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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Augurio, Otoño del año 218.


El Sol ya se iba poniendo tras el horizonte del mar que se extendía, inifito en apariencia, más allá de la costa de Uzushiogakure, hacia las Islas del Té. En el embarcadero de la Villa había poca actividad, en parte por las horas y en parte porque se encontraban ya al final de la semana. A los uzujin, bien acostumbrados al clima cálido de su tierra, tampoco solían gustarles los días fríos de Otoño como aquel; pero a saber si eso se convertía en una excusa para los marineros, con la pretensión de acabar antes la jornada.

Sea como fuere, cuando Hōzuki Chokichi pusiera el primer pie en la larguísima estructura de tablas de madera que constituía el embarcadero del Remolino, apenas vería por allí a algunos trabajadores que terminaban de cargar cajas, o fondear algún pequeño navío que recién llegaba. Al final de la pasarela, sin embargo, distinguiría una figura larguilucha y escuálida que contrastaba con el bello horizonte, teñido de colores naranjas, rosáceos y amarillentos.

Uchiha Akame fumaba tranquilas pitadas de su cigarrillo, con la vista perdida en el mar. De tanto en tanto se volteaba para comprobar si el chuunin al que había citado allí cumplía con la hora. Cuando distinguió su silueta regordeta y mundana, una sonrisa torcida se dibujó en sus labios. Había mandado a un joven genin a entregarle un mensaje a Chokichi, citándole allí y a esa misma hora; "en el embarcadero a las ocho de la tarde", había escrito.

En sus manos, una revista enrollada cuyo título se podía ver en la portada.

«La Villa»
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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#2
Hozuki Chokichi avanzaba por el muelle abriendo y cerrando las manos, nervioso, con la gruesa papada tambaleándole de un lado a otro con cada paso que daba. Su corazón, agitado, se encabritó como un potrillo en celo al ver a Uchiha Akame al final del muelle…

… y a la revista que portaba en sus manos.

«Tranquilo, Chokichi. No tiene pruebas de que has sido tú… Mantente firme. Mantente firme».

Pero, ¿y si las tenía? Hacía tres meses, alguien había entrado a robarle a casa. Todas sus fotografías, comprometedoras o no, desaparecidas por completo. Sospechaba de Uchiha Akame, claro. El jounin se había comportado de manera extraña, pidiéndole que le acompañase para cumplir con un deber. Un deber que nunca se dignó a revelarle, como si, lo que realmente quisiese, era simplemente entretenerle.

Sí, estaba más que claro que había sido él. No obstante, ¿cómo podía denunciarle? En el momento en que lo hiciese, y si alguien recuperaba dichas fotografías, supondría su ruina. Su caída en desgracia más absoluta. Perdería el chaleco, la placa, y quién sabía si incluso algo más…

¿Me citaste, Akame-dono? —preguntó con voz temblorosa al llegar junto a él, tratando de evitar fijar los ojos en la revista. En su venganza particular.
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#3
El jōnin dio una larga calada al cigarro mientras veía a su subordinado acercarse, temblando como un flan. Tan nervioso estaba Chokichi que ni recordó hacer una leve inclinación de cabeza como saludo; mientras que Akame sí que le dedicó una, muy breve. Luego clavó sus ojos, que habían adoptado la forma del Sharingan, en los del chuunin... Y le introdujo en su Saimingan.

No habría modificaciones en el entorno, sin embargo, pues la única intención de Akame con ello era que la conversación que iban a tener quedara entre ambos.

Buenas tardes, Chokichi-san —en su voz se podían notar también los sombríos pensamientos que le cruzaban la mente en ese momento, y pese a que seguía sonando tan calma como siempre, había algo distinto en ella. Algo pesado, más denso, más frío, como los barrotes de hierro de una celda—. Una buena lectura, sin duda —añadió, alzando la revista, enrollada, con su mano derecha—. Supongo que disfrutaste escribiéndola.

Los ojos del Uchiha, rojos como la sangre, se fijaron en los de su compañero. Lucían serenos, pero desprendían una tranquilidad amenazadora. No pensaba dejar que se escapara otra vez, o que hiciera cualquier jugarreta de las suyas. Esta vez, estaban solos. Y tenían todo el tiempo del mundo.

Muy buena redacción, he de admitirlo. Se nota que tu verdadera pasión es el periodismo, aunque sea el de las revistas del corazón. No entiendo por qué no te dedicaste a escribir en cualquier editorial de prensa amarilla en lugar de manchar la bandana que llevas con tus pamplinas —añadió, serio.

Luego fumó otra calada, y expulsó el humo rápidamente. Su chakra empezó a emanar de su propio cuerpo como un aura sobrenatural, invisible a los ojos, pero que ocasionaría en el joven chuunin una leve molestia; una inquietud poco notable, pero que aun así estaba ahí y se notaba.

No te molestes en negarlo, lo sé todo. Todo, Chokichi-san.
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#4
El Hozuki se sobresaltó al ver aquellos ojos del demonio reflejados en Akame. En Datsue, que los sacaba a pasear cada vez que quería ligar con alguien, eran poco más que fuegos de artificio barato. En Akame, reconocido profesional, eran una herramienta. Un arma. Y, por las historias que había oído, un arma peligrosa.

Chokichi miró la revista que señalaba Akame con cara inocente, como si no supiese a qué se estaba refiriendo. Había ensayado aquella mueca y aquella pose al menos un centenar de veces, intuyendo, casi sabiéndolo con certeza, que Akame o Datsue terminarían pidiéndole explicaciones.

A medida que Akame hablaba, más era la sorpresa y la confusión que reflejaba su rostro. Le temblaban los labios, y sentía algo extraño, difícil de describir, que le hizo retroceder un paso.

No sé de que…

No te molestes en negarlo, lo sé todo. Todo, Chokichi-san.

Se humedeció los labios. «Mantén la calma, mantén la calma, mantén la calma…»

¿Q-qué sabes exactamente, Akame-dono? No sé… No sé a lo que te estás refiriendo.
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#5
«Como era de esperar... Chokichi-san, deberías intuir que a estas alturas fingir es inútil. Lo tengo todo sobre ti. Te tengo cogido por los putos huevos, compañero.»

El Uchiha se sentó en uno de los pilotes de hierro que servían como punto de anclaje para amarrar las embarcaciones fondeadas en el puerto. No respondió inmediatamente, sino que fumó un par de caladas primero, saboreando el tabaco. Claro, que no era tabaco; seguían dentro de su Saimingan, y en la realidad su cigarrillo ya estaría consumiéndose hasta el filtro.

Te pudo el orgullo. Querías reconocimiento, lo sé, es normal, es algo que se esperaría de un civil... Pero tú no eres un civil, Chokichi-san. Tú eres un ninja. Uno bastante penoso, debo decir —Akame propinó aquel latigazo verbal sin ningún tipo de piedad—. Supongo que esa placa de la que tanto presumes, pero que no te importa manchar con tus putas revistitas, no era suficiente recompensa para ti... ¿Me equivoco? Claro que no. Querías más... Más. El héroe de Uzushiogakure, Hōzuki Chokichi.

Akame escupió un gargajo amarronado por el tabaco y soltó una carcajada, seca, perruna.

No podrías ser un héroe ni por un minuto de tu vida, Chokichi-san. No tienes lo que hace falta para soportar esa carga. No, ni por asomo...

Sólo de imaginarse a aquel gualtrapas aguantando una sóla noche la tortura psicológica del Shukaku le daban ganas de echarse a reír, y de escupirle a la cara.

Porque se trataba de eso, ¿no? De conseguir lo que mereces.
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#6
Tú eres un ninja. Uno bastante penoso, debo decir.

Chokichi apretó los puños. Maldito abusador de rango. Claro, como era un superior, se permitía el lujo de lanzarle aquellas pullas, y él no podía hacer ni decir nada para rebatirle. Pero empezaba a cansarse. Empezaba a cansarse de esa mirada tan de los Hermanos del Desierto, como si le estuviesen perdonando la vida. ¿Qué sabía él de lo que era penoso o no? ¿Qué sabía él lo que era manchar placas? ¿Acaso él se creía un héroe? «Por favor, ¡no me hagas reír!»

Y siguió atacándole, y atacándole, y atacándole. Y Chokichi no hacía más que recibir como un saco de boxeo. Una tras otra. Indefenso.

No… De verdad no sé de qué me está hablando, Akame-dono —masculló con dificultad—. Y no entiendo este bullying continuo hacia mi persona. —Una nota de crispación se reflejó en su voz—. Puedo… ¿Puedo hablarle con franqueza?
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#7
«¿Estás enfadado, verdad? Bien, bien. Deja que la ira fluya...»

Akame se mostraba impasible. Era una estatua de acero frente al Hōzuki, una con brazos animados que descargaban brutales puñetazos dialécticos contra aquel muchacho que aparentaba ser inofensivo, sin malicia ninguna. Esa era la ventaja de Chokichi, la que le había valido pasar desapercibido siempre entre el resto de los ninjas y poder llevar a cabo sus actividades con total impunidad. «Pero yo sé, Chokichi-san. Mi Sharingan a visto a través de ti.»

Que dejes de mentir, coño —exigió el jōnin, y por unos momentos su figura pareció hacerse más grande, más aterradora, como si estuviera a punto de cernirse sobre su presa envuelta en un mar de sombras—. Venga, no te cortes.

Se llevó el cigarrillo a los labios y fumó otra pitada. Mientras el humo salía de sus orificios nasales, Akame esperaba la respuesta del muchacho.

«Hablar con franqueza, hmpf, dudo que tengas esa cualidad.»
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#8
Chokichi se relamió los labios. La naturaleza rebelde nunca había sido la suya. Él era más bien sumiso, trataba de no destacar y pasar inadvertido. Así le había ido muy bien durante los últimos años. Pero en algún momento un hombre tenía que decir: basta. Y había llegado dicho momento.

Alguien tenía que pararle los pies, de una buena vez, a los Hermanos del Desierto. A sus mentiras. A sus aires de grandeza. A su ego exacerbado. ¿Y quién mejor que él, Hozuki Chokichi, salvador de Uzu y héroe en la sombra?

Me habla usted de ser un ninja penoso, y de manchar la placa que llevo con orgullo en mi hombro. Y yo le pregunto: ¿no la manchó usted? ¿No manchó el legado que Shiona nos dejó? ¿No deshonró su último gran deseo?

»Si el Tratado de Paz que tanto le costó en forjar y mantener está roto, es por culpa de los Hermanos del Desierto —le espetó. Hablaba con nerviosismo, con labios temblorosos, como si en cualquier momento se fuese a ponerse a llorar. A llorar de rabia—. Datsue provocó a la jinchuuriki de Ame hasta liberar a su bijuu, ¡poniéndonos a todos en riesgo! Y usted… —se contuvo de levantar la mano y señalarle con el dedo—. Usted se llevó a la jinchuuriki, cuando claramente lo mejor hubiese sido que el resto de ninjas de alto rango se hubiesen ocupado de ella para sellarla. Se la llevó, haciendo que el resto pensase que la habíamos secuestrado. Kusa, Ame… Y lo peor de todo, ¡se trajo de vuelta a un amejin esposado! ¡Confirmando sus sospechas! ¡Usted, usted provocó que los kusajines y amejines piensen que queríamos hacernos con el bijuu! ¡Usted provocó la caída del Tratado de Paz! ¡Echó por la borda todo por lo que había luchado Shiona durante décadas!

»Y yo le pregunto ahora: ¿a qué viene esa superioridad moral con la que me habla? ¿A qué vienen esas continuas lecciones de heroicidad?«¿Lecciones de heroicidad, tú a mí? ¡Anda y cómeme la polla, que la tengo bien gorda!»
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#9
La perorata que soltó a continuación el siempre despreciado ninja de Uzu sorprendió verdaderamente a Akame; pese a que su rostro seguía siendo una losa de piedra, calma como las aguas de un lago desierto, el Uchiha se encontraba realmente perplejo. Él nunca habría imaginado que Chokichi tuviera las agallas para decirle todas esas cosas a la cara, ni aunque las pensara. Siempre le había visto como una desgracia, un ninja sin seso, respeto ni coraje.

Por eso mismo, le dejó hablar. Mientras el Hōzuki se iba encendiendo, Akame no apartaba la mirada de sus ojos ni un momento. Cuando terminó, se hizo el silencio, un silencio tan profundo como una simba abisal...

Y entonces Akame se echó a reír. No era una risa divertida, pero tampoco burlona. Era casi un carraspeo gutural y de frenesí.

¡Sí! ¡Sí, joder! ¡Ahora estamos hablando! —vociferó, acercándose a grandes zancadas al muchacho—. ¡Eso es, ostia, me cago en mi puta vida! ¡Suéltalo! ¡Suelta esa puta ira que te come por dentro!

Se encontraba a apenas un palmo del chuunin pelirrojo, y sería entonces cuando Chokichi notaría un súbito pero notable peso en sus manos. Si bajaba la vista un momento, comprobaría que tenía en su poder una buena barra de acero gris, de aspecto macizo pero lo suficientemente ligera como para que pudiera blandirla sin problemas. Lucía atractiva, poderosa, con una superficie perfectamente lisa y tan dura que podría partirle el cráneo a un hombre adulto.

¿Ocurre algo, Chokichi-san? ¿¡Ocurre algo!? ¿¡Estás enfadado!? ¡Estás enfadado! ¡Estás furioso, ¿verdad?!

Akame seguía gritándole, esta vez muy cerca del oído. Con apenas un movimiento, Chokichi podría estamparle aquella barra de acero en toda la cabeza.

¡Venga, ostia! ¡Hazlo! ¡Échale un par de huevos!
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#10
Hozuki Chokichi, a su vez, observó a Uchiha Akame también como verdaderamente era. Con esa risa suya de demente. De loco. Akame le gritó, ni enfadado ni molesto, sino satisfecho con la respuesta que le había dado. Se acercó a él, y Hozuki retrocedió un paso, notando las manos pesadas. No, pesadas no, era algo más que eso. Era…

«Pero, ¿qué…?» Una barra de acero en sus manos. Conveniente puesta allí, como si de una señal de los Dioses se tratara, para poner fin a aquella barbarie llamada Uchiha Akame. A aquel cabrón hijo de puta que no hacía más que burlarse de él. Una y otra vez, con aires de superioridad moral, ética y ninja.

¡Le repateaba! ¡Y claro que estaba enfadado! ¡Furioso! Y él, él podía poner fin a todo aquello. A la farsa que eran los Uchiha. Al daño continuo que hacían a la Villa. A su irritante existencia. Le temblaban los mofletes y estaba rojo de ira. Solo tenía que levantar la mano, y…



… un sonido metálico se produjo contra el suelo. Hozuki Chokichi cayó de rodillas, con las manos en el rostro para esconder sus lágrimas. Quiso decirse a sí mismo que no lo había hecho porque Akame era el jinchuuriki. Porque era el guardián del bijuu. Por camaradería. Pero sería engañarse a sí mismo.

Simplemente, no lo tenía en el interior. No era un hombre de acción, y aunque alguna vez se atreviese a ir en contra de su naturaleza, jamás dejaría de ser quién era. Sollozó, como un niño pequeño, rabioso e impotente al mismo tiempo. Era tan débil… tan débil, que se odiaba a sí mismo por ello. Se detestaba por lo que no era capaz de hacer.

Por lo que debía hacer.
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#11
Clonk.

Akame bajó la mirada lentamente, como si no pudiera creer lo que acababa de suceder. La barra de acero que Chokichi acababa de soltar rebotó un par de veces a sus pies antes de reposar finalmente sobre las tablas de madera del embarcadero. El Hōzuki cayó de rodillas, rompiendo a llorar desconsoladamente, se cubrió el rostro con ambas manos.

La mirada insondable del jōnin recorrió la lastimera figura del muchacho como si estuviera buscando algo realmente importante que pudiera hallar en algún pliegue de su ropa, o entre su pelo, o bajo su bandana. Pero no era nada de eso. De repente, el cielo se tiñó de rojo sangre y una luna color carmesí apareció en el firmamento, inusualmente cerca. Si Chokichi alzaba la mirada, podría comprobar que en la superficie del cuerpo celeste se reflejaban los tres tomoe del Sharingan de Akame, como si la Luna se hubiese convertido en un ojo más que le observaba con fijeza.

Presa de la hipnosis, Chokichi rememoraría el recuerdo más feliz que atesorara en su memoria, y evocaría a las personas que lo integraban. Akame no estaba buscando una sesión de masturbación con fotografías tomadas a muchachas que nunca habían dado su permiso para ello, sino algo más profundo. Algo puramente feliz. Lo más feliz que aquel pervertido disfrazado de chuunin pudiera recordar.

Porque estaba a punto de mostrarle a Chokichi lo que significaba vivir en la Frontera de la Pesadilla...
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#12
Lloraba desconsolado, pero, por alguna razón, aquella vez no se desahogaba por ello. No se sentía mejor. Sus lágrimas no vaciaban el gran tormento que sufría en su interior. No limpiaban su alma. Nada. Cero.

Se restregó los ojos, reprimiendo las últimas sacudidas de su cuerpo, y levantó la mirada. Abrió la boca y ahogó un grito, aterrorizado, al ver la luna, roja y tan cercana que parecía que iba caer sobre ellos. Con tres aspas dibujadas en ella. Como si estuviese observándole. Vigilándole. Su mente tardó más de la cuenta en llegar a la única conclusión posible: «¿Un Genjutsu?»

Sus manos formaron el Kai, la técnica capaz de romper cualquier ilusión. Mas no aquella. No aquella…

Aquella continuó hurgando en su mente. Jugando con sus recuerdos. Le transportó a otro lugar, a otro tiempo. Uno en el que compartía clase con Akame, Haskoz, Noemi, Furukawa Eri y Senju Nabi. Eran todos muy niños —era increíble el cambio que un chaval pegaba en solo tres años—, y estaban en una clase práctica. Muchos no lo pensarían al verlos, pues simplemente estaban jugando a Capturar la bandera. Un juego de niños que, en realidad, fortalecía y potenciaba muchas más aptitudes ninjas de lo que uno pudiese pensar. Más que, Chokichi pensaba, una simple clase teórica.

Porque para ganar, no bastaba con individualismos. Se necesitaba trabajar en equipo. Confiar el uno en el otro. Tener una estrategia clara, y saber adaptarse a la del contrario, así como a posibles eventualidades.

Chokichi había sido enviado junto a Noemi a una expedición por el flanco derecho. Un rodeo de manual, con tan solo un pequeño e intranscendente inconveniente: el riachuelo que tenían que cruzar. Intrascendente para todos, salvo para Noemi. Envalentonada, la joven había tratado de cruzarlo a pesar de no saber nadar. Un craso error. Un craso error que podía haberle costado muy caro de no haber estado allí Chokichi.

La salvó. Dejó que se abrazase a él mientras nadaba hasta la otra orilla. Los ojos de ella, por primera vez, reflejados en los suyos propios. Le miraba. Le miraba no con ese aire de superioridad que siempre la envolvía, sino de tú a tú, con agradecimiento. Le dedicó una sonrisa nerviosa. Le besó en la mejilla. Le dio las gracias.

Y el calor que le envolvió en ese momento, la pura emoción, el júbilo… y el fantasma del beso que le acariciaría la mejilla todavía por unos minutos, lo convertía, sin duda, en el momento más feliz de su vida. Con aplastante diferencia.

Algunos dirían que era patético que aquel simple beso fuese el más dichoso de su existencia. Para él, sin embargo, era un tesoro tan radiante que le hacía daño a la propia vista. Era puro, genuino, y simplemente… feliz.
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#13
«Y ahí estás, Chokichi-san.»

Chokichi se pasó una mano por la frente para limpiarse el sudor, parpadeando. Una, dos veces.

Tres...

Y todo se había esfumado.

A su alrededor, el paisaje era triste y gris. Un basto yermo en el que no se distinguía señal alguna de vida salvo algún arbusto seco aquí y allá. Incluso el cielo parecía haber perdido sus alegres colores y ahora exhibía un antinatural tapiz oscuro, a medio camino entre el crepúsculo y la noche cerrada. Sin embargo, no había estrellas, ni Sol, ni Luna. Nada se intuía allí arriba, más que lo que parecía una simple tela cubriendo el mundo.

Chokichi-san.

La voz de Akame asaltaría al chuunin por la espalda. Si se giraba, vería al jōnin de pie junto a una enorme grieta en el suelo de la que emanaba un icor oscuro y espeso, como si la Tierra misma se estuviera desgarrando mediante una fea herida. La abertura parecía conducir a una oscura sima, tan profunda que ni siquiera podía intuírse el fondo.

¿Quieres echar un vistazo a mi abismo?

Akame lo observó con una expresión incluso más impersonal de lo que era habitual en él, con ojos profundos que parecían estar mirando en lo más hondo de Chokichi. Su voz, gris, volvió a retumbar por todas partes.

Abajo te espera el camino que tanto ansías... El camino del héroe.
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#14
Chokichi parpadeó varias veces, asimilando el nuevo mundo que se abría ante él. Su mente, todavía negándose a abandonar el bonito recuerdo que estaba rememorando. Pero alguien tiró de él y le empujó hasta allí sin delicadeza. Le tiró al fin del mundo —o a una aproximación de lo que él se imaginaba de un apocalipsis—, sin sol, sin luna, sin naturaleza. Ni una sola brisa que revolviese su pelo y refrescase su piel.

Nada.

La voz de Akame le sobresaltó. Se encontraba a su espalda, al lado de una enorme grieta en el suelo. Recordó, entonces, que aquello se trataba de un Genjutsu. Que nada era real. Que todo pasaba en su mente. Pero eso no impidió que el vértigo le atenazase el estómago cuando contempló las profundidades del abismo.

Retrocedió un paso.

No… —se negó—. Akame-dono, por favor… Detenga esto —le imploró.
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#15
Pero cuando el Hōzuki retrocedió un paso, chocó contra algo. Algo que estaba a su espalda; o mejor dicho, alguien. Porque si se giraba, vería que Akame estaba ahora justo detrás de él, con su mano derecha apoyada suavemente en la espalda del chuunin. Y el abismo del que tanto quería alejarse se encontraba apenas a un paso de sus pies.

No.

Y con un severo empujón, Akame lanzó a su subordinado a aquella sima profunda y oscura.


«JIAAAAAAAAAJIAJIAJIAJIA...»


Cuando Chokichi abrió los ojos, se encontró a sí mismo de pie, en el centro de una de las bellas plazas de Uzushiogakure. El aire fresco del mar le revolvió los cabellos pelirrojos, el olor a comida recién hecha invadió su nariz y varios pétalos rosados cayeron sobre sus hombros. Estaba de vuelta en casa, y todo parecía incluso más bello de lo que lo recordaba.

¡Chokichi-kuuuuun!

Aquella voz angelical e inconfundible sonaría como la bendición de las Siete Fortunas para los oídos del joven chuunin. Si se volteaba, vería la espléndida y bellísima figura de Sakamoto Noemi acercándose a él a la carrera. Vestía como solía, y su melena rubia ondeaba al sol matinal como una cascada de miel y ambrosía.

Chokichi-kun, te he echado tanto de menos... ¿Dónde te habías metido? —preguntó la muchacha, para luego lanzarse directamente hacia sus brazos y plantarle un beso en la mejilla—. Pensaba que te habías perdido. Estaba muy preocupada...

»Todos estábamos muy preocupados por ti.

Y es que, si se fijaba a su alrededor, Chokichi vería que en aquella plaza se había congregado, en torno a él, una gran multitud. No le costaría reconocer los rostros familiares, además del de Noemi; Furukawa Eri, Senju Nabi, Senju Riko, algunos profesores de la Academia, la Uzukage Shiona, Yakisoba —siempre tan bonachón— e incluso Sarutobi Hanabi. Todos le hablaban con gran dulzura, le alababan y se congratulaban por verle de vuelta, como si se tratase de un hijo que acababa de regresar de un interminable viaje.

En un momento dado, alguien destapó un barril de cerveza y todos empezaron a rellenar jarras. Noemi, amablemente, cogió una para ella y otra para Chokichi, y se la ofreció al Hōzuki. Luego, Shiona les ofreció una bandeja repleta de delicias de pastelería. Alguien entre la multitud empezó a cantar una alegre cancioncilla, y otros tantos le siguieron.

¿Sabes lo que me encantaría hacer ahora, Chokichi-san? —le susurró Noemi al oído, con una risilla pícara.

De repente, todo se detuvo. La música, el baile, la multitud. Todo. Hasta las bebidas parecían estar congeladas dentro de las jarras, y la comida parecía haber perdido todo sabor.

DespedazarRTE MuY LenTAMenTE.

Entonces lo escuchó otra vez. En todas partes y en ninguna. En su propia cabeza.

«¡JIAAAAAAAAAAAAAAAAAJIAJIAJIAJIA!»

Empezó a notar calor. Mucho calor. Cuando quiso darse cuenta, Noemi estaba en llamas, todavía abrazada a él y con aquella mueca retorcida en el rostro. Como una antorcha humana, la chica emitió un chillido de pura agonía mientras Chokichi veía cómo la piel se le caía a tiras del rostro, dejando ver músculo y hueso debajo.

«¡OTRO CORDERITO PARA EL MATADERO! ¡JIAAJIAJIAJIAJIA!»

De repente, notó que algo le golpeaba en la espalda. Fue un impacto seco, brutal, que le tiró de boca contra el suelo. Mientras el mundo daba vueltas a su alrededor, la plaza había comenzado a arder. No quedaba rastro de la música ni las alegres canciones, ni de la bebida ni la comida. A su alrededor, todas aquellas personas a las que alguna vez él había querido o respetado cerraban un círculo fatídico. Decenas de gargantas coreando una sola frase.

«Cobarde, cobarde, cobarde, cobarde, cobarde, cobarde, cobarde, cobarde...»

Sintió otro impacto en las costillas. Alguien acababa de darle una tremenda patada. Antes de que pudiera levantarse, notó el inconfundible crujido de su espalda al romperse bajo la presión de una horca de campesino que otra persona le había clavado sin piedad. Pronto todas aquellas figuras oscuras pero familiares se abalanzaron sobre él, propinándole una auténtica marea de golpes, cuchilladas, desgarrones, patadas, palazos...

Un linchamiento inhumano, y aquella risa tan estridente, imponiéndose sobre el caos de gritos, lamentos de pura agonía y rugidos de ira que le atenazaba los oídos.

«JIAAAAAAAAAAAAAAAJIAJIAJIAJIA»
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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