Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Daruu suspiró mientras cerraba el portón del despacho de la Arashikage. Se frotó el ceño con los dedos índice y pulgar. Tenía la vista cansada, la voz ronca y la cabeza como un bombo. Había sido un día de muchisimas emociones, y de aún mayor responsabilidad. Tanto como se había arrepentido de no aceptar el sombrero de Kage cuando había visto a Uchiha Datsue vistiéndolo, ahora se reafirmaba en su decisión. Cuán agotador debía ser tener ese mapa en la cabeza todo el rato, lidiar con Aburame Kintsugi regularmente, y tener que aguantar la posición o ceder en temas complicados y que afectan a toda tu aldea durante reuniones larguísimas y tensas.
Se quedó un rato mirando la ventana, fijando la vista muy lejos, allá en los torreones más pequeños y limítrofes con el lago. Parpadeó un par de veces, y para el espanto de una genin que justo en ese momento acababa de salir del ascensor, tomó las escaleras.
—¿Vas a bajar andando...? —le dijo, tímidamente.
—Necesito mover un poco las piernas —contestó Daruu, encogiéndose de hombros—. Una mañana dura, no preguntes.
De esa decisión sí que se arrepintió. El encargado de la recepción le observó con curiosidad tras el periódico mientras, manos en las rodillas, el Hyūga jadeaba y murmuraba blasfemias ininteligibles.
Cuando se repuso, Daruu salió al exterior, se apoyó en una pared, dejó escapar un agotado suspiro y echó la cabeza hacia atrás. Cerró los ojos y dejó que la lluvia de Amenokami le bañase un poco.
Uchiha Datsue se encontraba en las puertas del edificio de la Arashikage. No había rastro de su sombrero, ni tampoco de su llamativa capa con el símbolo de la espiral. En su lugar, vestía con sus habituales ropajes. Tampoco había rastro de Hayato: le había concedido permiso para perderse por la villa durante lo que quedaba del día.
Llevaba allí un buen rato, esperando de manera casual apoyando la espalda contra una de las numerosas tuberías que recogía el agua del cielo. ¿Cómo demonios llovía tanto y tan seguido? ¿Realmente existía el Dios de Lluvia? ¿O había una explicación científica que justificase que lloviese todos los santos días? Datsue se encontraba pensando en aquello —después de la reunión de Kages, necesitaba algo más banal con lo que entretener la mente—, y saludando a todo amejin que entrase o saliese del edificio. Hasta que no salió un amejin, sino el amejin.
Aprovechando que el chico había cerrado los ojos, le sorprendió con una tremenda palmada en el pecho. Amistosa, por supuesto, pero de las que hacían algo de pupa también. Con el otro brazo le rodeó los hombros.
—¡Pero bueno! ¿Qué es esa cara de cansancio que me llevas? ¡Ni que hubieses envejecido diez años desde la última vez que nos vimos!
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
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—¡AAAHJHUUAAAÁ! —articuló Daruu, a duras penas, mientras perdía todo el aire de su ser. En realidad había querido decir "hijo de puta", pero el insulto se fue por ahí a dar un paseo, junto con el corazón de Daruu, que había decidido saltar por su garganta—. ¡Pero serás cerdo! ¡Cómo se te ocurre darme este susto!
Se aclaró la voz.
»Ay, lo siento muchísimo, de verdad. Perdóneme —corrigió cuando recobró los sentidos, dedicándole a Datsue la más pomposa de las reverencias—su excelentísimo Señor Uzukage de la Honorable Villa del Remolino.
»No, pero en serio. —Daruu se levantó y le agarró el hombro amistosamente—. Me alegro un montón por ti. Me diste un susto tremendo antes también, por cierto. Creí que Hanabi había muerto.
Datsue no pudo evitar reírse, a carcajada limpia, con el susto que se llevó Daruu. Dioses, después de toda la tensión que había vivido en el despacho de la Arashikage, sentaba bien sacar el estrés por algún lado. Luego negó con la cabeza, bufando, ante la reverencia pomposa de Daruu. El cabrón, ¡cómo se cachondeaba! ¡Y aún por encima le decía que se alegraba por él!
—¿Alegrarte? ¡Deberías decirme cuánto lo sientes por mí! —se lamentó, por primera vez desde que había aceptado aquel sombrero—. En serio, maldita la hora en que Hanabi decidió presentarse a presidente. Ya ves cómo es mi vida ahora. Llena de reuniones en despachos. Y en mi Villa es peor. No paran de venir a preguntarme cosas, dando por sentado que tengo una respuesta debidamente justificada, razonada y meditada para todo… ¡cuando la mitad de las veces no tengo ni pajolera idea de lo que me están hablando!
Si reírse le había sentado bien, desahogarse le estaba sentando de maravilla.
—Pero bueno, no es momento para ponerme a llorar. ¡Joder, estoy en Amegakure! Quién lo diría, ¿eh? Tengo el día libre, así que… ¿A dónde me llevas, truhan? ¿Y Ayame?
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El rostro de Daruu se ensombreció. Y el muchacho apartó la mirada. En cuanto Datsue mencionó a Ayame.
—Lo está pasando muy mal —dijo—. Estaba con Yui cuando sucedió. Kurama capturó a Yui y esperó pacientemente a que Ayame fuese a rescatarla para decapitarla delante de sus ojos. La culpa y el horror la han consumido. No pronuncia palabra alguna desde entonces. —Daruu se apoyó en la pared y se cruzó de brazos. Alzó la mirada para cruzarla de nuevo con su amigo—. Desde entonces, solo he podido hablar con Kokuō.
»Gran parte del testimonio también lo dio ella. Prácticamente habla en su nombre. La está cuidando, a su manera. Pero el túnel es oscuro y demasiado largo.
Datsue escuchó con horror la narración de Daruu. Si él hubiese visto cómo decapitaban a Hanabi, frente a sus malditos ojos y sin poder hacer nada, no quería ni pensar en cómo estaría ahora. Desde luego no estaría en sus cabales para dirigir una villa, eso lo tenía claro.
—Joder, lo siento mucho, tío —dijo, apoyando una mano en el hombro del amejin para intentar insuflarle, probablemente en vano, algo de ánimos—. Me cago en todo, qué mal. Qué mal todo.
Se sentía fatal por ella. ¿Cuánto tiempo había pasado desde lo de Yui? Demasiado, y Ayame seguía recluida en sí misma, sin hablar con nadie. Era horrible. Cada uno curaba sus heridas a su manera, sí, y quizá todo este tiempo en solitario le había permitido cicatrizar algunas. Pero joder, era demasiado tiempo.
—Llévame hasta ella —le pidió a su amigo. Probablemente no consiguiese nada. Ayame tenía a su novio, a su padre, a su hermana. Pero aún así, tenía que intentarlo—. Por favor, llévame hasta ella.
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Daruu asintió, y con un gesto de la cabeza, hizo que su amigo le acompañase a través de una gran avenida. Allí les envolvió un auténtico mar de gente. La mayoría, iba o venía del mercado más grande de Amegakure.
Pronto, Uchiha Datsue conoció algunas cosas más de Amedama Daruu. Quizás ya las había intuido, por su forma de ser con él. El muchacho prefería evitar los gentíos, y también los sitios en los que había mucho ruido: tomó el primer giro por un callejón, y luego aprovechó las escaleras de emergencia para encaramarse y caminar por una de las grandes tuberías que recorrían los edificios. Uchiha Datsue aprendió también algo de Amegakure: había muy poca vegetación, pero las torres y esas gigantescas tuberías bien podrían imitar la red de ramas de un bosque, y Daruu se apoyaba en ellas para moverse con presteza y sin que le molestasen.
—Te vas a reír, pero yo rechacé el sombrero, no hace mucho —comentó Daruu—. Me creí preparado para llevarlo, pero jamás me perdonaría si no estoy ahí fuera luchando junto a todos los demás compañeros. Y no me veo rellenando papeles.
»Además, no me pertenece a mí el título de Kage. Debería haber sido Ayame.
Emprendida la marcha, Datsue echó en falta que fuesen por caminos más… vistosos y animados. ¡Era su primera vez en Amegakure, y Daruu le conducía por callejones oscuros y tuberías! «Sí que no te gusta el gentío, ¿eh?» Por suerte, algo había visto de camino al edificio de la Arashikage.
En uno de los saltos a una tubería próxima, Daruu le reveló una noticia que le hizo resbalarse y caer. Su cuerpo se desplomó varios metros en caída libre hasta que su mano cazó una tubería paralela.
—¡No jodas! ¿En serio? —dijo, más alterado por la noticia de que le habían ofrecido el sombrero a Daruu que por casi haberse caído de lo alto de un edificio. A decir verdad… hacía tiempo que semejante accidente no suponía gran cosa para él—. Ya, te comprendo. Te confieso que en mi caso siempre soñé con una vida tranquila alejado de misiones. ¡En su momento quise ser sensei de la Academia! —exclamó, riéndose al recordarlo, mientras se ponía en pie y volvía a correr tras Amedama—. Pero ahora, con tanto papeleo temo que un día voy a necesitar gafas. ¡Me estoy dejando los ojos en ellos!
Aunque no tenía la intención de quedarse tras el escritorio toda la vida. Sabía que era habitual en los Kages, permanecer siempre en la villa salvo reuniones puntuales. ¿Pero desde cuándo había sido él alguien que hiciese lo habitual?
—¿Se lo llegaron a ofrecer a ella también? —preguntó, curioso por su último comentario—. Joder, tío, ¡ojalá hubieses aceptado! Al menos estuviste en la reunión, pero… Ah, hubiese sido la hostia.
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Emprendida la marcha, Datsue echó en falta que fuesen por caminos más… vistosos y animados. ¡Era su primera vez en Amegakure, y Daruu le conducía por callejones oscuros y tuberías! «Sí que no te gusta el gentío, ¿eh?» Por suerte, algo había visto de camino al edificio de la Arashikage.
En uno de los saltos a una tubería próxima, Daruu le reveló una noticia que le hizo resbalarse y caer. Su cuerpo se desplomó varios metros en caída libre hasta que su mano cazó una tubería paralela.
—¡No jodas! ¿En serio? —dijo, más alterado por la noticia de que le habían ofrecido el sombrero a Daruu que por casi haberse caído de lo alto de un edificio. A decir verdad… hacía tiempo que semejante accidente no suponía gran cosa para él—. Ya, te comprendo. Te confieso que en mi caso siempre soñé con una vida tranquila alejado de misiones. ¡En su momento quise ser sensei de la Academia! —exclamó, riéndose al recordarlo, mientras se ponía en pie y volvía a correr tras Amedama—. Pero ahora, con tanto papeleo temo que un día voy a necesitar gafas. ¡Me estoy dejando los ojos en ellos!
Aunque no tenía la intención de quedarse tras el escritorio toda la vida. Sabía que era habitual en los Kages, permanecer siempre en la villa salvo reuniones puntuales. ¿Pero desde cuándo había sido él alguien que hiciese lo habitual?
—¿Se lo llegaron a ofrecer a ella también? —preguntó, curioso por su último comentario—. Joder, tío, ¡ojalá hubieses aceptado! Al menos estuviste en la reunión, pero… Ah, hubiese sido la hostia.
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4/06/2022, 22:48 (Última modificación: 16/06/2022, 17:15 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
—¡Cuidado! —exclamó Daruu. Datsue se había resbalado con una tubería y casi perpetúa la tendencia reciente de Uzukages de corto mandato por el Camino Rápido, como diría un buen y peludo amigo. Afortunadamente se recuperó rápido. Daruu aminoró un poco la marcha—. Yo lo sé porque me lo dijo Kokuō. Sí que se lo ofrecieron. Pese a que ella se sienta responsable de lo que pasó, Ayame es considerada una heroína. Yo... desde que tuvimos aquél combate en el puente, empecé a querer ser Kage. Pero supongo que le tengo mucho apego al Equipo Kōri.
Continuaron sobre tuberías y tejados bajos, hasta que llegaron a una zona menos urbanizada. Por allí las torres comenzaron a escasear, aunque muchas casas estaban abandonadas y echadas a perder.
—Deben de estar aquí. —Daruu se detuvo y señaló un pequeño parque. Un oasis de verde entre edificios de hormigón y cristal, con un pequeño lago. Activó su Byakugan, y asintió, aunque se sorprendió al encontrar otra figura más allí. Sus ojos volvieron a la normalidad. Se dejó deslizar por una tubería y se descolgó de otra más pequeña, aterrizando en el suelo, y abrió la verja metálica, que chirrió pidiendo un poco de aceite desesperadamente—. ¡Soy yo, Daruu! —Hizo una seña a Datsue para que le siguiera.
Lejos del tumulto de las calles, lejos de las tuberías y del acero de los rascacielos, lejos de las luces de neón. Siempre que buscaba refugio, lo hacía a las afueras, en los escasos oasis de vegetación que podía encontrar en aquella isla de hierro. Concretamente, había un pequeño parque al que le había tomado cariño. Uno donde los árboles y las plantas crecían salvajes, a su libre albedrío.
Y Daruu también lo conocía, y sabía bien que era muy probable que Ayame se encontrara allí. No se equivocaba, pero enseguida comprobó con su Byakugan que no estaba sola. Cuando abrió la verja metálica con un sonoro chirrido, un fuerte estruendo le sorprendió tanto a él como a Uchiha Datsue. Y este estruendo se vio acompañado del alarmado aleteo de varios patos, que habían echado a volar desde el pequeño estanque que había en el centro del parque, y que por poco terminaron estampándose contra sus caras.
—¡Arriba! —exclamó una voz autoritaria y severa.
De espaldas a ellos y ataviado con un sobretodo oscuro se alzaba en toda su estatura un hombre alto y de cabellos oscuros con tintes azulados, que ya habían perdido gran parte del color debido al paso del tiempo por su cuerpo, se había agachado para tomar del brazo a otra persona que se encontraba tirada en el suelo. Ayame, con gesto de dolor y algunas magulladuras en su rostro, trataba de levantarse a trompicones.
Para Uchiha Datsue, que hacía tiempo que no la veía en persona, sería patente el drástico cambio que había sufrido la kunoichi: Ayame nunca había lucido musculatura alguna, pero ahora incluso había perdido cualquier rastro de tonificación que pudiera haber tenido. Su rostro, antes alegre y lleno de energía, era ahora más pálido que nunca y se había visto inundado por las ojeras de sus ojos cansados y apagados. Ni siquiera vestía ropa de kunoichi, iba ataviada con una simple camiseta de manga corta de color azul y unos pantalones negros. Ni siquiera había rastro alguno que la pudiera identificar como una: ni bandana de Amegakure, ni placa de jōnin.
Y, aún así, la muchacha se colocó en posición defensiva frente al hombre y se lanzó contra él con un puñetazo débil y unos movimientos nada ágiles como los que la habían caracterizado antaño. Daruu y Datsue se habían enfrentado a ella en numerosas ocasiones. Ambos sabían de lo que era capaz. Y lo que ambos estaban viendo no era ni la sombra de lo que había sido antaño.
Y, aún así, lo intentaba con todas sus escasas fuerzas.
Datsue esbozó una sonrisa nostálgica cuando Daruu recordó su combate en el puente. Parecía haber pasado una eternidad desde aquello. Demasiadas cosas vividas por el medio. Demasiadas tragedias. Demasiadas muertes.
«Por fin algo de verde», pensó, al llegar al parque. La estética de Amegakure, tenía que reconocer, le encantaba, pero extrañaba algún sitio donde pudiese respirar naturaleza. Aquel parquecillo no se podía comparar ni por asomo al Jardín de los Cerezos, pero algo era algo.
Allí, dos personas libraban un combate de entrenamiento. Un hombre al que no creía haber visto en su vida se enfrentaba a una kunoichi recién salida de la academia. O eso parecía por los movimientos de ella. No Ayame, sino una novata que está aprendiendo a luchar.
«Al menos está entrenando…» Un pequeño indicio de que estaba dando un paso en su recuperación.
—¡Hola! —saludo, de forma casual, haciendo un gesto de mano, como si verse en Amegakure no Sato fuese lo más normal del mundo—. ¿Alguien ha dicho de hacerse un dos contra dos? —Sonrió, mirando a Ayame—. Me alegro de volver a verte, amiga.
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No parecieron escucharle. Ayame y su padre estaban inmersos en un intenso combate de entrenamiento. Daruu se apoyó en un árbol y dejó que Datsue volviera a saludar, y sonrió, porque estaba contento de que al menos la muchacha hubiese empezado a moverse de nuevo, si bien de una forma tristemente torpe.
Aunque sabía que por dentro Ayame se seguía sintiendo responsable. Por eso estaba entrenando más duro. Una parte de él sentía celos, rabia... de no poder estar con la Ayame de siempre. La echaba de menos, mucho de menos. Y aunque intentaba darle todo el espacio que ella necesitara, su corazón latía con fuerza cada vez que la veía y no podía besarla, abrazarla... pero sobretodo, oír su voz.
Datsue fue bastante lanzado, sobretodo teniendo en cuenta a quién estaba saludando. Daruu se preguntó si Zetsuo conocería todos los detalles de la relación de su hija con Datsue, además del espectáculo en el estadio de Uzushiogakure.
—Como podeís ver, el nivel de los Uzukages ha descendido dramáticamente.
Aotsuki Zetsuo tensó el cuerpo, preparándose para la inminente arremetida que habría de llegar. Pero, antes de que llegara a producirse, una voz les sobresaltó. Una voz que ninguno de los dos habría esperado escuchar en aquel lugar, ni en aquel momento.
—¡Hola!
Padre e hija abrieron los ojos como platos al unísono, y sólo por un instante se pudo apreciar el parecido familiar que ambos podrían guardar. Uchiha Datsue acababa de plantarse en mitad de Amegakure como si nada. Y estaba acompañado de Amedama Daruu.
—¿Alguien ha dicho de hacerse un dos contra dos? —Sonrió, mirando a Ayame—. Me alegro de volver a verte, amiga.
El médico le dirigió una afilada mirada a su acompañante. Sabía de todos los tejemanejes en los que se habían enzarzado su hija y él, sabía de todos los problemas en los que la había metido por dejarse llevar por su pico de oro, había sido testigo del espectáculo que ambos habían dado en el examen de Chūnin. Si algo debía decir al respecto de Datsue, todo podría resumirse en que no era una grata presencia frente a sus ojos. Y si sabía algo de la reconciliación entre ambos, desde luego prefería ignorarla.
—¿Qué cojones significa esto? ¿Qué mierda de broma es esta? ¿Qué hace este i...?
—Como podéis ver, el nivel de los Uzukage ha descendido dramáticamente.
La boca de Zetsuo se quedó colgante de su mandíbula. Ayame se había quedado aún más lívida que antes, pero se volvió hacia el Uchiha, con los ojos cargados de sombríos interrogantes. ¿Uzukage? ¿Uchiha Datsue era el sucesor de Sarutobi Hanabi? Zetsuo fue más allá: clavó sus ojos sin pupila en el muchacho, pero su mirada fue mucho más allá, tanteando sus memorias con la delicadeza de un bisturí en sus manos de cirujano. Y, entonces, carraspeó.
—Es cierto —gruñó, unos segundos después. Casi a regañadientes, inclinó la cabeza—. Discúlpeme, Uzukage-sama. No conocía la noticia de su ascenso.
Ayame, algo por detrás, los miraba alternativamente a todos como si no supiese bien cómo debía actuar.
—¿Cómo que es cierto? —dijo, perplejo y visiblemente ofendido, ante lo dicho por aquel hombre—. ¿Qué el nivel de los Uzukage ha descendido drásticamente, dice usted?
Inconsciente de que Zetsuo acababa de violar su privacidad, su comentario parecía a todas luces una respuesta a la afirmación de Daruu. Y a Daruu le conocía, lo podía decir de guasa para picarle. Pero aquel hombre… ¡No había visto un hombre más serio en su vida! No, aquel tío no estaba de broma.
—Eso es… Eso es… Bueno, para qué engañarme, verdad —se le escapó una risa desenfadada—. Shiona y Hanabi han dejado el listón demasiado alto.
»Y usted debe de ser…
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