Dormir se había vuelto una ardua tarea desde que sali de la arena. Más que una tarea era un privilegio, y yo no era un privilegiado. Y en esas noches que no dormía, pensaba, pensaba demasiado. Me bajaba al salón común de Nantōnoya y me entretenía pensando en la oscuridad. Pronto, la oscuridad se aburrió de mi y decidí sentarme en el suelo exterior de madera mirando el pequeño estanque que nos habían puesto en el jardín, no muy lejos de una de las puertas.

En aquella superfície de agua veía reflejada la luna y un pequeño tubo de bambú se llenaba y se vaciaba periodicamente. Como un metronomo ponía mis pensamiento a ritmo, los serenaba como el tiempo hacía con el estanque al tirar una piedra al agua. Cada vez que un pensamiento claro me enturbiaba tiraba una piedra, para que el agua se enturbiase conmigo y cuando ésta se calmaba pasaba al siguiente.

Como mi kage me había ordenado combatir a muerte con un samurái sediento de sangre al que debería llamar compañero pero que ahora mismo solo podía llamar lunatico. Piedra. Como yo mismo había tenido que dejar inconsciente y herir a ese compañero a pesar de pedirle varias veces que por favor cesara todo ese grotesco espectaculo. Piedra. Haskoz muerto, Shiona muerta, Noemi paralitica. Piedra. Piedra. Piedra. Piedra. Piedra.

Me queda solo una piedra. Piedra.

El estanque tardó unos segundos en calmarse, antes de que el vaciar del tubo de bambú lo revolviese levemente. Y vuelta a empezar. Ahí me quedé, pensando en qué hacer, en quien confiar si mis propios compañeros parecían incapaces de limitarse al combatir entre ellos. Uchiha Datsue amenazando a Eri con explotarla viva, Comoseapellide Kotetsu siendo incapaz de guardar su espada y su virilidad para tener un combate digno entre compañeros. ¿Donde está el límite? ¿Qué no harían cuando estuviese ante ellos un premio de verdad? El examen de Chunnin.

Decidí dejar la mente en blanco, dejandome llevar por el ritmico y controlado estruendo del bambú. Aspirando y espirando al mismo son que él se llenaba y vaciaba.

Aquella era una noche singular, casi mágica, pues algo inaudito estaba ocurriendo en un pequeño rincón de Oonindo. Allí, en el Valle de los Dojos, un joven chico de cabellos recogidos en un moño iba en contra de su destino, de la naturaleza de su clan. Y es que, por imposible que pudiese parecer, él era un Uchiha…

… feliz.

Sí, feliz. Tan feliz que el amargo sabor de la venganza había desaparecido de su paladar. Tan feliz que el ponzoñoso aroma del odio ya no impregnaba su olfato. Tan feliz que incluso, la habitual arruga de su ceño fruncido había desaparecido para dar paso a las arrugas de la comisura de sus labios, que formaban una casi imperceptible pero permanente sonrisa.

El motivo de su felicidad era sencillo. O los motivos, más bien. Primero, se había convertido en un hombre. Con todas las de la ley, y nada más y nada menos que con una de las kunoichis más bellas de Amegakure —y, para su gusto, de toda Oonindo—, llamada Aiko. Por si aquello no fuese suficiente para levantarle la moral a un adolescente en plena pubertad como él, también había pasado de ronda en el torneo. Quizá al principio no le hubiese dado importancia, pero ahora que había saboreado la gloria, su ego le pedía más. Le exigía más. Y, por último, como la guinda al pastel, estaba la revista. Aquel pequeño proyecto que el Uchiha había iniciado hacía un tiempo, mitad como hobbie, mitad para sacarse unas monedas extra. Pero con la bomba que tenía entre manos, la traición de un Uchiha a su difunto amigo y camarada acostándose con su novia, muy mal lo tenía que hacer para no hacerse de oro.

—Y cantan, cantan, cantan, los Uzureños, en los Cerezos —canturreaba, en voz baja, mientras bajaba por las escaleras—,y ríen, ríen, ríen, las Kusareñas, en sus regazos —continuó, adentrándose en el salón principal del Dojo—, y llueve, llueve, llueve, ¡ay cómo llueve, en los sembrados! —Datsue deslizó la puerta corredera y salió al patio exterior, dejando que la suave brisa nocturna le acariciase la piel como una amante—,y lloran, lloran, lloran, los Kusareños, ¡al seguir secos!

Fue entonces cuando lo vio. Nabi. Uno de los compañeros de promoción de Akame. Parecía estar meditando, en una postura seria, todo lo contrario a como Hozuki Chokichi le había descrito. Hozuki Chokichi era su socio en la Villa. Le contaba qué ninjas eran de fiar y cuales no para sus pequeños negocios, y le suministraba todo tipo de información sobre sus compañeros. «O sobre mis compañeras, más bien» En lo que respectaba a las kunoichis, Chokichi le surtía con tal cantidad de detalles sobre sus quehaceres y gustos que casi resultaba enfermizo. Con los varones, sin embargo, era más despistado. De Nabi en concreto, tan solo le había dicho que era un chico raro, y que pasaba demasiado tiempo con Eri.

Sonrió. Para Hozuki todos los hombres pasaban demasiado tiempo con las chicas que le gustaban.

—No te tenía por un tipo que meditase —le interrumpió, en voz no muy alta—. Nabi, ¿verdad? Creo que nunca nos llegamos a presentar debidamente. Uchiha Datsue, también conocido como Datsue el Intrépido entre los compañeros de misión, Datsue el Bardo entre el pueblo, y Datsue el Médico entre ciertas… kunoichis. ¿Interrumpo algo importante?

El sonido constante de la tranquilidad fue interrumpido por el jolgorio de un especimen que parecía ser humano y lo que era peor, feliz. No podía haber nada peor que alguien feliz cuando uno está más agriado que el vinagre. Además la gente alegre tiene el fetiche de querer contarte porque son felices y que tú te contagies de su felicidad, que asco dan.

—Y cantan, cantan, cantan, los Uzureños, en los Cerezos ,y ríen, ríen, ríen, las Kusareñas, en sus regazos , y llueve, llueve, llueve, ¡ay cómo llueve, en los sembrados! ,y lloran, lloran, lloran, los Kusareños, ¡al seguir secos!

Y si había algo peor que la gente feliz, era la gente feliz cantando. Y es que la cosa no acababa ahí, por si mis expectativas de conseguir que se fuera sin percatarse de mi presencia no eran ya limitadas, abrió la puerta deslizante de par en par haciendo que me masajease los ojos cerrados con los dedos pensando en qué clase de nuevo traidor me esperaba tras esa misteriosa voz. Cuando empezó a hablarme ya sí que no tenía por donde escapar, abrí los ojos y me giré para contemplar el rostro de aquel señorito.

—No te tenía por un tipo que meditase. Nabi, ¿verdad? Creo que nunca nos llegamos a presentar debidamente. Uchiha Datsue, también conocido como Datsue el Intrépido entre los compañeros de misión, Datsue el Bardo entre el pueblo, y Datsue el Médico entre ciertas… kunoichis. ¿Interrumpo algo importante?

Para cuando me acostumbré a la tenue luz que procedía del interior y pude ver con claridad su rostro ya se había presentado, así que no tuve que hacer mucha memoria. Uchiha Datsue, como si el universo se mofase de mi, de nuevo.

— Uchiha Datsue...

Repetí, dandole demasiadas vueltas a la cabeza a lo que podía, debía e iba a decir, siendo tres categorias totalmente diferentes y bien diferenciadas. Podía decirle casi cualquier cosa, lo que pensaba, lo que se merecía y todos los insultos habidos y por haber. Debía decirle cosas que fomentasen el compañerismo y el buen rollo pues eramos aliados y potencialmente podría verse en situación de salvarme la vida. ¿Y qué iba a decirle? Directamente lo que pensaba.

— No interrumpes nada, de hecho me vienes como anillo al dedo. Dudo entre levantarme yo o sentarte tú, pero creo que sería mejor si te sentases si te vas a quedar, más que nada porque levantarme para volver a sentarme es un gasto de tiempo y esfuerzo.

Le señale que se sentase a mi lado mientras seguía con mi charla.

— ¿Crees que podemos confiar los unos en los otros despues de haber ido a saco en el torneo? En tu caso, casi explotas a Eri, en el mio, Kotetsu no hizo más que llevarlo todo al extremo, estoy seguro que si hubiese podido me hubiese ensartado con su katana. ¿Crees que ella podría confiar en ti o yo en Kotetsu? Porque sinceramente no me siento capaz de darle la espalda en mucho tiempo. Y yo de ti vigilaría la tuya tambien.

Intentaba saber su versión de los hechos antes de hacer conjeturas y expresar mi desacuerdo en forma de acusaciones de prostitucion y de teniencia ilicita de problemas mentales en su familia, pero se me escapó un poco de agresividad verbal en la última oración. Volví a mirar al estanque tanto si se había sentado como si no.

— Lo que siento ahora mismo está lejos de compañerismo, lo único que me gustaría daros a los dos es un buen puñetazo en los dientes.

La gente tendía a no tomarse en serio lo que decía, eso acompañado del tono neutro, más bien algo decepcionado de mis palabras, en vez de la típica chulería con la que se decía que te iban a dar una hostia, hacía más que poco probable que tomase represalias. Tampoco estaba en guardia ni nada, así que no ofrecería resistencia alguna.

Nabi repitió su nombre, y una sombra pareció cruzar su rostro al hacerlo. Algo que le pilló por sorpresa, pues que el Uchiha recordase, todavía no le había hecho afrenta alguna.

«Todavía…»

Pero Nabi no parecía opinar lo mismo. O, al menos, creía que la presencia del Uchiha le venía bien, y le ofreció sentarse de un modo de lo más rocambolesco. Datsue sonrió, divertido por sus maneras, y como no tenía nada que perder aceptó su oferta, cruzando las piernas sobre el césped y apoyando las manos sobre las rodillas, con la espalda ligeramente encorvada.

Luego, directo y preciso como una saeta, el Senju lanzó su pregunta sin ni siquiera preparar el terreno con alguna conversación banal. Le inquirió si se podría confiar en los compañeros de Villa, una vez estos trataron de asesinarte en un simple torneo. Le acusó, incluso, de tratar de quemar viva a Eri. El rostro del Uchiha reflejó la más pura consternación, una consternación que se convirtió en indignación cuando Nabi soltó una amenaza velada.

—Pero… ¡Nabi! —exclamó, con voz exageradamente aguda y dolida, cuando éste fue más allá y confesó su deseo de partirle los dientes tanto a él como a Kotetsu—. ¿Cómo puedes decir eso? No sé nada de Kotetsu, ¡pero yo jamás hubiese hecho estallar ese sello explosivo! —juró, indignado—. ¿Acaso tengo pinta de un puto sádico asesino? Joder, tío, me ofendes. Sí, le clavé un kunai por la espalda —reconoció—. Y sí, ese kunai llevaba un sello. Pero era solo para asustarla y que se rindiese. De no haberlo hecho, hubiese seguido combatiendo sin detonarlo, joder.

»Y ahora te pregunto —añadió, con voz crispada. Aquel cabrón había logrado enturbiar su pletórico estado de felicidad—. ¿Quién es aquí el tipo en el que se puede confiar? ¿Yo, que para pasar de ronda ante una compañera de Villa solo le dejé un rasguño en la espalda? ¿O tú, que según oí le diste tal paliza a Kotetsu que tuvieron que sacarlo en camilla por quedar inconsciente?

«¡Primer round para Datsue el Intrépido, mamón!»

—Pero… ¡Nabi!. ¿Cómo puedes decir eso? No sé nada de Kotetsu, ¡pero yo jamás hubiese hecho estallar ese sello explosivo! ¿Acaso tengo pinta de un puto sádico asesino? Joder, tío, me ofendes. Sí, le clavé un kunai por la espalda

—. Y sí, ese kunai llevaba un sello. Pero era solo para asustarla y que se rindiese. De no haberlo hecho, hubiese seguido combatiendo sin detonarlo, joder.

»Y ahora te pregunto. ¿Quién es aquí el tipo en el que se puede confiar? ¿Yo, que para pasar de ronda ante una compañera de Villa solo le dejé un rasguño en la espalda? ¿O tú, que según oí le diste tal paliza a Kotetsu que tuvieron que sacarlo en camilla por quedar inconsciente?

Me parecía de mala educación cortar a alguien cuando está en pleno discurso argumentativo pero era díficil cuando Datsue no paraba de colarme preguntas entre medias, esperaba que se detuviese del todo para contestarle todas en orden y le costó al condenado.

— Puedes llamar oro a la mierda pero seguirá siendo mierda. Aunque llames rasguño a clavarle un kunai por la espalda a una compañera de villa sigue siendo una puñalada trapera. Tus pintas sí que son las de un tipo más agresivo de lo normal, solo te falta la bandana de Amegakure para completar el estereotipo. Yo le di tres ocasiones a Kotetsu para que se rindiese o para finalizar aquello de una forma menos peligrosa, y en las tres se rió de mi e intentó convertirme en un puto pincho de cerdo.

Solo el mencionar a Kotetsu ya hacía que subiese el tono por encima de lo que se debe subir cuando se mantiene una conversación civilizada sobre lo traidor que es apuñalar por la espalda a gente que supuestamente deberias proteger.

— Da igual, el punto no es quien ha sido más sanguinario en su combate. Quiero saber en quien se puede confiar y en quien nos apuñalará por la espalda en cuanto los samurais declaren la guerra. Yo juré proteger mi villa y a sus habitantes, incluso si estos eran unos idiotas sanguinarios. Lo primero que hice cuando supe que me habían emparejado con un compañero fue intentar rendirme y mi kage me obligó a luchar. Todo eso me ha hecho pensar.

— Uchiha Datsue, ¿matarías a un compañero si Gouna-sama te lo ordenase?

«¿Atacar por la espalda es una puñalada trapera? Pero, ¿¡qué somos!? ¿¡Ninjas o samuráis!?»

El Uchiha no daba crédito a lo que oía. ¿Es que acaso aquel tipo atendía menos en clase incluso que él? ¿O es que había faltado el día en que habían explicado como un ninja debía usar cualquier treta posible para alzarse con la victoria? La fuerza bruta era de los samuráis, ¡se suponía que ellos eran los inteligentes!

—Nabi, por Shiona, en paz descanse… ¡Somos ninjas! —se quejó, sin poder contenerse— Solo te queda por decir que odias la gente que usa bunshins, porque no atinas con el real y así no hay quien pelee. Le di en la espalda, sí… y eso puede sonar feo. Pero te aseguro que le hubiese dolido lo mismo —o incluso más—, si le hubiese acertado en el vientre.

A Uchiha Datsue poco le importaba traicionar a nadie. Pero si algo le jodía, eso era que le acusasen de traición cuando no sentía haberlo hecho. Aquella había sido una estratagema como otra cualquiera. ¿Por qué se empeñaba en ensuciarla con cosas tan banales como el honor?

Pero el chico no se quedó ahí. Iba más allá. Se adentró en la filosofía de la vida como ninja, la cuestionó, la retorció… y le preguntó, directamente, si aceptaría la orden de matar a un compañero.

—Bueno, si ese compañero me cayese mal… —sonrió, y luego enseñó las palmas de la mano, como si pidiese tregua—. Era broma, era broma… No me mates todavía con esa mirada tuya de reprobación. Pues, a ver… —se llevó una mano al mentón, pensativo. Al Uchiha le gustaba filosofar sobre aquel tipo de cuestiones, aunque no siempre uno encontraba al tipo adecuado para debatir—. Para empezar, creo que partimos de un supuesto imposible. Gouna jamás me ordenaría matar a un compañero, a no ser que ese compañero fuese un traidor… o un espía. Pero en el momento en que lo sé deja de ser un compañero para mí. Pero, no seré un capullo, y me mojaré. Lo que de verdad quieres saber es si mataría a un compañero sin saber qué ha hecho, ni los motivos que hay para matarle —supuso, el Uchiha—. Un tipo como Akame te diría que obedecería las órdenes sin dudarlo. Un tipo con carácter y personalidad propia —dijo, con voz pomposa, moviendo el pecho hinchado como si estuviese imitando a uno de esos tipos—, te dirían que ellos no, que ellos tomaban sus propias decisiones, y que nadie les obligaría a hacer algo que no creyesen correcto. Ni siquiera su propio Kage. Pero las palabras se las lleva el viento… ¡Me gustaría ver a esos valientes en esa situación, entre la espada y la pared, a ver si actúan tan noblemente como aseguran!

»Pero luego estoy yo… Un punto intermedio. ¿Qué haría? Sinceramente, no tengo ni idea —mintió, el Uchiha—. Supongo que matarle, Nabi. Soy un puto gennin. Si fuese jounnin… quién sabe. Pero somos los últimos eslabones de la cadena. Nosotros agachamos la cabeza y obedecemos. Al menos hasta que ascendamos. Es la que hay. Podemos quejarnos, pero eso no cambiará nada.

»¿Qué harías tú?

Escuché con atención a las palabra de Datsue, sin juzgar de antemano, sino procesando toda la información que podía sobre ese desconocido, claro que sabía que no iba a reventar el sello explosivo, le hubieran exiliado con suerte y matado con más suerte aún. Pero quería presionarle a ver qué soltaba, podía soltar burradas como mis otros queridos queridisimos compañeros de villa o podía ser una persona cuerda y aún no tenía muy claro qué era. Aunque parecía muchas cosas, parecer no es más que un Genjutsu, lo importante es lo que se es. Que bonito me ha quedado. Como trabalenguas.

»¿Qué harías tú?

— No tengo ni la más minima idea, principalmente porque a mi con un Henge de Gouna ya me engañan, si fuera Shiona aún podría descubrir a un impostor pero lo único que sé de Gouna es que mató a un Uzumaki traidor delante nuestro. Lo que quiero dar a entender es que hay que ver la situación al completo, como algo vivo y complejo. Tú mismo lo acabas de decir, si Gouna nunca te ordenaría algo así y se diese la situación de que te ordenase algo así, no sería Gouna ¿no?

Estaba dando más vueltas que un hijo de señora de compañia el dia del padre.

— A ver, lo que quiero saber, lo que necesito es, saber que hay suelo bajo mi pies, que mis compañeros de villa no se dejaran embaucar para volverse contra mi en una situación así. Como bien has dicho, hay gente que no dudaría, pues joder, yo no dudaría en tirarme de un puente por mi villa y barrería el puto desierto del país del viento si Gouna-sama me lo ordenase, pero de ahí a hacer algo que perjudique a Uzushiogakure porque mi kage me lo ordenase... Despues de ver la facilidad que tienen algunos para apuñalar por la espalda a gente con la que se han criado, no sé. Una cosa es ser un shinobi y otra no tener ningún tipo de camaradería ni compañerismo ni nada de nada por los ninjas de tu villa.

Empecé a gesticular con las manos para que Datsue se calmase, aunque no estuviese nervioso.

— Que no lo digo por ti, sé perfectamente que no ibas a explotar a Eri. En general, la atmosfera que se respira en este edificio que se supone que era el hogar de la fraternidad y el amor es más bien de tensión y violencia. De que todos se ven entre ellos como potenciales enemigos y no como hermanos que es lo que somos. No sé, supongo que me he pasado la vida sobreestimando a mis compañeros de villa. Porque ahora mismo no confiaría a Kotetsu ni un puesto de basurero.

Dentro de mi todo era un caos, las expectativas que tenía sobre mis compañeros se habían venido abajo, podía ser solo Kotetsu pero el combate estaba demasiado reciente, tal vez en unos meses comprendería que solo era una mala hierba en un bonito jardin arremolinado, pero ahora mismo el mito de mi generación se venía abajo lentamente. De hecho estaba hablando del tema con un Genin de otra generación.

Cuando Nabi terminó de hablar, el Uchiha emitió un silbido prolongado, asombrado.

—Te gusta hablar, ¿eh? —comentó, risueño. Aquel chico era como él: hablaba un montón y no dejaba hablar al resto. Normalmente, cuando solo había en el grupo alguien así, no pasaba nada. Pero cuando se juntaban dos, como en aquel caso… O empezaban a darse turnos, o lo iban a pasar mal.

Se rascó la nuca, repasando todo lo que le había dicho Nabi. Había mucho que comentar.

—A ver… Iré directo al grano, al meollo del asunto: la camaradería. O la falta de ella. En realidad, estoy en parte de acuerdo. No en el ejemplo específico de atacar a alguien por la espalda… Pero sí, yo también lo he notado. Pero, ¿sabes en qué? No en cosas como las de Kotetsu. Ni la mía. Tú vas a lo bruto. Al último fin de la camaradería: no traicionar a tu compañero. No, Nabi. No hace falta mirar tan lejos. Fíjate en los detalles. En las pequeñas cosas. ¿Quieres que te de ejemplos?

»Fíjate en ti. En tu grupo. El noventa por ciento de los que hemos venido aquí son de tu promoción. ¿Cuántas quedadas organizasteis para cenar todos juntos? ¿Cuántas comidas? ¿Cuántos desayunos? —formó un cero con la mano—. Ninguna. Eso, o fui yo el único sin invitar —bromeó. Siempre era una remota posibilidad—. ¿Sabes que hubiese pasado si fuese mi grupo de promoción el que hubiese venido aquí? Que el día que no cenásemos juntos, sería la excepción. Y me dirás: tío, comer con alguien no significa ser más o menos camarada. Y sí, te tendría que dar la razón… Pero no me negarás que denota algo, tío. Denota algo —repitió, juntando los dedos de una mano, apuntando hacia arriba, y oscilando la mano de abajo a arriba—. Hablas de desobedecer a un Kage por un compañero, de confiarle tu vida… Pero en casi un puto mes que llevamos viviendo en el mismo puto edificio, no le has confiado ni los putos buenos días a la mayoría de los que estamos aquí. Eh, y si me equivoco… Si me equivoco —Datsue hizo un gesto como de llevarse la mano a la boca, y luego cerró sus labios con la diestra como si de una cremallera se tratase—. Si me equivoco dímelo ahora y haces que me trague mis palabras. Y me cierras la boca. Pero, ¿sabes qué? Creo que no puedes hacerlo. Porque al menos, conmigo no lo hiciste. De hecho, esta es la primera vez que hablamos, y porque he sido yo el que me he acercado, sino igual ni eso. ¿Me estás siguiendo? Ahí falla algo. Vale, somos compatriotas. Vale, compartimos el mismo amor por una bandera, por un país… —«O lo compartís vosotros, al menos»—. Pero eso es quedarse en lo básico. En lo fácil. Repito: ¿cuántas veces has hablado en estas cuatro semanas con tus compañeros? Apuesto qué salvo uno o dos compañeros como excepción, con el resto un par de veces tan solo. Y estoy siendo generoso. Y no digo de cruzarse por el pasillo y levantar la cabeza a modo de saludo. Digo de hablar al menos cinco minutillos. Es más, apuesto que hay gente a la que ni siquiera le has dirigido la palabra en este mes. ¿Me equivoco? Si es así, me callo. Sino... —le guiñó un ojo—, seguirá siendo mi turno de palabra.

Sino..., seguirá siendo mi turno de palabra.

Como soy un chico educado le dejé hablar hasta el final, aunque Datsue tenía que ser medio miope o algo para no haberse dado cuenta de con quien está hablando.

— No, no, si me permites, este es mi turno de palabra. Veras, Datsue, querido compañero, igual no te has dado cuenta de un hecho... peculiar, así que te voy a contar una historia muy triste. La historia de un niño invisible.

Me estiré un poco para empezar mi hermoso relato.

— Erase una vez la mejor villa del mundo, imaginatela, con sus remolinos y sus cerezos, sí, yo tambien la echo de menos. En esa villa había una academia shinobi, como se espera de la mejor villa del mundo. En dicha academia una generación que prometía, con dos Uchihas, dos Senjus, dos tias buenas y el resto de niños. Aunque los apellidos eran sobre el papel, porque despues solo había un Senju:

— No, sensei, estoy aqui, yo tambien soy Senju — decía nuestro pobre niño invisible.

La gente no solo tendía a olvidarle rápido sino que hacían todo lo posible por hacerlo. Los profesores sabían que no habría represalias por ignorarle, total, no tenía padres. Entre los niños, algunos sí le hacían caso, otros estaban demasiado ocupados buscando tetas o conocimiento para siquiera plantearse que a lo mejor podían ser una familia. El niño invisible se graduó, porque por suerte su nombre seguía en los papeles y en una sala vacía era díficil no verle.— mire a Datsue con cara de "¿pillas la indirecta o qué?" y seguí — Ahora vienes aquí, te plantas ante mi y me dices "es que no quedais para hacer cosas todos juntos", con un par. Antes Akame y yo nos disputabamos el puesto de ignorado del grupo pero ahora he absorbido sus poderes y se ha doblado mi ignorabilidad. Y no me quejo, es bastante útil ser facilmente olvidado e ignorado, pero cuando lo hacen los de tu villa pues pasa esto. Supongo que por eso pensaba que en una situación de peligro real, pues entonces demostrarían algo de camaradería.

Me pasé las manos por la cara algo desesperado y volví a clavar mi mirada en el estanque.

— Yo no soy como tú o como Eri-chan que parece que no teneis problema en hablar con la gente y no decir ochenta burradas seguidas. Hablé con Koko y la ofendi con casi cada palabra que dije, hablé con Akame y apenas lo retuve dos minutos antes de que se pirase. Iba a decir que es como si tuviese la peste, pero es que YO SOY LA PESTE. ¿Crees que si les dijese de quedar dirían que sí? Pues no. Y lo peor es que los de las otras villas se interesan más que los de la mía propia, como les odio. Entonces los que deberían ignorarme y yo querría que me ignorasen, me hacen caso y los que deberían hacerme caso, me ignoran. Y con todo lo de Shiona, de verdad, tú no lo entiendes, yo no solo era un huerfano de esos que nadie quiere que sus hijos jueguen con él, es que los padres de los niños ni siquiera me odiaban porque no sabían de mi existencia porque sus hijos me ignoraban tanto o más que ellos, y si no me puse a hacer gamberradas o a apuñalar gatos fue única y exclusivamente porque Shiona-sama estaba ahí, porque me había dado un hogar y una villa, mi vida se la debía a ella. Y murió y decidí que el siguiente kage debería ser uno que quisiese vengar su muerte y murió y vino Gouna-sama y dijo que era mejor mantener la paz.

Había vacíos que no conseguía llenar desde la muerte de Shiona era eso y que Datsue me había crispado, venía aquí dandoselas de listo, ja, haber intentado hacer quedadas y cosas jaja xd, pues ojalá pudiese. Gilipollas. Pues vaya sermón te acaba de caer por idiota. Gilivaginas. El super poder de los Uchiha es que se les sube a la cabeza. Imbeciles, creidos, hijos de un chacal.

— Y aquí estamos, la paz sin Shiona-sama me sabe agridulce pero si es lo mejor para villa lo acataré, protegeré la villa y a sus gentes, incluso a los idiotas. Porque eso es lo que me enseño mi kage. Y todo eso reprimiendo todo el insinto asesino y las ganas de mataros a todos y cada uno de vosotros, los idiotas. Solo de pensar en el examen de chunnin se me eriza la piel.

Pero si creía que Nabi le cedería el turno de palabra, no podía estar más equivocado. Después de todo, estaba comprobando que él era tan parlanchín o más que Datsue, y tenía que liberar sus inquietudes.

Empezó con una historia, protagonizada por dos Uchihas —«Akame y… ¿Haskoz?»—, dos Senjus —«Riko y tú, supongo»—, dos tías buenas —ni siquiera tuvo necesidad de pensarlo, estaba claro que se refería a Eri y Noemi—, y demás niños como telón de fondo.

Sin embargo, había un Senju que no contaba: el niño invisible.

«Hmm… Creo que ya sé por dónde vas» Nabi prosiguió con la historia del niño —su historia—, huérfano y sin lograr llamar la atención de nadie. Si lo que pretendía con aquello era darle pena por la soledad sufrida, no lo consiguió. Si lo que pretendía, en cambio, era justificarse con su pasado traumático por sus acciones del presente…

... tendría que seguir esforzándose, porque tampoco lo consiguió.

—Bueno —empezó, una vez Nabi hubo terminado—, yo tampoco me llevo demasiado bien con Koko, si te sirve de consuelo —comentó, recordando su último encuentro. Y menos se iba a llevar cuando sacase a la luz la revista que ya llevaba cocinando desde hacía unos días—. Bajo mi experiencia, los Sakamoto en general son difíciles de tratar.

»Respecto a tu soledad como huérfano… Bueno, tú verás —se encogió de hombros—. Si quieres excusarte y engañarte a ti mismo con eso, adelante. —No sabía por qué, pero aquel chico estaba consiguiendo sacar al Datsue más sincero que Oonindo había visto en mucho tiempo—. ¿Crees que eres el único? ¿Crees que los demás lo tuvieron fácil? Riko perdió a sus padres en una misión. Akame… tío, Akame ni siquiera tiene familia aquí. Su padre es de Tanzaku Gai y con sus ahorros pagó para que se convirtiese en ninja —dijo, recordando lo que había dicho el Uchiha en Isla Monotonía—. ¿Sabes lo que es venir sin nada? ¿Sin conocer a nadie? —le espetó—. Yo sí. Como para que ahora me vengas con esos cuentos. Y tío, todo el rollo que te solté antes, no lo decía solo por ti. Lo decía por todos. Incluso por mí mismo. Yo también conozco mejor a algunos shinobis extranjeros que a mis propios compañeros, joder —reconoció—. Y no te hablo de los compañeros que dejamos en la Villa, sino de compañeros con los que llevo conviviendo un puto mes aquí, lo cual es triste.

»Pero soy como soy, y lo acepto. Tú te vas de camarada, exiges que los demás te tratemos con mimo y respeto, y al mismo tiempo llamas idiotas a una buena parte de ellos y dices querer matarles… Soy yo que estoy muy loco, ¿o ahí hay un punto de contradicción?

»Y repito, toda eso de que la peña no te hace caso es una parida que te estás sacando ahora de la manga. Aquí me tienes como prueba, sino, sentado y escuchándote. Y dicen las malas lenguas que no soy el único. —Recordó lo que Chokichi le había contado sobre Nabi, y lo a menudo que se le solía ver junto a Eri—. ¿O me vas a decir que Eri tampoco te escucha? Y bastante, según me cuentan. Eri —repitió, remarcando su nombre—. No cualquiera, no. Eri. Ya muchos quisieran que les prestase la mitad de atención que a ti.

Estaba claro que cada uno estaba interpretando al otro como le salía del cimbrel, lo cual era lo normal en este tipo de situaciones, así que hice un esfuerzo gigantesco, enormidastico por no reaccionar de forma poco halagueña a los comentarios de Datsue que parecía estar desestimando todas y cada una de las palabras que salían de mi boca sin siquiera procesarlas.

Interpuse las manos entre nosotros con las palmas abiertas intentando hacer un llamamiento a la cordialidad.

— A ver, que no estaba diciendo que mi vida fuera la más triste del universo y del mundo mundial. Solo estaba justificando que yo nunca he necesitado a nadie, no necesito el mimo y respeto de nadie, vale, igual el respeto sí, pero a lo que me vengo a referir es que no quiero que me ames y me adores y seamos los mejores amigos del mundo mundial. Quiero que los que se supone que son mis compañeros tengan un minimo de compañerismo, de camaraderia. Puedes odiarme, me da igual, pero sé consciente de que somos aliados y en el combate no dejes que esas tonterias te nublen.

Aclarado empecé a argumentar por qué era gilipollas, bajando los brazos dando por concluido mi pre discurso conciliador.

— Creo que los turnos de palabra deberían ser más cortos porque ya no me acuerdo de la mitad de las cosas. Ehh... sí, tio, que huevos que tienes. Con lo de que eras nuevo y no conocias a nadie, coño, ¡haberte presentado! Que era responsabilidad tuya que eras el nuevo. Yo ni te conocía hasta ahora, ni una nota bajo la puerta ni un "Hola soy Datsue, pero puedes llamarme Datsu-chan", no sé. Me empiezas a echar la bronca a mi con que no me he esforzado lo suficiente, pues vaya uno para ir dando lecciones. Aprovecho para decirte que yo he insistido en lo de quedar todos para entrenar o para discutir sobre asuntos de interes público y las respuestas eran "Es que no tengo hueco en mi agenda" o "Es que somos muchos y claro no vamos a poder organizarnos bien, no nos llegara el turno de palabra nunca, algunos tendrán que irse pronto... blablabla".

Me quedé un momento recopilando información de la lista interna que había hecho de cosas que devolverle a Datsue.

— Y otra cosa antes de cederte el turno, todos maldecimos cuando estamos cabreados pero bien que tambien te he dicho que protegeré y ayudaré incluso a los idiotas, no me obvies la mitad de cosas que digo. Si ahora Kotetsu aparece aqui retorciendose de dolor, seré el primero en llamar a un medico o en sacarle de su agonia.

Hice ademán de cederle el turno sin pensar friamente en lo que acababa de decir. Repasando mentalmente porque estaba seguro de que se me olvidaba algo, algún asunto... tetudo.

El Uchiha suspiró. Nabi pedía recortar los turnos de palabra pero sin recortar el suyo propio. Toda una ironía, pensó Datsue, quien tenía mucho que comentar… pero si lo hacía, él también se pegaría otro monólogo eterno, así que trató de ir más al grano.

—No es que obvie la mitad de las cosas que dices… Es que te contradices un poco —alzó una mano—. Dices que te ignoraban tanto que si no te pusiste a apuñalar gatitos y hacer gamberradas fue por Shiona —y alzó la otra, como si se tratase de una balanza—, y acto seguido, me sueltas que en realidad no necesitas a nadie y que tu vida tampoco era tan triste… —«¿Ves por dónde voy?» pensó, mientras alzaba las cejas y se encogía de hombros—. Y con lo otro igual. Me das a entender que no te molestaste ni en intentar quedar con el resto y hacer grupo, y ahora me dices que sí has insistido… Compañero, permíteme decirte una cosa: eres jodidamente difícil de entender. De hecho, diría que eres más complicado que las mujeres —bromeó, soltando acto seguido una breve carcajada, para quitarle dramatismo al tema—. Pero he de decirte que no me caes mal.

»Respecto a lo de que tengo muchos huevos... —comentó, al respecto de que tenía que haber sido él quien se hubiese presentado, y que por tanto no era nadie para ir dando lecciones sobre ello. Sonrió—. Bueno, no te lo voy a negar. Por algo me llaman Datsue el Intrépido. Pero tío, me entendiste mal. Yo no me quejo de falta de camaradería. Ese eres tú. Si no me presenté fue porque prefiero ir a mi bola, a mi rollo. Pero luego no me voy quejando de que si tal, de que si no se qué… ¿Me entiendes? Solo digo que… joder, si pides camaradería, da algo tú también. Y no me refiero a esperarte a que tengas que salvar la vida de un compañero… sino, coño, ten detalles con la gente, tío. Porque sino, luego no pretendas que si a un compañero le ordenan matarte, desobedezca a su Kage. Porque no te conocerá de nada para siquiera planteárselo. A eso me refiero.

Estaba claro que aún no había nacido la persona en el mundo que me entendiese a la primera, y mira que dentro de lo que cabe no lo habia expresado tan complicadamente. Si en algo le daba la razón a Datsue era en que parezco realmente jodido de comprender, a pesar de que el mensaje es clarito, tal vez es porque la gente se queda mirandome de lo guapo que soy.

— Igual no me he expresado mal, porque doy muchas cosas por entendidas. Cuando digo "Nunca he necesitado a nadie" obviamente no incluyo cuando era un niño, tio, siendo un crio eres un crio, piensas como un crio y actuas como un crio, en ese entonces fue cuando no me puse a matar gatitos porque veia a Shiona como una figura de respeto y matriarcal. Cuando ya pude pensar por mi mismo ya me había criado solo y no necesitaba a nadie, es decir, esto es en un pasado cercano y lo primero sería un pasado lejano. Y lo mismo con lo de hacer piña, se intentó repetidamente, se me ignoro repetidamente, dejé de intentarlo. Pasado lejano, pasado cercano.

Joder, es que repitiendolo ahora yo, no sonaba TAN complicado. Hay que saber diferenciar entre contradicciones y consecuencias. Es como si te digo, me gusta tirarle piedras al edificio de la Uzukage, ya no tiro piedras al edificio de la Uzukage, PUES CLARO QUE NO en la primera ya saldría alguien a regañarte y a la segunda a darte una paliza.

— Primero de todo, en ningún momento te he dicho nada de desobedecer a tu kage. En todo caso, que si vas a obedecerle estes seguro de que es ella, porque sino cualquiera se hace un henge y se monta la de Jesuonindo. Lo que pido es previo a la camaradería, y es algo de sentido común. No sé qué te dijeron a ti en la academia pero a mi me enseñaron que debía confiar en los shinobis de Uzushiogakure ciegamente, porque a la hora de la verdad, el kuseño tirara pal bosque, el amenio tirara pal charco y los que se la jugaran por ti seran los del remolino. Tú y todos los que están aquí, vais solos. No os importa nada nadie y eso es triste. Y no voy a ir detrás de vosotros para que cambieis de mentalidad porque no lo voy a conseguir, me conozco y sé que no lo conseguiría.

Creo que ir con todas tus armas, la mayoria de las cuales encierran un peligro mortal, contra un aliado era una cagada considerable. Los combates shinobi tradicionales se hacen con Taijutsu y como mucho un kunai cada uno, de ahi a usar una katana de metro y medio de filo para empalar gente, pues no sé.

— Si no le temes a nada bien por ti, pero llegara el momento en que estes acojonado y a ver quien te ayudara entonces. Datsue, el lobo solitario. Yo seguiré confiando en vosotros aún a sabiendas de que apuñalais por la espalda.

Cambiando de tema.

— Por cierto, ¿de donde vienes a estas horas y cantando? Porque de una fiesta de Uzuneses seguro que no.

«Bueno, pensándolo así…» Quizá Nabi tuviese razón respecto al pasado lejano y al pasado cercano. Quizá, incluso, no se había expresado tan mal como el Uchiha había pensado. El problema es que Datsue no pudo rememorar las palabras exactas que el Senju había empleado para comprobarlo. Y no pudo porque Nabi tenía un truco, un truco tan sencillo como infalible, que quebraba desde las mentes más lógicas hasta las más astutas. Un truco que consistía en…

… no parar de hablar. Hablaba, hablaba y hablaba. Hablaba tanto que el Uchiha creyó que se iba a ahogar por no respirar. ¿Cómo iba así a pensar en lo que había dicho anteriormente? Si pensaba, dejaba de oír lo nuevo que le decía. Y si le escuchaba, no podía concentrarse lo suficiente en sus anteriores palabras. Hasta aquel entonces, Uchiha Datsue se había creído un buen manipulador. Pero aquello era, sencillamente, otro nivel. Otra división muy superior.

«Mejor será que me concentre en lo que diga, o me acusará de nuevo de solo escuchar lo que quiero», pensó el Uchiha, a tiempo de oír un chiste sobre Kusareños, Amenios y Uzureños que le arrancó una carcajada. La risa le duró poco, pues Nabi se encargó de volver a las acusaciones.

—Tú y todos los que están aquí, vais solos. No os importa nada nadie y eso es triste. Y no voy a ir detrás de vosotros para que cambieis de mentalidad porque no lo voy a conseguir, me conozco y sé que no lo conseguiría.

—Nononono —dijo, de forma seguida y repetida, mientras negaba con la cabeza—. Ya estamos otra vez, acusando a tus compañeros y queriendo irte de rositas. Sin asumir responsabilidades ni hacer autocrítica —«Joder, este tío se parece peligrosamente a mí. Pero en peor, ¡porque se cree sus propias mentiras!»—. No, no, tú te me incluyes en el mismo saco, Nabi-san —le espetó, señalándole al pecho con un dedo—. En el tiempo que hemos estado aquí has hecho lo que todos: ir a su aire e importarle el resto una mierda, salvo quizá una excepción. A mí el pasado ese lejano no me sirve. ¿Qué intentaste hacer piña? ¿Pero a mí qué me vienes con esas? ¿Intentaste hacer piña conmigo? ¿Con Koko? ¿Con Kotetsu? —«No lo creo»—. ¿Qué tontería es esa de que te rendiste hace mucho tiempo? A mí también me dijeron en la academia que había que confiar en los compañeros, pero debiste faltar al resto de días, cuando nos inculcaron que un shinobi no debe rendirse nunca —«Bueno, conmigo lo intentaron, al menos. Se ve que con el mismo éxito que a ti…»—. Así que te me incluyes, Nabi. Te me incluyes. Y sino haces algo para remediarlo.

»Es más, ¡te hago una apuesta! —exclamó Datsue, emocionándose. Las apuestas siempre conseguían emocionarle—. Deja que pase esta ronda, y cierta cosa que va a pasar que crispará los nervios de más de uno, y te demostraré cuán equivocado estás. Voy a hacer piña por ti —aseguró, dándose una tremenda palmada en el pecho, eufórico—. Voy conseguir que todos y cada uno de esos cabrones —continuó, señalando las ventanas de las habitaciones—, bajen a desayunar al salón de abajo. Todos juntos. Qué digo desayunar... ¡incluso cenar! —exclamó, viniéndose arriba—. ¿Qué me dices? Decías que era imposible, ¿no? Por eso te rendiste. Así que no tendrás problema en aceptar la apuesta ahora... —estiró la mano para ofrecérsela y sellar el trato, pero justo después la levantó un segundo—. Ah, pero si gano... Recuerda. Me deberás un favor. Un favor de los gordos.

A veces aquel muchacho era como un niño pequeño. Tenía razón, yo no me había incluido, pero porque me parecía tan obvio que daba por supuesto que se sobreentendía y él en vez de sobreentenderlo o pensar que podría venir incluido en que si todos ellos van por su lado COMO DEMONIOS IBA A IR YO CON ALGUIEN.

Sin embargo, rapidamente me dijo algo que captó el 200% de mi atención.

»Es más, ¡te hago una apuesta!. Deja que pase esta ronda, y cierta cosa que va a pasar que crispará los nervios de más de uno, y te demostraré cuán equivocado estás. Voy a hacer piña por ti . Voy conseguir que todos y cada uno de esos cabrones, bajen a desayunar al salón de abajo. Todos juntos. Qué digo desayunar... ¡incluso cenar!

Una rica sonrisa se presentó en mi rostro, y yo le di la bienvenida porque hacia tiempo que no nos veiamos. Era la típica sonrisa de cuando te encuentras algo, como un billete de 500 ryos tirado en la calle. Porque lo que me proponía el amigo Datsue era eso, un regalo. Al principio pensé que estaba de coña, clavé mi mirada en la suya y vi que iba en serio. Gesticulaba a medida que avanzaba en su discurso, completamente seguro de conseguirlo. Casi podía distinguir su ego apareciendo por su espalda a punto de apuñalarle por la espalda ante la imposibilidad de la apuesta que estaba a punto de cerrar conmigo. Mi sonrisa no pudo sino ensancharse, me contuve para no carcajearme en su cara.

— Ah, pero si gano... Recuerda. Me deberás un favor. Un favor de los gordos.

— Por favor, tienes las mismas posibilidades de ganar la apuesta como un Kuseño de ganar el torneo, menos que 0, vamos. Pero veo que si hay algo más grande que Uzushiogakure eso solo podría ser tu ego. Nada de acobardarse, y si yo gano me deberás un favor igual de gordo, eso y darme la razón que nunca está de más.

Le ofrecí mi mano igual que había hecho el momentos antes, esperando que él la bajase para poder sellar ese regalo del cielo. Si algo había dejado claro era que yo era un shinobi de palabra, y esperaba sinceramente que Datsue lo fuese tambien, me preocupaba más eso que perder la apuesta.