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Zetsuo arremetió con un nuevo ataque. No obstante, y aunque Zetsuo, evidentemente, era mucho mejor que Daruu en muchísimas cosas, había algo en lo que jamás podría superarle. Y ese algo era en conocer a su propia madre. De modo que cuando comenzó a decir que él no trabajaba en la pastelería, Kiroe sonrió y dijo:
—¡Seguro que tienes un día libre! Y además, me hace mucha ilusión, Zetsuo, ¿no podrías hacerme ese favor? Porfa porfa porfa.
»¡Podrías venirte con Kori y con Aya...!
»Quizás podríamos sugerirlo como una misión de promoción del local para el equipo Kōri cuando...
Zetsuo y Kiroe pronunciaron aquellas medias frases al mismo tiempo, y un telón de acero creció entre sus consciencias, recordándoles que no tenían el derecho de imaginar ni de ser felices.
Daruu hundió la mirada en su plato, y cuando lo terminó, subió a la habitación sin mediar palabra alguna.
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Aquel pequeño lapsus de felicidad terminó tan bruscamente como había empezado. Cada uno de los presentes volvió a sumergirse en sus respectivos platos y la cena siguió de forma silenciosa y tensa y después, cada una de las dos familias se dirigió hacia sus respectivas habitaciones. Casi era un insulto hacia sus conciencias que la gente de la taberna siguiera tan animada, bailando y riendo al son de la pianola que tocaba un hombre de forma frenética. Ofendía que la tabernera siguiera sonriendo de aquella forma tan despreocupada, haciendo juegos de palabras mezclados con mugidos y chistes sobre vacas. Ofendía. Toda aquella felicidad dolía. Aquel local se había convertido en un juego de contrastes entre el blanco y el negro.
La noche pasó en pena como todas las anteriores, y el grupo volvió a reunirse a primera hora de la mañana en la misma entrada de "La Vaca que Ríe" dispuestos a partir. El día comenzaba increíblemente frío, con cada exhalación el aire se convertía en nubes de vaho ante sus narices, y Zetsuo se vio obligado a abrigarse con una gruesa capa para no perder el calor. Al contrario que él, Kōri parecía encontrarse en su salsa.
—Vamos. No hay tiempo que perder —habló el médico, sombrío.
Cada día que pasaba, las esperanzas de encontrar a Ayame con vida descendían de forma exponencial.
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Daruu se arrebujó en su lado de la cama, cenizo y molesto. No con nadie en particular. Con el mundo a su alrededor. Kiroe se sentó con delicadeza en el suyo, y tumbó y arropó con el sigilo de una serpiente.
— Sé que estáis todos desesperados por encontrar a Ayame, y yo también, pero... —comenzó Kiroe.
— Ssh —chistó Daruu— . Ni una palabra más. No quiero oírlo. Cállate.
— Si estamos mucho tiempo fuera de casa, nos convertiremos en traidores.
— Nunca traicionaré a los míos.
— 'Amegakure' son los tuyos, Daruu-kun. Nunca lo olvi-
— Por supuesto. Pero Ayame también es de los míos. Y más que cualquiera.
Kiroe suspiró.
— Danbaku también lo e-
— ¿Vas a hacerme lo mismo que a él si me niego a volver a Amegakure sin Ayame, madre?
Hubo una vibración. Una tensión. De espaldas el uno al otro, madre e hijo trataron de dormir un poco.
Sin éxito.
· · ·
El día amaneció frío y letal como la punta de un carámbano en las cuevas del norte del País de la Tormenta. Pero estaban en la Espiral. Daruu se enfundó en la capa de viaje negra y se colocó la capucha. Cruzado de brazos, aparentemente por el frío pero realmente por otro asunto, esperaba a que su madre convocara de nuevo a los perros y pudieran emprender el viaje.
Kiroe, mucho más sobria de lo habitual, mordió su dedo e hizo lo propio.
— Vamos. —Y con aquella simple declaración, subió al lomo de Kuro-chan.
El grupo siguió viajando hacia el sur, cerca de la costa. Y el cansancio ya empezaba a hacer mella en ellos. Además, Daruu y Kiroe parecían estar más callados que de costumbre.
Kuro llegó a preguntar a Kiroe si había ocurrido algo, pero la mujer chistó al perro y le hizo callar.
Ya era de nuevo de noche cuando llegaron a Los Herreros. Allí, los perros rodearon el pueblo y buscaron un lugar apartado para despedirse. Pero antes de eso, Kiroe tenía una pregunta para ellos.
— Kuro-chan. Inurun. Antes de despedirnos hasta mañana, quiero haceros una pregunta —dijo— . ¿Hacia dónde sigue el rastro? ¿Hacia el sur? ¿Hacia Uzushiogakure?
Daruu apretó la mandíbula y se tensó como un resorte. Ya estaba. Sólo esperaba la confirmación de lo inevitable. Esas jodidas ratas...
...y sin embargo...
— No. Sigue... hacia el este.
— Hacia Yamiria.
— Pero... si siguiera en Yamiria...
Kuro cerró los ojos y todos sintieron un vuelco en el pecho. Fue como si una gran hondonada de una extraña energía les atravesase. Una energía que en el fondo, había estado ahí desde siempre, pero que ninguno era capaz de sentir... hasta ahora.
— Dilo ya, Kuro. No hay tiempo que perder. ¿Qué sientes con tu Senjutsu de detección?
— El rastro sigue hacia el este. No hay rastro hacia el sur. Pero Ayame NO está en Yamiria.
— No puede ser... ¿tan lejos? ¿Quién en las Islas del Té podría...?
— No. No en las Islas del Té. —Kiroe cortó por lo sano— . Pero sí que hay fuerzas militares en el País del Agua. Aunque estrictamente no sean shinobi. Bien, Kuro-chan, Inurun. Volved a casa. —Hubo un estallido de humo blanco, y ambos canes desaparecieron— . Daruu, me he quedado sin chakra. Prepara el Chishio por mi. Nos vamos a casa.
— ¿¡Qué!? ¡¡No!!
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Algo les llamó la atención a Zetsuo y a Kōri acerca de los dos Amedama: su silencio, la tensión que crecía entre ambos como electricidad estática, el misterio que les rodeaba. El médico desconocía qué era lo que les ocurría, pero no indagó en el asunto. Aún tenían un largo camino que recorrer, y el tiempo no les perdonaba.
—Vamos —asintió una sombría Kiroe, antes de llamar de nuevo a sus perros.
En aquella ocasión fue ella quien se montó en Kuro-chan, y Zetsuo se sentó tras ella. Kōri montó a Inurun y comenzó a trotar junto a Daruu, que seguía en su curioso caballo formado por caramelo. El grupo siguió viajando en un silencio tan denso que podría haberse cortado como la mantequilla, cada vez más hacia el sur y amparados por los árboles del interminable Bosque de la Hoja. Cada vez estaban más cansados, y ese cansancio físico no tardaría en hacer mella también en sus emociones.
Para cuando entró la noche habían llegado a las inmediaciones de Los Herreros. Como todas las veces que habían dado el alto, los canes buscaron un lugar apartado para que se bajaran y poder despedirse hasta el día siguiente. Pero antes de poder hacerlo, Kiroe habló por primera vez en aquel día.
—Kuro-chan. Inurun. Antes de despedirnos hasta mañana, quiero haceros una pregunta: ¿Hacia dónde sigue el rastro? ¿Hacia el sur? ¿Hacia Uzushiogakure?
Junto a ella, Daruu se tensó como una estaca esperando una respuesta afirmativa a tal cuestión. Y, sin embargo, lo que todos recibieron fue una respuesta muy diferente a la que esperaban:
—No. Sigue... hacia el este —respondió Inurun.
—¿Cómo que hacia el este? —preguntó Zetsuo, alarmado. Se encontraban en el maldito borde del continente, ¿cómo era posible que Ayame se encontrara más hacia el este? ¿Acaso...?
—Hacia Yamiria —detalló Kuro-chan.
Kiroe cerró momentáneamente los ojos, y los dos Aotsuki dieron un brinco cuando sintieron una ola de energía atravesándolos de repente.
—Dilo ya, Kuro. No hay tiempo que perder. ¿Qué sientes con tu Senjutsu de detección?
—El rastro sigue hacia el este. No hay rastro hacia el sur. Pero Ayame NO está en Yamiria.
—No puede ser... ¿tan lejos? ¿Quién en las Islas del Té podría...? —preguntó Daruu, tan extrañado como el resto.
—No. No en las Islas del Té —le interrumpió Kiroe—. Pero sí que hay fuerzas militares en el País del Agua. Aunque estrictamente no sean shinobi. Bien, Kuro-chan, Inurun. Volved a casa.
Los perros desaparecieron en un súbito estallido de humo blanco, y cuando Zetsuo se disponía a girar sobre sus talones para empezar a caminar hacia Los Herreros, escuchó algo a sus espaldas.
—Daruu, me he quedado sin chakra. Prepara el Chishio por mi. Nos vamos a casa.
—¿¡Qué!? ¡¡No!!
El médico se volvió con lentitud, Kōri entrecerró los ojos.
—¿Os vais a casa? —preguntó Zetsuo, con aparente calma.
La misma calma que encerraba una tempestad de fuego y hierro en sus ojos aguamarina.
1 AO
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6/12/2018, 00:59
(Última modificación: 6/12/2018, 01:08 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
La tensión empapaba el aire, que podía cortarse y separarse en dos con el dedo índice. Daruu se mordió el labio inferior. Miró a la izquierda: Zetsuo y Kori estaban en total guardia. La temperatura del ambiente había descendido. Miró a la derecha: nunca había visto a su madre tan seria.
— Nos vamos —contestó a Zetsuo, también con aparente calma. Aunque a Daruu le pareció que le temblaba algo la voz— . Ya hemos recogido suficiente información para que Yui pueda tomar una decisión al respecto. Y nos hemos ausentado lo suficiente, también.
— ¡De eso nada, ni hablar! —Daruu hizo un aspaviento con el brazo— . No nos vamos a ir a ninguna parte. No sin Ayame.
— No lo haré. No dejaré que la única familia que tengo se convierta... ¡en una panda de traidores!
— ¡¡Ayame también es nuestra familia!!
— ¿¡Pero tú tienes idea de lo que estás haciendo!? ¡Yui podría declararnos traidores! ¡Podrían salir a darnos caza! ¡Necesitamos informar de lo que hemos estado haciendo, y sobretodo de que no hemos traicionado a la aldea! ¿¡Crees que tu propia Kage no sabrá lo que hacer ante esto!? ¿¡Te crees con mejor juicio y postestad que la Kage para buscar a Ayame!?
Daruu apretó los puños y bajó la mirada. Todo el cuerpo le temblaba. Caminó lentamente hacia su madre.
»¡O-os lo advierto! ¡Me enfrentaré a v-vosotros si e-es necesario! —exclamó Kiroe, sacando un kunai del portaobjetos.
Pero Daruu se acercó a su madre, le quitó el kunai de la mano con delicadeza y con cuidado y se fundió con ella en un abrazo.
— No, tienes razón, mamá.
— ¿V-vas a hacerme c-caso?
— Alguien tendrá que convencer a Yui de que no somos unos traidores.
— ¿Q-qué...? ¡ESPERA, N-
¡FSUM!
Un solitario kunai se clavó en la hierba. Con un destello carmesí, los Amedama habían desaparecido.
Si los Aotsuki se daban la vuelta, verían la silueta de un caballo de caramelo muy similar al que ahora yacía convertido en un charco a pocos metros de ellos.
Daruu se acercó, serio. Pasó entre ambos hermanos y bajó del caballo, que también se deshizo.
— Vamos. Esto no ha sido agradable para nadie y no sabemos si mi madre ha dejado alguna marca de sangre por el camino.
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Y la tormenta no tardó en llegar, auspiciada por una brisa tan gélida que heló las entrañas de todos los presentes... menos las del que habría de ser su origen.
—Nos vamos —rebatió la mujer, con una temblorosa calma proyectada en su voz. Zetsuo frunció el ceño y terminó de volverse hacia ella—. Ya hemos recogido suficiente información para que Yui pueda tomar una decisión al respecto. Y nos hemos ausentado lo suficiente, también.
—¿Se...? —comenzó a hablar el médico, pero Daruu le interrumpió bruscamente:
—¡De eso nada, ni hablar! No nos vamos a ir a ninguna parte. No sin Ayame.
—No lo haré. No dejaré que la única familia que tengo se convierta... ¡en una panda de traidores!
—¡¡Ayame también es nuestra familia!!
—¿¡Pero tú tienes idea de lo que estás haciendo!? ¡Yui podría declararnos traidores! ¡Podrían salir a darnos caza! ¡Necesitamos informar de lo que hemos estado haciendo, y sobretodo de que no hemos traicionado a la aldea! ¿¡Crees que tu propia Kage no sabrá lo que hacer ante esto!? ¿¡Te crees con mejor juicio y postestad que la Kage para buscar a Ayame!?
Zetsuo apretó sendos puños al escucharla hablar de aquella manera, la palma de su mano cosquilleándole. Si aquello hubiera ocurrido en un tiempo pasado, la ira le habría conducido por el camino de la violencia. Pero hacía tiempo que él había abandonado aquella senda, por el bien de todos, empezando por sí mismo. Sin embargo, sí que avanzó un par de pasos hacia ella.
—¡¿Se puede saber de qué cojones estás hablando, mujer?! —bramó, con la vena de la sien palpitante—. ¿Acaso crees que Yui-dono duda de mi lealtad hacia la aldea? ¿Después de entregarle a mi propia hija con apenas tres putos años de edad para que le metieran el puto chakra de ese puto monstruo?
Sí. Muchas veces se había planteado la idea de si había valido realmente la pena. Dejar que Ayame cargara con el chakra del bijuu sólo les había traído problemas. Uno, detrás de otro: Las pérdidas de control, los Kajitsu Hozuki, y ahora esto, una desaparición sin sentido ni rumbo.
Zetsuo tuvo que respirar hondo varias veces para recuperar la compostura. Y para cuando pudo volver a hablar, la voz le temblaba ligeramente.
—Kiroe-san. Es Ayame, es mi hermana pequeña —intervino Kōri, detrás de su padre. Su rostro seguía siendo aquella máscara de hielo imperturbable, pero el color de sus ojos de escarcha parecían haberse derretido ligeramente.
—Kiroe, maldita sea, mírate, ¿crees que no lo sé? ¿Crees que no me jode saber que Ayame te considera como la madre que nunca conoció? ¡Y así se lo pagas! ¿Abandonándola y tachándonos a todos de traidores a la villa? —Zetsuo respiró hondo durante varios segundos, cuadró los hombros y alzó sus ojos aguamarina hacia la mujer, más férreos que nunca—. Si quieres regresar y avisar a Arashikage-sama, deberás hacerlo sola. No podemos perder más tiempo entre idas y venidas, por cada día que pasa... siento que estamos más lejos de recuperarla. —Quizás para estupefacción de todos, Zetsuo inclinó la cabeza—. Nunca te pedí que nos acompañaras, pero te agradezco que lo hayas hecho. Tus perros nos han sido de mucha ayuda.
—¡O-os lo advierto! ¡Me enfrentaré a v-vosotros si e-es necesario! —exclamó, con un kunai entre las manos.
—No me dejas elección, jodida pastelera...
Zetsuo apretó las mandíbulas y sus manos formularon un sello, dispuesto a desatar la maniobra que había preparado minutos atrás. Pero entonces el entrometido de Daruu volvió a interponerse. Se adelantó, le quitó el arma de las manos y la abrazó.
—No, tienes razón, mamá.
—¿V-vas a hacerme c-caso?
—Alguien tendrá que convencer a Yui de que no somos unos traidores.
—¿Q-qué...? ¡ESPERA, N-
Un destello rojo, y las dos figuras se desvanecieron en el aire. Kōri hundió los hombros, Zetsuo lanzó un largo suspiro y tras apoyarle la mano en el hombro a su hijo se dio la vuelta para continuar el camino. Pero, para sorpresa de ambos, un caballo de caramelo se alzaba tras sus espaldas y Daruu se acercaba muy serio.
—Vamos. Esto no ha sido agradable para nadie y no sabemos si mi madre ha dejado alguna marca de sangre por el camino.
Zetsuo volvió a entrecerrar los ojos y le miró largamente.
—¿Estás seguro de esto? Tu madre va a tardar una eternidad en perdonarte.
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Daruu sonrió y se encogió de hombros.
—Mi madre va a tardar una eternidad en perdonarNOS —puntualizó Daruu—. Pero ¿sabes qué? Creo que sólo quería protegernos. Por lo poco que he visto de Yui...
»...no es la persona más razonable del mundo. —Daruu se adelantó y observó la silueta de Los Herreros, en el horizonte—. No me siento muy seguro tan cerca de Uzushiogakure. Ese pueblo no parece muy grande. En una ciudad pasaríamos desapercibidos, pero ahí... si nos topamos con una de esas ratas, quizás nos reconocería. Sería más prudente acampar en el bosque, o incluso continuar en ave hasta la capital... —Era sensato. Excepto porque estaba profundamente cansado. Todos lo estaban.
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—Mi madre va a tardar una eternidad en perdonarNOS —puntualizó Daruu, encogiéndose de hombros con una sonrisa nerviosa—. Pero ¿sabes qué? Creo que sólo quería protegernos. Por lo poco que he visto de Yui... no es la persona más razonable del mundo —añadió, volviéndose para observar la calma y oscura silueta de Los Herreros.
—Ya sé que intentaba protegernos, joder —Zetsuo sacudió la cabeza—. Pero nosotros ya somos mayorcitos para saber lo que debemos hacer.
—Sin embargo tú... —habló Kori, imperturbable y directo como una saeta—. Tú eres su hijo y ni siquiera alcanzas la mayoría de edad. Deberías haber vuelto con ella.
Zetsuo asintió.
—Es más, por mucho que me joda admitirlo, Kiroe tiene razón. Y tú también. Yui-dono no es conocida por su paciencia, siempre actúa con mano de hierro y temo al preguntarme cuántas más va a tolerar con Ayame. Es más que probable que se nos acabe colocando como traidores a la aldea en el Libro Bingo por no haber avisado antes y haber actuado por nuestra cuenta yéndonos de Amegakure así como así. De hecho... temo que cuando Kiroe dé el aviso empiece la cacería, así que debemos movernos con rapidez, y sin el olfato de Kuro-chan e Inurun lo tenemos aún más difícil.
—No me siento muy seguro tan cerca de Uzushiogakure. Ese pueblo no parece muy grande. En una ciudad pasaríamos desapercibidos, pero ahí... si nos topamos con una de esas ratas, quizás nos reconocería. Sería más prudente acampar en el bosque, o incluso continuar en ave hasta la capital...
El médico volvió la cabeza hacia Daruu incrédulo.
—Estamos en pleno invierno, ¿acaso estás loco? Tendríamos que encontrar un buen refugio donde resguardarnos del frío y no morir congelados, encender una hoguera y conseguir algo de comida pues no tenemos víveres.
—Y Yamiria queda a medio día volando —intervino Kori.
—¿Podríais soportar un viaje así?
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—La cuestión no es si podría —dijo Daruu—. La cuestión es que debemos. Si estoy aquí con vosotros, es porque estoy haciendo lo que mi corazón dice que debo hacer. Simplemente, dejad que tome un poco de aire. Necesito recuperar algo de chakra.
El muchacho deshizo el caballo de caramelo con un sello, cerró los ojos y se concentró. Mientras recuperaba las energías, trató de relajarse. De mantenerse frío por dentro.
»Si tengo la edad para asesinar a otros seres humanos por amor a la patria —dijo, sonriendo—, tengo también la edad de elegir por mí mismo como quiero arriesgarme. Y soy un miembro del Equipo Kori. ¿No es este mi lugar, junto a mi sensei y mi compañera?
»Además, Ayame es tan importante para mi como para vosotros. Por favor, Kori-sensei. Zetsuo-san. Confiad en mi como uno más.
Daruu formuló los sellos necesarios y creó un ave de caramelo de color negro, como el cielo nocturno.
»Dormiremos y cenaremos en Yamiria. Si las predicciones de mi madre son ciertas, vamos a tener que viajar a las islas del País del Agua.
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—La cuestión no es si podría. La cuestión es que debemos —rebatió Daruu—. Si estoy aquí con vosotros, es porque estoy haciendo lo que mi corazón dice que debo hacer. Simplemente, dejad que tome un poco de aire. Necesito recuperar algo de chakra.
Y mientras el chico deshacía el caballo de caramelo con un sello para recuperar las fuerzas perdidas, Zetsuo se cruzó de brazos e inclinó la cabeza.
—Sabes que soy el primero que quiere seguir adelante cueste lo que cueste, joder —le dijo, tan serio como sombrío—. Pero de nada va a servir apresurarnos si eso va a significar que terminaremos desfalleciendo de cansancio o hambre en cualquier momento.
—Si tengo la edad para asesinar a otros seres humanos por amor a la patria —continuó el muchacho, sonriendo para sí—, tengo también la edad de elegir por mí mismo como quiero arriesgarme. Y soy un miembro del Equipo Kōri. ¿No es este mi lugar, junto a mi sensei y mi compañera? Además, Ayame es tan importante para mi como para vosotros. Por favor, Kōri-sensei. Zetsuo-san. Confiad en mi como uno más.
Los dos Jōnin se miraron, uno con el ceño fruncido el otro tan imperturbable como un iceberg. Al final, terminaron por asentir.
—Por supuesto. Y recuperaremos al miembro del equipo que falta.
—Pero sigues siendo un menor y un Chūnin, así que quedarás bajo nuestro mandato —sentenció Zetsuo—. Además, no quiero tener que soportar a la pesada de tu madre por toda la eternidad si algo llegara a pasarte.
Dada la respuesta, Daruu formuló de nuevo aquella secuencia de sellos que ya comenzaba a antojarse familiar y construyó un ave de caramelo. Era hora de cambiar las monturas, y los dos Jōnin no dudaron ni un instante en invocar a su águila y a su búho nival.
—Dormiremos y cenaremos en Yamiria. Si las predicciones de mi madre son ciertas, vamos a tener que viajar a las islas del País del Agua.
—¿Desde cuándo te has convertido en el líder del grupo, mocoso? Creía que habíamos quedado en que las órdenes las iba a dar yo —le espetó Zetsuo, disgustado ante el tono autoritario de Daruu. Subió al lomo de su montura con movimientos cansados pero firmes, y cuando estuvo aposentado alzó la espalda en toda su longitud y cuadró los hombros—. Yamiria queda a medio día volando, así que espero que estéis preparados para un largo viaje. Seguramente llegaremos casi para desayunar. Habrá muy poco tiempo para dormir y descansar.
Kōri, que ya había subido a su ave, asintió en silencio. Y, ante una última orden, los animales batieron las alas y echaron a volar en dirección este.
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—Ni soy el líder ni quiero serlo, adelante, lider del grupo, guíanos —concedió Daruu, señalando al cielo, al tiempo que montaba en su montura, antes de que Zetsuo de todas formas adoptara el plan como suyo—. Es cierto, tendremos poco tiempo para dormir. Sin embargo, he pensado que...
Negó con la cabeza. Seguramente Zetsuo se lo tomase como otra orden. El pájaro de caramelo alzó el vuelo y siguió a los de verdad muy de cerca.
»...¿creeis que deberíamos ir en barco al País del Agua, o en estas aves? Quizás los vigilantes en la costa sospechan algo si nos ven entrar así. ¿No sería mejor entrar como civiles? Así también podríamos aprovechar para descansar completamente. Aprovechamos el tiempo al completo. ¿Qué opináis? —reformuló, más sumiso.
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(Última modificación: 8/12/2018, 00:31 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—...¿creeis que deberíamos ir en barco al País del Agua, o en estas aves? —preguntó Daruu—. Quizás los vigilantes en la costa sospechan algo si nos ven entrar así. ¿No sería mejor entrar como civiles? Así también podríamos aprovechar para descansar completamente. Aprovechamos el tiempo al completo. ¿Qué opináis?
Zetsuo frunció el ceño, sopesando las posibilidades. Sus iris aguamarina miraron de reojo a sus dos acompañantes, primero a Kōri y después a Daruu, y la certeza de la evidencia se abrió paso entre machetazos. Después de varios días de un viaje frenético en contra de las agujas del reloj, los tres estaban cansados. Terriblemente cansados. La aparente imperturbabilidad del rostro de su hijo no podía engañarle y se reflejaba en el joven gesto de Daruu y en las ojeras que marcaban sus párpados inferiores. Incluso Zetsuo debía admitir incluso su propio cansancio. Por mucho que se mantuviera en forma, la edad no perdonaba.
—Sí, eso será lo mejor —asintió al fin, aunque era evidente que no le hacía nada de gracia la idea—. Pero eso significará que dependeremos del horario de los barcos, y de que iremos más lentos que montados en las aves. Joder.
—Tú mismo lo has dicho, padre —intervino la fría voz de Kōri—: No sirven de nada las prisas si vamos a terminar desfalleciendo en cualquier lado.
Zetsuo asintió, muy a su pesar.
—Y ni siquiera sabemos qué es a lo que nos vamos a enfrentar.
Tan sólo podían rogar a los dioses que los perros de Kiroe no se hubieran equivocado, y que Ayame se encontrara de verdad en el País del Agua y no en algún paraje aún más inhóspito que aquel, como podía ser el País del Hierro. ¿Pero por qué el País del Agua? Era algo para lo que ninguno de los tres tenía la respuesta, desafortunadamente...
La bandada voló hacia el este. Los árboles del Bosque de la Hoja se dispersaron bajo sus pies hasta el punto en el que el bosque desapareció y las Planicies del Silencio se extendieron como una alfombra interminable de hierba oscura salpicada con manchas de charcos y tierra húmeda. Volaron durante horas por aquel monótono paisaje, roto alguna vez por algún que otro pueblo e incluso pasaron por encima de un enorme castillo en ruinas. Aquella noche el cielo estaba completamente despejado, pronosticaba un día frío para cuando llegara la mañana. En cualquier otra circunstancia el grupo podría haber disfrutado del panorama, pues un manto de estrellas se extendía por encima de sus cabezas. En un punto determinado del cielo, las estrellas incluso se aglomeraban tanto que formaban una línea gruesa y difusa, creando una imagen increíblemente bella. Sin embargo, cuando Zetsuo alzó la mirada sólo pudo pensar en que la luna no era visible aquella noche.
Y aquel mal presentimiento le encogió el corazón en el pecho.
Varias horas más tarde, las luces de la gran ciudad refulgieron en el horizonte. Estaban muy cerca de Yamiria.
—Bajemos —ordenó Zetsuo.
Y así lo hicieron. Aterrizaron antes de llegar a las murallas de la capital y después de agradecer a las aves el viaje las despidieron.
—Recordad que no debemos llamar la atención. Simplemente buscamos un lugar donde pasar la noche y mañana volveremos a partir.
Aunque dadas las horas que eran, era más que probable que aquella simple tarea se les terminara complicando más de lo que debiera.
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Daruu asintió, y deshizo su pájaro de caramelo con el habitual sello. Fue entonces cuando todo el cansancio del viaje cayó encima de él, y sintió que el peso del resto del cuerpo casi le hacía doblar las rodillas. Cerró los párpados y apretó los dientes, y, con esfuerzo, resistió el mareo. Echó a caminar junto con los otros dos. Hacia las murallas de Yamiria.
Al ser una capital, no eran pocos los viajeros que entraban de noche. Aún así, como tenían que pasar frente a los guardias, Daruu se sintió terriblemente nervioso. Era consciente de que así levantaría más sospechas, pero no pudo resistir el miedo a ser interrogado y a que acabasen descubriendo que eran shinobis de Amegakure. En circunstancias normales, no pasaba nada, pero con la situación en la que se encontraban ambos países, y en medio de la noche... Afortunadamente, los guardias tenían sueño y no estaban atentos, o bien consiguieron disimular con total eficacia su procedencia, porque no tuvieron ningún problema al pasar, auspiciados por un grupo de viajeros que acompañaba a una carreta.
Al llegar a la primera avenida, tomaron un desvío y se metieron por un callejón. Caminaron durante unas cuantas calles, preguntaron al dueño de un puesto de perritos calientes dónde había un hotel bueno y barato para descansar hasta el día siguiente, y a cambio compraron de su género. Ahora devoraban los perritos de camino al hotel, El Suspiro de Susanoo.
No se entretuvieron mucho en la recepción. Esta vez no había habido otra que tomar tres habitaciones simples (pues era lo único que había disponible). Los tres quedaron en encontrarse al día siguiente tan pronto como pudieran a la entrada del hotel.
Y así, Daruu se fue a dormir con mil cargas de remordimiento encima. Pero había hecho lo que tenía que hacer.
· · ·
Al día siguiente, Daruu se preparó lo antes posible y se dispuso a salir de su habitación en el hotel. Pero antes de eso, pareció reparar en algo y se agachó frente a la mesita de noche que quedaba a la derecha del cabecero de la cama. La retiró con cuidado y se mordió el dedo índice. Con delicadeza, en la parte de atrás del mueble (un lugar en el que la sangre ya estaría bien seca antes de que nadie la considerara una suciedad que limpiar, si es que eso llegaba a pasar), dedicó un poco de tiempo para representar un ideograma con la palabra Caramelo. Asintió para sí mismo y volvió a ponerla en su sitio antes de abandonar su habitación.
Tras dejar las llaves en la recepción, se dirigió a la entrada. Kori y Zetsuo aún no habían llegado, pero tenía la certeza de que no tardarían demasiado en aparecer. Se apoyó en la pared y se cruzó de brazos, observando la cotidaniedad de una ciudad tan grande e importante como aquella.
En el fondo, era lo mismo que Shinogi-To, aunque con una arquitectura bastante diferente. Y soleada. Pero todas las grandes ciudades eran iguales a esas horas de la mañana: los transportistas iban de un lado a otro con carretillas llenas de cajas para los comerciantes. El obrero iba cargado con la mochila para ponerse a trabajar en la construcción o en la reparación de algún trozo de calle estropeado.
Miró al cielo, y se preguntó cómo estaría Ayame. Si estaría bien. Si, en el caso de que alguien la retuviera, al menos la estaría tratando bien.
Pero no se detuvo mucho a pensarlo, porque los fantasmas siempre amenazan con invadir la mente de un hombre preocupado que baja la guardia ante sus mayores temores.
Nivel: 32
Exp: 71 puntos
Dinero: 4420 ryōs
· Fue 30
· Pod 80
· Res 40
· Int 80
· Agu 40
· Car 50
· Agi 110
· Vol 60
· Des 60
· Per 100
Afortunadamente, el agotado grupo atravesó sin mayores problemas la muralla de madera reforzada, cobijados bajo el amparo de una carreta conducida por viajeros. No fueron interrogados ni cacheados, y la ciudad de Yamiria los recibió con los brazos abiertos y la promesa de una cena y una cama calientes para protegerlos del cruel amparo del invierno.
En la primera avenida, los shinobi se desviaron y entraron en un callejón. Desde allí caminaron por varias calles, todas ellas iluminadas pese a las intempestivas horas, todas ellas con un montón de puestos y tiendecitas. Pero el grupo no se detuvo a mirar. En su lugar, se acercaron al puesto de un hombre que vendía perritos calientes y después de comprar algo de comida le preguntaron por un lugar donde pasar la noche.
—Esta comida de hoy en día... —gruñó Zetsuo, mientras se dirigían hacia el hotel que les había indicado el buen hombre. Pese a sus protestas, el médico no dudó un instante en devorarlo como buenamente pudo. Con un viaje tan largo y después de haber gastado tantos sus energías como su chakra, tanto él como Kōri estaban hambrientos.
Aquella vez se vieron obligados a reservar tres habitaciones individuales, pero ninguno de ellos tenía las fuerzas para protestar al respecto. Sabían bien que no iban a encontrar nada mejor a aquellas horas por lo que aceptaron lo ofrecido y se fueron a dormir con la promesa de verse al día siguiente, a primera hora de la mañana.
Y así fue. Poco después de que Daruu se apoyara contra la pared, Zetsuo y Kōri se reunieron con él.
—¿Estáis listos? —preguntó el médico, que lucía unas ojeras aún mayores que el día anterior. Por su aspecto, cualquiera podría asegurar que no había dormido desde que habían salido de Yachi. Y, en cierta manera, no fallaría en su predicción.
—¿...es que no has escuchado los rumores, Dango? —escucharon tras ellos. Dos hombres charlaban entre sí frente a la puerta de la posada, y el que había hablado parecía ciertamente preocupado.
—Oh, vamos, no me digas que tú también te lo has creído —se rio el otro.
—¡No son sólo rumores! ¡Todos los mercaderes que vienen de allí hablan todo el rato de ese f... f... fantasma...!
—¡Venga ya! Eres un ingenuo... ¿Fantasmas? ¿A estas alturas de la vida? ¿Me estás hablando en serio?
—¡Te digo que es verdad! ¡Lo han visto con sus propios ojos! El Fantasma de la Niebla, lo han llamado.
Y el otro soltó una carcajada aún más fuerte.
Nivel: 34
Exp: 152 puntos
Dinero: 2240 ryō
· Fue 40
· Pod 100
· Res 60
· Int 60
· Agu 80
· Car 40
· Agi 60
· Vol 60
· Des 100
· Per 80
Como esperaba, los otros dos integrantes del equipo de búsqueda y rescate se unieron a él en apenas uno o dos minutos. En cuanto los vio, Daruu echó a caminar hacia el puerto como única respuesta.
Cerca de allí habían dos hombres charlando sobre un tal Fantasma de la Niebla. Daruu era de la opinión que había que temerle más a los vivos que a los muertos, de modo que tampoco les prestó demasiada atención.
El puerto estaba abarrotado y muy transitado. Sobretodo con barcos mercantes, pero también con ferrys que transportaban viajeros y turistas del continente a las islas del País del Agua.
—Eh, mirad —señaló Daruu—. En aquél hay gente embarcando. A lo mejor hay sitio para tres más.
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