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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Calor. Si había algo que distinguiese a ese día de cualquier otro en aquella semana, particularmente, se podía señalar con esa simple palabra: calor. No obstante, quizás 'calor' a secas no hiciese justicia a la subida que habían dado todos los termómetros de la ciudad, de modo que, en honor a la verdad y la precisión, debería ser: mucho calor. Parecía como si el Verano hubiera conseguido colarse furtivamente en el horario primaveral, porque aquel día, los Dojos del Combatiente habían amanecido con un cielo azul claro y el Sol brillando con desmedida fuerza. Lugareños y extranjeros no habían tardado en sufrir las consecuencias, y a aquellas horas —estaban a punto de dar las cuatro— no era raro ver a los chiquillos ocupando fuentes, riachuelos y demás puntos frescos del mapa urbano de los Dojos. La ocasión lo ameritaba.

En esas andaba Anzu, la valiente y siempre enérgica Yotsuki de Takigakure, caminando por una calle ancha y bien pavimentada. Al contrario que en otras zonas de la ciudad, aquella parecía especialmente tranquila y poco transitada. Qué alivio, leches, creo que nunca llegaré a acostumbrarme a la montonera que se forma en la Plaza de la Estatua a mediodía... La kunoichi se había vuelto cliente asidua de 'Los Ramones' y, por tanto, habituada a transitar entre la muchedumbre que solía concentrarse en la plaza a diario. Sin embargo, allí, caminaba a paso tranquilo pero con la vista atenta.

Espero que no me haya tomado el pelo...

El movimiento analítico y rápido de sus ojos grises delataba que estaba buscando algo —o a alguien—. En efecto, su maestro le había comentado que justo ese día estaba en la ciudad una caravana ambulante, gente que se ganaba la vida viajando de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad. Cómicos, malabaristas, acróbatas... De todo. O al menos eso dice Hida-sensei. Pero lo cierto era que llevaba media hora caminando por los Dojos, y ni rastro. Tanto así, que Anzu empezaba a sospechar del talante bromista de su maestro.

Cruzó la calle y se topó justo de frente con un gran edificio blanco. Si no me equivoco, esto es... El hospital, nada menos. Por desgracia, al no participar en el Torneo, ella no había tenido ocasión de visitarlo; pero no era raro ver a los participantes por allí, además de a los usuarios habituales.

Anzu llevaba ese día pantalones cortos de tono rojo, dejando ver sus piernas fibrosas y llenas de marcas; sandalias ninja en los pies y una camiseta negra, sin mangas, en el torso. La mujer-gata demoníaca relucía, envuelta en llamas azuladas, en su brazo. Ella se caló el kasa de paja que llevaba en la cabeza, para protegerse del Sol, y se detuvo un momento a observar el lugar. Todavía no podía pensar en el Torneo sin sentir una rabia ciega en el estómago.
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

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#2
—Ya le he dicho que estoy bien. ¡No tengo nada! —protestaba por enésima vez en aquella tarde.

Sin embargo, como todas las veces anteriores, su disconformidad cayó en un saco roto. La médica volvió a palpar su abdomen y un latigazo de dolor recorrió su rostro cuando sus manos acertaron en el lugar donde la técnica de viento de Juro la había azuzado en el combate del día anterior.

—Lo sentimos, señorita Ayame, pero es nuestro deber asegurarnos de que todos los participantes se encuentran en plenas capacidades después de cada combate —le respondió, con infinita paciencia, y Ayame volvió a suspirar profundamente—. ¿Acaso no quieres darlo todo en la final?

—¡Claro que quiero! Pero lo que tengo sólo es una leve contusión que se me pasará en unos días...

—¿Acaso eres médico para asegurarlo?

No supo por qué, pero aunque aquellas palabras no estaban cargadas de ningún tipo de malicia, consiguieron encenderla.

—Yo no. Pero mi padre es el director de uno de los hospitales en Amegakure —replicó, y enseguida se ruborizó al pensar en lo arrogante e infantil que había sonado aquello. Agachó la mirada, y justo en ese momento la médica terminó con su inspección y la invitó a vestirse.

—Sin embargo, tu padre no está en acto de servicio ahora mismo y soy yo la encargada de tus cuidados mientras dure el Torneo de los Dojos —Ayame volvió a inflar los mofletes, aunque estaba más aliviada de poder bajarse de aquella condenada camilla y vestirse de nuevo—. Vas a seguir aplicándote ese antiinflamatorio que te recomendé ayer, ¿vale?

—Está bieeeeen...

—Y mucha suerte para la final. ¡Has llegado muy lejos, yo apuesto por ti!

Aquel súbito halago la hizo sonrojar. Ayame asintió, terriblemente avergonzada, y salió de la consulta tras despedirse con una afable sonrisa.

Después de todo, debía agradecerle sus servicios por mucho que le incordiaran.

Pronto lamentaría estar vestida, sin embargo.

—Ugh... qué calor... —como una auténtica bofetada, el aire caliente la golpeó y le arrancó el aire de los pulmones momentáneamente.

El sol brillaba como la verdadera esfera de fuego que era, y caía a plomo en el exterior del hospital, con una fuerza que Ayame jamás había conocido en toda su vida. El aire ondulaba a lo lejos e incluso el mismo suelo parecía hervir bajo sus sandalias. ¿Quién le habría dicho que echaría tanto de menos el frescor de la eterna lluvia de su tierra natal? Desde luego, aquello no parecía primavera. Ni siquiera parecía verano.

Parecía el infierno.

«Voy a necesitar agua pronto.» Reparó, al sentir la lengua seca como la suela de un zapato. Miró a su alrededor, acongojada, y comenzó a buscar algo que pareciera un puesto ambulante de bebidas, una tienda o similar...

Sin embargo su atención se vio inevitablemente atraída hacia una persona que se había detenido en mitad de la calle. Debía de tener más o menos su misma edad; pero, al contrario que en ella, nada en aquel era precisamente discreto. Empezando por el curioso contraste entre su piel oscura como el carbón y los mechones de cabello prácticamente blanquecino que asomaba por debajo de un amplio sombrero de paja, siguiendo por la evidente musculatura que debía de haber desarrollado con un intenso entrenamiento a lo largo de los años, y terminando con el llamativo tatuaje de una mujer-felina envuelta en fuego azul que adornaba su brazo.

Sin embargo, cuando Ayame se dispuso a continuar su camino, sus ojos se fijaron en la bandana que lucía en el mismo brazo. Era un ninja de Takigakure.

«Como Naruto... O como Pantsue...» Los dientes le rechinaron de solo pensar en aquel condenado...
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#3
««¡¿Que qué?!»»

El grito inundó la humilde recepción del Hostal Dangai, lugar donde el tiburón pudo conseguir habitación la misma noche que llegó a los Dojos. Se trataba de, quizás, el sitio menos lujoso de la zona, y sin embargo; le había servido de hospedaje para descansar los pies y la espalda, que le estaban matando por la larga caminata que optó por seguir una vez decidida su partida de la ciudad de Taikarune.

Pero si bien estaba conforme con su cuarto, ni él ni los dueños del pequeño motel fueron capaces de prever el empalagoso calor que iba a hacer esa mañana. Y es que, a pesar del par de ventiladores que soplaban aire desde el techo de la habitación, semejante minucia de frescor era insuficiente para calmar las altas temperaturas que el liberado sol del País del Fuego arrojaba impaciente sobre los ciudadanos de la transitada ciudad del Combatiente.

No obstante, Kaido entendía que aquello no estaba en manos de nadie. Probablemente, se tratase de un Dios tan caprichoso como el mismísimo Ame no Kami quien hacía llover día y noche sobre Amegakure; pero a diferencia de éste, apostaba por freír a sus mortales y no humedecerlos, como sucedía en las tierras de la Tormenta.

—¡¿Cómo que no tienes más agua, mujer?!

Y es que, el escualo llevaba toda la mañana pidiendo jarrón de agua tras jarrón. Bebía y bebía impaciente, cada treinta minutos, como si su condición de pescado le estuviera pasando una mala jugada, aunque su insaciable sed se debía más al hecho de ser un Hozuki que el de lucir como un puto pescado.

—Te has acabado todo el botellón, ya te dije. El proveedor no viene hasta la noche así que tendrás que ir a buscar más agua a otro lado —exclamó la mujer, sin pelos en la lengua—. y aprovecha a revisarte la vejiga mutante esa que tienes, ¿cómo puedes beber tanto?

Si ella no hubiese tenido tetas —muy bonitas, redondas y plácidamente bien ubicadas, por cierto—, probablemente le habría dado una ostia. Pero necesitaba llenar su termo, urgente, y allí no iba a conseguirlo.

[...]

Arrastró los pies calle tras calle hasta conseguir la salida a uno de los caminos más amplios de la zona, curiosamente aledaño al gran edificio de color mármol que servía de hospital para los heridos del torneo. Kaido había intentado escabullirse por alguna ventana tras ser rechazado un par de veces por no ser familiar de ninguno de los pacientes, pero evidentemente no lo había conseguido.

Lo habría intentado una vez más, dada la cercanía con el edificio, pero primero necesitaba un lugar para tomar algo de agua y coger un poco de sombra, también, porque de estar un par de minutos más expuesto al los infalibles rayos solares, se convertiría probablemente en un delicioso y crujiente róbalo frito.

Pero antes de poder siquiera pensar en dar un vistazo a su alrededor a fin de encontrar algún local abierto, el pez se vio distraído por la menuda figura de una muchacha extrañamente familiar. No podía decirlo con certeza, claro está, pero el que hubiese salido de las puertas del gran Hospital sí que le decía algo. Y unió cabos, sabiendo sus compañeros de aldea se encontraban aún, probablemente, sanando dentro de aquellos muros, pero uno de ellos había salido.

«¿Quién será?» meditó en su interior, a la vez que daba unas cuantas zancadas para acortar distancia y acercarse lo suficiente a la muchacha para verle el rostro.

Sólo pudo entrecerrar los ojos misteriosamente cuando vio el rostro de Ayame.

—Baia baia... —luego entrecruzó sus brazos y continuó—. pero si es la famosa finalista del Torneo de los Dojos.

Pronto dejó relucir su flamante sonrisa, gesto característico de su persona.

»¿Me daría usted un autógrafo?
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#4
Tan solo era el primer día de aquella semana de mierda y ya parecía una autentica eternidad, ni siquiera sabía si llegaría a tiempo para poder ir a ver la gran final para apoyar y animar a Eri. ¡Tenía que ir! Deseaba ver como le pateaba el culo a la otra finalista, Aotsuki Ayame, la muchacha del Valle del Fin, ¡Por la gloria de Uzushiogakure que tenía que patearle el trasero!

Al caso, que estar postrado en aquella cama mullida con olor a lejía era un autentico coñazo. Deseaba mover las piernas, en definitiva irme de aquel lugar, antesala de la muerte. Vamos, que ya estaba cansado de hospital.

Pero antes debía pensar como largarme de allí sin ser visto.

Tomar el camino que marcaba el pasillo por tanto quedaba completamente descartado. Cuando de pronto mis ojos se clavaron a lo lejos.

*¡Claro!*

¿Cómo no se me había ocurrido antes?

Me levante como un resorte, no sin antes sentir un latigazo por todo mi cuerpo. Primer aviso. Resoplé para paliar el dolor y me acerqué a paso prudente hasta el cristal de aquella ventana que se acabaría pro convertir en mi salvación, puse la mano sobre el frío pomo de acero, lo accioné y abrí la ventana de par en par, dejando que la brisa acariciase mi rostro, o lo que las vendas de la cabeza habían dejado al descubierto. Una vez vi que la vía de escape era viable, me quité aquella bata del demonio y me vestí con mi ropa, que descansaba en el armario de la habitación, bandana incluida.

Estaba todo dispuesto para abrazar la deseada libertad.

Cubrí de chakra mis pies y me puse a caminar pared abajo. Eran 5 pisos y no me encontraba en la mejor de mis condiciones, lo sabía y por ello debía actuar con suma concentración, por lo que fui caminando poco a poco, descendiendo en dirección a la calle. abajo podía ver como la gente iba de aquí para allá y a medida que iba bajando los pisos fueron llegando 3 muchachos, primero una muchacha morena que estaba repleta de tatuajes, más tarde la oponente de mi compatriota, ayame, y finalmente el pescao. Por lo visto el destino nos había cruzado una vez más.

De hecho los dos de Amegakure empezaron a hablar, no sin antes saludar a la morena hasta que..


-Ugh-

Un pinchazo de dolor en la espalda fue suficiente para que todo mi plan se fuese a la mierda, perdiendo la adherencia que me estaba dando el chakra cuando tan solo me quedaba un piso por descender.

Dejà vu.

Como en el Valle del Fin, la caída fue imposible de evitar y efectivamente, como si de un pájaro abatido se tratase, me dispuse a descender a demasiada velocidad.


-¡Cuidado!-

Plof.

Mi barriga impactó en la cabeza de la kunoichi de Amegakure, haciendo que ambos cayéramos al suelo. Yo lo hice con un dolor agudo en el estomago. Como uno de aquellos pinchazos del hospital.


-Ugh... L..lo siento, Ayame, ¿Estás bien?-

Me había apartado para que pudiese levantarse, algo que por los momentos yo no podría hacer, antes debía tomar un poco de aire.
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#5
Si el hospital había llamado la atención de Anzu, más todavía lo haría la pintoresca escena que estaba por desarrollarse. Las puertas acristaladas del edificio se abrieron con lentitud, y una figura menuda y encorvada las atravesó con paso cansado. Anzu no pudo evitar fijarse en que era nada más —y nada menos— que Ayame, la kunoichi de Amegakure que había llegado a la final. Probablemente acabasen de darle el alta después de 'arreglarla' tras su último combate con un chico del Remolino. A simple vista, Ayame parecía débil e indefensa... Pero la Yotsuki dedujo que si había llegado a la final, no podía ser ni lo uno ni lo otro. Más bien una habilidosa kunoichi con varios ases en las mangas.

Ya iba Anzu a acercarse cuando alguien le tomó la delantera. Sus ojos grises se abrieron de par en par, examinando al chico que acababa de abordar a Ayame. Es... ¿azul? En efecto, azul como el mar, corpulento y con una melena del mismo color. Qué tío más raro, ¡pero si parece un pez! ¿Quizás los que no soportan la lluvia acaban así en Amegakure? Por momentos, la Yotsuki dejó volar su imaginación; aquel individuo lo ameritaba.

Cuando la chica de Taki hubo pensado la forma de abordar a la extraña pareja, que le despertaba una curiosidad malsana, otro personaje hizo su entrada en escena. ¡Y de qué manera! Los jóvenes gennin apenas pudieron escuchar un grito ahogado antes de que alguien cayera pesadamente sobre la pobre Ayame.

¡Me cago en...! —masculló la Yotsuki, acercándose a los dos ninjas que ahora estaban en el suelo—. ¿¡Pero qué cojones haces, loco!?

La pregunta iba dirigida —evidentemente— al gennin que parecía haber decidido tirarse por la ventana. Anzu no tardó en identificar la enseña de Uzushiogakure en la bandana del muchacho. Al final Datsue-san va a tener razón... Estos del Remolino parecen... 'especiales'.
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#6
—Vaia vaia... —Aquella voz áspera y socarrona había sonado justo a su espalda y le hizo pegar un pequeño bote por el susto. Cuando fue a darse la vuelta, se encontró cara a cara y cruzado de brazos con alguien al que hacía eones que no veía—. Pero si es la famosa finalista del Torneo de los Dojos.

Ayame abrió y cerró la boca varias veces, como un pez fuera del agua. Si aquel hubiese sido cualquier otra persona, era muy probable que le hubiese costado reconocerlo. Pero era imposible no recordar los rasgos de aquel chico. Piel de un enfermizo color azulado, ojos cristalinos, cabellos largos y aún más azulados, gesto amenazador... Eran los rasgos de una criatura de las profundidades marinas...

—T... tú... —balbuceó Ayame, con su cerebro trabajando a toda velocidad para recuperar el recuerdo del nombre de su compañero de aldea. Puede que su rostro fuese inconfundible, pero su nombre seguía siendo tan volátil para ella como el del resto.

—¿Me daría usted un autógrafo? —sonrió, y la hilera de dientes como cuchillos brillaron entre sus labios.

Ayame volvió a sobresaltarse, sorprendida ante lo inverosímil de la situación.

—¿Un autógrafo? —respondió con candidez—. No tengo un boli, l...

—¡CUIDADO!

Una nueva voz. Pero antes de que pudiera reaccionar, algo cayó sobre ella. Y la fuerza del impacto le arrancó el aliento de los pulmones. Su cuerpo se desplomó como un títere al que le hubiesen cortado las cuerdas. Se sintió aplastarse contra el suelo. Una serie de voces comenzaron a aglomerarse a su alrededor, pero Ayame estaba tan aturdida que era incapaz de comprenderlas. Ni siquiera identificarlas. La presión que hundía su torso contra el asfalto desapareció repentinamente.

—Ugh... L... lo siento, Ayame, ¿estás bien?

Ayame apenas respondió con un débil gemido. Se acababa de dar cuenta de que la contusión que le había provocado Juro en el pecho durante el combate le dolía. Y mucho.

—¡Me cago en...! ¿¡Pero qué cojones haces, loco!?

Otra voz más. En aquella ocasión femenina.

Ayame entreabrió los ojos ligeramente, aún con aquel extraño zumbido en la cabeza. El shinobi encapuchado de los tatuajes en el que se había fijado antes se acercaba a ellos. Con un nuevo quejido, apoyó las manos sobre el asfalto y puso todo su esfuerzo en incorporarse. Al menos pudo llegar a sentarse antes de que un nuevo latigazo de dolor explotara en su pecho.

—Ah... ¿Qué...? ¿Qué ha pasado...?

Se llevó una mano a la cabeza, terriblemente dolorida y mareada. Entre continuos parpadeos se dio cuenta de que cerca de su posición, un chico de brillantes cabellos rojos como la sangre y ojos más rojos aún, la miraba con preocupación.
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#7
¿Tú...? ¡¿sólo eso dirás, lirio de mierda?! —meditó, quizás hasta ofendido.

O la maleducada finalista no acordaba de su nombre —lo que era bastante probable—, o por el contrario; le tenía tanto pavor al tiburón que hasta le costaba decirlo. Y su rostro de sorpresa, aunado al par de balbuceos que emitió durante su respuesta sin duda alguna apoyaba esa teoría.

Kaido pudo habérselo recriminado groseramente, como podía esperarse de él. No obstante, no tuvo ni el tiempo ni las ganas necesarias como para liar a la pobre Ayame, menos estando en sus posibles días de descanso después de lo que pudo haber sido una rigurosa batalla de semifinales para conseguir el pase a la última instancia del torneo. Aunque ganas no le faltaban de lisiar a la pobre muchacha de por vida, como venganza hacia su aldea por no haber podido participar en el torneo.

Sonrió ante la idea y aunque sabía perfectamente que era una broma, no dejaba de hacerle gracia.

Pero pronto le sacó de su propia introspectiva el hecho de que la muchacha realmente considerase en darle un autógrafo. Estaba a punto de decir que no tenía un bolígrafo, o eso creyó él, antes de que el grito desesperado llegara como una bofetada desde las alturas; vaticinando lo que sería una de las escenas más graciosas que había podido presenciar en un buen tiempo.

¡CUIDADO!

El pez increpó su mirada hacia donde provenía aquella voz, pero no cayó en cuenta de que se trataba de un conocido hasta que ya Yota se encontraba desparramado como flan sobre una delicada Ayame que ahora mismo se encontraba conociendo al señor suelo; aquel que solo te encuentras cuando eres derrotado en una batalla, o estas tan borracho que tienes duermes allí antes de poder llegar a casa.

Pronto Yota pidió disculpas e intentó ver si la muchacha estaba bien. Acto seguido, un niño de piel oscura; de edad similar a la suya, dejó muy en claro lo que pensaba acerca del shinobi de Uzushiogakure. Que sí, que era un puto loco, de eso no cabía duda.

—Ah... ¿Qué...? ¿Qué ha pasado...?

—Pues que el idiota de Yota se ha lanzado de no sé donde y ha caído sobre ti a posta —exclamó, risueño—. eso, o es que de pronto han comenzado a llover pelirrojos en el país del fuego, yo qué se.

Kaido sonrió y dejó entrever sus pequeñas diente-navajas. Sería un día divertido, el gyojin lo presentía.
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#8
El golpe fue digno de mención y la triste imagen que dábamos tanto Ayame como yo era una clara muestra de ello. La de Amegakure parecía estar algo mareada, quizás confusa, aturdida por el golpe sin duda y yo noestaba mucho mejor. Pero había una gran diferencia, a ella la pilló pro sorpresa, yo pude acomodar medianamente y como pude mi cuerpo para el imminente impacto.

¡Me cago en...! —masculló la Yotsuki, acercándose a los dos ninjas que ahora estaban en el suelo—. ¿¡Pero qué cojones haces, loco!?

—Ah... ¿Qué...? ¿Qué ha pasado...?

—Pues que el idiota de Yota se ha lanzado de no sé donde y ha caído sobre ti a posta —exclamó, risueño—. eso, o es que de pronto han comenzado a llover pelirrojos en el país del fuego, yo qué se.


*Ah, ya está... El abrelatas chistoso de la lluvia ya ha tenido que ser tan "amable" como de costumbre*

Suspiré por lo bajo mientras disipaba la figura de la mujer tatuaje como se iba acercando a nosotros después de que me hubiese llamado loco, ¿Es que la gente solo podía pensar mal? ¿Quién en su sano juicio iba a tirarse al maldito vacío? Putos retrasados. Apoyé mis manos sobre el suelo y levanté el torso acomodándome como buenamente podía entre el montón de polvo que yacía en el suelo y acabé desplomando mi trasero para poder estar sentado.


-No, no estoy loco, chica de Takigakure- dije nada más ver su bandana -Me he escapado de esa cárcel que algunos llaman hospital y el único modo de no ser visto era salir por la maldita ventana y descender por la fachada. Lamentablemente he tenido un pinchazo en la espalda y he acabado cayendo accidentalemnte con la mala suerte de caer encima de Ayame-

*Ojalá lo hubiese hecho encima del puto abrelatas este*

-Por lo que, no, no he caído a posta- devolví la mirada hacía la kunoichi de la lluvia -¿Ya estás mejor, Ayame? Siento haber caído encima tuyo..-
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#9
Anzu asistió, atónita, a la escena que se acababa de formar allí. Por lo visto los tres ninjas ya se conocían entre ellos, o eso daba a entender la actitud desenfadada o cortés que tenían unos con otros. El que más le llamó la atención fue el chico-pez, que con toda naturalidad expuso su deducción de lo ocurrido. Anzu no pudo evitar soltar una carcajada, aunque al momento se contuvo en una inusual muestra de modales.

-No, no estoy loco, chica de Takigakure- dijo el pelirrojo- Me he escapado de esa cárcel que algunos llaman hospital y el único modo de no ser visto era salir por la maldita ventana y descender por la fachada. Lamentablemente he tenido un pinchazo en la espalda y he acabado cayendo accidentalemnte con la mala suerte de caer encima de Ayame.

¿El hospital una cárcel? Ya, claro, y luego dices que no estás chiflado... No manifestó en voz alta sus pensamientos. Reconocía al tipo. Era Sasagani Yota, y había peleado por Uzushiogakure en el Torneo hasta caer eliminado en la segunda ronda. Debía ser fuerte; maldita sea... Anzu estaba empezando a odiarse a sí misma por dejar que el Torneo la condicionase tanto.

Kajiya Anzu —respondió, queriendo evitar un próximo 'chica de Takigakure'—. ¿Y tú, socio, también te has escapado? De una pescadería, diría yo. ¿Cómo lo haces?

Sus ojos grises examinaban de arriba a abajo al curioso niño-pez, deteniéndose en la afilada hilera de dientes que sembraba su mandíbula.

¿Es alguna técnica secreta de Amegakure? —agregó después, intercalando miradas entre Ayame y el escualo—. En ese caso, no creo que sea muy secreta ya.
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#10
—Pues que el idiota de Yota se ha lanzado de no sé donde y ha caído sobre ti a posta —exclamó Kaido, dejando entrever su afilada sonrisa, y Ayame le dirigió una mirada cargada de confusión—. Eso, o es que de pronto han comenzado a llover pelirrojos en el país del fuego, yo qué se.

—No, no estoy loco, chica de Takigakure —intervino el pelirrojo, reincorporándose con cierto esfuerzo. Fue cuando se fijó un poco mejor en él cuando le reconoció. Era aquel extraño shinobi-araña de Uzushiogakure que había conseguido también llegar a las semifinales del torneo

—Kajiya Anzu —replicó la que, hasta el momento, Ayame había tomado por un chico.

—Me he escapado de esa cárcel que algunos llaman hospital y el único modo de no ser visto era salir por la maldita ventana y descender por la fachada.

«¿Cárcel? ¿El hospital?»

—Lamentablemente he tenido un pinchazo en la espalda y he acabado cayendo accidentalemnte con la mala suerte de caer encima de Ayame. Por lo que, no, no he caído aposta —el chico volvió la mirada hacia ella, y en ese momento Ayame se dio cuenta de que presentaba un aspecto bastante lamentable. No eran precisamente discretos las múltiples magulladuras que dibujaban su piel—. ¿Ya estás mejor, Ayame? Siento haber caído encima tuyo...

—¡No ha sido nada! —exclamó, más animada de lo que realmente podía encontrarse. Sin embargo, reunió todo el coraje que le restaba y se puso en pie de nuevo. De hecho, se cruzó de brazos y se atrevió a lanzarle una mirada reprobatoria al chico pelirrojo—. Sin embargo, deberías preocuparte por ti. ¡No puedes escaparte así del hospital! Deberíamos llamar ahora mismo a los médicos y...

—¿Y tú, socio, también te has escapado? De una pescadería, diría yo. ¿Cómo lo haces? —la conversación que estaba manteniendo la chica de los tatuajes logró captar su atención. Se volvió hacia ella, justo en el momento en el que la mirada de sus ojos, de un extraño color entre azul y gris—. ¿Es alguna técnica secreta de Amegakure? En ese caso, no creo que sea muy secreta ya.

Ayame parpadeó ligeramente. En ese momento, no estaba muy segura de que reírse de la situación fuese lo más adecuado por lo que, aguantándose las cosquillas en el pecho, se pasó la lengua por sus propios dientes y aguardó la respuesta de su compañero de aldea.

Una respuesta que pintaba de lo más interesante.
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#11
Todo se esclareció cuando el shinobi del remolino optó por explicar la razón de su caída. Y es que culpó a un aparente pinchazo en su espalda, lo que secundó que perdiera la concentración y por tanto el agarre de sus pies sobre la pared del hospital del que se encontraba huyendo por quién sabe qué razón.

Un cúmulo de casualidades intercedieron, evidentemente; pues tuvo que haber caído justo sobre Ayame y rodeado, además, de un conocido y otro espectador indeseable. Pero para la suerte de todos, tanto él como la kunoichi lucían en perfecto estado sin ninguna herida visible o el dolor de algún hueso roto, lo que resultó extraño pues la caída había sido desde una altura considerable. Le extraño que Ayame no se hubiese roto como una galleta o que Yota no se estuviese quejando de una recaída por la buena paliza que Eri le había metido en la última ronda.

Pena debería darte, arañita... ¡te ha ganado la llorona de Eri! — Kaido pensó en molestarlo por ello, pero lamentablemente no tuvo tiempo de intervenir. Pronto Ayame inquirió en la salud de su interlocutor quien respondió poco después, y anzu, finalmente; hizo uso de su aparente buen sentido del humor para romper el hielo y sumergirse de pleno en la conversación.

Le llamó pescado, lo que no era nada nuevo. E indagó en si se trataba de una especie de técnica secreta de Amegakure. El tiburón no pudo hacer más que encontrar sus orbes color mar con el pálido grisáceo de los de Anzu y soltar su tan práctica cara de pocos amigos.

—Ya quisiera yo que fuese una técnica secreta, amigo mío. Pero me temo que se trata sólo de una desafortunada apariencia y nada más. Un misterio que ni yo mismo he podido resolver —exclamó con gracia y prosiguió—. pero tú, aunque luces normal; me tendrás que ayudar aquí un poco porque no me queda del todo claro si eres niña o niño.

Le miró de arriba a abajo, tal como ella —o él— lo había hecho.

—¿O quizás ambos? —un sin precedente que sería gracioso presenciar, desde luego. Pero su pregunta era más para molestar a la muchacha que porque creyese que en realidad fuese un niño, aunque lucía como tal.

No obstante, podía ver indicios de unas pequeñas tetas asomándose en el camisón. Era mujer, después de todo.
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#12
-Sasagani Yota- respondí tras escuchar el nombre de la muchacha de piel carbonizada -Más conocido por el gran shinobi araña-

Era un detalle que cabía resaltar, aunque no tardó en lanzarle un dardo a Kaido. La cosa iba a ponerse interesante. Por su lado Ayame me reprochó que me hubiese escapado del hospital. No debía tener ni idea de lo que me habían hecho. Eso noe ra un hospital, en esos lugares en teoría se cuidaban a los enfermos, epro en el hospitald e los dojos los mareaban, al menos a mí.

Torcí el gesto e hice un ademán con la mano.


-¡Bah! Estoy mucho mejor aquí que allí dentro, te lo puedo asegurar-

Vaya que si lo estaba. Notaba como la brisa o más bien el fuego primaveral me abrazaba las mejillas y aunque en cualquier otro momento maldeciría a todos los dioses, en aquella ocasión les di las gracias por haber podido salir de aquella peculiar prisión con sabor a lejía.

Me incorporé mientras escuchaba la discusión sobre la hipotética técnica secreta del bacalao y del supuesto sexo de Anzu. Todo se antojaba mucho más interesante que que viniese la enfermera a cambiarme la puta vía de los cojones.
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#13
Ya quisiera yo que fuese una técnica secreta, amigo mío. Pero me temo que se trata sólo de una desafortunada apariencia y nada más. Un misterio que ni yo mismo he podido resolver —el niño-pez exclamó con gracia y prosiguió—. Pero tú, aunque luces normal; me tendrás que ayudar aquí un poco porque no me queda del todo claro si eres niña o niño.

Una vena en la sien de Anzu se hinchó al instante, como un mecanismo automático que hubiera sido accionado. Clavó sus ojos grises en el curioso niño-pez que se atrevía a insultarla de esa manera. Parecía fuerte, y sus dientes como cuchillas adornaban una sonrisa típica de quien no se achanta fácilmente. La Yotsuki apretó los dientes con ira.

¿O quizás ambos?

Ni siquiera prestó atención al nombre que le devolvía el chico pelirrojo. 'Sasamani Pota', o algo así. No le importaba; ahora mismo, toda su atención estaba concentrada en el tipo azul, como si quisiera hacerlo explotar sólo con la mirada. Anzu soltó una carcajada seca.

Ah, tuviste que hacerlo. Tuviste que hacerlo —respondió con fingida resignación—. Para eso siempre llevo conmigo a mis dos fieles compañeros —alzó ambos puños, oscuros y amenazadores, y se llevó el derecho junto al oído—. ¿Qué dices? ¿Que quieres resolverle su duda a nuestro marítimo socio? Sí, creo que lo está pidiendo a gritos.

Aquel extraño ser era un ninja de otra Aldea. Lo que estaba a punto de hacer podía costarle muy caro... Pero lo había hecho. Nadie insulta a Kajiya Anzu y se va de rositas. Ni corta ni perezosa, la kunoichi de Takigakure avanzó un par de rápidos pasos, colocándose a escasa distancia del niño-pez. Le sostuvo la mirada, con los puños cerrados y pose marcial.

No he podido participar en el Torneo, así que llevo unas semanas de lo más aburridas. Tu comentario ha sido muy gracioso, así que me gustaría oírlo otra vez —siseó, amenazadora—. Venga, sardina de mierda, alégrame el día.
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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#14
Sin embargo, lo que en un principio se había planteado como una cuestión interesante, enseguida comenzó a retorcerse de una manera que Ayame jamás podría haber previsto.

Kaido clavó sus ojos sobre los de la recién llegada, aunque el gesto de su rostro parecía mostrar que lo que en realidad quería clavar en ella eran las navajas que llevaba por dientes.

—Ya quisiera yo que fuese una técnica secreta, amigo mío.

«¿Amigo? ¿Pero no era una chica?» Se preguntó una confundida Ayame.

—Pero me temo que se trata sólo de una desafortunada apariencia y nada más. Un misterio que ni yo mismo he podido resolver —prosiguió su compañero de aldea, y con cierta sorna añadió—: Pero tú, aunque luces normal; me tendrás que ayudar aquí un poco porque no me queda del todo claro si eres niña o niño.

«Oh, no...» Algo dentro de ella se revolvió, inquieta como una anguila.

No contento con aquella provocación, Kaido miró de arriba a abajo a la kunoichi de Takigakure.

—¿O quizás ambos?

La tensión podía palparse en el aire. Podía sentirse en el rostro ofendido de la aludida kunoichi. Podía escucharse en el rechinar de sus dientes. Y, sobre todo, podía verse palpitar en la vena de su sien.

—Ah, tuviste que hacerlo. Tuviste que hacerlo —replicó, resignada—. Para eso siempre llevo conmigo a mis dos fieles compañeros —Ayame tensó todos los músculos del cuerpo cuando la vio alzar ambos puños, y se llevó el derecho junto al oído—. ¿Qué dices? ¿Que quieres resolverle su duda a nuestro marítimo socio? Sí, creo que lo está pidiendo a gritos.

La chica se adelantó un par de pasos, hasta colocarse a apenas unos centímetros de Kaido.

—No he podido participar en el Torneo, así que llevo unas semanas de lo más aburridas. Tu comentario ha sido muy gracioso, así que me gustaría oírlo otra vez —siseó, amenazadora—. Venga, sardina de mierda, alégrame el día.

Para aquel entonces, Ayame prácticamente se había olvidado de la presencia de Yota.

—¡Esperad, esperad! ¡No os peleéis, por favor! —su cuerpo prácticamente se había movido solo y había terminado con las manos alzadas junto a los dos shinobis que se habían enzarzado de aquella manera. Sin embargo, no se atrevió a tocarlos ni a intentar separarlos. En lugar de eso, Ayame dirigió una apurada mirada a su compañero de aldea—. Kapelin-san, eso no ha estado bien. Deberías disculparte. No estamos aquí para hacer enemigos... —le suplicó.
[Imagen: kQqd7V9.png]
Sprite por Karvistico.


—Habitación de Ayame: Link

No respondo dudas por MP.
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#15
La dama de piel canela respondió como cualquiera habría esperado. Pues según lo que Kaido creyó leer de sus gestos faciales sólo decía una cosa: estaba evidentemente cabreada. Tan cabreada que la vena de la frente le saltó ansiosa y sus mejillas se tensaron en los costados, lo cual acentuó esa mirada asesina que le arrojó al azulado tiburón.

El escualo respondería como quien se siente victorioso tras un intercambio de palabras. Porque él había ganado la puja tras el evidente cabreo que envolvió a la kunoichi de Takigakure, y lo demostró con su tan particular sonrisa, soberbia y despreocupada; tan insultante como las palabras que le había dedicado a su más reciente enemiga hacía un minuto atrás.

Ah, tuviste que hacerlo. Tuviste que hacerlo —respondió ella con fingida resignación—. Para eso siempre llevo conmigo a mis dos fieles compañeros —y cuando alzó sus brazos, fingiendo hablar con uno de ellos; el gyojin por poco se va en carcajada—. ¿Qué dices? ¿Que quieres resolverle su duda a nuestro marítimo socio? Sí, creo que lo está pidiendo a gritos.

«Y además está loca como una cabra. Y luego el fenómeno soy yo»

En todo ese tiempo Kaido no le había quitado la mirada. Y por tanto, contempló como la mujer se le acercó con actitud machorra hasta quedar muy cerca de su posición. Entonces adoptó lo que podría pensar ella era su gesto más intimidante, aunque el tiburón era el menos indicado para sentirse afligido o preocupado por semejante tontería y no respondió de ninguna forma a lo que suponía él era una evidente petición por parte de Anzu a recibir unas cuantas patadas en el culo y llevárselas de recado al hueco boscoso del que había salido ella y toda su gente.

Se quedó tranquilo con las manos en los bolsillos y su risilla picarona transitándole los labios.

No he podido participar en el Torneo, así que llevo unas semanas de lo más aburridas. Tu comentario ha sido muy gracioso, así que me gustaría oírlo otra vez —siseó, amenazadora—. Venga, sardina de mierda, alégrame el día.

Se podría decir que el pez picó la carnada. Le acercó el rostro a las adyacencias de su oído y repitió, pausadamente: —Venga, sorda: que si eres... ni-ño o ni-ññññ

Alargó la eñe por un par de segundos tras la evidente interrupción de Ayame, quien se había cruzado entre los dos y pidió; cautelosa, que se detuvieran. Kaido frunció el ceño, tan cabreado como Anzu, porque ahora su compañera de aldea le intentaba arruinar la diversión. Y no supo si patearle el culo a ella por entrometida o entender su punto, pues era cierto que se encontraban en territorio neutral, muy lejos de casa; y en un evento cuyo propósito era todo menos irse a las tierras lluviosas de la Tormenta con más enemigos de la cuenta.

—Disculparme una puta mierda. Ella ha tocado los cojones primero con sus chistesitos de pescado, así que si no le gusta que le paguen con la misma moneda; bien puede ir yéndose a tomar por cucu.
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