15
Tras la sugerencia de Daruu, el bicho que llevaba al hombro Yota se ofendió, claro que se ofendió. Y parecía tan malhablado como su compañero. Daruu se limitó a devolverle una peligrosa mirada con aquellos ojos blancos entrecerrados. «Te aplastaría con un zapato, cabrón.»

No le veo el sentido a prescindir de lo que nos puede ofrecer Kumopansa, Daruu. No se trata de ninguna mascota, ella es tan ninja como tu o como yo.

El Hyūga se detuvo un momento y dejó que Eri se adelantara mientras estiraba un poco de la manga de Yota para hablarle en privado. Le señaló con el dedo.

Está bien. Veremos lo que nos puede ofrecer, aparte de tener aterrorizada a una compañera —espetó, y se adelantó para ponerse al lado de Eri, dando por zanjada la conversación.

Continuaron caminando por las calles de Yachi. El clima de tensión era evidente: la gente se afanaba por ocultarse en sus casas cuando apenas ni caía la noche. Uno de los chiquillos que habían gastado una broma a los shinobi se tropezó con Daruu, pero apenas él pudo intercambiar una mirada ni quejarse: el chiquillo salió disparado bajo el refugio de sus padres.

La casa del alcalde resaltaba respecto al contexto, pero no era tampoco una mansión. Estaba rodeada de un jardín decorado y unas verjas, y vigilado por dos soldados, un hombre y una mujer armados con naginatas. Las cruzaron cuando ellos se plantaron delante, pidiéndoles la identificación. Eri fue la que enseñó el pergamino de la misión.

Amedama Daruu, jōnin al servicio del País de la Tormenta. —Señaló con desgana la placa dorada—. Nos gustaría hablar con el alcalde. Necesitamos más información sobre los crímenes que se han venido produciendo últimamente.
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