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No podía, en buena conciencia, volver a ser kunoichi sin ir a visitar a su madre. A la madre de todos los ninjas de Uzushiogakure, por lo menos los de su generación y anteriores. Muchos de los que se graduaban ahora no tenían el cariño y la implicación que ella misma o cualquier mayor tendría con Uzumaki Shiona. La respetaban, claro, como a cualquier otra Uzukage, pero no era lo mismo. No era ni remotamente parecido.
Ya no había la misma afluencia al Lago de Shiona como había habido antes. Algunos ninjas, como ella, venían a rendir tributo a la Uzukage. Algunos civiles venían de turismo, a ver la construcción que había alrededor de su tumba. Estaba arrodillada en la plataforma central, donde quedaba la tumba. Miraba y no veía. Cuando llegó había un par de shinobis que se marcharon media hora más tarde, eso fue hace más de una hora y Hana seguía allí.
— ¿Qué hago, Shiona-sama? ¿Qué debería hacer? — se quitó la bandana de la frente y la sostuvo en sus manos, como ofreciendosela. — ¿Cómo puedo volver a ponerme la bandana y hacer como si no hubiese pasado nada? ¿Y si vuelvo a hacerlo?
Se quedó unos segundos esperando una respuesta antes de volver a ponerse la bandana, en silencio.
— Perdone, ya la he molestado bastante. Estaré bien. Tal vez. — lo quería creer, iba a intentar seguir adelante, ayudar a su villa en el campo de batalla hasta donde diese.
Se levantó e hizo una ligera reverencia, echando un vistazo al lago y a sus alrededores.
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La misión había acabado hace varias horas, la morena debía llevar unas hierbas autóctonas de su región a un pequeño medico y su aprendiz. Fue mejor de lo que esperaba. Temia sufrir algún tipo de ataque de ansiedad y querer volver irremediablemente hasta donde la lluvia pudiera acariciar su pálida piel. Se sintió más aliviada de lo que esperaba cuando entregó aquel paquete, hasta el punto de bufar por la nariz y esbozar una muy débil sonrisa.
Ya solo quedaba volver a casa, y seguramente esperar por la siguiente vez que un pergamino con su nombre, reclamase su presencia en algún lugar de ese basto mundo. Eran pequeños y cortos pasos, pero sentía que poco a poco se estaba recuperando mentalmente de lo acontecido, y antes de darse cuenta, sus paso la llevaron al lugar donde la conocio por primera vez. Solo que esta vez, estaba sola.
Con el mundo patas arriba, retrocedió un paso cuando un par de ninjas con la bandana de la espiral volvían del lago, tal vez se había reforzado la seguridad en la Espiral, pero solo la saludaron levemente y la dejaron estar. Ella hizo lo mismo, levantando dudosa la mano.
Después, se acerco hasta la orilla. Era tan extenso como lo recordaba, tal vez incluso más, pues el centro estaba bastante alejado. Era un lugar más que especial para toda aquella nación, aunque para una forastera como ella, lo era otro sitio. Se acerco hasta uno de los árboles que se separaba varios metros del camino, y otro buen par de la orilla. Tal vez no era ese en concreto, puede que su memoria le fallara, pero se quedo bajo su copa de pie mirando sus raíces.
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Se giró a contemplar el camino de vuelta, había pequeñas piedras formando una espiral como forma de llegar al centro. Había venido por ellas, siguiendolas en ritual silencio. Como si dibujar esa espiral con su recorrido fuese parte de la visita a Shiona. Ahora se le antojaba estúpido.
Volvió hasta la orilla andando sobre la misma agua, concentrando chakra en la planta de los pies. Era entrenamiento y turismo, todo en uno. Llegó a la orilla sin mucho problema y en tiempo récord en comparación a cuando había dado toda la vuelta.
— Espero traer buenas nuevas la próxima vez, Shiona-sama. — comentó en voz alta haciendo otra leve reverencia en dirección al centro del río.
Ahora, desde fuera del lago, se podía ver todavía mejor el paisaje. No se acababa de apreciar la espiral, pero el vaivén del agua, agitada por su paso, la embelesó. Se quedó allí unos segundos, sujetándose el pelo a merced del viento.
¿Qué estaría haciendo Ren?
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Sus ojos, marcados por la parte inferior debidos a la falta de sueño, no se movían del lugar intentando rememorar tiempos más felices. Suspiró, haciendo que su pecho se relajara al expulsar todo el aire, cerrando los ojos en búsqueda de algo de paz en la gran tormenta de sentimientos que tenía. Debía de marcharse, poco más tenía que hacer allí, y si permanecía por más tiempo, puede que se encontrara con Hana y no sabría como responder ante ese escenario.
Siempre la corregía cada vez que la llamaba Shinoa, y parecía mostrar un profundo respeto por ella. En contra parte, Ren no sabía ni que sentir por la antigua Arashikage. La historia de su villa era tal vez la más sangrienta de las tres, fundada y tomando cada vez el mando de gobierno, asesinos. Y Yui, no era una excepción.
Suspiró profundamente una vez más, e inició la marcha de camino a La Villa de la Lluvia. No salió directamente al camino, ando por unos segundos entre los matorrales y árboles antes de que sus sandalias tocaran las rocas que creaban un camino hasta el lago.
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22/03/2022, 12:15
(Última modificación: 22/03/2022, 12:17 por Himura Hana. Editado 1 vez en total.)
Hana no pudo hacer más que suspirar. Estaba haciendo tiempo. Estaba rascando cada segundo que podía en aquel lugar, admirando su belleza, sintiendo la brisa, echando un último vistazo... Todo con tal de aferrarse a una vida que ya no era la suya. No había contestado a las cartas de Ren, ni siquiera la había leído y aquí estaba, diciendole a Shiona-sama que iba a intentarlo, que iba a ser una kunoichi de verdad. Suspiró largo y tendido. Tal vez antes de prometer cosas debería hacer algo con sus temas pendientes.
Dio media vuelta, dispuesta a irse del lugar. Tras un par de pasos, escuchó, tarde, el sonido de un galope a su costado. Cuando se puso en guardia era demasiado tarde.
— ¡AH! — exclamó sorprendida cuando el enorme animal se lanzó sobre ella y la tiró al suelo.
Después, sin piedad ninguna, abrió sus fauces y empezó a lamerle toda la cara.
— ¡No! Para, para. — Hana reconoció que se trataba de un perrito domesticado antes de cometer alguna locura.
Sin embargo, el perrete era casi más grande que ella y definitivamente más pesado. Intentó apartarlo a la fuerza, pero no podía parar de reirse de las cosquillas que le hacían los lametones del can. Se trataba de un San Bernardo, blanco como la nieve con parte del lomo y las dos zonas de los ojos de un marron oscuro. Menos mal que no estaba apoyado sobre Hana porque con su peso la hubiese convertido en papel.
— JAJAJAJA, ¡no! ¡No! ¡Para! — la pobre kunoichi había sido derrotada por un enorme y poderoso perrito que solo quería jugar, se revolvía y gritaba, incapaz de controlar el volumen de su voz entre carcajadas.
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Como una afilada aguja lanzada por el mejor jugador de dardos del mundo, aquella risa atravesó su oído y posteriormente su mente por completo. La reconoció al instante. Aquellos tonos agudos, infantiles y entrecortados solo podían pertenecer a ella. Ren se quedó prácticamente anclada al sitio, cuando un sudor frío recorrió su espalda. Miraba los grandes adoquines de piedra grisácea, irregulares y separados por una capa de cemento sin levantar la mirada. ¿Qué hacía? ¿Qué hacía? ¿Por qué se estaba riendo? ¿Tal vez se estaba burlando de ella?
O tal vez... Tal vez estaba con alguien ¿Alguien por la que la había sustituido? Era más que probable ¿Quién querría salir con una chica tan lerda como ella, que únicamente fantaseaba con querer emular a unos espadachines, que creían en algo tan absurdo como el honor?
Sus labios temblaban, y aquello empezó a transmitirse a sus manos. Era fuerte ¿Se supone que debía serlo, no? ¿Pero qué debía hacer? Tal vez no fuera ella, tal vez la había confundido, al fin y al cabo, había pasado mucho tiempo y a lo mejor se estaba equivocando. De ser así, no pasaba nada por echar un vistazo, ¿no?
Dio un primer paso, en dirección contraria a donde estaba mirando, y sintió que había movido un enorme peso anclado a su tobillo. Tragó saliva antes de girarse, y experimento como se hizo lento y pesado. Finalmente, se giró, y lo único que vio en la lejanía en una gran bola de pelo blanco, que parecía estar jugando con una chica, la misma que generaba aquella risa.
Su respiración se hizo pesada, lenta y profunda.
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Con toda su voluntad y conocimiento de combate, consiguió apartarse el morro del perro de la cara usando ambas manos.
— ¡No! Perrito malo. — por su tono se podía saber que se sentía ella peor que el can de decirle eso.
El animal soltó un leve gruñido triste, dejando ver que sí entendía lo que le acababa de decir Hana, pero ni se movió. Se quedó allí, quieto, esperando algo.
— Vale, no eres un perrito malo. Eres un perrito bueno. — y acabó acariciandole con una mano, consiguiendo que el can se lo tomase como una invitación a volver a por ella. — ¡No! Ya está, aparta y jugamos, ¿vale?
Algo de lo que había dicho parecía haberle llegado porque dejó de lamer y empezó a mover la cola de un lado a otro, expectante.
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Finalmente, el animal se apartó, y sus sospechas se hicieron realidad. Tirada en el suelo, con esa delicadeza natural que tenía, la cara algo manchada por la saliva del perro, y riendo todavía un poco tontamente, jugando con aquel animal. En su interior, algo se sintió aliviado al ver que era Hana, y también que no estaba con otra persona. Pero aquello era un torrente de emociones que no era capaz de manejar, y mucho menos de discernir todos y cada uno de los sentimientos que tenía.
Sus labios de color rosa pálido se abrieron, queriendo decir algo, pero era incapaz de articular una sola palabra. En su lugar temblaron, y volvió a quedarse aterrada en el sitio, a varios metros de ella. ¿La reconocería? Tenía ahora el pelo algo más largo, recogido en una coleta que caía por delante, pero parecía haber perdido su liso natural, por lo que estaba algo rizado en las puntas. Sus ojos portaban unas ojeras con un color morado en ellas, y su capacidad física parecía haberse esfumado, teniendo una musculatura algo escuálida.
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Consiguió engañar al perrito para que la dejara ponerse en pie. Se arregló en apenas unos segundos, poniendose bien la camiseta, sacudiendose el polvo y limpiandose la cara con la manga, a falta de metodos mejores. Miró al animal con los brazos en jarra y el perro le devolvió la mirada, con la lengua fuera y ninguna preocupación.
Automaticamente, Hana lo acarició.
— No puedo enfadarme contigo, Copito. — Sí, ya lo había bautizado. — ¿De quien has escapado?
Echó un vistazo alrededor y vio a una chica morena espiandoles desde unos matorrales. Dejó de acariciar a Copito para acercarse, mientras saludaba a la chica con una mano.
— ¡Hey! Perdona, este perro es... — se detuvo a medio camino.
La chica morena llevaba una bandana al cuello, de Amegakure. Sus ojos azules hicieron contacto con los de Hana y se quedó completamente helada. Hubiese jurado que el tiempo se había parado si no fuese porque Copito había seguido avanzando, olfateando a Ren para ver si era apetecible. Pero nada de eso estaba ahora siendo procesado por la rubia.
En los segundos que estaban pasando, estaba comtemplando todos los escenarios posibles. Podía huir, lejos, meterse bajo una roca y no volver a salir. Eso sonaba mejor que encararse a Ren, a esta Ren, con ojeras, una constitución muy desmejorada y claramente resentida con ella. ¿Qué iba a decirle? ¿Podía siquiera dirigirle la palabra? No se sentía ni digna ni capaz.
Se quedó ahí, mirandola, en shock. Mientras, Copito había vuelto a su lado, no parecía tener pensado lamer a Ren en ningún momento próximo.
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La reacción pareció ser biyectiva, pues Hana también pareció quedarse atonita cuanto vio a su hermana. Ren tenia tantas cosas que decirle, tantas cosas que preguntarle, que no sabía ni por donde empezar.
— M-Me alegro... M-Me alegro que estes bien... — Por lo que empezó con el más grande y tal vez obvio.
Lo dijo con sinceridad absoluta, con todo su corazón en las palabras, aunque estas fueran pocas. Desvió la mirada casi al instante, pues si seguía mirándola a los ojos directamente, tal vez no podría reprimir otros sentimientos. Se ladeó un poco, y parecía estar dispuesta a marcharse de la misma forma que había aparecido de la nada. Con un poco de niebla, o un cielo ennegrecido amenazante de tormenta, Hana podía haber pensado que se trataba de un fantasma o ilusión creado por su consciencia fácilmente.
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— M-Me alegro... M-Me alegro que estes bien...
— Y yo de que tú también lo estes... — lo soltó de forma automatica, antes de darse cuenta de lo raro que era todo.
Esperaba de Ren odio, asco, enfado o incluso lo contrario, pero siempre reacciones extremas. Sin embargo, ahí estaba, hecha una bolita, figuradamente. Cuando la amejin apartó la mirada, Hana hizo lo propio y la desvió al suelo, avergonzada.
— Entonces... ¿el perro es tuyo? — Copito parecía haberse hartado de esperar algo de las chicas y simplemente se había tumbado a observarlas, aún con la lengua fuera.
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Negó con la cabeza, y después se llevo su mano izquierda al hombro contrario, apretandose con algo de fuerza. Aquello era incluso más incómodo de lo que se había imaginado. Desde fuera, era obvio que querían hablar algo, pero algo superior a ambas se lo impedía. Si fuera por orgullo, de cualquiera de las dos, podrían dejarlo aparte, pero era algo distinto.
— Por... ¿Por qué no respondiste a mis cartas?... — Preguntó con los ojos llorosos, todavía sin mirarla.
Le debía una respuesta, ante aquello. Se supone que habían forjado una especie de hermandad entre ellas, a la que le tenía aprecio al ser ambas huerfanas, aunque una de estas tuviera familia adoptiva. Y de la misma forma, para al menos una de ellas, esa hermandad empezaba a cobrar otro sentido.
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Había esperado con toda su alma que nunca jamás hablasen de nuevo de nada de eso. Ahora Ren le preguntaría que qué tal su día, Hana le contestaría que había venido a ver a Shiona-sama para pedir consejo, Ren le diría lo tonto que suena eso, Hana reiría levemente y le daría la razón, diciendole que aún así se siente como lo que tiene que hacer y de ahí a hablar durante horas. Sin embargo, Ren tenía otros planes.
— Por... ¿Por qué no respondiste a mis cartas?...
Hana alzó la mirada, buscando la de Ren, pero no la encontró. La amejin estaba mirando al suelo con los ojos humedos, Hana podía notar que estaba terriblemente triste. ¿Y qué le iba a decir? Ojalá y tuviese una sola excusa para justificarse. Sus ojos también empezaron a reaccionar, ardiendole y acumulando lágrimas que no estaba dejando salir. ¿Qué podía decirle? La iba a destrozar e iba a tener que ver, de primera mano, como la destrozaba.
Abrió la boca para contestar, para decir lo que fuese, para disculparse e inmediatamente las lágrimas empezaron a caer.
— Yo no... — apenas empezar tuvo que parar para sorber los mocos, se mordió el labio, intentando encontrar las fuerzas para al menos contestar antes de venirse abajo. — Después de los dojos, me sentí terriblemente mal. Dejé morir mucha gente sin hacer nada. No... no me vi capaz de afrontarlo... y hui... de todo...
Bajó la cabeza, dejando caer las lágrimas directamente de sus ojos al suelo y volvió a morderse el labio. No tenía las fuerzas para seguir hablando sin gimotear como la niña asustadiza que era. No quería ver la reacción de Ren, no quería escuchar las palabras que pudiese decirle. Tenía miedo, mucho más del que había tenido frente a Ryu, mucho más del que había sentido al recordar lo mala kunoichi que era.
Porque esta vez, pasase lo que pasase, se lo merecía. No era un capricho del destino, no era algo que no había podido evitar. Era algo que ella había provocado. Ella activamente había herido a Ren con su cobardía. Ahora quedaba pagar el precio.
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Si hubiera sido otra persona, Ren hubiera desconfiado plenamente. Puede que incluso siendo en otra situación, la amejin hubiera incluso desconfiado de dicha respuesta. Pero quiso aceptar las palabras ciegamente, aunque pudieran ser una potencial mentira y posteriormente desembocará en algo mucho peor. Necesitaba creer en ella, porque la necesitaba más que el aire que respiraba.
No fue ninguno de los escenarios que se había imaginado durante meses; no habia fallecido, no era por aquel chico que le robo un beso, no era porque se había pasado el capricho sobre ella, ni tampoco porque la odiase. O por lo menos, potencialmente no era ninguna de las anteriores. Ren también estuvo aterrada durante aquello, y fue tan egoísta que no pensó en esa posibilidad.
Sabía que Hana era una chica algo asustadiza y delicada, pero quiso suponer que era lo suficientemente fuerte para enfrentarse a ello. Al menos ella lo hizo, cuando afirmo que se quedaría con ella aquella noche en los campamentos improvisados.
— E-Entonces... ¿N-No me odias? ¿N-No he sido uno de tus caprichos?
Necesitaba oírlo, necesitaba estar segura.
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— E-Entonces... ¿N-No me odias? ¿N-No he sido uno de tus caprichos?
— ¡¿Q-Qué?! — aquello la pilló tan sorprendida que levantó la cabeza de golpe, gritando más que hablando y haciendo un extraño sonido chirriante al hablar, provocando una leve tos. — C-claro que no. ¿Por qué te iba a odiar? Y... mis caprichos son otro tema. Nunca te he mentido. Sigues siendo... como una hermana para mi.
Sonrió debilmente, aún con el peso de sus acciones en el corazón. Por eso le dolía tanto todo aquello, si hubiese sido solo un capricho, no estaría ahí, llorando como una pava con un San Bernardo mirandola hacer el ridiculo más espantoso. Quería acercarse a Ren, pero temía qué pudiese decirle a continuación. Le daba miedo que se diese cuenta de que era la peor hermana del mundo y la mandase a la mierda al oírle decir todo eso.
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