Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—¿A matarme, mmh...? —Ahí estaba otra vez. La sensación de calor. La hierba quemada bajo sus pies. El aura asfixiante. Sólo que esta vez más pura, más radiante. Hanabi se detuvo en seco, y Datsue chocó contra su espalda. Pese a que el Uchiha se había estado entrenando y era visiblemente más corpulento que Hanabi, apenas lo movió del sitio, como si fuera una piedra clavada en el camino. Y lo peor... ¿lo peor? Lo peor fue que el contacto contra él le había quemado—. Subamos la apuesta, querido Datsue. Subamos la apuesta.
»El que pierda, tendrá que pedirle una cita...
»...a Amekoro Yui.
Si la cara de Hanabi no era de pura maldad, pocas cosas lo serían. Al lado de él, Shukaku era un peluche.
Ah, ¡cómo le gustaba sacar a pasear su poder! Datsue no se lo reprochaba, no obstante. De él tenerlo, lo haría a todas horas por puro regodeo. Pero, en aquella ocasión, fue todavía más allá. El aire a su alrededor se calentó tanto que le costaba respirar, como si estuviese en una sauna con demasiado vapor. ¡El mismísimo suelo se había vuelto a prender! Y…
—¡Auch! P-perdón… —se excusó, tras chocar contra él. ¡Ni lo había movido! Tenía un cuerpo bastante normalillo, pero de alguna forma era una auténtica mole. Una mole ardiente e incombustible que parecía no tener límite. ¿Recuerdan esa pizca de miedo y nervios que Datsue sentió antes?
Bueno, pues empezaban a multiplicarse. Provocarle no había sido la mejor de sus ideas, desde luego.
Y, entonces, llegó la bomba.
—¿Que QUÉ? —Silencio. Su mente repitiendo las palabras del Uzukage. Una por una. Como si formasen un intrincado rompecabezas al que tuviese que darle forma y orden. Porque estaba claro que, dichas tal cual, no tenían sentido—. ¿Una cita con…?
Estuvo a punto de partirse en dos de la risa, si no fuese porque justo en ese momento vio la cara de tremenda seriedad —de mala leche, incluso— de Hanabi.
—Esto… Ehm… Lo… ¿¡Lo dice en serio!? —«Una cita con… ¿¡esa pedazo de víbora!?»
Hacía tiempo, Datsue había tenido una idea loca. Meses atrás, cuando hizo las paces con Ayame, había transmitido sus ganas de retarse en duelo con Yui. Sabía que tendría difícil que Hanabi le diese permiso, y justo en ese momento, lo recordó. Recordó que ellos habían quedado en tener un combate algún día. Y que Hanabi estaba muy entusiasmado con la idea. ¿Por qué no apostar el permiso para librar dicho duelo? Estaba convencido de que aceptaría.
Seguramente porque todavía lo tenía en el subconsciente, había propuesto aquel juego. No obstante, tras probar en sus carnes la Hoja de Shiomaru, y verse candidato a Uzukage, Datsue había desechado definitivamente aquella idea. No más venganzas estúpidas. No más líos. Pero una cosa era pasar página, y otra muy distinta tener una cita con una de las personas que más repudiaba en aquel mundo.
Fue entonces cuando lo decidió...
—Trato —Datsue tendió una mano para estrechársela.
Decidió que no iba a perder.
—Vaya pensando en un sitio bonito donde invitarla, Hanabi-sama. Porque antes me arranco un ojo a tener una cita con Yui.
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Hanabi estrechó la mano de Datsue alegremente, y rio:
—¿Ves? Ahora puedo estar tranquilo porque sé que vas a esforzarte al máximo. ¡Sí señor! Ahora más vale que apretemos el paso, que tampoco puedo estar fuera de la aldea para siempre, ¿sabes?
El inusual dúo siguió viajando a a través de la Planicie del Silencio honrando a su nombre la mayor parte del tiempo. Hanabi estaba más concentrado en avanzar que en hablar, aunque como ya hemos dicho parecía bastante feliz. La noche ya había entrado de sobra cuando llegaron a Los Herreros, donde el Uzukage volvió a adoptar su particular disfraz, al menos hasta que hubieron cenado y alquilado una habitación simple. Ahí fue cuando volvió a la normalidad, en la soledad, y cuando echó de menos ser el líder de una aldea ninja también.
—Uuugh —gimió—. Esperaba no volver a tener que dormir en un colchón de estos. ¿Tan malos han sido siempre? ¡Es la mejor posada de Los Herreros! —Claro está, Los Herreros no era precisamente un resort turístico, y las posadas de allí sólo servían como respiro para un viajero sediento, hambriento y cansado.
Ah, los Herreros. ¿Cuántos negocios habría hecho allí? ¿Cuánto dinero se habría ganado? No lo recordaba con exactitud, pero en casa se guardaba una libretita con la cifra exacta. Desde la desaparición de Soroku en el País de la Tierra, esos negocios se habían terminado, por desgracia. El Uchiha estaba convencido de que tenía los suficientes contactos como para seguirlos por otra vía, pero una parte de él creía esa etapa cerrada. Ser jōnin demandaba mucha energía y tiempo, y ser un candidato a Uzukage todavía más.
«Ah, pero me vendría tan taaan bien ahora que me quedé casi a cero tras comprar la casa…» ¡Lástima que lo de la misión hubiese sido mentira! Una misión de rango alto le hubiese venido de perlas para reponer sus arcas. Siempre y cuando la hubiese cumplido, claro. En su última de gran, gran calibre, casi había muerto en el intento. De hecho, de no ser porque Akame se teletransportó junto a él…
Sacudió la cabeza. No era momento de pensar en ello.
Los dos uzujines se alojaron en una posada que Datsue conocía muy bien. No obstante, del montón de veces que había pasado por allí, ni una sola vez la había usado para descansar. No porque no le gustase, no. Todos decían que era la mejor del lugar. Solo tenía un pequeño e insignificante defecto: demasiado cara para su gusto.
Sonrió al oír quejarse al Uzukage.
—Ni idea… Pero los veteranos siempre nos cuentan que antes eran todavía peor.¡En mis tiempos dormíamos en colchones rellenos de piedras, hijo! —exclamó, imitando a uno de manera algo exagerada—. ¡Nos daban pan de hacía dos días y nos teníamos que contentar con un estofado de huesos! ¡Hoy en día los críos como tú os quejáis de vicio! —rio—. Me suena que había protestado porque la cama en la que había dormido tenía los muelles rotos. ¡Los muelles rotos! Te hundías por el medio y al día siguiente tenía tal dolor de espalda que estuve con molestias todo el maldito día.
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Hanabi rio con el comentario y la exagerada imitación de Datsue. Ambos hablaron de alguna u otra historia durante un rato, y luego cayeron dormidos, presa del agotamiento. Al día siguiente, Hanabi despertó a Datsue bien temprano, y tras recoger sus cosas, equiparse, y de nuevo, adoptar el Uzukage su peculiar disfraz, el dúo continuó con su camino. Bordearon el Bosque de la Hoja por la costa, cerca de los acantilados, durante la mayor parte del día. Hanabi se permitió, a medio camino, volver a ser él mismo, y cada vez más animado, discutía con Datsue sobre lo difícil que era ser Uzukage a veces.
—¿Lo peor? Lo peor es saber que eres un egoísta —decía ahora, cuando ya el sol estaba de nuevo agotado y se escondía por detrás de las copas de los árboles—. Quieres acción, quieres moverte, pero eso sólo puede pasar si viene alguien a atacar la villa, y eso es algo que nadie puede permitirse. Entonces te viene Katsudon y te planta una pila de papeles delante. Escribir tu nombre, firmar, escribir tu nombre, firmar... todo el puto día. —Suspiró—. Por supuesto, tiene sus cosas buenas. Muy buenas. Pero las malas existen, ¿eh?
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Mientras ambos caminaban, Datsue se preguntó por enésima vez en el día hacia dónde se dirigían. «Estamos yendo como a… ¿Ushi?» Obviamente, la villa de los agricultores frustrados —pues en realidad querían ser ganaderos— no podía ser su destino. ¿Seguirían subiendo hacia el norte, atravesando la frontera del País del Rayo? ¿O su destino estaba más cerca?
Hanabi no había soltado prenda, pero recordaba que hacía dos noches, cuando le había engañado con lo de la misión, le había dicho que estaría fuera una semana. «Dos días para ir, dos para volver… y uno para el combate», calculó el Uchiha. Eso quería decir que si Hanabi no se había confundido con los tiempos, llegarían aquella noche a su destino. O como mucho a la mañana siguiente.
«Joder, ¡qué nervios!»
Por suerte, Hanabi estaba resultando ser un gran conversador. Simpático, con mil anécdotas, y muy conocedor de un tema que le interesaba recientemente: ¿qué era lo peor de ser Uzukage? No pudo evitar reír por lo bajo cuando Hanabi mencionó las pilas y pilas de papeles que debía firmar.
—Buah, pues a mí no me vendría mal algo de tranquilidad, ¿eh? Supongo que al final también acabaría echando de menos las aventuras, la emoción que solo una buena misión puede darte… Y eso de no poder salir apenas de la Villa, ah, eso sí es una putada —tuvo que coincidir—. Oiga, oiga, y ya que estamos hablando de lo de ser Uzukage…. Una pregunta tonta. Sin importancia. La verdad es que no me interesa lo más mínimo, pero es que estoy cayendo en la cuenta y… Y tengo curiosidad.
Carraspeó, mirando a un punto lejano en el horizonte. Evitando mirarle.
—Los ninja nos ganamos la vida realizando misiones. —Se acababa de ganar el premio a la perogrullada del día—. Pero, los Kages… Los Kages, por lo que veo, os pasáis el día en los despachos, así que… —Así que no podían hacerse misión alguna—. Imagino que tenéis un sueldo fijo, ¿no? Como unos… ¿unos cinco mil ryos al mes? ¿O así? —tiró al bulto—. ¡Qué de verdad que no me importa lo más mínimo, eh! A mí eso… Pff… —bufó. ¿A él la pasta? ¡Ja!—. Pero como se pasa el día firmando papeles…
¡De algo tenía que vivir!
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—Uuuhhh, da igual lo bien que lo adornes, Datsue-kun —rio Hanabi—. Tu historial te delata, compañero. Sé que te importa el dinero. La pasta. ¡Los ryo! Y sí, esa es la parte buena, esa es la parte buena...
»Gano diez veces más que cuando era jounin —dejó caer, como una losa—. Pero como te iba diciendo, las desventajas están ahí. Ya verás tú cuando te toque hacer una misión diplomática con una tocapelotas como Yui, que no sabes si se divierte haciéndote enfadar o si se divierte enfadándose ella misma. Claro, cuando a uno parece que le divierte estar de mala hostia, pues está de mala hostia todo el rato. ¿Y Kenzou? Una mala víbora. Todo son sonrisas pero siempre está mirando por lo suyo. Por otro lado es lo que tiene que hacer, pero el cabrón nos ocultó que tenían un jinchuuriki y estoy seguro de que lo haría de nuevo, es un hijoputa de cuidado, y... Datsue, ¿me estás escuchando, verdad?
9/09/2019, 23:35 (Última modificación: 9/09/2019, 23:46 por Uchiha Datsue. Editado 2 veces en total.)
—Gano diez veces más que cuando era jounin.
¡BAAAMMMMM! La bomba cayó con tanta fuerza que Datsue tuvo que tomarse unos largos instantes en asimilar lo que estaba sucediendo. En levantarse, en esperar a que el pitido por semejante estruendo desapareciese de sus oídos, y finalmente en asimilar. Y lo que estaba sucediendo era que le acababan de informar del sueldo del Uzukage, y era…
«¡¡¡LAAAA HOOOOOSSSSSTIIIIAAAAAAA!!!»
Tuvo que llevarse las manos a la boca. En parte para reprimir un chillido histérico; en parte para evitar que su mandíbula se le cayese al suelo. Literalmente.
«Por Izanami de mi vida; por Izanagi de mis amores; por Shiona que en paz descanse… ¡¡¡¿PERO QUÉ ES ESTO?!!!» Una de sus manos tuvo que abandonar a su compañera, que seguía haciendo de seguro con su mandíbula, para ir al pecho y comprimirlo. ¡Se le iba a salir el corazón! «A ver, a ver, a ver… Tranquilízate, ¡tranquilízate joder! Vamos a hacer cálculos. Hanabi era un jounin experimentado. Seguro que se sacaba misiones de rango B y A con la punta de la polla. ¡Tiremos por lo bajo! Digamos que dos al mes. ¡No, venga! ¡Seamos super pesimistas! ¡Una solo! Eso quiere decir que… Ay, mamá. ¡Ay, mamá!»
«Pero, Shukaku, tú te das cuenta, ¿verdad? ¿¡No!? ¡Qué estamos hablando de treinta de los gordos! ¡Treinta y tirando por lo bajísimo! ¿¡ES QUE NO LO VES!? ¡Que en un par de meses tengo para comprarme una mansión a lo Sakamoto! Con su piscinita. Con su estanque, su cubertería de oro y su velero atracado en el puerto. ¡Qué digo velero! ¡Un jodido barcazo con tres mástiles y sus más de treinta metros de popa a proa!»
Dudaba que Shukaku terminase de pillarlo. Como se consideraba un buen chico, trató de explicárselo más sosegadamente.
«A ver, a ver, para que me entiendas. Que lo del sueldo, al final, es lo de menos. Es lo que haces con él. Dame un ryo, y te conseguiré dos. Dame treinta mil… y, oh chico, ¡no sabes la de puertas que se te van a abrir! ¡Estamos hablando de invertir, Shukaku! Y no al pez pequeñito como estaba haciendo hasta ahora. No en una tiendecilla de armas. No, no. ¡Nos codearíamos con los grandes! ¿Nuevo casino en Kasukami? Pam, un porcentaje para mí. ¿Hotel de lujo en Tanzaku Gai? Póngame unas acciones por aquí. ¿Nuevo centro comercial en Yamiria? A comprarse tres o cuatro locales y a alquilarlos.»
Pero eso no era lo mejor. Lo más bestia era que a medida que fuese pasando el tiempo, los beneficios irían en aumento, como una bola de nieve que se iba haciendo más y más grande. Llegaría un punto en que en vez de comprarse un par de locales, compraría directamente el centro comercial entero. Y, ¿por qué no el terreno y mandarlo construir? Así se ahorraba intermediarios. «Sí… Esa es la actitud. ¡Esa es la actitud!»
«Shukaku, Shukaku. A ver, para que tú lo entiendas. Sabes el desierto del País del Viento, ¿no? Bueno, ¿recuerdas la arena? Dame dos años. ¡Sí, sí, dos años digo! Dame dos años y me haré tantos billetes de quinientos como granos de arena hay en el desierto. ¡JAAAAAAJAJAJAJAJAJJAJA! ¡¡JAAAAA!! ¡JIAAAAAA! ¡¡¡JIAAAAJIAJIAJAIJIAJIAJIAAAAAÁ!»
— Datsue, ¿me estás escuchando, verdad?
—Eeehhh… Sí, sí. ¡Por supuesto que le estoy escuchando, Uzukage-sama! Que cuidado con el hijoputa ese, que gana diez veces más que cuando era jounin —dijo, uniendo lo único que había escuchado de toda la conversación en una sola frase, sin darse cuenta de lo ridículo que quedaba—. Si es que menudo cabronazo, sí… Pero imagínese, ¡imagínese lo que yo podría hacer con…! —¿Y si invertía en un banco?—. Buff… ¡BUUUFFFF…!
No, no, no, no. Y si…
¿¡Y sí se compraba un banco!?
—¡JOOJOJOJOJO! Ay, por Amateratsu. Eso sería… ¡Eso sería…!
Jodidamente apoteósico. Fuera de sí, Datsue llevaba un rato dando saltitos en vez de caminar de manera corriente. Desvariando sin parar e imaginándose lo que podría hacer con tanto, tanto dinero.
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«No sé, Datsue. Igual, si disimulas un poco, quizás algún día consigas todo ese dinero. Pero ahora mismo... creo que la has cagado un poco. ¡JIAJIAJIA!»
Hanabi le observaba a un metro de él. Se había dado la vuelta, y Datsue iba tan ensemismado que se había dado un topetazo contra él. De nuevo el tacto con el Uzukage le había quemado. De hecho, tenía una de las puntas de la abertura de la chaqueta ardiendo.
—Datsue-kun —dijo el Uzukage tranquilo pero firme—. ¿Acabas de llamarme hijo de puta?
Shukaku siseó en su mente, como quien se tapa la cara cuando a alguien le han dado un buen golpe.
«Uhhhhhh... ¡Uuuuuhh!»
En el fondo, se estaba divirtiendo muchísimo. Ya era hora, joder. Cuánto día aburrido. A ver si se le iba un poco la olla y le dejaba poseerle. Así podría sumar uno más a la lista de Uzukages muertos.
Datsue no creía posible que nada ni nadie le quitase de sus sueños de oro por el resto del día. De sus objetivos. De sus locas ideas. De sus muchas opciones para invertir el dinero. De sus tantas otras para gastarlo en caprichos.
Se equivocaba. No hizo falta más que medio minuto para recibir tal sopapo que todo aquello pasó a un rincón oscuro y polvoriento de su mente.
Imposible. ¡Imposible! No sin esfuerzo, trató de rememorar lo que había estado soltando por su boquita.
—Yo hablaba del hijoputa ese del que me comentaba usted. Ese… tío. Ese que… Ya sabe. El que… Vale, vale. ¡Lo confieso! —aceptó, sin querer hacer más el ridículo—. Confieso… confieso que no le estaba prestando mucha atención. Es que… ¡diez veces más que cuando era jounin, Uzukage-sama! ¡Todavía estaba procesando la información!
Tragó saliva. ¿Tan rápido la había cagado con Hanabi?
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Visiblemente molesto, Hanabi se dio la vuelta y siguió caminando.
—Sé que te gusta el dinero, muchacho —replicó—. Pero deberías controlarte. Pese a que me has demostrado muchas veces que Uzushiogakure te importa de verdad, deslices como este me hacen dudar. ¡Me hacen dudar mucho! —La voz de Hanabi sonaba enfadada, sí. Pero había algo peor. Sonaba a decepción.
«Para todo lo que has mentido, estafado y engañado a lo largo de tu vida, hijo mío, la verdad es que eres bastante torpe.»
—Estamos a punto de llegar. Pasaremos la noche en una cueva y por la mañana te llevaré al sitio que te comenté y pelearemos —dijo Hanabi—. Joder, en serio. ¡Con lo mucho que me he abierto contigo, macho! ¿Por qué te gusta tanto el dinero? ¿Es que no tienes suficiente? ¡He visto tu nueva casa! ¡Si vives de puta madre!
»No sé qué esperas, pero una vez tienes todas esas comodidades, lo demás son todo lujos que luego no hacen más que traerte problemas de vuelta. Hazme caso, anda.
«No le falta razón. ¿Qué haces tú en una mansión, hijoputa? ¡Si estás solo! ¡Solo, me oyes! Bueno, si me dejas un jardincito en la parte de atrás, podría salir, ¿eh? Y vivir contigo ahí. Prometo no ejecutar muchos genocidios. Sólo unos poquitos. ¿Tú me comprendes, verdad? ¡Venganza! ¡Tengo que vengarme contra los que me controlaron y me apresaron, tío!»
«Osea, toda la raza humana, básicamente. ¡JIA, JIA, JIA!»
«¿Y qué haces con un casino y un hotel, con lo tranquilo que estás en tu jacuzzi, tío? Vamos a ver. Por cada humano más que sumes a la ecuación, es otra mano que te va a robar, te va a estafar, te pueden clavar una puñalada por la espalda. ¿Pero tú solo? ¡Solo estás mejor, joder!»
«¡Y piensa en cuantos ribereños del sur podrías tener contratados sin que lo supieses, joder!»
Oh, no. No, no, no. Enfado, ira, mosqueo... A eso estaba habituado. Eso podía combatirlo. Pero, ¿decepción? Le hubiese sentado mejor una patada en la boca del estómago que eso. Como si no fuese suficiente aquello, Shukaku no desaprovechaba una, recordándole lo torpe que era. «Gracias, Shukaku. Yo también te quiero», respondió irónicamente.
Respecto al viaje, resultaba que había estado en lo cierto. Los cálculos habían sido precisos, y efectivamente, a la mañana siguiente, llegarían a su destino. ¿Por qué tan lejos? Debía de haber una buena razón. Un sitio idílico para el combate, alejado de toda vida, donde el fuego y la destrucción no representase amenaza alguna. «El desierto del País del Viento encaja al dedo». Solo que estaba en la otra punta del mapa, claro.
Pero Hanabi no lo dejó pasar. ¿Por qué le gustaba tanto el dinero a Datsue? ¿Por qué nunca se conformaba? Preguntas lanzadas al aire sin respuesta. El Uchiha siguió caminando, callado y con la mirada gacha. Shukaku, por otra parte, seguía hablándole telepáticamente. Por un momento, quiso replicarle que ya se había vengado de los que le habían apresado. A través de él, nada menos, cuando estamparon una tremenda bola de fuego en la boca de Zoku. Pero, entonces…
«Osea, toda la raza humana, básicamente. ¡JIA, JIA, JIA!»
…entonces Shukaku fue Shukaku, y la réplica murió en sus labios. Pero hubo una cosa que sí que no pudo dejar pasar por alto. «¿¡Qué!? ¿Contratar a esas… sabandijas? No, no, no. Eso nunca, ¿¡me oyes!? ¡Eso nunca!» ¿Y contribuir a extender la peste? Solo de pensarlo le daban ganas de vomitar.
—No sé qué esperas, pero una vez tienes todas esas comodidades, lo demás son todo lujos que luego no hacen más que traerte problemas de vuelta. Hazme caso, anda.
Datsue suspiró con pesar. Una parte de él…
—Lo sé. —Sí, él mismo había llegado a aquella conclusión en un par de ocasiones. Pero la codicia no se curaba de la noche a la mañana. Un adicto al omoide lo era toda la vida, y un adicto al dinero… también. Podía limpiarse, desintoxicarse, aguantar un año o dos sin caer. Quizá el resto de la vida incluso. Pero la tentación siempre iba a estar ahí, esperando, paciente… al momento de debilidad—. Es solo que… Pff, no sé, Uzukage-sama. Tonterías, en verdad.
»No considero que tuviese una infancia difícil. Al menos no desde que conocí las historias de mis compañeros de promoción. Pero veía cosas en casa que… no me gustaban. Así que ahí me tiene, con seis añitos yendo a comprar un muñeco nuevo con el que jugar y entretenerme. Para ocupar la mente.
Aunque tenía que ser sincero. No solo con el Uzukage, sino consigo mismo.
—A ver, el gusto por el dinero siempre lo tuve desde que tengo memoria. —Ya de pequeñito le gustaba juntar los ahorros de sus padres y apilarlas en un montoncito, contando hasta el último ryo—. Pero sí que acostumbré a resolver mis problemas comprándome caprichos.
»Y… qué sé yo. Simplemente tengo una pequeña racha de bajón. No es nada, en serio, en peores he estado y sé que volveré a estar en la ola. Es solo que… Mire, no veo a Nabi y Eri desde hace meses. Desde que están juntos… Juntos, juntos, me refiero, es como intentar quedar con un kusareño el día de la cosecha. ¿Sabe a lo que me…? Uy, perdón por la expresión. —Se corrigió de golpe. Shukaku tenía razón: a veces ni intentándolo sería más torpe—. Y Aiko… ¿Versión corta? Se fue con un tío de dos metros, morenazo y con el brazo más ancho que yo. Que yo me alegro que sea feliz, pero… —tomó aire y lo dejó escapar lentamente. Su voz apenas fue un murmullo débil y abatido:—. Pero hubiese preferido que fuese conmigo, supongo.
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—Mmh... después de todo lo que tuvimos que hacer para traerla de vuelta del lago, eh... —respondió Hanabi. No estaba enfadado, ni siquiera decepcionado. Más bien parecía una respuesta triste—. Ya te avisé, Datsue, las cosas no siempre son fáciles ni salen como queremos. A veces es mejor pasar página, y ya está. —Frenó la marcha y se puso a su mismo nivel. Le puso una mano al hombro—. De todas formas, siempre es mejor apoyarse en la gente que en cosas materiales. Estoy seguro de que Eri y Nabi encontrarán algo de tiempo para ti, y entre tanto, me tienes a mi, ¿eh? Soy tu superior y eso no lo cambia nadie, pero eres uno de mis jounin más cercanos. ¡Después de todo por lo que hemos pasado, honestamente, te considero un buen amigo!
»Un amigo algo cabezota, es cierto —rio—, pero un amigo al fin y al cabo.
Datsue y Hanabi caminaron en silencio durante al menos media hora más, cuando encontraron un complejo montañoso inusitadamente escarpado, incluso para aquellos acantilados. Hanabi guió al Uchiha por una pequeña rampa y a través de la estrecha abertura de una cueva. Allá adentro estaba muy oscuro, pero de todas formas el Uzukage avanzaba con total seguridad, zigzagueando, descendiendo, dando media vuelta, luego girando a la izquierda... Datsue perdió la cuenta del tiempo que pasaron allí. Finalmente, llegaron a una estancia iluminada por antorchas de un extraño fuego rojo. La luz proyectaba sus largas sombras sobre un suelo de roca claramente construída por el hombre. Ladrillos rectangulares que se apilaban en las paredes, y que sustentaban sus pisadas. Al fondo, una marca cuadrada en la pared señalaba una entrada, pero no había picaporte ni cerradura.
—¿Te gusta? —dijo Hanabi con una radiante sonrisa—. Este sitio me trae muchos recuerdos. Lo hizo Shiona. Para nuestro grupo. Una especie de refugio secreto. Recuerdo la fascinación con la que entré aquí por primera vez. No pude ni dormir. Shiona dominaba el Fuuinjutsu a niveles que no alcanzarías a comprender. —Señaló una de las antorchas—. ¿Ves esto? No me preguntes cómo porque no tengo ni idea, pero selló el fuego. ¡El fuego! ¿Y esto? —Señaló a la puerta, y se acercó a ella con dos rápidas zancadas—. Espera y verás.
El Uzukage puso con delicadeza la palma de la mano en la pared. El segmento que hacía de puerta se iluminó de un color carmesí.
—Larga vida a Uzushiogakure no Sato.
Hubo un crujido, y luego, la losa de piedra se hundió un momento y se deslizó hacia abajo levantando una pequeña polvareda. Con otro clack se encajó bajo tierra, y reveló una modesta habitación iluminada con el mismo fuego rojo en una chimenea de ladrillos. El suelo y las paredes eran de madera, y habían cuatro camas dispuestas a sendos lados. En la pared contraria una escalera descendía aún más hacia abajo. Hanabi entró y se quedó mirando un cuadro encima de la chimenea con ojos nostálgicos.
—Ah... qué recuerdos —se lamentó, cruzándose de brazos.
Allí habían tres niños sonrientes posando con una Uzumaki Shiona idéntica a como Datsue la recordaba. Sarutobi Hanabi, Akimichi Yakisoba y Yotsuki Raimyogan, los tres pupilos de la Tercera Uzukage.
Pasar página. Sí, eso estaba intentando hacer. Cosa que tan solo le estaba dando más quebraderos de cabeza. ¿A qué se refería? Bueno, esa es otra historia. Una que encajaba más en su pequeño diario.
—Y yo a usted, Hanabi-sama —dijo, sincero. A pesar de que siguiese tratándole de usted, por respeto a su cargo, él también lo veía como a un amigo. Uno de los buenos. Uno de los que no se escondían y siempre estaban ahí cuando las cosas se ponían feas—. Y yo a usted...
• • •
—¿Te gusta?
—¿Qué si me gusta? ¡Me flipa! —exclamó, maravillado.
¿Cómo demonios había conseguido Shiona sellar el fuego? «Putos Uzumaki, de verdad. Siempre un paso por delante», pensó con cierta envidia. ¿Sellar la puerta? Chulo y bonito, pero más realizable por un mortal como él.
Tras decir la contraseña —no podía ser otra que aquella— ambos accedieron a una habitación con cuatro camas, pulcramente hechas. Aparte de eso, un cuadro en la pared; y unas escaleras que seguían bajando. «¿A dónde coño llevarán?»
Hanabi, no obstante, estaba más preocupado por el cuadro.
—¡Uala! Usted… ¡de niño! —Como a esa constante figura paterna, sabia y mayor, al Uchiha le costaba imaginarse a Hanabi de niño—. Joder, ¡qué flacucho que me era! —Bueno, no había dejado de serlo, precisamente—. Y este es Yakisoba, ¿no? La hostia. Hmm, Shiona está tal y como la recordaba. —Parecía que no pasaban los años por ella. Siempre manteniéndose en la veintena—. Buah, menudo equipazo, chaval —dijo, más para sí que para Hanabi—. Santa Izanami, ¡menudo equipazo!
Sí, Datsue empezaba a emocionarse más y más a medida que se daba cuenta de la tremenda brigada que formaban aquellos cuatro. ¿Habría existido alguna vez una más poderosa y tan bien compensada? «Hmm… Quizá la formada por los tres primeros Kages, cuando se unieron para derrotar a los bijuu. Pero por los pelos, eh. ¡Por los putos pelos!»
—Por cierto, antes de que se me olvide… —miró a un lado y a otro, en busca de algo que no estaba—. ¿Y el baño?
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
—¿Baño? ¿Qué baño? —dijo—. Hazlo afuera en el suelo de la cueva. En mis tiempos no teníamos tantas comodidades. —Hizo una pausa larga. Parecía de pronto muy interesado en el estado de las sábanas de una de las camas—. ¡Que no hombre, que es broma! Bajando las escaleras lo tienes.
Bajando las escaleras lo tenía, sí. A mano izquierda. Pero los escalones descendían aún más, y se perdían en la oscuridad. ¿El destino? Incierto.