Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El Uchiha dio dos pasos al frente y se sentó en la silla que le indicó Hanabi. El Uzukage no tardó en sacar algo de su bolsillo y mostrárselo, preguntando si sabía lo que era.
—Hmm… —Unas pastillas, de eso no cabía duda. Blancas. Y, aquel bote…—. ¿Pastillas para la ansiedad?
Recordó el día en que le había dado la dura noticia de que alguien había revertido el sello de Ayame, haciendo que el Gobi controlase su cuerpo. El impacto de la noticia y el estrés acumulado habían provocado que se desmayase en el acto, y fue entonces cuando Katsudon hizo acto de presencia. Todavía recordaba como si fuese ayer lo enfadado que el Akimichi se había mostrado cuando halló aquel bote de pastillas en el cajón del despacho, arrojándolas al vacío a través del ventanal.
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Hanabi lanzó el bote hacia arriba, haciéndolo rodar, y cogiéndolo de nuevo. Varias veces. Arriba y abajo. Lo miraba como quien contempla una reliquia mágica.
—Hace tiempo, podría haber jurado que muchas de estas pastillas tenían tu nombre escrito, Uchiha Datsue —dijo—. Afortunadamente, confié en ti. Porque veía potencial. Veía pasión. Quizás dirigida en el sentido incorrecto. Quizás, falta de guía. De brújula.
»Pero el tiempo ha demostrado que mi intuición sigue bastante afinada, ¿eh?
Hanabi agarró fuerte el bote de pastillas. Entrecerró los ojos. Una vez más, la atmósfera opresiva que caracterizaba al chakra del mandatario de Uzushiogakure se expandió por el despacho como un líquido derramado sobre un cuenco, invadiéndolo todo. Solo que esta vez... esta vez, para Datsue, fue diferente. Sintió el choque del chakra de Hanabi, sí. Pero fue más como un vuelco al estómago que como un choque en la tráquea. Más como un chute de adrenalina que le inquietaba. Menos como si le hubieran envasado al vacío. Hanabi pareció percatarse. Levantó una ceja.
—Y además, estás entrenando cada día con más empeño. Puedo verlo. Puedo sentirlo. —El bote de pastillas entro en combustión espontánea. Hanabi consumió recipiente y contenido hasta que no quedaron más que las cenizas, que resbalaron por sus dedos precipitándose al suelo.
»Datsue-kun. Hace tiempo encomendé una tarea a una compañera tuya. A una amiga tuya. Uzumaki Eri. ¿Sabes? Cuando la miraba a ella, veía a Shiona. Pero hace tiempo que no la veo. Creo que ha descuidado un poco su entrenamiento. Y creo que... el sombrero le venía un poco grande.
Como si lo que acabase de decir no hubiera sido nada importante, Hanabi se sacudió las manos y añadió, con una sonrisa:
Datsue se rascó la nuca, algo avergonzado, al descubrir que había sido el causante de la toma de algunas de aquellas pastillas. Sí, no podía negarlo: le había dado cierta dosis de disgustos. Cosa de la que había estado trabajando desde hacía tiempo para remediar. Para compensárselo.
Y Datsue estaba de acuerdo: desde que había pasado a caminar bajo la batuta de Hanabi, las cosas le habían ido a mucho mejor. Antaño, había sido un solitario. No había confiado en sus compañeros, ni en sus amigos, ni en nadie. Quiso resolver las cosas por sí mismo y en su lugar se enfrascó en una espiral de rencor y odio que no causó más que problemas. Para la Villa. Para él mismo.
Pero desde que se había abierto a Hanabi, desde que había confiado en él para contarle sus problemas, todo había cambiado. Aiko volvía a respirar. Por mucho que no estuviese con él, la veía feliz, adaptada a su nueva Villa y sus gentes. Y eso era lo único que importaba. También había recuperado a alguien que había considerado un amigo, como Daruu, ¡e incluso ahora se llevaba bien con Ayame!
Era increíble el vuelco que le había dado la vida. Y no, no se olvidaba de cierto Uchiha traidor que había logrado empañar todo aquello.
Iba a responder, cuando de pronto sintió algo. La válvula de la olla a presión que era el cuerpo de Hanabi se abrió un poco, y el vapor caliente y opresivo que era el chakra del Uzukage se extendió por toda la sala. Datsue conocía muy bien la sensación que provocaba. De puro sobrecogimiento. De sentirte como una pulga en el tablero de los dioses.
Pero, en aquella ocasión, sucedió algo más que eso. Como si el chakra abrasador de Hanabi hubiese prendido una mecha que tuviese en su interior. Una que dio vida a una llamita en comparación, pero que al fin y al cabo, estaba hecha de lo mismo.
De puro fuego.
—Ve usted muy bien, Hanabi-sama —le reconoció, mientras sus ojos reflejaban las llamas en las que se había convertido el bote de pastillas.
No era vanidad, no era soberbia. Todo lo contrario, era humildad. Era reconocer que, en efecto, había entrenado como nunca. Había llevado a su físico a límites que jamás creía alcanzar. Había dominado un nuevo elemento. Y se había partido el lomo, todos y cada uno de los días, para seguir creciendo.
Fue entonces cuando algo le pilló por sorpresa. Un comentario como de pasada, como quien no quería la cosa. Sin saber todavía por qué, se le erizaron los vellos. ¿Era un simple comentario sin más? ¿Sin propósito alguno? ¿O había algo… más?
El Uchiha lo desechó en seguida, por lo imposible que le parecía. Sí, seguramente se estaba confundiendo. Tenía que estar pillando mal la indirecta. O sobre pensándolo todo, como solía sucederle. Lo que sí tenía que reconocerle, es que Eri se había descuidado un poco desde hacía unos meses. Concretamente, desde que ella y Nabi salían juntos.
«Deben pasarse los días follando, los muy cabrones». Ah, la buena vida. En realidad, no les culpaba. Al contrario, se alegraba por ellos.
—¡Eh! ¿No teníamos un combatillo pendiente?
—¿Sabe, Hanabi-sama?
Que llevaba tres semanas —desde que Reiji le había dicho que aquel día quería que le acompañase a verle—, entrenando a conciencia para precisamente enfrentarse a él. Para recordarle lo que habían acordado allá por Bienvenida. No es como si antes no estuviese entrenando, claro. Los Generales primero, Akame después… Datsue tuvo a lo largo de los meses varios objetivos en mente que le ayudaron como nada nunca en la vida a mantenerse motivado y constante.
Pero, ¿las últimas tres semanas? Las últimas tres semanas hasta había dejado de realizar misiones para dedicarse en cuerpo y alma a aquello. Desde que se levantaba por las mañanas, hasta que se acostaba por las noches, su única meta era hacerse más fuerte. Y no veía otra cosa, nada lograba distraerle. Como un perro de presa al ver la liebre. Como un tiburón al oler sangre.
Bam. Bam. Bam. Así sonaban sus nudillos ensangrentados contra la corteza de un árbol. Todavía resonaban como un eco en sus oídos.
—Que creo que tiene usted razón, habíamos acordado eso hace tiempo. —La adrenalina que recorrió su sangre hizo que también liberase un poco de esa presencia. Sus músculos se tensaron, y las mangas de su chaqueta lloraron ante la súbita presión. Hacía un mes que se había comprado una talla más grande, pero tenía pinta que iba a tener que pasarse otra vez por la tienda—. Y creo... que ya ha llegado el momento.
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Hanabi, sin perder en ningún momento la enigmática sonrisa, negó con la cabeza.
—No obstante, Datsue-kun, me temo que antes debo presentarte a cierto grupo de gente —dijo, y se apoyó en el escritorio para levantarse—. Si eres tan amable de acompañarme...
· · ·
Datsue y Hanabi caminaban a través del Jardín de los Cerezos. Ya era común ver al Uzukage pasear por allí junto a algún jounin, charlando, así que la poca gente que lo transitaba no les prestaba más atención de la debida. Corría una brisa que arrancaba pétalos de los tardíos cerezos que aún estaban floridos.
—Como te decía, Datsue —habló Hanabi—, no sé cómo lo haces, pero siempre estás tú en el centro de todo. De todo lo malo, hace un tiempo. Pero últimamente, y cada vez más, de todo lo bueno. O al menos, de todo lo que contribuye a que podamos ocuparnos de lo malo —explicó, riendo—. Has demostrado ser uno de mis shinobi más fieles, y cuando has flaqueado también me lo has confiado. Confianza, Datsue. Has confiado en ti, y te has ganado que yo confíe en ti. Quizás no en las tonterías, en muchas mentiras piadosas. Quizásdeberías trabajar en eso. Pero a la hora de la verdad, Datsue. No me has fallado. Cumpliste.
»Eres mi ninja. Y un buen amigo. —Hanabi se detuvo—. Tienes una capacidad de influencia en la gente, Datsue. ¿Lo sabes, verdad? Para bien o para mal. Un poder... increíble. Es verdad que has estado en el centro de muchos problemas... pero también en el centro de los temas importantes. Y cuando la gente se rodea de ti, se crece. Se implica.
»Eres como uno de los muchos torbellinos de nuestras costas. Todo gira alrededor de ti. Y por eso... por eso quiero proponerte como candidato a Uzukage si a mi me llegase la hora de dejar el sombrero. —Hanabi hizo una reverencia formal—. Compañero.
Recibir semejante cantidad de elogios, y precisamente por parte de su Uzukage, fue como empacharse a caviar. Por lo bien que sabía, por lo que significaba —en el caso del caviar, que tenía que ser a narices millonario, y eso era sin duda lo mejor que le podía pasar en la vida—, y porque, definitivamente, no era un atracón que uno pudiese darse muy a menudo. Algunos ni ahorrando toda la vida.
Y como sabía lo que costaba ganarse aquellas palabras, las degustó. Con lentitud, regodeándose en su rico sabor. Incluso trató de grabarlas a fuego en su mente, palabra por palabra, para rememorarlas en el futuro en algún día de bajón. Eso fue lo que intentó, sí, hasta que recibió tal fogonazo que nada de eso fue posible, porque su mente, literalmente, se quedó en blanco. Fue como recibir una hikaridama a bocajarro. No, más bien, una hikaridama, una kemuridama, una otodama y una bomba explosiva, todas al mismo tiempo, como tanto le gustaba hacer en combate al bueno de Nabi.
Tardó varios segundos en reaccionar. En volver a sentir su cuerpo. En siquiera darse cuenta que había dejado de respirar y que sus pulmones estaban protestando.
«Un momento, un momento, un momento… ¿Ha dicho qué…? No, no. Espera, Datsue, espera». ¡Qué él era muy de tirarse a la piscina por un mero indicio! Antes el Uzukage había soltado una especia de indirecta con el sombrero y Eri, sí. Pero ahora lo que estaba diciendo era que…
Era que…
«¡¡¡HOOOOSSSSSSSSTIA PUUUTA!!!»
—Por favor, levántese, no me haga esto… —farfulló, colorado, cuando vio que le hacía una reverencia formal. ¡El Uzukage! ¡A él!—. Pero, pero… Hanabi… ¿Está seguro de esto? ¿Lo ha pensado bien? —¿Candidato de Uzukage? ¿¡Él?! ¿Era aquello real, o un Genjutsu? Solo de pensarlo le entraba el vértigo—. Quiero decir… Usted sabe cómo soy. ¡Sabe que tengo mis cosas! —¡Sus pequeños defectos! ¡Sus pequeños arranques emocionales! ¡Sus pequeñas irresponsabilidades!—. Además, yo funciono bien con un guía. ¡Con un mentor como usted, que me aclare el camino! Pero, ¿ser yo el guía, de toda una Villa? —silbó. Eso era jugar en otra liga. El mero hecho de imaginárselo hizo que le entrase un sudor frío.
Oh, sí, era muy bonito verse con el sombrero. Lo había hecho en alguna que otra ocasión, especialmente cuando había creído contar con un hermano al lado. Pero esos eran los típicos sueños que uno tiene para autocomplacerse, para deleitarse en cómo haría según qué cosas. La cosa era que, cuando esos delirios empezaban a ser palpables, uno se daba cuenta que había más cosas bajo la superficie. Una de esas era la responsabilidad. Responsabilidad sobre la Villa. Sobre honrar su pasado, proteger su futuro, y todo ello sin traicionar su presente. Responsabilidad sobre todos y cada uno de sus habitantes. No solo de sus shinobis, sino también de sus civiles. Y siempre manteniendo el rabillo del ojo en el resto del mundo, como bien había empezado a hacer Shiona. «Pero sin olvidarse de que aquí estamos bajo las órdenes de Takaku Rasen, el Señor Feudal. Ay, ¡por Susano’o, en qué marrón me quiere meter Hanabi!»
Le volvió a mirar. Era un tío joven, Hanabi. Todavía no había llegado ni a los cuarenta. De apariencia algo frágil, era cierto, pero bien sabía que las apariencias engañaban. Todavía le quedaban muchos años por vivir, muchas décadas vistiendo aquel sombrero. Sí, no tenía por qué preocuparse tan rápido. Joder, ¡no tenía que preocuparse en absoluto! Dentro de treinta años igual hasta cambiaba de idea. ¿Quién podía predecir lo que ocurriría en tantísimo tiempo, cuando ni los mejores videntes habían previsto ninguno de los acontecimientos que habían pasado en los últimos dos años?
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Hanabi se reincorporó, sonriente. Datsue era muchas cosas, pero en el fondo, era una buena persona. Se preocupaba por los suyos. Quizás eso era lo único que realmente importase para ser un buen Uzukage. Hanabi lo sabía, y por eso había decidido confiar en él. Uno no recibe la noticia de ser candidato a ser el próximo kage como si le dijesen que mañana iba a estar nublado, así que el líder del Remolino dejó que su pupilo se relajase antes de volver a hablar.
—Hombre, Datsue. Me imagino que con los años irás cogiendo experiencia, y pienso durar un poco más que mis antecesores —rio—. Simplemente te digo, tienes ese algo. Katsudon es un buen hombre, quizás administraría la villa bien, pero es un poco como yo. —Se encogió de hombros—. Me ha costado un montón que la gente termine de confiar en mi, sobretodo después de tanto cambio inesperado. Pero bueno.
»De momento, sólo puedo agradecerte y pedirte que sigas siendo ese guía. Aprende. Crece. Y trata de templarte un poco. De estrategia vas muy bien, de diplomacia también, o al menos sabes cómo y cuándo decir cada palabra. Lo único que te falta es paciencia. Pero supongo que eso se gana con la edad.
Hanabi comenzó de nuevo a caminar, cruzando el parque hacia el otro extremo. Algunos genin que entrenaban en un claro cercano se quedaron mirando embobados. Uno de ellos recibió un Tenka no Jutsu que ya había sido lanzado por un compañero de forma bastante cómica.
—Eso sí, mi aval no basta. Y —sin ofender, en serio—, con tu historial, va a ser complicado convencerlos. Haré todo lo posible, pero también tienen que tenerte enfrente para valorarte por lo que eres y no por lo que han oído.
»Es hora de que conozcas al Consejo de Sabios Uzumaki.
Sí, eso. Hanabi iba a durar muchos más años en el puesto. Ya era hora de romper esa maldición que caía sobre cada Uzukage tras la muerte de Shiona. ¡No había nada de qué preocuparse! Al menos, por mucho, mucho tiempo.
Y, no obstante, aún cuando todavía quedaba mucho, aún cuando era consciente de que el propio aval de Hanabi no sería suficiente para que le pusiesen el sombrero, se sintió… Sintió muchas cosas, en realidad. Por un lado, orgullo. Mucha satisfacción personal. Hanabi lo estaba poniendo en un pedestal, le estaba haciendo el mayor elogio que un Kage podía hacer a un ninja: confiarle la Villa. Después de todo por lo que habían pasado, eso le llegó al corazón. Pero, a raíz de eso, al mismo tiempo ya sentía un nuevo peso sobre sus hombros. Porque Hanabi le estaba poniendo el listón muy alto, y sabía que, a partir de aquel momento, él iba a tener que luchar cada día contra sí mismo para no bajarlo. Para no volver a cagarla.
Y eso, era mucha presión.
Inconscientemente, su mente viajó atrás. A aquella época en la que vivía en la Ribera del Norte, en la que se quedaba hasta las tantas jugando con muñecos de ninjas. Imaginándose, en su cabeza, que él era uno de ellos. Siempre se ponía como un gran héroe. Un Kage, a veces. Salvando al mundo de unos enemigos terribles y sacrificándose por el bien mayor.
¿Cuánto hacía de eso? No tantos años, aunque ahora pareciese una eternidad. Por el camino había perdido aquella ilusión. Las desgracias que vivió se la habían arrancado, y lo material, el dinero, habían llenado el vacío. Pero entonces llegó a Uzu. Conoció a muchos. Se hizo amigo de unos pocos. Sin darse cuenta, una parte de él que había creído muerta volvió. Muy poco a poco, desde las sombras. Siempre sin molestar mucho. Sin inmiscuirse demasiado en sus decisiones. Y ahora, esa parte de él…
… lloraba. Datsue se dio cuenta que demasiado literalmente. Fingió que observaba a unos chiquillos entrenando en un claro para secarse los ojos con el dorso de una mano. «Por Izanami, ¡vuelve a la cueva en la que estabas, joder!», gritó a su parte sensiblera. Llorar frente a un Uzukage, ¡qué vergüenza!
—Eso sí, mi aval no basta. Y —sin ofender, en serio—, con tu historial, va a ser complicado convencerlos. Haré todo lo posible, pero también tienen que tenerte enfrente para valorarte por lo que eres y no por lo que han oído.
»Es hora de que conozcas al Consejo de Sabios Uzumaki.
Datsue volvió a quedarse mudo de la impresión. ¡Así que ese era el grupo de gente que quería presentarle Hanabi! Él y Akame habían hecho cientos de bromas sobre ellos. Oh, sí. Todavía se acordaba cuando Akame había dicho que los Sabios eran como los… «Ese puto traidor», tuvo que recordarse. Sí, mejor no estropear el momento pensando en aquel judas, por muy buen chiste que hubiese sido aquel.
—¿Algún… consejo? Para limpiar esa imagen que tienen de mí, digo —preguntó, algo nervioso. No tenía ni idea de cómo eran los Sabios. Ni cuántos. De hecho, se dio cuenta de lo alarmantemente poco que sabía de ellos, más allá de que eran importantes, y que mejor tenerlos contentos.
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Hanabi giró hacia un banco en el parque y se sentó, los brazos cruzados y una pierna encima de la otra, meditando la respuesta.
—Realmente no es que tengan una imagen de ti tan mala —dijo Hanabi—, y ahora te explico por qué. Déjame hablarte un poco de cómo son.
»El Consejo de Sabios Uzumaki es un órgano que, en su momento, se creó para preservar el poder fáctico del Clan Uzumaki cuando empezaron a venir otros clanes de las Cinco Grandes tras su destrucción, en especial de Konoha. El clan Akimichi, en particular, se hizo muy fuerte. Ya lo sabes, el primer kage de otro clan fue Akimichi Daigo. Como Daigo hizo tan buen trabajo, el Consejo comenzó a abrirse más y más, ya no tan temerosos de que alguien pudiera cambiar el espíritu de la villa. Y fíjate, casi lo cambia uno de los suyos.
»El Consejo tenía diez miembros, elegidos entre los más ancianos del clan. Eso, viniendo entre los Uzumaki, es decir mucho. Por tanto, es inherentemente conservador, incluso ahora. Cuando Zoku se hizo con el poder, los mató a todos, así que tuvieron que renovarse.
»Tenemos una de cal y otra de arena. Por una parte, la institución es conservadora y no tiene muchas ganas de tomar riesgos, como es natural. Por otra parte, tú vengaste a algunos de sus familiares y amigos matando a Uzumaki Zoku. Por mucho que hayas hecho trastadas, eso pesa a tu favor. Aunque me temo que el asunto de Uchiha Akame jugará también en nuestra contra, porque... bueno. Para bien o para mal, érais considerados casi Hermanos.
»En la Villa manda el Uzukage, aunque haría bien en llevarse bien con el Consejo porque tiene mucha influencia con el Señor Feudal; pero a la hora de elegir un nuevo kage su opinión es la que más cuenta. Así que... tendremos que jugar muy bien unas cartas que no sabremos cuales son hasta que veamos cómo reaccionan.
Hanabi miró a Datsue con una sonrisa triste, y se encogió de hombros. La vida política era muy compleja. ¿Estaría Datsue preparado para afrontarla?
Datsue, quien se sentó en el banco en una postura algo más formal —espalda recta, piernas paralelas y manos sobre el regazo—, asistió a la clase de historia que le impartió Hanabi con la atención de un alumno en su asignatura favorita.
Le pareció muy curioso descubrir que el Consejo había sido creado originalmente para conservar la pureza de la Villa, en cuanto a alma e idea se refería. Curioso y lógico, por otra parte. El buen hacer de Akimichi Daigo provocó que su forma de pensar se abriese, considerando aptos no solo a los Uzumaki para la importante tarea de preservar el espíritu del Remolino. De hecho, el gran revés de Uzumaki Zoku demostraba que el clan y la sangre no era, ni mucho menos, lo más importante.
«Diez miembros. Algunos agradecidos por vengarles a sus seres queridos. Otros reacios por el puto judas». Se humedeció los labios, secos. El asunto lucía complicado, más teniendo en cuenta que el Consejo estaba compuesto por personas muy mayores, con mentes conservadoras, que no les gustaba tomar riesgos. Y él, se pintase como se pintase, lo era.
—Sinceramente, Hanabi-sama, todavía estoy intentando asimilar… todo esto. —¡Qué le quería nombrar como su sucesor! Eso no se digería de un momento para otro—. Pero haré todo lo posible por causar buena impresión. —Y especialmente para no meter la pata. «Oh, por Izanami, si seguro que son gente muy seria, de esos que no entienden lo que es una broma, mucho menos el sarcasmo. Si es que voy a meter la pata, joder. ¡Ya lo estoy viendo! Sin necesidad de Sharingan, ¡ya lo estoy viendo venir!»
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Hanabi asintió, y se levantó del banco. Siguieron caminando.
—Ven, vamos.
»Ten en cuenta que esto es para largo plazo —trató de tranquilizarle el jefe—, simplemente prefiero intentar presentarte ante ellos para que esten pendientes de ti como posible candidato. De esta manera, brillarás más ante sus ojos en el futuro... y si sigues el camino que tienes hasta ahora... te veo con el sombrero. Sinceramente.
»A ver, más datos, más datos... Te he dicho que el Consejo lo formaban diez miembros, pero desde la masacre de Zoku son sólo tres. Con quien más fácil lo tienes es probablemente Uzumaki Mishiko. Es la más joven, y dos primos suyos y su padre fueron asesinados por Zoku. Formaban parte del Consejo anterior.
»Luego está Uzumaki Sanona. No le caigo muy bien, eso para empezar. Nunca le he caído bien —dijo, acariciándose la nuca—. La hermana de Shiona. Seria y estricta, como ella. Pero menos comprensiva. A ver si la pillamos con buen día.
»Y el tercero... con ese vamos a tener más problemas. Un hueso duro de roer. El más anciano de todos, Uzumaki Ryoukajiin. Es el más conservador, el más proteccionista. Desde lo que pasó, ha sido el que me ha insistido más en preservar el legado del fundador de la villa, el que más me ha insistido en ser súper prudente... sospecho que presentarle a un chaval tan joven, además con lo que ha pasado con Akame... Buf.
El Uchiha se levantó y siguió a Hanabi por el jardín, con gesto serio y concentrado. Trataba de asimilar toda la información que le llegaba. Esta vez, el Uzukage soltó datos pormenorizados de cada miembro del Consejo.
Tras la masacre de Zoku, eran tres. Uno de ellos, Uzumaki Mishiko, lo tenía —como a él le gustaba decir— a tiro de kusareño. Es decir, ya tenía que tener muy mala puntería para no dar en el blanco. De hecho, a juicio del Uchiha, ese ya estaba ganado. Había vengado a su padre y a dos de sus primos. En el shōgi, era una pieza rival ya capturada. De lo único que se tenía que preocupar era de no perderla. «De no cagarla. Cosa que se me da demasiado bien».
El segundo era Uzumaki Sanona, quien para su gran sorpresa era la mismísima hermana de la difunta Shiona.
—Bueno, vengué a su sobrina… —murmuró para sí. Cierto recuerdo de él y Akame en un barco, criticando sin pudor a la que había sido por unos días su Uzukage le vino a la memoria. Aquel desliz había llegado a oídos de Zoku…
… y esperaba, rezaba, que a ninguno más.
El tercero, más anciano, más conservador, se llamaba Uzumaki Ryoukajiin. «Ryoukajiin, Ryoukajiin, Ryoukajiin…», se repitió una y otra vez, tratando de memorizarlo. Con ese hombre iba a tener que ir con pies de plomo. Era la llave, era la jodida Torre colocada en la fila de coronación. Vigilante, expectante a pillar un pardillo como él y comerlo de una sentada cuando tratase de promocionar.
¿Podría ganar aquella partida? Y, lo más importante, ¿le convenía a Uzu que alguien como él saliese victorioso? No lo sabía.
Quizá nunca lo supiese.
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Durante el resto del trayecto caminaron en silencio, Hanabi con la mirada gacha y los brazos tras la espalda. Pareciera que fuese él el más intranquilo de los dos, incluso si el foco de las miradas de aquél venerable consejo, tan mítico en la villa y ante quien muy pocos se habían postrado, no iba a ser él. De vez en cuando chasqueaba la lengua, los ojos entrecerrados, dignos de que estaba tratando de redirigir una conversación interna hacia el camino que convenía. Barajando el posible curso de uno de esos dichosos ferrocarriles de Amegakure que había abandonado la vía y cuyo destino era impredecible.
Los dos shinobi atravesaron las puertas de un barrio amurallado, de aspecto rico. Una decena de miradas de personas pelirrojas les acompañaron a lo largo de los cinco minutos que estuvieron caminando hacia el centro, un castillo de considerable tamaño de paredes blancas y techo color marrón desaturado. Hanabi se detuvo frente a las puertas, que tenían, cómo no, el símbolo del clan Uzumaki pintado en rojo carmesí.
Había una peculiaridad. Si ese era el lugar a donde iban, no había guardias. ¿Por qué no había guardias? Sería una pregunta que se haría cualquiera que no conociese al clan Uzumaki.
—Bueno... —Hanabi se volteó hacia él y le posó una mano en el hombro, sonriéndole compasivamente—. ¿Preparado? ¿Alguna cosa más que quieras saber antes de entrar?
A Datsue le gustaba comparar a Uzushiogakure no Sato con un buen libro. No importaba las veces que lo leyeses, siempre lo disfrutabas y acababas descubriendo cosas nuevas. Detalles que habías pasado por alto. Por ejemplo, aquel barrio de aspecto rico lleno de melenas pelirrojas. No recordaba haber estado allí en su vida, y eso que ya llevaba cuatro años en la Villa, pateándose sus calles de arriba abajo.
«¿Cuatro años ya?» Qué rápido pasaba el tiempo. Todavía recordaba como si fuese ayer el día en el que había atravesado las puertas de Uzu por primera vez. No era más que un crío, movido por sueños bañados en oro y la oportunidad de empezar una nueva vida. Una en la que no fuese conocido por huir. Ni por ser un cobarde. Sino otra cosa. Un…
…intrépido. Sonrió mientras negaba con la cabeza. ¿Cuánto hacía que no se presentaba con aquel apodo? Varios meses, por lo menos. ¿Estaría de verdad madurando? ¿Era eso madurar? O…
«Qué coño importa, joder. Céntrate en lo importante», se tuvo que recordar, cuando llegaron a la entrada de un castillo sin vigilancia alguna. Aparentemente, claro. Apostaba un buen fajo de billetes a que había algún que otro fuuinjutsu escondido entre las paredes blancas.
—Bueno... ¿Preparado? —La mirada que le lanzó Datsue le hizo saber que ni de lejos—. ¿Alguna cosa más que quieras saber antes de entrar?
—Buff… Pues seguramente sí. Muchas. Demasiadas. —Había cosas que no cambiaban. Datsue siempre prefería ir improvisando a planificar demasiado las cosas—. Mejor vamos ya, y que sea lo que Izanagi quiera.
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Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Hanabi asintió con un suspiro melancólico, y adelantó un pie a la puerta. Con diligencia, llamó tres veces, y los enormes portones cedieron, abriéndose, sin signo alguno de que nadie hubiera accionado algún mecanismo. Ni un brillo que indicase el funcionamiento de un Fuuinjutsu, nada. Sólo un bonito jardín con una fuente con kois de piedra y, al otro lado, arbustos con rosas. El dúo caminó, al menos Hanabi decididamente, y se abrió paso atravesando otro par de puertas, las del edificio principal. Les recibió un pasillo con iluminación lúgubre y un exquisito parqué y paredes de madera. Los muros estaban repletos de cuadros de caras que a Datsue le juraría haber visto alguna vez, pero que estaba seguro también de que tan sólo era por parentesco con otros Uzumaki.
Finalmente, Hanabi volvió a llamar a una pequeña puerta al fondo del pasillo, una verde y desaliñada.
—Permiso.
Accionó el picaporte, y esta vez se adentraron en una amplia habitación. Muy amplia. Una tarima gigantesca y semicircular les rodeaba a varios metros de distancia, como la de un tribunal. Y entonces Datsue los vio. Iluminados desde abajo, desde luego los sabios del Consejo eran imponentes cuanto menos.
A la primera que reconoció fue a Uzumaki Sanona. Especialmente porque era como ver una viva imagen de su anterior kage, eso sí, sin los característicos labios pintados de morado, y sin esa cicatriz de la frente. A la derecha tenían a Uzumaki Mishiko, una mujer de pelo corto y mirada afilada que les escrutinaba con cara de pocos amigos. Finalmente, y a su izquierda, se encontraba Ryoukajiin, el más viejo de los tres, que ya había perdido el rojo fuego del pelo. Detrás de su larga barba y bigote, les observaba duramente. Era imposible adivinar lo que estaba pensando. Sus ojos azules se mantuvieron en Datsue durante lo que pareció una eternidad. El Uchiha se dio cuenta de que por alguna razón, no pudo dejar de mirarle un buen rato.
—¿Qué significa esto, Hanabi? —gruñó Mishiko desde su estrado—. Sabes perfectamente las condiciones para convocar un Consejo. —Estudió a Datsue con la mirada—. ¿Tan graves han sido las andanzas del Imprudente otra vez?
Hanabi tragó saliva.
Él mismo le había dicho a su pupilo que con Mishiko era con quien lo tendrían más fácil, y sin embargo, la mujer se había rebelado a la mínima de cambio cuestionando la presencia del Uchiha. Y además, se notaba a tres leguas que el uso de la palabra Imprudente había sido una parodia despectiva del sobrenombre que Datsue se daba a sí mismo desde hacía bastante, el Intrépido.
—Verá, Mishiko-dono, es cierto que Datsue-kun ha cometido muchos errores durante su corta vida como shinobi, no obstante, últimamente no me está demostrando más que méritos, y...
—¿Y entonces qué hace aquí? —cortó Mishiko, impaciente.
—...y el otro día incluso convenció a un muchacho que había perdido toda voluntad de volver a la vida shinobi. Queriéndolo o sin querer, está en el centro de todo e inspira a sus compa...
—Hanabi. El motivo. —Sanona interrumpió con voz grave, autoritaria. Mucho más grave que la de su hermana, que recordase Datsue. O tal vez, la personalidad influyese en el tono.
—Eh... sí, sí —balbuceó Hanabi, rascándose la coronilla. El evidente nerviosismo y la aparente sumisión del Uzukage, que le hacía parecer una hormiga ante tres colosos, sugería con bastante precisión el poder real que aquél trío de sabios ejercía sobre la vida pública de la Villa—. Verán... Como he dicho —y déjenme terminar—, siempre se encuentra en el centro de todo. Es influyente. Y últimamente, me ha estado aconsejando muy bien. Aunque le falta mucho recorrido, quiero recomendar que vigilen su trayectoria, pienso que es un buen candidato para...
—Hanabi... ¿lo estás diciendo en serio? ¿De verdad piensas proponerlo para Uzuka...?
—¡¡NO!! ¿¡QUÉ DICES, ESTÁS LOCO, MUCHACHO!? —vociferó Mishiko. Que llamase muchacho a Hanabi era hasta gracioso, porque parecía mucho más joven que él. Eso sí, había que tener en cuenta que Mishiko era una Uzumaki. Perfectamente podía sacarle más de veinte años.
El Uzukage dio un paso atrás inconscientemente y tragó saliva. Creía que con Mishiko lo tendría más fácil, Datsue vengó a sus familiares, ella...
—Mishiko-dono, por fav...
—¡¡Hanabi, es un liante, siempre ha sido un liante, y ahora el que se decía llamar su Hermano —pronunció con sorna— anda por el País del Rayo, o a saber dónde, acompañado por un puto exiliado de Amegakure!! ¡¡Mató a un kage!! ¡Vale, era quien era, pero quién te dice que no pueda matarte a ti mañana mismo! ¡No me fío de él! ¡Mira el espectáculo lamentable que montó en el examen de chuunin! ¡Ni siquiera debió ascender! ¡Ni siquiera...!
—¡Basta! ¡Respeto muchísimo a este Consejo, Mishiko-dono, pero no dejaré que hables así de él! ¡Datsue no es Akame! ¡Datsue está deseando atrapar a Akame! ¡Datsue es [b]MI SHINOBI! ¡Nuestro shinobi!
Todos sintieron entonces el choque. La habitual sensación que emanaba de Hanabi cuando perdía, por un momento, el control de la válvula que apresaba al falso bijuu de su interior. Datsue había aprendido a resistirla, pero aún así sintió el vuelco en el estómago. Si los miembros del Consejo sintieron algo, apenas mostraron reaccion alguna.
—¡Hanabi! ¡Respeta la opinión del Consejo de Sabios!
Hanabi apretó los dientes y miró a Sanona.
—Nunca te he gustado, Sanona...
—¡Esto no tiene nada que ver con...!
—¡¡BASTA!!
El tercer integrante del Consejo de Sabios había estado callado hasta ese instante. Uzumaki Ryoukajiin les miraba, severo, autoritario, bajo la larga barba de hechicero de leyenda. Los escudriñó uno a uno, y todos se vieron silenciados por su mera presencia. No era algo parecido a lo de Hanabi. No. Él, simplemente, se hacía respetar. Sabía hacerse escuchar.
—Vamos a ver, en primer lugar, Hanabi, Mishiko, dejad este espectáculo lamentable para el bar, esto es el Consejo de Sabios —dijo—. Hanabi, tienes que controlarte. Eres el Uzukage. Sabes que nunca creí en ti antes de que el Señor Feudal te pusiera el sombrero, pero acabaste en el puesto por casualidad y demostraste que estás a la altura de tus antecesores. Me sorprendiste para bien. No me sorprendas ahora para mal.
Hanabi agachó la cabeza.
—¡Mishiko! Puedes estar en contra de que este muchacho recoja el testigo de Uzukage, pues razones haylas. Pero por favor, expresa tus opiniones con la altura que se merece tu responsabilidad. ¿Estamos?
Mishiko resopló y se cruzó de brazos, pero no dijo nada.
Ryoukajiin fijó los ojos en Datsue.
—Ahora, el muchacho. Bien, está claro que el tema de los Hermanos del Desierto nos preocupa a todos. Pero todos los aquí presentes hemos sufrido la traición de alguien cercano a nosotros en algún momento de nuestra vida, ¿no? Para empezar, por parte de Zoku. Una vez, yo también lo consideré un Hermano.
»Que haya caído tantas veces en travesuras es un asunto menor. ¡Por Dios! Es joven. Ve la vida con la perspectiva de un joven. No es que vayamos a ponerle el sombrero ahora mismo, ¿no? Tendrá tiempo de sobra, y más vale que lo tenga porque llevamos una racha mala de cambio de gobierno, de probarse a sí mismo, ante sus compañeros y ante nosotros. Además. ¿Saben lo que hizo también este muchacho, aparte de provocar a la jinchuuriki durante el examen?
»¡¡Salvarme la vida!! —Ryoukajiin se levantó y golpeó la tarima con las manos—. ¡Uchiha Datsue me salvó la vida con el Susano'o, aquél día en el estadio! ¡Yo estaba sentado justo en la trayectoria de esa bola de energía! Y no me la salvó sólo a mi, sino a toda mi grada. Y por eso yo siempre le estaré eternamente agradecido.
—¡Pero él también provocó que la jinchuuriki se descontrolase, tú mismo lo has dicho!
—¿¡Por qué, porque se burló de ella!? —espetó Ryoukajiin—. Por favor. Piensa en una situación real. Si te burlas de un adversario y la pones en ridículo para sacarla de quicio, y por culpa de ello pierde los papeles y también la pelea... ¡Has hecho bien tu trabajo! ¡Un ninja adulto y entrenado, además, no se dejaría llevar por las provocaciones! ¿Y quién demonios iba a esperarse que Aotsuki Ayame fuera la jinchuuriki? ¡Nadie lo sabía!
—Mishiko... Ryoukajiin tiene razón.
Mishiko hizo girar la silla, dándoles la espalda. Los otros dos miembros del Consejo suspiraron.
—Muy bien, Hanabi. Pero debes abandonar la sala. Ya conoces las reglas. Tenemos que conocer al candidato personalmente.
Hanabi asintió, tras una breve mirada a Datsue. Le dio una palmada en la espalda, y se dio la vuelta.
—Buena suerte... —susurró, y caminó hasta el fondo de la sala. La puerta hizo un eco endemoniadamente terrorífico cuando Hanabi la soltó para cerrarla.
—Bien, Datsue-kun. Cuéntanos algo sobre ti. ¿Algo que decir sobre todo lo que se ha dicho hasta ahora? Es tu turno de intervenir. ¡Y te lo advierto! —dijo Ryoukajiin, levantando el dedo índice—. Conocemos la parte mala de ti, y entre las cosas malas se dice que eres un adulador y un engatusador. Muchacho, hemos vivido mucho y nuestro trabajo es el de aconsejar, guiar, negociar y convencer. No intentes engañarnos.
»Relájate y sé sincero. Si eres digno de que te eche un ojo encima y decida, en su momento, ponerte el sombrero encima de esa cabezota tuya, lo voy a notar me hagas la pelota o no.
Ryoukajiin se sentó. Sanona se inclinó hacia Datsue con curiosidad. Mishiko seguía sin dirigirles siquiera la mirada, con el sillón con ruedas dado la vuelta y mirando a la pared, los brazos cruzados.
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