Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
5/11/2018, 19:40 (Última modificación: 5/11/2018, 19:50 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Aliento Nevado, Invierno del año 218.
—¡¡Al ataque, muchachos!! ¡No dejéis a nadie con vida!
El grito emergió de algún punto entre los árboles, en el lado Este del sendero por el que transitaba la caravana, y fue secundado casi al instante por un coro de vítores, alaridos de guerra y blasfemias que retumbó entre la foresta. Del follaje a ambos lados del camino surgieron al menos dos docenas de figuras que se abalanzaron sobre los cuatro carros del convoy, y la Luna llena arrancó destellos plateados al acero que empuñaban en sus manos. El silbido de algunas saetas precedió al relincho de varios caballos al ser alcanzados por los proyectiles, que se encabritaron, entrando en pánico y luchando por soltarse de las amarras. Uno de ellos, el que iba en segundo lugar de la caravana, lo consiguió; y entre bufidos de dolor, huyó al galope hasta perderse más adelante en el sendero.
Dentro de las diligencias, los pasajeros entraban en pánico, rezaban, o empuñaban sus propias armas para defender sus vidas, según la condición de cada uno. Cuando los bandidos hubieron rodeado a toda la comitiva, varios de los transeútes ya habían bajado de sus respectivos carros, acero en mano, para dar pelea por sus vidas... O tratar de huir. En el segundo coche, que había volcado tras desbocarse el caballo de tiro y ahora yacía boca abajo a un lado del sendero, una figura delgaducha envuelta en una capa de viaje marrón lamentaba su suerte.
«¡Por las tetas de Amaterasu! ¡Esto me pasa por racanear con el dinero del pasaje y no comprarme billete para la caravana de la tarde!»
Uchiha Akame salió a gatas de su accidentado carro tras conseguir abrir la puerta que tenía a mano izquierda. El resto de los pasajeros de su coche eran un padre de familia con dos niñas, una mujer muy joven y un anciano con su perro, por lo que el jōnin dudaba de que alguno tuviera disposición o condiciones de presentar batalla. Así pues, bufó con desagrado, apretó los dientes y se puso en pie con el tiempo justo para esquivar la cuchillada que le tiraba un hombre alto y fornido que se les había echado encima. Los ojos del Uchiha brillaron en la oscuridad, convertidos en dos luceros de color sangre.
—No sé quién ha tenido peor suerte, si vosotros o yo... —murmuró, colocándose en posición marcial.
Lo que no sabía Akame era que, en el coche de al lado...
El carromato en el que viajaba pegó una pequeña sacudida cuando las ruedas dieron con un accidente en el terreno, y los viajeros que la acompañaron demostraron su malestar entre bufidos y alguna que otra maldición. No fue el caso de la figura encapuchada y que ocultaba la parte superior de su rostro con un antifaz blanquecino. Sumida en la penumbra y amparada por las sombras, la muchacha no podía dejar de sonreír, con sus iris castaños fijos en la enorme luna llena que alumbraba la noche.
Había salido de Tanzaku Gai entrada la tarde, después de su fortuito encuentro con Uzumaki Eri. A sabiendas de que no podía perder el tiempo y que la noche la alcanzaría en mitad del camino, había optado por tomar aquel carromato para que la acercara al País de la Tormenta. En todo momento fue consciente de aquellos no eran precisamente los mejores carruajes del País del Fuego, que los caminos a través del bosque estaban en un estado más bien precario y que aquellas intempestivas horas no eran las mejores para viajar. Pero no le importaba. Nada lo hacía.
Porque todo iba bien. Todo iba a salir bien. Parecía que la suerte había comenzado a sonreirle por fin. Y nada podría estropearlo de nue...
—¡¡Al ataque, muchachos!! ¡No dejéis a nadie con vida!
Ayame se sobresaltó. Aquel repentino alarido había salido de algún punto entre los árboles, en dirección este, y de manera inmediata fue coreado por una horda de gritos bélicos, vítores y obscenidades de todo tipo. Antes de que pudiera reaccionar siquiera, las sombras surgieron de la oscuridad con el brillo del acero destellando bajo la luz de la luna y se abalanzaron sobre los dos primeros carros de la comitiva. Un inconfundible silbido rasgó el aire y los relinchos de los caballos, asustados y heridos, laceró los oídos de Ayame, que trataba por todos los medios mantenerse bien sujeta en su sitio. Golpes, coces, más relinchos... Los animales luchaban por soltarse de sus amarres y el carromato dio una peligrosa y violenta sacudida. Afortunamente, no llegó a caer; pero su compañero no tuvo la misma suerte, y terminó por volcar.
—¡Maldita sea! —masculló Ayame, levantándose al fin y abriendo la puerta que tenía más cerca. Después de asegurarse de que no corría peligro, ayudó a una mujer con un niño a bajar del carromato, un hombre ya entrado en edad, y un joven que, pese a ir armados con más de una katana a la cintura, no dudó ni un instante en salir corriendo entre gritos despavoridos de terror.
Ella fue la última en salir, y cuando lo hizo ya llevaba una flecha en la mano diestra y otra sujeta entre los labios. Acumulando el chakra en la planta de los pies, se apoyó en la pared del carro y saltó sobre el tejado, donde se quedó acuclillada. No se fijó en el carro que yacía volcado con una rueda girando de forma alocada sin un suelo en el que apoyarse, ni en el caballo desaparecido que había corrido a ponerse a salvo, ni tampoco en la silueta cubierta en una capa marrón que, en el suelo, plantaba frente a varios bandidos. Simplemente volteó la muñeca izquierda y desde debajo de la manga de su túnica se desplegó un arco que cargó con la primera flecha a toda velocidad y disparó contra el primer bandido que quedó a tiro.
Aquel estrecho camino, que normalmente era poco transitado y se utilizaba más que nada para llegar rápido y barato a algún punto del otro lado de los bosques, se convirtió en cuestión de instantes en un campo de batalla improvisado. La refriega, carente de disciplina militar por parte de la mayoría de sus integrantes, se tornó en combate cerrado, huídas desesperadas, saqueo y pillaje. De los más de veinte bandidos que habían asaltado la caravana, la mayoría se concentraban en los dos carros centrales. Un grupo reducido, que había atacado por detrás cogiendo por sorpresa a los ocupantes del último coche, se ponía las botas robando cuanto había de valor en el equipaje de los pasajeros, que yacían tirados en el suelo presa de los rufianes. Los otros, en la delantera, se batían con un par de mujeres. Iban vestidas con atuendo de mercenarias —armadura de cuero y espada corta—, y peleaban con fiereza haciendo frente a un cuarteto de enemigos.
El grueso de los asaltantes se había concentrado, por puro instinto, en el segundo y tercer carro.
Akame giraba sobre sí mismo mientras esquivaba puñaladas, cuchilladas y golpes de garrote que le venían por el frente. Se había asegurado de colocarse con la espalda pegada al carro volcado, de forma que ninguno de sus enemigos pudiera ganarle la retaguardia fácilmente, y se deshacía en tajos de su confiable espada azabache. Pese a que los rufianes no parecían especialmente diestros, sí que eran muchos y la pura superioridad numérica le hacía difícil al Uchiha el realizar una acometida profunda con la que clavar su espada en algún enemigo, o seccionar su garganta.
Por su parte, la misteriosa figura en lo alto del carro cargó una flecha en su arma y disparó. El proyectil voló raudo y se clavó en el pecho de uno de los bandidos, que cayó de espaldas debido a la fuerza del impacto. Esto atrajo la atención de los demás, que rodearon el carromato y cargaron hacia él. Dos de ellos, sin embargo, advirtieron que los pasajeros a los que la misteriosa luchadora había ayudado a salir intentaban huir hacia los árboles, y echaron a correr tras de ellos profiriendo amenazas.
Fiiiiu.
Una flecha pasó volando justo por encima de la cabeza de la encapuchada. Pese a la oscuridad, ella pudo ver claramente a un par de ballesteros que, parapetados tras sendos árboles, recargaban ahora sus armas para volver a dispararle. Al subirse al carro se había convertido en un objetivo prioritario.
La saeta rasgó el aire con su inconfundible silbido y acertó en el centro de la diana, el pecho del bandido, que cayó de espaldas tras un último suspiro ahogado. Ayame no se detuvo ahí, tomó la flecha que sujetaba entre sus labios y volvió a cargar el arco. Pero cuando sus ojos estaban decidiendo la próxima víctima de su arco, escuchó un zumbido por encima de la cabeza que le puso la piel de gallina. Presta, giró el cuello mientras sus ojos buscaban a toda velocidad el origen de aquel proyectil. No tardó en encontrarlo; o, mejor dicho, en encontrarlos. Dos ballesteros, ambos escudados tras los árboles.
«Flechas a mí...» Pensó, con una confiada sonrisa.
Cargó el arco de nuevo, apuntó al primer ballestero que se encontraba preparando su arma y disparó. Sabía que el tiempo jugaba en su contra, pero aún así tomó otra flecha y la disparó contra el segundo. No le preocupaban las flechas, y no le preocupaba demostrar esa confianza, pues confiaba en que su técnica estrella la protegería de prácticamente cualquier daño que podría recibir.
Sin embargo, había algo que sí le preocupaba. Y era la seguridad de los civiles que habían viajado con ella. Pero se habían sumido en un escenario caótico, en el que el cantar de los aceros, los silbidos y los alaridos dominaba el ambiente; y los bandidos los superaban con creces en número. Por ello, hubiera acertado sus disparos o no, Ayame volvió a plegar el arco sobre su muñeca y entrelazó las manos en una secuencia de sellos que culminó con una sonora palmada.
—Kasumi Jūsha no Jutsu —murmuró.
Y entonces las sombras de la noche se alzaron.
Desde el suelo, desde la pared o del techo de los carromatos, de entre la vegetación, de entre los árboles, sobre las ramas... Las sombras se alzaron por doquier, siluetas encapuchadas de negro y rostro irreconocible en la penumbra. Todas ellas iban armadas con kunais, y todas ellas se encararon a los bandidos con postura fiera y amenazadora.
—¡MaRcHaOs! ¡MARCHAOS!¡MARCHAOS! —corearon, voces entrelazadas y fantasmales que cantaban un mismo mensaje.
¤ Kasumi Jūsha no Jutsu ¤ Técnica de los Sirvientes de la Niebla - Tipo: Apoyo (Genjutsu ambiental) - Rango: D - Requisitos: Genjutsu 20 - Gastos: 25 CK (impide regeneración de chakra) - Daños: - - Efectos adicionales: (ver descripción) - Sellos: Buey → Jabalí → Caballo → Rata → Palmada - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: 30 metros
Este genjutsu crea una serie de réplicas ilusorias del usuario, vestidas completamente de negro y armadas con kunais también ilusorios, que aparecen uno por uno desde los árboles, las rocas u otros obstáculos del entorno (incluso del suelo) para arrinconar al enemigo. Sus movimientos son más lentos de lo normal, pero cuando son atacados se multiplican, por lo que en este sentido parecen fantasmas que habitan en la niebla.
5/11/2018, 21:14 (Última modificación: 5/11/2018, 21:32 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
La misteriosa encapuchada se movió con destreza muy superior a la de los bandidos, y sin perder un segundo disparó de vuelta a los dos tiradores que habían intentado ensartarla con sus virotes. La flecha silbó por el aire, imperceptible entre los diversos ruidos en el fragor de la batalla, hasta llegar a su objetivo, clavándose en el hombro derecho del bandido; éste dejó escapar un bufido de dolor, y apretando los dientes soltó su ballesta y se parapetó tras el árbol que le servía de cobertura. El otro, sin embargo, volvió a disparar en lo que la encapuchada cargaba de nuevo su arco.
Dos proyectiles se cruzaron en el campo de batalla casi al unísono. El virote del bandido —quien no tenía mala puntería— voló raudo hacia el pecho de la figura encapuchada; y el de ella le impactó en la cabeza al tirador. Su cuerpo, inerte, se desplomó entre la vegetación, perdiéndose de la vista de la arquera.
Akame, por su parte, esquivó un garrotazo a bocajarro y contraatacó hundiendo su hoja en la barriga del asaltante. Éste escupió un esputo sanguioliento con un gorjeo asqueroso y se desplomó en el suelo, junto al carro volcado cuyos ocupantes —a excepción del propio Akame— todavía seguían dentro, presas del terror. «¡Mierda, mi espada!» El arma del Uchiha había quedado enterrada en el vientre de su enemigo, y muerto este, atrapada bajo su cadáver. Viendo al jōnin con las manos vacías, los bandidos que le acosaban se envalentonaron y cargaron con todo, entre gritos de guerra.
«¡No hay tiempo...!»
Las manos del uzujin se entrelazaron en una veloz serie de sellos.
—¡Fūton, Shinkū Taigyoku!
Akame expulsó un proyectil de aire comprimido que impactó contra el grueso de los enemigos que le asaltaban, explotando con violencia y derribando también a los bandidos adyacentes. Fue después cuando lo vió. Una miríada de figuras que en la noche parecían más terroríficas todavía, con los ojos vendados y kunais en las manos, que surgían de todas partes. Del suelo, de entre los árboles, de los propios coches de caballos. Pronunciaban una lastimera letanía que le daba un toque todavía más siniestro a su aparición... Y desataron el caos.
Algunos de los asaltadores de caminos tiraron sus armas y echaron a correr, perdiéndose entre las sombras del bosque —los que más—. Otros, más valientes, más diestros o tal vez simplemente más estúpidos, abandonaron el pillaje y se voltearon, hierro en mano, para atacar a los recién aparecidos fantasmas. No tardarían mucho en darse cuenta de que por cada uno que mataban, surgían dos, y entonces tal vez la locura pudiera a la bravura. Por su parte, los pasajeros también habían contemplado con horror la escena, y la mayoría intentaba ahora huir desesperadamente. Las dos mercenarias que peleaban en el frente de la caravana aprovecharon la confusión para matar a un par de los enemigos, pero luego también acabaron por volverse a pelear contra las apariciones.
Pero Akame, Uchiha Akame, ya no estaba prestando atención al asunto. Su Sharingan había sido capaz de ver a través de aquel Genjutsu sin problema, y al buscar a su emisor, lo había hallado.
«Un ninja...»
Con un salto, el Uchiha se colocó sobre su carro. Otro más, un par de rápidos pasos, acumuló chakra en la planta de sus pies y subió al coche sobre el que estaba el ninja.
—¡Shinobi-san! —le interpeló, a cara descubierta—. ¡Debemos acabar con todos los bandidos ahora, tu técnica está provocando que los civiles huyan hacia el bosque!
¤ Fūton: Shinkū Taigyoku ¤ Elemento Viento: Gran Esfera de Vacío - Tipo: Ofensivo - Rango: A - Requisitos: Fūton 65 - Gastos: 78 CK - Daños: 130 PV - Efectos adicionales: - - Sellos: Tigre → Perro - Velocidad: Rápida - Alcance y dimensiones: La esfera abarca 1'5 metros de diámetro, y avanza 20 metros antes de estallar, la onda expansiva es de 4 metros y causa el daño completo
Una versión mucho más fuerte de Fūton: Shinkūgyoku, donde el usuario, en lugar de disparar pequeñas balas de viento, concentra todo su potencial en un único y enorme proyectil de aire concentrado y visible que lanza hacia su adversario con toda su potencia. Cuando impacta sobre él, libera una gran cantidad de aire comprimido de golpe, lo que afecta al área de sus alrededores.
Las saetas se cruzaron en el camino. Al ballestero le impactó de lleno en la cabeza y desapareció entre el follaje, muerto sin duda, y Ayame le atravesó el pecho de parte a parte y terminó por clavarse en el techo del carromato, pero la muchacha apenas esbozó una ligera mueca de dolor mientras su torso volvía a recomponer su forma física rápidamente.
Un súbito estruendo combinado con más gritos la sobresaltó. Abajo, junto al otro carromato, donde la figura de la capa se enfrentaba con furia a sus enemigos, un grueso grupo de enemigos había saltado por los aires casi literalmente. Ayame decidió pensar sobre aquel hecho después y llevó a cabo su técnica ilusoria. Y el resultado fue, precisamente, el que había esperado. Aunque quizás demasiado exagerado.
El caos alimentó las mentes de todos los presentes, y el pánico se desató por igual entre bandidos y civiles. Algunos tiraron sus armas y se perdieron entre las sombras de la noche, otros se dedicaron a atacar a los fantasmas para descubrir, con horror, que, como una hidra, por cada enemigo caído surgían otros dos. Incluso dos mercenarias que se encontraban al frente de la comitiva y que habían estado combatiendo valientemente a los bandidos ahora se encaraba a las figuras encapuchadas.
«Esto se va de las manos...» Pensó Ayame, chasqueando la lengua con cierta irritación.
Alguien saltó de repente sobre el tejado de su carro, invadiendo su parapeto. Ayame, rápida como una serpiente de cascabel, se volvió hacia el recién llegado con un kunai destellando peligrosamente en su mano diestra. Pero se detuvo en seco, con la sangre congelada en las venas, cuando la luz de la luna se reflejó en dos ojos del color de la sangre con tres aspas orbitando alrededor de su pupila que la atravesaban de parte a parte. Unos ojos que no había olvidado desde la primera vez que los vio y aún poblaban algunas de sus pesadillas.
«Uchiha... Akame...»
Aquel Uchiha. Precisamente aquel Uchiha tan peligroso. El mismo Uchiha que la había apalizado en el torneo sin posibilidad alguna de defenderse. El mismo Uchiha que había ordenado que esposaran a Daruu. El mismo Uchiha...
El mismo Uchiha...
—¡Shinobi-san! —le llamó—. ¡Debemos acabar con todos los bandidos ahora, tu técnica está provocando que los civiles huyan hacia el bosque!
Ayame tardó algunos segundos en reaccionar. Akame no parecía haberla reconocido, pero todos sus instintos estaban chillándole que escapara, que echara a correr tan rápido como le permitieran las piernas y no se volviese para mirar atrás hasta que llegara a Amegakure. Sin embargo, otra parte de su ser, la parte que siempre la condenaba, se negaba a abandonar a todos aquellos civiles.
Terminó por asentir en completo silencio y entrelazó las manos en dos sellos. Tomó aire, y expelió un chorro de agua hacia el suelo, en dirección hacia el mayor grueso de bandidos que encontró. El agua corrió bajo sus pies, atrapándolos en una trampa pegajosa que les dificultaría el movimiento y su defensa.
Una oportunidad perfecta para el ataque.
¤ Suiton: Mizuame Nabara ¤ Elemento Agua: Campo de Captura del Sirope Escarchado - Tipo: Apoyo - Rango: C - Requisitos: Suiton 20 - Gastos: 18 CK - Daños: - - Efectos adicionales: Atrapa los pies del enemigo durante 2 turnos - Sellos: Carnero → Tigre - Velocidad: Rápida - Alcance y dimensiones: El chorro se expande sobre el suelo con una extensión de 3'5 metros de ancho y 6 de largo
El usuario escupe una masa de agua muy densa y viscosa, imbuida con chakra Suiton, y la esparce en un amplio área sobre el suelo. Se trata de una corriente de agua pegajosa que puede utilizarse para formar una trampa adhesiva que inhibe el movimiento de una o varias personas. Si el enemigo conoce de antemano los efectos de la técnica, o la ha sufrido con anterioridad, resulta fácil de evadir simplemente canalizando el chakra a través de los pies para andar sobre el campo de agua sin tocarla realmente, aunque esto sólo es posible si consigue hacerlo a tiempo.
El ninja encapuchado pareció entender a la perfección lo que Akame quería decirle, y con unos rápidos sellos de manos se dispuso a brindarle al Uchiha la oportunidad de inclinar definitivamente la balanza del enfrentamiento a su favor. El jōnin observó con atención cómo aquel tipo dirigía un chorro de agua pegajosa hacia media docena de bandidos que se encontraban acorralados por las figuras ilusorias, atrapando sus pies contra el suelo.
«¡Ahora!»
Akame realizó de nuevo los sellos del Tigre y el Perro, y volvió a expulsar una bala de chakra Fuuton presurizado y altamente inestable. Los rufianes recibieron de lleno tanto el impacto directo como la onda expansiva; el efecto de la técnica fue tan destructivo que el campo de sirope escarchado del ninja misterioso se deshizo y los bandidos salieron volando en distintas direcciones. A aquellas alturas de la refriega la mayoría de los asaltadores ya se habían dado cuenta de que en aquella comitiva viajaban, al menos, dos ninjas bien entrenados. Y que, por consiguiente, no iba a ser una presa fácil. La duda se dibujaba ya en el rostro de muchos, otros estaban malheridos o muertos...
—¡Retirada! ¡Retirada, joder, retirada! —vociferó el que parecía ser el líder de todos ellos, un tipo considerablemente más alto y musculado que los demás que había estado luchando contra las mercenarias del primer carromato con ayuda de un gigantesco tetsubō de hierro negro—. ¡A los bosques!
Los bandidos que estaban en condiciones de huir —algo más de la mitad— no dudaron al escuchar los gritos de su jefe. Abandonaron la batalla a todo correr, tratando de perderse entre el follaje, e incluso algunos afortunados llevaban consigo los objetos de valor que habían podido robar.
Mientras Akame veía a los rufianes retirarse, buscó con la mirada al líder, como un ave rapaz tratando de avistar a su presa. Sin embargo, también era consciente de que algunos de los civiles que habían huído durante la refriega todavía estaban perdidos en el bosque, y podrían caer presa de los bandidos una vez estos se hubiesen retirado.
La cuestión era entonces, ¿qué hacer? ¿Perseguir a la cabeza de la serpiente, o salvar a los corderos inocentes?
8/11/2018, 00:37 (Última modificación: 8/11/2018, 00:37 por Aotsuki Ayame.)
El ataque se produjo con una coordinación perfecta. Los bandidos quedaron atrapados bajo la pegajosa trampa de Ayame y el Uchiha lanzó una potente técnica de Fūton. Tan potente, que el viento arrancó la trampa y sacudió a los bandidos con la fuerza de mil mazas. Pese a la superioridad numérica, habían conseguido inclinar la balanza hacia su favor. La incertidumbre asaltaba ahora a los malhechores, ¿debían continuar con un asalto que estaba destinado a la perdición y seguir arriesgando más vidas? ¿O sería más conveniente perderse entre las sombras de la noche?
El que parecía ser el líder, armado con un enorme bate de hierro negro lleno de clavos, pareció optar por la segunda opción:
—¡Retirada! ¡Retirada, joder, retirada! ¡A los bosques!
«¡Mierda, no!» Maldijo Ayame para sus adentros, chasqueando la lengua con fastidio.
Precisamente era en los bosques donde se habían refugiado los aterrorizados civiles. ¡No podían permitir que fueran tras ellos! Y no le hacía ninguna gracia exponerse tanto delante del Uchiha, pero no le estaban quedando demasiadas opciones. Y dado que eran demasiados para que pudiera alcanzarlos a todos con su canto...
Bajó del carro de un salto, y apenas sus pies se apoyaron en el suelo, la figura de la encapuchada se desvaneció en un parpadeo. Apareció de repente frente a los rufianes y el líder con el tetsubō, con las manos entrelazadas en un sello. Y chilló. Chilló hasta desgañitarse la garganta, como si le fuera la vida en ello. Su voz, amplificada por la fuerza de su chakra, no sólo actuaría como un rechazo para desestabilizarlos, también afectaría a su oído interno, dejándolos prácticamente incapacitados para el movimiento durante varios valiosos segundos.
¤ Sunshin no Jutsu ¤ Técnica del Parpadeo Corporal - Tipo: Apoyo - Rango: D - Requisitos: Ninjutsu 40 - Gastos:
14 CK/20 metros
52 CK para huir de un combate
- Daños: - - Efectos adicionales: Cada uso restará 10 puntos de aguante durante los próximos 5 turnos - Sellos: Carnero/una mano - Velocidad: Instantánea
El Sunshin no Jutsu es una técnica basada en un movimiento ultrarrápido, permitiendo a un ninja moverse de cortas a largas distancias a unas velocidades casi imperceptibles. Para un observador cualquiera, resulta como si el usuario se hubiera teletransportado. En ocasiones, se utiliza una pequeña señal para camuflar los movimientos iniciales del usuario. Esta técnica se basa en el uso del chakra para vitalizar temporalmente el cuerpo y moverlo a velocidades extremas. La cantidad de chakra requerida depende en la distancia total y la elevación entre el usuario y el destino. La técnica puede usarse, además, para escapar del campo de batalla. Las diferentes villas tienen variaciones de esta técnica, e incluyen un elemento extra para distraer al oponente. En Konoha, se utiliza un rastro de hojas.
¤ Seidō: Ningyo no Umeki ¤ Camino de la Voz: Lamento de la Sirena - Tipo: Apoyo - Rango: D - Requisitos: Ninjutsu 20 - Gastos: 20 CK - Daños: - - Efectos adicionales: Expulsión, y ensordecimiento y pérdida del equilibrio momentáneo - Sellos: Pájaro (mantenido) - Velocidad: Muy rápida - Alcance y dimensiones: La voz se extiende en forma de cono desde la posición del usuario hasta los dos metros y medio de largo y un máximo de un metro y medio de ancho antes de perder sus propiedades y disiparse.
La primera de las técnicas de voz desarrollada por Ayame.
Tras realizar el sello correspondiente y acumular y moldear el chakra en sus cuerdas vocales, Ayame exhala un potente chillido contra su objetivo. La voz, potenciada con su chakra, crea una onda de choque de tal magnitud que es capaz de rechazar a su adversario y lanzarlo varios metros en dirección contraria. La potencia del sonido también afecta a la estructura de su oído interno, por lo que se ensordecido y perderá el equilibrio durante unos segundos.
La debilidad de esta técnica radica en que se trata también de un arma de doble filo. Forzar de esa manera las cuerdas vocales también afecta a la garganta de Ayame, que deberá esperar un periodo de tiempo (dos turnos) para volver a utilizarla. Si por cualquier necesidad, Ayame se fuerza a utilizar esta técnica hasta tres veces sin dejar pasar al menos tres turnos de descanso, su garganta quedará tan dañada que se quedará sin voz hasta el día siguiente.
«¿Que lo más aterrador de una sirena es su canto? Eso es porque aún no las has escuchado llorar.» — Conversación entre dos marineros del País de la Tormenta.
La misteriosa figura encapuchada desapareció en un parpadeo y volvió a reaparecer frente al líder de los asaltantes, que en ese momento trataba de huir para perderse en el bosque. Pese a su aspecto corpulento y pesado, el tipo se vió expulsado hacia atrás como si de una ligera pluma se tratase cuando aquel ninja desconocido utilizó una técnica que Akame jamás había visto en toda su vida; proyectó su voz hacia delante de forma cónica, imprenando las ondas de sonido con su chakra y consiguiendo que éste golpease al enemigo como un martillo gigante. Pese a que no estaba malherido —no aún, al menos— el jefe de la banda fue incapaz de levantarse. «Parece profundamente aturdido... Interesante técnica.»
Por su parte, Akame trataba de poner orden en el caos. Los asaltadores se batían en retirada y muchos ya se habían perdido entre la negra espesura, mientras que los viajeros de la caravana comenzaban a buscar sus pertenencias entre los restos de la refriega. Las dos mercenarias se encontraban a la cabeza del convoy, donde habían defendido su posición con uñas y dientes. Una de ellas estaba sentada sobre la tierra empapada, todavía sujetando su espada con una mano y con la espalda apoyada en el carro en el que hasta hacía unos minutos viajaba. La otra le trataba una herida en la cara con un improvisado paño hecho a partir de jirones de su propio jubón.
Cuando el líder de los criminales trató de levantarse, se encontró con el acero de Akame apuntándole directamente a la yugular.
—Quieto ahí, gorila —ordenó el jōnin—. Como muevas un dedo, meneo yo la mano.
El tipo resopló como una bestia cansada, sin duda todavía exhibiendo síntomas de mareo. Akame, por su parte, alzó la vista —todavía teñida de rojo— hacia su inesperado compañero ninja.
—Gran trabajo —halagó con tono calmo—. Eres rápido y sabes lo que te haces. Probablemente me hubiera llevado más tiempo rechazar a estos tipejos sin tu ayuda... ¿Cómo te llamas, shinobi-san?
No era una pregunta inocente, aunque tampoco se podía intuir maldad en ella. El jōnin era consciente de que en aquellos turbulentos tiempos cualquier ninja podía querer evitar ser reconocido, sobretodo si se encontraba en un país extranjero; y ni siquiera él podía ser lo suficientemente Profesional como para ser descortés con quien había colaborado en salvar dos docenas de vidas inocentes.
La técnica dio de lleno en el líder de los bandidos; quien, ensordecido y aturdido, se vio expulsado varios metros hacia atrás y cayó a plomo sobre el suelo. A sabiendas de que, aunque no estaba malherido, no se movería durante varios segundos, Ayame se permitió el lujo de llevarse el dorso de la mano a los labios y carraspear ligeramente, afligida de la garganta por el grito que acababa de soltar.
A su alrededor, el orden comenzaba a ganarle terreno al caos.
Los viajeros de las caravanas regresaban para buscar sus pertenencias entre los carromatos, las dos mercenarias del frente se trataban las heridas después de la refriega con gasas improvisadas a partir de rasgones de tela. Y Uchiha Akame se había adelantado, con el acero de su espada apuntando al cuello del criminal, que había intentado levantarse sin éxito.
—Quieto ahí, gorila. Como muevas un dedo, meneo yo la mano.
Él resopló como única respuesta, rendido ante la evidente superioridad de los shinobi que le habían reducido. En ese momento, Akame levantó la mirada de sus ojos aún teñidos de sangre y la clavó en Ayame. Ella, en un acto reflejo, bajó la mirada hasta su barbilla y no la movió de allí.
—Gran trabajo —la halagó.
Y aunque aún le pesaba el saber que varios bandidos habían logrado escapar, ella respondió con una silenciosa inclinación de cabeza a modo de agradecimiento.
—Eres rápido y sabes lo que te haces. Probablemente me hubiera llevado más tiempo rechazar a estos tipejos sin tu ayuda... ¿Cómo te llamas, shinobi-san?
Ayame guardó silencio durante varios largos segundos, con el latido de su corazón golpeándole en las sienes. Habría sido tan fácil como inventarse un nombre rápidamente, pero si hablaba era probable que el Uchiha reconociera su voz. Por eso, simplemente se mantuvo muda y terminó por girar sobre sus propios talones con la clara intención de dirigirse hacia los civiles y comprobar su estado. Estaba completamente segura de que alguien con Akame no tendría problemas con un bandido prácticamente desvalido.
El jōnin quedó ligeramente estupefacto ante la reacción indiferente de aquel misterioso ninja; el tipo simplemente se dio la vuelta sobre sus talones, abandonando la escena para ayudar a las víctimas del asalto. Entre las sombras de su capucha Akame pudo distinguir algún tipo de prenda o máscara que cubría su rostro; «¿un ninja que no desea ser reconocido?» Mientras le veía alejarse, el Uchiha no pudo evitar sentir una extraña incomodidad. «Aquí ocurre algo raro...»
Sea como fuere, el uzujin no iba a dejar a aquel criminal allí en medio, tirado como un saco de patatas. De su portaobjetos sacó una bobina de hilo con la que ató las muñecas del forajido detrás de su espalda, apretando tanto la lazada que el filamento se clavó en su piel y le hizo sangre.
—¡Con cuidado, joder, que me vas a cortar las manos! —protestó el asaltante con gran descaro—. Putos ninjas, seguro que ni siquiera estáis dentro de vuestra jurisdicción...
Akame le propinó un empujón que casi hizo caer de boca al tipo —logró mantener el equilibrio por muy poco—, con las formas desagradables que un bandido de su calaña se merecía.
—Cierra la boca, carroña. Mi jurisdicción siempre está entre alguien que quiere rajarme las tripas y yo.
Cuando volvieron junto a los supervivientes de la caravana, el paisaje no podía ser menos alentador. Sólo uno de los carromatos se mantenía en pie e intacto, mientras que otro había volcado, y los otros dos estaban seriamente dañados. Además, las bestias de tiro habían roto sus arreos y se habían perdido en la espesura de la noche. «Por las tetas de Amaterasu, ¿qué demonios hacemos ahora? Esto va a ser problemático...» No sabía a qué altura del camino estaban, pero sin duda debían quedarles varias horas de camino hasta su destino.
Al ver al misterioso encapuchado acercarse, algunos de los supervivientes se le habían tirado encima —casi literalmente—. Su despliegue de habilidad y saber hacer en la refriega no había pasado desapercibido, de modo que ahora aquellos civiles veían en él la posibilidad de salvación. Empezaron a atosigarle con peticiones de auxilio, quejas sobre sus pertenencias robadas o exigencias de que atrapase al resto de los bandidos. Akame, por su parte, se acercó a la multitud sujetando al jefe de los forajidos por uno de sus musculosos brazos.
—¡A ver, a ver, calma todo el mundo! —vociferó—. ¡Soy Uchiha Akame, jōnin de Uzushiogakure no Sato! Vamos a tranquilizarnos todos.
La multitud, al reconocer el nombre y estatus del ninja, empezó a ponerse incluso más nerviosa. Que si había que encontrar a la hija de no sé quién, que si había que atrapar a los dos bandidos que se habían llevado el dinero de la herencia de tal... El jōnin terminó por agachar la cabeza con aire resignado, masajeándose las sienes.
—Esto es un maldito lío... Eh, shinobi-san —llamó la atención del encapuchado—. ¿Qué tal se te da rastrear? ¿Podrías encontrar a los pasajeros que han huído por el bosque antes de que algún forajido rezagado lo haga?
Ayame no tardó en darse cuenta de la gravedad del asunto: dos de los carromatos estaban seriamente dañados, el otro había volcado y sólo quedaba uno en condiciones para seguir el viaje. De no ser porque los caballos que tiraban de ellos habían escapado en pánico y se habían perdido en el bosque. No tuvo mucho tiempo para pensar en el problema que tenía encima, pues el caos volvió a desatarse en cuanto llegó a la posición de los civiles. Ayame se vio obligada a retroceder un paso, mostrando las palmas de las manos en una petición de calma. Pero la multitud se le había echado prácticamente encima, entre balbuceos, gritos y exigencias que se entremezclaban entre sí creando un torbellino prácticamente indescifrable.
—E... —comenzó a hablar Ayame, pero volvió a enmudecer cuando escuchó la voz del Uchiha tras su espalda.
—¡A ver, a ver, calma todo el mundo! —vociferaba, mientras se acercaba con el jefe de los forajidos sujeto firmemente por uno de sus musculosos brazos—. ¡Soy Uchiha Akame, jōnin de Uzushiogakure no Sato! Vamos a tranquilizarnos todos.
Pero, lejos de tranquilizarse, el gentío se agitó aún más. Como un enjambre de abejas enardecidas, sus zumbidos inundaron los oídos de los dos shinobi con exigencias de todo tipo: auxilio, búsqueda y devolución de pertenencias robadas, captura del resto de maleantes escapados, rescate de una hija, recuperación de una herencia... La situación se estaba descontrolando, y las abejas cada vez zumbaban más enardecidas.
«Irónicamente, esto va a ser más difícil que enfrentarse a los bandidos.» Suspiró Ayame.
—Esto es un maldito lío... Eh, shinobi-san —Akame llamó la atención de Ayame, que giró la cabeza hacia él lo justo y necesario para poder mirarle desde debajo de la capucha—. ¿Qué tal se te da rastrear? ¿Podrías encontrar a los pasajeros que han huído por el bosque antes de que algún forajido rezagado lo haga?
Ella titubeó durante unos instantes. Inconscientemente, dirigió la mirada hacia el cielo. Allí, en un camino abierto la luz de la luna llena lo bañaba todo, ahuyentando a las sombras y a las tinieblas. Pero en mitad del bosque, las ramas y la vegetación eran aliadas de la noche... Se mordió el labio inferior, aterrorizada ante la sola idea de quedarse atrapada en la oscuridad de la noche en mitad de un bosque, pero al cabo de varios segundos terminó por asentir. Se sentía demasiado responsable por los civiles, no podía simplemente abandonarlos.
Volvió a girar sobre su propio eje y se encaramó al árbol más cercano que vio con un ágil salto. Subió hasta una de las ramas medias, asegurándose de que soportara su peso, y después comenzó a avanzar hacia el interior del bosque. A mitad de camino entrelazó las manos en el sello del pájaro y comenzó a chasquear la lengua de forma continua y repetida. El sonido se combinó con su propio chakra y se proyectó a su alrededor, rebotando contra los diferentes obstáculos encontrados en su trayecto y devolviendo el eco con la información hacia la kunoichi. Por desgracia, con aquella técnica sólo llegaba a abarcar siete metros a la redonda, por lo que tendría que ir moviéndose para tener un mayor rango...
E intentar ir por las zonas más luminosas siempre.
¤ Seidō: Hankyōteī ¤ Camino de la Voz: Ecolocalización - Tipo: Apoyo - Rango: B - Requisitos: Ninjutsu 40 - Gastos:
12 CK
(Ninjutsu 60) 18 CK (divide regeneración de chakra)
- Daños: - - Efectos adicionales:
Permite percibir la presencia y ubicación de cualquier objeto sólido en el momento actual
(Ninjutsu 60) Permite mantener la técnica en el tiempo
- Sellos: Pájaro (activar) - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: 1 metro a la redonda por cada 10 puntos en Percepción
La tercera de las técnicas de voz de Ayame.
Como si de un sónar se tratara, la ecolocalización consiste en la interpretación del eco recibido a partir del rebote del sonido emitido contra cualquier objeto sólido. Conociendo este fundamento, Ayame ha sido capaz de desarrollar una técnica que le permite emular este fenómeno. Mediante la emisión de chasquidos o sonidos vocales de diferente frecuencia, aplica su propio chakra a las ondas sonoras que se extienden a su alrededor y es capaz de interpretar el eco recibido e identificar cualquier objeto sólido que se encuentre en el radio de acción de la técnica y su ubicación.
En el nivel más básico de la técnica sólo es capaz de tomar una instantánea del momento en el que la realiza, de modo que los movimientos podrían pasar desapercibidos si no es capaz de interpretarlos. Sin embargo, con algo más de maestría, Ayame puede mantener la técnica en el tiempo y utilizar la ecolocalización como si de sus propios ojos se tratara durante el tiempo que se mantiene activa.
«Cuando me fallan mis ojos, confío en mi oído.» — Aotsuki Ayame.
Ayame se alejó del sendero y de la comitiva, donde había visto mientras se marchaba a Akame hablando con las dos mercenarias, probablemente para pedirles asistencia a la hora de volver a imponer el imperio del orden y la razón tras la refriega nocturna. El Uchiha planeaba también sacarle algo de información jugosa al jefe de los asaltadores utilizando sus singulares talentos para la interrogación, aunque nada de eso lo presenciaría la kunoichi de Ame de incógnito.
Tras varios minutos de búsqueda, el sónar de chakra de Ayame detectaría una anomalía en el boscoso terreno. Una figura alta, alargada y que se movía frenéticamente de un lado para otro. Junto a ella, un bulto a ras de suelo mucho más pequeño e informe. Al acercarse, la kunoichi de la Lluvia podría observar la escena que se estaba desarrollando entre los árboles.
Una mujer andaba en círculos con aspecto nervioso, de un lado para otro, mientras balbuceaba maldiciones y pensamientos en voz alta con muy poco orden o concierto. Frente a ella, sentada en el suelo y con la espalda apoyada contra el tronco de un árbol, un niño que no pasaría de los cinco o seis años. Temblaba de forma incontrolada y parecía aterrorizado.
—Sí, sí, eso será lo mejor... No cabe duda de que tus padres pagarán, ¿eh? Pagarán si quieren volver a verte sano y salvo. Sí, sí, eso es lo que vamos a hacer... Eso es... Pagarán...
La tipa vestía con ropas sucias, jubón de cuero, pantalones rasgados y botas muy usadas. Al cinto llevaba una wakizashi. Era, sin duda, parte de la banda de asaltadores de caminos que había atacado la caravana; y presumiblemente aquel chico era una de sus víctimas.
De rama en rama, y utilizando su ecolocalización como ayuda, Ayame avanzó durante varios largos minutos. Atenta a todo lo que le rodeaba. Pronto, algo que no eran ni ramas ni vegetación entró en el rango de su sónar: una figura alta y alargada que se movía nerviosamente de un lado a otro (una persona adulta, presumiblemente) y un pequeño bulto en el suelo, mucho más pequeño que se encontraba junto a la primera. Desde las alturas, la kunoichi se acercó de la forma más sigilosa que fue capaz, con cuidado de poner los pies siempre en el sitio correcto y no pisar alguna malavenida ramita. Por suerte, y dado el escaso rango de su técnica, no tuvo que moverse demasiado para que la escena quedara ante sus ojos.
La figura que se movía era una mujer que andaba en círculos. A juzgar por los balbuceos y las maldiciones que chapurreaba para sí, parecía terriblemente nerviosa. Sin embargo, lo que le llamó la atención a Ayame fue el pequeño bulto que se encontraba frente a ella: un niño pequeño que, sentado contra el tronco de un árbol, temblaba sin control. Durante un instante a Ayame se le pasó por la cabeza la feliz idea de que aquella mujer podía ser su madre, y que ambos estaban aterrorizados ante lo que acababan de presenciar. Sin embargo, esa hipótesis fue apartada de su mente de un manotazo en cuanto ella habló:
—Sí, sí, eso será lo mejor... No cabe duda de que tus padres pagarán, ¿eh? Pagarán si quieren volver a verte sano y salvo. Sí, sí, eso es lo que vamos a hacer... Eso es... Pagarán...
«Secuestrar a un niño y usarlo de rehén... ¡Hay que ser rastrero!» Ayame apretó las mandíbulas, temblando de rabia.
Sin embargo, no podía permitirse el lujo de actuar de forma inconsciente. Aquella mujer iba armada con una wakizashi. Cualquier movimiento en falso y podría utilizar al crío de rehén... o acabar aún peor. Tenía que actuar con cuidado.
Agachada para evitar ser descubierta, se movió de forma lenta y premeditada. Sus ojos estaban fijos en los movimientos de la bandida, pendiente de cualquier gesto sospechoso, mientras se deslizaba hacia el mismo árbol en el que el pequeño estaba apoyado. Sólo entonces se parapetó sobre una rama que quedara lo más vertical posible sobre ambos... Y saltó.
Los pliegues de su túnica ondearon con su movimiento como las alas de un búho en mitad de la noche. Y, como tal rapaz, aterrizó de golpe entre el chiquillo y su captora. Con un rápido movimiento de sus manos, exhaló una bola de agua desde sus labios, directa a golpear a la asaltante.
—¡Chico! ¿Puedes moverte? ¡Corre hacia los carros, allí estarás a salvo! —exclamó, señalando hacia el lugar de donde había venido sin volverse para mirarle. Estaba demasiado ocupada, pendiente de los movimientos de la mujer.
¤ Suiton: Teppōdama ¤ Elemento Agua: Esfera Bala - Tipo: Ofensivo - Rango: C - Requisitos: Suiton 30 - Gastos: 36 CK - Daños: 60 PV - Efectos adicionales:(Suiton 80) El usuario puede reducir un nivel la velocidad de la bala para lanzarla en una parábola - Sellos: Tigre - Velocidad: Muy rápida - Alcance y dimensiones: La bola de agua mide 1 metro de diámetro, y alcanza los 15 metros antes de estallar si no impacta contra algo
El usuario acumula chakra y lo convierte en agua, escupiéndolo en forma de bolas de agua muy condensada. Se dice que la velocidad de esta técnica hace que el impacto de la esfera acuática sea similar al de una bala de cañón. Es posible disparar varias seguidas, si el usuario decide gastar más chakra, aunque tiene que esperar unos segundos entre un lanzamiento y otro.
La táctica de Ayame salió a la perfección; aquella forajida tenía cierta experiencia en asaltos, refriegas y lucha deshonrosa, pero nunca se las había visto contra una kunoichi. El sigilo y los jutsus de la chica de Ame suponían una ventaja demasiado grande como para que la otra tuviese algún tipo de oportunidad. De modo que, cuando Ayame se dejó caer formulando su técnica, la asaltante recibió el impacto de aquel bolazo a bocajarro en todo el pecho. La fuerza de aquel Suiton a corta distancia fue tal que derribó a la mujer, haciéndola caer de espaldas contra la tierra húmeda.
El niño, por su parte, observó a Ayame con los ojos como platos. La capa y su capucha no le dejaban intuir nada bajo las sombras, y lo que era más, le otorgaban a la ninja una apariencia casi fantasmagórica bajo la luz de la Luna. Aterrorizado, el chico se puso en pie y echó un vistazo nervioso a su alrededor; era evidente que no tenía ni pajolera idea de por dónde debía ir para llegar hasta los supervivientes de la emboscada.
A poca distancia de ellos, el cuerpo —inerte durante unos segundos— de aquella bandida se movió con la dificultad de quien tiene varios huesos rotos. Un gorjeo asqueroso, de sangre en la garganta, salió de los labios de aquella mujer, que balbuceó palabras ininteligibles. Estaba consciente, pero a juzgar por sus ahogados lamentos no iba a durar mucho más entre los vivos.