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El conductor sacudió una sola vez las riendas, y los dos caballos alazanes echaron a trotar arrastrando el carruaje que llevaba en su interior a cinco personas.
Ayame contuvo una mueca de dolor cuando el traqueteo del vehículo despertó las punzadas en su espalda, pero no se atrevió a quejarse en voz alta. En silencio, contemplaba por la ventanilla como el complejo de Nishinoya se iba perdiendo más y más en la distancia... Hasta que terminó por perder de vista los tres edificios después de un giro en el camino.
Regresaban a casa.
La cabina en la que viajaban era un armatoste de madera lo suficientemente amplia para llevar a seis personas sentadas en dos bancos situados frente a frente. Y eran cinco las que iban a bordo: en uno de los bancos, Amedama Kiroe y Amedama Daruu; en el otro, Aotsuki Kōri junto a una ventana, Aotsuki Zetsuo en el centro y Aotsuki Ayame en la otra ventana. En teoría debería haber un ambiente festivo, por fin había acabado el torneo y los muchachos no habían quedado en malas posiciones. Sin embargo, era más bien al contrario, la tensión crispaba el ambiente como electricidad estática y, mientras los demás intercambiaban alguna que otra frase puntual, Ayame seguía mirando por la ventana sin ver, sumida en su propio pozo de tristeza sin fondo. Y así había sido desde que había despertado en el hospital, cubierta de vendajes y bajo el efecto de los calmantes. Se había negado a hablar con nadie. Se mantenía con la cabeza gacha. Y así seguía hasta el día actual.
¡Debería estar feliz! ¡Había llegado hasta la final! Esa era la teoría...
Pero lo cierto era que nada de eso le valía ya. Había perdido. Había perdido de forma humillante además. Y no había podido cumplir la promesa que le hizo a su padre cuando terminó la primera ronda y amenazó con llevársela a Amegakure por el temor hacia los Kajitsu Hōzuki.
"Yo seré la luna llena", había dicho. Bendita ilusa.
Aún le dolía todo el cuerpo. No mostraba heridas externas, pero lo cierto era que Uchiha Akame la había dejado para el arrastre. En su mente no dejaban de repetirse los mismos recuerdos en bucle, una y otra vez, torturándola hasta en sueños: las llamas envolviéndola, el agua golpeándola, el metal de la katana mordiendo su piel... las llamas lamiendo su piel, el agua aplastándola, el filo de la katana creando nuevos surcos en su cuerpo... las llamas...
¿Qué habría sido de ella si no fuera por su técnica de la hidratación? Le daba náuseas sólo pensarlo...
«Ni un solo golpe...» Se repetía una y otra vez.
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PATUMB.
El carruaje pegó un saltito al pasar por encima de un bache, y Daruu dio un respingo, sobresaltado. Se golpeó la cabeza contra la madera, y, agachándose y gimoteando, se acarició la cocorota con fastidio. Chasqueó la lengua.
Daruu abrió la ventana y se levantó. Se asomó fuera, donde los edificios de Sendoushi y la lejana silueta de Nishinoya cada vez se hacían más y más pequeños. Abandonaban los Dojos del Combatiente. El muchacho sonrió, lleno de gozo, y se dijo a sí mismo que la experiencia había estado bien. Había conocido mucha gente, re-conocido a otra, había entrenado mucho y se había llevado muy buenas experiencias. Su mente le llevó al chocolate caliente que compartió con Ayame nada más llegar, al encuentro con Kirin junto a Daigo y a su posterior combate contra el boxeador, a su pequeña aventura con Yota, el chico de Kusagakure, al fatal encuentro con un Yeti que al final resultó sólo querer una pizza, junto a Kaido; al combate que le llevó a la eliminación, contra Datsue, e inevitablemente se posó sobre la sobria y astuta figura de Uchiha Akame, el bendecido por Amaterasu.
Formó una mueca triste y se dio la vuelta. Ayame había estado decaída desde su pelea contra Akame. La muchacha lo había tenido muy difícil contra él, y el Uchiha había mostrado gala de una gran habilidad. Al verlo allí, luchando contra su pareja, no pudo evitar reconocer que si su pequeña pelea en el puente hubiera seguido su curso natural, él también habría perdido. Por eso no pudo evitar pensar en Zetsuo y en las duras pruebas que le esperaban en Amegakure. Por una parte, lo estaba deseando, y por otra, la figura aguileña del hombre le causaba auténtico terror, sobretodo después de que le hubiera descubierto la relación que mantenía con su hija. Daruu lo miró un momento, y cuando se cruzó con su mirada turquesa apartó la mirada, azorado, con cara de circunstancias.
Volvió a sentarse, y dio un par de saltitos para ponerse más cerca de Ayame. Aunque no le estaba mirando, sabía que Zetsuo no le quitaría ojo de encima. Así que era mejor no pasarse con las muestras de cariño. Daruu le dio un par de toquecitos en el hombro.
Hablar de la final del Torneo de los Dojos sólo sería empeorar las cosas. Cualquiera que conociese lo suficiente a Ayame lo sabría. Decidió hablar de otras cosas para distraerla.
—¿Oye, sabes qué? —dijo Daruu—. Creo que ese jinbei verde me quedaba muy bien, ¿tú que opinas?
»Me parece que le voy a dar unos retoques a mi uniforme. Voy a comprarme unos guantes y botas verde mar oscuro, y a cambiar también el color del motivo de mi chaqueta y de la camiseta de manga corta que llevo debajo.
—Hijo, ¿qué más da?
—Pues no da lo mismo, jo, mamá. Hay que tener una imagen personal.
Zetsuo resopló y apartó la mirada. Estaba seguro que estaba pensando algo así como "estos niños malcriados de hoy en día". No le dio mayor importancia. Ese era tu Zetsuo de todos los días.
—Y me voy a retocar el tatuaje... Voy a pedir que me lo pinten verde también.
—¿Y si luego te arrepientes?
—Bah, yo creo que hay muy pocas probabilidades de que eso suceda.
—Ya veremos...
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Un par de toques en el hombro la hicieron botar en el sitio. Había reaccionado con más brusquedad de la que habría pretendido en cualquier situación normal, pero estaba tan sumida en sus pensamientos que lo que menos esperaba era que alguien la tocara. Y tal fue el susto que muy poco le faltó para licuar su hombro.
—¿Oye, sabes qué? —Daruu se había acercado a ella con intenciones amistosas, pero Ayame no pudo más que dirigirle una mirada sombría—. Creo que ese jinbei verde me quedaba muy bien, ¿tú que opinas?
Ella le miró de arriba a abajo, recordando su aspecto con aquel jinbei. Lo cierto era que le quedaba realmente bien, y aunque el color azul no le quedaba mal en absoluto, el color verde le favorecía y realmente le pegaba.
—Mmmhh... —asintió, como única respuesta.
—Me parece que le voy a dar unos retoques a mi uniforme —continuaba hablando él, de manera realmente animada, pero Ayame apenas le escuchaba—. Voy a comprarme unos guantes y botas verde mar oscuro, y a cambiar también el color del motivo de mi chaqueta y de la camiseta de manga corta que llevo debajo.
—Hijo, ¿qué más da? —intervino Kiroe.
—Pues no da lo mismo, jo, mamá. Hay que tener una imagen personal.
Y, aprovechando la súbita conversación que había surgido entre ambos, Ayame volvió a girar la cara hacia la ventana. Ya casi no se veía Sendōshi en el horizonte...
—Y me voy a retocar el tatuaje... Voy a pedir que me lo pinten verde también.
—¿Y si luego te arrepientes?
—Bah, yo creo que hay muy pocas probabilidades de que eso suceda.
—Ya veremos...
Zetsuo ladeó el rostro hacia su hija, que ahora jugueteaba con sus dedos en un deje distraído pero nervioso. Sabía que estaba incómoda, sabía que se sentía acorralada y que daría lo que fuera por poder quedarse completamente a solas. La conocía demasiado bien para saberlo.
—¿Vas a estar así hasta el resto de tus días, niña? —la interpeló, y la vio estremecerse.
Pero no le respondió. Se estaba mordiendo el labio inferior con fuerza.
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Pese a que había intentado animar a Ayame, la muchacha no parecía dar su brazo a torcer. Daruu, triste, volvió a retirarse un poco y quedó en el otro extremo, mirando de nuevo por su ventana. Las montañas del paso que daba entrada a los Dojos se alejaron, y ahora sólo había bosque. Sintió un alivio por dentro bastante difícil de describir.
«Tanto tiempo ahí dentro, sin poder salir... Es como volver a respirar un poco de libertad», pensó Daruu. Pero sabía que no podría decir que había respirado la auténtica libertad hasta que no volviera a sentir la lluvia y el viento de Amegakure moviendo y mojando su cabello. «Es curioso», pensó, «porque odio que se me moje el pelo excepto si es con la lluvia. Supongo que soy un amejin de pies a cabeza, ¿eh?»
—¿Vas a estar así hasta el resto de tus días, niña? —intervino Zetsuo, de pronto. Daruu observó a Ayame de nuevo un momento. Allí, decaída como una hoja de lechuga pocha.
Intercambió una mirada con Zetsuo. Los ojos de los dos brillaron un momento, y Daruu sonrió con malicia. Había encontrado la excusa perfecta para que la muchacha se olvidase del Torneo.
—¿Sabes? Voy a entrenar Genjutsu con Zetsuo-san, Ayame —dijo—. Así no volverás a volver a atacarme con ellos así.
»Me esforzaré para ser el más fuerte de Ame.
Kiroe observó a los dos, incrédula. Kori les miró también, con interés.
—¿Esto va en serio? ¿Zetsuo?
—Sí. —Zetsuo se limitó a pronunciar el monosílabo y a asentir. No le quitaba el ojo de encima a Ayame.
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Daruu se había retirado, consciente de que no estaba de humor para hablar. Y en los escasos segundos de paz que encontró, Ayame respiró el aroma del bosque a través del aire que entraba por la ventana abierta y que removía sus cabellos, peinándolos con suavidad. Olía a pino, a tierra humedecida, a campo, a naturaleza...
—¿Sabes? Voy a entrenar Genjutsu con Zetsuo-san, Ayame —insistió su compañero entonces, y las palabras cayeron sobre ella como una pesada losa de piedra—. Así no volverás a volver a atacarme con ellos así. Me esforzaré para ser el más fuerte de Ame.
Incrédula, apartó al fin la mirada de la ventana y la dirigió primero a Daruu y después a su padre.
—¿Esto va en serio? ¿Zetsuo? —preguntó Kiroe, reproduciendo la pregunta que circulaba por la mente de Ayame.
Y la respuesta fue un golpe aún más contundente.
—Sí.
Ayame jadeó, mareada. Tragó saliva y apretó sendos puños sobre las rodillas. Sintió los músculos restallar de dolor, pero entonces no le importó. Enrabiada, clavó sus ojos en su padre, inconsciente de que su hermano, más allá, los observaba en silencio.
—¿Por... qué...? —preguntó, y su voz sonó ronca y áspera después de varios días sin usarla.
¿Ya se había dado por vencido con ella? ¿Ya la había dejado como un caso imposible? ¿Esa era la imagen que tenía su padre de ella? ¿Simplemente la había apartado a un lado y había tomado un nuevo pupilo? ¿Por qué la había abandonado de aquella manera? ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?!
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28/09/2017, 12:12
(Última modificación: 28/09/2017, 12:13 por Amedama Daruu.)
Daruu sintió la rabia contenida de Ayame incluso desde el otro lado del carruaje. Miró a su padre, enfadada, y la desafió preguntándole el por qué de esta decisión. Como si sólo hubiera tenido que ver con él.
Daruu arrugó la nariz con rabia y chasqueó los dedos, fuerte, para llamar la atención de Ayame.
—¿Por qué le miras a él? Estoy aquí, Ayame. Aquí.
Clavó sus ojos blancos en los marrones de Ayame.
—Porque se lo pedí yo. —dijo—. Porque quiero saber defenderme de tus ilusiones, y de las de Akame. Porque quiero ser fuerte.
»¿Has probado a pedírselo tú también?
Entonces, Daruu desvió la mirada hacia el cristal, malhumorado.
«Esta niña... ¡Madura de una vez, Ayame!»
Sacudió la cabeza, arrepentido.
«Mierda, no he empezado a entrenar con él y ya me voy pareciendo. ¡Joder!»
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Los ojos de Zetsuo se entrecerraron peligrosamente. Estaba leyendo a través de su mente. Ayame era bien consciente de ello, pero no le importaba. Si hacía falta le gritaría mentalmente hasta dejarle sordo, si es que eso era posible. Sin embargo, un repentino chasqueo de dedos frente a su rostro la hizo volver a la Onindo.
—¿Por qué le miras a él? Estoy aquí, Ayame. Aquí —le interpelaba Daruu, visiblemente irritado, y clavó sus ojos perlados en ella—. Porque se lo pedí yo. Porque quiero saber defenderme de tus ilusiones, y de las de Akame. Porque quiero ser fuerte.
«¿Ese maldito Uchiha también sabe utilizar Genjutsu? ¡¿Es que hay algo que no sepa hacer?!» Pensó, apretando las mandíbulas hasta el punto de hacerlas chirriar. Y aquello sólo hizo hervir aún más su ira.
—¿Has probado a pedírselo tú también?
Ayame se reincorporó de un salto, su espalda volvió a llorar aquel movimiento brusco y se tuvo que detener un momento con gesto dolorido.
—¿Que si se lo he preguntado? ¡No ha hecho falta! ¡¡Lleva entrenándome desde que tengo uso de razón!!
—Ayame... —advirtió Kōri, pero ella no le escuchaba.
—¡PERO PARECE QUE SE HA CANSADO DE MI INUTILIDAD Y ME HA BUSCADO UN SUS...!
Ni siquiera fue capaz de terminar la frase. Un súbito latigazo en un lado del rostro y Ayame cayó sobre su asiento.
—¡NO TE ATREVAS A REPETIR ESAS PALABRAS! —escuchó la voz de Zetsuo junto a ella, ido de sí.
Apoyada contra la pared del carruaje, Ayame jadeó y tragó saliva. Sin embargo, sus entrañas aún ardían con la furia de mil Yomis.
—¡¿ME HAS ESCUCHADO, AYAME?!
Ella gritó. Golpeó la pared con el puño y el dolor ascendió desde la punta de sus dedos hasta su hombro. No le importó. Se revolvió sobre sí misma y casi se abalanzó sobre su padre. La detuvo su simple mirada, pese a que deseaba con todas sus fuerzas saltar sobre él, golpearle y chillarle. Pero se vio obligada a sentarse de nuevo en su asiento, con todo su cuerpo temblando violentamente y los puños apretados hasta que los nudillos se le volvieron blancos. Resollaba, sus ojos destilando pura ira hacia ambos.
Al otro lado del carro, Kōri se había llevado una mano a la frente.
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Aquella vez, Daruu sintió rabia. Sintió rabia como un niño pequeño, pero es que lo que más deseaba de todo corazón era llevarse un recuerdo dulce de su estancia en los Dojos. Y ahora, ese recuerdo estaba ya roto, en el suelo, y enterrado bajo los gritos de Ayame y Zetsuo que, en una escalada de volumen, parecían a punto de golpearse.
Daruu apartó la mirada y la situó en la ventana, donde no pudiera cruzarse con la mirada de nadie, donde nada le molestase.
En el fondo, sabía que era cuestión de tiempo. En cuestión de tiempo, volverían a estar todos riendo y celebrando cualquier chorrada. En cuestión de tiempo, estarían de nuevo en equipo, trabajando los tres —Kori-sensei, Ayame y Daruu— codo con codo.
El muchacho cerró los ojos y deseó que dicho tiempo pasara pronto. Intentó dormirse, olvidarse de todo, y confiar en que al despertar tendría alguien a quien pudiera dar un abrazo sincero.
Daba igual que fuera Ayame, o la almohada en su habitación, a la que le contaría sus penas hasta que toda aquella incómoda situación pasase de largo como las hojas caducas de un árbol en otoño.
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