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—Fantasmas... lo que hay que oír —rezongó Zetsuo negando con la cabeza mientras se dirigían de camino al puerto, y tratando de no pensar en que, si Ayame hubiera estado allí con ellos, ella sí se habría creído aquellas milongas sobre "El Fantasma de la Niebla". Es más, era probable que incluso hubiera tenido pesadillas con ello durante varias noches. Aún recordaba cuando se le había ocurrido la feliz idea de colarse en la Torre de la Academia de noche porque había oído rumores de que había fantasmas allí.
Como era de esperar en una capital como era Yamiria, el puerto se encontraba completamente atestado a aquellas horas de la mañana. Pescadores, mercaderes, compradores o simples paseantes iban de aquí para allá, sin un rumbo fijo y establecido. El olor a mar y a pescado lo inundaba todo, así como el susurro de las olas del mar interrumpido por el constante murmullo de las conversaciones que les rodeaban. De vez en cuando alguna voz se alzaba sobre el resto, anunciando sus siempre frescos productos. En el mar, en los casi interminables diques, se acumulaban barcos pesqueros, barcos mercantes e incluso barcos de transporte.
—Eh, mirad —Daruu señaló a uno de los ferrys—. En aquél hay gente emba...
Sin embargo, antes de que pudiera terminar de hablar, un mercader se atrevió a abalanzarse sobre Daruu, prácticamente poniéndole un pez a escasos centímetros de su rostro.
—¡PRUEBA MIS SUCULENTOS BESUGOS, CHICO! ¡NO ENCONTRARÁS NADA MEJOR EN TODO EL OCÉANO!
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Si hubiese sido el filo de una espada lo que aquél desgraciado hubiese colocado frente a nuestro Daruu, el muchacho hubiese reaccionado con menos presteza. Como una serpiente, se deslizó hacia atrás siseando y esquivando luego hacia un lado, sorteándolo por completo.
—Vete a vender tu pez de mierda a alguien a quien aprecie la mediocridad, payaso —espetó injustamente, mirando por encima del hombro, y apretó el paso.
El capitán del barco, un hombre rollizo y rubio, era el qie también se encargaba de los pasajes. Tuvieron que hacer algo de cola, pero finalmente consiguieron embarcar. De milagro, cabe decir, por los gritos de la enfurecida mujer que, justo detrás de ellos, se había quedado a un solo puesto de disfrutar de sus vacaciones.
Daruu no podía sentir ni una pizca de pena por ella. Llámenle monstruo, pero el deber acuciaba.
—El tipo ha dicho que sólo quedan dos camarotes disponibles —dijo Daruu—. ¿Compartís uno vosotros, me imagino?
Era un barco grande, relativamente hablando. No era un crucero, pero sí un navío que acostumbraba a cubrir la distancia entre los dos países con muchos, muchos visitantes de un lado y de otro.
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Como una serpiente ante el acoso de una mangosta, Daruu se retiró rápidamente con una mirada fulminante.
—Vete a vender tu pez de mierda a alguien a quien aprecie la mediocridad, payaso —le aireó al pobre y contrariado vendedor, que se había quedado estupefacto ante la violenta reacción del muchacho.
—Pero será soplagaitas... Estos chavales de hoy en día no tienen ni idea ni modales —le oyeron farfullar, mientras se alejaba con el rabo entre las piernas a la caza de una nueva presa indefensa.
Zetsuo se masajeó la barba rala que comenzaba a apreciarse en sus mejillas (después de varios días de viaje ininterrumpido para lo último que había tenido tiempo había sido, precisamente, para afeitarse), disimulando una sonrisa divertida.
Lograron subir al ferry después de que el capitán, un hombre más bien robusto y de cabellos rubios, se hiciera cargo de los pasajes y después de aguardar con impaciencia la cola hacia el interior de aquel armatoste de hierro. Para Zetsuo, que no había parado de moverse en los últimos días ni un sólo instante, más que para comer y dormir, aquella fue la peor parte. Le daba la sensación de que estaban perdiendo el tiempo con toda aquella parafernalia cuando podían seguir volando, pero era bien consciente de que también necesitaban aquello. Por eso lo aguantó con estoicismo.
—El tipo ha dicho que sólo quedan dos camarotes disponibles —dijo Daruu—. ¿Compartís uno vosotros, me imagino?
Zetsuo le miró de reojo.
—No. Seréis vosotros quienes compartáis camarote —respondió, señalando tanto a Kōri como a Daruu, sin dar mayores explicaciones. Entonces hizo una seña, indicándoles que le acompañaran—. Pero antes ayudadme a desempacar mis cosas.
Se dirigieron al camarote que estaba destinado a Zetsuo y por el camino descubrieron que, por fortuna, ambas habitaciones se encontraban de forma adyacente. Entraron después de que el médico abriera la puerta y, lejos de acomodarse como había dicho que sería su intención, tiró la mochila de cualquier manera contra la pared, se sentó en una de las camas con los codos apoyados en las rodillas y las manos entrelazadas, y les indicó tanto a Kōri como a Daruu que se sentaran enfrente de él, sobre la otra cama.
—Bien, ¿y ahora qué? Hasta ahora hemos venido siguiendo el rastro con ayuda de los perros, pero ya no contamos con ellos. ¿Alguna idea sobre cómo proceder a partir de aquí? Porque barrer una por una todas las jodidas Islas del Té y todas las jodidas islas del País del Agua no es una opción viable.
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9/12/2018, 20:48
(Última modificación: 9/12/2018, 20:48 por Amedama Daruu.)
Esta vez, Zetsuo no tenía los mismos planes.
—No. Seréis vosotros quienes compartáis camarote —respondió, señalando tanto a Kōri como a Daruu, sin dar mayores explicaciones. Entonces hizo una seña, indicándoles que le acompañaran—. Pero antes ayudadme a desempacar mis cosas.
Daruu enarcó una ceja, extrañado. ¿Cuáles podrían ser los motivos que habrían llevado a Zetsuo a hacer que los dos jóvenes durmieran juntos? ¿Era, quizás, que ellos dos se habían peleado también? ¿Era... que no se fiaba del propio Daruu? «No, después de lo que hice con mamá, es imposible que no se fie de mi. Incluso ese viejo huraño. Debe de ser otra cosa...» Y entonces cayó en la cuenta: ¿tenía miedo de que Kiroe se apareciese en medio de la noche y redujese a Daruu? Con el jounin del hielo a su lado, quizás tendría mayor oportunidad.
Suspiró. Comprobaría su ropa al entrar al camarote. Si había alguna marca de sangre, se ocuparía de destruirla pero bien destruída.
Kori y Daruu siguieron a Zetsuo hasta su camarote. Allí, lejos de ayudarle a desempacar sus cosas, como había dicho incialmente, el veterano águila lanzó sus cosas de mala manera y se sentó en una de las camas; les ordenó que ellos tomaran asiento en la otra. Ah, una conversación seria. Se trataba de eso.
—Bien, ¿y ahora qué? Hasta ahora hemos venido siguiendo el rastro con ayuda de los perros, pero ya no contamos con ellos. ¿Alguna idea sobre cómo proceder a partir de aquí? Porque barrer una por una todas las jodidas Islas del Té y todas las jodidas islas del País del Agua no es una opción viable.
—Sí, ¿pero qué otra opción tenemos si no? —dijo Daruu—. Primero tendremos que investigar el País del Agua. Este barco se dirige hacia allí directamente, al fin y al cabo...
»Otra cosa es cómo lo vamos a hacer. Por mucho que me disguste la idea de separarnos, creo que deberíamos ir cada uno en un pájaro y peinar la isla en busca de cualquier cosa sospechosa. Si alguien la ha retenido... yo que sé, campamentos, prisiones improvisadas en torreones. Cualquier cosa.
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—Sí, ¿pero qué otra opción tenemos si no? —argumentó Daruu—. Primero tendremos que investigar el País del Agua. Este barco se dirige hacia allí directamente, al fin y al cabo... Otra cosa es cómo lo vamos a hacer. Por mucho que me disguste la idea de separarnos, creo que deberíamos ir cada uno en un pájaro y peinar la isla en busca de cualquier cosa sospechosa. Si alguien la ha retenido... yo que sé, campamentos, prisiones improvisadas en torreones. Cualquier cosa.
Zetsuo entornó los ojos peligrosamente, pero antes de que pudiera decir nada, Kōri se adelantó y rompió el silencio en el que llevaba sumido tanto tiempo:
—Daruu, el País del Agua está formado por lo menos por diez islas. Y la isla central, que es la principal, es tan grande que llevaría un día entero recorrerla de un extremo a otro. Y ya no digamos peinar toda su superficie.
—Por no hablar de que separarnos no es una opción, sigues bajo nuestro cuidado Amedama —le recordó, con el ceño fruncido—. Ni siquiera estoy seguro de que el comunicador más avanzado pueda abarcar tal distancia. Y eso si es que contamos con ellos —añadió, dirigiendo una mirada llena de interrogantes a los dos chicos.
Kōri, junto a Daruu, asintió quedamente.
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Daruu apretó los puños y bajó la mirada. «Sigues sin confiar en mi. No crees en mis habilidades. Crees que no me puedo cuidar solo.»
—No quiero contradeciros. Sois mis superiores —dijo Daruu—. Pero cada día que pasa Ayame está un paso más lejos de nosotros. —Quizás era literalmente. Pero Daruu se refería a otra cosa—. Si recorrer la isla llevaría un día entero, recorrerla entre varios nos llevaría menos tiempo. Y yo... yo puedo cuidarme por mi mismo. He entrenado mucho. He... he aprendido mucho desde lo de Uzushiogakure.
»Por favor, confiad en mi. Puedo marcar el interior de vuestras túnicas con sangre y teletransportarme a vosotros. Es más:
»Puedo crear un Kage Bunshin, que se teletransporte hasta vosotros, y hacer que ese clon... me envíe una señal. Luego puedo invocar a ese clon. Si yo encuentro a Ayame, o si necesito ayuda, podríais estar conmigo en muy poco tiempo. O podría huir fácilmente. Mirad lo rápido que reaccioné antes con mamá. Puedo hacerlo.
»Creed en mi.
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Daruu rebatió con la agilidad y la contundencia de un felino a la caza:
—No quiero contradeciros. Sois mis superiores. Pero cada día que pasa Ayame está un paso más lejos de nosotros. Si recorrer la isla llevaría un día entero, recorrerla entre varios nos llevaría menos tiempo. Y yo... yo puedo cuidarme por mi mismo. He entrenado mucho. He... he aprendido mucho desde lo de Uzushiogakure.
»Por favor, confiad en mi. Puedo marcar el interior de vuestras túnicas con sangre y teletransportarme a vosotros. Es más: Puedo crear un Kage Bunshin, que se teletransporte hasta vosotros, y hacer que ese clon... me envíe una señal. Luego puedo invocar a ese clon. Si yo encuentro a Ayame, o si necesito ayuda, podríais estar conmigo en muy poco tiempo. O podría huir fácilmente. Mirad lo rápido que reaccioné antes con mamá. Puedo hacerlo.
»Creed en mi.
Zetsuo entrecerró los ojos y apretó los puños contra las rodillas. Se mantuvo así, en silencio, durante varios largos segundos que se convirtieron en una eternidad y Kōri no volvió a intervenir. Aquel maldito mocoso tenía razón, y no había algo que le repateara más que tener que admitir una cosa así. Pero había tantos pros como contras, y, por muy urgente que fuera la situación, Zetsuo no quería arriesgar sus piezas de ajedrez.
Y, sin embargo...
Zetsuo se levantó de golpe.
—Está bien, lo haremos a tu manera. ¡Pero nada de tonterías, Amedama! —le advirtió, señalándole con el dedo índice—. Hay demasiadas cosas en juego para que vuelvas a causar uno de tus numeritos.
Suspiró, dejando escapar el aire por la nariz lentamente y cerró momentáneamente los ojos.
—El barco atracará en el Puerto Kasukami y desde allí tendremos que separarnos: Kōri irá hacia el norte, soportarás mejor las frías temperaturas cerca de las Llanuras del Hielo; tú, Amedama, recorrerás el centro de la isla, y yo iré hacia el sur.
—Entendido —asintió El Hielo.
—Amedama, marcarás nuestras túnicas o lo que necesites. Y a la mínima que percibas cualquier tipo de peligro te quiero de vuelta con nosotros de forma inmediata. No quiero que te metas de cabeza en ningún campamento o prisión improvisada en una torre.
»Sobre el tema de la comunicación...
—Tenemos los clones de Daruu —intervino Kōri—. Nosotros dos podemos intentar entrar en contacto con los comunicadores; y, en caso de que fallaran, siempre podríamos enviar un ave... aunque eso lo haría mucho más lento.
Zetsuo asintió, muy a su pesar. Era evidente que seguía sin gustarle para nada aquella idea, y más por Daruu que por ellos mismos. Si ambos fueran más versados en el arte del Ninjutsu, podrían haber empleado el Gentōshin no Jutsu; pero, para desgracia de todos en aquellas circunstancias, tanto él como Kōri habían decidido especializarse en otras ramas ninja.
—Entonces quedamos en eso. Y repito: nada de tomar riesgos innecesarios. Ante cualquier problema, nos comunicaremos con el resto del grupo y nos reuniremos para afrontarlo juntos.
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Aunque reticente, Zetsuo había aceptado la idea de Daruu, entendiendo que no había más remedio. Daruu suspiró, aliviado, y asintió quedamente a las órdenes del patriarca de los Aotsuki.
— Bueno, entonces, será mejor que nos retiremos al camarote para descansar. Quiero estar al máximo de mis energías para cuando lleguemos a puerto mañana. —No habia manera que ninguno de sus dos compañeros de viaje estuvieran en desacuerdo con aquella afirmación, de modo que cada uno se recluyó en el camarote correspondiente. Zetsuo, a solas. Y Daruu, con Kori.
No intercambiaron muchas palabras. Aunque todavía quedaba un rato para el anochecer, y salieron varias veces del camarote para pasear por el barco —cada uno por su parte—, lo cierto es que todos estaban cansados y necesitaban relajarse. Hablar más del tema sólo les pondría más nervioso.
Daruu salió a la cubierta cuando el barco ya había zarpado: unos minutos después. Observó la costa de Oonindo alejándose cada vez más, y se preguntó si podría volver a casa con Ayame. Deseó que así fuera.
La noche cayó sobre ellos más pronto de lo que habrían imaginado. Y todos se metieron en sus catres, dispuestos a disfrutar de la única noche de sueño reparador que habían tenido en mucho, mucho tiempo...
¡FSUM!
Acababa de salir el sol. Los pocos rayos de luz que se filtraban a través de los nubarrones del cielo marino incordiaron a Aotsuki Zetsuo y le hicieron despertar.
— ¡Hey, dormilón! Buenos días... jijiji.
Como una pesadilla que volvía para perseguirle, Amedama Kiroe descansaba tumbada en la otra cama libre del camarote del águila. No parecía que hubiera venido a pararles los pies, no obstante. O eso, o había venido a pararles los pies EN PIJAMA.
»Os he traído el desayuno. ¿Qué, qué miras con esa cara? ¿Creíais que os íbais a librar de mi tan fácilmente? —Se incorporó. Sentada, se cruzó de brazos y suspiró. Se puso seria—. Mira, Zetsuo... lo siento. Me puse nerviosa. He estado pensando y... no puedo dejaros ir sólos. Ya nos las apañaremos con la vieja chiflada.
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9/12/2018, 23:10
(Última modificación: 9/12/2018, 23:10 por Aotsuki Ayame.)
Aquella noche fue una de las pocas que Zetsuo consiguió descansar de forma más o menos decente. Quizás fue el cansancio acumulado, quizás fue el mecedor arrullo de las olas que hacía oscilar con suavidad el barco, quizás fue una mezcla de las dos, o quizás no fue ninguna de ellas. Fuera como fuera, sin embargo, aquella noche consiguió dormir casi del tirón.
Y cuando llegó la mañana siguiente y los rayos del sol juguetearon con sus párpados firmemente cerrados, el hombre gruñó para sí mismo y se dio la vuelta en un vano intento por seguir durmiendo. Pero una incesante ansiedad en su pecho se lo impidió. ¿Qué hacía durmiendo? ¡Tenía que despertar ahora mismo y salir a buscar a Ayame! Entreabrió los ojos, dispuesto a levantarse, y el corazón se le encogió en el pecho cuando, entre las nieblas entre el sueño y la vigilia, le pareció ver una figura recostada en la cama contraria. Una figura con el pelo negro, largo...
—¿Aya...?
—¡Hey, dormilón! Buenos días... jijiji.
Aquella irritante risilla terminó de despertarle, como un jarro de agua congelada. No. No era Ayame. Y Zetsuo se reincorporó de golpe y se pegó a la pared contraria.
—¡¡AAAAAAAAAAHHHHHHH!! —gritó, señalándola con un dedo acusador—. ¡MALDITA PASTELERA! ¡¿PERO QUÉ COJONES HACES AQUÍ?! ¡¡¡ME HAS PEGADO UN MALDITO SUSTO DE MUERTE!!! ¡LOCA! ¡QUE ESTÁS JODIDAMENTE LOCA! ¡¿PERO CÓMO COJONES LO HAS HECHO?!
Parecía que él no era el único que ponía marcas a escondidas en la gente...
—Os he traído el desayuno. ¿Qué, qué miras con esa cara? ¿Creíais que os íbais a librar de mi tan fácilmente? —alegó ella, reincorporándose también y sentándose con los brazos y las piernas cruzadas. Se había puesto repentinamente seria—. Mira, Zetsuo... lo siento. Me puse nerviosa. He estado pensando y... no puedo dejaros ir sólos. Ya nos las apañaremos con la vieja chiflada.
Zetsuo respiró hondo varias veces y terminó por cerrar los ojos, tratando de serenarse. Ahora, más despejado, era capaz de analizar mejor la situación. Y eso quería decir que...
—¡Padre! ¿Qué ha ocur...? —Kōri, que había irrumpido de golpe en la habitación al oír los gritos desde su propio camarote, se quedó irónicamente congelado en el sitio al ver quién acompañaba a su padre.
—Ocurre que hay un cambio de planes —Zetsuo esbozó una afilada sonrisa—. Kiroe ha vuelto, así que ya no tendremos que separarnos.
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Detrás de Kori vino Daruu, quien quedó pálido como un fantasma al ver allí plantada y en pijama a la misma persona que había devuelto a rastras a Amegakure.
—¿M... mamá...?
—Oh, vamos, Daruu, ¿no esperabas que me quedase de brazos cruzados? ¡Tranquilo, que ya te he perdonado! Me desahogué con tu Kage Bunshin.
»¡Oh, Kori-kun! He traído bollitos. —señaló a la bolsa que descansaba en la mesita de noche.
—¿¡Pero cómo lo has hecho!? —exclamó Daruu, casi indignado—. ¡Revisé toda mi ropa en busca de marcas!
Kiroe soltó una risilla divertida.
—Lástima que no revisaras el pantalón del gran Aotsuki Zetsuo.
«¿Cuándo? ¡Si ella iba delante en el perro!»
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Y detrás de Kōri llegaba un atónito Daruu, que se quedó tan pálido como la leche al ver a su madre allí. A la misma mujer a la que había enviado de vuelta a Amegakure en contra de su voluntad.
—¿M... mamá...?
—Oh, vamos, Daruu, ¿no esperabas que me quedase de brazos cruzados? ¡Tranquilo, que ya te he perdonado! Me desahogué con tu Kage Bunshin. ¡Oh, Kōri-kun! He traído bollitos.
El Hielo no necesitó que se lo repitiera dos veces. En completo silencio, se adentró en el camarote y se sentó en la misma cama donde estaba Kiroe. Entonces tomó la bolsa aún caliente y se regocijó al llevarse el primer bollito a la boca mientras los otros tres seguían hablando entre sí.
—¿¡Pero cómo lo has hecho!? —exclamó Daruu, casi indignado—. ¡Revisé toda mi ropa en busca de marcas!
—Lástima que no revisaras el pantalón del gran Aotsuki Zetsuo —respondió ella, con una risilla divertida.
Y el aludido se levantó de golpe como un resorte.
—¡¿C... CÓMO QUE EN MI...?! —bramó, con el rostro tan rojo como un tomate. Volvió a señalarla con un dedo, a falta de las ganas que sentía por estrangularla, a juzgar por la expresión de su cara—. ¡JODIDA PASTELERA! ¡ESTÁS ENFERMA! ¡PERVERTIDA!
—Entonces cuando lleguemos al Puerto Kasukami volveremos a contar con Inurun y Kuro-chan, ¿no es así, Kiroe-san? —intervino Kōri, clavando la mirada de sus ojos escarchados en la mujer.
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—¿Pervertida? ¡Ja! Ni con un palo, Zetsuo. Más te gustaría. Una mujer como yo, con un vejestorio como tú.
Daruu casi podía sentir la tensión cayendo sobre sus hombros. De modo que se adelantó, como Kori, y cogió otro bollito. «Como le deje mucho tiempo, se los come todos él».
»Y respecto a los perros, me temo que tenemos un problema —aseveró—. Inurun y Kuro-chan andan lastimados. Que puedan cargar con una o varias personas es una cosa, pero en un viaje tan largo...
»De modo que tendremos que invocar a otros dos distintos. Y no tienen tan buen olfato. Pero estoy seguro que entre todos los encontraremos.
—Pues parece que sí tendremos que separarnos...
—¡Pero podemos ir cada uno con un perro! Seguro que entre todos damos con el rastro defintiivo, en cuanto uno de ellos lo encuentre... Entre uno y otro podemos teletransportarnos a un sitio. Y la mayoría conoceréis el Gentoushin, ¿no?
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—¿Pervertida? ¡Ja! Ni con un palo, Zetsuo. Más te gustaría. Una mujer como yo, con un vejestorio como tú.
—Mucho mejor, porque ni de broma toleraría a una bollera plasta como tú —replicó Zetsuo, con las mejillas aún encendidas.
—Y respecto a los perros, me temo que tenemos un problema —añadió Kiroe, en relación a la intervención de El Hielo, quien ya había tomado un nuevo bollito y le había asestado otro bocado—. Inurun y Kuro-chan andan lastimados. Que puedan cargar con una o varias personas es una cosa, pero en un viaje tan largo... De modo que tendremos que invocar a otros dos distintos. Y no tienen tan buen olfato. Pero estoy seguro que entre todos los encontraremos.
—Malditos chuchos... —farfulló Zetsuo chasqueando la lengua.
—Pues parece que sí tendremos que separarnos... —indicó Daruu.
—¡Pero podemos ir cada uno con un perro! Seguro que entre todos damos con el rastro defintiivo, en cuanto uno de ellos lo encuentre... Entre uno y otro podemos teletransportarnos a un sitio. Y la mayoría conoceréis el Gentoushin, ¿no?
—Yo sí, pero Kōri no —respondió Zetsuo, levantándose al fin de la cama para acercarse a la ventana. Corrió un poco la cortinilla para mirar a través de ella—. Pero ambos tenemos comunicadores, así que lo que él pueda transmitirme, yo puedo comunicaroslo a vosotros. Pero tenemos que establecer un horario de comunicación. Y hablando de eso, deberíamos ir preparándonos, no creo que el barco tarde demasiado en atracar.
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— Ajá, sí... Claro, claro... Espera, ¿cómo que barco? —Kiroe se puso rígida como una vara de metal y apartó a Zetsuo con un ligero empujón. Miró por la ventana y se echó las manos a la cabeza— . ¡Hostias! ¡Cómo mola! ¡NUNCA HE MONTADO EN BARCO!
Se pudo escuchar un claro PLAF que vino de la frente de Daruu.
BRROOOOOP, BRRROOOOOOOP.
El barco había llegado a Puerto Kasukami. La ciudad estaba dividida en dos estratos. El primero, el que les llegaba más cerca, estaba pegado al puerto, y lleno de casitas de pescadores y marineros. El segundo, algo más al fondo, se hacía evidente en cuanto uno levantaba la vista. ¡La madre del cordero! Era como si a la Ciudad Fantasma le hubieran hechado un hechizo de nigromancia y se hubiera restaurado por completo. Era la viva imagen de los torreones de hormigón y vidrio de aquella, en el País de la Tormenta, pero llena de color.
El grupo de shinobis de la Lluvia se sintió instantáneamente más a gusto, no sólo porque la arquitectura era mucho más parecida a la de su hogar, sino por la humedad en el ambiente. Una fina neblina cubría todo el puerto.
— Si llegamos a saber que íbamos a acabar aquí —dijo Daruu— , podríamos haber venido en barco desde Coladragón y habernos ahorrado gran parte del viaje...
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Cuando el grupo bajó del barco y abandonó el distrito bajo de la capital, dedicado a las casas de los humildes pescadores y marineros, no podían caber en sí mismos del asombro. Por un momento, y a juzgar por los enormes rascacielos de metal que los rodeaban, cualquiera de ellos podría haber llegado a pensar que se habían equivocado de navío y habían acabado de nuevo en el País de la Tormenta. Sin embargo, aún existían varias diferencias que les aseguraba que, efectivamente, se encontraban en el País del Agua: en primer lugar, la falta de lluvias (casi siempre presentes en su lugar natal), y en segundo lugar (pero no por ello menos importante) era aquella persistente neblina que se les enredaba en los tobillos.
Echaron a andar hacia el interior de la capital, y pronto se vieron sumergidos en aquella atmósfera tan peculiar: comerciantes, lugares de ocio de todas las clases y tipos, lujos impensables para los humildes trabajadores que afanaban en el mar. Aquel era lugar para los ricos y para los turistas, no estaba pensado para gente humilde que dedicaba su vida al mar.
—Si llegamos a saber que íbamos a acabar aquí —comentó Daruu en un momento dado—, podríamos haber venido en barco desde Coladragón y habernos ahorrado gran parte del viaje...
—Pero no lo sabíamos —contraatacó Zetsuo, con el ceño fruncido y la mirada clavada al frente—. De hecho al principio creíamos que debíamos dirigirnos hacia Tanzaku Gai. Sólo espero que no nos estemos equivocando ahora —añadió, dirigiendo una elocuente mirada hacia Kiroe—. ¿De verdad piensas que puede estar aquí?
No sería una idea descabellada, si se detenían a pensarlo. Se encontraban en plena capital del País del Agua, en una ciudad tan grande donde los negocios más turbios pueden pasar fácilmente desapercibidos. Por no hablar de que en Yamiria se encontraba, precisamente, la ostentosa morada del Daimyo.
«Más nos vale que todo esto no esté relacionado con el Pez Gordo.»
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