Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
«Qué curioso», no pudo evitar pensar Datsue, cuando los portones se abrieron por sí solos en un mudo movimiento. ¿Fuuinjutsu? ¿Algún mecanismo oculto? Sus pupilas se deslizaron por cada recoveco de la entrada, buscando con la misma ilusión de un kusareño el cuño de “Realizada con éxito” en alguna parte de su expediente de misiones. También con el mismo resultado.
—Oh… —soltó, dando un pequeño acelerón al darse cuenta que Hanabi había seguido caminando, firme y decidido, atravesando un jardín y otras dos puertas.
El Uchiha le alcanzó justo a tiempo para cuando abrieron la tercera y última, adentrándose en una sala gigantesca con una tarima semicircular al frente. Fue entrar, y el Uchiha ya se sintió juzgado. Como si estuviese allí por haber hecho algo malo. Como si tuviese que defenderse. Que aquello pareciese la sala de un tribunal no le ayudaba a sacudirse aquella sensación. Ni que el que a todas luces parecía Ryoukajiin no parase de mirarle con aquellos ojos tan enigmáticos. Menos lo hacía el hecho de que Mishiko —la reconoció por descarte, pues Sanona era clavadita a su difunta hermana—, la que se suponía estaría de su lado, le llamase el Imprudente.
¡El Imprudente, a él! Miró a Hanabi, y quiso recriminarle con un pequeño codazo en las costillas por un reporte de la situación a todas luces demasiado optimista. Su codo le recordó que era el Uzukage, y la idea se quedó ahí: en su mente.
Hanabi empezó a explicarse, y Datsue contempló con espanto —y también con cierta indignación—, cómo los Sabios no dejaban de interrumpirle. «¡Un poco de respeto, que es el Uzukage, joder!» Pronto se dio cuenta que aquello no había sido un desliz maleducado. No, el que balbuceaba y mostraba sumisión era Hanabi. Y los que exigían explicaciones, los Sabios.
«Por los Dioses… ¡en la que me estoy metiendo!», pensó, contagiándose casi al instante por el nerviosismo de su valedor.
El primer muro con el que se toparon no fue Ryoukajiin, como habían creído. Ni siquiera Sanona. El primer muro fue Mishiko. La más joven, la más abierta, la que más podía estar agradecida a Datsue, fue la que antes estalló contra la propuesta de Hanabi. ¡Hasta usó el hecho de haber asesinado a Zoku en su contra!
Estaba tan anonadado que no se dio cuenta que había abierto la boca y la había dejado así, con cara de bobo, por un buen rato. Una parte de él le dijo de irse. Le dijo que tenía la partida perdida antes siquiera de haberla empezado. La otra… La otra estaba indignada. ¿Qué culpa tenía él de que Akame fuese un jodido traidor? ¿Qué culpa tenía él de que Zoku fuese un jodido usurpador? De todas las cosas que podían recriminarle, ¡de justo aquellas dos era inocente!
¡Fiusss…! El vapor saliendo disparado de una olla a presión. A Datsue le hubiese gustado poder contarles un día a sus nietos que semejante fuga de chakra provenía de él, y que los Sabios se habían encogido como cachorros asustados ante tremenda demostración de poder. Pero como siempre, el chakra provenía de Hanabi. Y, en aquella ocasión… En aquella ocasión los Uzumaki que tenía al frente ni se inmutaron.
Datsue tragó saliva. Aquellos tres estaban hechos de otra pasta. «¡Pues claro que lo están, joder! ¡Sobrevivieron al puto Zoku!» Nunca se había parado a pensar que aquel simple hecho, de por sí, ya significaba un mundo.
—¡¡BASTA!! —gritó Ryoukajiin, cortando la discusión que se había generado con la autoridad de un padre severo sobre sus hijos revoltosos.
A continuación, procedió a sentar cátedra. ¡Bam, bam, bam! Verdades como puños que dejaron tan mal a Mishiko que tuvo que refugiarse en su propia coraza, dándoles a todos la espalda como una niña pequeña. Fue tal el abuso, que Datsue tuvo que contenerse las ganas de ponerse a aplaudir allí mismo. «¡Este es de los míos, joder! ¿Y decía Hanabi que era un conservador proteccionista? ¡Lo que es, es un puto sabio! ¡Un puto sabio, eso es lo que es joder!» Y al parecer, hasta le había salvado la vida cuando se había comido la bijuudama del Gobi.
«Humilde. Agradecido. Erudito. Ecuánime… ¡Lo tiene todo este tío!»
Todavía no sabía si iba a ser fácil convencerle, pero sin duda era la persona que mejor le había caído de los tres. Pero, entonces...
—Buena suerte...
—¿Q-qué? —Estaba tan enfrascado saboreando cada palabra que salía de la boca de Ryoukajiin, que aquello le pilló desprevenido. Cuando quiso protestar ya fue demasiado tarde: Hanabi acababa de cerrar la puerta tras de sí.
«Oh, mierda…» Pronto se dio cuenta de la gran diferencia que había entre que hablasen de él a que hablasen con él. Su padrino y protector estaba lejos, y ahora se encontraba solo ante las fieras. Su sangre bullía en su interior, no beligerante, sino nerviosa, como en esos característicos minutos previos a una primera cita con una chica. Cuando Ryoukajiin le pidió que contase algo sobre él, o que comentase lo dicho hasta aquel momento, se humedeció los labios. Tenía la boca pastosa.
—Relájate y sé sincero. Si eres digno de que te eche un ojo encima y decida, en su momento, ponerte el sombrero encima de esa cabezota tuya, lo voy a notar me hagas la pelota o no.
Tiró del cuello de su camiseta para que pasase algo de aire, en un vano intento por bajar su temperatura. Estaba nervioso, sin saber muy bien qué decir, ni cómo afrontar la situación. «Tírate de cabeza y punto…» ¿Qué era lo peor que le podía pasar? ¿Qué siguiesen pensando que no era apto? Unos años de estrés, caída de pelo y extrema responsabilidad que se ahorraba.
—En verdad, cuando Hanabi-sama me informó hoy que quería presentarme como candidato a Uzukage, yo me quedé tan en shock como Mishiko-dono —reveló, tratando de tender un pequeño puente de empatía hacia la Sabia—. Honestamente, soy el que más dudas tiene de que sea un candidato adecuado. —Vale, quizá se estaba pasando de honesto.
»Lo único que quiero decir es que… Miren, sé que he cometido mis errores. Que he sido… imprudente. Liante. Y que la he ca… fastidiado —terminó por decir, optando por un vocabulario menos vulgar— en muchas ocasiones. Solo puedo decir que intento aprender de ello y compensarlo como buenamente pueda. Con Aotsuki Ayame mismamente, hice las paces después de lo sucedido en el examen. —Oh, sí, y cómo se alegraba de haberlo hecho. Solo por poder sacarlo a colación en aquel instante ya había merecido la pena—. De hecho, fue ella quien me avisó que había visto a Akame, a través de un pequeño fuuinjutsu que nos permite comunicarnos a distancia.
No creía que fuese a impresionarles, precisamente a ellos, con su Hermandad Intrépida. Pero nunca estaba de más mostrar que tenían algo en común: su pasión por el noble arte de las técnicas de sellado.
—Y espero que un día tenga la oportunidad de resarcirme de mi mayor error de todos. Espero que un día se me conceda la misma posibilidad que se le dio a Hanabi-sama años atrás con Garadea. —La difunta novia del Uzukage. También traidora. También una espía que planeaba asesinar a Shiona—. Pero hay algo por lo que no pediré perdón.
Su voz sonó más grave e intransigente de lo que pretendió.
—¿Sabe una cosa, Mishiko-dono? —preguntó directamente, tratando de que al fin le mirase—. Le voy a decir una cosa. Le voy a decir una cosa que ni Hanabi-sama sabe. —A la mierda… «¡A la mierda!»—. Cuando descubrimos la clase de calaña que era Zoku, cuando supimos lo que estaba haciendo a la Villa y cómo quería usar a Shukaku… Akame no quiso rebelarse. Nos considerarán unos traidores, me dijo. Me preguntó: ¿cuánto tiempo pasará hasta que la próxima persona en llevar ese sombrero llegue a la conclusión de que podríamos hacérselo a él también? —La profecía de Akame no se había cumplido con Hanabi, pero sí con Mishiko—. ¡Temía que nos ejecutasen por traición! ¡No sé ni cómo le convencí! —En realidad sí, tirando de la vieja confiable: el amor. Que en aquellos momentos adoptaba la forma y el nombre de Koko.
»¿Se fía más de alguien que no le hubiese nacido hacerlo? Entonces vaya a por gente como Akame. Porque ya lo digo ahora: ni me arrepiento, ni pienso pedir perdón por lo que hice aquella noche. Y si volviese atrás en el tiempo, lo volvería a hacer. Porque Uzu es más grande que ese bastardo, y desde luego, mucho más grande que la buena reputación que me pueda quedar.
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No hubo ninguna reacción por parte de los tres. Ryoukajiin seguía complaciente, pero observándolo con severidad. Una rigidez que compartía Sanona, que le escrutaba con los ojos entrecerrados, tratando de leer a través de su experta labia. La última, Mishiko, no se giró ni cuando Datsue interpeló a ella directamente. No fue hasta que no terminó que lo hizo, y estampó sus manos sobre el escritorio.
—Sí, sí, muy bonito el discurso —dijo—. Ya habíamos oído hablar de esa capacidad tuya. Es algo que le viene bien a cualquier kage, pero no es lo único que le viene bien, ni lo más esencial. —Seguía tratándolo con el desprecio de quien no reconoce a otro. No obstante, Datsue consiguió percibir que no se trataba del mismo rechazo absolutista que antes. Simplemente, estaba claro que no le iba a caer bien. A algunas personas era imposible caerles bien nunca. Y eso no estaba mal, ¿no?
—¿Tú qué piensas al respecto, Datsue? —interrumpió Sanona—. Para ti, ¿qué es lo que debería tener cualquier kage?
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Datsue se encontraba ya algo más relajado. Como quien inspira hondo diez veces, medita o simplemente se toma una tila, a él hablar y hablar le permitía matar los nervios. A Mishiko no se la había ganado, eso estaba claro. Pero dejó de preocuparse por eso. Vio en ella una batalla perdida, una en la que no merecía malgastar energía. Esperaba poder ganarla con el tiempo… y con sus acciones.
La hermana de Shiona aprovechó el silencio para intervenir: ¿qué debería tener cualquier Kage? Eso era lo que a Datsue gustaba llamar una pregunta jodida.
«¿Ser justo y sabio?» Impartir justicia, sabiendo siempre qué era lo correcto, sin dejarse llevar por el temperamento o el ansia de poder. Sin ser una Yui, o un Zoku. Y eligiendo siempre lo mejor para Uzu… y la estabilidad. Pero, ¿bastaba con eso? ¿Y si sabía cuál era la decisión correcta, pero no tenía fuerza para aplicarla?
«¿Poder, entonces?» Poder para protegerse, a él y a su Villa. La fuerza necesaria para imponer la ley. Para hacer valer su palabra, ante los suyos y el restode Oonindo. Aunque, ¿se solucionaba todo con eso? ¿Era capaz un ninja de amasar tanto poder como para hacerlo todo por sí solo? No había criaturas más poderosas en Oonindo que los bijuus, y hasta ellos caían frente a un grupo bien organizado de ninjas.
«¿Qué, entonces?»
Oyó la voz de Hanabi resonando en su cabeza, repitiendo unas palabras que le había dedicado no hacía tanto. Entonces, lo vio claro. ¿Cuál era la mayor lección que había aprendido en los últimos años? ¿Cómo había logrado rescatar a Aiko?
—Confianza —respondió al fin—. Un Kage debe tener confianza. En sí mismo, sí, pero especialmente en los suyos. Confianza para no tener reparo en pedir consejo u opinión a alguien más sabio en un asunto que no es su fuerte. En pedir ayuda. En dialogar. Porque no importa lo inteligente o fuerte que seas, la historia nos ha enseñado que las grandes cosas no se consiguen en solitario. —«Y Uzu es muy, muy grande».
»Como un buen amigo me dijo una vez: tú tienes que estar para la Villa, y la Villa tiene que estar para ti.
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18/07/2019, 15:31 (Última modificación: 18/07/2019, 15:35 por Amedama Daruu. Editado 2 veces en total.)
Hubo un tenso silencio de un largo minuto. Esta vez, Mishiko sí se giró de nuevo para encargarle, pero no dijo nada. Parecía escudriñar a Datsue tan seria como los otros dos. Finalmente, Ryoukajiin se aclaró la garganta y se inclinó sobre el escritorio, levantando el dedo índice.
—Un líder no es nada si no tiene a quién liderar, y que sea líder no significa que deba ser un déspota. Que tenga la autoridad le da derecho a ejercerla, pero sólo porque puedas hacer algo no significa que siempre debas hacerlo. Es cierto, Datsue, hay momentos en los que uno debe pedir consejo. Y también es cierto que la confianza es de los valores más importantes en un líder, y cómo no, el saber transmitirla a aquellos que lidera.
»No obstante... —Se reclinó sobre el asiento—. Es una respuesta algo...
—Patética. —Mishiko le sonrió maliciosamente desde su estrado, entrecerrando los ojos y apoyando la barbilla en las palmas de las manos.
—¡Escasa! —se hizo oír Sanona, girándose como un resorte hacia Mishiko. Parecía molesta. Pero con ella, no con Datsue.
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—Patética. —Y hubiesen podido darle una bofetada en aquel momento, que no le hubiese ofendido más.
«Patética… ¿Patética? ¡Esta cabrona de qué se va!» Pero no era cosa exclusiva de Mishiko. Sanona mismo opinaba que su respuesta había sido escasa, y se jugaría mil ryos a que Ryoukajiin pensaba igual. No, ellos no eran unos kusareños a los que se podía impresionar con un par de palabras rimbombantes y una sonrisa traviesa. Eran ancianos, eran sabios, y habían visto y oído de todo.
Se pasó la lengua por los dientes, pensativo, mientras sus ojos se paseaban por el reducido Consejo de Sabios. Entonces, levantó una mano, como si estuviese en la Academia pidiendo el turno de palabra. Ahí iba su segundo intento.
—Tienen razón. Ha sido escasa —tuvo que reconocer—. Akimichi Daigo. Uzumaki Shiona. —¿Cómo no lo había pensado antes? Nada como analizar el mandato de sus dos mejores Kages, con permiso de Shiomaru y un todavía muy joven Hanabi, para saber qué era lo más importante—. Dos de nuestros Kages más longevos. Cuando pienso en su legado, pienso en años de paz, de prosperidad, de riqueza. Puedes tener más o menos labia. Puedes caerle a la gente mejor o peor. Pero si sabes conducir a la Villa para que siga creciendo alejada de guerras innecesarias, entonces la gente recordará con orgullo tu mandato. Porque habrás sido un buen Kage. Porque ese es nuestro objetivo, ¿no? Conseguir una Villa unida, fuerte… y feliz.
»Antes pensaba distinto. Creía que ser fuertes, mostrarnos fuertes, era lo más importante. Lo creí por mucho tiempo. Hasta que vi a Hanabi en el examen Chunin, cuando Ayame perdió el control. El temple con el que actuó… —ladeó la cabeza y echó aire por la nariz, amagando una sonrisa—. Una parte de mí no lo entendió en aquel momento. Cuando me enteré que habían intentado matar a Akame, eché de menos una respuesta más contundente. Pero, ahora… Ahora lo comprendo.
Le faltaban dedos para contar la de veces que había criticado con Akame aquellas endebles decisiones. Cuan errado había estado. ¿Endebles? Lo habían sido ellos: niños actuando a base de orgullo y revancha.
—Cuando uno nace en una época de paz, hay ciertas cosas que no sabe apreciar. La tensión que se respiraba después de aquello… Los nervios al cruzarte con un ninja extranjero… —suspiró. No habían sido días fáciles, desde luego—. La tranquilidad que vuelve a reinar, al menos entre las tres Villas, es impagable. Y creo que Hanabi jugó un papel fundamental en eso, para dar pie a la nueva Alianza.
»Respecto a la prosperidad y la riqueza que comentaba antes… Bueno, creo que aquí el mejor ejemplo actual, o en el que yo más me fijo, y no me creo que vaya a decirlo, es Yui. Ese ferrocarril que se sacaron de la manga va a facilitar la vida a mucha gente y a generar riqueza para todos. Qué decir de los teléfonos, super cómodos. ¡Y hasta se inventaron un fuuinjutsu para mejorar la seguridad de nuestra Villa! —Se preguntó si el Consejo tenía el orgullo tocado por ello, teniendo la fama que tenían—. Están revolucionando Oonindo, y honestamente, si algún día me elegís como Uzukage, y no consigo en mi mandato instaurar mi propia revolución, con la de pioneros que tenemos en técnicas de sellado y genios en muchas otras materias, lo consideraré un rotundo fracaso por mi parte.
Sin excusas. Sin medias tintas. En Uzu había oro en forma de ninjas y era responsabilidad del Kage saber sacarlo a relucir.
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—¿Ese sello? ¿Ese sello de la amejin? ¡Ja! —rio Mishiko, esta vez observando a Datsue con una atención mucho más (y de forma evidente) positiva. Algo de lo que había dicho le había hecho cambiar de postura a medio discurso—. Ese sello sólo consiguió funcionar a pleno rendimiento con nuestra ayuda.
—Aunque has de reconocer que ya era toda una obra de arte. Y una buena idea —añadió Ryoukajiin, rompiendo una lanza a favor de Amegakure.
—Yo también eché de menos una respuesta más contundente, Datsue-kun —sonrió Mishiko, ignorando por completo la puntualización de Ryoukajiin—. Me alegra ver que no fui la única.
—Pero la respuesta de Hanabi fue la apropiada —intervino Sanona.
—Así es. Mi corazón pedía ganarles. Ganar una batalla, dos, quien sabe si una guerra. Pero mi cerebro sabía que había mucho más que podíamos perder.
—Un líder debe tener un corazón fuerte, de eso no hay duda. Pero a veces, su cerebro debe ganarle la batalla a su corazón. Algunos se apoyan en consejeros mucho más templados que ellos. Otros en un Consejo. Es lo primero que has dicho —añadió Ryoukajiin.
—Es importante que un líder busque siempre la paz, el orden, la estabilidad —dijo Sanona, complacida—. Esta última intervención tuya me ha convencido.
—Supongo que habrá tiempo para comprobar si tus acciones corroboran tus palabras, Uchiha —dijo finalmente Mishiko—. Empezando por hoy mismo. —Entrelazó las manos, apoyó los codos en el escritorio y sonrió. A Datsue le pareció ver un brillo de astuta malicia en sus ojos.
Ryoukajiin la miró brevemente, perspicaz. Pero ignoró sus últimas palabras por un momento y se dirigió a Datsue:
—Y hablando de Fuuinjutsu, hijo —suspiró—. Hanabi-kun no es muy ducho en ellos, algo que nos entristece. Todos los Uzukage hasta él fueron hábiles con las Técnicas de Sellado. ¿Y tú? ¿Qué sabes al respecto?
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Era su impresión, o… Cuando menos había tratado de caerle bien, y simplemente había expresado lo que opinaba, ¿fue cuando consiguió un cambio positivo en Mishiko?
—Yo también eché de menos una respuesta más contundente, Datsue-kun —sonrió ella, ignorando por completo la puntualización de Ryoukajiin sobre el sello brindado por Amegakure—. Me alegra ver que no fui la única.
«Ah… Ya veo». Por muy sabios que se proclamasen, la sangre también les bullía de vez en cuando. Aunque ahora estaba claro, y todos estaban de acuerdo, en que había sido la respuesta correcta. El tiempo y los posteriores acontecimientos así lo demostraban. Todos estaban de acuerdo, sí, y sin embargo…
—Supongo que habrá tiempo para comprobar si tus acciones corroboran tus palabras, Uchiha. Empezando por hoy mismo.
El Uchiha cambió el peso del cuerpo de una pierna a otra. «¿Hoy… mismo?» ¿Acaso pensaba ponerle a prueba? ¿De qué manera? ¿Cuándo exactamente? Los ojos de la Uzumaki, cargados de astucia, no auguraban nada bueno. «Me cago en todo, Hanabi, ¡en que aprietos me estás metiendo!»
Recordó la última prueba que le había hecho Hanabi, dirigida por su sensei, cuando lo ascendieron por primera vez a Jōnin. Le había salido horrible. Y ese pensamiento no hizo sino perturbarle más.
—Y hablando de Fuuinjutsu, hijo —intervino Ryoukajiin, el más anciano, y en palabras de Hanabi, el que se suponía iba a ser el más duro—. Hanabi-kun no es muy ducho en ellos, algo que nos entristece. Todos los Uzukage hasta él fueron hábiles con las Técnicas de Sellado. ¿Y tú? ¿Qué sabes al respecto?
Todavía preocupado por las palabras de Mishiko, el Uchiha tardó unos momentos en recomponerse y responder.
—Ehmm… Pues me queda mucho por aprender, todavía. Sé lo típico, en verdad —«Eso, Datsue, eso. Con los pies en el suelo y demostrando humildad. ¡Como buen aspirante a Kage que eres!»—. Conozco el Sello de Maldición, el de Transcripción, el Método del Sellado y de la Liberación del Mal… La Fórmula de Sello de los Ocho Trigramas…
Se dio cuenta que como fuese nombrando una a una las técnicas que conocía, no acababa hasta mañana. Mejor resumir:
—Puedo poner un Sello de Rastreo a alguien, invisible a los ojos, y saber en qué dirección se encuentra si no está demasiado lejos. Como mucho los kilómetros que hay de Uzushiogakure a Tane-Shigai, pongamos —«¡Casi nada, oye!»—. Puedo colocar un sello en alguien o en un objeto y que al activarlo este atraiga cualquier ninjutsu elemental que haya sido lanzado cerca. Puedo inhibir el dolor, poner sellos de comunicación para poder hablar a cualquier distancia, revertir la mismísima muerte y, si me lo propusiese, invocar a un Shinigami.
«¿Que qué sé yo? Maldita sea, ¡no seré un Uzumaki, pero soy un puto genio con los fuuinjutsus!» Se dio cuenta que, quizá, se había dejado esa modestia de la que presumía por la mitad del discurso. «¡Pero es que una cosa es ser modesto y otra la falsa humildad! ¡Con la verdad por delante siempre, leches!»
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La Fórmula del Sello de los Ocho Trigramas... ¡Que sabía lo típico! Los miembros del Consejo, Uzumakis de pura cepa, no dieron crédito a la primera parte de la exposición de Uchiha Datsue, y así lo evidenciaban sus caretos. Ryoukajiin tenía los ojos muy abiertos, incrédulo. Sanona el ceño fruncidísimo, casi con las cejas cerrándole los ojos. Mishiko se acariciaba la barbilla, suspicaz. Su sonrisa había desaparecido, y en su lugar escudriñaba cada palabra, buscando la mentira.
Pero con la segunda parte ya, fue un despiporre. Los tres se morían por contestarle, pero fue Ryoukajiin el que se hizo oír.
—La verdad, Datsue, creo que hablo por la enteridad del Consejo cuando te digo que... nos dejas anonadados. —El hombre se inclinó hacia adelante—. Pero las palabras se las lleva el viento. ¿Puedes hacer alguna demostración? Has hablado de... revertir la muerte. ¡Revertir la muerte!
»Daría lo que fuera por ver eso.
Era evidente el interés de Ryoukajiin. Al parecer no era sólo destreza con el Fuuinjutsu lo que tenía, sino también un profundo gusto por dichas técnicas. Todo eso podría intuirlo Datsue, aunque la realidad iba por otra dirección.
—En toda mi vida —intervino Sanona—, no he visto a nadie hacer algo así. Y francamente, chico. Me cuesta... me cuesta pensar que sea verdad.
Pero Mishiko le creía. Por una vez, le creía. ¿Quién en su sano juicio diría algo así al Consejo si no era capaz de hacerlo? ¿O acaso era un loco que trataba de engañarlos con algo tan serio y tan importante para ellos como el Fuuinjutsu?
Tragó saliva. Por todos los dioses, ¿de verdad era capaz? ¡Ni siquiera era Uzumaki!
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«¡JAAAAAJIAJIAJIAJIA! ¡Te acabas de dar cuenta, ¿eh?!»
«¡Nooooo! ¡No me jodas, noooo!» Sintió que la tierra le tragaba. Por una vez, se había ganado el respeto y hasta la admiración de los tres Sabios. Especialmente, al mencionar cierta técnica propia. Su fuuinjutsu estrella, la técnica más poderosa que había creado —y que probablemente jamás crearía— hasta la fecha. Y no podía hacerles una demostración.
«¡La usé contra Daruu! ¡Mieerrdaaaa!»
«¡JIA JIA JIA JIA! Un fuuinjutsu que solo puede usarse cada medio año, ¡menuda estafa! ¡JIA JIA JIA! Pero es mejor así. Ya la cagaste al revelarle a estos tres viejos tus mejores bazas. ¡Un día te arrepentirás! ¡No te olvides que te lo advertí!»
«Y si me olvido ya estarás tú para recordármelo, ¿eh?»Cabronazo. Eso es lo que era Shukaku.
—Pues me temo que… —«¡Me cago en mi puta vida!»—, puedo hacerles una demostración de cualquier fuuinjutsu que mencioné… salvo precisamente ese. Bueno, y el del Shiki Fūjin, por motivos que ya conocen. —Desilusión. Fastidio. Y hasta que le tachasen de mentiroso. Las tres cosas se esperaba—. No es que no quiera, pero se trata de algo muy complejo que no puedo usar a menudo. Verán, yo lo llamo el Sello Maldito del Tiempo Inverso. Colocas el sello en tu cuerpo, y este almacena tu estado. A partir de ahí podrán herirte, podrán incluso arrancarte el corazón. No importa, porque el sello se activa solo, y cuando se active —«oh, señores»—, cuando se active volverás a tu estado inicial. Es como si revertiese el tiempo.
Solo había un problema.
—El tema es que dicho sello deja un rastro. Un rastro que, calculo yo, tarda en desaparecer unos seis meses. Si yo colocase uno ahora, interferiría con ese sello viejo, y… La verdad, quizá no pasase nada. Pero cabe la posibilidad de que el sello nuevo tomase como estado inicial el del viejo. Es decir, no revertiría el tiempo de unos minutos, no, sino el de dos meses, que fue cuando lo usé. Eso requeriría tal cantidad de chakra que dudo que ni Shukaku tenga. Es decir, que lo que se podría llamar una minitécnica de resurrección me terminaría matando por agotamiento.
Y nadie quería eso, ¿verdad?
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6/08/2019, 01:13 (Última modificación: 6/08/2019, 01:13 por Amedama Daruu.)
Silencio. Silencio sepulcral. ¿Decepción? ¿Duda?
Mishiko rio, sentada en su tribuna. Se cruzó de brazos y se recostó.
—Osea, que mientes —espetó, directa y cruel, y con la satisfacción de quien lleva esperando su momento un largo tiempo—. Al final, tus bravuconadas salieron a relucir. Y eso que Ryoukajiin-dono te advirtió.
—Dice la verdad —repuso Ryoukajiin, sin embargo, que no había dejado de mirarle a los ojos—. ¿En qué lío te metiste para tener que volver de la muerte, chico?
—Oh, me encantaría saberlo —añadió Sanona con interés.
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«No… ¡No miento!», quiso gritarle. Rugirle. Datsue era un mentiroso. Antaño, uno bueno, que con el tiempo se había pasado de rosca. Había abusado de su labia, y en los últimos tiempos le jugaba en contra. No le importaba que le llamasen un mentiroso, porque sería negar la realidad. Ahora, ¿que se lo llamasen cuando decía la verdad? No había cosa que más detestase en aquel mundo.
Pero se contuvo. Contuvo su indignación frunciendo el ceño y apretando los labios. Hacer una pataleta solo le serviría para mostrarse como un crío, y un crío no estaba cualificado para las aspiraciones que Hanabi tenía puestas en él.
Y, como ese kunai atado a un hilo por un especialista en Shurikenjutsu, la conversación dio un giro inesperado.
—¿En qué lío te metiste para tener que volver de la muerte, chico?
—Oh, me encantaría saberlo
«¡JAAAAAAAAAAAAJIAJIAJIA! ¡Te dije que te arrepentirías!»
«Me cago en…»
—En ninguno, en ninguno —no solo negaba con la voz, sino con la cabeza e incluso ambas manos—. Quise ponerlo a prueba, por supuesto. ¿Cómo sino saber si funcionaba? La herida que revirtió no era del todo mortal… pero sí lo suficientemente profunda como para asegurarme que, efectivamente, el sello cumplía su función.
¿Acaso mentía? Bueno, estaba claro que del todo la verdad no la estaba contando. «Pero, ¿puede llamarse lío a una pelea en la que acabas tomándote unas hidromieles en la casa de veraneo de tu contrincante? ¿Eh? Yo diría que no, ¿verdad? ¿Y no fue una forma de poner a prueba mi sello? Lo fue, lo fue. Así pues, ¿quién en su sano puede decir que estoy mintiendo? No, no. Lo único que hago es ahorrarles detalles escabrosos a estos buenos Sabios. ¡Sí, eso hago!»
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
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«Menuda vista de águila tienen los jodidos. Con tantos años ya podrían tener algo de cataratas, ¡ni una se les escapa!» ¿Qué hacer? Su cuerpo le pedía que se resistiese, que no largase nada. ¿Serviría su rango de Jonin frente al Consejo de Sabios? Lo dudaba. Quizá le obligasen a cantar, o quizá simplemente se imaginasen algo mucho peor de lo que en realidad había pasado.
Suspiró.
—No es que fuese algo malo, es que… Bueno, a ver, tuve una pequeña confrontación con un ninja de otra Villa —«Joder, ¡hala!, de cabeza al río»—. Pero de verdad que no la provoqué —«¿No ese día al menos?»—. Me tenía ganas por lo del examen de Chunin y aunque quise evitar la pelea no me quedó más remedio que defenderme. En un momento dado me asusté y usé la técnica por si acaso. No dije nada porque la pelea nos sirvió para… desahogarnos. Una terapia peculiar, digamos. Y acabamos haciendo las paces ese mismo día. De hecho, ¡hasta lo considero un amigo! —exclamó vehemente.
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—¡JA! —vociferó casi de inmediato Mishiko—. Está hablando de Amedama Daruu.
—Ah, sí. Amedama Daruu, el Infiltrador. Si hubiera sido por mí lo tendríamos encerrado en prisión por lo del otro día.
Ryoukajiin suspiró.
—Vamos a ver, señoras, por favor, piensen un poco —meditó Ryoukajiin—. Parece ser que gracias a la rencilla de este chaval, somos conocedores de que Akame está vivo y la Guardiana de Amegakure nos dio una descripción. El amejin ha mostrado buena voluntad.
—Iba a decir que intentó apuñalar a Akame durante el Examen de Chuunin, pero, ¿sabéis? Casi nos habría ahorrado todo el problema —rio Mishiko, divertida, apoyada la barbilla en su palma de la mano—. Bueno, al menos le diste una buena tunda al ameño ese, ¿no?
Ryoukajiin se aclaró la garganta.
—¡Por favor, Mishiko! Sé que Amegakure es difícil de tratar, pero soy el más viejo de los tres y sé que es conveniente mantener un buen vínculo con Amekoro Yui. Es una mujer con mucho mal genio, pero ayudó en más de una ocasión a Shiona, y eso lo sabe Sanona-dono, ¿verdad?
Sanona clavó la mirada al frente, evitando la mirada de todos los presentes. Frunció los labios y el entrecejo, evidentemente molesta.
—Me salvó la vida personalmente.
—Entonces no hay nada más que hablar. Al menos la situación acabó bien. Aunque, Datsue, una cosa que me llama la atención. Si el sello tiene un tiempo de recarga, significa...
»...que Amedama Daruu te mató.
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«Hija de puta». Había acertado a la primera. Sí, en efecto, había sido Daruu. Daruu el Infiltrador, como le llamaba Sanona. «¿Encerrarle por lo del otro día? Pero, ¿qué…? Ah, ya. Lo de colarse en el edificio del Uzukage. Sí, la verdad es que se le fue un poco la pinza. No seré yo quien lo niegue, no».
—Bueno, al menos le diste una buena tunda al ameño ese, ¿no?
Datsue esbozó una ligera sonrisa, pero Ryoukajiin le salvó de tener que responder, defendiendo un poco a Amegakura al revelar que Yui había ayudado a Shiona en más de una ocasión. El Uchiha ya sabía que ambas habían sido muy buenas amigas en la infancia —Hanabi se lo había dicho en una ocasión—, y que dos buenas amigas se hubiesen ayudado no le cogía por sorpresa. Lo que sí lo hizo, fue que Sanona le debiese la vida a la Arashikage.
«Vaya… Vaya. Así que estás en deuda con ella. Apuesto a que eso te debe de joder, ¿eh?»
—Aunque, Datsue —el Uchiha volvió a levantar la vista, intrigado por lo que Ryoukajiin iba a decirle—, una cosa que me llama la atención. Si el sello tiene un tiempo de recarga, significa...
»...que Amedama Daruu te mató.
«Hmm…» Daruu le había apuñalado de la misma forma que había intentado, sin éxito, hacérselo a Akame. Con su katana oculta, un tajo profundo al hombro. ¿Había el sello revertido la muerte? No lo sabía. ¿Habría sobrevivido sin él? A no ser que Daruu le hubiese teletransportado al mismísimo hospital de Amegakure, lo dudaba.
Por tanto, la respuesta era clara:
—Sí. —Era curioso, lo ligero que le sonaba reconocer semejante acto. Pero es que… Es que si no hubiese sabido que estaba salvaguardado por el Sello Maldito del Tiempo Inverso, no hubiese actuado de manera tan kamikaze. De hecho, había sido él mismo quien se había lanzado contra la hoja partida, sabiendo que no le quedaría ni una cicatriz al cabo de unos minutos—. Pero, Sabios del Consejo —añadió, sabiendo que se estaban haciendo una idea equivocada de lo que había ocurrido—, no era su intención matarme. Yo me había colocado el sello, y sabía que en esos momentos era inmortal. Prácticamente fui yo quien se abalanzó sobre su hoja para pillarle por sorpresa y darle un golpe certero.
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